(¿Filósofo del hambre o de la τράπεζα?)
En el principio
Diógenes es τραπεζίτης, banquero. Los diccionarios puntean que dicha palabra se
ajusta también a un corredor e incluso a un prestamista, un δανειστής como lo
fue el mal cínico Menipo, que en vez
de llegar a ser ἡμερόβιος, como el de Sinope, se hizo ἡμεροδανειστής, puesto
que no vivía al día sino que cobraba un interés diario. Por Luciano
se puede conjeturar que Diógenes trabajaba en una τράπεζα ἀργυραμοιβική, lo que
sería un banco como mesa de cambio[1]; pero
Laercio señala que era un τραπεζίτης oficial o el hijo del jefe de una δημοσία
τράπεζα, lo que sería una banca estatal o una casa de la moneda; aunque hay que
decir que al convertirse en alterador de leyes y costumbres vigentes se
convierte en un broker ilegal, en un
contrabandista financiero, a menos que fuera en su defecto un impugnador de
todo tipo de moneda, tal como se comentó que propuso para su ciudad perfecta.
Claro que si era un delincuente económico patrocinado por Apolo, lo era sólo
desde el punto de vista de un derecho positivo enfrentado a la divina verdad de
las cosas. Τραπεζίτης deriva de τράπεζα, que es a
la vez un banco –una entidad bancaria– y una mesa (en el sentido financiero hoy
sólo existe la expresión mesa de dinero,
ya que la τράπεζα con el correr de los siglos y milenios en el
resto de Europa fue tornándose en banque
o bank). Según Ateneo, Antífanes en una comedia escribió que los
banqueros –en paralelo con los vendedores de pescado– eran la tribu más
abominable o condenada que existía[2]. Su radio
de acción, al menos en Atenas y de acuerdo a Paul Millett, estaba fuera de la
ciudadanía: tanto ellos como sus clientelas eran en general metecos e incluso
ex exclavos, y operaban con comerciantes extranjeros o en su defecto con
ciudadanos muy endeudados. Edward Cohen en cambio es menos tajante, observa
apenas que el negocio bancario no se limitaba a los aristócratas y da pruebas
de que los banqueros foráneos y plebeyos no componían una deplorada marginalia
social: «tenían amplias redes de
relaciones, disponían de considerables cantidades de dinero y se les otorgaba
una credibilidad incuestionable», al punto de haberse hecho un lugar en la
élite y mezclarse con ella. Otro especialista, H. Michell, indica que como el
cambio de divisas era un negocio que brindaba innúmeras oportunidades de
prácticas fraudulentas, los que se abocaban al mismo gozaban de bastante mala
reputación, tanto como los prestamistas de dinero a causa de las tasas
exorbitantes que solían aplicar, y de ahí que Jenofonte dijera que constituían
un refugio típico de los granjeros arruinados[3]. Para el
siglo V el τραπεζίτης era básicamente un cambista,
aunque ya en la época de Diógenes de
dedicaba a otorgar créditos, custodiaba depósitos y obraba de intermediario
comercial, testigo y garante; y dado que cada ciudad emitía moneda propia, se
confiaba en él a los fines de discriminar las auténticas de las falsas o
devaluadas[4]. Habida
cuenta de la proliferación de todo tipo de monedas, de la ausencia de valores
estandarizados, del desgaste de las piezas antiguas y del circulante de piezas
impuras o falsas, un oficio como el de Diógenes y su padre era de extrema
necesidad, no menor complejidad y demandado en cada puerto y cada mercado,
aunque de alto riesgo. Michell, autor para el cual el de Hicesio y/o Diógenes
fue un fraude ordinario propio del director de una casa de la moneda local,
conjetura que los banqueros particulares no se involucraban en las finanzas
públicas ni daban préstamos al Estado, y sostiene que la expresión δημοσία τράπεζα en Atenas refería menos a
un banco que al tesoro público. Raymond Bogaert amplía el espectro y
escribe que en el mundo griego la δημοσία
τράπεζα podía ser estrictamente pública o bien de
origen privado, pero en cualquier caso ejercía el monopolio del cambio en una
ciudad[5]. Si bien Edward
Cohen sostiene lo contrario, Bogaert apunta que el τραπεζίτης no solía realizar préstamos
marítimos, como los que se supone confería Menipo; pero además Paul Millett
razona que Menipo es expuesto por Diógenes Laercio no como un prestamista de
empresas marítimas, ya que el crédito marítimo se otorgaba por la duración del
viaje, sino como un usurero que concedía préstamos terrestres a tasas de
interés marítimas, que eran de las más altas que existían: prestaba por día a
tasas propias de los préstamos marítimos y embargaba de manera implacable a los
deudores[6]. Si el mundo de la tierra seguía disociado del mundo del dinero –como
escriben Austin y Vidal-Naquet–, Menipo da un salto histórico. Acá conviene recordar que incluso el mismo Sócrates,
enemigo de la usura según Platón, fue acusado de hacer negocios financieros
prestando con interés –así lo sugiere Plutarco basándose en Demetrio de Falero
y lo confirma Laercio con fuente en Aristóxeno, autor del siglo IV de una
biografia socrática hostil.[7] Notemos
que en este campo la mala prensa del filósofo no nació con los cínicos.
Al convertirse de idiota en filósofo, de
ciudadano particular en cosmopolita, Diógenes no sólo se desprende del banco,
es decir deja de trabajar como cambista, sino que como ἄοικος, como un sujeto sin hacienda e incluso sin
techo o casa, carece τράπεζα en el
sentido concreto y mobiliario de mesa, al punto de comer y beber con las manos
e incluso de reivindicar las mesas comunes en las que comían los espartanos,
tanto como lo harían los guardianes ideales de la ciudad platónica y de algún
modo los de su propia ciudad, ajena a la propiedad privada. Antístenes le había
asignado un vaso y un plato, pero Diógenes en tren de exagerar y redefinir la
parquedad y el naturalismo del maestro, prescinde de sendos utensilios, de
rutina utilizados para alimentarse sobre una mesa. En cuanto al nominalismo,
otro bien conceptual o doctrinal que heredaría del susodicho, Diógenes lo
mantiene frente al universalista, realista o idealista Platón, y curiosamente
sustituye en la discusión con él el término equinidad
usado por Antístenes por vaseidad y meseidad (τραπεζότης)[8].
El Perro no es propietario ni de un
vaso o una mesa, pero es capaz de ver a ambos en su concreta singularidad,
aunque no de contemplar el universal que informa y sobrepasa a cada pieza
aislada, la ἰδέα. Es pues un ex τραπεζίτης sin τράπεζα propia y sin la capacidad de vislumbrar la
propiedad genérica o τραπεζότης,
ya que carece del νοῦς que ha menester para concebirla –tal como denuncia Platón. De modo que el otrora cambista, ahora consagrado a cambiar
la moneda en el sentido lato de νόμισμα, las normas, leyes, convenciones y costumbres, la δόξα en tanto que regla social, diríamos que de
acuerdo a Platón ignora qué es un banco,
su esencia, sustancia o concepto universal verdaderamente existente. En efecto,
cuando se le dijo que alterara la moneda, no pudo sino alterar un conjunto
palmario de monedas concretas y matéricas. Su supuesto error de idiota –de
hombre común y privado, pero a la vez de tonto–, lo condujo a ser filósofo,
pero no a ser filósofo platónico –y no únicamente por eludir cortarse las uñas.
Para Diógenes la realidad de Platón es como sus uñas: plana, geométrica, ni
física ni corpórea. Y por ende falsa, vacua; imperceptible, muerta. Los
universales preparan para la muerte, pero el materialismo natural-nominalista
en el que hace pie el fiduciario de Antístenes, prepara para la vida y la
suerte. ¿Es así?
Antístenes
ya había dictaminado, parece, que es imposible definir, que apenas se puede
describir cómo es algo, y precisamente a fiar de Aristóteles usaba el ejemplo
de la plata (ἄργυρος): no se puede decir qué es la plata, sino que es
como el estaño[9].
Por Luciano se puede especular que Diógenes habría sido un ἀργυραμοιβός, un
cambista de dinero, aunque este nombre se aplicaba a todo aquel que lucraba con
la prueba o conversión de monedas y metales preciosos[10]; pero
como anotó Favorino, su métier era
más bien el de un ἀργυρογνώμων, un experto en plata[11]. El
término τραπεζίτης, que en principio designaba a un cambista, en la era
helenística pasó a denotar además al director de un banco estatal y en la época
imperial a un examinador de monedas. Estos banqueros eran
cambistas, pero también ofrecían préstamos y tomaban depósitos, aunque en el
caso de Diógenes y progenitor, siendo que eran representantes del Estado, puede
que ante todo ejercieran una función técnica relacionada con el peritaje de la
multiplicidad de monedas extranjeras. El ἀργυρογνώμων es un examinador de monedas y metales
preciosos, aquel capaz de distinguir las piezas buenas de las alteradas, un
especialista en verificación de la plata[12]:
un oficio técnico. En un sentido más literal es alguien que tiene un
conocimiento, alguien que discierne o razona al respecto. Incluso γνώμων es un
inspector, un registrador, un tasador, uno que examina e interpreta. De hecho
Diógenes va a derivar en κατάσκοπος –examinador, inspector, testigo o espía– y ἐπίσκοπος –guardián y explorador, veedor–, e inclusive
en οἰκονόμος –gerenciador del patrimonio o el hogar en
este caso ajenos, tal como eran ajenas las monedas y platas que verificaba y
permutaba en su oficio de origen (Bión ya explicó que el τραπεζίτης es el ejemplo
superlativo de aquel que carece de lo que posee[13]).
Ve por arriba y por debajo de las cosas, las escudriña, pero no las entiende,
dice el de las espaldas amplias, porque no observa su en sí, no las teoriza –no
las ve sin perspectiva, sub specie
aeternitatis, como avista el dios.
Si su quehacer original era el de
verificador de monedas, el encargado de distinguir la autenticidad de la
falsificación y discriminar pureza e impurezas, podrá decirse que convertido en
filósofo perseveró de algún modo en la misma línea, aunque tal vez haya que
añadir que para él la autenticidad no podía radicar en moneda alguna sino acaso
en la naturaleza. Lo cierto es que como γνώμων avanza de la ἄργυρος al γνῶθι σεαυτόν, de conocer
la plata a conocerse a sí mismo, ya que este mandamiento y el παραχαράττειν τὸ νόμισμα, según observó
Juliano, estaban coligados. Ahora el conocimiento del sí mismo del yo, por lo
visto, de ningún modo equivale a contemplar un εἶδος, su ἰδέα. El yo cínico es como un átomo parmenídico; o tal vez es
sí mismo y no es otro, pero carece de forma, esencia y contenido sempiternos, y
así conocerse a sí mismo no puede ser otra cosa que un ejercicio, una acción
continua y un trabajo y esfuerzo permanentes: ἄσκησις, ἔργον, πόνος. ¿De qué sabía el joven sinopense? De plata, de dinero, de monedas. ¿De qué sabe
después? De mandar, de gobernar a los hombres. Es así que al dejar de
ser un contrastador de plata o banquero pasa a vivir full time en la plaza, es decir que nunca ha dejado de estar ἐν ἀγορᾷ, en medio del mercado, que por lo demás
es donde según Platón corretea el κάπηλος, el
tendero, los comerciantes minoristas o vendedores ambulantes encargados de
comprar y vender por medio de plata aquello que los demás producen o necesitan,
y que según le hace proferir al interlocutor de Sócrates en la República, son los más débiles de cuerpo y los inútiles para ejercer cualquier otro
oficio[14].
Lo cierto es
que desde mucho antes la actividad bancaria en la Grecia antigua era propia de
los sacerdotes de los templos –Olimpia, Delfos, Delos, Éfeso–, que si bien no
cambiaban divisas, tomaban objetos en depósito y daban préstamos al Estado y
los particulares[15], y Diógenes,
que dejó de ser banquero después de consultar allí, jamás abandonó tampoco este
medioambiente, sólo que quedó del lado externo, haciendo rancho en los pórticos
(en casa estar por el lado de afuera,
decía un cínico de Balvanera que educó a Borges). Si, como desazna Roubineau,
instalarse a la puerta de estos edificios sacros y estatales estaba prohibido, y
la única forma de hacerlo era contando con la venia de sacerdotes y
magistrados, Diógenes entonces cumplía su papel social (quizá el de loco sagrado, como dictó Daraki) mal que
mal al amparo de las autoridades, que por lo visto toleraban a uno que supo
declarar que desvalijar los templos no era un sinsentido.
Es sabido que el oro abundaba en Persia y
la plata en Grecia; mas Diógenes, que nació en la frontera entre ambas
civilizaciones, los aborreció por igual. Cuando ve a un adolescente que es a la vez rico e
inculto, dictamina que se trata de una
mierda cubierta de plata (ῥύπος περιηργυρωμένος)[16]. El
púber en realidad no es más que el griego tipo o el hombre promedio, no
filósofo o no cínico; incluso la misma sociedad. De ahí que convierta después
al material de un juego pueril en moneda. La sociedad también es suciedad
bañada en metal precioso. En Luciano el Diógenes acusado de huir de la Banca (Ἀργυραμοιβική),
hace que esta huya mientras él la persigue con el βάκτρον, el bastón[17].
Sabemos que Antístenes contestó, además, que tenía pocos alumnos porque los
echaba con una ῥάβδος o
varita de plata (ἀργυρέᾳ)[18].
Se supone que la anécdota indica que cobraba las lecciones. Según Bión, de las
tres clases de estudiantes, la de plata era la de los que pagaban sin aprender[19].
Antístenes al parecer terminaba rajándolos, razón por la que tenía una
clientela exigua. O quizá se iban porque debían abonarle pese a que no se
educaban. Como sea, él sentenció que ningún amante de la plata o φιλάργυρος es
bueno, ni como rey ni como libre[20].
Menipo, de acuerdo a Laercio, el cínico fenicio
que dio el mal paso e ignoraba la naturaleza del cínico, había sido δοῦλος o esclavo, estaba enceguecido por la φιλαργυρία, la codicia, el amor a la plata, y se
enriqueció embargando prendas de garantía como un prestamista de empresas
marítimas. Mónimo de Siracusa era un οἰκέτης de un τραπεζίτης
de Corinto, un criado o esclavo doméstico que enterado y enamorado de Diógenes,
fingió demencia y logró ser manumitido arrojando por los aires las monedas o
valores y la plata de la mesa del banquero (τό τε κέρμα διερρίπτει καὶ πᾶν τὸ ἐπὶ τῆς τραπέζης ἀργύριον)[21]. Aunque frecuentó a Crates, se lo considera
discípulo directo del de Sinope. Por su parte el tebano era de origen un
aristócrata, no un plebeyo adinerado o burgués, y esta diferencia de cuna
subyace en las historias de cada uno, lo que no quita que hayan existido
versiones según las cuales jamás se despojó enteramente de sus bienes sino que
mantuvo reservas administradas por un banquero (τραπεζίτῃ τινὶ παρακαταθέσθαι τἀργύριον)[22].
Uno de sus textos más famosos, Ἐφημερίς, era un burlesco
libro de cuentas o asiento contable, como los que usaba un τραπεζίτης. Queda claro que el cinismo aparece desde el comienzo
siempre demasiado enredado con el mero poder económico.
Del
electro al dinero electrónico, y en la inminencia de la sociedad sin efectivo,
la desmonetización osteológica que el
Perro aspiró a promulgar despertará una peculiar inquietud: ¿osificar para
descosificar? Se dice que en la Grecia del siglo IV una economía que hacía pie en
el autoabastecimiento del οἶκος (producción para el propio consumo) dio paso a una
cierta economía de mercado, y con esto comenzó a correr el dinero bancario –órdenes y garantías de pago por escrito– al
margen del dinero mercancía, aun sin existir el papel moneda, lo
que produjo la expansión de la oferta
monetaria: el aumento del dinero más allá de la oferta existente de metales
preciosos. La elección de las tabas como medios de intercambio, propuesta por
Diógenes, comporta una burla que hace ver que los pilares económicos de la
sociedad no tienen más razonabilidad que la de los juegos infantiles. Pero
mientras otros ven nomás una broma, Gomperz
ya había estimado que al querer sustituir los metales por huesos estaba planteando
la creación de un tipo de papel moneda[23]. No hay metal noble sino vil metal y por lo pronto Diógenes
suprime el dinero mercancía y crea uno por decreto. ¿Las tabas hacen de dinero
fíat? ¿Es Diógenes el Nixon de la Antigüedad? La plata en todo caso no puede
ser dinero mercancía porque carece de valor intrínseco, el dinero siempre es
fiduciario –pístico, suasorio o doxástico. El
valor de los metales preciosos en efecto es convencional, y si el propósito
original de Diógenes según la historia del banco de Sinope y el Oráculo era
impugnar la acuñación de moneda, su propuesta en la República seguiría esta línea: se trataría de abolir el metálico y
el valor y prestigio del oro y la plata y establecer otro patrón de intercambio
ajeno a la enfermedad de la opulencia y el lujo. Así el Diogenes shock no sería otra cosa que
una medida antiinflacionaria, lanzada para contrarrestar la inflación moral de
los tufos, la vanidad propia de una tribu que cree en absurdidades como los
metales preciosos. Diógenes,
como en todo, tiene una visión bivalente sobre los niños, de modo que al
convertir al dinero en juguete de un lado se ríe del infantilismo de la riqueza
y el lujo y de otro propone una sociedad fundada en cierta inocencia –en el
tipo de riqueza inofensiva (πλοῦτον ἀσινῆ) que Crates celebraba parodiando a
Solón.
El
susodicho legislador de Atenas, poeta, estadista y sabio, ya había indicado que
la plata (ἀργύριον)
era la moneda (νόμισμα) inventada para los intercambios privados de los
particulares y las leyes (νόμοι) la moneda (νόμισμα) de la ciudad, de lo cual
relacionó que destruir o falsificar (διαφθείρει καὶ παράσημον)
a esta última era un delito que debía recibir una pena mayor[24].
Obvio que una cosa es abolir la moneda y otra alterarla: si el Diógenes autor
de la República fue a lo Marx un comunista
anárquico (aunque en versión antiprometeica), antes fue básicamente un Gramsci,
un marxista cultural, de esos operadores sociales atareados en minar los
valores en curso. El imperativo que inmortalizó, παραχαράττειν τὸ
νόμισμα, también fue pensado como παρακόπτειν τὸ
νόμισμα, como κιβδηλεύειν τὸ κέρμα
o como πᾶν ἐξελεῖν τὸ
νόμισμα. Si bien en general se habla de παραχαράττειν –reacuñar, falsificar–,
Plutarco y la Suda utilizan el verbo παρακόπτειν
–falsificar, degradar la moneda o darle un falso cuño– aplicado a τὸ
νόμισμα; Diógenes Laercio usa además κιβδηλεύειν
–adulterar–, aunque en este caso para τὸ κέρμα,
una moneda en sentido estricto o el cambio, y para τὸ
νόμισμα el verbo διαφθείρειν –destruir por completo,
arruinar, corromper, inhabilitar–; mientras que Juliano, que en general habla
de παραχαράττειν, en algún momento escribió que había recibido la orden divina
de abolir toda moneda (πᾶν ἐξελεῖν τὸ
νόμισμα) –quitarla o sacarla de circulación[25].
Curiosidades o ironías de la historia, en este siglo en trámite el Banco
Nacional de Grecia se dedicó a emitir en plan conmemorativo monedas de oro y
plata de 10 a 200 euros con la figura de Diógenes. No era novedad porque ya se
había hecho algo parecido en el segundo siglo bajo el Imperio romano: la
existencia de una moneda de bronce con su perfil, original de Sinope, por
entonces Colonia Julia Felix, lo prueba. Pasó también con otros sabios en las
localidades en que nacieron –Anaxágoras en Clazomene, Heráclito en Éfeso,
Pitágoras en Samos, Hipócrates en Cos, Herodoto en Halicarnaso–; pero ninguno
de estos prohombres de la verdad fue jamás sindicado de estafa pública y
monetaria. De todos modos es posible que el futuro filósofo y su
progenitor hayan tenido un fin patriótico: restablecer el crédito financiero de
Sinope, como dejó dicho el numismático Seltman[26].
No obstante en el sistema de reversiones cínico figura claramente el exilio: el exilio en casa, la expresión de Macedonio,
es otro invento de su ancestro del Ponto Euxino, que condenó a los sinopenses a
quedarse en su pago. Sin dudas la condena es quedarse, máxime para quien quiera
ser profeta, como él. Aun así, pese a tal contundente declaración y a que
enfatizaba que las estatuas no valían nada de nada, en el año 2006 la Sinope
turca le erigió una de 5 metros y medio. Como dice Roubineau, se convirtió en
una atracción turística y una figura patrimonial, cosa que viene de lejos
porque el marchandicing póstumo,
anacronismo aparte, existió desde tiempos antiguos: figuras de piedra, bronce,
terracota, estatuillas, gemas, relieves, mosaicos, lámparas de aceite se
construyeron con su efigie, antecedentes añosos de las remeras y suvenires con
la cara de Ernesto Guevara de la Serna Lynch. Diógenes ligó su escultura
funeraria apenas murió, allá en Corinto; pero al menos representaba a un perro
de esos de cuatro patas. Siendo que promulgó que la νόμισμα se convierta en ἀστράγαλοι, lo
justo hubiera sido que estamparan su busto en huesitos.
Como en efecto consta en Filodemo y
Ateneo, que parece que tenían por fuente a Crisipo, Diógenes estableció en su Πολιτεία
que los ἀστράγαλοι
se convertirían por ley en νόμισμα[27]. Estos huesos de las patas de
los mamíferos, que los griegos solían extraer de cabras, ovejas u otras bestias,
se usaban de tabas o dados y le daban nombre a un juego infantil o bien a uno
de azar y adivinación, de manera que hacer equivaler al dinero con dichos
órganos tarsianos vendría a ser concebir su lógica como una chiquilinada o capricho
–como se infiere de las alusiones de Máximo y Dión[28]–,
o delatar su arbitrariedad e irracionalidad (¿se adelantó a la teoría económica
de juegos?). Pero si la intención no era tanto ridiculizar como instituir un
nuevo patrón monetario, entonces habría que remitirse a otros significados del
término. Por empezar el ἀστράγαλος, que
solía servir de ofrenda en tumbas y santuarios, podía ser artificial (hecho
en bronce, plomo, marfil, vidrio o metales preciosos) y era también un símbolo de
peso y dinero de antigua data, particularmente en Atenas un símbolo tradicional
del estatero (στατήρ),
unidad central del sistema de pesos y originalmente del sistema monetario. Era además una prenda que partida en dos indicaba
el compromiso mutuo en un acuerdo entre ξένοι, entre dos partes contratantes,
entre anfitrión e invitado o entre extranjeros, siendo el σύμβολον
(garantía, credencial o prueba de identidad) cada una de las dos mitades o
piezas que tomaban sendos intervinientes. Así, según se afirma en un artículo
rubricado por Charles Doyen, Diógenes
podría haber considerado al ἀστράγαλος como
un símbolo monetario más legítimo que las monedas de plata, ya que encarnaba
perfectamente la noción de σύμβολον, y habida cuenta
de que Platón en la República definió
a la moneda como un símbolo de
intercambio (νόμισμα σύμβολον τῆς ἀλλαγῆς), sería
el mejor instrumento monetario en conformidad con tal definición[29]. Esta hipótesis devuelve una imagen
más seria del cínico legislador, aquel que al decir de Plutarco seguía la
huella de Licurgo, quien introdujo en Esparta las pesadas monedas de hierro
templadas en vinagre para reemplazar a las de oro y sofrenar la codicia. Como Platón no pretendía suprimir el dinero sino darle un
uso exclusivo dentro de la ciudad para los intercambios cotidianos, y Zenón
juzgó que no era necesario ni para el comercio interior ni para el exterior[30], el
autor concluye que Diógenes en el plano monetario se mantuvo cercano a Platón,
aunque también lo asocia con el flamante orden alejandrino. Como se desprende
de Laercio, la fórmula diogénica de la reacuñación comportaría
que la νόμισμα se volviera κατὰ φύσιν y dejara de ser κατὰ νόμον; pero si la ἐλευθερία que Diógenes pone como valor supremo
estaba cifrada en el χαρακτήρ de la vida de Heracles[31],
palabra que remite a un sello, a un instrumento para grabar monedas, la νόμισμα conforme a naturaleza podría
ser una remarcada con el cuño del héroe, como la nueva moneda de Alejandro, que
llevaba en el anverso la cabeza de Heracles con el león y que vino a reemplazar
a la ateniense, tanto como pretendía hacerlo con la moneda bárbara.[32]
En
sentido estricto la τράπεζα era la mesa que se colocaba en el mercado para hacer el cambio, acompañada
probablemente de una balanza o una piedra de toque, un ábaco y rollos de papiro; pero ya en la Atenas de Diógenes las instalaciones del banco parece que incorporaron
a la casa del propio banquero. Según explica Edward Cohen, el
banco quedaba a mitad de camino entre la esfera pública y la privada, entre lo
político y el οἶκος, y
esto en principio porque no era una organización corporativa, una empresa con
personería jurídica (lo que no existía), sino más bien una extensión del mismo
oficio técnico del banquero: el propietario y la empresa no se distinguían y
por eso la gente no decía que colocaba la plata en el banco sino con el banquero. Aunque la τράπεζα no era un
elemento integrante de la sociedad tradicional, no dejaba de ser un οἶκος: los
negocios con el banco eran en realidad con el banquero y familia, lo que
incluía a la esposa y los esclavos. Por otro lado, como los ciudadanos no podían ejercer un empleo
servil de manera regular (digamos trabajar de manera estable bajo relación de
dependencia) y los fondos públicos de Atenas los
asistían para que no se vieran obligados a servir a terceros, los banqueros debían
recurrir a sus esclavos. El bancario, el empleado, por ende no era otro que el
esclavo, que podía asumir competencias de un gerente y realizar operaciones más
que relevantes con considerable autonomía. De hecho era normal que el banquero,
para preservar su negocio, antes de morir confiara el banco y su esposa a un
esclavo y la hiciera casar con él, como en el caso emblemático de Pasión y
Formión. Pasión, famoso τραπεζίτης del Pireo considerado el
hombre más rico de Atenas, fue un esclavo que se quedó con el banco de Antístenes, uno de sus amos,
y a su turno (como el hijo se dedicó a continuar con la otra empresa familiar:
una fábrica de escudos) lo arrendó a Formión, esclavo suyo que a la vez acabó
arrendándolo a sus propios esclavos. De este modo el esclavo de un banquero
podría volverse extremadamente rico, bastante poderoso y con enorme ascendente
social. Formión, vecino y contemporáneo de Diógenes, en su origen un extranjero
esclavo cuya instrucción se limitaba al manejo indispensable de las cuentas, se
convirtió en un poderoso benefactor del estado ateniense (como el mismo
Diógenes, pongamos, pero en sentido más bien inverso) y acabó integrado a la
aristocracia tradicional. En torno al año 370 Pasión, esclavo como Mónimo,
consiguió a lo Menipo la ciudadanía, y diez años más tarde, mientras Diógenes
pisaba suelo ateniense, la obtuvo Formión, un tiempo después de casarse con la
ex esposa del mentado amo y otrora siervo. De tal modo se nota que el mundo de los banqueros griegos tiene varios
puntos en común con el ideario de Diógenes: tanto
en el cruzamiento de lo político y lo económico (o lo público y lo privado),
como en el papel más activo de la mujer y sobre todo en el, por así decir,
ascenso de clase del esclavo (sin contar que el Pireo y el ágora atenienses,
allí donde diríamos se originó el cinismo, fueron el ambiente en el que
fermentaron los banqueros). El mundo de estos últimos y el de los filósofos cínicos se parecen
demasiado y a la vez son la antítesis. Pero el del τραπεζίτης era un oficio de hombres discretos:
con ellos proliferaron las transacciones ocultas y los acuerdos confidenciales
en un contexto en el que la economía quedó dividida en mercados descubiertos (φανερά) –préstamos inmobiliarios verbigracia– y mercados invisibles (ἀφανής) –depósitos bancarios por
ejemplo–, y en este ítem queda claro que el filósofo cínico irrumpe como una
suerte de precisa y novísima contrafigura del banquero. Así como para Diógenes
razón se opone a pasión, él mismo –y el chiste es inevitable– es el opuesto de
Pasión (Πασίων) –podríamos llamarlo el banquero Razón.
El acto de Mónimo y su
incorporación a las huestes del Perro
precisan de los susodichos detalles para que se los valore a carta cabal. Queda
visto que es dudoso que abundaran, como infiere Millett, los banqueros pobres
de recursos: la observación de Bión no es prueba suficiente, sólo da fe del
tipo puntual de actividad que realizaban, basada en el manejo de patrimonios
ajenos. Mónimo con la manumisión tenía probablemente bastante que perder, de
ahí quizá que su maniobra fuera presentada como un acto de locura. Diógenes,
habrá que concluir, aparece como el anti-banquero, y Mónimo, al pasar de manos
del amigo de Jeníades a las del cínico, es el coprotagonista necesario para el
desarrollo de esta anécdota conceptual. El
discípulo de Siracusa era οἰκέτης de un τραπεζίτης amigo de Jeníades, y se supondría
que Jeníades al comprar a Diógenes para ponerlo a trabajar en su οἶκος debía asignarle ese
papel, el de doméstico; pero el sinopense, τραπεζίτης que era, en vez de οἰκέτης deviene οἰκονόμος. Se diría que
un mayordomo o gerenciador, pero en realidad era el rol normal que le cabía al
amo de hacienda, al propio Jeníades por ende, que afectado de amujeramiento o
inclinado al despilfarro no estaba en condiciones de realizar. Diógenes,
que de acuerdo a Máximo evitó el hogar o la familia por lo penosa que es la οἰκονομία,
decide asumirla forzado por la esclavitud.[33]
El Económico
de Jenofonte enseña que la οἰκονομία es una ἐπιστήμη que permite llegar a ser un χρηματιστής, un businessman. Dado que Sócrates, como se
lee, no era más que un πένης, un desheredado que nunca poseyó riquezas ni nadie
le confió las suyas para administrarlas, Jenofonte hace que la autoridad última
de las instrucciones que el filósofo vierte acá para el manejo del hogar (οἰκία) y la hacienda (οἶκος) provenga de las
charlas que mantuvo con el hacendado Iscómaco, un καλὸς κἀγαθός que había
heredado de su padre la afición por la vida de campo y la laboriosidad práctica
(φιλογεωργία καὶ φιλοπονία) –el padre combinaba la pasión por la agricultura y el
trabajo duro con el afán de lucro de un comerciante (ἔμπορος), ya que
compraba campos poco productivos y una vez convertidos en fértiles los vendía. Con
Jenofonte la οἰκονομία es un saber aplicado al οἶκος y a la agricultura (γεωργία), la actividad que lo
sostiene, definida no sólo como una τέχνη sino como la madre y nodriza del resto de las artes (la
más provechosa, agradable de trabajar, bella, grata a dioses y hombres y más
fácil de aprender), que no solamente sirve para incrementar la hacienda sino
que da placer, entrena el cuerpo y siendo un arte noble, a diferencia de los
oficios manuales, hace libre e incluso sirve para prevalecer sobre los demás
hombres, tal como lo demostraba el caso de ese rey caro a Antístenes, el persa
Ciro, quien dedicándose a la agricultura y la guerra fue feliz, bueno y el
mejor gobernante (ἄρχων). Justamente otro de los asuntos que afronta acá Sócrates
es el de cómo ser apto para mandar (ἀρχικός) y las
conclusiones son que mandar (ἄρχειν) es un bien divino (ἀγαθὸν θεῖον) que requiere σωφροσύνη, que el mejor ἄρχων no es tanto el que muestra mayores destrezas físicas sino
el más idóneo para conducir y persuadir a muchos de cumplir sus órdenes y de
seguirlo así sea a través del fuego y toda clase de peligros, y finalmente que
aquel que puede formar hombres con capacidad de mando, puede formar hombres
capaces de ser un amo (δεσπότης), y quien puede hacer esto último puede formar a un rey
(βασιλεύς).
El siglo IV, se dice, trae la irrupción
del οἰκονόμος masculino y con él
surgimiento dentro del círculo socrático de un λόγος οἰκονομικός cuyo progenitor no
sería otro que Antístenes, autor de un Περὶ νίκης οἰκονομικός que habría inspirado al mentado diálogo de
Jenofonte (esa guía para el caballero
terrateniente, que dice Finley). Antes el οἰκονόμος era la señora de la casa, pero si la filosofía pasó a
abordar la οἰκονομία es porque el término estaba virando hacia el otro sexo. La economía, según escribe Roubineau, surte en esas fechas
como un dominio separado, distinto de la religión y la política (un champ conceptuel autonome): Critón,
Platón, Aristóteles, Espeusipo, Jenócrates, Teofrasto y Esfero a su debido
tiempo, y cada cual en el nicho escolar en el que operaba, también se
consagraron a la redacción de un tratado sobre la nueva materia. El de Antístenes, llamado Sobre la victoria, habría versado sobre
el triunfo en el gerenciamiento doméstico puesto en competencia con el de otras
casas[34]. Un οἰκονόμος vendría a ser
entonces aquel que sabe mandar y que al lograr el éxito en la buena gestión del
hogar puede hacer lo propio conduciendo los asuntos públicos. De ahí, cuenta
Raymond Descat, surgiría con Jenofonte la idea de que la οἰκονομία es una ἐπιστήμη, un saber no
especializado aunque vinculado a la técnica, orientado menos a la producción de
bienes que a convertirse en un profesional de la gestión de patrimonios o en un
hombre de negocios: una ciencia del lucro, de la ganancia en un intercambio no
asociado a la producción, del beneficio comercial. Pero el género del οἰκονομικός –de acuerdo a
dicho autor– se transformó en el helenismo, y antes con Diógenes, en un περì
πλούτου de tono más moralizador, encargado de responder acerca de si la riqueza
es buena, si se puede hacer un buen uso de ella o ser rico y feliz, y ya no de dar cuenta
sobre cómo llegar a ser rico o seguir siéndolo[35]. El
punto es que si el rico según el concepto griego que adopta el cinismo es el que
puede vivir sin trabajar, el filósofo pordiosero de algún modo lo es, además de
serlo porque no tiene menos de lo que necesita. Antístenes se enorgullecía de
su riqueza sin tener ni un óbolo, y cuando Aristipo le preguntó al de Sinope
qué ventaja, qué resultado había sacado de la filosofía, rubricó al patrono
casi al pie de la letra («ser
rico sin tener un óbolo»)[36],
volviendo a la tendencia de Sócrates y su pichón en algo así como el sentido
último de la φιλοσοφία. Diógenes, en los términos de Roubineau, parado en una
plataforma ya fijada por Sócrates, Antístenes y Jenofonte, distinguió junto a
ellos entre pobreza real (fait de
pauvreté) y sensación de pobreza (sentiment
de pauvreté): como un Boudieu de tiempos del Ñaupa separó la miseria
objetiva de la miseria percibida (misère
de condition et misère de position) –aquello que padecía Metrocles como
pupilo de los institutos aristocráticos. Vino
para ser el libertador de la petit misère;
pero a condición de que fuera desde la
grande misère[37].
La pobreza trae ventajas, educa por sí misma, automatiza la virtud y te hace autodidacta (o heterodidacta por ella y
no por terceros como el Liceo y la Academia). El
racionalismo económico del cínico se encuentra ahí: en que persigue ser rico en
virtud de la pobreza y el ocio. El filósofo, ahora, es economista: Cómo hacerse millonario sin un peso, ese
podría haber sido su best seller
orientado al nicho de los self made men
de la indigencia y la mendicidad. Pero como la economía cínica busca una
riqueza anticrematística, es un homo
oeconomicus paradójico –salvo Menipo. Es que si la lógica del homo oeconomicus es mayor beneficio o
riqueza a menor costo, el cínico lo es porque encuentra la virtud o la
felicidad por un mecanismo abreviado o da con la riqueza con el mínimo posible
de bienes materiales y sin responsabilidades políticas ni necesidad de
trabajar; pero a la vez es todo lo contrario porque su riqueza es la pobreza y
el medio para alcanzarla es un trabajo gratuito que no da réditos pecuniarios,
el πόνος.
Por
Eubulo se sabe que Diógenes ofició de pedagogo de los hijos de Jeníades; pero
si en general fue οἰκονόμος sus tareas debieron ser más
vastas: más que un mayordomo un capataz y más que un capataz una suerte de
gerente general o un consultor abocado a faenas de agronomía y finanzas. Si el
problema de Jeníades, además del derroche y el amor al lujo era el
afeminamiento, habrá tenido que intervenir también como un amo de casa, regente
o un consejero familiar en la esfera más interna del οἶκος manejada por la esposa. Jenofonte dice que si bien a la mujer le correspondía la οἰκία, lo de adentro, y
debía ser guardiana de las leyes del
hogar (νομοφύλακα τῶν ἐν τῇ οἰκίᾳ), también era copartícipe de la administración del οἶκος como guardiana de la hacienda (οἴκου φύλαξ), y como
buena esposa debía poseer una inteligencia
masculina (ἀνδρικὴ διάνοια) y evitar los cosméticos, de lo que se desprende
que Jeníades, vestido de púrpura o poseído del mal femenino, ni siquiera
hubiese sido una correcta ama de casa. El οἶκος (casa, familia y propiedades) no sólo era la base de la
economía como unidad principal de producción y consumo sino de reproducción[38],
por lo cual a Diógenes le tocaría inmiscuirse en el área de acción del οἰκονόμος
femenino: el quehacer gastronómico, culinario y textil, la procreación y
crianza y el control de los recursos humanos hogareños, ya que ahora la οἰκονομία
abarcaría tanto la competencia femenina de administrar las riquezas como las
masculinas de adquirirlas, las labores domésticas de la esposa y las faenas del
cabeza de familia en el campo y las propiedades, en el mercado y en el
financiamiento de la cosa pública: asesor en casa, finca, intercambio mercantil
y liturgia, el filósofo económico se hace un todólogo de uso privado. Claro que
el filósofo cínico como esclavo οἰκονόμος no trabajaría para
incrementar el patrimonio familiar: mientras
que para Jenofonte el fin de la οἰκονομία era el crecimiento (αὔξησις) del
οἶκος, su tarea tuvo que ser más bien propiciar el decrecimiento. No maximizar ganancias
sino apenas ordenar y economizar, poner en orden la economía. Acá el lema
podría haber sido que la única οἰκονομία correcta es la que ocurre ἐν κόσμῳ.
Lo insólito obviamente no es que Diógenes
se haya convertido en οἰκονόμος
sino en δεσπότης del δεσπότης, ya que la ocupación y el saber del οἰκονόμος eran tanto despóticos o libres cuanto
serviles, pertenecían por igual a la mujer y el hombre libres como al esclavo,
y más bien pasaron de manos de la primera a los últimos. No fue un caso único,
de hecho en el Económico del
Pseudo-Aristóteles se lee que había esclavos de dos tipos, ἐπίτροπος καὶ ἐργάτης[39],
los que ocupaban puestos de confianza y los trabajadores, y el mismo Iscómaco poseía en sus campos ἐπίτροποι a los que
instruía (παιδεύειν) para que supieran lo que él conocía y aprendieran a mandar
sobre los ἐργάται. De manera que la
tarea del οἰκονόμος –adquirir,
conservar, ordenar y hacer buen uso de los bienes– por entonces ya era
desempeñada tanto por el amo cuanto por un siervo al que le delegaba funciones,
el mentado ἐπίτροπος. Este
administrador encargado o comisionado, que trabaja de hombre libre, aprende del
amo, para beneficio patrimonial del amo, el saber del amo[40];
pero en el caso de Diógenes la relación se invierte: si bien ambos son esclavos
que saben mandar, el primero es mandado por el amo. Lejos del Sócrates
de Jenofonte y Platón[41],
Aristóteles discriminó una ἐπιστήμη del amo y una del esclavo (δεσποτικὴ καὶ δουλική) y distinguió distintas clases de mando
como ἀρχὴ οἰκονομική y ἀρχὴ πολιτική: por un lado estableció que mientras
el gobierno del οἶκος es monárquico y el del δεσπότης es sobre esclavos, el de la πόλις aplica a los iguales y a los
libres por naturaleza, y por otro dictaminó que la ciencia del amo radica en servirse de los esclavos (δεσποτικὴ δ’ ἐπιστήμη ἐστὶν ἡ χρηστικὴ δούλων), ya que el amo debe saber mandar (δεῖ ἐπίστασθαι ἐπιτάττειν) y el esclavo saber
hacer (ἐπίστασθαι δεῖ ποιεῖν)[42]. Pero Iscómaco, el amo socrático que destiló Jenofonte, le
enseñaba a su ἐπίτροπος, para que cuidara la finca en su ausencia, lo
mismo que él sabía[43], de lo
que resulta un tipo de esclavo portador de la ciencia del amo y a la vez un amo
que sabe mandar y sabe hacer, mientras que la ἐπιστήμη δεσποτική aristotélica no es más que un saber dar
órdenes, ciencia nada venerable ni grandiosa, dice Aristóteles, que los amos delegan en el ἐπίτροπος para consagrarse a la política y la filosofía[44].
¿Entonces sabía Diógenes apenas mandar a los hombres o también sabía hacer? Su ἐπιστήμη δεσποτική, en todo caso, no enseñaba cómo mandar a un
esclavo capanga sino al mismo δεσπότης, era el λόγος οἰκονομικός
pero en acto, y este λόγος menos
que un manual técnico comportaba una reflexión sobre las condiciones correctas
de administración del οἶκος
dirigida al amo y no al esclavo[45]. De
manera que el papel del οἰκονόμος
se dirimía entre el filósofo y el patriarca; pero mientras los autores de
tratados económicos garabateaban instrucciones para el δεσπότης, Diógenes
no sólo ejerce ese magisterio en la práctica sino que sustituye al δεσπότης como οἰκονόμος y para colmo desde su circunstancia de
esclavo –como parte de las propiedades (κτήματα) del amo. Si se leyera su ἀνθρώπων ἄρχειν como sé manejar
gente, uno diría que estaba solicitando un puesto de capataz; sin embargo
Aulo Gelio y Macrobio aclararon que el oficio que dominaba era el de mandar sobre los libres (novi hominibus liberis imperare), lo que
equivale a la ἀρχὴ πολιτική de Aristóteles. Se diría que el ex τραπεζίτης y ahora δοῦλος más que un οἰκονόμος era un
φιλόσοφος y como tal sabía mandar a los que debían saber mandar, por lo que
habrá que colegir que más que ocuparse de los quehaceres del encargado, al fin
y al cabo indignos de un cínico, se dedicó a aleccionar al señor en esto de ser
οἰκονόμος
y δεσπότης[46]. Sócrates, filósofo libre pero pobre, ni era ni quería ser
οἰκονόμος
y aun así le enseñó a Critóbulo, gracias al modelo de Iscómaco, cómo ser uno
bueno. Su relevo hiperbólico y versión en cautiverio, este mártir del desprecio
y del deprecio de los metales preciosos, convertido en una herramienta viva que
mandaba a los libres constituyó en sí mismo, sin ir más lejos, la encarnación
profética del fetichismo de la mercancía.
Para Aristóteles el mando existía también en las cosas, y el esclavo no
dejaba de ser una suerte de cosa con alma a la vez que una suerte de órgano
aislado del cuerpo del amo. Se trata, escribe, de aquel hombre que por
naturaleza no se posee a sí mismo sino que pertenece a otro como posesión (κτῆμα),
es decir como un instrumento práctico y separado (ὄργανον πρακτικὸν
καὶ χωριστόν):
separado porque no es más que una parte del amo, aunque una porción animada y apartada
de su cuerpo (οἷον ἔμψυχόν τι
τοῦ σώματος κεχωρισμένον δὲ μέρος), y práctico o activo porque, a
diferencia de la herramienta material e inanimada, que es un instrumento de
producción (ποιητικὰ ὄργανά ἐστι), el esclavo es un auxiliar de la
praxis (ὁ δοῦλος
ὑπηρέτης
τῶν
πρὸς τὴν
πρᾶξιν). Dado que Aristóteles dice que
la vida es acción y no producción (ὁ δὲ βίος πρᾶξις,
οὐ
ποίησις, ἐστιν) y que el esclavo es una
herramienta viva o instrumento animado (ἔμψυχον ὄργανον),
hay que inferir que el δοῦλος
aristotélico sirve menos para la creación de bienes que para la vida del amo, estrictamente
para realizar su buen vivir (εὖ ζῆν),
tipo de vida que incluye mandar bien (ἄρξει καλῶς) como un ἄρχων razonable y justo
(σώφρων
καὶ δίκαιος). Veamos que, así las cosas, Diógenes
como amo de su amo no estaría dejando de cumplir su función de δοῦλος –claro que de manera
deliberada–, ya que manda sobre Jeníades con el fin de convertirlo en un
auténtico amo y hombre libre. En casos
como los de Janto y Jeníades, uno mandado por la esposa y otro poseído del mal
fenemino, en términos de Aristóteles se da una situación antinatural o παρὰ φύσιν
ya que, como afirma al pie del sentido común griego, el más apto por naturaleza
para mandar es el hombre, habida cuenta de que lo femenino (θῆλυς) carece de autoridad (ἄκυρον). Pero además, sigue el estagirita, es esclavo por naturaleza el que puede ser de otro (ἔστι γὰρ φύσει δοῦλος ὁ δυνάμενος ἄλλου εἶναι), y habría que derivar que
Diógenes gozaba de esa imposibilidad y la aventura con los piratas y el
acaudalado corintio no sería otra cosa que la mise en scène de tal impedimento. Para un cínico en realidad nadie
es por naturaleza esclavo y si Diógenes no
puede serlo se debe más bien al ejercicio virtuoso: la imposibilidad de ser
esclavo en tal caso resulta de la voluntad y no de una facticidad dada de
antemano –en cambio el esclavo aristotélico carece de facultad deliberativa (τὸ βουλευτικόν). Para Aristóteles, además de la esclavitud κατὰ φύσιν, puede existir otra κατὰ νόμον
o por violencia (βιάζω),
y así sostiene que hay esclavos con cuerpo o alma de libres y libres con alma o
cuerpo de esclavos. La dupla Diógenes-Jeníades quizá fungiría como muestra de
dicha excepcionalidad, aunque cabría preguntarse si el cínico además de alma de
libre tendría cuerpo de libre o de esclavo (porque si no tuviese cuerpo de
esclavo, de siervo de sí mismo, no estaría en condiciones intrínsecas de
autoabastecerse trabajando).
En el esclavo por naturaleza aristotélico su trabajo (ἔργον) y lo mejor de sí (αὐτῶν βέλτιστον) es el uso del cuerpo (τοῦ σώματος χρῆσις), de modo que el cínico en su
base está a un mismo nivel que él, ya que su plataforma es la obra y la
ejercitación de tipo corporal, con la salvedad de que el esclavo se caracteriza
por percibir el λόγος
sin poseerlo –es un animal racional puramente estético. Para un cínico no hay amo y esclavo más que al interior de
uno mismo, por lo que es evidente que además de saber mandarse debería saber
obedecerse (así no extrañaría que algún filósofo coreano-germánico de moda hoy
pueda acusar a este empecinado campeón del trabajo y el entrenamiento por
cuenta propia de perpetrar auto-explotación). Aristóteles observa que lo mandante y lo mandado aparece en todo (ἐν ἅπασιν
ἐμφαίνεται τὸ ἄρχον καὶ τὸ ἀρχόμενον), no apenas en los humanos y los
seres animados sino en cada cosa que sea una unidad compuesta de elementos, y añade que comportan algo a la vez necesario y
conveniente (ἀναγκαίων
καὶ συμφερόντων). Pero hay muchas formas de mandar y
de obedecer (καὶ εἴδη πολλὰ καὶ ἀρχόντων καὶ ἀρχομένων ἔστιν)
incluso en el mismo seno del individuo: en el ser vivo (τὸ ζῷον) el alma manda al cuerpo despóticamente, es decir como
el amo doméstico, y la inteligencia (νοῦς) al deseo (ὄρεξῐς) política y regiamente, y tanto
la parte y el todo como el cuerpo y el alma tienen un mismo interés (αὐτὸ συμφέρει), tal como el esclavo y el amo amistad e interés mutuo (συμφέρον ἐστί τι καὶ φιλία
δούλῳ καὶ δεσπότῃ ἀλλήλους), de lo que resulta que para este
esclavo natural sea conveniente y justo ser esclavo (συμφέρει τὸ
δουλεύειν καὶ δίκαιόν ἐστιν). A la
vez en el área de la οἰκονομία, al interior del οἶκος, el amo aplica tres tipos de mando, δεσποτική, πατρική y γαμική: el mando heril tiene al esclavo por
objeto, pero a la esposa y a los hijos se los manda como libres –sobre la
primera con un mando político (πολιτικῶς) y sobre los segundos con uno regio (βασιλικῶς). Contra la tradición socrática
Aristóteles niega que el amo tenga una misma virtud que la mujer, los niños y
el esclavo: el que manda debe gozar de la posesión de una completa διανοητικὴ ἀρετή,
se trata de una excelencia mental o intelectual, una señoría a través del νοῦς. Visto que Diógenes a criterio de Platón no dispone de νοῦς,
mal podría gozar de ese λόγος ἀρχιτέκτων que según Aristóteles define a la
virtud dianoética del que manda, de lo cual resultaría que podría gobernar su
cuerpo mas no sus apetitos, o que no estaría en condiciones de ejercer un
gobierno político o monárquico –sólo sería una psique que manda a su propio
cuerpo o un gobernante heril, privado, despótico, que manda sobre los otros
como si fueran un pedazo de él pero separado.
Diógenes,
lo muestra Laercio, se ocupa de pensar en cómo se administran (οἰκοῦνται)
de buena manera las ciudades y el οἶκος, y
considera que debe ser conforme a un idéntico rasero[47].
Una cita homérica que según varias fuentes era del gusto de Sócrates –y a la
postre de Aristipo y Aristón– fue ubicada por Diocles también en él. Tanto el
uno como el otro habrían dicho, repasando la Odisea, que hay que indagar
en lo bueno y lo malo que ocurre en casa, en los halls de entrada a la vivienda, en las aduanas del hogar[48].
La frase desde luego suena rara en boca de un exiliado sin techo dedicado a
exagerar hasta el absurdo la ciudad ideal sin οἶκος y
a desmantelar los cimientos patriarcales, matrimoniales y patrimoniales del
orden político (en boca de Sócrates vaya y pase); pero se entiende su alcance
cuando se leen las interpretaciones socráticas que dejó la Antigüedad. Con esto
Sócrates quería decir –y Diógenes lo habría suscrito– que no hay que explorar (ἐρευνᾶν) el
conocimiento de lo que está por encima de nosotros (τῶν δὲ ὑπὲρ ἡμᾶς εἶναι τὴν γνῶσιν),
ni sobre lo físico (τὰ φυσικὰ) y sobre
lo que hay después de la muerte (τὰ δὲ μετὰ τὸν θάνατον),
sino sobre las cuestiones
humanas (τὰ ἀνθρώπινα): se debe filosofar nomás sobre lo
ético (ὡς δέοι μόνα τὰ ἠθικὰ φιλοσοφεῖν), o sea sobre la
manera de dar con la felicidad tanto para el ser humano como para la ciudad y la
οἰκία (la familia,
el hogar). Tal es el conocimiento, decía, que nos hace más prudentes, justos,
valientes, sabios, bellos, fuertes y ricos (πλουσίους)[49].
Por eso en el Económico de Jenofonte él
es un pobre rico y Critóbulo un rico pobre (tándem que sería reciclado por el
de Diógenes-Jeníades). La filosofía como ética indica que para consagrarse a
los asuntos públicos primero hay que poner orden en los privados. El filósofo
se hace economista siendo ecónomo. Y como Diógenes en definitiva plantea borrar
la escisión entre tales esferas, o vive como si no existieran, el filósofo
cínico debe ser ecónomo-economista de una vez por todas y al unísono. Un ἀγαθὸς
δαίμων ha ingresado a mi morada, dijo Jeníades, y si aquel otro
ἀγαθὸς
δαίμων de nombre Crates fue rebautizado como Abrepuertas debió de ser porque ya cumplía, sin necesidad de ser
forzado por cautiverio alguno, una función cercana a esa de ecónomo-economista:
un manager familiar autoimpuesto –aunque
ahora claramente externo al οἶκος y
abierto al conjunto de la familias. Sócrates, que rechazaba la φυσιολογία de Anaxágoras
o Arquelao, dice Diógenes Laercio, al
darse cuenta de que la especulación natural no era para nosotros, se dispuso a
filosofar sobre ética en los talleres y en el mercado[50].
Crates, luego de la experiencia de Diógenes con Jeníades, avanzó metiéndose en
el porche de las casas como si no existieran puertas que las separaran de la πόλις y
del mundo.
Si en sentido estricto la οἰκονομία era gestión del hogar, en un sentido lato se
entendía como gestión de cualquier campo de acción, por eso el λόγος οἰκονομικός
no se restringía a la primera esfera. Como razona Étienne Helmer,
el éxito doméstico que enseñarían textos como el de Antístenes no era
equivalente, como parece inferir Raymond Descat, al enriquecimiento material.
La socrática es una οἰκονομία doméstico-política y ética, un saber práctico
orientado al bien por la virtud, lo cual no desentona con una
racionalización en pro del beneficio –sólo que el beneficio es holístico y no
privativamente material: tiende a la felicidad más que al incremento del
patrimonio. En cuanto a la vida regular de
Diógenes, del Diógenes callejero, su economía cotidiana de subsistencia no es
doméstica sino de mercado (no porque
esté atada al valor de cambio de productos y servicios según oferta y demanda
sino porque vive en la plaza pública, en el espacio urbano). Él es un pensador
económico en sentido moderno porque vive pensando en minimizar el sufrimiento
superfluo y maximizar el bienestar (su riqueza) según el ahorro y la escasez.
En todo caso, como mendigo, está sujeto a la oferta y demanda de donativos o de
bienes filosóficos en canje de bienes de subsistencia (ese toma y daca no deja
de suponer un mercado al menos del trueque). Su filosofía, como la economía
moderna, apunta a satisfacer las necesidades al menor costo (psíquico), pero a
la vez a establecer un límite rotundo y fehaciente a las necesidades. Marx
aspiraba a una comunidad de individuos regida por el lema de vena apostólica de cada quien según sus capacidades a cada
quien según sus necesidades, pero parece que no se preocupó mucho por lo
que preocupaba a Diógenes: la determinación rigurosa de esas necesidades. Habrá
que estimar que para Diógenes cada uno debía ser capaz de satisfacerlas (¿la αὐτάρκεια o la soga?), aunque en la práctica dependía como los necesitados
de Marx de las capacidades de las personas económicamente productivas. El
principio marxiano, basado en las comunidades del cristianismo primitivo, se
asemeja más a los principios cínicos que sustentaban la vida mendicante. La
πόλις, decía Platón, nace de la imposibilidad de cada uno de autoabastecerse (οὐκ αὐτάρκης)[51],
lo cual supondría que en un mundo de individuos de αὐτάρκεια consumada no habría ciudad. Si tal era el paraíso cínico,
Diógenes escribió las reglas para una no-ciudad, una πολιτεία del ἄπολις. La solución de Platón es la ciudad
autárquica; Diógenes, que sabría que el autoabastecimiento personal es sólo un
ideal regulador, una aspiración nunca cumplida, imaginó al cínico como un
hombre-ciudad y al universo estructurado como una πολιτεία. Su autosuficiencia
en los hechos es más bien psicológica; pero quizá su República fuera el plan para la autosuficiencia económica, para una
vida ya sin necesidad de mendigar (ni pedir ni reclamar). La αὐτάρκεια era entendida como la capacidad de proveer para las
propias necesidades con los propios recursos o como el contentarse con lo que
está a disposición, o bien como una forma de desapego para liberarse de
la necesidad superflua. De acuerdo a Phill Bosman, a la inversa de la
αὐτάρκεια de la opulencia cuyo estandarte era el sofista Hipias, Diógenes
lideró la extrema izquierda de una αὐτάρκεια de la frugalidad basada en
reducir las necesidades al mínimo. Con él no es αὐτάρκης quien tiene una hacienda que le da todo lo que
necesita sino aquel preparado para sobrellevar cualquier tipo de desgracias: invulnerabilidad
más que independencia económica o capacidad de satisfacer las necesidades, cosa
que se logra asemejándose a los dioses, a esos seres que no necesitan y habitan
un puro reino de la libertad. Pero en la práctica este divino wannabe no obstante algo necesita y
cubre ese mínimo como parásito social.[52]
Para
los filósofos de Sócrates a Jenofonte la filosofía empieza por casa y es seguro
que para Diógenes también termina en casa, con la salvedad de que el hogar está
ahora en todas partes –economía cosmopolítica– y el οἶκος propiamente dicho se diluye. La economía, la οἰκονομία, es
entendida como saber administrar la casa ampliada a la ciudad-universo: los
bienes de los dioses como patrimonio propio. El οἶκος, base de la sociedad ateniense, menos que una casa era
la estructura económica autárquica sobre la que se montaba la ciudad-Estado: sus
partes constituyentes eran el lugar físico y el conjunto de los bienes y
personas que lo integraban (amo, esposa, hijos y esclavos). Diógenes
hace de toda la tierra su única casa (ἐνέμετο τὴν
πάσαν γῆν, ὡς οἶκον ἔνα)[53]: ¿es
el primer ecologista o de amo de casa salta a amo del cosmos? De la economía
doméstica –valga la redundancia– a la geopolítica: el οἶκος se vuelve γῆ y la πόλις torna
κόσμος. Da el salto de ecónomo a economista, de la
micro a la macro, del management del
hogar y la administración de empresa a ministro de hacienda global. La
autoridad del cínico es autoridad
monetaria. Diógenes propone acabar con el capitalismo un par de milenios antes
de que exista, o tal vez descubre que en realidad ya existía. No hay otra tarea
para el filosofo-rey que la de alterar la moneda. Quien controla la economía
controla la política. El rey o la asamblea son fantasmas tíficos de la
superestructura. A poco más de dos siglos de la creación de la moneda, que
surgió tal vez para financiar las ciudades, Diógenes propone su fórmula (παραχαράττειν τὸ νόμισμα), que pareciera dar por supuesto que es la moneda la base
que estructura el conjunto de las relaciones sociales. La
revolución cínica no es el paso del capitalismo al comunismo sino más
estrictamente de la φιλαργυρία a la φιλοσοφία,
del amor al dinero al amor al saber, de la avaricia a la generosidad, de la
codicia la liberalidad. Pero la economía de la improbable civilización cínica
ya no seguiría siendo una economía
reclamística ni una economía del don en la cual se dan y reciben bienes
materiales a cambio de servicios sapienciales o filosóficos: los hombres de la edad de Zeus pasarían a vivir casi como
en la arcaica la edad de Cronos, disponiendo libremente de los bienes de sus
amigos los dioses. En fin de τραπεζίτης a φιλόσοφος se pasa de carecer de lo
que se tiene a dejar de tener y por ende de carecer (aunque para Platón, al ser
un Sócrates enloquecido Diógenes carezca de intelecto).
[1]
Doble acusación 24.
[2] «ἔθνος τούτου γὰρ οὐδέν ἐστιν ἐξωλέστερον» (Ateneo, VI 226d)
[3]
H. Michell, M. A., The Economics of Ancient Greece.
[4] Vid. Paul Millett, Lending and Borrowing in Ancient Athens; Edward
E. Cohen, Athenian Economy and Society: A Banking Perspective. Millett
considera que el negocio más frecuente, seguro y rentable de los banqueros del
s. IV no era el préstamo sino el cambio; Cohen afirma lo contrario, que el
principal negocio estaba entre el préstamo y el depósito. Hay
consenso en que a diferencia de los bancos modernos, orientados a otorgar
créditos para favorecer la empresa económica, los griegos no los daban para
impulsar las inversiones productivas (cf. M. Austin, P. Vidal-Naquet, Economía
y sociedad en la Antigua Grecia).
[5] Cf. H.
Michell, M. A., op. cit.; Raymond Bogaert, Banques et
banquiers dans les cités grecques.
[6]
Vid. Paul Millett, op. cit.;
Raymond Bogaert, La banque à Athènes au
IVe siècle: état de la question (en B. Pierre, J. Oulhen y F. Prost, Économie et société en Grèce Antique 478-88
av. J.-C.).
[7]
Plutarco, Arístides I; Laercio, II
20.
[8] Laercio, VI 53.
[9]
Aristóteles, Metafísica VIII 3, p.
1043 b 4-32; Alejandro de Afrodisíade, A
la Metafísica de Aristóteles, p. 553, 31-554, 10 y 18-33.
[10]Cf. E. Cohen, op. cit.
[11] Sobre el exilio IV, col. 3.
[12] Vid. Raymond Bogaert, Banques et banquiers dans les cités
grecques.
[13]
Teles, Sobre la riqueza y la pobreza
(4 a H) 36.
[14] «οἱ ἀσθενέστατοι
τὰ σώματα
καὶ ἀχρεῖοί
τι
ἄλλο
ἔργον
πράττειν» (República II 371c)
[15]
H. Michell, M. A., op. cit.
[16] Teón el Rétor, Ejercicios retóricos 5, p. 97, 11-101,
2.
[17] Doble acusación 24.
[18] Laercio, VI 4.
[19] Estobeo, II 31, 97;
Juan Damasceno, Selecciones Florentinas
2, 13.
[20] Estobeo, III 10, 41.
[21] Laercio, VI 82. Es posible que Mónimo
cumpliera el papel de un δοκιμαστής, el esclavo que probaba el dinero para los
banqueros –aunque de acuerdo a Cohen quienes recibían tal nombre por tal oficio
eran esclavos públicos.
[22] Laercio, VI 88.
[23]
Vid. Griechische Denker, Eine Geschichte
der antiken Philosophie III.
[24]
Demóstenes, Contra Timócrates
213.
[25] Laercio, VI 20-21; Plutarco, De la
fortuna o virtud de Alejandro Magno I 10, p. 332 a-c.; Suda s. v. Diógenes (n. 1143); Juliano, Contra los cínicos incultos 12.
[26] C. T. Seltman, Diogenes
of Sinope, son of the banker Hikesias (en Transactions of the International Numismatic Congress: Organized and
held in London by The Royal Numismatic Society June 30-July 3, 1936 on the
occasion of its centenary, edited by J. Allan, H. Mattingly and E. S. G.
Robinson, London, 1938).
[27] Filodemo, Sobre los estoicos, col. XVI, 6-9; Ateneo, VI 159 c.
[28]
Máximo de Tiro, Disertaciones XXXVI
5; Dión Crisóstomo, Discursos VIII, 16. Máximo usa a los ἀστράγαλοι en
un sentido similar hablando de Sócrates (cf. ibid. III 5 y
XII 10).
[29] República 371b.
[30] Laercio, VII 33.
[31] Id., VI 71.
[32] Charles Doyen, Les astragales de Diogène (cf. id.,
L’astragale comme symbole pondéral et
monétaire).
[33]
«οὐχ ἑστίαν
ἔνεμεν,
ἐπίλυπον
γὰρ οἰκονομία»
(Máximo de Tiro, Disertaciones XXXII
9)
[34] Cf. Susan Prince, Antisthenes of Athens.
[35] Vid. Raymond
Descat, Aux origines de l’oikonomia grecque (en Économie et société en Grèce
Antique 478-88 av. J.-C.); Jean-Manuel Roubineau, Diogène:
L’antisocial.
[36]
Jenofonte, Banquete III 8; Gnomologium Vaticanum 743, n. 182.
[37]
Pierre Bourdieu, La miseria del mundo.
[38] Cf. María Dolores Mirón Pérez, Oikos y oikonomia: El análisis de
las unidades domésticas de producción y reproducción en el estudio de la
Economía antigua.
[39]
Ps.-Aristóteles, Económico 1344a 25–26.
[40] El buen ἐπίτροπος de Jenofonte,
más allá de aprender a mandar a los operarios, no debe dejar llevarse por el
alcohol, el sueño y los amoríos, debe tener una noción de la justicia según las
leyes de Dracón y Solón y debe ser ἐπιμελής, φιλότιμος y un
φιλοκερδής medido, o sea
cuidadoso o diligente, honroso o propenso a la emulación y tener una controlada
ambición de lucro.
[41] Cf. Jenofonte, Recuerdos de Sócrates
III 4; Platón, Político 258e-259b.
[42] Política I, 7, 1255b 23-37.
[43] «¿Qué más debe saber él que lo que sé yo?» (τί αὐτὸν καὶ δεῖ ἄλλο ἐπίστασθαι ἢ ἅπερ ἐγώ) (Jenofonte, Económico XII 4)
[44]
La tarea del amo aristotélico no es enseñar al esclavo a trabajar (ἀλλ’
οὐ τὴν
διδασκαλικὴν ἔχοντα
τῶν ἔργων)
sino velar por su virtud, ser el responsable o la causa de ella (ἀρετῆς
αἴτιον εἶναι
δεῖ τῷ
δούλῳ τὸν
δεσπότην) –virtud que consiste en obedecerlo bien y realizar el trabajo sin
intemperancia ni cobardía (Política
I, 1260b-1259a-b).
[45]
Cf. Étienne Helmer, Oikonomia:
Ancient Greek Philosophers on the Meaning of Economic Life.
[46] Pero si lo que sabe es ἀνδρῶν ἄρχειν (y no tanto ἀνθρώπων ἄρχειν), lo que podría
entenderse no como mandar a cualquier humano sino a los varones adultos o
puntualmente a los esposos, la tarea de Diógenes podría haberse concentrado en
enseñar a Jeníades a gobernar sobre su mujer o sobre el hogar propiamente dicho
(cf. Laercio, VI 29).
[47]
En este caso no la música sino el juicio, el conocimiento (γνώμη)
(Laercio, VI 103).
[48]
«Δεῖ ζητεῖν
ὅττι
τοι ἐν μεγάροισι κακόν τ᾽
ἀγαθόν
τε τέτυκται» (Laercio, VI 103; cf. Odisea IV 392)
[49]
Temistio, Oración 34, 5; Eusebio, Preparación evangélica 15, 62 7-11.
[50]
«γνόντα δὲ
τὴν φυσικὴν
θεωρίαν μηδὲν
εἶναι πρὸς
ἡμᾶς,
τὰ ἠθικὰ
φιλοσοφεῖν ἐπί
τε τῶν ἐργαστηρίων
καὶ ἐν
τῇ ἀγορᾷ» (Laercio, II 21)
[51] República II, 369b.
[52] Cf. Philip Bosman, Ancient Debates on Autarkeia and
Our Global Impasse.
[53] Máximo de Tiro, Discursos filosóficos XXXII 9.
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