“L’ antiphilosophie de Wittgenstein” de A. Badiou (Resumen tendencioso)
Wittgenstein
antifilósofo
Un
panorama a grandes rasgos del primer curso. El relato comienza con Wittgenstein
reconociendo une
part de vérité en Nietzsche, y sintiéndose gravemente afectado por
la hostilidad del alemán hacia el cristianismo: para Wittgenstein el
cristianismo es el único camino hacia la felicidad. Esa parte de verdad es la “antifilosofía”,
lo que comparten Nietzsche y Wittgenstein. Por antifilosofía, en principio –y
siendo que no es una palabra que uno o el otro hayan empleado–, se entiende la “descalificación de los
enunciados históricos (o historiales, más correctamente) de la filosofía” (disqualification des énoncés historiaux de
la philosophie). Esos enunciados –grosso modo, todos los que existieron–
para Wittgenstein no eran falsos u obsoletos (faux, erronés, périmés ou errants) sino absurdos y a la par malos (mauvais), perjudiciales (néfastes), figuritas propias del desastre
del pensamiento. El asunto, en ambos, no era superarlos ni refutarlos sino
denunciarlos. Para uno y para el otro la filosofía es rotundamente la ruine de la pensée. En el caso de Nietzsche,
como se sabe, voluntad de nada (volonté
de néant), nihilismo, exercice de la puissance du
prêtre (poder o potestad del sacerdote); en el de Wittgenstein, néant de sens, discursivité
absurde, confusion de la pensée et de la non pensée: exercice
déchaîné de la puissance de la langue (ejercicio del poder desenfrenado de
la lengua). En Nietzsche
en particular, la antifilosofía no consiste en criticar la filosofía de los
otros sino a la filosofía sin más vueltas, figure
néfaste, ou comme avatar du prêtre, ou comme
décomposition de la force vitale de la pensée… La filosofía no es falsa ni
ilusoria sino apenas “criminal”. Así entendida, la antifilosofía en general es
un desmontaje de los enunciados de la
filosofía, incluyendo sus métodos pero también –y con particular énfasis, se
diría– su subjetividad; propone un ataque a sus pretensiones teóricas y a su
categoría de verdad. Un detalle
primordial es que ve a la filosofía menos como una proposición teórica que como
un acto: la vraie nature de la philosophie est de l'ordre de l'acte. (Ce qui se comprend bien, parce que si vous voulez la qualifier de
mauvaise, vous devez la déterminer comme action et pas seulement comme une
proposition théorique.) (Se entiende, ¿no?) Pero también, por su parte la
antifilosofía es un acto, un acto nuevo, inédito, extra o supra-filosófico a la
vez que exegético, que viene a sustituir la operación degradante, nociva y
abyecta de la filosofía. En ese acto se erige la “filosofía” de los
antifilósofos, lo que ellos llaman su filosofía (ya que eran, por decirlo en
terminología de la tradición patafísica, antifilósofos
inconscientes). La antifilosofía entonces –según entiende Badiou que la
entendían sus gestores– es aquello que surge del interior de la filosofía –y no por fuera–
como su descalificación o descualificación en virtud de un proceso radical a la
filosofía, no como una nueva refutación más. Los antifilósofos escapan de ese
juego atávico donde la historia de la filosofía es la historia de la refutación
de unas filosofías con otras.
En cuanto a Wittgenstein, los enunciados historiaux de la filosofía no son ni verdaderos ni falsos; son absurdos –sinónimo de “inconsistentes”, término caro al lenguaje autoral–, carecen de sentido: la filosofía no es un pensamiento porque un pensamiento es, según una proposición del Tractatus, la proposición que tiene sentido. Lo que se llama filosofía, en la fórmula del ingeniero austríaco, es otra cosa; muy simple: charlatanería, un ejercicio del chisme (la palabra de Badiou: bavardage). La filosofía, dice la proposición 4.112, no es una teoría sino una actividad, la práctica consuetudinaria de proferir chismes seudo-teóricos; un confusionismo que vende gato por liebre, no-pensamiento por pensamiento. Le bavardage, cháchara, es la ruina del pensamiento y su enemigo. Contra el parloteo, Wittgenstein opone su acto nuevo: el “elemento místico”, una abstracción silente –dice Badiou. El chisme es la esencia del mal, y el silencio el acto supremo; pero ese silencio no es nomás interrupción de la charada sino mostración –de lo que no puede decirse. La proposición 6.522 dice: “Hay, ciertamente, lo inexpresable, lo que se muestra a sí mismo; esto es lo místico”. Lo místico, indicación (monstration) silenciosa, no es pensamiento, es lo impensable e indecible y es el acto decisivo de la antifilosofía de Wittgenstein. El enemigo del pensamiento no es lo falso, como lo sería para el arcaico filósofo contradictor, sino el pensamiento de lo que no se puede pensar. A continuación, Badiou relaciona todo este asunto austríaco –a lo mejor confusamente– con el encantador, famoso poema de Pessoa (Caeiro) “O Guardador de Rebanhos” y su frase “bastante metafísica hay en no pensar en nada”. Me gustaría contestar que Caeiro no era precisamente un poeta críptico, pero era un poeta, en definitiva; no gozaba lo suficiente de ese furor explicativo, demostrativo, o –aunque más no fuere– mostrativo del sr. L. W. Según Badiou, donde éste dice elemento místico, Caeiro dice metafísica (Lástima que no se tomó el trabajo de leer a Fernández para descubrir una verdadera Tractatus-Terapia en torno a la metafísica y la mística literalmente.). L'élément mystique no es destrucción del pensamiento sino no-pensamiento que deja en reserva al pensamiento. La “actividad antifilosófica” de W –algo claro en los fines explícitos del Tractatus–, a la vez que la operación wittgensteinienne fondamentale, es la elucidación de lo decible (un poco de aliteración no viene mal para entretenerse traduciendo). Pero, claro, parece que a W (de ahora en más léase Wittgenstein) le interesaba más lo místico que el asunto de discriminar decible de indecible (: La clarification du dicible est l’acte lui-même, mais l’enjeu de l’acte n’est pas en soi la clarification du dicible, mais c’est l’indicible, l’élément mystique, c’est cela qui compte vraiment.). He aquí la archi-esthétique, el rótulo con el que Badiou etiqueta el “acto antifilosófico” singular de W. Por su parte, Nietzsche proponía un acto archi-político: partir la historia del mundo en dos.
Vuelta a una temática que parece ser cara
a los antis: el cristianismo. En el “cristianismo”, según W, se juega el sentido
de la vida. Ese sentido se da en la suspensión del pensamiento que establece el
buen no-pensamiento de la consagración al elemento místico. Acá surge el asunto
de la “santidad” en W. Dice Badiou –y estos son los detalles que más interesan
a nuestros fines espurios– que W estaba convencido de su propio genio y
gozaba por esto de una “susceptibilidad histérica absoluta” que lo llevó a
pelearse con todo el mundo. Estaba rodeado de idiotas que no lo entendían,
pensaba. El sentido de la vida y el del mundo son lo mismo y son lo que le
importa realmente. Lo que sucede es que no hay una proposición –con sentido– de
la cual ese sentido pueda inferirse. En un cuaderno previo al Tractatus, anotaba: el
sentido del mundo, o de la vida, puede llamarse Dios. Dice B que para W esto
comporta una opción, una posibilidad, porque no hay sentido del sentido; pero
no puede ser legitimado. El cristianismo en W entonces es une figure du non philosophique; es algo del orden de lo mostrativo e
indecible, no de lo propositivo. No se puede enunciar pero sí mostrar. Por
medio de la literatura, por ejemplo, ya que –dice B– las referencias de W al
cristianismo son literarias: los rusos Tolstoi y Dostoievski. E incluso
lee los Evangelios como escritura y obra de arte, y de hecho, presenta al Tractatus como una obra filosófica y
literaria, artística. Lo que tiene que ver con que no hay, según el Tractatus, proposición moral. Con esto
se cierra el 1º Curso.
Acte et matière
B
propone no dejarse atrapar por los elementos evidentes del interés de los
antifilósofos –los tópicos de sus seudo-doctrinas–, porque el “acto esencial” va
por otro lado que el interés. Lo contrario sería surimposer à l’antiphilosophie une grille
philosophique. Y
eso es una trampa, capture. El “interés
explícito” en Nietzsche, por ejemplo, es el arte, en W la lógica-matemática, en
Pascal la religión; en cambio, “la naturaleza del acto antifilosófico” –he aquí
la tesis original– es archipolítica
en Nietzsche, archiestética en W, archicientífica o archimatemática en Pascal.
Entonces Nietzsche no aparece como filósofo de la vida como arte, ni W como
filósofo de las matemáticas, la lógica y el lenguaje, ni Pascal del
cristianismo. Hay que distinguir acto y materia del acto. En Nietzsche, el acto
es archipolítico y el tema es el arte. En W, el acto es archiestético y el tema
es la lógica-matemática. En Lacan, la materia es el amor y el acto sería
archicientífico (En Nietzsche, por ejemplo, la materia es al arte, pero el acto
no es del orden del arte sino de
Abyección,
tentación, y suicidio
A continuación –estamos ya hace un rato en el 2º Curso– se expone “una especie de
matriz subjetiva” de la antifilosofía: la
tentación, un tema cardinal, se dice, dado que para la anti “el problema de
la humanidad” es una correlación fundamental ente abyección –le
régime général de l’humanité– y tentación. Le problème de l’humanité pour un antiphilosophe
c’est cette corrélation fondatrice entre tentation et abjection. La antifilosofía acusa a la
filosofía de ser una argucia para evitar la tentación, de lavarse las manos,
ignorarla, pasarla por alto, borrarla, sublimarla, no reconocer su existencia o birlarla. Ante la tentación, la antifilosofía es frontal; la filosofía se
hace la distraída. Claramente, a esos fines Pascal utiliza la categoría de divertissement, entretenimiento. Rousseau,
por su parte, escribe las Confesiones
en buena medida pour manifester la
tentation centrale de l’existence, ya que la filosofía esquiva el bulto. En
Nietzsche la tentación es el nihilismo, la voluntad de nada y la decadencia. Y
para Lacan la filosofía es aquello que está para evitar el asunto de la jouissance, del goce (il définit la philosophie comme ce qui évite la
question de la jouissance): la tentación del “sujeto” es
la de ceder a su propio deseo. Para W es el suicidio. B había arrancado en el
primer curso analizando la frase de W “la guerra me salvó”. Del suicidio lo
salvó (cita a Durkheim: durante la guerra se suicida menos gente). Eso era
también la antifilosofía para W: una terapéutica contra la tentación del
suicidio.
Los
locos malos y la actualidad en filosofía
Otro asunto de la anti, desarrollado en el Curso 4º, que vendría a ser de gran utilidad para la filosofía: la antifilosofía tiene por “función esencial” fijar para la filosofía un “imperativo de modernidad” que la filosofía no construye nunca por sí misma. Una filosofía siempre es vital, activa, real, o sea no académica, en definitiva, para poder ser contemporánea de una o unas cuantas antifilosofías. Intentando ser contemporánea de la antifilosofía en vigor, puede ella misma ser de su tiempo, ser en sí contemporánea. Al año en curso del curso, eso significaba ser contemporánea de Nietzsche, Lacan y Wittgenstein. Y acá –ya promediando tal Curso 4º– algunos detalles pintorescos más de la subjetividad de los antis. A diferencia de lo que concierne a la apariencia de los presuntuosos sofistas, los antis no parecen expertos; son menos hábiles, y otra cosa: no son buena gente, no son tiernos, tienen algo de brutos y salvajes, y se dedican a poner a prueba a los filósofos haciéndolos pasar por un suplicio, una vía crucis con azotes verbales en forma de injurias, burlas y agravios. Son locos violentos –dice B–, pero con inventiva: creativos. Y soportar tal prueba es absolutamente necesario para la filosofía. La antifilosofía es una guía, una prueba dolorosa, una tortura, pero también una necesidad (une guide, une épreuve, un supplice pénible, mais une nécessité). Y es una prueba para el querido filósofo martirizado porque es una confrontación cuerpo a cuerpo con un tipo que le dice en la cara –si no lo tutea– ¡Usted es un horror! («vous êtes un affreux!») El paso siguiente es la distinción entre antifilosofía y sofística.
Antifilosofía
y sofística
Este “antifilósofo” formateado por Badiou es un tercer
personaje de su propio cuño que se mete en el teatro platoniano dominado por la
pareja filósofo-sofista. La antifilosofía, este nuevo tercer término no
platoniano, se excusa, es una “disposición singular irreductible”. Lo que en
caló sociológico llamaríamos “el campo filosófico” contemporáneo, es un espacio
triangular donde la filosofía propiamente dicha interactúa con la anti y la
sofística, y estos dos vértices o lados le son de cierto provecho, le son
imprescindibles primero que nada porque son, ahora en el severo argot de
Badiou, “el campo de determinación de la historicidad de la filosofía” (le champ de détermination de l’historicité de la
philosophie).
Ya por la vía del discurso o la del acto, instan a la filosofía a rehacerse, a
alcanzar su “modernidad”. Pregunta magistral formulada en el 5º Curso: Quelle
peut être l’historicité d’une philosophie qui endurerait l’épreuve de
l’antiphilosophie de Wittgenstein?
Siempre hay
una mimética discursiva de la filosofía –se lee– donde es abandonada
completamente la categoría de verdad y cuyo fin es imitar, hacer un símil de la
filosofía, pero como un cuerpo muerto (mimer
la philosophie sous la forme d’un corps mort). La sofística es el cuerpo retórico muerto de
la filosofía (La sophistique, c’est le
corps rhétorique mort de la philosophie). Y como se parecen mucho a primera
vista, se hace muy difícil, en las sombras, distinguirla de este doble
cadavérico. La
sofística es el espejo que devuelve la imagen retórica de la filosofía
despojada de su acto. “Définitions provisoires”: SOFÍSTICA: es una categoría, régimen de discurso, como
tal indistinguible de la filosofía. Este régimen
discursivo tiene los recursos de un arte narrativo o ficción de arte.
Considerada la filosofía estrictamente desde el punto de vista de su régimen
discursivo, no puede discriminarse de una sofística cualquiera. La sofística no
es sólo negativa: también, como la anti, desarrolla la modernidad de un régimen filosófico: la sofística también es educadora de la filosofía en términos de
modernidad. Lo que está ausente en ella es el acto filosófico. Le régime discursif est indiscernable en
soustraction de l’acte ou, pour le dire autrement, l’opération d’une catégorie
de la vérité est soustraite. Es una mímesis de la filosofía, mímesis que
sustrae la categoría de verdad, y es “coextensiva” a la opinión porque hay
sustracción del acto de incautación –saisie– filosófico (saisie es un término talismán, se parece
al seizing, seizure del inglés, y supongo que se traduce como toma, captación o captura). Es
algo así como una filosofía de la opinión, del régimen de opinión existente –mientras
que la filosofía es “ruptura” con la opinión. Provee los recursos formales de
la conversación de opinión, y produce la opinión como concepto (seudo-concepto).
ANTIFILOSOFÍA: una disposición destinada a desacreditar el acto filosófico en nombre de otro acto. La sofística es una mimética discursiva que sustrae el acto, y la antifilosofía reconoce, al contrario, el acto filosófico. Denuncia o critica en nombre de otro acto y no en nombre de la homogeneidad del dispositivo discursivo en sí. Es un acto contra otro considerado nefasto, perjudicial o una patología –del pensamiento. Para Pascal, la filosofía cartesiana es una forma sofisticada y enmascarada de entretenimiento, la forma conceptual del entretenimiento. Para Rousseau, la filosofía de Voltaire y los enciclopedistas es la doctrina de los méchants (impíos) –la méchanceté (maldad) no es una injuria sino un concepto. Para W, la filosofía es un régimen de lo absurdo, un enfermement maladif que precisa de una terapéutica. Para Lacan, es psicosis y un endurecimiento de la postura del Maestro o Amo (un raidissement de la posture du Maître). Finalmente, pour l’anti-philosophie, la philosophie est appréhendée, dans son acte, comme pathologie. Filosofía = patología. (“Eso llamado la segunda filosofía” de W –dice B mucho más adelante– es una “antropología terapéutica de la enfermedad filósofica y una doctrina flexible y ramificada del fenómeno del lenguaje”.)
Dos “disposiciones” entonces: 1- de
diagnóstico, 2- terapéutica. 1 (diagnóstico): En toda antifilosofía hay una clínica de la filosofía: diagnostica
el carácter patológico de su acto. La pregunta del antifilósofo es ¿dónde está
la filosofía?; no la filosofía meramente como dispositif livresque, sino –se lee– desde la perspectiva del sujeto
mismo. Es en ese momento que se produce, parece, una “coalescencia (fusión)
transitoria” entre antifilosofía y sofística: cuando se trata de hacer el
examen del dispositivo discursivo de la filosofía, la anti se agarra de los recursos
del mimetismo sofístico. El lado sofístico de la antifilosofía es su versant de diagnostic, vertiente de
diagnóstico. 2 (terapéutica): Acto contra acto: la antifilosofía no es
simplemente una disposición analítica, su causa primordial viene a ser velar
por la salud del infectado por la filosofía (le salut de celui qui est infecté par la philosophie) (salud –salut–, en francés, es sinónimo de
salvación). Le interesa tanto el diagnóstico como la terapia. El antifilósofo n’est jamais celui qui pense que le savoir
guérit (nunca es aquel que piensa que el conocimiento o saber cura). Es ese
tema de Nietzsche de curar de la enfermedad Platón; no le basta con saber que
el nihilismo occidental es una de sus figuras: ha menester más que un
diagnóstico. La filosofía moderniza su dispositivo discursivo en virtud de la
sofística; la identificación filosofía-sofística corresponde al protocolo
discursivo. En cambio, la identificación filosofía-antifilosofía corresponde al “régimen
del acto”: la contemporaneidad de la filosofía se mide en la superposición (surimpression) –éducatrice– que ejercen sobre el acto las
antifilosofías de su tiempo. Por lo tanto, a la fecha el acto filosófico se
mide de acuerdo a dichos actos archipolíticos, archiestéticos y
archicientíficos.
La antifilosofía no es una sofística pero
está “investida”, involucrada, mejor, con ciertos protocolos sofísticos.
Tres características de identificación con la sofística: 1- La remisión en la
evaluación de los enunciados a la pregunta por el quién: a quién benefician, a
qué poder “reenvían”. Esto es la clasificación de los enunciados o dispositivos
discursivos de acuerdo a su tipo subjetivo de enunciación (un sesgo escolástico,
dice B). 2- La postulación de que no hay ningún principio o axioma en sentido
fuerte para el pensamiento, sino ficciones, poder y retórica. 3- Que la
matemática no es un pensamiento sino un formalismo, una gramática de signos, un
dispositivo de convención, un régimen singular de la ficción, una jerga
particular. Para W –se deja leer en el Curso 12º–, las matemáticas son “el punto de apoyo fundamental
de la ilusión filosófica”. (Un minuto para el ítem 3: Para curar de la
enfermedad filosófica, los antis consideran necesario destituir a las
pretenciosas matemáticas. Para toda antifilosofía la matemática plantea un
problema: ¿se trata de un verdadero pensamiento? Tesis absolutamente recurrente
en toda anti: no, no se trata. ¿Entonces qué es? Es cálculo, es parte de la
lógica, etc. Tal indistinción entre lógica y matemáticas está ligada a la
cuestión del sujeto, y esta cuestión en W –dice B– se manifiesta en una furia extraordinaria y sintomática que lo acompaña
de por vida. Si la matemática es un pensamiento, es un pensamiento asubjetivo,
y en tal caso habría valores de verdad independientes del enunciado, o sea del
sujeto como límite y correlato del mundo. Pero para la anti en general, no
existen los enunciados asubjetivos, o sea no asignables al quién de la pregunta
por quién los enuncia. No hay enunciado disociable de su enunciación –el
mundo/sujeto, para W. Para él, para W, la matemática –ecuacional, calculativa y
lingüística– no sólo no trata sobre el mundo ni es un
pensamiento, sino que no dice nada. Es en general “una tautología de
sustitución”: A = B. “La reducción de la matemática a la lógica está
intrínsecamente ligada a la cuestión del sentido y no-sentido de la metafísica”
–o sea à la question de la possibilité
d’un dire qui ne soit pas exactement du monde. Si la matemática es un
pensamiento, el platonismo tiene un sentido, y eso es terrible –dice el pillo B–
para un antiplatonista. Para N y W la matemática es una lógica vacía. Ningún
decir puede ser transmundano o heterogéneo del mundo, sólo un acto. Y otro tema
bien macedoniano: la matemática como pensamiento perpetúa la posibilidad de la
metafísica, esto es: bloquea la posibilidad de la ética del silencio o del
elemento místico. Si la matemática es un pensamiento, no hay garantías de que
la metafísica sea un nonsense: es
indispensable reducir la matemática al no-pensamiento para sostener a la
metafísica como sinsentido.)
Ahora sobre la mentada “saisie”
un par de cosas: la sofística obra una détente
de la saisie,
relajación, y la antifilosofía una surtension,
sobretensión: au nom de laquelle on
déclare ce caractère néfaste et égaré de la philosophie, en cuyo nombre
declara el carácter nefasto y extraviado de aquella. La
sophistique opère une détrempe, un ponçage insidieux de l’acte qui fait que la
saisie est complètement détendue (que lo traduzca otro). El “acto antifilosófico”, para
cerrar, es une espèce de suppressión
(supresión): hay una verdad no filosófica de aquello que la filosofía enuncia
como su acto, la saisie en vérité.
Aquel acto es el colapso o implosión del acto filosófico. No se trata de una
verdad filosófica en general sino de una
verdad no filosófica de la verdad filosófica en sí misma.
La
obra de arte truncada contra el sistema:
el
estilo como manera de autoautorizarse
Contra
el sistema de los filósofos, los antis traen la obra. Si bien, como nadie
parece dudar, hay “obras filosóficas”, no está en la esencia de la filosofía
–se lee casi textual– el presentarse como obra, como sí lo está en el
gesto anti, que se propone como obra de arte y concibe al pensamiento como tal,
pero con la curiosidad de une procédure
d’inachèvement: una obra inalcanzable organizada fragmentariamente. L’anti-philosophie, elle, est normée par le
principe de l’oeuvre, et précisément car elle est anti-philosophie ce principe
de l’oeuvre est aussi travaillé du dedans par un principe d’inachèvement.
¿Por qué los antifilósofos son grandes escritores y polemistas? Porque son
aquellas gentes que hablan en nombre de sí mismos y no en
nombre del destino epocal del ser. Por eso se
ponen en escena en el protocolo de su discurso y se manifiestan como
singularidad, no como la voz del ser por mor de un metalenguaje. Están obligados a tener un estilo –manera por
la cual pueden llegar a autorizarse por
sí mismos, como un sujeto preso en su deseo, como palabra viva, y no como
racionalidad objetiva de acuerdo a lo universal abstracto, al ser, o al
movimiento de la historia. De todos modos, siempre hay un momento en que el acto se muestra desnudo
al antifilósofo (l’acte se montre à nu)
y deben acudir a “ese punto de imposible”. Esto los convierte en héroes –héroes
de su propio pensamiento–, porque deben pagar con su
propia persona. El silencio de Lacan equivalente
a la locura de Nietzsche, es el momento en que el dispositivo discursivo
desaparece.
Teoría
rígida del lenguaje vs. poesía contemporánea
El análisis del nudo filo-antifilo predispone a una
investigación sobre los límites y las potestades del lenguaje. La doctrina del
lenguaje en un anti es la salvaguardia del acto. Todo anti propone una teoría rígida del lenguaje, la de W
dice que no hay nombre para los estados de cosas. En su destino, el de los
antis –leo–,
siempre hay un momento en el que se ataca la doctrina central de la lengua que
les es inmanente: toda antifilosofía hace valer contra la discursividad
filosófica, contra el tipo de discurso de la filosofía, un punto irreducible
que corresponde a otro protocolo, que es un protocolo de mostración –algo
explícito en W, pero que ocurre siempre en otros antis. Toda antifilosofía
tiene una teoría de la descripción, entendiéndose por descripción un protocolo
lingüístico (langagier) de la
mostración, la posibilidad que lo mostrado tiene de ser designado y hacerse al lenguaje. Así la teoría de la proposición de W es una descripción lógica de las
descripciones empíricas: una descripción de la descripción o de la capacidad de
describir. En el Curso 8º, B repasa la ignorancia o indiferencia de W respecto
del arte de su tiempo, que no necesita de su pensamiento lo mismo que éste no
tiene en cuenta al arte en boga (También Nietzsche, el del acto archipolítico,
era ajeno a la política de su época.). Dice que percibía al arte contemporáneo
como una manifestación propia de una época de decadencia –idea ligada a la
“decadencia de Occidente”de Spengler. El lugar, en su teoría de la proposición,
de la relación del nombre con el objeto simple y los estados de cosas, es
insostenible en aplicación a la poesía contemporánea, cuyo axioma, según B, es
que todo estado de cosas puede tener su nominación. La poesía –denota B– pensada como ensamble de proposiciones es poesía
piadosa. Mais
le poème est une construction de nomination, c’est une déclaration nommante. A la poesía –habla B– no le interesa la nominación de lo simple sino de toda complejidad
posible: el poema –que no es una descripción– por su sola existencia se opone a la tesis de W. La poesía es nominación
de los estados de cosas: en Trakl (amigo de W, dicho sea de paso) la muerte
–cita su “Salmo”, lo que llamaríamos llanamente un “poema descriptivo”–: no se trata de una descripción o de un decorado de
proposiciones sino de “la construcción de un nombre para la muerte como estado
de cosas”. El poema no es descripción de
estados de cosas sino invention de
nomination, nominación inaudita que es también pensamiento. Pero para W la nominación no es
pensamiento.
Wittgenstein
según Rorty y Lacan según Badiou según uno
A continuación viene un análisis de cómo Rorty y
Lacan descifraron a Wittgenstein, es decir cómo evaluaron al antifilósofo un
sofista por una parte y otro antifilósofo por otra. Rorty desde un artículo de Consequences of Pragmatism –traducido al
castellano como “Conservando la pureza de la filosofía”–, Lacan en El Reverso del Psicoanálisis. Un caso de
“relajamiento” y otro de “sobretensión”. Porque en Lacan hay une surtension de la saisie y una surtension de la categoría de verdad,
que está desacreditada. Discréditée.
En cambio, el bueno de Rorty apenas propuso un détendre de les choses a base de tontería e inocencia, dice don B. Porque
acusaba con su típico ironismo de vano liberal al pobre W de tener la voluntad
de “querer conservar pura la filosofía”. El sofista Rorty acusa al antifilósofo
Wittgenstein de filósofo, se trata de une
tentative de saisie sophistique de Wittgenstein. El antifilósofo Lacan
acusa al antifilósofo Wittgenstein también de filósofo, por no hacer buena
antifilosofía (une tentative de saisie
anti-philosophique de Wittgenstein). Para Rorty, W todavía es demasiado
filósofo, cree en la ontología; y por otro lado es un artista puro que escribió
una sátira de la filosofía, por lo que Rorty plantea dejar de lado al W del Tractatus, que creía ser como Platón o
Kant, y agarrar al otro W: un
escritor crítico,
que escribió una sátira ingeniosa para llevarnos de regreso a una concepción modesta de la conversación democrática. ¿Lacan de qué
lo acusa por su parte?: de una “ferocidad psicótica”. Rorty lo ve como un escritor y satírico y Lacan como un filósofo cuya
escritura manifiesta un rasgo de locura. Del Curso 4º en adelante se exponen entonces tres
tentativas distintas de secuestro de
W: sofística, antifilosófica y filosófica. La tercera es la del autor, une saisie
philosophique.
W acogido
como sofista, avec Rorty, es un W
cuyo interés principal es manifestar una resistencia obstinada a la
integralidad de la tradición cultural que hizo de la verdad una virtud medular.
B establece tres tesis de R (ya Rorty) acerca de W: a) que es el Kant
contemporáneo, b) que no es el fin de la filosofía, y c) que es un escritor
satírico. En líneas generales, lo que hace
con W el sofista yanqui es birlarle el acto propio (il va le couper de l’acte, ie se livrer à l’opération de détente),
diciendo que cuando está en su mejor momento W es un escritor satírico, un
polemista, un antifilósofo pero sin actos; et
quand il engage son acte, c'est qu'il n'est pas au meilleur de lui-même: y
cuando perpetra su acto no se encuentra en lo mejor de sí. “La mejor manera de
interpretar la ‘resistencia’ wittgensteiniana ‘frente a la ciencia’ –se lee textualmente
en el artículo de R– es, en mi opinión, extenderla a
toda la tradición cultural que hizo de la verdad –un puente tendido sobre la
vaguada que separa al hombre del mundo– un valor central.” La solución
es pasar de esa “pureza” mala a “la purificación que uno siente cuando se ha
liberado de la necesidad de contestar preguntas incontestables”, anotó R allí.
Sobre a) Para
R, W es al s. XX lo que Kant al XIX; pero para B, Kant (que podría pasar a ser
K) no es un antifilósofo: apenas es un filósofo que contiene cierta
discursividad antifilosófica en filigrana. Kant tiene su propio antifilósofo
que es Hume, quien sin embargo tampoco fue antifilósofo. La eventual antifilosofía
de Kant es nomás un momento interno de su “filosofía crítica”. B encuentra que
el alguna vez llamado “chino de Königsberg” tuvo la grandeza de haber
comprendido que la “identificación de la filosofía supone el hilo inmanente de
la antifilosofía”. Sobre b) B dice que a los antis no les interesa la temática
fúnebre y magistral del “fin de la filosofía”, eso es cosa de filósofos como
Heidegger. Para los sofistas, los antis son filósofos porque remiten en última
instancia, al igual que estos últimos, la discursividad al acto. Tranquilamente
Rorty los puede poner en la misma bolsa porque son dos obstaculizadores o
interruptores de la perpetuación del diálogo democrático. Y al final, para el
final, la más linda tesis del profesor Rorty, c) la tesis de lo positivo que
encuentra en W, se podrá decir. Dice B que dice R que W, cuando no está mal de
la cabeza creyéndose que es un colega de Platón y Kant, y hace caso omiso de la
Kritik, se limita a mostrar mediante
ejemplos cuán insolubles son los problemas tradicionales, cómo están basados en
una terminología que parece tener el abierto propósito de imposibilitar su
solución, cómo suscitan preguntas que sólo pueden formularse en esa
terminología y cuán patético es todo aquello (“se limita a ridiculizar la idea
de que haya aquí algo que requiera explicación”). Como decir: es, a la par que
un escritor satírico anarcoide, un pragmatista rortyano avant la lettre.
Si al
antifilósofo se le sustrae su acto –retruca el autor, o sea B–, el saldo será una escritura
polémica (“Si quieren grandes palabras –dice B–, se llama deconstrucción.”).
Esta escritura literaria polémica, aislada de su acto, pasa a funcionar como un
hecho cultural (fait culturel). La
“disolución polémica de la categoría de verdad”, propia del gesto o gesta sofística,
se presenta como una norma de época, acusa B, que se enuncia como el fin
cultural de una tradición cultural. Todo cultural. La antifilosofía, con su
acto suprimido, se convierte en emblema
de una mutación cultural que obra el paso de una cultura de la verdad a otra
cosa que R evoca como “advenimiento de una cultura post-filosófica”. Un
antifilósofo sometido a la operación sofística, con el escamoteo de su acto
propio, se convierte en un post-filósofo. Todo esto en la jerga llana de Rorty (“sofista
hábil, conceptual y refinado”) que Badiou aborrece de manera evidente, tanto
así que comienzan a aparecer en la trascripción del curso las risas entre
paréntesis (“(Rires)”), como esas que
escriben los periodistas en los reportajes. La risa de los serios, y no quizá
esa risa “borgeana” con que fanfarroneaba Foucault, más bien heredera de la de
los budistas que había desempolvado el sosias Gilles Deleuze en su Lógica. (Sobre la seriedad-Badiou
volveremos en otro episodio.) Postphilosophie est un nom
culturel del
que gusta el “etnocentrismo mesurado” de los american sophists. W le sirve a R para legalizar su pragmatismo de
la conversación irrestricta (si no se restringe la conversación, lo que se
restringe es el acto, dice B).
Es curiosa la disparidad entre sendos diagnósticos de la cuestión-W: el de Rorty y el de Lacan parecen contradictorios –“agudo contraste”, dice B. Porque el pragmatista muestra “una visión pacífica”, la de un escritor satírico contra la cultura occidental de la verdad; pero Lacan, más bien al contrario, más bien casi exactamente al contrario, lo ve a W como un filósofo que quiere salvar la verdad, veut sauver la vérité, que tal es la razón de su ferocidad psicótica: quiere salvar a cualquier precio la verdad. Los antifilósofos –sentencia B– tienen por costumbre no reconocerse entre sí y por otra costumbre producir interpretaciones contradictorias. Son tres las cosas que “valida” Lacan de W: la disyunción entre sentido y verdad –el ¡cariz inhumano de la verdad!–, la subjetividad antifilosófica como tal, y su teoría del sujeto como ponctualité disparaissante (puntualidad desapareciente, pongamos). Trataré de extraer de acá en más lo que cuente a nuestros modestos y turbios fines, no viene al caso abrumarnos con Wittgenstein y Lacan mancomunados en confrontación. Entre ambos antis hay apenas una complicidad atemperada, moderada, tercia B. Lacan se hace cómplice del acto de W de desacreditar a la filosofía según su lugar de enunciación; es el asunto de la detección –en palabras de Lacan– de la canallada filosófica, a saber: el supuesto de que existe un metalenguaje, i. e. querer ser el Gran Otro. Apenas eso. La subjectivité antiphilosophique para Lacan, según puede referenciarla en Wittgenstein, es “designar la filosofía como la cuestión de la ocultación de la verdad”. La verdad no puede ser una propiedad. La canaillerie consiste en eso, en querer hacer de la verdad una propiedad del lenguaje, ocultar la verdadera cuestión de la verdad (en relación con el deseo). Es canalla cualquiera que supone la identidad en el ser. La canaille philosophique se supone idéntica a sí misma en la elevación donde la verdad aparece como propiedad, y esto establece la “yocracia” relacionada con el discurso universitario. En cierta forma, el acto antifilosófico para Lacan es el acto analítico, tal como para W lo es el acto místico; en ambos casos se presenta como aquello que no se rinde al deseo (que no cede). “El elemento místico es en última instancia el nombre de Wittgenstein para la posición del deseo”, porque es la correlación en torsión entre límite y ley: cet élément peut s’entendre comme nomination wittgensteinienne du désir, dès lors qu’on l’articule comme corrélation de la limite et de la loi. No ceder a su deseo es no ceder al elemento místico. Como adueñamiento de la verdad, la filosofía es lo que invita a ceder frente al deseo, porque lo oculta en el metalenguaje. Un punto en común entre W y el discurso del analista es la eliminación completa del sujeto de discurso: según L, W –el tractatusiano, por lo menos– se ausenta por completo de su discurso, contrariamente a lo que pasa con aquellos grandes textos antifilosóficos dominados por una estilística subjetiva particularmente reconocible. El sujeto es un punto evanescente, el Tractatus enuncia su ausentarse. El juicio de Lacan es: Wittgenstein énonce l’aphanisis du sujet ou le sujet comme constituant de soi comme évanouissement. El “sujeto” de W, que no es el de la conciencia reflexiva ni el de la percepción inmediata, y al que él mismo llama metafísico, no es ni antropológico ni psicológico ni biológico: su carácter metafísico deriva de esa triple negación. No es ni sustancial ni trascendental ni con estructura alguna. El lacaniano en ese sentido también es un sujeto metafísico. Ambos son “de alguna manera inasignables”. “El acto antifilosófico es del orden del mostrar”, y el sujeto de W es apenas “la escena de la mostración”. En el Tractatus, “cartografía del sujeto”, lo importante es lo que se muestra –el sujeto– y no lo que se dice, y eso mostrado es el yo del solipsismo. Y acá estaría importunando una crucial diferencia con L (o el 1º L), para el cual existe un registro del Otro llamado lo simbólico. Porque el “acto analítico” es una “mostración del objeto”. Lo psicótico de W, según L se relaciona con su doctrina de la proposición –heterogénea e irreductible a la del significante de L– y su reporte a la verdad en el Tractatus.
Para ser un atleta de la
existencia dura
1- Rimbaud autor del Tractatus
Proposiciones sin sentido, no-pensamiento, eso era
la filosofía para W. ¿Y cómo la antifilosofía –o sea su filosofía– se puede presentar como pensamiento? Clarificando
las proposiciones. La proposición 4.112 dice que ese es su objetivo: la
clarificación lógica de los pensamientos, no una teoría sino una actividad. No
existe un “cuerpo particular de proposiciones” de la anti, esa “actividad” no
es una proposición. La anti en W se presenta como actividad aclaradora de las
proposiciones científicas, las de las ciencias de la naturaleza, que son las
verdaderas. El
curso final –13º– se salda con 10 puntos sobre W –ittgenstein. Curiosamente,
aquel que desestimaba e incomprendía a la poesía contemporánea, encuentra un
considerable punto en común con el niño mimado-emblema de la contemporaneidad
de la poesía. Dichos hitos: 1: El acto filosófico es el que muestra un
valor o establece una diferencia; pero para W la verdad no establece ninguna
diferencia ni es un valor: lo que un valor muestra no es del orden del decir
sino del acto, y el acto es “una designación sin concepto del elemento
místico”. 2: Un valor “activamente designado” puede ser llamado dios o lo
divino: sin ir más lejos, el acto es divino (ya que no es mundano). 3: La
remisión del acto a la escritura no concierne a aquello que se dice sino al
efecto de eso que se dijo a través de una descomposición de lo dicho mismo (Tractatus, 6.54: “Mis proposiciones son esclarecedoras de este
modo; que quien me comprende acaba por reconocer que carecen de sentido,
siempre que el que comprenda haya salido a través de ellas fuera de ellas.
(Debe, pues, por así decirlo, tirar la escalera después de haber subido.) Debe
superar estas proposiciones; entonces tiene la justa visión del mundo.”).
4: El Tractatus –como declaró el mismo W–
está escrito como una composición poética; lo que no quiere decir que sea un
poema, pero sí es un texto comparable al de Mallarmé –Coup de dés n’abolira jamais le hasard–:
son dos textos de la même philosophie des
formes de la déclaration de la pensée. Il s’agit dans l’un comme dans l’autre
de déclarer la pensée. El acto archiestético participa en la escritura en
cuanto producción de efecto, y la compromete como arte, no como palabra o
decir. Es archiestético en tanto “deposición silenciosa del sentido desde y por
la palabra, pero más allá de ella”: es la capacidad de eliminar el sentido en
el decir más allá de lo dicho. 5: El efecto del acto no concierne al
pensamiento o doctrina sino a la existencia o vida. La verdadera ambición del
texto de W no corresponde al lugar de la palabra, es apenas cambiar la vida de los que lo entiendan,
y no el inducir a una doctrina, creencia o idea. El acto de W es un acto de
salud, en el cual estética es equivalente a ética. La maxime de Wittgenstein est rimbaldienne, c’est: changer la vie!
2- De Rimbaud con Rousseau a Mallarme con san
Agustín
6: La capacidad de cambiar la vida indica que
estamos salvados, y esto es anterior a cualquier doctrina e incluso a toda creencia,
porque ser salvo es la incidencia misma de los efectos del acto. En el Diario de W se lee que podemos ser
salvados y que entonces todo va a ser diferente: se podrán hacer las cosas de
otro modo, hacer aquellas para las que se creía ser incapaz: el il faut être sauvé es lo mismo que el il faut le taire –hay que callar– del
final del Tractatus. 7: El primer
signo de la salud-salvación es la capacidad de tomar una decisión difícil, o
mejor: improbable. La capacidad de hacer las cosas que no se espera que uno
haga, y que ni uno podría pensar que hará, es la primera señal de que el acto
es de salud. Esto se ve en la vida de W con decisiones como ir al frente como
soldado raso en la guerra o renunciar a una herencia millonaria y conchabarse
como maestro de niños en una aldea en condiciones muy precarias, recluirse en
una cabaña y otras cuantas más de orden parejamente extravagante (B no dice
extravagante, pero estamos siempre entendiendo que lo podría decir, que W a sus
ojos filosóficos –relajemos– es lo que un narcisista
esquizo a los ojos de la gran moral societal sobre la que despliega sus alas lo
más macabro del gran aparato psicoanalítico convertido en preceptiva, en
moralidad, en cosmovisión, es decir en lo que dice no ser). Estos “signos de
salvación” son “decisiones éticas”, que por lo demás no podía sostener por
mucho tiempo y terminaba quejándose primero y desistiendo después, regresando a
Cambridge para acto continuo declararse innoble y despreciable; es decir, no estaba
sano y salvo y lo sabía, declara el autor. Esas decisiones improbables no son
condiciones de salud sino efectos, y están para poner a prueba lo que el sujeto
temporariamente purificado es capaz de acarrear. “Somos salvos” significa ipso facto darse cuenta de que se puede
llevar una carga que se hubiese sido incapaz
de llevar con anterioridad. Es así como W se convierte
en un atleta de la existencia dura, athlète
de l’existence dure, o bien en un athlète
du fardeau,
un
atleta de la carga. “Me suele parecer que toda filosofía está
determinada por la idea que tiene del coraje”, dice B, y la visión del coraje de W no corresponde al concepto
vulgar de exponerse al peligro sino al de tomar una carga y tratar de llevarla.
Pruebas físicas de salud.
8: El segundo signo de salud es la
capacidad de confesión: la confesión –dice B– está muy cerca del modo
propio por el cual todo anti se pone a sí mismo en escena. Procede del acto y
no a la inversa, no corresponde al orden de la reflexividad y no es un medio sino
un signo o señal: la conciencia del pecado no es una pasión del alma sino un
acontecimiento real. W –que llegó a pensar en publicar su biografía–
habla de poner en juego –en peligro– su propia vida delante de
los demás. Se inspiraba, parece, en el comienzo de las Confesiones de Rousseau. Rousseau
escribió que si alguien es mucho mejor
que yo, debe ponerse de pie y decirlo.
Sus Confesiones, frente a las
no-confesiones de los demás, probaban que él era mejor. Los dos ítems finales son que la sustancia del acto o sus efectos no son del
orden de una política en sentido usual sino de una ética igualitaria, y que
desde un punto de vista formal, o sea en tanto que acto archiestético, hay que
identificar al Tractatus con Un Coup de dés jamais n’abolira le hasard
de Mallarmé y con las Confesiones de
san Agustín.
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