El león histérico o cómo comprarse un amo


¿Quién quiere comprarse un amo? (τς νσασθαι βολεται δεσπτην)[1]. La pregunta formulada por Diógenes, o en algún que otro caso por el subastador o el vendedor, para cualquier oído gastado desde Hegel a Lacan resuena de una manera menos cómica que pretensiosa y sofisticadamente conceptual. ¿Quién no paga por un amo en el mercado de los símbolos? En sentido estricto él dejó de ser un δεσπότης cuando Manes, su criado, se dio a la fuga[2]. En sentido diogénico o veraz, cínico o filosófico, ese fue el momento en que se crearon las condiciones básicas para empezar a serlo. Él es βασιλεύς porque gobierna sobre sí mismo, sabe mandar porque sabe hacerlo sobre sí: un autócrata que efectivamente se autogobierna. Gran negocio vendo, si alguno necesita comprar un amo –pregonó el rematador. [3]

El incidente de Platón en Egina es quizá el origen histórico del tema del filósofo en venta, que con el personaje de Diógenes fue tratado literaria y probablemente por Menipo, el tal Eubulo y Cleómenes, hasta llegar a Luciano. Los relatos sobre la venta de Diógenes muestran contextos y escenas discordantes: según Menipo y Dión ocurre en Creta, según Estobeo en Corinto, mientras que en la Suda, que maneja dos fuentes contradictorias, se lee tanto que fue vendido en Corinto como que fue llevado allí después por Jeníades (el último biógrafo del Perro, Jean-Manuel Roubineau, vota por Creta porque en esa isla abundaba la piratería tanto en el período arcaico como en la segunda mitad del siglo IV, momento en que se constituyó en la mayor fuente de abastecimiento de esclavos). Las diferencias siguen: por un lado Diógenes se compara con los pescados porque le impiden sentarse o según Plutarco desobedeciendo cuando le piden que se yerga, además a la pregunta susomentada la expresa él o en su defecto el postor, y el vicio del comprador Jeníades es asentado como afeminamiento o bien como ostentación de riqueza. La Suda deja a las claras que el hecho ocurrió cuando Diógenes era ya un anciano y dice que fue atrapado navegando, a lo que Laercio aporta que navegando hacia Egina. El atraco fue perpetrado por unos piratas (πειρατα según Epicteto, λστα según Filón, Plutarco, Musonio y Crates, y καταποντιστες según la Suda) o bien por un tal Σκίρπαλος, Σκιρτάλος o Harpalus, variaciones que ofrecen Laercio, la Suda y Cicerón respectivamente, que en efecto para la Suda era un πειρατς, un praedo para Cicerón o un jefe de piratas para Laercio. Se ve que se citaba de memoria, que se inventaba sobre la marcha o que existían distintos relatos primigenios que reproducían anécdotas similares pero contadas a gusto o interés del narrador. Si es por Diógenes Laercio, Jeníades le encomendó a sus propios hijos y puso en manos del filósofo toda la οκία, le confió el conjunto de los asuntos domésticos (πσαν νεχείρισε τν οκίαν), a los que Diógenes manejó a pleno, de los que dispuso in toto (ν πσι διετίθει). La Suda revela que se hizo παιδαγωγς[4], maestro, guía o puntualmente un esclavo que acompañaba a los niños al colegio, aunque su tutela, como expone Laercio a través de Eubulo, era ejercida tanto en la calle como en la casa y en la cacería, pareciendo que lo abarcara todo. Si hay que creer a Epicteto, al entrenador de los niños lo quitó del lugar de maestro –es decir de κύριος– y le concedió el rol subalterno y originalmente servil de ayudante (πηρτης). Su primera medida, dice, tomada de forma inmediata, fue instruir a Jeníades sobre cómo vestir y cortarse el pelo y cómo conducir a los críos[5]. Es decir que si fue comprado para oficiar de administrador del hogar y preceptor, adoptó no obstante el encargo en carácter de amo del amo, salvo ciertamente en la versión libre y crítica de Luciano, en la cual el comprador es anónimo y sólo está dispuesto a pagar dos óbolos para usarlo de hortelano o marinero. La instrucción que formula el Diógenes lucianesco tiene como propósito convertir al adquisidor en un cínico conforme a la imagen negativa de ese cinismo estereotipado del siglo II que denunciaron testigos varios y opuesto a la tradición del γαθς δαίμων continuada por Crates y ligada seguramente a las versiones de Eubulo y Cleómenes (la inspiración de Luciano es Menipo, pero no hay noticias claras de cómo resultó la venta en la versión menipea, aunque es poco probable que mostrara a un Diógenes así de brutal y grotesco).

Por lo pronto parece que es Jeníades, no así el Janto de Esopo, el primer personaje histórico que decide comprar un amo. Diógenes, el admirable persuasor, dictamina que es lo que necesita y lo convence; Janto, en cambio, lo advierte post factum: no sabía que me había comprado un amo (γνουν αυτο δεσπτην πριµενος) –exclama. Como se ve, este lo ignoraba (γνουν) y lo descubre (ερσκω) poco a poco sobre la marcha[6]. Es un δεσπότης –un amo, un propietario, un gobernante– lo que necesita Jeníades, o según Estobeo un κύριος, que es más o menos lo mismo: un dueño o señor, amo, poseedor (también en el epistolario de Crates se alude a un κύριος, aunque allí no existe el personaje Jeníades y la operación al final no se realiza)[7]. En cualquier caso se trata del amo del οκος, sólo que κύριος aplicaría más que nada al cabeza de familia como señor según su legítima autoridad sobre mujer, hijos y esclavos, y δεσπότης denotaría más puntualmente la soberanía sobre los esclavos. Lo necesita porque anda con una ropa purpúrea, según Laercio, o porque es un rico libertino o inmoral (πλοσιον σωτον), de acuerdo a la Suda, o en el caso de Filón porque necesita un hombre, un macho o marido (νδρς χρεαν), ya que tenía la enfermedad femenina (θλεια νσος εχεν) –versión que rubrica Clemente.[8]

La venta de Diógenes trata la paradoja de vender a un libreωλες τν λεθερον), como dice Luciano, lo cual se lee también como vender lo que es gratuito. Es libre, pone, porque opera no bajo orden o regla sino de manera voluntaria o por libre arbitrio (ο κελευστς, λλ κοσιος)[9]. En tal sentido Epicteto repara en que no le llamó señor a ninguno (μ τι κριον επν τινα ατν), a los piratas se refiere, e incluso dice abiertamente que no buscaba un dueño sino un esclavo (μ τι κριον ζτει; λλ δολον). En efecto, dice Musonio, mandaba sobre su comprador como un amo a su esclavo (ατν ς δεσπτης δολου ρχεν)[10]. Manda sobre sí y por lo tanto puede hacerlo sobre los demás evidentemente por las mercedes que la filosofía dispensa. Como pone un escoliasta de la Ilíada, Diógenes antes de filosofar tenía impulsos de querer gobernar a los demás sin poder hacerlo sobre sí (οας εχεν ρμς πρ το φιλοσοφεν, ς ρχειν ατο μ δυνμενος τν λλων θελεν)[11]. El mando surge après la philosophie. En el lenguaje estoico de Epicteto la filosofía se llama ciencia de la vida y por eso, comentando el episodio, asegura que no puede ser otra cosa que un δεσπότης aquel que adquirió (consiguió o se apoderó de) la ciencia de la vida (τν περ βον πιστμην κκτηται). He aquí una πιστμη que no es ni más ni menos que un saber cómo vivir, experiencia de vida cruzada con ciencia empírica: el Diógenes de Epicteto es un μπειρος, un baquiano, un experimentado, pero también un experto capaz de gobernar (κρτειν) en cada materia, de ahí que guíe tanto al hacendado como al preparador físico y asuma la tutoría en las letras, en el régimen alimentario, en el vestir o en las artes bélicas y cinegéticas.

Las cosas se dan de otra manera en la Vita Aesopi, novela anónima sobre las aventuras del fabulista legendario, escrita a fines de la era helenística o principios de la imperial, que expone a una suerte de pariente antifilosófico o puramente picaresco del Diógenes con grilletes. En esta vida no hay ciencia de ella, o si la hay es un fracaso o está oculta en el lugar menos pensado. Acá Esopo es un esclavo bárbaro, negro, deforme, feísimo y aparentemente inútil que, ofendiendo a toda Grecia, como expresa su amo Janto, se burla de este filósofo, titular de una escuela en Samos e instruido en Atenas con oradores, filósofos y gramáticos, y da muestras en cada anécdota de ser mucho más astuto e inteligente que él. Cuando el filósofo en vistas de adquirirlo le pregunta qué es lo que sabe hacer (τ οδας ποιεν), Esopo contesta que absolutamente nada (γ λως οδν). Vuelve a preguntar entonces si quiere que lo compre y Esopo, al que le importa un bledo si lo hace o no, responde preguntando si es que ya lo piensa tener de consejero. Le da así una lección de entrada, como mascullan los alumnos de Janto, testigos de la escena, y este no tarda más que unos capítulos en inferir que compró al amo de sí mismo; o como razona después: que no compró un esclavo sino un maestro (κατηχητς). Mientras el filósofo se ufana de enseñar a sus estudiantes a no obedecer a una mujer (µ πείθεσθαι γυναικί), vive bajo dominación femenina (γυναικοκρατα) y cada vez que Esopo cumple las órdenes del amo al pie de la letra, resultan hechos desastrosos o absurdos que dejan en evidencia la vaguedad e ineficacia de su lenguaje. Luego de hacer patente que Janto es mandado por su esposa, pasado un tiempo, el siervo en efecto se dedica a enseñarle al filósofo cómo debe dar órdenes[12]. Diógenes, en cambio, diríamos que de entrada y de una le dice sin el menor empacho a Jeníades: Ven para que cumplas órdenes (γε πως τ προσταττόμενον ποιήσεις).[13]

En el caso Diógenes la filosofía parece estar del otro lado, del suyo, del lado del esclavo, del coyuntural esclavo[14]. Sin embargo podría decirse que es Esopo, el falso ignorante, quien es más fiel a Sócrates. Aunque Janto se va a ver forzado a consentir que es un sirviente muy experimentado (πας πολύπειρός), se diría que era un μπειρος no en el sentido de experto sino de empírico. Lo cierto es que en sus manos no estaba el empleo de la tajante y señorial παρρησα del cínico: tiene por armas menos el coraje heroico de Heracles que la ironía socrática y la astucia de un Ulises, ambas en la clave picaresca del siervo nato. A la pregunta por lo que sabe, Diógenes responde de una manera muy diferente: responde que sabe mandar a los hombres (ρχειν νθρπων). La pregunta de acuerdo a Estobeo (y Pseudo-Crates) fue τ πστασαι –¿qué es lo que sabes?–; según la Suda τ εδεη –qué sabía–; de acuerdo al Menipo de Laercio τ οδε ποιεν –qué sabía hacer–; a criterio de Filón τ οδας –¿qué sabes (o sabes hacer)?–; y en el caso de Aulo ecquid artificii novisset, que habilidad tenía o qué profesión conocía[15]. Sin dudas una gran profesiónγα πιτδευμα), como pone Estobeo que comentó entre risas el pregonero: un negocio o una actividad extraordinarios. El saber cínico parece arte y ciencia, destreza y sapiencia juntas, poder y saber hacer (en todo caso un poder virtual y un saber hacer hombres o un saber hacerse obedecer, un arte primero que nada gubernativo: técnico constructor de hombría y maestro mayor de mando). Las anécdotas muestran al cínico mandando aún en la esclavitud y la de Aulo Gelio explicita la totalidad de paradoja, que Diógenes manda sobre los libres. Como lo deja en claro la versión epistolar de Crates, la pregunta del vendedor fue ¿hay algún libre al que le esté haciendo falta un amo?[16] El mando sobre el λεθερος, más allá de los modales empleados por el filósofo, modales que diríamos autoritarios o más bien parresiásticos, evidentemente no puede ejercerse por la violencia, como hace Alejandro, sino por la persuasión (πείθω). La habilidad verbal de Diógenes, como apuntó Laercio, era formidable, si bien en él el acto verbal es ante todo un acto (por eso la sentencia cínica por lo general está incorporada a la anécdota, que es el campo orégano de la articulación inmediata de la palabra con los hechos). Él era tan persuasivo como para revertir las cosas y hacer que las aguas fluyan para arriba. Su respuesta a la pregunta por el saber, de acuerdo a Filón, lo muestra como βασιλικς, λεύθερος y εγενής: regio, libre y noble. Cuando el comprador de la versión lucianesca le pregunta qué sabes εδναι σε) o pregunta qué tipo de oficio tieneνα τν τχνην χεις), contesta que es libertador de los hombres y médico de las pasiones y que pretende ser profeta de la verdad y la franqueza (también en Laercio se compara con un médico y pone a Jeníades en el hipotético lugar de un enfermo)[17]. Libre o encadenado él es en todo momento un rey sin súbditos que manda a los libres o manda que se liberen. Su gobierno por la sinceridad tiene atribuciones religiosas y curativas, el ministerio de culto y el de salud. Es militar, médico y sacerdote, pero nunca científico en sentido platónico –aunque Epicteto le atribuirá serlo de la ciencia práctica de la vida.

Lejos de esto, Esopo más bien es un plebeyo que alecciona con travesuras, un cínico espontáneo o sui generis y bastante menipeo, ya que al final no elude aprovecharse de la fama y la riqueza y acaba a lo Bión y de manera trágica como consejero y cortesano de los poderosos. Janto, al que el autor de la novela le asigna este nombre que era típico de esclavos, es un filósofo profesional y aparente, de expresión suntuosa y lenguaje impreciso, inquieto por la reputación, que además conoce y cree practicar los principios base del cinismo que daba por válidos le élite cultural de su tiempo: brinda banquetes donde se comen lentejas, pero haciendo un voto por la vida sencilla que no es más que una pose de rico tacaño, y al fin y al cabo convierte a la preminencia de los hechos sobre las palabras en pura declamación. En efecto presume de saber que no sólo hay filosofía en palabras (δι τν λόγων) sino también en hechos (δι τν ργων) y de que esta filosofía silente (σιγωμένη φιλοσοφία) puede superar a la otra; pero resulta un incompetente en ambas esferas, la teórica y la práctica. Esopo lo derrota en su terreno, tanto en la filosofía en verbo y en obra como en el ámbito público y en el doméstico, y así el esclavo sin educación educa al filósofo escolástico: la inteligencia y la sabiduría útil doblegan al esnobismo y la erudición de este auto-engañado que no es filósofo sino por pretensión y títulos[18]. Los roles se cruzan: Diógenes, asceta de la virtud y el aplomo en versión chispeante y sarcástica, es un ex ciudadano y banquero que representa a la filosofía en estado puro como ejercicio de vida, como socratismo no teorético, mientras que Esopo es un esclavo nato, frigio como especula Roubineau que era Manes. Así como Janto es un filósofo inepto que cree llevar incorporados los basamentos cínicos de la tradición filosófica, Esopo es el Manes devenido cínico de hecho y que demuestra por la fuerza de las cosas estar en posesión de la mentada ciencia de la vida.

¿Es porque Diógenes es amo y señor y sabe mandar que, como cuenta Laercio, vence a los hombres (νικ νδρας)? En este caso no es el esclavo vuelto amo sino el asceta en el papel del atleta. Los campeones olímpicos dicen vencer a los hombres (νδρας), pero Diógenes les retruca que vencen a los esclavos (νδρποδα)[19]. Se diría que vence a los libres de derecho liberándolos de hecho o de verdad, curándolos a ley de persuasión y franqueza, que son acciones más que palabras. Así la filosofía cínica parecería crear las condiciones para una élite de mando, aunque impone la restricción severa de mandar sobre uno mismo y combatir por la paz. Cuando Platón disfrazado de Sócrates se presenta como un pastor, o esboza el modelo del pastor de la ciudad, crea a la par a un filósofo menor y auxiliar al que pretende amaestrar como a un perro, de modo que convierte a los filósofos perrunos no en una clase de mando sino en una clase mandada, en una suerte de fracción dominada de la (imaginaria) clase dominante. El cínico, y no el perruno platónico, en los hechos integra más bien una facción (auto-dominante) de las clases dominadas. En la medida en que lo acusa de carecer de νος, Diógenes a los ojos de Platón sería un filósofo natural como sus guardias caninos, pero con vanas aspiraciones de ascenso de clase, con pretensiones de gobernar. Diógenes mismo dijo que pretender ser filósofo ya es serlo (y él lo hacía esforzándose en cuerpo y alma y no a través del ejercicio dialéctico, hacia el λγος por el camino del πνος); pero para el jefe de la Academia su locura parece que residía en querer escalar de filósofo-vigilante a filósofo-gobernante[20]. El punto no es que se creyera filósofo sino filósofo-rey. Pero en la ciudad diogénica no hay perros guardianes, las armas son inútiles: hay cínicos nomás (o ex: o todos se vuelven perros o todos dejan de serlo). Fuera del marco de las ciudades conceptuales, el mando filosófico es un real o presunto autogobierno que a veces se ve que habilita por defecto para ejercer la enseñanza, la maestría o el ejemplo en el campo cultural, en la formación del individuo o el ciudadano, y en todo caso la asesoría o el consejo de los mandantes de facto –aunque en calidad de reprimenda. Pero la versión de Aulo trae una burla o un malentendido: Diógenes dice sé mandar a los hombres libres (liberis), razón por la que Jeníades le contestó en este caso toma a mis hijos (liberos), para que mandes sobre ellos[21]. He aquí un chiste latino y tal vez una ironía: ¿habrá que deducir que el cínico sólo podía imperar sobre niños o sobre personas infantiles (como insinúa Filodemo)? En tal caso en posesión de Jeníades habría sido apenas un simple παιδαγωγς servil.

Máximo de Tiro dice que Diógenes se burlaba del trabajo o los negocios de los hombres (πιτηδεύματα), como los demás cuando ven a los niños jugar a las tabas (στργαλοι) con toda seriedad. Digamos que la única profesión (πιτδευμα) seria era la suya, el gobierno del plantel humano como clínico psiquiatra, emancipador de la especie, vidente del desocultamiento y pregonero de la sinceridad. También Dión afirmaba que convirtió al destierro, la pobreza y la infamia en un entretenimiento infantil como las tabas y las pelotitas o globos multicolores[22]. El tipo invierte el orden de lo jocoso y lo serio y de ahí, hay que decir, que haya propuesto con el mismo tono de chanza sustituir la moneda por dichos huesos. Si bien Filodemo lo ve por el reverso, Diógenes se empeña en mostrar a los adultos como niños, se empeña en ridiculizar el mundo social dado, se toma a los poderosos y su rebaño para la joda y propone un sabotaje en última instancia inofensivo –aunque históricamente operativo. Se convierte en un juglar de la deserción, vivando a los que desisten de concretar aquello que anhelaban o aquello para lo cual son aptos y fueron preparados. Sócrates había dicho que casándose o no casándose uno igual se arrepiente y Diógenes parece extender esta suspicacia a todo otro plano. Siendo así, mejor no casarse, mejor que hacer es no hacer. La acción, el trabajo, las hazañas deben ser coartados en su fin y reacuñados, desviados hacia el abnegado facilismo de la vida divinal.

Diógenes no va a resistir la incursión de Filipo, no le incumbe; y sin embargo parece que sí le compete entrometerse en su campamento de campaña y aleccionar al regio estratega a riesgo de perder la cabeza. La ambivalencia y los zigzags del cinismo son una maravilla. Cuando Filipo lo atrapa, el filósofo declara ser su espía, un κατσκοπος. Filipo se admira y lo suelta…[23] Si en su quimérica o burlona constitución las tabas infantiles devendrán moneda de intercambio, Filipo mientras tanto juega a los dados (διακυβεύω) atacando ciudades y forjando un imperio. Él le reprocha la violencia –el uso de las armas que abolirá en su país utópico–, defendiendo a los atenienses sin suerte[24]. Y al final, el macedonio al ponerse en marcha contra los persas decide ir a verlo para saber si necesita algo.[25]

A la roca de Sísifo –sobre quien Diógenes habría escrito según Soción– él le opone el giro de la tinaja: hacerla rolar de arriba abajo del Craneo de Corinto mientras los demás se arman para combatir a Filipo. Lo hago, expresa, para no parecer el único que no hace nada en medio de tanta gente activa ("κυλω," φη, "κγ τν πθον, ς μ μνος ργεν δοκοην ν τοσοτοις ργαζομνοις")[26]. Hace que hace y no hace. Finge hacer (ποιεν), finge comprometerse (διαπρττεσθαι χων), finge operar (ργειν)[27]. ¿Pero es él o son los demás los que fingen ocupación y preocupación? ¿Es él el inútil o los otros? Y de paso: ¿fueron los cínicos los idiotas útiles del nuevo régimen? Ciertamente él describió al género humano como atormentadas y mortales sombras que giran cual cargas de un lado a otro de la tierra.[28]

Su vida era un alto el fuego (κεχειρία) unipersonal, dice Máximo de Tiro, una cápsula de armisticio en plena guerra: mientras los helenos combatían unos con otros, él vivía desarmado entre los armados (ν πλισμνοις οπλος). El λεγχος de Diógenes, a diferencia del de Sócrates, dice Máximo, no corre por los λόγοι sino por los ργα, y la censura por los hechos es la más eficaz y a la vez la más pacífica, motivo por el cual no se alzó contra él ningún Anito, Licón, Meleto o Aristófanes, agrega. Vemos que de acuerdo a Máximo lo más eficaz (νυσιμώτατος) es también lo más inofensivo. Sócrates persuadido por la ley fue al muere. Lo de Diógenes es un canto a la desobediencia civil o una muestra gratis de las ventajas de vivir al margen de la ley o en sus márgenes. Repudia al Sócrates que dice obedezco a la ley (Πειθμενος νμ) y al Platón que pierde su libertad enredándose en política o al Jenofonte que vive entre los inútiles ajetreos de las batallas, todos elogiados por sus desgracias. Máximo define al régimen de vida de Diógenes como el que escapa de las circunstancias (περιστσεις διαφεγειν) y lo torna más excelso que todos los reyes, legisladores y mandatarios y más libre que Sócrates y el resto de los filósofos. Se jacta el Diógenes de Epicteto: no hay ningún enemigo alrededor: todo está lleno de paz ("οδες," φησν, "πολμιος γγς στιν˙ πντα ερνης γμει"). Nadie lo golpea ni lo hiere, ni de nadie huye[29]. Aunque innumerables anécdotas desmienten tamaña calma chicha, no se puede negar que Epicteto acierta en este fragmento describiendo cierta cualidad de la vida cínica como innocua y ajena a las vicisitudes y trajines de la vida normal. Diógenes aparece por ahí burlándose de un Platón que no incomoda a nadie con sus matemáticas sociopolíticas[30]; pero fuera de las justas probablemente fantasiosas con diádocos o majestades, él es el símbolo también, como un Sócrates por el reverso, de una filosofía que perturba en minúsculas escenas a particulares y transeúntes sin dar jamás motivo a una expulsión o un ajusticiamiento, destinos nada infrecuente en los filósofos e intelectuales de aquel entonces. Toda la gloria del cínico fue a recaer en la efigie de Diógenes, genio del fracaso y la intrascendencia, símbolo que nombraba con él a todos los otros. La relevancia de esta figura colectiva era directamente proporcional a la irrelevancia de cada cínico concreto. El bronce imperecedero del portaestandarte corresponde a los 15 minutos de fama del representado. Si el espécimen cualunque tenía suerte o agallas, si estaba hecho en definitiva de buena cepa, adquiría la notoriedad municipal o estacional que da el escándalo, se convertía en un famoso efímero, como los personajes de temporada que fabrica la TV, esa usina de espectáculos para el olvido inminente: ganaba la fama transitoria del reality show que protagonizaba en el set del foro y la plaza. Las honras públicas correspondieron a unos pocos y la nombradía y posteridad a otros menos. Con el cinismo aparece de yapa la cuestión del idiota útil y del inútil, y con Diógenes y con el cínico afloran las aporías de la fama, bifurcada en popularidad y prestigio o en la anfibología de la buena y la mala reputación.

La ciudadanía diogénica se obtenía, de acuerdo a Crates, en base a una renuncia o repudio de los bienes materiales considerados como riqueza y de los presuntos bienes simbólicos competentes a la fama, vida pobre e infame que rendía a los fines de eludir la envidia. He aquí un canto a la intrascendencia y he aquí al menos una mitad de la vida cínica. La otra es la de la fama que se gana rehusando la fama, y la riqueza que se adquiere librándose de la riqueza. En este sentido Diógenes, Crates y un par más fueron ricos y famosos, dignos de poner la jeta en una Forbes o revista Caras versión filosófica. ¿Esta reversión de los valores, este exitismo del fracaso, estos honores de la renuncia no traían de regreso otra forma de envidia? Sin embargo el cinismo legendario, salvo relativas excepciones, se agotó a fines del viejo siglo III y quedaron los héroes anónimos, quienes posiblemente hayan fluctuado entre las dos ofertas que de alguna manera parecía prometer el artilugio del cinismo: la trascendencia efímera del escándalo y la mera y divina vida fácil e indiferente que tiende a trocar la impasibilidad en indolencia.

Étienne Helmer, desde una colocación de profesor universitario francés con expertise en cinismo antiguo, bendice estos rasgos diogénicos como discreción (discrétion). Otra paradoja más, penúltimo antónimo: el filósofo del escándalo, la provocación y el exhibicionismo es inesperadamente «un héroe asaz discreto, un filósofo de las sombras, cuyo ruido está siempre al borde del silencio». Es el filósofo a la vez del silencio y del cuerpo, del silence du corps, del simple gesto y el mínimo de palabras, ajeno al discurso y sus pompas y como tal (ex) paria de la historia de la filosofía, escrita por sus vencedores. Diógenes es su ídolo, confiesa Étienne (Mon idole, c’est Diogène le cynique, dit Diogène le chien); pero no el sulfuroso, el retumbante, el pícaro ni el hijo ingrato. ¿Se tratará, hallazgo aparte, de una deformación profesional, un academicismo culpógeno, un conato de firmar la paz perpetua entre Platón y Diógenes? Entonces el cínico, finalmente (Nietzsche kaputt)… ¿no le hacía daño a nadie?[31]

Un Diógenes discreto e impalpable, más allá del Esopo de novela, era el Demónax que elaboró Luciano, diseñado como reverso de Peregrino Proteo: un Sócrates parroquial y de bajo perfil que maniobraba como un Crates embebido un poco en Aristipo. Este sí intervenía discretamente como operador filosófico de una Atenas pasada de moda –aunque para un cinismo como voluntad de pasar desapercibido (Viñas dixit) hay que esperar hasta Macedonio Fernández (dejadme no ser, dejadme pasar: compadeceos de un hombre feliz). Síntomas de época, así el resbaloso emblema de la δοξα emigró por estos tiempos de las imputaciones macartistas de Farrand Sayre al indulto y blanqueamiento institucionales de Étienne Helmer, de su conjugación con la ναίδεια a una τυφα de clausura.

Si de hecho es posible vender a un libre, no debería extrañar que el esclavo sobrevenga amo. Epicteto dice que buscaba un esclavo y Aulo que sólo mandaba sobre los libres. Parece contradictorio, pero no: Jeníades calza justo en el sayo porque es un libre que merced a sus vicios o debilidad es esclavo. Con él este libre esclavizado encuentra al esclavo que buscaba y al libre sobre el que sabe mandar. Diógenes, más allá de este caso concreto, ve que esos libres sobre los que pretende ordenar son esclavos y trata de emancipar a los que son esclavos en este sentido, sean en los hechos libres o esclavos. Jeníades era uno más del montón, ya que a su criterio han menester de un κύριος todos los viles que honran el placer y deshonran el esfuerzo y son la gran carnada de los vicios, como declaró desde la tarima ante el hervidero de marchantes de herramientas vivas del género de los bípedos no alados.[32]

En flagrante esclavitud él es libre porque no teme: no es una gallina pelona sino un felino piloso encadenado por amos y domadores, y son ellos, como humanos, quienes trepidan ante la bestia y no al revés[33]. La metáfora del león define al libre bajo yugo. Ya Antístenes se había cotejado con uno al ser acusado de no ateniense: un león, dijo, por carecer de ciudadanía alguna no es una fiera menos noble (γενναον)[34]. Incluso había hecho uso de una fábula esópica en la cual las liebres peludas reclaman en la Asamblea ante los leones iguales derechos y estos contestan que debían mostrar los dientes y las garras con las que contaban para lograr su fin. Los leones, como refiere Aristóteles, no tienen ley: son la ley (οκ στι νμος˙ ατο γρ εσι νμος)[35]. Acá el león vale para deslegitimar la democracia y allá para demostrar que la verdadera esclavitud corre por dentro. El león es rey aun enjaulado y es amo porque no teme ni a sus amos. Esclavo es quien tiene miedo a los otros, prescribió Antístenes[36]. No temerles supone, hay que inferir, quebrar los vínculos impuestos por la comunidad dada, habitar la ciudad como un eremita, porque el mando se sostiene, dice Luciano, en la medida en que estando en medio de todo el mundo (πολυανθρωπτατα) el cínico se mantenga solitario y antisocial (μνος κα κοιννητος), sin acercarse ni a amigos ni a extraños. De lo contrario acaece la disolución del poder (κατλυσις τς ρχς)[37]. El catalizador del poder cínico, en el punto de vista lucianesco al menos, es esa masa indiferenciada con la que no produce lazo social o filiación. El acercamiento es el disgregador del poder.

Sin embargo se debe vivir todo el día y toda la vida ante testigos, en un punto el descomunal proyecto de Diógenes es ese. Y una vida así fuerza a uno a la divinidad o la bestialidad. Una santidad feroz y una obscenidad angelical se combinan. La autarquía cínica precisa de la ciudad para concretar esta empresa desorbitante. Si él quisiera ser autosuficiente como un animal o un dios, como dice Aristóteles, podría haber marchado a la cima de la montaña o a la selva. Pero Diógenes rompe con la ley y el orden del Estado y la comunidad siempre dentro de la urbe y en medio del tráfico céntrico, con el propósito de que se certifique que no pierde la virtud a lo largo de las 24 horas del día y a perpetuidad, como si quisiera poner a prueba la tesis de Antístenes una y otra vez. Es la proeza propia de un Sócrates enloquecido, dijo un testigo privilegiado. Bajo esta hipótesis es una divinidad o una bestia a condición de ser un santo. Semejante locura socrática hizo que el sabio se santifique a condición de un retorno a la naturaleza insostenible por la civilización. Entonces el superhombre cínico tuvo que dar paso al superhombre cristiano. Jesucristo es un resultado histórico de este socratismo maniático.

Desde la panorámica canchera o epicúrea del psicoanálisis cosmovisionario, menos que amo Diógenes es un histérico, un «histérico avant la lettre»: el portador del discurso del histérico, discurso que interpela al Amo de la ciudad y depende del discurso dominante para existir como tal. Acá no hay discreción: es un deseducador de esfínteres que hace de su pulsión escópica un arma. El discurso moderno del cínico, en cambio, una ideología disfrazada de anti-idiología, no responde a ningún Otro ni depende del deseo de nadie[38]. Para perseverar cuestionando al amo es condición sine qua non que el amo persevere, pero lo que Diógenes pretendía saber hacer, según una variante de Laercio, es mandar a los machos (νδρν ρχειν), cláusula que en todo caso podría atribuirse al complejo de masculinidad. El culmen de la asimilación oficial del cinismo, más o menos en este orden, vegetar a cuenta del discurso dominante, ocurre cuando se lo incorpora a la práctica educativa: como se dice, la presunta transgresión contribuye a preservar y fortalecer el establishment convertida en liberación carnavalesca autorizada[39]. La subversión por la vía del desagradar agradando y del maltrato a cambio de donativos tiene sus límites. Si eso acontecía en los tiempos del Imperio de Roma, sobre el fondo del sistema educativo primario y secundario, bajo el Imperio deslocalizado actual la historia un poco se repite, ahora desde la educación superior especializada. Ya no es el Diógenes recreativo de los instructores de gramática y retórica, ni el decente Diógenes del docente Epicteto, sino el ídolo que refresca el prestigio de cámara de la vida profesoral.

Si el cinismo puede ser desenmascarado o justipreciado como discurso del histérico, posición que para el psicoanálisis germinó con el mismo Sócrates, ese que jugaba a dos puntas blandiendo a la vez el discurso del analista, también puede ser tachado como una protesta conservadora: así lo califica Suzanne Husson, como contestation conservatrice que reforma al individuo dejando intactas las estructuras y da una explicación apolítica de la desgracia humana (de ahí, dice, su longevidad en la historia de la Antigüedad). Para Husson de hecho sirve para reforzar la sociedad existente en la medida en que lleva a que el ciudadano entienda que cada quien es un individuo que elige adherir o no a las normas sociales y políticas y no es forzado por la necesidad natural.[40]

Philip Bosman no habla de una histérica sino del sabio como showman. En realidad la sabiduría actuada no es más que una tradición que Diógenes robustece hasta el colmo: en la Grecia arcaica y clásica, pone Bosman, la transmisión de palabras e ideas incorpóreas no bastaba, la oralidad y la exposición pública obligaban y los mismos Siete Sabios eran poetas involucrados en política y de alguna manera performers[41]. En la Atenas clásica la escritura es poco más que el libreto autogestionado por el intelectual como actor-dramaturgo cívico. El filósofo de claustro es un brote platónico de alterada inspiración presocrática, hijo del fiasco político y de la intentona por autonomizar la teoría, tendencia ampliada en el Liceo y que deriva en el filósofo palaciego, un nuevo tipo helenístico que ya incluye personalidades de todas las corrientes, entre ellas algunos personajes de la filosofía popular cribada por el cinismo.  ¿Diógenes es un cómico que quiere que su παρρησία sea tomada en serio? ¿Se puede ser bufón no del rey sino de la verdad? ¿De la sabiduría? El copyright del sabio haciendo el tonto quizá haya que adjudicárselo a Sócrates. Bajo el packaging fascinante había un producto invendible, dice Bosman. Hay que ser un genio de la publicidad engañosa para hacer el bien: adular para morder. ¿Lambetear para tarascar o dentellear para lambisquear? Morder con la lengua y lamer con los colmillos. Diógenes se agarra de esta licencia, la παρρησία, que era propia del hombre libre y propia de la comedia; pero él no es ni comediógrafo ni ciudadano: es un tipo fuera de lugar que hace cosas fuera de lugar, un extranjero que hace cosas extrañas y un griego que dice barbaridades.

La historia del cautiverio y enajenación del filósofo de Sinope tiene un final abierto. Si es por el Eubulo de Diógenes Laercio hay que creer que murió en Corinto y fue enterrado por los hijos de Jeníades, a los que había educado. Aulo Gelio dice que Jeníades lo compró y lo liberó (emit et manu), aunque no detalla en qué momento. Juliano confirma que lo soltó y que decidió quedarse en Corinto porque estaba convencido de que los dioses lo habían enviado a corregir a una ciudad que era más lujuriosa aún que Atenas[42]. Si es por la Suda, el mismo Diógenes eligió no ser redimido (ni por los atenienses ni por los amigos y parientes); de ahí que Cleómenes escribiera, dice Laercio, que cuando los conocidos quisieron rescatarlo los trató de zonzos. Habrá que estimar que prefirió continuar como esclavo hasta cumplir la misión en el seno de la familia de su propietario. La relación que cuenta la epístola de Crates a Metrocles parece descartar la aventura corintia y señala que los apresadores lo ofrecieron, pero al final decidieron no venderlo. Como está narrada en tiempo real, con un Diógenes aún en manos piratas, el final queda en suspenso. Pero Crates indica que prometieron liberarlo si es que demostraba que en efecto sabía cosas tales como mandar hombres, o para decirlo con más claridad, bajo la promesa de que les enseñara el know-how, por lo cual el gran discípulo resuelve no preocuparse por el pago del rescate. Como contó Epicteto, él y los piratas terminaron compinches[43]. Otro final feliz. Así las cosas, como advierte Roubineau, Diógenes pasó por todas las condiciones cívicas: ciudadano, meteco, esclavo y liberto. Una experiencia integral y plena que le daba una expertise vital y social única y envidiable. Un verdadero μπειρος. Con semejante bagaje uno se predispone a ser cosmopolita, en este caso hombre de mundo o ser vivo capaz de habitar en cualquier lado, o pensador capaz de pensar una civilidad ensanchada y tendiente a universal. Además su doble experiencia de vida como libre y esclavo, escribe Roubineau, lo volvió una suerte de Tiresias social. Diríamos que no fue hombre y mujer pero fluyó como un genial saltimbanqui andrógino por los discursos del amo y la histérica.

 

 



[1] Plutarco, Sobre si el vicio basta para la infelicidad 3, p. 499 b.

[2] Eliano, Historia varia XIII 28.

[3] «μγα πιτδευμα πωλ, ε τις θλει πρασθαι κριον» (Estobeo, III 3, 52)

[4] Laercio, VI 74; Suda s.v. Diógenes (n. 1144).

[5] Arriano, Diatribas de Epicteto IV 1, 114-118.

[6] Vida de Esopo 28. «Señores, caigo en la cuenta de que no es un esclavo lo que negocié, sino que me compré un maestro» (νδρες, ερσκω τι δολον οκ γρασα, λλ καθηγητν µαυτ ἐώνηµαι) (ibid. 40).

[7] Laercio, VI 29 y 74; Suda, s. v. Diógenes, n. 1144; Plutarco, Sobre si el vicio basta para la infelicidad 3, p. 499 b; Estobeo, ibid; Ps.-Crates, Epístola 34, 4.

[8] Filón de Alejandría, Que todo hombre virtuoso sea libre 124; Clemente de Alejandría, Pedagogo III, III 16, 1.

[9] Subasta de vidas 7-8.

[10] Arriano, Diatribas de Epicteto IV 1, 114-118; Musonio Rufo, 9, p. 49, 3-9.

[11] Escolio a Homero, Ilíada I 448.

[12] Vida de Esopo 25-40. «Yo voy a educar a este filósofo, para que aprenda cómo debe dar órdenes» (γ τοτον τν φιλσοφον παιδεσω, να µθ πς ατν δε πιτττειν) (ibid. 40)

[13] Laercio, VI 36.

[14] Salvo que el Jeníades de Diógenes, como especula Roubineau, fuera el pionero escéptico de Corinto mencionado por Sexto o bien un hipotético nieto suyo también filósofo.

[15] Estobeo, III 3, 52; Ps.-Crates, Epístola 34, 4; Suda, s. v. Diógenes, n. 1144; Laercio, VI 29 y 74; Filón de Alejandría, Que todo hombre virtuoso sea libre 121 y 123-124; Aulo Gelio, Noches áticas II 18, 9-10; Macrobio, Saturnalia I 11, 42-3.

[16] «"κα τς" φασαν "στν, ς ν λεθερος κυρου δεται"» (Ps.-Crates, Epístola 34, 4)

[17] «λευθερωτς εμι τν νθρπων κα ατρς τν παθν˙ τ δ λον ληθεας κα παρρησας προφτης εναι βολομαι» (Luciano, Subasta de vidas 8); «Ε δ ατρν πρίω νοσν» (Laercio, VI 36).

[18] Cf. Marie Malá, Vita Aesopi: Román nebo biografie?

[19] Laercio, VI 33 y 43; cf. Dión de Prusa, Discursos IX 11.

[20] En el campo cínico la προσποίησις fingimiento o pretensión no sólo toca a la filosofía, el saber o el conocimiento, como muestra Diógenes, sino que aparece desde Mónimo como fingimiento de la locura (μανίαν προσποιηθες) (Laercio, VI 82-83). De este modo, si Diógenes era un sabio o filósofo simulado o aspiracional, quizá también fuera un loco impostado. Simulación de la sabiduría y simulación de la locura a la vez. Así la fórmula un Sócrates enloquecido entrañaría una doble falsificación.

[21] Noches áticas II 18, 9-10 (cf. Macrobio, Saturnalia I 11, 42-3).

[22] Máximo de Tiro, Disertaciones XXXVI 5; Dión de Prusa, Discursos VIII 16.

[23] Laercio, VI 43 y Ps.-Eudocia, Violar 322, p. 241, 26-242, 2; Plutarco, Sobre el exilio 16, p. 606 b-c; id., De cómo distinguir al adulador del amigo 30, p. 70 c. Cita la relación también Arriano (Diatribas de Epicteto III 22, 23-25).

[24] Filóstrato, Vida de Apolonio VII 2, 3 y 3, 3.

[25] Juan Crisóstomo, Contra los detractores de quienes inducen a la vida monástica II 6.

[26] Luciano, Cómo debe escribirse la historia 3.

[27] Laercio, VI 69.

[28] Máximo Confesor, LXVII 24.

[29] Arriano, Diatribas de Epicteto I 24, 6-9.

[30] Plutarco, Sobre la virtud moral 12, p. 452 d; Estobeo, III 13, 68.

[31] Cf. Étienne Helmer, Diogène le cynique, un héros très discret.

[32] «"πντες" επεν "ο φαλοι κα τιμντες μν δονν, τιμζοντες δ πνον, τ μγιστα τν κακν δελατα."» (Ps.-Crates, Epístola 34, 4)

[33] Laercio, VI 75.

[34] Gnomologium Vaticanum no. 10

[35] Política III 13, p. 1284 a 11-17.

[36] Estobeo, III 8, 14.

[37] «δωκε δ τ πολυανθρωπτατα τν χωρων, κα ν ατος τοτοις μνος κα κοιννητος εναι θλε μ φλον, μ ξνον προσιμενος˙ κατλυσις γρ τ τοιατα τς ρχς» (Subasta de vidas 10)

[38] Ricardo David Goldemberg, No círculo cínico ou caro Lacan, por que negar a psicanálise aos canalhas?, Relume Dumará, 2002.

[39] I. Sluiter, Communicating Cynicism: Diogenes' Gangsta Rap.

[40] Suzanne Husson, La République de Diogène: Une cité en quête de la nature.

[41] Philip Bosman, Selling Cynicism: The pragmatics of Diogenes’ comic performances.

[42] Discursos VII 8, p. 212 d-213 a.

[43] Arriano, Diatribas de Epicteto III 24, 66.


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