Alejandro y Diógenes: encuentro y diferendos


El tándem Diógenes-Jeníades parece el preámbulo o correlato privado del tándem Diógenes-Alejandro: del esclavo que gobierna al amo al filósofo-mendigo que gobierna al rey, paso de lo económico a lo cosmopolítico y avanzada de la ciencia de la vida como ciencia despótica a ciencia regia (de πιστήμη δεσποτική a πιστήμη βασιλική). A Jeníades le enseña a ser amo y no afeminado y disoluto y a Alejandro, en la versión de Dión, a ser rey y no tirano, ya que el tirano es el esclavo máximo porque entre otros menesteres vive temiendo a todos aquellos a los que manda.[1]

     Según transmite Laercio, fue Hecatón en el primer libro de sus Anécdotas, un estoico del s. II a. C., alumno de Panecio, el que puso por escrito la frase de Alejandro, que podría quizá traducirse de esta manera: si no fuera –no hubiera nacido– Alejandro, estaría dispuesto a hacerme Diógenes (επερ λξανδρος μ γεγνει, θελσαι ν Διογνης γενσθαι)[2]. Otra versión asegura que le dijo a un amigo con admiración: con qué gusto hubiera sido Diógenes, si no fuera Alejandro (ς δως ν γεμνην Διογνης, ε μ γεγνειν λξανδρος)[3]. La frase aparece también en una de las epístolas de Diógenes con ligeras diferencias[4]y Plutarco la repite varias veces, siempre de la misma manera: si yo no fuera Alejandro, sería Diógenes (ε μ λξανδρος μην, Διογνης ν μην)[5]. A su criterio esto quería decir me hubiese comprometido con los razonamientos si no hubiera filosofado a través de los actos (σχολομην ν περ λγους, ε μ δι' ργων φιλοσφουν); emularía (ζλουν) la ετλεια de Diógenes si no tuviera en mente fusionar lo bárbaro con lo helénico, civilizar (ξημερσαι) toda la tierra, desparramar la semilla de Grecia y llevar paz y justicia a todas las naciones: en ese caso optaría por la vida de Diógenes y no por una inerte vida entregada al lujo y al poder ocioso (οκ ν ν πρκτ τρυφν ξουσίᾳ καθμην)[6]. El pase de manos que articula Plutarco convierte a Alejandro en el filósofo del ργον y a Diógenes en un mero intelectual comprometido apenas con el λόγος, que no actúa sino que se ocupa del verbo. El activismo, el positivismo, el laborismo, incluso el universalismo y el imperativo de alterar la moneda de los que se jactaban los cínicos en realidad se concretan en la acción alejandrina, que por lo demás guardaba detrás de sus proezas los valores morales de Diógenes. Su cruzada trajo aparte la buena nueva de que entre los bárbaros existían algunos que eran, por así decir, más cínicos que los cínicos: los gimnosofistas. Alejandro filosofando podía llegar a ser Diógenes por disposición (διάθεσις) y mantenerse como Alejandro por azarχη), y de esta manera, porque era Alejandro, podía llegar a ser más Diógenes que el propio Diógenes (κα δι τοτο γενσθαι Διογνην μλλον, τι ν λξανδρος)[7]. Diógenes era invencible (νκητος) sin más que con el manto y el bolso, escribe Plutarco, y por eso Alejandro lo emulaba o celaba (ζηλοτυπν). Pedime lo que quierasτησν με θλεις) le dice Alejandro, según Laercio, y Diógenes contesta que no me hagas sombra (ποσκτησν μου)[8]. Podríamos decir que este Alejandro plutárquico, con ascendiente acaso en Onesícrito, sí que le hacía sombra.

     Habrá que exculpar a nuestro hombre diciendo como Epicteto que el lenguaje en el que se ejercitaba (λγειν Διογνης μεμελετκει) hablando con Alejandro o Filipo, con los piratas o su amo, era el de los resueltos (θαρροσι), digamos la παρρησα[9]. Si el émulo Alejandro como filósofo en acción vence a Diógenes, al Diógenes verbal le queda triunfar con un λόγος puntual que es el de la παρρησα. Él es el campeón –tanto en las versiones en pro como en contra de Alejandro– en este rubro que como enunciación no es sólo un ejercicio de la palabra sino un rotundo acto de riesgo fatal. No era el caso de Aristóteles, a fiarse de Luciano, a quien el quejoso y póstumo Alejandro que habita el Hades describe ante el imperturbable y risueño Diógenes como un adulador (κολκων), un mago impostor y un truhan (γης τεχντης) que decía, con el fin de recibir su parte sin vergüenza, que la riqueza es un bien.[10]

     La tesis de Dión es la opuesta a la de Plutarco: en Sobre la realeza IV (Περι βασιλειας δ´) es Diógenes el que hace ver a Alejandro como un rey en palabras más que en hechos, en la medida en que aún no alcanzó la φρνησις y es un amante del honor y la gloria. Pese a ello, su punto de vista no es hostil, porque Alejandro está bien dispuesto a aprender del sabio.

     Otros en cambio sólo afirmaron, al revés de Plutarco, que el macedonio salió derrotado. Apodado invictus, reza Valerio Máximo, no pudo vencer la continentia de Diógenes. Igualmente Séneca considera al filósofo como el vencedor, dado que Alejandro se encontró con uno al que no podía darle ni quitarle nada (cui nec dare quicquam posset nec eripere)[11]. La relación entre ambos como una contienda es un tópico de la Antigüedad, por ejemplo para Apuleyo, según el cual disputaban por la verdadera realeza (de veritate regni certabundus). Alejandro contempló, pone Juvenal, cuánto más feliz era el que nada desea que el que quiere el mundo entero para sí (quanto felicior hic, qui nil cuperet, quam qui totum sibi posceret orbem); según Juan Crisóstomo peleaba y hacía de todo por poder alcanzar un día su riqueza (φιλονεκει κα πντα πραττε, στε δυνηθνα ποτε π τν πλοτον λθεν τν τοτου), y de acuerdo a Nicéforo, avergonzado consideraba más feliz al Diógenes simple y sin superfluidades (ετελς κα πριττον) que a él en el boato y la riqueza[12]. La bivalente competitividad de Diógenes, que lo hace ser un atleta y despreciar a los atletas y ser un guerrero y despreciar la guerra y a los guerreros, es expuesta desde su etapa pre-filosófica, como en el relato biográfico de la Suda, donde se sostiene que la inquietud que formuló al oráculo no era si debía o no alterar la moneda, la ley o las costumbres, ni cómo ser famosísimo sino cómo llegar a ser el primero, o dicho de otro modo, cómo llegar a ocupar el primer puestoς ν πρωτεσειεν)[13]. Si perseguía la gloria y el nombre, se da a entender, era como fruto de la lucha y la contienda. Ya filósofo, vira el método, que será el cínico de acá en más, aunque no el fin: la fama y el campeonato se lograrán desdeñándolos.

     Antes de conocer a Alejandro, se sabe o se dijo, conoció a su padre.

     Diógenes, como muestran Luciano y Laercio, no se dispone a resistir la invasión de Filipo: parece actuar como un holgazán desinteresado y ridículo y finge que finge prepararse. Cuando los hechos desenlazan, más que atraparlo, los de Filipo lo recogen (συλληφθείς)[14]. Después de todo, Diógenes no se resiste. Hay que imaginar que lo encontraron apenas girando el ánfora. Su actitud política es pacífica y además ¿en qué podría haber cambiado su vida no ya entre corintos sino entre macedonios? De nuevo aparece la cuestión de la múltiple identidad, o más bien de la improvisación sobre la marcha de la propia identidad. Se le preguntó quién eraς εη) y resultó que ahora era el espía de la avidez filípica (κατσκοπος τς σς πληστας). El rey es proclive a los sabios, un buen rey se ve, porque la franqueza temeraria del reo lo maravilla (θαυμασθες). En la versión de Plutarco, en cambio, se infiltra en el campamento (incluso antes de que ataque, ya que se dice que lo hizo en el momento en que este se disponía a combatir a los griegos). La audacia ya no es sólo declarativa, hay un paso previo y premeditado al acto[15]. Acá su identidad como κατσκοπος es todavía más fortuita y producida por el interlocutor, ya que resulta de que le haya preguntado si era un espía. Él rubrica, pero aclara qué clase de espía (y ahora los vicios del invasor son unos cuantos más). Epicteto considera que además de κατσκοπος era mensajero de Zeus (γγελος π το Δις) y que lo llevaron ante Filipo después de la batalla de Queronea; pero Filóstrato, que dice que lo interpeló en defensa de los atenienses, escribe que si bien llegó con los hechos ya acaecidos, lo venía vigilando (φλαξε) de antes[16]. Aunque no logra torcer la voluntad del rey, como indica Filóstrato, el admirado monarca al emprender la campaña contra los persas lo deja todo para ir a verlo y saber si precisa algo y si tiene algo que mandarle, según cuenta Juan Crisóstomo.[17]

     Algunas versiones ponen a un Alejandro que va hacia Diógenes, a diferencia de Filipo, sabiendo bien quién es. Sin embargo hay una que lo muestra ignorándolo, y cuando pregunta quién es esteτος δ τς) se le dice que es el filósofo que muchas veces aconsejó a los atenienses no pelear contra su poder ( φιλσοφος πολλκις συμβουλεσας θηναοις τ σ μ μχεσθαι κρτει)[18]. También en la escena de Laercio ambos se presentan como si no se conocieran: de un lado el gran rey y del otro apenas el perro, así se llama cada cual a sí mismo.[19]

     Para Arriano se lo encontró echado al sol y le preguntó si necesitaba algo (ρμενος ε του δοιτο). Diógenes le dice que nada necesita (δεσθαι οδενς) y conmina a él y a su guardia y escuderos a que se aparten del sol (π το λου δ πελθεν κλευσεν). Aunque Alejandro estaba terriblemente dominado por la gloria (λλ' κ δξης γρ δεινς κρατετο), dice, igual que su padre también lo admiró (θαυμσαι).[20]

     Juan Crisóstomo aporta que el hecho ocurrió cuando estaba en camino a Persia. Se presentó ante él instándolo a que le informara si necesitaba algo τινος δοιτο), a lo que el otro contestó: Nada, amén de que el rey no me haga sombra ("οδενς," φη, "πλν το μ πισκοτεν ατ τν βασιλα").[21]

     Eudocia refiere que estaba tomando sol (λιουμν) y al llegar Alejandro le impedía calentarse con hacerle sombra (ποσκοτν ατν το μ θερμανεσθαι). ¿Qué gracia quieres te conceda? βολει σοι χαρσομαι). Déjame participar de lo que no puedes proporcionar. ¿Y qué es lo que no puedo? El calor del sol ν το λου θλψιν).[22]

     Simplicio dice que le preguntó qué quería βολεται) y como se estaba calentando (θερμαινμενος) dijo córrete del sol ("πστηθι," φησ, "το λου"). Así admiró su grandeza de ánimo y esperó –o rogó– hacerse como Diógenes, si era posible, y si no, permanecer como Alejandro[23]. Cicerón comenta que le preguntó si tenía necesidad de algo (si quid opus esset). Ahora, de hecho, un poco de sol ("nunc quidem paululum," inquit, "a sole").[24]

     Plutarco aclara que estaba filosofando en el Craneo y va a verlo. Por casualidad lo encuentra tirado al sol (τυχε δ κατακεμενος ν λίῳ) y luego de saludarlo amigablemente pregunta si estaba necesitando algo (ε τινος τυγχνει δεμενος), a lo que el otro retruca Apártate un poco del sol ("μικρν" επεν "π το λου μετστηθι."). El desprecio (καταφρόνησις) de Diógenes, dice Plutarco, lo colmó de admiración por su orgullo y munificencia y al retirarse emitió la frase entre las risas y burlas de los escoltas[25]. Alejandro recibe y aprende la lección cínica y es capaz de reconocer la virtud del filósofo aun sufriendo su desdén e incluso la irrisión de sus propios subordinados. Él mismo en cierta forma queda en la posición de un cínico y la surfea con la debida grandeza.

     En otra tirada de Plutarco está sentado al sol (ν λίῳ καθμενον); preguntó si necesitaba algo (ε τινος δεται) y diciéndole que no, lo invitó a que dejara un poco de hacerle sombra (το δ μηδν λλ' σμικρν ποσκοτσαι κελεσαντος). Y lo admira y emite su dicho.[26]

     Lo encuentra, pone en otro lado, en los derredores de Corinto (περ Κρινθον)[27]. Acá lo admira también por su εφυα –su buen natural, genio o talento o virtud. «Me hubiera ocupado de los razonamientos filosóficos –expresa–, si no hubiera filosofado mediante los hechos.» Otros también lo ubican περ Κρινθον, donde Alejandro lo descubre calentándose al sol (λίῳ θαλπμενον) y luego de saludarlo pregunta si necesita algo (ε τινος δοιτο), a lo que el filósofo dijo que necesitaba el calor del sol y que considerara cambiarse de sitio ( δ τς το λου επεν λας δεσθαι, κα μετασθναι ατν ξου). En este caso el cortejo se burla de Diógenes lo que parece más factible y él, admirado de la altivez del hombre, pronuncia su sentencia.[28]

     En el cuadro de Laercio, Alejandro se lo encuentra tomando sol en el Craneo (ν τ Κρανείῳ λιουμν ατ). Arriano pone que estaba en el Ismo tumbado al sol (κατακειμν ν λίῳ)[29]y Juan Cristóstomo calentándose al sol (λίῳ θερμαινμενος). Se lo muestra en una posición antitética: feliz en su indiferencia y despreocupación. Valerio Máximo lo eleva de algún modo y pone que estaba sentado al sol sobre un pedestal (in sole sedentem…in crepidine). El cambio de posición le sirve para explicar que con sus riquezas no logró bajarlo de su peldaño y sí a Darío con sus armas. La filosofía en armas funciona contra persas y no contra el cínico. Supone además que Diógenes tenía un propósito inmediato patente, pero aceptaba discutir la oferta a futuro. Alejandro le indicó si deseaba ser recompensado con algo (hortareturque ut, si qua praestari sibi vellet). Contestó: Luego vendrá lo demás, mientras tanto quisiera que no me tapes el sol ("mox" inquit "de ceteris, interim velim a sole mihi non obstes.").[30]

     Una biografía bizantina de Alejandro agrega detalles curiosos: después de la batalla lo encuentra una mañana aterido por el frío y sentado en un lugar soleado (ν τινι λιακ καθεζμενον τπ), sentado tomando sol (καθμενον λιζετο) y examinando unas ofrendas votivas o adornos (περισκοπντα ναθματα). Oh Diógenes, ¿qué gracia debo concederte? ( Διγενες, τ σοι χαρσομαι) No me des ninguna otra gracia que el sol, alejándote de mí para que me caliente δν, φη, λλο τν λιν μοι χρισαι πιν π' μο να τ παρν θερμανθ).[31]

     Alejandro, escribió Varrón, le ofreció que pidiera lo que quisiera, que se lo concedería (iussus optare, quid vellet, se facturum)[32] –¿le ordenó hacer lo que quisiera?

     Juvenal menciona al tonel (dolium, domus, testa) en el encuentro con Alejandro. Usa el término testa, lo que vale por jarrón o ánfora tanto como por caparazón o concha[33]. La expresión πίθος φρενών –algo así como un tonel de entendimiento o un barril lleno de ingenio–, en alusión a Diógenes, parece haber sido de uso común y algunos estudiosos conjeturaron que habría salido de una tragedia del sinopense. Sin embargo una anécdota la pone en boca de Alejandro, que al verlo acostado en el tonel (κοιμμενον ν πιθ) exclamó πθε μεστ φρενν, a lo que Diógenes contestó que al tonel colmado de entendimiento prefería el goteo de la τύχη[34]. La respuesta, que se reitera en alguna otra fuente sin el contexto[35]y parece haber surgido del cómico Menandro, va palpablemente en contra de la doctrina cínica y una versión de Máximo Confesor se inclina a corregirla, mientras otra fuente la atribuye a Ptolomeo, pero como dirigida al filósofo Sóstades[36]. Es Menandro el que, dando vuelta al cínico, prefiere una gota de fortuna a una tinaja de sensatez. Dicha versión podría más o menos empalmarse a la plutárquica, en la cual Alejandro es más Diógenes que Diógenes por mor de la τύχη.

     La Epístola 33 podría ser una particular respuesta a un enfoque como el de Plutarco, ya que acá Alejandro no lo descubre retozando a la vera del tonel sino trabajando (ργω): lo halla sentado en un teatro –hábitat aparentemente usual en los cínicos de Roma de tiempos neronianos– donde pega, recorta o compone unos rollos de libros. Pero si bien es un Diógenes que está activo, queda visto que lo está según una labor de tipo intelectual, como un campeón del λόγος. Dado que le bloquea el sol, con ironía el filósofo dice que Alejandro es invencible y que tiene el mismo poder que los dioses, porque cuando te pusiste frente a mí hiciste lo que dicen que hace la luna cuando tapa al sol. Para Diógenes el βασιλες no es alguien diferente o que está por encima (διαφρει), y no lo es porque no guerrea contra los suyos ni lo saquea como hace frente a macedonios o lacedemonios, que tienen necesidad de un rey (χρεα βασιλως). Sin embargo luego admite que se diferencia por la pobreza (πενα), gracias a la cual él no guerrea. El resultado de esta versión cínica –o pro-cínica– es que el rey siente pudor (αδώς), emite su frase y lo convida sin éxito a ir de expedición con él. La diferencia (διαφρει) vuelve a aparecer en la siguiente carta que los tiene como interlocutores y en este caso remite al criterio sobre gobernar o dominar (ρχειν y κρατεν). Alejandro cree que mandar es combatir a los hombres (δοκετε τ ρχειν εναι μχεσθαι τος νθρποις) y se dedica a conspirar (πιβουλεύω), cuando en realidad es saber aprovecharlos para hacer algo mejor (τ δ' πστασθαι τος νθρποις χρσθαι κα νεκ τι το βελτστου πρττειν) –hacer con ellos o hacer juntos– y de esta manera lo considera un τύραννος[37]. De las cuatro esquelas diogénicas que tratan el interviú la última es la más hostil: una larga reprimenda sin respuesta alguna. En la Epístola 23 Diógenes recibe con agrado la noticia de que quiere verlo y de que los macedonios se reconciliaron con su rey, aunque no está dispuesto a ser su huésped y le exige que cambie de modo de vida y discurso (μεταλαβεν λξανδρος βου κα λγων). En la sucesiva le espeta que para ser καλς κγαθς debe cambiar de vestimenta y unirse a los cínicos, cosa que estima que no hará por estar sometido a los muslos de su amigo y general Hefestión.

     Tal como sugiere la Epístola 33, Alejandro podría ser un óbice que trae la oscuridad y la ignorancia (σκότος); sin embargo, como se vio, casi todos los narradores de la escena hacen notar que es el calor y no la luz lo que Diógenes demanda. Asunto térmico, más que nada. Salvo en las mentadas excepciones, Diógenes domina siempre la situación y sin dudas domina a Alejandro. Desde el vamos le demuestra que no le teme porque le hace admitir que es bueno y nadie teme lo bueno[38]. Lo domina con la moralidad de Alejandro. Lo suyo menos que refutar o hacer alumbrar, como Sócrates, es avergonzar. Un mecanismo más drástico y encarnado, porque la vergüenza se apodera del cuerpo, es pasional y delata su emergencia con el rubor que invade el rostro.   El cínico es un maestro de la vergüenza, y porque es impúdico, aunque hipermoralista, triunfa sobre los púdicos: juega con la αδώς del rey.

     Sayre tiene algún crédito al decir que la escaramuza con Alejandro es verídica y que fue lo que propulsó la fama de este hombre oscuro. Si efectivamente le dijo en la cara al futuro rey que se quitara y dejara de hacerle sombra, es de esperar que, gracias a la compresión de Alejandro –ya que la anécdota fija de acá en más la complicidad oficial con el cinismo fomentada por Onesícrito–, Diógenes haya alcanzado, progresivamente, la celebridad. La anécdota prueba además su máxima acerca de que el camino hacia la fama es el desprecio de la fama (y del poder). Las relaciones entre ambos, a criterio del postor, pueden ser hostiles o amistosas. El filósofo se burla del gobernante pidiendo a los atenienses que lo decreten a él mismo Serapis, dado que decretaron Dioniso a Alejandro, o argumentando que no quiere ser un hombre, pero por su νοια no puede ser un dios, o sosteniendo que quien almuerza y cena cuando él quiere es un desdichado, como Calístenes, o bien puede reírse de él cuando lo descubre en el Hades y advierte que no era hijo de Amón, como se decía, y que murió de igual manera que todos los demás hombres[39]. No obstante, también puede escribirle cartas o invitarlo a viajar juntos a Olimpia, porque considera que debía visitar los templos de los dioses y que le convenía relacionarse con él.[40] Y el contacto va a continuar también con los diádocos: Diógenes será llamado por Pérdicas –y amenazado de muerte–, por Crátero y por Antípatro, a los que rechaza (aunque al último le acepta, no sin sorna, el regalo de un módico τριβνιον).[41]

     Algunos analistas dudaron de la veracidad del episodio porque Alejandro suele ser presentado como gobernante mundial cuando en realidad aún no lo era (si ocurrió, ora en Corinto, Atenas o Tebas, tiene que haber sido entre los años 338 y 335). Suele pensarse que tras el ajusticiamiento de Calístenes, el sobrino de Aristóteles, Alejandro se inclinó hacia el cinismo, por influjo de Diógenes o más probablemente de Onesícrito, viendo que el cosmopolitismo de esta filosofía podía llegar a encajar con su gesta universal, un vínculo que más tarde supieron enarbolar los estoicos. Sin embargo el testimonio de Cicerón, el más antiguo de los existentes, da cuenta probable de una anterior tradición pro-cínica hostil al régimen alejandrino. Si la anécdota original mostraba una disputa en la que ganaba el cínico, Plutarco hace que el vencedor sea el otro, basado tal vez en el relato de Onesícrito, en el que podrían haber quedado en tablas. Ya con Dión Crisóstomo y otros oferentes el gobernante se transforma de a poco en aprendiz de Diógenes, y el sabio en eventual consejero. La versión favorable a Alejandro –de Onesícrito a Plutarco– hace notar que es posible ser más Diógenes que el mismo Diógenes de dos maneras distintas: a la manera de Alejandro, filósofo en acción, a escala universal y alterador de la moneda en un sentido efectivo, y a la de los gimnosofistas, que superaban al del Ponto en ascetismo y en la indiferencia o repudio de la ley y las costumbres. El inerte Diógenes que toma sol no sería precisamente un ejemplo de esfuerzo y disciplina sino de indiferencia: no el riguroso sino el eudemonista o cuasi hedonista. ¿Alejandro es una sombra y una luna del sabio calórico y solar o aquel que es capaz de ensombrecerlo y frizarlo?




[1] Vid. Dión Crisóstomo, Sobre la realeza IV y Diógenes o de la tiranía; Ps.-Diógenes, Epístola 40.

[2] Laercio. VI 32; Arsenio p. 200, 19-21; Ps.-Eudocia, Violar 332 p. 241, 7-9.

[3] Gnomologium Vaticanum 743 n. 91.

[4] «Pero si no hubiera sido antes Alejandro, habría sido Diógenes» (λλ' ε μ φθην λξανδρος γενσθαι, Διογνης ν γενμην) (Ps.-Diógenes, Epístola 33).

[5] Plutarco, Vida de Alejandro 14, 2-5, p. 671 d-e; id., Al estadista ignorante 5, p. 782 a-b; id., De la fortuna o virtud de Alejandro Magno I 10, p. 331 d-f; id., Sobre el exilio 15, p. 605 d-e. Cf., Zónaras, Compendio de historias IV 9; Basilio, Epístola I 12, 3.

[6] Ibid., De la fortuna o virtud de Alejandro Magno.

[7] Ibid., Al estadista ignorante.

[8] Laercio, VI 38.

[9] Arriano, Diatribas de Epicteto II 13, 24.

[10] Diálogos de muertos 13, 5.

[11] Valerio Máximo, Hechos y dichos memorables IV 3, ext. 4; Séneca, Sobre los beneficios V 6, 1.

[12] Apuleyo, Apología 22; Juvenal, Sátiras XIV 305-314; Juan Crisóstomo, Contra los detractores de quienes inducen a la vida monástica II 4; Nicéforo Grégora, Historias bizantinas XIV 3, 4 y 3, 6.

[13] La Suda, s. v. Diógenes, n.1144.

[14] Laercio, VI 43 y Ps.-Eudocia, Violar 322, p. 241, 26-242, 2.

[15] Plutarco, Sobre el exilio 16, p. 606 b-c; id., De cómo distinguir al adulador del amigo 30, p. 70 c.

[16] Arriano, Diatribas de Epicteto III 22, 23-25; Filóstrato, Vida de Apolonio VII 2, 3 y 3, 3.

[17] Juan Crisóstomo, Contra los detractores de quienes inducen a la vida monástica II 6.

[18] Anónimo Bizantino, Vida de Alejandro, rey de los macedonios 12, 7.

[19] Laercio, VI 60.

[20] Arriano, Anábasis de Alejandro VII 2, 1-2.

[21] Juan Crisóstomo, Sobre S. Bábilas contra Juliano y los gentiles 8.

[22] Ps.-Eudocia, Violar 332, p. 240, 24-241, 3.

[23] Simplicio, Comentario al Manual de Epicteto 15.

[24] Cicerón, Conversaciones tusculanas V 32, 92.

[25] Plutarco, Vida de Alejandro 14, 2-5, p. 671 d-e.

[26] Id., Sobre el exilio 15, p. 605 d-e.

[27] Id., De la fortuna o virtud de Alejandro Magno I 10, p. 331 d-f.

[28] Zónaras, Compendio de historias IV 9; cf. Basilio, Epístolas I 12, 3.

[29] Laercio, VI 38; Arriano, Anábasis de Alejandro VII 2, 1-2.

[30] Valerio Máximo, Hechos y dichos memorables IV 3, ext. 4.

[31] Anónimo Bizantino, Vida de Alejandro, rey de los macedonios 12, 7.

[32] Varrón, Sátiras menipeas LIII 8.

[33] Juvenal, Sátiras XIV 305-314.

[34] Gnomologium Vaticanum 743, n. 97.

[35] Teodoro Hirtacense, Cartas 17.

[36] Máximo Confesor, XVIII 43; Nonno a Gregorio de Nizancio, Discurso primero Contra Juliano, 36, 1000 Migne.

[37] Ps.-Diógenes, Epístola 40.

[38] Laercio, VI 68.

[39] Laercio, VI 63; Códice Vaticano Griego 96, fol. 88, n. 13; Laercio, VI 45; Luciano, Diálogos de muertos 13, 1-6.

[40] Juliano, Discursos VII 8, p. 212 c.

[41] Laercio, VI 44, VI 57 y VI 66; Ps.-Diógenes, Epístolas 4, 6, 14, 15, 40 y 45. Aunque Filóstrato, Laercio y el Gnomologium Vaticanum narran que Crates rechazó la propuesta de reconstruir Tebas que le hizo Alejandro (e incluso la de ir a Macedonia), también se dice que asistió junto a Hiparquia a un banquete que ofreció Lisímaco, el diádoco que gobernaba Tracia (Laercio, VI 97).


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