El tándem Diógenes-Jeníades parece el preámbulo
o correlato privado del tándem Diógenes-Alejandro: del esclavo que gobierna al
amo al filósofo-mendigo que gobierna al rey, paso de lo económico a lo
cosmopolítico y avanzada de la ciencia de la vida como ciencia despótica a
ciencia regia (de ἐπιστήμη δεσποτική a ἐπιστήμη βασιλική). A Jeníades le enseña a ser
amo y no afeminado y disoluto y a Alejandro, en la versión de Dión, a ser rey y
no tirano, ya que el tirano es el esclavo máximo porque entre otros menesteres vive
temiendo a todos aquellos a los que manda.[1]
Según
transmite Laercio, fue Hecatón en el primer libro de sus Anécdotas, un estoico del s. II a. C., alumno de Panecio, el que
puso por escrito la frase de Alejandro, que podría quizá traducirse de esta manera:
si no fuera –no hubiera nacido–
Alejandro, estaría dispuesto a hacerme Diógenes (εἴπερ Ἀλέξανδρος μὴ ἐγεγόνει, ἐθελῆσαι ἂν Διογένης γενέσθαι)[2].
Otra versión asegura que le dijo a un amigo con admiración: con qué gusto hubiera sido Diógenes, si no fuera
Alejandro (ὡς ἡδέως ἂν ἐγεμόνην Διογένης, εἰ μὴ ἐγεγόνειν Ἀλέξανδρος)[3].
La frase aparece también en una de las epístolas de Diógenes con ligeras
diferencias[4]y
Plutarco la repite varias veces, siempre de la misma manera: si yo no fuera Alejandro, sería Diógenes
(εἰ μὴ Ἀλέξανδρος ἤμην, Διογένης ἂν ἤμην)[5].
A su criterio esto quería decir me
hubiese comprometido con los razonamientos si no hubiera filosofado a través de
los actos (ἠσχολούμην ἂν περὶ λόγους, εἰ μὴ δι' ἔργων ἐφιλοσόφουν); emularía (ἐζήλουν) la εὐτέλεια de Diógenes si no tuviera en mente fusionar lo bárbaro con
lo helénico, civilizar (ἐξημερῶσαι) toda la tierra, desparramar
la semilla de Grecia y llevar paz y justicia a todas las naciones: en ese caso
optaría por la vida de Diógenes y no por una inerte vida entregada al lujo y al
poder ocioso (οὐκ ἂν ἐν ἀπράκτῳ τρυφῶν ἐξουσίᾳ καθήμην)[6].
El pase de manos que articula Plutarco convierte a Alejandro en el filósofo del
ἔργον y a Diógenes en un mero intelectual
comprometido apenas con el λόγος, que no
actúa sino que se ocupa del verbo. El activismo, el positivismo, el laborismo,
incluso el universalismo y el imperativo de alterar la moneda de los que se
jactaban los cínicos en realidad se concretan en la acción alejandrina, que por
lo demás guardaba detrás de sus proezas los valores morales de Diógenes. Su
cruzada trajo aparte la buena nueva de que entre los bárbaros existían algunos
que eran, por así decir, más cínicos que los cínicos: los gimnosofistas. Alejandro filosofando podía llegar a ser Diógenes
por disposición (διάθεσις) y
mantenerse como Alejandro por azar (τύχη), y de
esta manera, porque era Alejandro, podía llegar a ser más Diógenes que el
propio Diógenes (καὶ
διὰ τοῦτο γενέσθαι Διογένην μᾶλλον, ὅτι ἦν Ἀλέξανδρος)[7]. Diógenes era invencible (ἀνίκητος) sin más que con el manto y
el bolso, escribe Plutarco, y por eso Alejandro lo emulaba o celaba (ζηλοτυπῶν). Pedime lo que quieras (αἴτησόν με ὃ θέλεις) le dice Alejandro, según Laercio, y Diógenes
contesta que no me hagas sombra (ἀποσκότησόν μου)[8]. Podríamos decir que este Alejandro plutárquico,
con ascendiente acaso en Onesícrito, sí que le hacía sombra.
Habrá
que exculpar a nuestro hombre diciendo como Epicteto que el lenguaje en el que
se ejercitaba (λέγειν
Διογένης μεμελετήκει) hablando con Alejandro o Filipo, con los
piratas o su amo, era el de los resueltos (θαρροῦσι), digamos la παρρησία[9].
Si el émulo Alejandro como filósofo en acción vence a Diógenes, al Diógenes
verbal le queda triunfar con un λόγος puntual que es el de la παρρησία. Él es el campeón –tanto en las versiones en
pro como en contra de Alejandro– en este rubro que como enunciación no es sólo
un ejercicio de la palabra sino un rotundo acto de riesgo fatal. No era el caso
de Aristóteles, a fiarse de Luciano, a quien el quejoso y póstumo Alejandro que
habita el Hades describe ante el imperturbable y risueño Diógenes como un
adulador (κολάκων), un mago
impostor y un truhan (γόης
τεχνίτης) que decía, con el fin de recibir su parte
sin vergüenza, que la riqueza es un bien.[10]
La tesis de Dión es la opuesta a la de
Plutarco: en Sobre la realeza IV
(Περι βασιλειας δ´) es Diógenes el que hace ver a Alejandro como
un rey en palabras más que en hechos, en la medida en que aún no alcanzó
la φρόνησις y es un amante del honor y la gloria. Pese
a ello, su punto de vista no es hostil, porque Alejandro está bien dispuesto a
aprender del sabio.
Otros en
cambio sólo afirmaron, al revés de Plutarco, que el macedonio salió derrotado. Apodado
invictus, reza Valerio Máximo, no
pudo vencer la continentia de
Diógenes. Igualmente Séneca considera al filósofo como el vencedor, dado que Alejandro
se encontró con uno al que no podía darle ni quitarle nada (cui nec dare quicquam posset nec eripere)[11]. La
relación entre ambos como una contienda es un tópico de la Antigüedad, por
ejemplo para Apuleyo, según el cual disputaban por la verdadera realeza (de veritate regni certabundus).
Alejandro contempló, pone Juvenal, cuánto más feliz era el que nada desea que
el que quiere el mundo entero para sí (quanto
felicior hic, qui nil cuperet, quam qui totum sibi posceret orbem); según
Juan Crisóstomo peleaba
y hacía de todo por poder alcanzar un día su riqueza (ἐφιλονείκει καὶ πάντα ἔπραττε, ὥστε δυνηθῆναί ποτε ἐπὶ τὸν πλοῦτον ἐλθεῖν τὸν τούτου), y de acuerdo a Nicéforo, avergonzado consideraba
más feliz al Diógenes simple y sin superfluidades (εὐτελὲς καὶ ἀπέριττον) que a
él en el boato y la riqueza[12]. La
bivalente competitividad de Diógenes, que lo hace ser un atleta y despreciar a
los atletas y ser un guerrero y despreciar la guerra y a los guerreros, es
expuesta desde su etapa pre-filosófica, como en el relato biográfico de la Suda, donde se sostiene que la inquietud
que formuló al oráculo no era si debía o no alterar la moneda, la ley o las
costumbres, ni cómo ser famosísimo sino cómo
llegar a ser el primero, o dicho
de otro modo, cómo llegar a ocupar el
primer puesto (πῶς ἂν πρωτεύσειεν)[13].
Si perseguía la gloria y el nombre, se da a entender, era como fruto de la
lucha y la contienda. Ya filósofo, vira el método, que será el cínico de acá en
más, aunque no el fin: la fama y el campeonato se lograrán desdeñándolos.
Antes de conocer a Alejandro, se sabe o se
dijo, conoció a su padre.
Diógenes, como muestran Luciano y Laercio,
no se dispone a resistir la invasión de Filipo: parece actuar como un holgazán
desinteresado y ridículo y finge que finge prepararse. Cuando los hechos
desenlazan, más que atraparlo, los de Filipo lo recogen (συλληφθείς)[14].
Después de todo, Diógenes no se resiste. Hay que imaginar que lo encontraron
apenas girando el ánfora. Su actitud política es pacífica y además ¿en qué
podría haber cambiado su vida no ya entre corintos sino entre macedonios? De
nuevo aparece la cuestión de la múltiple identidad, o más bien de la
improvisación sobre la marcha de la propia identidad. Se le preguntó quién era (τίς εἴη) y
resultó que ahora era el espía de la
avidez filípica (κατάσκοπος τῆς σῆς ἀπληστίας).
El rey es proclive a los sabios, un buen rey se ve, porque la franqueza
temeraria del reo lo maravilla (θαυμασθεὶς). En
la versión de Plutarco, en cambio, se infiltra en el campamento (incluso antes
de que ataque, ya que se dice que lo hizo en el momento en que este se disponía
a combatir a los griegos). La audacia ya no es sólo declarativa, hay un paso
previo y premeditado al acto[15].
Acá su identidad como κατάσκοπος es todavía más fortuita
y producida por el interlocutor, ya que resulta de que le haya preguntado si
era un espía. Él rubrica, pero aclara qué clase de espía (y ahora los vicios
del invasor son unos cuantos más). Epicteto considera que además de κατάσκοπος era mensajero de Zeus (ἄγγελος ἀπὸ τοῦ Διὸς) y
que lo llevaron ante Filipo después de la batalla de Queronea; pero Filóstrato,
que dice que lo interpeló en defensa de los atenienses, escribe que si bien
llegó con los hechos ya acaecidos, lo venía vigilando (ἐφύλαξε)
de antes[16].
Aunque no logra torcer la voluntad del rey, como indica Filóstrato, el admirado
monarca al emprender la campaña contra los persas lo deja todo para ir a verlo
y saber si precisa algo y si tiene algo que mandarle, según cuenta Juan
Crisóstomo.[17]
Algunas versiones ponen a un Alejandro que
va hacia Diógenes, a diferencia de Filipo, sabiendo bien quién es. Sin embargo
hay una que lo muestra ignorándolo, y cuando pregunta quién es este (Οὗτος δὲ τίς) se le dice que es el filósofo que muchas veces
aconsejó a los atenienses no pelear contra su poder (ὁ φιλόσοφος ὁ πολλάκις συμβουλεύσας Ἀθηναίοις τῷ σῷ μὴ μάχεσθαι κράτει)[18].
También en la escena de Laercio ambos se presentan como si no se conocieran: de
un lado el gran rey y del otro apenas
el perro, así se llama cada cual a sí
mismo.[19]
Para Arriano se lo encontró echado al sol y
le preguntó si necesitaba algo (ἐρόμενος εἴ
του δέοιτο). Diógenes le dice que nada necesita (δεῖσθαι οὐδενός) y conmina a él y a su guardia y escuderos a
que se aparten del sol (ἀπὸ τοῦ ἡλίου δὲ ἀπελθεῖν ἐκέλευσεν). Aunque Alejandro estaba terriblemente dominado por la gloria
(ἀλλ' ἐκ δόξης γὰρ δεινῶς ἐκρατεῖτο), dice, igual que su padre también lo admiró
(θαυμάσαι).[20]
Juan Crisóstomo aporta que el hecho
ocurrió cuando estaba en camino a Persia. Se presentó ante él instándolo a que
le informara si necesitaba algo (εἴ τινος δέοιτο), a lo que el otro contestó: Nada, amén de que el rey no me haga sombra ("οὐδενὸς," ἔφη, "πλὴν τοῦ μὴ ἐπισκοτεῖν
αὐτῷ τὸν βασιλέα").[21]
Eudocia refiere que estaba tomando sol (ἡλιουμένῳ) y al llegar Alejandro le impedía calentarse con hacerle sombra (ἀποσκοτῶν αὐτὸν τοῦ μὴ θερμαίνεσθαι). ¿Qué
gracia quieres te conceda? (τί βούλει σοι χαρίσομαι).
Déjame participar de lo que no puedes proporcionar. ¿Y qué es lo que no puedo?
El calor del sol (τὴν
τοῦ ἡλίου θάλψιν).[22]
Simplicio dice que le preguntó qué quería (τί βούλεται) y como se estaba calentando (θερμαινόμενος) dijo córrete
del sol ("ἀπόστηθι," φησὶ, "τοῦ ἡλίου").
Así admiró su grandeza de ánimo y esperó –o rogó– hacerse como Diógenes, si era
posible, y si no, permanecer como Alejandro[23]. Cicerón
comenta que le preguntó si tenía
necesidad de algo (si quid opus esset).
Ahora, de hecho, un poco de sol ("nunc quidem paululum," inquit,
"a sole").[24]
Plutarco
aclara que estaba filosofando en el Craneo y va a verlo. Por casualidad lo
encuentra tirado al sol (ἔτυχε δὲ κατακείμενος ἐν ἡλίῳ) y
luego de saludarlo amigablemente pregunta si estaba necesitando algo (εἴ τινος τυγχάνει δεόμενος), a lo que el otro retruca Apártate un poco del sol ("μικρὸν" εἶπεν "ἀπὸ τοῦ ἡλίου μετάστηθι."). El desprecio (καταφρόνησις)
de Diógenes, dice Plutarco, lo colmó de admiración por su orgullo y
munificencia y al retirarse emitió la frase entre las risas y burlas de los
escoltas[25].
Alejandro recibe y aprende la lección cínica y es capaz de reconocer la virtud
del filósofo aun sufriendo su desdén e incluso la irrisión de sus propios
subordinados. Él mismo en cierta forma queda en la posición de un cínico y la
surfea con la debida grandeza.
En
otra tirada de Plutarco está sentado al
sol (ἐν ἡλίῳ καθήμενον); preguntó si necesitaba algo
(εἴ τινος δεῖται) y diciéndole que no, lo
invitó a que dejara un poco de hacerle sombra (τοῦ δὲ μηδὲν ἀλλ' ἢ σμικρὸν ἀποσκοτίσαι κελεύσαντος). Y lo admira y emite su
dicho.[26]
Lo
encuentra, pone en otro lado, en los derredores de Corinto (περὶ Κόρινθον)[27].
Acá lo admira también por su εὐφυία –su buen natural, genio o talento o virtud. «Me hubiera ocupado de los razonamientos
filosóficos –expresa–, si no hubiera
filosofado mediante los hechos.» Otros también lo ubican περὶ Κόρινθον,
donde Alejandro lo descubre calentándose al sol (ἡλίῳ θαλπόμενον) y luego de saludarlo
pregunta si necesita algo (εἴ τινος δέοιτο), a lo que el filósofo dijo que necesitaba el calor del sol y que
considerara cambiarse de sitio (ὁ δὲ τῆς τοῦ ἡλίου εἶπεν ἀλέας δεῖσθαι, καὶ μετασθῆναι αὐτὸν ἠξίου). En este caso el cortejo se
burla de Diógenes –lo que parece más factible– y él, admirado de la altivez del
hombre, pronuncia su sentencia.[28]
En
el cuadro de Laercio, Alejandro se lo encuentra tomando sol en el Craneo (ἐν τῷ Κρανείῳ ἡλιουμένῳ αὐτῳ).
Arriano pone que estaba en el Ismo tumbado
al sol (κατακειμένῳ ἐν ἡλίῳ)[29]y
Juan Cristóstomo calentándose al sol
(ἡλίῳ
θερμαινόμενος).
Se lo muestra en una posición antitética: feliz en su indiferencia y
despreocupación. Valerio Máximo lo eleva de algún modo y pone que estaba sentado al sol sobre un pedestal (in sole sedentem…in crepidine). El
cambio de posición le sirve para explicar que con sus riquezas no logró bajarlo
de su peldaño y sí a Darío con sus armas. La filosofía en armas funciona contra
persas y no contra el cínico. Supone además que
Diógenes tenía un propósito inmediato patente, pero aceptaba discutir la oferta
a futuro. Alejandro le indicó si deseaba
ser recompensado con algo (hortareturque
ut, si qua praestari sibi vellet). Contestó: Luego vendrá lo demás, mientras tanto quisiera que no me tapes el sol
("mox" inquit "de ceteris,
interim velim a sole mihi non obstes.").[30]
Una biografía bizantina de Alejandro
agrega detalles curiosos: después de la batalla lo encuentra una mañana aterido
por el frío y sentado en un lugar soleado
(ἔν τινι ἡλιακῷ καθεζόμενον τόπῳ), sentado tomando sol (καθήμενον ἡλιάζετο) y examinando unas ofrendas votivas o
adornos (περισκοπῶντα
ἀναθήματα). Oh
Diógenes, ¿qué gracia debo concederte? (Ὦ Διόγενες, τί σοι χαρίσομαι) No
me des ninguna otra gracia que el sol, alejándote de mí para que me caliente (Οὐδέν, ἔφη, ἄλλο ἢ τὸν ἡλιόν μοι χάρισαι ἀπιὼν ἀπ' ἐμοῦ ἵνα τὸ παρὸν θερμανθῶ).[31]
Alejandro,
escribió Varrón, le ofreció que pidiera
lo que quisiera, que se lo concedería (iussus
optare, quid vellet, se facturum)[32]
–¿le ordenó hacer lo que quisiera?
Juvenal
menciona al tonel (dolium, domus, testa) en el encuentro con Alejandro. Usa el término testa, lo que vale por jarrón o ánfora
tanto como por caparazón o concha[33].
La expresión πίθος φρενών –algo así como un
tonel de entendimiento o un barril
lleno de ingenio–, en alusión a Diógenes, parece haber sido de uso común y
algunos estudiosos conjeturaron que habría salido de una tragedia del
sinopense. Sin embargo una anécdota la pone en boca de Alejandro, que al verlo acostado en el tonel (κοιμώμενον ἐν πιθῷ) exclamó πίθε μεστὲ φρενῶν, a lo que Diógenes contestó que al tonel
colmado de entendimiento prefería el goteo de la τύχη[34].
La respuesta, que se reitera en alguna otra fuente sin el contexto[35]y
parece haber surgido del cómico Menandro, va palpablemente en contra de la
doctrina cínica y una versión de Máximo Confesor se inclina a corregirla,
mientras otra fuente la atribuye a Ptolomeo, pero como dirigida al filósofo
Sóstades[36].
Es Menandro el que, dando vuelta al cínico, prefiere una gota de fortuna a una
tinaja de sensatez. Dicha versión podría más o menos empalmarse a la
plutárquica, en la cual Alejandro es más
Diógenes que Diógenes por mor de la τύχη.
La Epístola
33 podría ser una particular respuesta a un enfoque como el de Plutarco, ya
que acá Alejandro no lo descubre retozando a la vera del tonel sino trabajando
(ἔργω): lo halla sentado en un
teatro –hábitat aparentemente usual en los cínicos de Roma de tiempos neronianos–
donde pega, recorta o compone unos rollos de libros. Pero si bien es un
Diógenes que está activo, queda visto que lo está según una labor de tipo
intelectual, como un campeón del λόγος. Dado
que le bloquea el sol, con ironía el filósofo dice que Alejandro es invencible
y que tiene el mismo poder que los dioses, porque cuando te pusiste frente a mí hiciste lo que dicen que hace la luna
cuando tapa al sol. Para Diógenes el βασιλεύς no es alguien diferente o que
está por encima (διαφέρει), y
no lo es porque no guerrea contra los suyos ni lo saquea como hace frente a
macedonios o lacedemonios, que tienen necesidad de un rey (χρεία βασιλέως). Sin
embargo luego admite que se diferencia por la pobreza (πενία),
gracias a la cual él no guerrea. El resultado de esta versión cínica –o
pro-cínica– es que el rey siente pudor (αἰδώς), emite su frase y lo convida
sin éxito a ir de expedición con él. La diferencia (διαφέρει) vuelve a aparecer en la siguiente carta que
los tiene como interlocutores y en este caso remite al criterio sobre gobernar
o dominar (ἄρχειν y κρατεῖν). Alejandro cree que mandar es combatir a
los hombres (δοκεῖτε τὸ ἄρχειν εἶναι μάχεσθαι τοῖς ἀνθρώποις) y se dedica a
conspirar (ἐπιβουλεύω), cuando en realidad es saber aprovecharlos para
hacer algo mejor (τὸ δ' ἐπίστασθαι τοῖς ἀνθρώποις χρῆσθαι καὶ ἕνεκά τι τοῦ βελτίστου πράττειν) –hacer con ellos o hacer juntos– y de esta manera lo
considera un τύραννος[37]. De las
cuatro esquelas diogénicas que tratan el interviú la última es la más hostil:
una larga reprimenda sin respuesta alguna. En la Epístola 23 Diógenes recibe con agrado la noticia de que quiere
verlo y de que los macedonios se reconciliaron con su rey, aunque no está
dispuesto a ser su huésped y le exige que cambie de modo de vida y discurso (μεταλαβεὶν Ἀλέξανδρος
βίου καὶ λόγων).
En la sucesiva le espeta que para ser καλὸς κἀγαθός debe
cambiar de vestimenta y unirse a los cínicos, cosa que estima que no hará por
estar sometido a los muslos de su amigo y general Hefestión.
Tal como sugiere la Epístola 33, Alejandro podría ser un óbice que trae la oscuridad y
la ignorancia (σκότος); sin embargo, como se vio, casi todos los narradores de
la escena hacen notar que es el calor y no la luz lo que Diógenes demanda.
Asunto térmico, más que nada. Salvo en las mentadas excepciones, Diógenes
domina siempre la situación y sin dudas domina a Alejandro. Desde el vamos le
demuestra que no le teme porque le hace admitir que es bueno y nadie teme lo
bueno[38].
Lo domina con la moralidad de Alejandro. Lo suyo menos que refutar o hacer
alumbrar, como Sócrates, es avergonzar. Un mecanismo más drástico y encarnado,
porque la vergüenza se apodera del cuerpo, es pasional y delata su emergencia
con el rubor que invade el rostro. El
cínico es un maestro de la vergüenza, y porque es impúdico, aunque
hipermoralista, triunfa sobre los púdicos: juega con la αἰδώς del rey.
Sayre tiene algún crédito al decir que la
escaramuza con Alejandro es verídica y que fue lo que propulsó la fama de este
hombre oscuro. Si efectivamente le dijo en la cara al futuro rey que se quitara
y dejara de hacerle sombra, es de esperar que, gracias a la compresión de
Alejandro –ya que la anécdota fija de acá en más la complicidad oficial con el
cinismo fomentada por Onesícrito–, Diógenes haya alcanzado, progresivamente, la
celebridad. La anécdota prueba además su máxima acerca de que el camino hacia
la fama es el desprecio de la fama (y del poder). Las relaciones entre ambos, a
criterio del postor, pueden ser hostiles o amistosas. El
filósofo se burla del gobernante pidiendo a los atenienses que lo decreten a él
mismo Serapis, dado que decretaron Dioniso a Alejandro, o argumentando que no
quiere ser un hombre, pero por su ἄνοια no puede ser un dios, o
sosteniendo que quien almuerza y cena cuando él quiere es un desdichado, como
Calístenes, o bien puede reírse de él
cuando lo descubre en el Hades y advierte que no era hijo de Amón, como se
decía, y que murió de igual manera que todos los demás hombres[39]. No
obstante, también puede escribirle cartas o invitarlo a viajar juntos a
Olimpia, porque considera que debía visitar los templos de los dioses y que le
convenía relacionarse con él.[40] Y el contacto va a continuar también con los diádocos:
Diógenes será llamado por Pérdicas –y amenazado de muerte–, por Crátero y por
Antípatro, a los que rechaza (aunque al último le acepta, no sin sorna, el
regalo de un módico τριβώνιον).[41]
Algunos analistas dudaron de la veracidad
del episodio porque Alejandro suele ser presentado como gobernante mundial
cuando en realidad aún no lo era (si ocurrió, ora en Corinto, Atenas o Tebas,
tiene que haber sido entre los años 338 y 335). Suele pensarse que tras el
ajusticiamiento de Calístenes, el sobrino de Aristóteles, Alejandro se inclinó
hacia el cinismo, por influjo de Diógenes o más probablemente de Onesícrito, viendo
que el cosmopolitismo de esta filosofía podía llegar a encajar con su gesta
universal, un vínculo que más tarde supieron enarbolar los estoicos. Sin
embargo el testimonio de Cicerón, el más antiguo de los existentes, da cuenta
probable de una anterior tradición pro-cínica hostil al régimen alejandrino. Si
la anécdota original mostraba una disputa en la que ganaba el cínico, Plutarco
hace que el vencedor sea el otro, basado tal vez en el relato de Onesícrito, en
el que podrían haber quedado en tablas. Ya con Dión Crisóstomo y otros
oferentes el gobernante se transforma de a poco en aprendiz de Diógenes, y el
sabio en eventual consejero. La versión favorable a Alejandro –de Onesícrito a
Plutarco– hace notar que es posible ser más Diógenes que el mismo Diógenes de
dos maneras distintas: a la manera de Alejandro, filósofo en acción, a escala
universal y alterador de la moneda en un sentido efectivo, y a la de los
gimnosofistas, que superaban al del Ponto en ascetismo y en la indiferencia o
repudio de la ley y las costumbres. El inerte Diógenes que toma sol no sería
precisamente un ejemplo de esfuerzo y disciplina sino de indiferencia: no el
riguroso sino el eudemonista o cuasi hedonista. ¿Alejandro es una sombra y una
luna del sabio calórico y solar o aquel que es capaz de ensombrecerlo y frizarlo?
[1] Vid. Dión Crisóstomo, Sobre la
realeza IV y Diógenes
o de la tiranía; Ps.-Diógenes, Epístola 40.
[2] Laercio. VI 32; Arsenio
p. 200, 19-21; Ps.-Eudocia, Violar
332 p. 241, 7-9.
[3] Gnomologium Vaticanum 743 n. 91.
[4] «Pero si no hubiera sido antes Alejandro, habría sido Diógenes» (ἀλλ'
εἰ μὴ ἔφθην
Ἀλέξανδρος
γενέσθαι,
Διογένης
ἂν
ἐγενόμην)
(Ps.-Diógenes, Epístola 33).
[5] Plutarco, Vida de Alejandro 14, 2-5, p. 671 d-e; id., Al estadista ignorante 5, p. 782 a-b; id., De la
fortuna o virtud de Alejandro Magno I 10, p. 331 d-f; id., Sobre el exilio 15,
p. 605 d-e. Cf., Zónaras, Compendio de historias IV 9; Basilio, Epístola I 12, 3.
[6] Ibid., De la fortuna o virtud
de Alejandro Magno.
[7] Ibid., Al estadista ignorante.
[8] Laercio, VI 38.
[9] Arriano, Diatribas de Epicteto II 13, 24.
[10] Diálogos de muertos 13, 5.
[11] Valerio Máximo, Hechos y dichos memorables IV 3, ext. 4;
Séneca, Sobre los beneficios V 6, 1.
[12] Apuleyo, Apología 22; Juvenal, Sátiras XIV 305-314; Juan Crisóstomo, Contra los detractores de quienes inducen a
la vida monástica II 4; Nicéforo Grégora, Historias bizantinas XIV 3, 4 y 3, 6.
[13] La Suda, s. v. Diógenes, n.1144.
[14]
Laercio, VI 43 y Ps.-Eudocia, Violar
322, p. 241, 26-242, 2.
[15] Plutarco, Sobre el exilio 16, p. 606 b-c; id., De
cómo distinguir al adulador del amigo 30, p. 70 c.
[16] Arriano, Diatribas de Epicteto III 22, 23-25; Filóstrato,
Vida de Apolonio VII 2, 3 y 3, 3.
[17] Juan Crisóstomo, Contra los detractores de quienes inducen a
la vida monástica II 6.
[18] Anónimo Bizantino, Vida de
Alejandro, rey de los macedonios 12, 7.
[19] Laercio, VI 60.
[20]
Arriano, Anábasis de Alejandro VII 2,
1-2.
[21]
Juan Crisóstomo, Sobre S. Bábilas contra
Juliano y los gentiles 8.
[22]
Ps.-Eudocia, Violar 332, p. 240,
24-241, 3.
[23]
Simplicio, Comentario al Manual de
Epicteto 15.
[24]
Cicerón, Conversaciones tusculanas V
32, 92.
[25]
Plutarco, Vida de Alejandro 14, 2-5,
p. 671 d-e.
[26]
Id., Sobre el exilio 15, p. 605 d-e.
[27]
Id., De la fortuna o virtud de Alejandro Magno I 10, p. 331 d-f.
[28]
Zónaras,
Compendio de historias IV 9; cf. Basilio, Epístolas I 12, 3.
[29]
Laercio, VI 38; Arriano, Anábasis de
Alejandro VII 2, 1-2.
[30]
Valerio Máximo, Hechos y dichos
memorables IV 3, ext. 4.
[31]
Anónimo Bizantino, Vida de Alejandro, rey
de los macedonios 12, 7.
[32]
Varrón, Sátiras menipeas LIII 8.
[33]
Juvenal, Sátiras XIV 305-314.
[34]
Gnomologium Vaticanum 743, n. 97.
[35]
Teodoro Hirtacense, Cartas 17.
[36]
Máximo Confesor, XVIII 43; Nonno a Gregorio de Nizancio, Discurso primero Contra Juliano, 36, 1000 Migne.
[37]
Ps.-Diógenes, Epístola 40.
[38]
Laercio, VI 68.
[39]
Laercio, VI 63; Códice Vaticano Griego
96, fol. 88, n. 13; Laercio, VI 45; Luciano, Diálogos de muertos 13, 1-6.
[40] Juliano, Discursos VII 8, p. 212 c.
[41] Laercio, VI 44, VI 57 y
VI 66; Ps.-Diógenes, Epístolas 4, 6, 14,
15, 40 y 45. Aunque Filóstrato, Laercio y el Gnomologium Vaticanum narran que Crates rechazó la propuesta de
reconstruir Tebas que le hizo Alejandro (e incluso la de ir a Macedonia),
también se dice que asistió junto a Hiparquia a un banquete que ofreció
Lisímaco, el diádoco que gobernaba Tracia (Laercio, VI 97).
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