A la cama con Diógenes: pormenores, gracias y aporías del sexo cínico

 

Entre los dictámenes comunes a Diógenes y Zenón denunciados por Filodemo de Gadara, pintados como si hubiesen tenido un carácter político coactivo, figuran la procreación y crianza colectivas, la masturbación pública, el incesto, el parricidio, las relaciones sexuales irrestrictas e incluso forzadas o violentas y la abolición de todo tipo de distinción entre hombres y mujeres. Ambos habrían ordenado matar al padre (πατροφονεῖν) en sacrificio, copular o cohabitar (συγγείνεσθαι) con hermanas, hermanos, madres, hijos y demás parientes consanguíneos (σύγγενέσιν), masturbarse al público (ἀποτρίβεσθαι φανερῶς), que los hijos sean comunes a todos (παῖδας πᾶσιν εἶναι κοινούς), que los casados se enreden y casen con sus sirvientas, no mantenerse aparte de ningún tipo de vinculación sexual y por ende tampoco de las violentas (συντελῆται βίαν), abusando (παραχρῆσθαι) de tal manera de los machos amados y obligando a unirse (συνβιάζεσθαι) a quienes no correspondan a la solicitud erótica, que las mujeres encaren y provoquen a los hombres para revolcarse y suscitar el deseo de tener cría, que se aprovechen todas de todos (πᾶσι καὶ πάσαις χρῆσθαι), que si no encuentran quien las sirva lo compren en el mercado, que las casadas abandonen a los maridos y anden con los que prefieran (προαιρέω), que las féminas vistan igual ropa que los hombres (στολὴν ἀμπέχεσθαι τοῖς ἀνδράσιν τὰς γυναῖκας), que participen en sus trabajos o negocios (μετέχειν ἐπιτηδευμάτων), que entren a las carreras y los gimnasios y que en los últimos entrenen desnudas junto a los hombres dejando todo a la vista (ἐναντίον πάντων) y sin ocultar nada (μηδὲν ἀποκεκρυμμένον γίνεσθαι) y que en fin no se diferencien de ellos en lo más mínimo.[1]

     He aquí una galería de transgresiones previamente puestas en escena por los trágicos, reinterpretadas ahora por la filosofía cínico-estoica, y de hábitos bárbaros que Herodoto describió con detalle y ciertos sofistas parecen haber examinado. La premisa que subyace en el cinismo es que todo aquello que es natural no puede ser vergonzoso, cosa que Filodemo no puede eludir, ya que expresa puntualmente que Zenón y los cínicos se apoyan en lo natural para denunciar el grueso de las prácticas sociales establecidas, entre las cuales no encontraban alguna que satisficiera el bien por naturaleza. La gran contradicción entre lo que atestigua el epicúreo y lo referido por Laercio se encuentra en el hecho de que uno les imputa la legitimación de la violencia en el campo sexual-amatorio y el otro deja en claro que se trataba de persuasión, y ciertamente es Diógenes Laercio el que se muestra coherente con los valores pacifistas e igualitaristas blandidos a la vista y aquí y allá por el cinismo. Que la violencia aparezca remarcada en la relación entre varones sólo se explicaría por el fin formativo de este vínculo puntual (se atribuyó a Diógenes una tragedia de nombre Crisipo –en alusión a aquel joven secuestrado por Layo– que probablemente haya tratado estos asuntos). El forzamiento sexual a ellos aplicado, según una hipótesis, se refrendaría en determinadas prácticas espartanas de este tipo, reguladas constitucionalmente e inspiradas en los cretenses[2]. En la pedagogía cínica, sin embargo, se observa desde Antístenes a Crates una cierta violencia verbal y física –si así se la puede llamar–, aunque no una sexual. El carácter de algún modo obligatorio de esta filosofía salta a la vista por ejemplo en una cita de Plutarco en la que Diógenes indica que Antístenes lo forzó (κξηνγκασεν) a ser un mendicante cubierto de harapos y a vivir como un exiliado[3]. Si bien Diógenes es un maestro de la palabra suasoria, es también el cabecilla de una tradición filosófica que tiende a supeditar la razón a la acción y en cierta forma a menoscabar el poder sugestivo del λγος (como cuando dice preferir la pobreza a la filosofía porque la segunda persuade por la razón pero la primera impele por los hechos[4]); no obstante tal reclamación de la fuerza del acto sobre el estímulo del verbo rige en la κυνικ σκησις individual y en ninguna otra fuente aparece como un derecho al ejercicio de la violencia sobre otro –una cosa es la fuerza de la νάγκη, de la necesidad, y otra la de la βία, la violencia que normalmente figura como antítesis de la paz (ερήνη). La coerción sexual que Filodemo imputa al esquema diogénico de sociedad, circunscripta por ende probablemente a una relación de tipo maestro-alumno, podría haber sido escenificada en forma de diálogo por Diógenes, aunque puesta en boca del interlocutor que defendía la tesis opuesta. Pero si la obra de Diógenes no era una utopía propositiva, la proyección de una ciudad en vistas a ser alcanzada, sino más bien una parodia, una provocación burlesca para el escándalo o incluso un tipo de diálogo menos dogmático que problemático, es de esperarse que haya hecho proliferar, con la debida truculencia de su espíritu de trágico y las licencias de su espíritu de cómico, los argumentos opuestos a los que defendía o bien argumentos no necesariamente defendidos. Por lo demás la data existente sobre las ciudades cínico-estoicas, lo mismo que el papel de legisladores de la sexualidad que asumen estos filósofos, surgen de tres fuentes hostiles –la epicúrea de Filodemo, la escéptica de Sexto y la neoplatónica de Plutarco–, y siendo así las cosas habría que tomar todo con pinzas. Tanto Sátiro como Sosícrates y Soción, los tres espadachines que nombra Laercio con respecto a la autoría de Diógenes, no aceptaban que la República fuera suya y Laercio sólo dice que circulaba bajo su firma. Si era una falsificación, puede incluso que no procediera de grupos cínicos sino de manos estoicas, como conjetura Dawson.[5]

     Ante la pavorosa hilada de indecencias deschavadas por Filodemo resultará llamativo verlo a Diógenes en una de las cartas de sus fieles sermonear con dureza a los griegos porque en fiestas tales como las Hermeas y Panateneas, alcoholizados y empachados a más no poder, acaban haciendo de mujeres en los gimnasios o en medio del ágora, enrostrándoles que actúan de manera impía y haciendo lo mismo en público que en secreto (καὶ κρύφα καὶ φανερῶς ποιεῖτε ταῦτα)[6]. Claro que el quid de la cuestión, obviamente, se encuentra en lo último: en que los griegos transgreden cuando pierden la cabeza porque creen que existe lo secreto y que tiene gollete un mundo social doble en el que ciertas cosas han de estar a la luz y ciertas otras ha menester que permanezcan escondidas.

     Sexto Empírico recuerda que para los filósofos cínicos –igual que para Zenón, Cleantes y Crisipo– era un διφορον tanto acostarse en público con una mujer (τ δημοσίᾳ γυναικ μγνυσθαι) cosa que ilustra con el caso de Crates e Hiparquia como la ρρενομιξα, vale decir la sodomía o la homosexualidad[7]. Lo cierto es que si no condenaban la ρρενομιξα en sí misma como un mal, probablemente y sobre todo por haberla observado en las conductas animales, sí es evidente que censuraban las características afeminadas o blandas que contemplaban en ciertos varones, en la medida en que contradirían los valores de virilidad y dureza que defendían en general en todo humano, incluidas las mujeres, ya que normalmente se inclinaban en favor de una masculinización para ambos sexos en lo que compete al carácter, dejando por lo visto a la buena de la naturaleza las distintas modalidades en las prácticas de apareamiento o descarga sexual.

     La ecualización de los sexos es evidentemente un principio cardinal en el común de los cínicos, aunque parece que correspondió a la figura de Crates declararlo y hacerlo de cara a Hiparquia. Como lo prueban las amazonas –dice en una carta– las mujeres no son por naturaleza inferiores a los hombres (α γυνακες νδρν οκ φυσαν χερους)[8], como no lo son –dirá en otra– las perras a los perros (οδ γρ α κνες τν κυνν)[9]. Dado que ella no es inferior al resto de los cínicos, está por consiguiente apta para cocinizar (συγκυνίζειν), vale decir para practicar el cinismo junto a ellos. El de Tebas en realidad no iba mucho más allá de lo que sabemos ya estatuido por Antístenes: que la virtud del hombre y la de la mujer es la misma (νδρς κα γυναικς ατ ρετή).[10]

     En tales cuestiones y merced a Diógenes Laercio sabemos algunas pocas cosas de Antístenes, como que escribió un Erótico sobre el matrimonio y la procreación[11], o como que sugería acercase sólo a las mujeres que supieran ser gratas o que agradecieran la relación (χρὴ τοιαύταις πλησιάζειν γυναιξὶν αἳ χάριν εἴσονται); también que cuando le preguntaban con cuál casarse respondía si buena está, común será; si fiera es, la sufrirás –o para ponerlo de otro modo: que a la linda la tendrás que compartir y a la fea que sufrir (ἂν μὲν καλήν, ἕξεις κοινήν, ἂν δὲ αἰσχράν, ἕξεις ποινήν), respuesta que Laercio también atribuye a Bión[12]. Más drásticas son sus aseveraciones acerca de Afrodita como una enfermedad y del ἔρως como κακίαν φύσεως o mal de la naturaleza, de las que dan cuenta un par de autores cristianos[13]. Ni tales diagnósticos ni aquel proverbio rimado y desalentador le impedían determinar que aun así el sabio, para servir a la reproducción, debía casarse o emparejarse, y que como es el único que sabe a quién se debe amar, lo haría con las mujeres de buena naturaleza y sería un amor correspondido (γαμήσειν τε τεκνοποιίας χάριν, ταῖς εὐφυεστάταις συνιόντα γυναιξί. καὶ ἐρασθήσεσθαι δέ˙ μόνον γὰρ εἰδέναι τὸν σοφὸν τίνων χρὴ ἐρᾶν)[14]. Ateneo comenta que en el segundo libro de Antístenes sobre Ciro calumnió a Alcibíades acusándolo de ir contra la ley (παρανομία) en lo tocante a las mujeres y la forma de vida, ya que lo culpaba de fornicar con madre e hija y hermana a la manera de los persas[15]. Pero si parece haber repudiado el incesto, su posición ante el adulterio (μοιχεία) no es clara: por Laercio se sabe que proponía como un mejor remedio el uso de prostitutas que la infidelidad[16]; sin embargo Clemente de Roma refiere que escribió acerca de no echar por tierra el llamado adulterio[17], con lo cual no se entiende bien si pretendía no desechar el adulterio o el delito de adulterio, y suele interpretarse esto como que estaría a favor de perpetrarlo y no a favor de mantener vigente la pena. En él también ya se ve, por otro lado, esa intervención en el hogar de los particulares que practicaría sobre todo Crates, claro que menos con el fin de apaciguar las disputas familiares que de advertir al marido de proveerse de armas como para defenderse ante terceros de la conducta provocativa y voluptuosa de su mujer excesivamente coqueta.[18]

     Con aquella apelación a la χάρις Antístenes parece estar planteando un tipo de relación transitoria con ciertas mujeres que circularían al margen de la tutela parental y de la prostitución –un estado de cosas a la sazón algo improbable a no ser por la vía del adulterio. El γάμος en su caso aparenta estar supeditado a la reproducción (τεκνοποιΐα) –de modo que sería un defensor de la eugenesia[19]–, si bien la reproducción debe realizarse a través del amor (ἐρασθήσεσθαι), de un amor incluso recíproco. Con él tenemos por ende dos tipos de mujeres viables: las agradecidas a las que corresponde arrimarse o asociarse (πλησιάζειν) para el desahogo o pasar el rato y las bien nacidas con las que hay que unirse a los fines de concretar el amor orientado a la procreación –y de las últimas se podría decir que vendrían a ser las naturalmente adecuadas o incluso las que compartan la misma naturaleza del sabio, habida cuenta de que hay una sola virtud unisex. La relación que se entabla con las primeras no tendría nada que ver con el amor, ya que el amor atado a Afrodita, al deseo sexual, es malo, y apenas el amor ajustado al propósito reproductivo es bueno.

     Afrodita arruinó a muchas de nuestras mujeres más hermosas y buenas (πολλὰς ἡμῶν καλὰς καὶ ἀγαθὰς γυναῖκας διέφθειρεν), dice Antístenes, que evidentemente está aludiendo a ese tipo de mujer buena (καλή) antes mencionada, a la que había que compartir a la fuerza. Los derrotados por el enfermizo amor regido por Afrodita son sólo los más ignorantes (ἀμαθεστέρους), toda vez que desconocen el placer (δι' ἄγνοιαν ἡδονῆς), que fue dado por la divinidad para la procreación[20]. Hacer uso de estas féminas corrompidas por sus buenos atributos es despeñarse hacia la locura a través de la debilidad y la estupidez. No obstante, su criterio sobre el πόνος como un bien evidentemente no corría en tal rubro, ya que descarta el matrimonio con las feas porque hay que sufrirlas (se trataría de un esfuerzo inútil como los tipificados después por Diógenes). Diríase incluso que a aquellos que quisieran aún un tipo de γάμος legal y convencional, Antístenes les estaría sugiriendo optar por el rango de las mediocres –ni feas ni lindas. A fiarse de Jenofonte, él mismo agarraba las mujeres descartadas por los demás, aunque sólo a los efectos de un intercambio sexual o amorío pasajeros. Antístenes, por otro lado, ya toma ante los cuernos o relaciones extramatrimoniales la actitud típica de los cínicos desde Diógenes, la de que para aliviar las necesidades es preferible recurrir a las meretrices; y si es que era favorable al adulterio, corresponde conjeturar que lo sería en la medida en que habría sido partidario, como Sócrates y Diógenes, de la comunidad de mujeres, de un tipo de régimen en el cual el personal femenino deja de estar sujeto a la familia y a la propiedad privada.[21]

     No llama la atención que la posición emblemática de Diógenes aparezca en una carta remitida a Zenón, quien de igual manera que Crisipo, aun defendiendo el vínculo por libre elección y la comunidad de mujeres, propuso que el sabio debía casarse, aparentemente en el sentido de contraer un matrimonio legal-convencional y por lo tanto como un tipo de orden independiente del marco de la ciudad ideal. La Epístola 47 dedicada al primer estoico reza que no hay que casarse ni criar hijos (ο γαμητον οδ θρεπτον παδας). Los argumentos con los que justifica tal postura, como manifiesta a continuación, son el resultado de la observación de los seres naturales. La razón principal es que el género humano es débil (τ γνος μν σθενς στιν) y el matrimonio y los críos agravan tal debilidad. Advierte además que quienes buscan el matrimonio como una ayuda (πικουρία) acaban arrepintiéndose (μετανοοσιν), mientras que el παθής muy por el contrario tiene a lo propio por suficiente como para sobrevivir y soportar ( δ παθς καν πρς πομονν πολαβν τ οκεα). La especie no va a desaparecer, se ataja el Perro, porque únicamente dejarán de reproducirse los persuadidos por el cínico (μν πεισθες); pero si llegara a ocurrir la extinción, no sería más lamentable que la de las especies de las moscas o las avispas (μυαι y σϕκες).

     También en Luciano Diógenes ordena despreocuparse del matrimonio, los hijos y la patria (γμου δ μελσεις κα παδων κα πατρδος), a los que juzga como una chuchería o estupidez (ληρός), mientras que Máximo de Tiro añade por su parte que no formó un hogar (οχ σταν νεμεν) para eludir los penosos trámites de su administración (οκονομα), no intentó casarse (οκ πειρθη γμου) porque había oído de Jantipa y no intentó la crianza (οκ πειρθη παιδοτροφας) porque había visto a los hijos del vecino[22]. Abona con creces esta abstinencia una frase diogénica que señala que habría que hacer un festejo por los que mueren, ya que dejan de sufrir, y un responso por los que nacen, a la luz de los males que se les avecinan[23]. El celibato que prescribe, como se sabe, se vuelve en los mandamientos que Epicteto dicta a los cínicos una condición necesaria para sobrellevar la misión divina y educadora que les toca: ya no se trata de una carga que se debe eludir para ser feliz, sino de un voto de tipo sacerdotal que dicho estoico guardaba en exclusiva para ellos (aunque al ecléctico Demonacte le aconsejó tomar mujer y engendrar, cosas que no parece haber concretado).[24]

     Si esta era la disposición diogénica para el cínico actual y concreto, en cuanto a la sociedad utópica Laercio lo muestra señalando que las mujeres y los hijos debían ser comunes o compartidos y no debía instituirse el matrimonio, sino que debían juntarse el seductor con la seducida (κοινς εναι δεν τς γυνακας, γάμον μηδ νομάζων, λλ τν πείσαντα τ πεισθείσ συνεναι· κοινος δ δι τοτο κα τος υέας)[25]. He aquí una reproducción sexual comunitaria regida por el convencimiento bilateral (aunque la cita claramente mantiene, contra lo que se desprende de Filodemo, que el agente activo es masculino y el femenino pasivo). Nótese por lo pronto que la gratitud que observa Antístenes se asemeja a la persuasión de la que habla Diógenes, y en cuanto a la comunidad de las mujeres parece que Antístenes ya advertía que en la sociedad dada en cierta forma era un hecho, expresado en el adulterio; de modo que si su propuesta todavía era penarlo o cometerlo, la de Diógenes ya implicaba a todas luces suprimirlo aboliendo el matrimonio o convirtiéndolo en común. Si a las lindas las compartirás, mejor que el compartirlas sea la norma y no la violación de la norma.

     Enfocando de vuelta al mundo existente, según Laercio su homónimo alababa a los que pensaban casarse y no se casaban (μ γαμεν) y a los que estaban por criar hijos y nos los criaban (μ παιδοτροφεν), ya que no habría ningún momento oportuno para casarse, ningún intersticio entre el todavía no y el ya no –los jóvenes son demasiado jóvenes y los viejos demasiado viejos–; pero tampoco las hetairas traerían la solución –ya que acaban dominando incluso a los reyes y a los campeones olímpicos–, ni tampoco el adulterio, y en cuanto a las relaciones homosexuales o pederásticas no dejaba de mofarse de ellas una y otra vez[26]. Si bien en su comunidad perfecta le da libre curso, abundan las anécdotas en las que desprecia a la homosexualidad tal como se manifiesta en el corrupto presente. La sociedad realmente existente no dejaba mayor alternativa. Diógenes fustiga al adulterio con bastante insistencia, y a tal punto que consideraba adúlteros (μοιχο) a los que se afeitaban y hermoseaban para las mujeres y pretendía erradicarlos de su República junto a los maricones que lo hacían por los hombres, medidas que no parecen otra cosa que una exageración de lo que ya se aplicaba en Grecia, donde uno de los castigos comunes que se suministraba a esta clase de delincuentes era el de quitarles el vello, humillación pública y púbica incurrida con intención de feminizarlos, ya que la depilación genital era típica del otro sexo[27]. Así por ejemplo advierte a un adúltero que se acerca a una virgen con la presunta finalidad de curarle el ojo, y cuando en otra escena le comentan que fue colgado, contesta que merecía ser colgado por los huevos[28]; o bien ataca a otro adúltero que arriesga perder la vida manteniendo a una concubina cara[29], y a un tercero condenado a muerte por idéntico motivo le reprocha no haber optado por aquello que va y viene de forma gratuita o con magro importe[30]. Los primeros casos quizá valen más por el bon mot de la anécdota, pero en los siguientes la lección es clara: no vale la pena por el costo de vida –ni el pecuniario ni el fatal. Como anota Roubineau, este rechazo del adulterio no se salía de las normas vigentes[31], aunque habrá que estimar que las justificaciones que esgrimía eran originales.

     El adulterio implicaba las relaciones sexuales con la esposa o futura esposa de un ciudadano, fuera de él quedaban los amancebamientos con hetairas o el liarse con siervas o prostitutas silvestres. Como sabemos, Diógenes asiste al burdel (πορνεον) y encuentra la réplica adecuada para salir airoso[32]. No sólo va él sino que le aconseja a un adolescente –de forma ordinaria y veraz dice Plutarco– que entre para aprender que lo no costoso (ναξων) y lo costoso (τμια) –léase lo despreciable y lo precioso o lo indigno y lo digno– no difieren en lo más mínimo. No varía el estímulo al frotarse con una vagina de bajo coste que con una de alta tarifa o alto índice de riesgo, la diferencia en los rangos y honorarios presupone un falso discrimen entre lo honroso y lo deshonroso[33]. Cualquier agujero es trinchera mientras no estén en juego la λευθερία y otros capitales cínicos afines. De esta manera el economismo sexual de Diógenes se conjuga con su desprecio por el honor, y aparte no hay que olvidar que después de todo él ejerce el señorío de sus fantasías –como dijo Epicteto. Aun así es claro que tanto las ταραι, cortesanas, damas de compañía o rameras finas[34], como las vulgares πόρναι[35], aunque en menor medida, unas y otras son víctimas de sus chacotas y broncas; pero como la belleza de las mujeres es un peligro que puede hacer zozobrar la libertad, de recurrir a las putas convendría no hacerlo con las más hermosas. Cuanto más en liquidación y de modesto parecido mejor. Diógenes enseña que las hetairas atractivas (επρεπείς, εμορφοι) son fatales y acaban mandando como una reina (βασλισσα)[36], llevan al muere y al derrocamiento del auto-gobernante (porque si hay un βασιλεύς ese debe ser Diógenes, o dicho de otro modo, uno mismo). Pero obviamente no es una cuestión que ataña nomás a las que cobran en moneda maciza, porque es en general que con las mujeres lo καλν se vuelve κακν.

     En cuanto a la mujer hermosa o καλ γυνή, como lo prueban algunas de sus viñetas, Diógenes enseña que cuanto más buena está más mala es o cuanto más hermosa más feo resulta, y que a mayor belleza en ella mayor el vicio en él. De tal suerte la mujer bonita o γυν εειδς, literalmente la de buena forma, es diagnosticada como lo malo en la vida (κακν ν βίῳ)[37], mientras que la equivalente εμορφος γυνή es puesta en escena venciendo con sus encantos al vencedor olímpico Dioxipo[38]. Diógenes, como Crates, puede burlarse de que los incontinentes griegos levanten una efigie de oro con la imagen de Afrodita pagada por Friné o Laide[39]y aun así pasar a la historia como el insólito lover de ambas[40], e incluso como un borracho que se casó (γμαι) con Laide y fue burlado y vencido por ella[41]. Convengamos que ante esta historia negra desplegada sobre su curriculum, la irrupción de un sucesor casado y monógamo como lo fue Crates contribuyó a lavar la carátula del movimiento (y de hecho no hay historias en las que se muestre al tebano haciendo uso de hetairas o rameras, sino más bien insultando a las πόρναι y recriminando la colocación de la estatua de Friné en Delfos[42]). Sólo por permanecer soltero Diógenes ya se prestaba a acoger imputaciones de vario calibre, en particular las de haber violado todas sus consignas, como caer en la κρασα y perder su independencia y su barba ligándose a través del ρος a un par de meretrices preciosas. Estas afrentas lo exponen siendo víctima de un desenlace que empeoró sobremanera el estado de cosas dejado por el Sócrates jantípeo: Diógenes ya no recibe un baldazo de agua arrojado por la matrona[43], sino que se deja arrancar las greñas con una tenaza por la más célebre de las empleadas de Venus mientras Cupido le mea el culo. Como escribe Luxorio, por empeño que haya puesto en la virtud del alma y en el camino de la vida casta, su destino no fue otro que el de ser vergonzosamente un varón (turpiter esse virum).

     Visto el testimonio de Filodemo, hay que colegir que Diógenes no suprimió del todo la prostitución para su país imaginario: parece incluso haber hecho del ágora un centro de intercambio sexual tanto gratuito cuanto mercantil, dado que habilitaba la compraventa de servicios al menos en las mujeres que no pudieran valerse del convencimiento. Para acostarse con putas, incluso de las baratas, Diógenes por lo demás tendría que haber contado con un capital mínimo en monedas o en especies. Así para justificar sus legendarios amoríos con Laide se recurrió a algunos curiosos artilugios. Antístenes descartaba a las agraciadas sustituyéndolas por las agradecidas y de Diógenes se dijo que la agraciada Laide se acostó con él como recompensa por haberla llevado en hombros públicamente (π μισθ τ φρειν ατν π' μων δημοσίᾳ)[44] –después de todo él habría observado que la χάρις, que era tanto la gratitud como el encanto físico, es aquello que envejece con mayor prontitud entre los humanos[45]. En otra anécdota vemos que se revuelca (συγκυλεται) con ella gratuitamente (προίξ) porque, dada la abundante plata que le pagaba su cliente Aristipo, no necesitaba cobrarle[46]. Y uno podría preguntarse por qué ella lo hacía de gusto; tal vez por la fama de Diógenes, su reconocida virilidad, ese cuerpo vigoroso, resplandeciente y pulcro que le atribuía Epicteto, o bien por la eficacia de su consabida capacidad de persuasión.

     Habrá que concluir que según el cinismo las relaciones sexual-amorosas deben tender por la vía del convencimiento a la mutua gratificación (χάρις). Sin embargo existe una tradición apotegmática –ampliada en las gnomologías árabes– que yergue al de Sinope como portaestandarte par excellence de la misoginia griega, lo más irritable que tiene para ofrecerle esta antigua filosofía a la civilización actual, al menos en los ambientes donde suele consumírsela: el intelectual, el artístico, el académico. Si hay algo que en Diógenes y su ejército roce hoy la ναίδεια y la δοξία helo apenas allí. En todo caso se trata de un costado del misántropo, o del censor inflexible y ácido de la conducta normalmente viciosa de las personas: él busca al hombre sin distinción de sexo y no lo encuentra ni en machos ni en hembras humanos. Aunque no hay por qué esperar pruritos extemporáneos de corte progresista en un cínico, muchas de tales anécdotas lo más factible es que no procedan de la égida del cinismo militante. Es el manoseado Diógenes de cómic que entretenía a la gente como personaje de invención colectiva. El campeón del amor libre y de la virtud unisex se convierte en el humorista oficial del patriarcado antiguo-medieval, cuando más bien promocionaba el machismo femenino. Esta tradición se vuelve un punto ciego para algunos analistas, pero en realidad no es tan difícil conjugar a ambos, al fustigador impiadoso y sarcástico y al redentor del destino anatómico. ¿O tendría gollete que el que se la pasaba atacando a todo el mundo, muchedumbre y élite, filósofos, sofistas, poetas, reyes, políticos, científicos y artistas, no hubiese disparado también contra las tonteras de la fauna del gineceo? La misoginia que desfila en las anécdotas de Diógenes, sumada a la posición que tomó ante el adulterio, hizo que el último de los biógrafos franceses le consagre un acápite a sus inclinaciones de conservateur.[47]

     Antístenes podía bastarse con las mujeres que tenía a mano; pero el discípulo fue más allá, bastándose con la mano. Dicho órgano es de cabal importancia en el cinismo, incluso en el terreno sexual, y Diógenes siempre el adalid e instructor. En una de las cartas lo veremos declarando que cinismo como exploración de la naturaleza arriba al conocimiento de que los placeres sexuales son más fáciles de descubrir que los del estómago (τν φροδισων ποπλρωσιν εποριστοτραν ερσθαι τς κατ γαστρα). Él lo descubre, precisamente, mientras espera para un encuentro sexual a una tal Melisipa la sabia (o la puta en otras versiones), quien al llegar tarde descubre que la mano se adelantó a la ceremonia del canto nupcial[48]. De Melesipa podríamos decir que es la Hiparquia que no fue, la cínica frustrada.

     Diógenes Laercio hace referencia a la cuestión dos veces y emplea para la masturbación el verbo χειρουργέω, válido también para significar lo hecho a mano y o sin ayuda, un trabajo manual (por lo que debemos inferir que estamos ante un operario del sexo o más bien un cuentapropista del coito). En un primer término lo ubica perpetrando el acto un cierto día en medio del ágora (π' γορς ποτε χειρουργν); pero unos cuántos párrafos más tarde dirá que lo realizaba de forma permanente (Χειρουργν δ' ν μέσ συνεχές). La frase de Diógenes es casi exactamente la misma, salvo que en una ocasión habla de estar hambriento (πεινν) y en otra de un hambre sustantivado (λιμο): «En medio del ágora cierta vez masturbándose: “Ojalá –habló– también se pudiera frotar la panza para no tener hambre”[49]»; «Masturbándose en el centro una y otra vez: “Ojalá –decía– fuera también a acabarse el hambre con frotarse la panza”».[50]

     La segunda cita viene precedida por un contexto y por su fundamentación, ya que se dice que estaba acostumbrado a hacerlo todo de esta forma, ν τ μέσ, ora lo de Demeter o lo de Afrodita (Εώθει δ πάντα ποιεν ν τ μέσ, κα τ Δήμητρος κα τ φροδίτης), y entre los argumentos que asegura eran por él esgrimidos, apenas menciona el silogismo que concluía que como no está fuera de lugar (τοπον) almorzar, tampoco lo está en el ágora. La misma vara, estimamos, debía de aplicar Diógenes a la masturbación, aunque no es tan probable que todos aceptaran que fuera algo usual, como para que él pretendiera demostrar que en la calle, por ende, tampoco debía ser inusual (τοπον). Llama la atención que Laercio corte justo en ese momento, tal vez como medida precautoria, y ponga fin al muestrario de anécdotas del ramo bajo la excusa de que sería largo enumerarlas. Es probable que no haya querido adicionar escenas y argumentos escabrosos.

     La χρεία reaparece en Arsenio con ligeros cambios de palabras, ya que lo muestra de manera inequívoca frotándose abiertamente el pene (ποτριβμενος τ αδοον ν τ φανερ) y haciendo al unísono otra vez el comentario a los presentes ρς τος παρντας): «¡Ojalá que así también pudiera frotarme el hambre del estómago!» (ετε κα τν λιμν οτως ποτρψασθαι τς γαστρς δυνμην)[51]. Acá queda claro que, más allá de que lo hiciera sin cesar o alguna que otra vez, en cada ocasión realizaba el acto rodeado de público y con su justificación instructiva adjunta.

     Ya en el caso de la referencia de Ateneo, otro informador, encontramos que el parlamento explicativo iba dirigido a aquellos que lo criticaban por restregársela, y vuelve a quedar claro el paralelo con la indigencia y la pobreza: «Ojalá pudiera también quitarme el hambre y la necesidad machacándome el estómago» (Διογνης δ πρς τος γκαλοντας ατ ποτριβομν λεγεν˙ "εθ' δυνμην κα τν γαστρα τρψας τς πενης κα τς νδεας πασασθαι").[52]

     También con las mismas y exactas palabras que Arsenio, describe texto y contexto de la χρεία Plutarco con motivo de criticar al Crisipo que, en su Περ πολιτεας, lo alababa a su criterio sin razón, dado que por un lado el estoico decretaba que los ciudadanos no debían hacer nada por placer y por otro aplaudía a quien procedía por placer (δονς νεκα) y con desvergüenza.[53]

     Por el contrario la versión que brinda Dión Crisóstomo parece señalar que el acto fue consumado como en una especie de desafío. El orador comenta que Diógenes preconizaba la masturbación entre razonamientos juguetones, y como no lo tomaban en serio, decidió incurrir poniéndola en práctica a cielo abierto y a la vista de todos (ν τ φανερ χρτο κα πάντων ρώντων). Fuera de la célebre frase de marras, es con el de Prusa que encontramos los argumentos más ingeniosos y el mayor desarrollo sobre el tema, aunque no pueda saberse cuánto tienen de invención suya y cuánto de auténticamente diogénicos –o más bien de oriundos de las fuentes helenísticas– y aunque se ataje puntualizando que no dejaban de ser bromas. Por él sabemos que Diógenes no tenía necesidad alguna de movilizarse, de ir a ninguna parte para dar con los placeres sexuales (φροδισίων), ya que tenía a Afrodita a tiro, a mano y gratis en cualquier rincón (πανταχο παρεναι ατ τν φροδίτην προκα), como si fuera un presente en todas partes presente. También por él sabemos que dijo que si todos los hombres hubieran entendido esto, Troya no habría sido conquistada ni Príamo inmolado –y que los aqueos estaban tan locos (φρονας) como para sacrificar a Políxena a fin de satisfacer la necesidad de mujer del Aquiles muerto.

     Amén de la referencia histórico-mitológica, el prusano aporta los dos rangos debidamente cínicos de fundamentación, el natural y el mítico. Así comenta que consideraba a los peces más cuerdos (φρονιμωτέρους) que los hombres porque ante la necesidad de largar el esperma salían del refugio para fregarse contra cualquier cosa hormigueante, mientras que los hombres hacían peligrar su vida por un masajeo genital, siendo que no estaban dispuestos a gastar ni un peso por hacerse rascar el pie o las manos, cosa que no dejaba de asombrarlo. Ya en el campo de los dioses y los hombres, Diógenes estableció que la masturbación fue un descubrimiento (ερεμα) del dios Pan, quien no pudiendo atrapar a la ninfa Eco, de la que estaba enamorado, vagaba sufriente por las montañas noche y día hasta que fue instruido por su padre Hermes, y libre ya del tormento, enseñó la técnica a los pastores (ποιμένες).[54]

Finalmente veremos que en una de las correspondencias del epistolario, Diógenes va a encargarse de adoctrinar a Metrocles sobre el uso de dicha mano pastoralοιμενικ χερ), que enseña tanto la cordura y la fortaleza como lo hacen la dieta a pan y agua, el lecho de hojas y el tribón.[55]

     Nótese que si efectivamente se trataba de φροδισίων, como expresan Dión y la carta a Melisipa, de placeres sexuales, habría que aceptar que Plutarco llevaba razón al señalar la contradicción del estoico que lo elogiaba por rechazar el placer (κβλλοντα τν δονν). En todo caso cabe preguntarse si los mentados φροδισίων tienen o no como objetivo el placer o comportan más bien una necesidad equivalente al hambre gástrica, que es lo que da a entender la famosa anécdota que trata la analogía. Goulet-Cazé, por ejemplo, escribe que la posición del cínico desde Diógenes es la defensa de una especie de placer de grado cero o placer natural[56]; sin embargo, si por placer se entiende la δον, a la cual el cínico llega por la vía del mismo desprecio de la δον y conforme a los rigores del esfuerzo ascético, no sería por lo tanto lo más pertinente hablar de placer natural, sino más bien de satisfacción o alivio de las necesidades naturales, ya que en materia libidinal entre los cínicos domina no un discurso hedonista sino uno naturalista y económico. Así Galeno confirma que Diógenes, en tanto que era un campeón de la fortaleza y el autogobierno, hacía uso de los φροδσια (φροδισοις χρτο) no para servir a la δον como si fuera un bien (π' γαθν), sino porque quería quitarse de encima el fastidioso esperma que almacenaba[57]. Lo cierto es que si la carta a Metrocles convierte a la masturbación en un recurso en pro de la fortaleza, la moderación y la simplificación de la vida, la versión cínica de la carta a la sabia-puta avala sólo el último ítem y la expone como un atajo en el propósito de la vida fácil y de las soluciones rápidas. El cinismo una vez más como filosofía de urgencia.

     Si hay que tomarse a pecho a Sayre, Diógenes fue un degenerado prontuariado por exhibicionista; y con esta clave podría leerse mucha de la literatura que protagoniza, por ejemplo las anécdotas de sus erecciones en el gimnasio, como puro ingenio exculpatorio que fungiría a la vez de instructivo para todos esos parias sucesivos que agarrados de su leyenda erigieron una supuesta rama filosófica sui generis. Es así que practicando lucha con un agraciado mozalbete (μειρακίῳ καλ), debidamente en bolas como era costumbre en Grecia, se le activó el miembro y entonces de inmediato le espetó para tranquilizarlo: ¡Valor, muchacho, que yo no soy igual que este![58] Según una versión favorable a la secta el joven no lo tuvo y por pudor se retiró, en tanto que Diógenes, excitado que estaba su artefacto, no tuvo otra idea que la de frotárselo en plenas instalaciones para sacarse de encima el problema, recibiendo acto continuo del encargado una golpiza por represalia. Su lección y desagravio consistió en explicar que fue una erección natural (στυτικ φσει), un ardor tan espontáneo (ατόματος) como son el olfato y la respiración, que funcionan no a voluntad o planificadamente, dejando al gimnasiarco como un idiota que razonaba que algunos órganos como la nariz operan automáticamente y otros como el pene a elección. El confuso episodio, que por lo visto formaba parte de un repertorio aquilatado u original de anécdotas, le sirve a continuación para predicar sobre el pareo φύσις-νόμος, ya que Diógenes aceptó el desafío de luchar con el mozo cumpliendo con las normas de la palestra y el papel del vigilante no era otro que velar porque se cumplieran y no el de querer imponer un equívoco criterio convencional para prohibir lo que sucede en rigor de natura[59]. De historietas como esta Sayre puede sacar conclusiones sobre las manadas cínicas como grupos delincuenciales que justificaban su depravación amparados por el prestigio de la filosofía. La carta diogénica, empero, no es más que un sermón que pone en escena el principio de que lo natural no es vergonzoso ni debe esconderse en secreto ni en privado y de que el límite entre lo normal y lo natural está mal barajado por la sociedad. La actitud de Diógenes ilustra heroicamente el valor cínico del impudor, aunque leída con malicia ad hominem aparezca él como un onanista compulsivo, un incontinente o un apóstol de la intemperancia. Con gags como este el cínico queda o como un principista extremo e ingenuo o como un degenerado dotado de la rigurosidad demostrativa propia de un perverso.

     Con Crates y parentela el cinismo enlaza más allá del individuo y sus intercambios coyunturales, expande el campo sexual por fuera del celibato y habilita la procreación bajo la especie de una reproducción entre colegas, una endogamia de secta. Esta segunda camada ya no se encarga de ejemplificar la eventual colectivización de las féminas propuesta por Diógenes dentro de la tradición utópica socrático-platónica, más bien realiza el mandamiento marital dirigido al sabio por Antístenes. Desde entonces el cinismo no rechaza la familia sino que la reacuña, la adapta a la socialidad cínica. Si la πολιτεία cínica no es implantada salvo dentro del propio grupo, o de la mentalidad o interioridad del cínico, la familia sí puede ser convertida. A falta de civilidad o sociedad perrunas, domesticidad perruna. Son posibles ahora una conyugalidad y una crianza cínicas. Si con el Diógenes siervo de Jeníades se podía llegar a ser pedagogo, preceptor, administrador del hogar desde el exterior de la familia, a partir de Crates e Hiparquia se puede ser padre y cónyuge dentro de las coordenadas diogénicas. El sabio antisténico sabía qué mujer elegir para engendrar descendencia; a partir de ahora el partenaire procreativo se duplica e incorpora a ambos sexos: la sabia –o la filósofa o la cínica– se apropia de dicha facultad, ya que hombres y mujeres sólo difieren en su papel biológico reproductivo de macho o hembra (si bien hay que decir que Hiparquia en los testimonios aflora emparejándose más en tanto alumna que en tanto cínico consumado, porque la Hiparquia enamorada no es todavía otro Crates –como dijo Epicteto–, pero llegará a serlo). Los matrimonios antiguos, que comportaban un deber cívico fundamental para la perpetuación del Estado, eran lo que hoy se llamaría de conveniencia, un acuerdo entre familias en el que el padre de la novia aportaba dote y elegía yerno sin que la interesada tuviera mayor injerencia. La historia de la pareja cínica contiene un elemento moderno harto extraño al cinismo, más propio de un romántico novelón decimonónico o de las tres de la tarde: Hiparquia, no cínica todavía, amenaza a sus padres con quitarse la vida si no la dejan casarse con el filósofo. No parece la actitud de una marimacho ultra-racionalista; pero tampoco desentona con el ideario, ya que un cínico si no puede vivir como tal debe adoptar la senda del auto-aniquilamiento. Parece el caprichito sentimental de una adolescente enamorada, pero también representa la disposición de alguien que decide optar por la vida cínica sí o sí como cuestión de vida o muerte (una vez más la cordura o la cuerda). Crates, además, rompe con la γαμα de Diógenes apenas en un sentido lato, porque no va a dejar de ser un γαμος conforme al criterio ortodoxo y tradicional. ¿Cuál fue más disolvente?

     Tenemos por lo pronto que Diógenes rechazó el γάμος a cambio de las relaciones o el vínculo o la unión (σύνειμι) urdidos según la persuasión (πείθω) y al interior de una suerte de régimen del κοινς, una probable κοινωνία como trama sexual-vincular-reproductiva, y en este otro caso, tal como sanciona la Epístola 30 de Crates, la boda con Hiparquia no fue sino un casamiento δι φιλοσοφαν, vale decir realizado a través o en virtud de la filosofía. Es cierto que la κυνογαμία, como queda a la vista por el nombre, tiene todo el aspecto de ser una parodia de la institución matrimonial –a la que quizá Antístenes todavía respetara–; pero aun así ningún testimonio cínico o no cínico desmiente que Crates e Hiparquia hayan sido una pareja estable dedicada además a la crianza. Se diría que la κυνογαμία modelada por Crates vino a ser la enmienda pragmática y mundana de la propuesta quimérico-satírica del Diógenes de corte estoico, a la que uno podría bautizar como κοινογαμία. Esta iniciativa original suscrita por Crates y la compañera autoriza en el campo cínico la multiplicación y el concubinato, o más bien ofrece a la sociedad un estándar sustitutivo de matrimonio y familia adecuado a los principios dispuestos por Diógenes, tales como la indiferenciación entre lo económico y lo político o lo privado y lo público y entre lo masculino y lo femenino κατ νόμον. Si por un lado da la impresión de comportar una morigeración o domesticación del cinismo, ya que se la suele describir como una monogamia vitalicia, por otro parece agudizar la transgresión, en la medida en que plantea el ejercicio del coito en público y la incorporación de la mujer en el modo de vida cínico enfrentado a las costumbres y el pudor, toda vez que los perros desposados efectivamente cumplen al pie de la letra la regulación de Diógenes de hacerlo todo en público (πάντα ποιεν ν τ μέσ)[60]. Habrá que ver qué infracción era mayor: la de un hombre masturbándose en el foro o la de una mujer fornicando a la vista de todos[61]. La historia de esta yunta amorosa parece haber venido bien tanto para que el cinismo se tornara algo más digerible como para volverlo aún más intolerable.

     No deja de ser llamativo y exótico que a estos hombres que fueron ungidos como lar familiaris o ἀγαθὸς δαίμων, que oficiaban de consejeros de las familias, que procuraban pacificar y mantener el orden dentro del οἶκος de los particulares, uno se los pudiera encontrar cualquier tardecita de aquellas hurgándose el pito en la calle, copulando en la Estoa, apostados en el ingreso de un putero o revolcándose con scorts de primera línea como Friné y Laide. En este punto Crates bajó un cambio y acolchonó un poco el asunto. Se lo acusa de cumplir con sus deberes conyugales en público, o de osadías algo menores como entregar a prueba a la hija por un mes o convertir la fiesta de casamiento del hijo en una despedida de soltero, como si lo llevara a debutar en un lenocinio; pero en ningún caso se cuentan anécdotas que alcancen el nivel chusco y escabroso de las del Diógenes prostibulario y onanista. Tanto uno como el otro pueden rayar un grafiti de denuncia a la incontinencia de los griegos como epígrafe a la estatua de Friné o Laide; pero sólo a Diógenes se lo inculpa de haber sido el amante de una y otra. Sobre el personaje de Crates en ningún momento se dibuja el prototipo de un sátiro libidinoso o un bribón inmoralista, y en ese sentido él es la carta franca del blanqueamiento moral de la filosofía cínica. Un Crates soltero, amigo también de la icticultura venérea y la puñeta bucólica y habitué de las amuebladas, habría sido redundante y no el pasaporte a la decencia filosófica que ofrecía el carnet habilitante del estoicismo no utópico y a la postre el encaje inexcusable para la histórica evolución del cinismo en cristianismo. Si este punto es cierto, Hiparquia viene a intermediar como una figura de respetabilidad intelectual, no así como un agravante al prontuario por indecencia.

     Se sobreentiende que el γάμος repudiado por Diógenes es antes que cualquier otro el matrimonio existente, legal y consuetudinario, y podría no descartarse que el vínculo suasorio o pacto sexual que pondera a cambio en su República sea en efecto una κυνογαμία, bien que el neologismo es atribuido a Crates y que, como observó Epicteto, en la comunidad ideal el cinismo dejaría de tener efecto –ya que para él la existencia y función del cínico sólo tiene razón de ser en el mundo dado tal como está. Pero por γάμος en principio puede entenderse no solamente el matrimonio como institución o la boda y sus ceremoniales, sino también cualquier tipo de unión amorosa o relaciones íntimas, e incluso un acto sexual o apareamiento. De modo que el término κυνογαμία puede interpretarse de múltiples maneras: como un matrimonio entre perros, como uno entre filósofos cínicos, o bien como un mero ayuntamiento genital o un lazo amoroso-sexual. Según se observa en un artículo firmado por Dorota Dutsch, el vocablo acuñado por Crates aparece en general remitido al acoplamiento en la vía pública –en el Pórtico Pecile concretamente– que la pareja cínica perpetró a manera de noche de bodas, y por lo tanto su significado básico no sería otro que el de sexo público[62]–en todo caso un acto sexual callejero y expuesto a la vista de todos, pero realizado al menos entre dos personas. En efecto, si bien de acuerdo a la Suda Crates llamó κυνογαμία a su γάμος con Hiparquia[63], las demás referencias sobre el término, salidas en este caso de la manga de los cristianos, lo describen más bien como la consumación sexual y pública de la boda y lo que subrayan no es el vínculo matrimonial sino el acto sexual en público[64]. Aunque Epicteto parece sugerir lo contrario[65], gracias a Lactancio e Isidoro tenemos noticia de que tal práctica fundada por Hiparquia y Crates no fue exclusiva de ellos. Ambos prohombres cristianos dan cuenta de que fue una usanza (mos) propia de los cínicos, quienes acostumbraban unirse con sus cónyuges en lugares al descubierto (quibus in propatulo coire cum coniugibus mos fuit)[66], considerando lícito y honorable acostarse abiertamente con la esposa, porque el matrimonio es justo y predicaban que debía realizarse de manera pública como los perros en las calles y los pueblos (in propatulo coire cum coniugibus eis mos erat, censentes licitum honestumque esse palam cum uxore concumbere, quia coniugium iustum est, publice id praedicantes agendum, ut canes in vicis vel plateis)[67]. Llama la atención que acá aparezcan términos como coniunx –cónyuge–, coniugium –unión, matrimonio– o uxor –esposa o consorte–, además conectados con lo lícito y honesto, lo cual parece dejar entrever que, por más que hubiese una burla encubierta a la institución matrimonial, los cínicos solían adoptar por costumbre un tipo de emparejamiento estable; de modo que la κυνογαμία comportaría no apenas un mero acto sexual en público sino también una relación de pareja. Ahora bien, si Diógenes practicó en público el sexo solitario y fue conocido de acuerdo a algunas versiones por recurrir también a las rameras, su prontuario habría alcanzado algunas cotas más lejanas. El single por antonomasia del cinismo, de acuerdo a Teodoreto, cultivaba además el sexo público a dúo, ya que dice que daba el peor de los ejemplos a los observadores cuando se unía en público con hetairas (δημοσίᾳ ταῖς ἑταίραις μιγνύμενος)[68]; de manera que concretaba el coito no sólo en los burdeles, y por lo tanto correspondería atribuirle por igual la primogenitura de la relación sexual pública compartida. De tal suerte la innovación cratesiana no es otra que la del ejercicio en público de un acto sexual entre dos, llevado a cabo no con una profesional sino con otro cínico femenino con el cual, a juzgar por Lactancio e Isidoro, se sostiene un vínculo de tipo conyugal. De ser así, y si cabe dar crédito al testimonio de Teodoreto, la κυνογαμία no tendría apenas el significado restringido de sexo público.

     Cuando uno censuró a Diógenes al pescarlo infraganti saliendo del puticlub, como se sabe, él respondió: ¿Pero es que debía haber salido de tu casa? La moraleja es que lo más sano es pagar por un rato a una profesional y no comprometerse y comprometer a otros enredándose con las damas privadas; pero lo cierto es que si fue amonestado por hacer uso del πορνεῖον, ahora estaría probando como solución el δημόσιος, el coito en territorio fiscal. Es en tal instancia, fornicando en vereda, que Diógenes a la alborotada pregunta de qué hace, contesta sin empacho: ¡Oh bastardo, si hubiese tenido suerte, un hombre! (ὦ κάθαρμα, εἰ ἐπιτύχοιμι, ἄνθρωπον)[69]. Importa el chiste y no la presunta voluntad de procrear, desde luego; pero no deja de ser curioso que envuelva al interlocutor con el vocativo de κάθαρμα, que corresponde a todos los falsos hombres que lo rodean cuando deambula con la linterna. Diríamos que él sí estaría en condiciones de producir efectivamente un ἄνθρωπος y no una sabandija, una escoria social o un guacho. Sin embargo esa suerte la va a correr Crates cuando encuentre otro Crates llamado Hiparquia. Diógenes apenas había dado con Melisipa, sabia o puta o ambas cosas; pero en el medio se encontró con aquel descubrimiento a la altura del de Colón, aunque en sentido inverso y sin necesidad de cruzar el tenebroso océano de la alteridad: que Afrodita es ubicua y yace hit et nunc.

     ¿Criaron los tórtolos Crates e Hiparquia a sus vástagos como cínicos? Según alguna carta sí al menos en la primera infancia[70], aunque las opciones matrimoniales que Crates les ofrece son las ofrecidas por un cínico no a otro par, sino a menores de edad que están bajo su autoridad y tutela no como cínico sino como padre. A fiarse del testimonio de Demetrio de Magnesia recogido por Laercio, Crates contemplaba la posibilidad de que se desviaran, toda vez que habría entregado dinero en fideicomiso a un banquero para que lo reembolse en caso de que ya adultos llevaran una vida de διται y no de ϕιλόσοϕοι; y a fiarse por el que transmite de Eratóstenes, que se remonta al s. III a. C., se podría entender cuando dice τ' ξ φήβων γένετο que el hijo había cumplido con la efebía ateniense, que era una suerte de servicio militar para iniciarse en la ciudadanía (lo que es algo improbable siendo hijo de extranjero). La convivencia a prueba que establece para la hija no deja de ser una metodología coherente con el emparejamiento por persuasión, aunque no se trate de una canigamia porque no está explícito el carácter de cínico de ambos candidatos. En cuanto a Pasicles, el retoño masculino, le organiza una parodia de noche de bodas en el οκημα –habitación, morada, burdel– de una παιδίσκη, que lo mismo podría ser una criada adolescente, una virgen, una cortesana o una prostituta. Le propone en realidad que evite el casamiento formal, que no sería otra cosa que el campo orégano para un destino trágico o cómico: trágico el de los adúlteros, que acaban en el exilio o el asesinato, y cómico el de los que se acercan a las ταραι, que rematan en la μανία por la ebriedad y el despilfarro (de modo que el vínculo sexual con παιδίσκαι se opone al comercio con hetairas, sea porque eran gratuitas o bien baratas).[71]

     Luciano expone una y otra vez cínicos que iban contra los reglamentos básicos de la secta: Cántaro compartía mujer con dos colegas, pero lo hacían forzándola, mientras que Peregrino estando en Armenia incurrió en adulterio y le fue aplicado el castigo del rapanismo (la introducción de un rábano por vía rectal), además de que sedujo a un muchacho y lo compró por 3000 dracmas. La banda de Cántaro –tres esclavos fugitivos (δραπται)– comente casi todos los pecados cínicos: se aprovechan de adolescentes hermosos y mujeres bellas (practican por ende la pederastia y son arrastrados por el placer), esclavizan a una mujer casada para disponer de su sexo entre todos con la coartada de iniciarla en la filosofía y en la comunidad de mujeres formulada por Platón (perpetran por lo tanto el adulterio y ejercen la violencia), se introducen en el hogar del esposo al sólo fin de secuestrarla (no de sanar los conflictos familiares) y como corolario la embarazan. Diógenes y Platón son la excusa, pero en realidad, escribe Luciano, actúan como Paris. La mujer, una vez convertida a la fuerza, anda con ellos luciendo una cabellera rapada al estilo laconio y un aspecto enteramente masculino (ν χρ κεκαρμένην ες τ Λακωνικόν, ρρενωπν κα κομιδ νδρικήν)[72]. Lo cierto es que el Diógenes de Luciano decreta que hay que tener el valor de hacer a la vista de todos lo que no se haría ni en privado (ν ψει δ πντων, μηδ δίᾳ ποισειεν ν τις) y optar por los φροδισων más ridículos[73]; pero evidentemente la idea en serio defendida por los cínicos no es la de que la cópula sexual deba ser un espectáculo abierto a todo público, sino la de que no hay una separación entre lo público y lo privado –de mínima en lo atinente a bienes y virtudes– y por lo tanto si algo es bueno por naturaleza –si es natural– tiene que ser puesto en práctica tanto en privado como en público –con el detalle anexo de que el cínico vive expuesto y carente de vida privada. Como apuntó Sexto, es indiferente coger con la parejita en casa o en la plaza. Si se da preferencia al segundo albergue, es porque se carece del primero o para dar el ejemplo y aguantar las consecuencias.

     Antístenes, más recatado o en mejor situación social que su heredero, todavía aceptaba el γάμος como medio de reproducción y la intimidad con las hembras bacantes o descartadas por los demás; pero para Diógenes dentro del régimen de vida realmente existente no hay ningún tipo de lazo sexual-amoroso que se salve y no queda otro recurso que la masturbación o las prostitutas económicas o desinteresadas. De Antístenes a Crates el amor es considerado como un mal natural que sólo puede ser remediado por el hambre, el tiempo o el suicidio (de hecho Juliano suscribe tanto a Diógenes como a Crates la famosa sentencia del amor libera el hambre, y si no te es posible sacarle provecho, entonces la cuerda)[74]. Diógenes, que de acuerdo a Soción se tomó el trabajo de redactar un Erótico[75], lo describe como el negocio de los ociosos, un problema de los que están al pedo, el trabajo de los que no tienen nada que hacer; de esta forma lo presenta como si fuera un reverso de la laboriosidad según natura, de la ascética muscular, como uno de los esfuerzos inútiles, atado a la ἡδονή primaria y no a la ἡδονή que resulta del desprecio de la ἡδονή, ya que los amantes son los desgraciados por placer (ἡδονὴν ἀτυχεῖν)[76]. De manera que en él, que según Máximo era sólo el ἐραστής de la más perfecta ἡδονή[77], no habría lugar para el amado y el amante ni para el amor sino para el convencimiento, como si el remedio cínico para la sexualidad estuviera más próximo a la sofística que al Sócrates platónico. De todos modos hay que decir que la relación amorosa que Platón propone en el Banquete no excluye el uso de la persuasión[78], y podría decirse que el vínculo suasorio que Diógenes promulga para su comunidad imaginaria tampoco dejaría de comportar un trato entre ἐραστής y ἐρώμενος, entre amante y en este caso amada, aunque traducido al lenguaje de la seducción, en la medida en que, según la versión de Laercio, en el par uno es agente y el otro paciente. Con todo, parece ser Crates el encargado de recuperar de alguna manera el amor intelectual, pero bajo la condición de que sea invertido, porque ya no es la relación entre dos masculinos, uno maduro y otro adolescente, sino entre un masculino y un femenino (…y acá no viene mal denominar al cínico-hembra en jerga policial).

     La mayor dicha de Antístenes era tener ocio para compartir el tiempo con Sócrates. Muerto el susodicho el carácter del filósofo del Pireo se volvió atrabiliario y a posteriori en cierta forma el de Diógenes. El cinismo es una reacción a un mundo sin Sócrates. Si se dulcificó con Crates ¿habrá sido porque se topó en el lecho con otrx cínique? Diógenes rechazó el matrimonio, decía Máximo de Tiro, porque tenía noticias de Jantipa; pero Hiparquia más que convertirse en la Jantipa rectificada, se convierte en el Alcibíades corregido. De hecho ella es la amante y Crates el amado, ella es la enamorada y él quien impone las condiciones. En efecto, Laercio dice que fue cautivada por los λόγοι de Crates y que se enamoró de su discurso y forma de vida (ρα το Κράτητος κα τν λόγων κα το βίου) y de este modo tal como Alcibíades rechazó a los procos ricos, jóvenes y bellos (ο πλούτου, οκ εγενείας, ο κάλλους) a cambio de un filósofo tal como Sócrates maduro, pobre y feo.

     El emparejamiento por lo demás cumple con los preceptos de Diógenes, ya que la mujer obra por libre elección –si bien Crates aparece no como quien convence, sino intentando disuadirla a instancias de los futuros suegros y no logrando convencerla (μ πείθων). Ella delibera (βουλεύω) y elige (αρέω) convertirse en lo que Crates le demanda ser, un o una κοινωνός, un compañere. De tal manera adopta su misma apariencia (σχμα), va con él a las cenas (δεπνα) que eran como los clubes masculinos y se une o reúne con él en público (ν τ φανερ συνεγίνετο), que es una forma airosa utilizada por Laercio para decir tanto que lo acompaña en público como que en público se acuesta con él[79]. A fiarse al menos de Diógenes Laercio, Hiparquia tomando la forma de un κοινωνός se estaría convirtiendo en una de estas mujeres comunitarias o no privatizadas de las que versaba Diógenes. El relato laerciano sobre la unión amorosa de la pareja avala más bien lo que se desprende de Filodemo: que a la fémina le corresponde por igual acoger la parte activa. Ella no consiente: toma la iniciativa, seduce o persuade. Si no se le puede dar crédito a Filodemo cuando denuncia el carácter violento de las relaciones, sí se admite su testimonio como más veraz que el de Laercio en este aspecto: la supresión de toda diferencia en la conducta sexual de machos y hembras. La ciudad diogénica más que proponer una comunidad de mujeres, formula una de mujeres y hombres.

     Como escribió Dawson, a los escritores antiguos les sorprendía que Hiparquia asistiera a los convites con su marido, pero hoy nos sorprende que los invitaran. Un sector de la sociedad ateniense de finales del siglo IV aceptaba de buena gana mantener trato con una pareja de eventuales mendigos que dormían y follaban al descubierto. Ciertamente Diógenes exige que la mujer se convierta en κοινή, en una mujer pública, como decir en una suerte de puta a voluntad (Laide, por ejemplo, era una πρνη compartida (κοιν) con Aristipo, y por lo tanto de alguna manera era una κοινή, aunque sujeta a un régimen de propiedad privada que amparaba su prostitución[80]). Así Menandro parece reírse de que Crates haya dado a su hija en matrimonio a prueba por un mes, como si hubiese actuado en calidad de proxeneta, y de hecho según Eratóstenes la boda que le organizó al hijo no fue otra que llevarlo a una casa de citas, o al menos al habitáculo de una núbil criada a los fines de desvirgarse. No obstante la reacuñación del ser social de la mujer propuesta por Diógenes quiere decir en principio que debe dejar de ser privada, de pertenecer a su familia y su padre y adquirir el mismo rango común que cualquier hombre adulto y libre. La mujer cosmopolita. Las κοιναί dejarían de ser propiedad privada y pasarían a formar parte de la comunidad universal, se convertirían en comunes en este sentido, de la misma manera que los hombres. En realidad cualquiera tendría acceso libre y gratuito, aunque a través de la persuasión y el consentimiento y no de forma reglada u obligatoria, ya que este Engels primigenio no promovería otra cosa que un repudio de la familia, la propiedad privada y el Estado, y en tal sentido su proyecto sería bien distinto del tipo de κοινωνία que figura en el programa de Platón, en el cual corresponde a la casta de los sabios al gobierno disponer qué mujer se apareará con qué hombre. Como dice el Sócrates hablado por el lenguaje platónico, que se unan de manera caótica unos con otros o hagan cualquier cosa, será un sacrilegio en la ciudad de los felices y no lo permitirán los gobernantes[81]. Aquí los sabios son los titiriteros que santifican los desposorios y digitan los sorteos amañados y festivales de acoplamiento con trucos y mentirijillas para el bien estatal, y recién las mujeres de más de 40 años y los machos de más de 55 podrán ser liberados –mientras no cometan incesto– para juntarse con el que se les dé la gana[82]. En una de las cartas ficticias Diógenes ciertamente recuerda que Sócrates ya defendía la comunidad de mujeres (τν ατν δ πρς τς γυνακας κοινν χοντος) y de hecho se apoya en él para tomar partido, aunque por supuesto no explicita en lo más mínimo de qué va la cosa[83]. Pero además hay otro detalle que distingue una utopía de otra: Platón indica que si bien a las perras guardianas incumben las mismas ocupaciones de vigilancia que a los perros guardianes, la mujer no posee en el mismo grado la σχύς masculina, y habida cuenta de la debilidad de su género (το γνους σθνειαν) se le dispensarán faenas más ligeras[84]. He aquí un inciso que podría considerarse rechazado por Crates en la carta en la que explica a Hiparquia que la mujer no es inferior porque tampoco es de naturaleza débil (θρπτει).[85]

     A un muchachito demasiado adornado (κεκοσμημνον) que le hace una pregunta, Diógenes le pide que se levante el vestido para ver si es varón o chica[86]. Las cosas van y vuelven y así observamos que Teodoro el Ateo, con el mismo propósito pero ante Hiparquia, concreta lo que acá Diógenes apenas sugiere. El cirenaico sí pasa al acto y efectivamente le levanta o arranca el manto, porque quiere averiguar si este otro Crates imberbe, que acompaña al original a las cenas y polemiza sin empacho con los barbones del intelecto, guarda so capa genitales mujeriles o viriles (Dawson plantea al pasar que Teodoro fuera amante de Hiparquia). Como queda claro, el cinismo promueve la indiferenciación sexual como masculinización de la fémina, pero la aborrece cuando es en sentido contrario. Cierto que el sujeto cínico es más bien el νθρωπος κατ κόσμον, no el νήρ, y en ese sentido parece la versión aspiracional del presexuado y globular andrógino del Banquete, en cuanto aspira a la no-necesidad inherente al θεός; pero en los hechos las virtudes filosóficas promulgadas por Diógenes y compañía hacían parte del conjunto de virtudes establecidas como propias del varón. Diógenes verbigracia era un enemigo del embellecimiento facial (καλλωπίζω), de la cosmética masculina[87]. Otros eran los modales de Crates, si bien la reivindicaba para el sexo opuesto y en otros términos. Su Epístola 9 va dirigida a una mujer, a quien insta a poner orden (κσμος) en su vida diaria, lo que equivaldría a arreglarse y a la vez ser comedida y decorosa (κοσμιότης). La misiva es un elogio del κοσμέω a través de distintos juegos de palabras con los sentidos del término: ordenar, embellecer, adornar, arreglarse. Crates lleva la cosmología política de Diógenes al ámbito cotidiano de la mujer y la empalma a la vez con lo cosmetológico (κλλιστος κσμος)[88]. Esta imagen de la mujer ordenada-adornada, en principio no se llevaría bien con lo que le toca a ese otro Crates que era su pareja –su par más bien–, reconocida por lucir el burdo manto unisex, la alforja y el palo y copular en los dominios oficiales. Tiene que ver sí con las disposiciones pastorales que el Abrepuertas mantiene para los particulares como lar familiaris. Su trabajo en este distrito consistiría en erradicar de los hogares el desorden (κοσμα) y bregar por la εταξία, el buen orden. Veamos que si el cratesismo le abrió las puertas de la filosofía cínica al sexo femenino, en sentido contrario a la vez fue más conservador o más contemplativo y condescendiente con las mujeres que perseveraban en el gineceo, a quienes Crates parece haber prestado una peculiar atención como consejero del hogar. Con él da la sensación de que es posible la convivencia de dos órdenes de mujeres: el de las ornamentadas según el orden dado –las ciudadanas o vecinas de facto– y el de las universales y capaces de ordenar –las conciudadanas de Diógenes. Antístenes en cambio manifestaba una hostilidad hacia las mujeres producidas (γύναιον κεκοσμημένον), maquilladas o adornadas, similar a la de otros socráticos como Jenofonte y Platón[89]: sólo un hombre poderoso –un aristócrata, un burgués o alguien, al menos, que cuente con armas y caballos– podría darse el lujo de gozar de una esposa arreglada y provocadora. Los adornos femeninos que defiende Crates sin embargo son más bien morales, y de hecho en la Epístola 23 promueve las armas diogénicas (τ Διογένεια πλα) precisamente como un medio para evitar ser sexualmente atractivo. En definitiva podría aceptarse lo que escribe Suzanne Husson: que para un cínico, a la inversa de Baudelaire, la mujer es abominable no por natural sino por cultural.

     Crates apelaba a las amazonas para ilustrar la igualdad de los sexos; pero Diógenes, a fiar de Dión Crisóstomo, las ve del otro lado: se aferra al modelo de Heracles, el que acostándose con la Amazona no se dejaba doblegar por su belleza (κλλος) y le demostraba que jamás cedería ni permanecería alejado de sus propios bienes por los encantos de una mujer (χάριν γυναικς)[90]. Lo convierte en el héroe de la resistencia al poder femenil, en un partisano del soberanismo masculino –el precursor griego de la red pill y el MGTOW. La empresa de Diógenes, dirá el de Prusa, es pareja a la lucha de Heracles ante la Amazona. La razón cínica, como se ve, presenta argumentos útiles para ambos bandos en la guerra de los sexos. Hiparquia fue identificada como amazona, cazadora o prostituta, equiparada a Atalanta, Ágave o Ménade, y de este modo uno podría imaginarse su convivencia diaria con el cónyuge cínico como una ardiente puja entre un Hércules y una guerrera y no como la mansa cotidianeidad de un matrimonio de intelectuales que visten un mismo traje y se reparten por igual roles idénticos. Pero la cínica, de una manera más bien gris y poco apabullante, fue catalogada por Epicteto no como una amazona que forcejeaba entre sábanas con un Heracles, sino apenas como otro Crates.

     A Sócrates, casado con la intratable Jantipa y con Mirto, e incluso bígamo según un albur, se le conoce la célebre declaración de que te cases o no te cases igual te arrepentirás. Al menos uno de sus matrimonios, seguramente el que realizó con Mirto, hija de Arístides el Justo, fue concretado tal vez con vistas a reproducirse para incrementar la población de Atenas[91]. Como se ve, las posiciones de Antístenes, entre el escepticismo y la defensa de la procreación, no desentonaban con las del maestro –salvo en lo tocante a Jantipa, cuyo carácter le resultaba insoportable (probablemente fuera Mirto, a quien Sócrates habría desposado sin dote, la que como quería Antístenes se mostrara agradecida). Diógenes en cambio es portador de uno de los apotegmas flotantes que se atribuyen también a Tales y a Anacarsis[92]y que sostiene que siempre se es demasiado joven o demasiado viejo para emprender un casorio. La indigencia y la precariedad de su vida por sí mismas, al margen de su carácter, hacen inimaginable en él una vida en conyugio, y sin embargo Crates, que no contaba con otros bienes que el kit de cínico y residía de acuerdo a algunos igualmente en una tinaja, retrotrajo al cinismo hacia una postura más cercana a Sócrates, aunque rectificada y victoriosa. Ni Diógenes ni Crates ni Hiparquia, que se sepa, se mostraron jamás arrepentidos. De esta manera el cinismo no resulta ser otra cosa que la solución viable a la problemática socrática: la vía cínica no conlleva ningún tipo de arrepentimiento (μεταγιγνώσκειν), sea por la soltería o por el connubio, y en cualquiera de los casos comporta un abandono del γμος legal, convencional y pudendo. Pero hete aquí que esta salida de la aporía insume de alguna manera la aniquilación de la alteridad, si es que no la abolición de la feminidad, y el aporte que trae Crates en definitiva no va mucho más allá de donde había dejado las cosas Diógenes. Habrá que decir que si Hiparquia finalmente fue, como afirmó Epicteto, otro Crates, la relación sexual con ella para Crates ergo no difería en lo esencial de la que Diógenes mantenía consigo mismo: se trataría de un autoerotismo o autoestimulación por otros medios, con sustitución de la mano por un alter ego. El sexo cínico, el sexo común, o entre comunes o iguales, no sería otra cosa que una masturbación a mano ajena o con el cuerpo de otro.

 

 



[1] Filodemo, Sobre los estoicos: Papiro Herculanense n.° 339.

[2] J. Campos-Daroca, J. L. López-Cruces, Did Diogenes the Cynic advocate enforced sex?

[3] Plutarco, Charlas de sobremesa II 1,7, p. 632 e.

[4] Estobeo, IV 32, 11.

[5] Laercio, VI 80; Doyne Dawson, Cities of the Gods: Communist Utopias in Greek Thought.

[6] Ps.-Diógenes, Epístola 28.

[7] Sexto Empírico, Bosquejos pirrónicos III 24, 200. Es factible que Diógenes –o el negro cínico-literario que explotaba su firma– haya tratado la homosexualidad en el Ganimedes que le habría atribuido Soción (Laercio, VI 80).

[8] Ps.-Crates, Epístola 28.

[9] Id., Epístola 29.

[10] Laercio, VI 12.

[11] Περ παιδοποιίας περ γάμου ρωτικός (Laercio, VI 16).

[12] Id., VI 3; cf. IV 48; Gnomologium Vaticanum 743 n. 2. Se atribuyó la frase también a Aristipo, Solón y Teócrito.

[13] Clemente de Alejandría, Misceláneas II, XX 107, 2-3; Teodoreto, Curación de las afecciones de los griegos III 53.

[14] Laercio, VI 11.

[15] Ateneo, V 220 c; cf. Eustacio, Comentario a la Odisea de Homero κ 7 p. 1645, 11-13. 

[16] Laercio, VI 4.

[17] «κα Σωκρατικς δ ντισθνης περ το δεν τν λεγομνην μοιχεαν μ ποσεεσθαι γρφει» (Clemente de Roma, V 18, 147)

[18] Laercio, VI 10.

[19] Cf. P. A. Meijer, A New Perspective on Antisthenes Logos: Predicate and Ethics in his Philosophy.

[20] Clemente de Alejandría, ibid.

[21] En cuanto a la pederastia, gracias a un solitario documento se conjetura que Antístenes podría haberla respaldado (cf. Papiro Florentino 113, col. II 23-36). Acá se lo ve enamorado de un muchacho que se dejaba complacer por quienes le ofrecían pescados –aunque Antístenes sólo dice que tanto merece pedir alimentos como él mismo merece mantenerse alejado de los que así se comportan.

[22] Luciano, Subasta de vidas 9; Máximo de Tiro, Discursos filosóficos XXXII 9.

[23] Máximo Confesor, XXXVI 20.

[24] Luciano, Vida de Demonacte 56.

[25] Laercio, VI 72.

[26] Cf. Laercio, VI 29, 54, 61-63, 68, etc.

[27] Clemente de Alejandría, Pedagogo III, III 19, 3. Luciano cuenta que Demonacte salvó del destierro o las estacas a un cínico que acusaba de afeminado a un procónsul depilado, sugiriendo que la pena fuese que lo depilaran a él, una humillación que Diógenes quizá hubiese juzgado como la peor alternativa (al mal cínico Cántaro también le aplican este castigo a instancias del mismo Zeus) (cf. Vida de Demonacte 51 y Los fugitivos 33).

[28] Laercio, VI 68 y 51.

[29] Estobeo, III 6, 39.

[30] Juan Casiano, Colaciones XIII 5. Lo que va y viene gratis no se compre con la muerte δωρεν πωλομενον θαντ μ γραζε). Como πωλομενον puede tanto corresponder al verbo πωλέομαι –ir y venir o subir y bajar– como al verbo πωλέω –vender–, la graciosa frase podría estar rezando, como traduce Casiano: lo que se vende gratis no se compre con la muerte (quod gratis venditur morte non emas).

[31] Cf. J-M. Roubineau, Diogène: L’antisocial.

[32] Códice Bodleiano Bar. 50, fol. 108 r, n. 6.

[33] Plutarco, Sobre la educación de los hijos 7, p. 5 c.

[34] Laercio, VI 61, 62, 63, 66; Estobeo, IV 21, 15.

[35] Eustacio a Homero, Ilíada XXIV 499, p. 1361, 30-31; Gnomologium Vaticanum 743, n. 173. En el segundo caso se trata en realidad de los ambiguos soplos de una flautista.

[36] Laercio, VI 61; Estobeo, IV 21, 15.

[37] Arsenio, p. 197, 6-7.

[38] Plutarco, Sobre el ansia de saber 12, p. 521 b.

[39] Laercio, VI 60; Escolio a Aristófanes, Pluto 179.

[40] Tertuliano, Apologético 46, 10; Ateneo, XIII 588 c; Teofilacto, Epístolas LX.

[41] Luciano, Historia verídica II 18; Luxorio, Epigramas, n. 374; Sidonio Apolinar, Poemas XV 181-184.

[42] Laercio, VI 90; Plutarco, De la fortuna o virtud de Alejandro Magno II 3, p. 336 c-d; Id., Sobre los oráculos de la Pitia 15, p. 401 a; Ateneo, XIII 591 b; Siriano, Sópatro, Marcelo, Escolios a Hermógenes IV p. 118, 12 Waltz.

[43] Laercio, II 36.

[44] Clemente de Roma, V 18, 147.

[45] Estobeo, II 46, 13.

[46] Ateneo, XIII 588 c, e-f.

[47] Jean-Manuel Roubineau, op. cit. (o social convervative, como reza la traducción en inglés).

[48] Ps.-Diógenes, Epístola 42. En el testimonio de Galeno no se trata de una πρνη –y menos de una σοϕή– sino de una ταρα (Galeno, Sobre los lugares afectados VI 15).

[49] «π' γορς ποτε χειρουργν, « Εθε, » φη, « κα τν κοιλίαν ν παρατρίψαντα μ πεινν.»» (Laercio, VI 46)

[50] «Χειρουργν δ' ν μέσ συνεχές, « Εθε ν, » λεγε, « κα τν κοιλίαν παρατριψάμενον το λιμο παύσασθαι»» (Laercio, VI 69)

[51] Arsenio, p. 203, 12-14.

[52] Ateneo, IV 158 f.

[53] Plutarco, Sobre las contradicciones de los estoicos 21, p. 1044 b.

[54] Dión de Prusa, Discursos VI 17-20.

[55] Ps.-Diógenes, Epístola 44.

[56] M.-O. Goulet-Cazé, Le cynisme ancien et la sexualité.

[57] Galeno, Sobre los lugares afectados VI 15.

[58] Gregorio de Corinto, A Hermógenes 8.

[59] Ps.-Diógenes, Epístola 35.

[60] Laercio, VI 69.

[61] Tal como lo hace cuando trata de la masturbación del sinopense, Laercio advierte que sobre el caso Hiparquia circulan innumerables historias que omite (v. VI 98).

[62] Cf. Dorota Dutsch, Dog-love-dog: Kynogamia and Cynic sexual ethics (en Sex in Antiquity: Exploring Gender and Sexuality in the Ancient World, Routledge, 2015).

[63] Suda s. v. Crates.

[64] Clemente de Alejandría, Misceláneas IV, XIX 121, 6; Teodoreto, Curación de las afecciones de los griegos XII 49; Taciano, Discurso a los griegos 3, 3.

[65] Arriano, Diatribas de Epicteto III 22, 76.

[66] Lactancio, Instituciones divinas III 15, 2.

[67] Isidoro, Etimologías VIII 6, 14.

[68] Teodoreto, Curación de las afecciones de los griegos XII 48-49.

[69] Id., ibid.

[70] Ps.-Crates, Epístola 33.

[71] Laercio, VI 88-89.

[72] Cf. Sobre la muerte de Peregrino y Los fugitivos. Parecería que Luciano da a entender que Cántaro era más bien un estoico-cínico, porque más allá de los modales rudos, la barba espesa, el bolso y el manto típicos, llevaba el pelo cortado al rape y lucía pálido –como su estoico Hermótimo y no como el siempre aceitado y soleado Diógenes (además lo llama crisipeo, en alusión a Crisipo y por llevar oro, metal que según Diógenes es pálido). Luciano escribe que Cántaro, aludiendo al escarabajo pelotero despreciado por Crates, es un nombre tomado de las riquezas (νομα τοιοτον οον π κτημάτων).

[73] Subasta de vidas 10.

[74] «ρτα λει λιμς, ε δ τοτ χρσθαι μ δνασαι, βρχος» (Discursos IX [VI] 16, p. 198 c, d-199 a)

[75] Laercio, VI 80.

[76] Id., VI 51 y 67.

[77] Máximo de Tiro, Discursos filosóficos XXXII 9.

[78] Cf. Banquete 182b 5 y 217d 1.

[79] Laercio, VI 86-98.

[80] Ateneo, XIII 588 c, e-f.

[81] República V 458 d.

[82] Ibid. 461 c.

[83] Ps.-Diógenes, Epístola 32.

[84] República V 453-457.

[85] Ps.-Crates, Epístola 28.

[86] Laercio, VI.

[87] Clemente de Alejandría, Pedagogo III, III 19, 3; Laercio, VI 54.

[88] Cf. Plutarco, Preceptos matrimoniales 26, p. 141 e.

[89] Platón, Gorgias 465b1-c1 y República II 373c1; Jenofonte, Económico X 2-13.

[90] Dión de Prusa, Discursos VIII 32.

[91] Laercio, II 33 y 26.

[92] Id., I 26; Estobeo, IV 26, 20.



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