Los dos nudos más interesantes
del estado actual de la “filosofía” son estos: el de la díada
Filosofía-Antifilosofía dibujado por Alain Badiou, y el de Cinismo-Quinismo
elevado por Peter Sloterdijk en Kritik
der zynischen Vernunft de 1983, un libro que parece comienza a leerse con
más premura ahora que en su momento. Un nuevo cansancio los ampara. Especialmente
a Badiou, un cansancio argentino que se manifiesta con la final saturación de
la escolástica que dejaron Foucault-Deleuze, Derrida y el sinfín de productos
del nietzscheísmo francés, posmodernista, deconstructivo, biopolitológico y
demás epítetos. Todo eso entra en un espíritu de época general, y aparentemente
ya no urgente ni imperioso, que Badiou denomina y encierra dentro de la
sofística y la antifilosofía, anunciando un regreso de la Filosofía, de la verdadera
filosofía –y de la Verdad–, de la filosofía originaria: el platonismo. Este
estado decadente es diagnosticado como una patología del pensamiento llamada
Antiplatonismo, del que apenas se salva el “platonismo invertido”, como apenas
se salva la llamada antifilosofía con respecto a la simple sofística. El otro
gran diagnóstico magistral es el que ve a ese estado de caída como el dominio
universal del llamado “cinismo”. Ese cinismo es –mezclando calós hasta un punto
inmiscibles– el engorroso y módico relevo actual, antifilosófico o
no-filosófico, de “la filosofía
insuperable de nuestro tiempo”, como le había llamado Sartre en 1957 al
“marxismo”. Bien que esta nueva filosofía mundial no parece insuperable pero sí
triunfal, y tampoco parece filosofía. Más
bien parece una héxis, un Zeitgeist, un estado de cosas, de
situación. Una especie de peste pero no freudiana –como el llamado psicoanálisis
según su inventor–; o más bien una lepra. No es el cinismo de la parresía que
rescató de los anaqueles el llamado “último Foucault”, el de la escuela antigua
que se supone establecida por el socrático Antístenes; esa escuela es en todo
caso la primera configuración histórica de lo que por entonces Sloterdijk (pero
no por primera vez) dio a conocer como “quinismo”. La Crítica de la razón cínica es
una especie de historia filosófica del par cinismo-quinismo, o una historia de
la filosofía, del pensamiento, o de la historia, desde tal desdoblamiento
primordial. Esa historia sirve más bien para poner a la vista el lugar desde el
cual se enuncia y hace aparición una filosofía o no una filosofía. Una
prehistoria. Toda perspectiva se ubica o como plebeya o como señorial, como
marginal o como central.
En 1992, en el mentado prólogo a Goza tu
síntoma, Žižek, una especie de gemelo menos
programático de Badiou (así llega a la Argentina al menos), más afecto a los chistes y
las paradojas, pero abocado a similares denuncias del mundo, se expresa así: el
enemigo –dice– no es hoy el fundamentalista sino el cínico. El cínico es una
especie de ciudadano medio occidental que de la boca para afuera, en público,
se expresa libremente –como un histérico o falso parresiasta– pero en privado
obedece. Hace al revés que lo que se hacía bajo el socialismo soviético, donde
se operaba bajo un ritual público de obediencia y se mantenía una distancia
cínica privada. “En
ambos casos, somos víctimas de la autoridad precisamente cuando creemos que la
hemos embaucado: la distancia cínica está vacía, nuestro verdadero lugar se
encuentra en el ritual de la obediencia.” Su libro tiene un fin terminal, definitivo:
“presentar ante la consideración pública
la nulidad de la distancia cínica”. Se trata de acabar con una doble moral
que ya había sido propuesta –dice– por Descartes y luego por Kant y que sigue
vigente con el espíritu deconstructivo, cuya máxima cínica solapada es: “En teoría (en la práctica académica de la
escritura), deconstruye tanto como quieras y todo lo que quieras, pero en tu
vida cotidiana participa del juego social predominante”. En su manual
anterior de 1989, El sublime objeto de la
ideología, ya había capturado el concepto de cinismo como “una forma de la ideología” y
recensionado la Crítica de Sloterdijk:
“El cinismo es la respuesta de la cultura
dominante a su subversión quínica”, una
“negación de la negación”. La conclusión de Žižek era: el cinismo es tal; pero no expresa un
mundo “posideológico”.
Todo este conflicto circunspecto se
esfuerza por esconder –hacer como o pasar por alto– su
estado de duelismo retórico al interior de un campo cuyas disputas no son por
el poder en su sentido general, y menos por la emancipación y la iluminación,
sino por el poder al interior de ese propio “campo”: una publicación acá, un
cargo allá, una conferencia acullá, una pederastia aquende. No deja de provocar
una amarga risa, quínica o cínica, da lo mismo. Un bizantinismo de claustro y
de vernissage, de grandes
presentaciones editoriales, un mundo en la salvaguardia del poder real, y
cuando no es así, ajeno en su alta torre de marfil-comprometida al sufrimiento
y la idiotez crónicos de la vida de los “quínicos” en serio. El cinismo de la
denuncia del cinismo. Por eso todo esto no se va a tomar demasiado en serio y
menos que menos rigurosamente. El quinismo y el cinismo dependen de cómo uno
haya caído. No olvidando aquel asunto del ¿Quién?
de Nietzsche, ni totalmente afuera de esa retórica, que vale tanto como
pasatiempo, negocio, o tragedia o drama, las preguntas interesantes son, ante
este estado de la cuestión: ¿Vale la pena dejar la Antifilosofía?
¿Quién quiere salir del Cinismo?
La verdad es que no se mucho de filosofia, pero desde luego este blog ayuda a retomar el interés. Espero poder hacer aportes en un futuro gracias a su motivación!
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