El taller literario de Diógenes

(Instrucciones para hacer de la antifilosofía antiliteratura)


Una casualidad melancólica hizo que sobrevivan del naufragio del tiempo las clases del ignoto Teles y más bien nada de personajes tazados como brillantes: Crates, Menipo, Bión, Cércidas o el mismísimo y fabuloso Perro. Mala suerte. Un texto sin biografía y unas biografías sin textos. De los fulgurantes popes del cinismo no queda una obra entera, no queda nada: requechos mínimos y citas y citas de citas de citas. Tampoco sobreviven las anécdotas ni las biografías de primeras manos, y del manantial del que abrevó Diógenes Laercio nada, tampoco nada. Incalificable negligencia, tesoro perdido. Terrible festín que nos daríamos si las tuviéramos todas a mano. Soñar que un día van a aparecer en algún Mar Muerto. Aunque pensándolo dos veces hay que sacar cuentas de si se pierde o se gana ante tamaña extinción masiva. Si esa masa amorfa de incógnitas dimensiones estuviese a la fecha completamente disponible, una buena cantidad de diálogos, epístolas, tragedias o pseudo-tragedias, algún que otro tratadito, poemas en yámbicos, elegíacos o hexámetros, anécdotas de construcción interna a la secta, apotegmas y juguetes, banquetes y memorias, diatribas a rolete y etcétera, es decir no apenas un conjunto de ocurrencias y chistes mezclados con literatura de tesis, sino mucho de prédica y propaganda, de sermón parenético y pedagogía, quizá por superabundancia podrían acabar resultando algo latosos y pesados, todo lo contrario a lo que sucede cuando cualquiera se arrima, empezando por lo de Diógenes Laercio, al limitado acervo construido por retazos ajenos que hoy consta. A lo mejor el maravilloso relato colectivo y milenario por el que los tenemos a tiro perdería algo del brillo que deslumbra al entusiasta despreocupado. ¿Sobreviviría indemne el encanto de Diógenes a la lectura de sus eventuales obras completas, donde no faltan títulos poco fascinantes como Sobre la virtud, Técnica Ética o Sobre el bien? ¿Estaban los textos a la altura del autor? ¿El escritor a la del personaje? No sólo podría desfallecer el lector esteta o pasatista, el mismo mensaje cínico se podría ver tocado, ya que la eficacia, si no del cinismo anónimo sí del cinismo estelar de sus grandes figuras fundacionales, hace base siempre en un humor despojado y al paso, se amarra a un sostén literario hecho de brevedad y efectismo. El fracaso y la infamia, la mala fortuna, el desdén y la derrota a lo mejor les hicieron una triste justicia.

     Se atribuye al mismo Diógenes la escritura de diálogos y tragedias e incluso de algunos tratados, que tal vez podrían haber sido tanto diálogos, tragedias y tratados como parodias de diálogos, tragedias y tratados. El cinismo desde un primer momento es una filosofía que por un lado se vuelca a la acción y la vida y por el otro a la escritura. Crea un híbrido, una especie de ilustración popular, de literatura menor, vanguardia avant la lettre u órganos de una prensa agresiva, moralista, impúdica y jocosa que se convierte casi en un género literario propio: el serio-burlesco. La escritura no es más que un suplemento de circunstancias, con fines más didácticos y propagandísticos que literarios. Para una filosofía de protesta, una literatura panfletaria. Los propósitos cínicos son morales y vitales y la moral cínica confronta con los laureles honoríficos de la cultura letrada. Pero son hombres enterados y sagaces, las maneras son contundentes, eficaces, libérrimas, desbordan las parcas y sobrias mallas que encausaban a los textos filosóficos, el objetivo es vituperar y reírse del resto de los hombres no sin convocarlos a la redención, y el blanco de tiro son las restantes filosofías, los poetas, los sofistas, los gobernantes, los gobernados, tutti quanti. La vida cínica exige más bien intervenir el mundo con estos partes de guerra cultural que se sobreimprimen encima de la propaganda por el hecho. En un par de generaciones, parece, ya habrá gente que será vista como cínica, o se llamarán cínicos, por una manera de vivir, y otra por una manera de escribir. Ambos flancos suponen una cierta forma común de ver el mundo y de concebir la filosofía. El cinismo, de pronto, ya no tiene mucho que ver con el mundo de las escuelas filosóficas, de un lado se vuelve un estilo de vida y del otro un estilo literario. De repente el cinismo que ideó un modo de vida y un modo de escritura dejó de existir como tal, quedando el modo de vida suelto por las suyas y el estilo literario suelto por las suyas a su vez. Si un llamado cínico podía serlo por su estilo de vida y sin embargo formar parte de otra escuela filosófica con estrictos principios y dogmas, también un escritor podía escribir en línea cínica o adoptar elementos del eventual género cínico sin ninguna correlación con una manera de vivir dentro de las reglas de la ascética perruna.

     Había sentenciado Aristóteles que la naturaleza dotó al humano de lenguaje para que fuera un ser social y político; pero un buen cínico no lo entiende tan así y hace de tal designio un problema. Sea desde Diógenes o con Crates, esta tendencia filosófica forjó una tradición escritural propia: repudió la construcción de teoría y tomó el diálogo socrático, género discursivo y literario acuñado por ciertos discípulos de Sócrates, que figuraba ser una representación textual de las conversaciones del maestro, y lo reconvirtió en lo que en realidad era, un monólogo. Ese monólogo, enderezado con ánimo combativo y refutatorio a un interlocutor imaginario abstracto o concreto, con una impronta oral y popular, con recursos literarios manoteados de acá y allá y con una intención seria revestida de unas maneras burlescas y cómicas, pasó a llamarse diatriba (διατριβή). Τρίβειν no era otra cosa que frotar, desgastar, moler, machacar, friccionar, restregar. Grado cero del texto cínico y género por antonomasia, se hila según un free speech no precisamente psicoanalítico sino parresíaco: no se dirige a un sujeto-supuesto-saber sino a uno erróneo, enviciado o ignorante, al que se reprocha o más bien pretende corregir, al que no se teme y por eso se le dice todo y con libertad. Es un tuteo que puede deslizarse hacia el titeo o puede ser más pedagógico que censurador cuando, como en el caso de Teles, se administra a una gradería de principiantes o estudiantes. Culebrea entre el rapapolvo, la lección instructiva y el entretenimiento (διατρβειν), visto que deriva de una palabra que significa a la vez restregar y perder el tiempo. Así parece que se dirige al vicio al vicio (las enseñanzas de cuando se está al pedo). Dirigido a un tipo social (un filósofo como ejemplo de los filósofos, un rico en carácter de todo rico, un gobernante como símbolo de los gobernantes) tenía aspiraciones de ser, que dice Roca Ferrer, el género cosmopolita por excelencia, la voz de una verdad universal. Pero con el cinismo la comedia y la tragedia entran en promiscuidad con la filosofía y un eventual alumno de Crates, Menipo de Gadara, reelabora los formatos cínicos y sobre el modelo de la diatriba los lleva a un punto tal que se le imputa haber soltado todas las amarras de la filosofía: se le llamó sátira menipea y parece que afectó bastante a la sucesiva literatura romana. Quizá la diatriba, que tenía un origen oral y no escrito, todavía con Bión de Borístenes fluctuara entre monserga moral y juego retórico y cómico. La sátira desprendida de Menipo da la impresión de haberse distraído de lo serio y haber sofisticado los insumos literarios. Aunque Laercio lo describió como un impostor o perro aparente y escribió que sus textos carecían de seriedad (σπουδαον οδν) y abundaban en ridículos (πολλο καταγλωτος), a principios de la era común Estrabón señaló que Menipo era conocido como el seriocómico ( σπουδογλοιος), parecer que confirmó en el siglo VI Esteban de Bizancio. Esto lleva a algunos analistas a postularlo como el iniciador del género. Pero si lo característico del perro de Gadara era morder riendo, como dice Luciano, dicha actitud ya había sido apuntada bastante antes por Demetrio, autor de un libro Sobre el estilo, como el rasgo esencial de la razón cínica: «se puede decir de todo discurso cínico que está presto a morder incluso mientras hace fiestas» (πν τ εδος το Κυνικο λόγου σαίνοντι μα οικέ τ κα δάκνοντι)[1]. Si el tal Demetrio era el de Falero, como anotó Diógenes Laercio, es decir un contemporáneo de Crates, entonces este rasgo cínico ya había sido advertido y catalogado de origen[2]. Usando de ejemplo la poesía cratesiana y un par de andanzas de Diógenes, Demetrio definió al κυνικς τρπος, o sea a las maneras cínicas o la retórica o las letras del perro, como cosas graciosas tomadas por refrán o máxima (γελοα χρεας λαμβνει τξιν κα γνμης), un tipo de actitud festiva que practican los cuerdos (ο φρόνιμοι) para amonestar a los disolutos[3]. Una combinación de παιδι y δεινότης, chiquilinada, terribilidad y dureza. Un suave morder o una mordacidad sutil, que con un carácter repentino, campechano e improvisado (πρόχειρος), y escondiendo una moraleja enfática e inflexible, debe no obstante provocar risa y admiración.[4]

     El filósofo-perro deplora la especulación monumental, es alérgico a la teoría, la expurga por la praxis o en su defecto por la sátira, por las letras, trazando una especie de salida de lo abstracto por lo absurdo. Los fundamentos se comunican por el ejemplo flagrante a través de la acción y del verbo que la acompaña. Mientras repudia a los teoristas arracimados en claustros o anfiteatros o concentrados en trazar líneas geométricas, medir los astros o formular proposiciones lógicas, exagera para hacerse publicidad. Opera menos con filosofemas que con anécdotas, chistes, parodias y transpolaciones, apotegmas y sentencias y acciones concretas. Volantes, folletos más que nada, fanzines, pasquines: bagatelas, jueguitos, anécdotas lectivas, refranes, literatura de combate y de trinchera, periodismo autogestivo, pasatiempos emancipatorios. En vez de soporíferos tratados, salen con el panfleto y la caricatura. Más que escribir tachan y corrigen los textos de la tradición: la διορθώσις o rectificación, otra forma de concebir el atajo, de ponerlo en práctica. Enmiendan clásicos, los restauran, enderezándolos los deforman. Ya Justino, al acusar al Crescente, había vinculado a esta filosofía con el ruido (ψόφος): el cinismo estaba para hacer interferencia entre los géneros discursivos y el público, intervenir en la cultura era intervenir sus prácticas legítimas y honrosas, entrometerse en sus textos fundacionales y distorsionarlos. Primeros posmodernos del mundo, inventaron la parodia y el pastiche. Una vandalización ilustrada, hecha con ingenio y fervor moral, si bien lo que empezó con catequistas de gesto dandy redundó in saecula saeculorum en una contracultura nomás grotesca. La producción escritural de los cínicos más bien pertenece al género ni-ní y si es antifilosofía es también antiliteratura. Como la obra eran ellos mismos no perdieron el tiempo en elucubrar obras maestras, que al fin y al cabo a la inmortalidad la encontraron por lo que hacían y a manos de terceros, por las anécdotas de los hagiógrafos de vario pelaje. De esta manera sus obritas estaban condenadas a perderse a la brevedad, eran los filósofos de lo efímero después de todo, los mártires del presente a rajatabla: al día vivía Diógenes ον χων φμερον) y de tal palo eran las letras, un periodismo existencial y un arte efímero. Los tres dominios del cinismo, la vida, las letras y la filosofía, se sintetizan en κυνικς βίος y κυνικς τρόπος. Pero la obra era la vida. El τύφος, dice Crates en la parodia del epitafio de Sardanápalo, se engulló las falsas riquezas que poseía, no así los verdaderos aprendizajes. La virtud, los valores inmarcesibles que busca la educación del cínico, asegura el Diógenes de Dión Crisóstomo, deben ser como los dientes de los cremados, que perduran firmes mientras el resto del organismo ya es ceniza. La escritura, como lo sabía Metrocles, es permeable al fuego y corre el riesgo de esparcirse como el humo. La desconfianza en la escritura, cuando no el rechazo, gestos tradicionales y a la vez filosóficos, socráticos, cohabitan con una producción no poco abundante de textos paródicos y burlescos, una nomenclatura antiliteraria y antifilosófica, a la vez pedagógica, instructiva, como una mezcla de vanguardia y autoayuda, de órganos de prensa y evangelio. El κυνικς τρόπος heredó unos procedimientos alegres, irreverentes, dicharacheros e ingeniosos, pero que remitían a un κυνικς βίος ascético e inflexible. Así como hay un vocabulario y una especie de manual entre anónimo y coral que subraya una forma de vida y da cuenta de su aplicación por parte de la comitiva de cínicos, hay una literatura cínica, un catálogo fantasma borrado por la historia, a excepción de una parva de títulos y de géneros literarios más o menos agrupados bajo el rótulo de σπουδογέλοιον o σπουδαιογέλοιον (jocoserio, serio-burlesco), una mezcla de παιδι (divertimento), γλοια (broma, dichos o hechos risibles o ridículos) y δεινότης (seriedad, severidad, dureza).

     El experto Bracht Branham escribe que el cinismo fue «el movimiento filosófico con más inventiva literaria y el único que ha atraído a un número significativo de seguidores entre la mayoría iletrada». En cierto modo Diógenes lega una filosofía para no-filósofos: sus fiduciarios son de una mano literatos y de la otra iletrados. Claudia Mársico dictamina que compusieron «una revuelta filosófica» y no un simple «testimonio actitudinal» como «signo de inconformismo»; en cambio García Gual prefiere la versión de que fueron una rebelión cultural que no pasó de ser una pantomima y una parodia dirigidas a las filosofías ortodoxas –así dice. Bracht Branham habla de la invención del cinismo. En efecto es un invento, desconcertante y esquivo, difícil de precisar como de delimitar. La ambivalencia o duplicidad de la conducta cínica, o al menos del estilo escritural, está a la vista ya desde la definición que hizo Demetrio de este λόγος: mover la cola y morder al mismo tiempo. Esta característica original no está lejos de lo que hoy se entiende por cinismo en el uso cotidiano del término. No puede decirse que la doble faz no fuera un rasgo oriundo. Todavía en el siglo IV d. C. Juliano percibe el gesto en los cínicos que lo visitan, aunque con aires de desentendido se los reprocha, como si hubiesen perpetrado una infracción a la tradición de Diógenes. Así como la palabra cinismo significa a la vez falta de ética y ética rigurosa, independiente y exclusiva, significa también filosofía literaria y literatura filosófica y por añadidura filosofía antifilosófica o literatura antiliteraria. Con Diógenes, el fundador del κυνικς βίος para algunos, «el padre del cinismo práctico» para Gomperz, la filosofía se disuelve en vida, en práctica, en ética aplicada; con Menipo y Luciano, como escribe García Gual, ya la filosofía «se disuelve en literatura». Las facciones menipeas piensan y se expresan como cínicos –agrega– pero viven como burgueses o al menos como hedonistas: son ascetas cómodos y declarantes procaces y dicharacheros. Los otros eran humoristas de la vida, funambulescos, cómicos del cuerpo, sarcásticos en carne; estos otros lo son por pura enunciación: escamotean el cuerpo y actúan siempre a distancia, y a distancia –en principio– de sí mismos. La filosofía se reduce a la ética y la ética muta en fruta literaria, en una literatura baja e irrespetuosa, a caballo entre lo popular y lo culto, usando lo uno contra lo otro. Hay quienes toman a la literatura cínica como una pura propaganda del modo de vida de los perrunos y quienes la ven como el corazón de esa acción beligerante y socarrona, y al resto más bien como excusa o pretexto. Sea lo que fuere que haya escrito, incluso nada, serio-burlescas eran la actividad práctica y la actitud existencial de Diógenes, de modo que el género podría remitir menos a los textos de él que al ejemplo de esa vida. El σπουδογέλοιον es un formato híbrido y cuasi paradójico que combina un reír feroz e insolente con una severidad tajante y seca; pero los cínicos no inventaron la guasa en la literatura griega, ni tampoco del todo la mezcla con la seriedad: el mismo Aristófanes excusaba perseguir lo bueno y útil a la ciudad mechado con bromas y burlas, con risas y mofas. A diferencia de buena parte de la comedia previa, o del libelo y el panfleto, el propósito cínico poco tiene que ver con la puja por el poder, la opción política y las reformas en ese plano, tampoco con el ajuste de cuentas entre particulares. En los yambógrafos arcaicos se encuentran los recursos burlescos, coprológicos y ultrajantes que emplearon los cínicos, pero sin el sustrato de moralización racional: el estilo cínico ataca al vicio más que al sujeto. Ni el escarnio puramente personal –reemplazado por tipos sociales– o la injuria y el ultraje como medios de rosca política de la poesía yámbica, ni la simple diversión de la épica burlesca o el respeto a los mitos sobre el que se despliega el drama satírico[5], detrás de la algarabía cínica hay guerra declarada a las pasiones en favor del racionalismo de la sobriedad y la simpleza naturalista. El moralismo de los fines justifica la inmoralidad de los medios. Esa fidelidad a Momo, aquel dios exiliado del Olimpo, dios de las críticas arteras y la burla maliciosa, no existe en los cínicos salvo cruzada con la fidelidad a Sócrates, el condenado por la πόλις al ostracismo o la cicuta, o en su defecto con la lealtad al λόγος y a la φύσις. Bien podría haber llamado Platón a Diógenes, inspirado en Artaud, el Sócrates Momo. Los cínicos fueron momógrafos apotropaicos, la filosofía se vuelve cómica y la comedia filosófica, Sócrates y Momo se hacen uno porque hay que arrebatar el estilo y el truco al enemigo, desvalijar a Aristófanes y expropiar sus recursos para entregarlos a las arcas de la filosofía. Son ahora los sabios (ο σπουδαοι) los que hacen chistes, gracias y muecas, los que se ríen de los demás, gritan, saltan, corcovean, se quejan e insultan y juegan a las letras extrayendo el capital retórico, narrativo y lírico de poetas, rétores y comediógrafos: una didáctica feroz a base de chasco y sarcasmo, un humorismo con fin de censura y reforma morales. Si no se proponían ser lo ahora se llamaría un escritor, acabaron sin embargo transformando la literatura helénica y romana más quizá que a la propia filosofía. Sus escritos probablemente fueron en principio un recurso propagandístico para llegar al público, al pueblo, y con ánimos de crear una contracultura universal o antipolítica, o más bien de vivir conforme a la naturaleza, saquearon a Eurípides, a la comedia antigua, al yambo hiponacteo, a Solón o a Homero y en fin parece que acabaron inyectándole a la cultura y literatura helénico-romana una vivacidad inédita. El cínico es siempre un intruso, un infiltrado en filosofía y letras, un arribista, un foráneo, un exótico; si modernizaron las letras antiguas, es como si lo hubiesen hecho como quien no quiere la cosa, con la debida indiferencia cínica. Expropiadores, apropiadores, todo es de los sabios al fin porque es de los dioses, no de los escribientes: usurpar para desprestigiar, desplumar con la pluma, usar cualquier lugar para cualquier propósito, allí la ensalada. Saturar los géneros, la mescolanza, atestarlos. No hay géneros, todo está en todo, dice Diógenes: un testamento, una agenda, se hacen literarios, una tragedia se hace un bodrio: lo serio chasco, lo risible grave, lo popular prócero y al revés. El diálogo socrático puede volverse gag; la comedia, reprimenda y lección enjundiosa y una simple carta puede tener por emisor o receptor a un dios. Agarran los géneros inferiores o extraliterarios y los convierten en producciones literarias plenas, escribe Bracht, promiscuidad formal y reemplazo del contenido: mezclan prosa y verso (prosimetrum), ponen yámbicos donde es de esperar prosa (el diario de Crates), inventan metros nuevos, fabrican neologismos, juegos de palabras, metáforas curiosas; para llegar a lo grave gambeteando lo solemne cortan por la bagatela. Contra la jergalización pedante o el estilo abstruso, embarullado y torrencial en el que derivó el estoico Crisipo, la brevedad desenfadada y la carnavalización del sabio bobo, la llanura de los chistes, la valentía de hacer el tonto, de serlo incluso. Vulgarización por vía de rarefacción: para todos y para nadie, dice Nietzsche, la improvisación contaminando la tradición, fijó Bajtín. Cotidianeidad y oralización, agilidad y fugacidad que con Menipo por lo visto derrapan hasta la truculencia fantástica. No basta un héroe filosófico que no escriba; es posible uno que sea el campeón de la filosofía no verbal, y desde el vamos el gesto y el lenguaje corporal interrumpen la primacía de la dialéctica instaurada por Sócrates-Platón. El salto al acto: la palabra, la imagen y la escena cortan el hilo conductor de las definiciones al infinito y el cinismo comienza a operar, en la vida y en las letras, ante el callejón sin salida del diálogo. Esta especie de filósofo no es ni sofista ni dogmático, doble negación; pero tampoco escéptico –ni pirrónico ni académico–: corta por lo sano del activismo y como tal, cuando pinta, escribe. Si la teoría que da pábulo a la corriente puede retrotraerse hasta el grafómano Antístenes, la escritura asociada al cinismo hace base recién en Diógenes, el homeless factiblemente ágrafo. Él da pie al estilo, así haya que adelantarse hasta Crates para encontrar un ejercicio históricamente menos improbable. El proletario Antístenes se mueve dentro de los tres rangos de la filosofía instaurados después por la Estoa: física, lógica y ética. Desde el burgués de Sinope al aristócrata de Tebas se perfila la singularidad del τρόπος cínico, la senda abreviada que anunció el filósofo del Pireo va a correr también para la escritura. La trivialidad y la zoncería o la grosería más burda, atracan a la tragedia y aplanan el πάθος con la moralidad perruna, la παρατραγδία del can. Si el cinismo asalta a las letras, despojo practicado por un populacho esclarecido, las letras trascartón depredaron al cinismo y los señoritos encontraron en la vulgaridad un lujo. Después de todo, si el cinismo propiamente dicho estuvo compuesto por hordas lúmpenes que hicieron de Diógenes o Crates padres precursores, a los orígenes del κυνικς τρόπος hay que buscarlos en estos dos filósofos de buena cuna que por elección o forzados por la desgracia se dieron el lujo de cultivar la vulgaridad.

     El mentado σπουδαιογέλοιον no es patrimonio exclusivo de los escritores cínicos, ni de hecho hay consenso entre los entendidos acerca de qué vendría a ser. En 1972 Lawrence Giangrande dedicó un libro al asunto en el que argumenta que no es un género sino un método estilístico (stylistic method) y que no es apenas una combinación de lo serio y lo burlesco sino una dosificación equilibrada en la que prevalece lo primero, más bien lo serio por la vía de lo cómico[6]. Sostiene que Platón y Aristóteles reconocieron los beneficios de la risa haciéndola entrar por el aro ortopédico de la seriedad, y dado que los cínicos fueron filósofos y persiguieron la emancipación de la ignorancia y la corrección de los vicios, utilizaron la broma y el humor en todo caso como un medio: simplemente, dice, son los primeros que comprenden que lo serio se entiende mejor por la risa y que la risa es el arma más eficaz contra el vicio y la tontería. Con este criterio no sería otra cosa que una estrategia divulgativa e incluso una especie de cooptación filosófica de la literatura: un procedimiento manejado por Crates como predicador popular, según el autor, o por otros cínicos de entonces en las fiestas y banquetes donde les tocaba el papel de relevar a los bufones y a los sofistas. Para Giangrande el serio-burlesco cínico arranca con el tebano, bajo probable influencia de Platón y Aristóteles y como «una reacción a la dureza de los primeros cínicos que seguían las enseñanzas estrictas de Diógenes», un argumento no del todo convincente porque si bien en Diógenes hay más dureza y estrictez, su didáctica no era menos hilarante o bufa sino más agresiva o cáustica. La distinción se entiende mejor cuando refiere que la estrategia de Crates consistió en la dulcificación y en sustituir la franqueza por la sugestión, en el reemplazo de la πικρία por la χάρις, del descaro pungente y amargo por el gracejo alegre y compasivo, en hacer una filosofía más cordial y tolerante con el vicio y la estupidez, acompañada de una risa afable y bondadosa que combinaba lo dulce o agradable (δύ) y lo provechoso e instructivo (φέλιμον). El método tendría más que ver con las oblicuas vías de la πόνοια y la ερωνείa que con una παρρησία más cercana a la invectiva de yambógrafos y comediógrafos, y su eficacia residiría en la proporción armónica entre lo serio y lo burlesco, razón por la cual dice que Horacio –satírico suave– es un mejor representante que el vitriólico e indignado Juvenal –satírico rudo–, lo que aplicaría también a la pareja cínica. En épocas imperiales este expediente se puede ver en el Demónax lucianesco (y con menos chispa quizá en el epistolario de los cínicos anónimos), pero no en las maneras de los cínicos callejeros según fueron criticadas por las élites intelectuales. De acuerdo a Giangrande hay que buscar los antecedentes inmediatos del σπουδαιογέλοιον perruno tanto en Sócrates como en Aristófanes –a ambos, incluso, les cabría el marbete de σπουδογλοιος–: en las letras de los socráticos, dice, el tipo de risa más brutal que existía desde Homero se vuelve más sofisticada y benévola, ya no persigue la humillación e incorpora la auto-burla; pero también Aristófanes usaba la burla como una crítica moral y política, si bien abusaba de la invectiva y de la lengua indecente –artilugios que más tarde fueron castigados por las leyes y repudiados por los filósofos como Aristóteles. Lo cierto es que el κυνικς τρόπος, entendido como cinismo literario, a través de las generaciones parece tender hacia Aristófanes: Bión, más hilarante y soez que los anteriores, según Giangrande inclinó el serio-burlesco hacia el polo de la burla, mientras que Menipo no traía más que una farsa de seriedad de mensaje nihilista y encaminada al entretenimiento. Este punto de vista que hace supeditar lo cómico a la moralización y el didactismo es seguido por una generosa barra de filólogos, pero disgusta al grupo de los afectados por Mijaíl Bajtín, aquel que asoció el término no con lo parenético, gnómico o sapiencial sino con la experiencia inmediata y cotidiana y con la libre invención, con la mezcolanza de lo culto y lo popular y con la hibridez estilística. Para Bajtín no era otra cosa que el recurso carnavalesco que la cultura popular tenía a mano para sobrellevar la opresiva seriedad monolítica de la tradición, las instituciones y las jerarquías, una risa ambivalente que al revés disuelve lo serio en lo cómico. Es así que Heinrich Niehues-Pröbsting, el inspirador de Sloterdijk, hizo de la risa el elemento base de la autoafirmación (Selbstbehauptung) cínica. Bajo este esquema alternativo el campeón ya no es tanto Crates cuanto Menipo y así se justifica la mención de Estrabón. Pero la segunda vertiente interpretativa es también demasiado compacta y unilateral y pretende de igual manera reducir el cinismo a la unidad. A lo mejor habría que hacer las paces y aceptar que ambas tendencias concurrían en las tropas perrunas. Gorgias aseguró, de acuerdo a Aristóteles, que era procedente desbaratar la seriedad de los adversarios con la risa, a la vez que su risa con la seriedad[7], y no extrañaría que la técnica del primer maestro de Antístenes acabara haciéndose carne sobre la huella de Diógenes. Habría que decir más bien que si fue Crates el iniciador del rubro serio-cómico en tanto literatura, lo fue gracias al cambio de enfoque pedagógico que emprendió Diógenes sobre el probable legado de Antístenes, cuya severidad apenas tenía algo de comicidad involuntaria o de mero histrionismo de cascarrabias. Si el filósofo queda expuesto ante los ojos de la gente como un personaje cómico –cosa que se sabe desde Aristófanes a Nietzsche– qué mejor que dar vuelta el sentido de la risa y tomarla por las bridas. Diógenes tiene en claro que debe seguir a Antístenes, sin embargo asume mucho del talante ingenioso de Aristipo, el gemelo maldito de su maestro, y debe dominar las armas del rival para sacar adelante el saber de la ascética antisteniana. El cínico es en todo momento un filósofo que opera en la caverna, su vida es un eterno trabajo de campo; pero además debe disuadir al público de inclinarse hacia hedonistas y dogmáticos, a los que también combate con el artefacto serio-cómico. Digamos que el cinismo de la παρρησία, que hace pie en el Diógenes en vivo de las anécdotas, encarna más bien la adaptación filosófica de las maneras del yambo, y de hecho Giangrande advierte que estos poetas de la ira eran llamados, como el propio sinopense, avispas o perros. El personaje Diógenes alimentó en todo caso un σπουδαιογέλοιον desequilibrado que fue el más numeroso y masivo: o demasiado serio o demasiado jocoso o las dos cosas a la vez y en abundancia. Tal era la técnica virtuosa de Diógenes, quizá malversada por los émulos tardíos: es siempre excesivo, canta por encima de la tonalidad; pero el plan es que el coro afine.

     La χρεία convierte a Diógenes, no obstante, en el amo del bon mot, que es a la vez la palabra justa y una salida ocurrente, un arte de la justeza, la justicia y la fuga. Aunque su sutileza brutal o brutalidad sutil derivara en grosería torpe entre los perrunos sin gracia, el cinismo heredó esa inclinación por encontrar la salida inmediata, en cualquier sentido. Conforme a las antedichas definiciones benevolentes, el serioburlesco cínico tendría miras serias a través de medios cómicos, y sin embargo habría que decir que podría ser visto como el género oximorónico por excelencia. Tanto como el término σπουδογέλοιον, el término oxímoron es un oxímoron (ξύς: agudo, picante, rápido, inteligente; μωρός: romo, aburrido, lento, tonto). Del estilo cínico, y del cínico en sí mismo, podría decirse que es un oxímoron, una mezcla no tanto de serio y burlesco como de agudeza y zoncera, picardía y sopor, ligereza y pesadez, sutilidad y bobada. La hoja de este cuchillo ambiguo es de doble filo o doble lomo. El cínico se pone a escribir παγνια, naderías, niñerías, jugueteos irrelevantes con palabras y conceptos, y cierto infantilismo, conjugado con burradas o animaladas, no sería nada incongruente con una filosofía que propiciaba la simpleza diáfana y el referato de las bestias. El estilo saleroso, más allá de los límites acotados por Demetrio, podía incluso condescender al ingenio de mal gusto –que eso vendría a significar el sale nigro de Bión, según dijo alguno– o a cierta brutalidad espontánea, y de ahí que Antífanes haya evocado la sal sin sazón (νηδντων λν) que empleaban en la cocina, expresión que quizá les cabía a sus obras. Lo νήδυντον es algo no endulzado, sin dulcificar e incluso sin condimentos, despachado a la que te criaste, sin haber caído en las garras del tribunal del gusto y en la pasteurización de los correctores. Lejos de las intenciones de Giangrande lo νήδυντον es, más bien, lo que no gusta, lo que provoca disgusto, tal lo que debía realizar la filosofía de acuerdo a Diógenes y a contramano de Platón, que a nadie desazonaba ni perturbaba con su teoría pura.

     Aunque en Herculano fue encontrado un grafitti diogénico, no se sabe que los cínicos escribieran en las paredes, como aquel epicúreo rico llamado Diógenes de Enoanda, que construyó un enorme muro de una cuadra de largo y lo pobló de textos suyos y varios más del maestro del Jardín. Evidentemente el catastro público y los frontis de la propiedad privada estaban protegidos entonces por penalidades eficientes, no como en las urbes superpobladas del día de la fecha. Por otro lado en la educación elemental del mundo antiguo, basada en imitación y memoria, las anécdotas de filósofos ocupaban un lugar preponderante y a Diógenes, el más frecuentado, se lo impartía en la escuela a través de las χρεαι. La actual pedagogía progre atrasa. El hecho de que los próceres del cinismo fueran objeto recurrente de manuales escolares deja a la vista el tajante contraste entre ellos y los cínicos del montón una y otra vez repudiados en bloque por la cultura letrada posterior. Fuera que se los tratase con reverencia o entre risas, los primeros eran adminículos de la cultura helénica oficial. Es así que los cínicos no llegan al día de hoy por las obras que escribieron sino por dichos y anécdotas (ποφθέγματα y χρεαι) que fueron recogidos por colecciones helenísticas recuperadas en tiempos del Imperio romano y que corresponden a un género bautizado como gnomología (γνωμολογία). Giannantoni, el compilador del relicario de los socráticos, transmite casi 600 dichos de Diógenes de fuentes griegas y latinas, a los que se agregan unos 200 de fuentes árabes (en mayoría no conservados en el acervo grecorromano). Una χρεία sería menos una anécdota que una sentencia o máxima ilustrada a partir de un incidente o una circunstancia anecdótica, o en todo caso algo que fue hecho o dicho por alguna personalidad o personaje relevantes. Aparece ligada a una γνώμη o sententia (opinión, juicio o máxima), un πόφθεγμα o dictum (un dicho) y un πομνημόνευμα o conmemoratio (recordatorio o memorial); pero en general plantea un ligero marco dramático, una minúscula y escueta diégesis, un contorno espacio-temporal: acción y reacción o pregunta y respuesta en contexto. Tal plus escénico es el campo orégano de la tradición del relato cínico y convierte a este tipo de filósofo en algo más que el creador de un conjunto de adagios o apotegmas colgados sin vestidura. El cínico es un filósofo cotidiano y en acción y el cinismo es siempre una filosofía on stage. Si Sócrates y el platonismo hacen baza en el diálogo, Diógenes y el cinismo proliferan en la anécdota (casi diríamos que el cinismo brota de la impugnación del género platoniano). Como perpetua filosofía de necesidad y urgencia, desplegada en lances, situaciones, accidentes y ocurrencias, he ahí su caldo amniótico. Las χρεαι funcionaban como exemplum de un estereotipo moral prestablecido más que como una constancia documental de un hecho verídico y si surgieron del boca a boca parece que se continuaron con el registro escrito de cínicos y estoicos y quizá en tercera instancia con las colecciones de compiladores y biógrafos. Un género que descuella con los cínicos, convertido en el instrumento ideal para propagar la ambigua fama de la secta original, pero que tiene precedentes en los socráticos y en las anécdotas de los Siete Sabios o de Esopo (que la mayoría de la gente conocía anécdotas de Diógenes lo confirma Dión Crisóstomo[8]). Los cínicos y el de Sinope en particular campean en las colecciones de Χρεαι, pero no las monopolizan: las hay sobre otros filósofos, sobre gobernantes, militares, poetas, sofistas, médicos, cortesanas y parásitos. Las primeras estelarizadas por cínicos podrían haberse armado dentro y fuera del ejido interno: por fuera quizá a manos del sofista Teócrito de Quíos y los peripatéticos Teofrasto y Demetrio de Falero –primer director de la Biblioteca de Alejandría–; por dentro urdidas por el renegado Metrocles, que huyó del Liceo para hacerse perro. Hacia la década del 30 Kurt von Fritz decretó que Metrocles fue en efecto el inventor del género; sin embargo ya aparece antes vinculado a Aristipo[9], y Soción atribuye unas Χρεαι al mismo Diógenes, aunque es probable que estos dos fueran menos los autores que los protagonistas. Metrocles podría ser más bien el primer coleccionista que llegó a publicarlas, aunque el rubro parece haber sido más frecuentado por estoicos y peripatéticos que por los mismos perrunos. Entre los del Pórtico, a fiar de Laercio, aportaron Zenón, Perseo de Citio, Aristón de Quíos y quizás Cleantes. Macón, un poeta cómico de la generación inmediata a Metrocles, escribió χρεαι en clave paródica que incluían mofas destinadas a los filósofos. De hecho el retórico Teón observó que la anécdota, a diferencia de la máxima, suele ser graciosa y no siempre edificante –de ahí que Giangrande la incluya dentro del marco del σπουδαιογέλοιον, porque además de las sentenciosas cundían las picantes e ingeniosas. Evidentemente las colecciones de anécdotas, y en menor medida las biografías –que nunca fueron de origen cínico–, proliferaron más que las mismas obras atribuidas a Diógenes y demás caninos, lo que multiplicó el lado cómico de esta panda filosófica. Séneca se quejó de la inmadurez filosófica de aquellos que seguían utilizando χρεαι de adultos, de lo que se destila que el artefacto retórico-literario que hizo famosos a los primeros cínicos, no por nada aplicado a la infancia y la adolescencia, era visto como pueril entre algunos doctos ceñudos[10]. Según el retórico Aftonio se parecían al πομνημόνευμα por lo memorable, pero se distinguían porque debían ser siempre concisas[11], por lo cual algunos estiman que en un principio la χρεία literaria puede haber sido una versión corta de tal género y que por la intervención de los cínicos se condensó hacia el chiste (Crates habría compuesto unos πομνημονεύματα sobre Diógenes y Zenón unos sobre Crates, pero sólo se conservan intactas las memorables de Sócrates hechas por Jenofonte y de aquellas no queda ni una pizca). Otra hipótesis dice que la reducción a una escena breve se debió al uso escolar, que podría remontarse a los últimos dos siglos precristianos. Las χρεαι fueron empleadas, con un valor semejante al de los actuales libros de texto, tanto en la instrucción primaria como secundaria y terciara: eran una de las fuentes de los προγυμνάσματα que abarcaban desde el deletreo inicial hasta los ejercicios preliminares de declamación impartidos por gramáticos y retóricos a los jóvenes de clase alta, curioso desenlace para una filosofía anti-elitista que rechazaba la valía de la educación institucional (por lo visto los profesores tampoco desestimaban la combinación de entretenimiento y lección)[12]. Acá se distinguían las λογικαί o verbales, las πρακτικα o de acción y las mixtas, y de otra parte las ποφαντικαί o declarativas y las κατ περίστασιν o de circunstancia. La χρεία debía ser útil para la vida, pero a diferencia de la sentencia podía ser una acción o incluirla, referir a lo particular y no a lo general y nunca debía ser impersonal sino remitirse a un personaje conocido. Lo cierto es que antes de convertirse en material lectivo ya existían obras rotuladas como Χρεαι desde el primer siglo IV, pero no se registran libros posteriores al período helenístico que lleven ese título. El carácter provechoso, necesario, módico y a la vez indispensable de este artefacto educacional queda a la vista en los significados no literarios de la palabra χρεία, que era algo así como uso, servicio, utilidad, provecho, asunto, negocio y necesidad o pobreza, términos que se acomodan bastante bien al ámbito perruno. Los cínicos por medio de la χρεία se convierten a sí mismos en personajes legendarios, seres de anécdota, cada cual a sí o los deudos a sus maestros: ¿actuaban para crear anécdotas? Por lo pronto buscarían que esos actos ejemplares o inquietantes tuvieran los componentes necesarios para volverse perdurables por el relato de propios y extraños; por eso debían ser eficaces, ingeniosos e impresionantes: memorables. Una factible prueba de que era así, aunque también de que el propósito podía malograrse, la aporta Laercio en su biografía de Aristóteles, donde refiere que cuando Diógenes le ofreció un higo seco, Aristóteles lo agarró inmediatamente porque advirtió que de no hacerlo le iba a dar una oportunidad para que desplegase la χρεία que tenía preparada: así, dijo el estagirita, perdió el higo a la vez que la anécdota[13]. Pero en definitiva lo anecdótico es lo inédito: νέκδοτον querría decir en principio no casado, no dado en matrimonio, no rendido y así también no publicado, nada más acorde para estos filósofos célibes de literatura impresentable y reluctante, fungible y extraviada más bien pronto en múltiples olvidos. Los inéditos cínicos siempre fueron, después de todo, no mucho más que una anécdota.[14]

     Probables hacedores de un repertorio de χρεαι en el que abrevó Diógenes Laercio fueron Diocles, Demetrio de Magnesia, Favorino, Eubulo, Hecatón de Rodas y los cínicos Metrocles, Cleómenes, Cércidas y Menipo. Laercio se basa en biógrafos, autores de Vidas de filósofos que comenzaron a escribirse en torno al primer siglo III, y autores de Sucesiones (Διαδοχαί) –una moda de los siglos II y I precristianos–, sin descartar la información recogida de segunda y tercera mano de eventuales centones, compilaciones anónimas y compendios de compendios. Entre los narradores de vidas Hermipo, Sátiro, Zenón, Neantes, Diocles de Magnesia, Demetrio de Magnesia. Entre los contadores de traspasos de mando y cronologías: Soción, Socícrates, Antístenes de Rodas, Fanias, más dos que escribieron sobre las sectas: Hipóboto y Eratóstenes (a lo que se añade las Anécdotas de Hecatón, la Miscelánea histórica de Favorino y un Sobre Diógenes de Eubúlides de Mileto). Así encaja de forma desordenada un cúmulo desparejo de información procedente de fuentes contradictorias, un enchastre encantador de biografía, anécdotas y doctrinas. Clemente a fines del siglo II dijo haber leído a Antístenes, Crates y las tragedias de Diógenes y dos centurias más tarde Juliano parece haber hojeado las últimas, de manera que Diógenes Laercio podría haber contado con estos materiales al componer su capítulo VI acerca de los perros, aunque no parece el caso. De hecho se considera que elaboró su obra sin leer de forma directa a Aristóteles, Platón y Jenofonte, ni tampoco a los estoicos. Nietzsche conjeturó que saqueaba por sobre todos a Diocles de Magnesia, aquel probable amigo de Meleagro evidentemente favorable al mito positivo de los filósofos cínicos y autor de unas Vidas de filósofos (Περ βίων φιλοσόφων) y un sumario doxográfico o Epítome de filósofos (πιδρομ τν φιλοσόφων). Como era normal en tiempos de la segunda sofística, en los que es factible que haya habitado, Diógenes Laercio sólo enfoca en los héroes filosóficos del pasado y da –con nula veracidad– por acabadas a casi todas las escuelas, salvo al epicureísmo[15]. Su relicario concluye en un pretérito del que lo separan varias centurias. Es una historia anticuaria desligada del presente, por lo cual nada dice ni sugiere sobre las vicisitudes del cinismo de temporada. Con él siempre se tiene la duda de estar tratando con un ingenuo o con un escéptico chancero, y en este orden fue vituperado por la filología decimonónica alemana –llamado asno–, repudiado por Hegel, pero bendecido por Montaigne y aprovechado a dos manos por Nietzsche (pese a haberlo tachado de plagiario vulgar). El monumental palimpsesto que dejó a la posteridad, para ira de Hegel, se parece algo más a un gabinete de curiosidades que a un registro adusto y concienzudo de sistemas y problemáticas. Combinó dos tradiciones que entre los eruditos helenísticos de linaje peripatético de los que se nutría viajaban separadas, la biográfica y la doxográfica: βίοι o vidas con γνμαι y δόγματα, sentencias y doctrinas –más la debidas διαδοχαί o transmisiones hereditarias entre filósofos y la colección de αρέσεις o facciones escolares. Pero la biografía antigua a nuestros ojos incrédulos está envuelta en lo mítico-legendario, el fervor documental escapaba a la pasión de los griegos –cuando no a sus posibilidades tecnológicas y condiciones sociopolíticas– y lejos de la contemporánea fe en lo histórico tenía un objetivo protréptico y buscaba ilustrar con episodios un carácter consabido y unívoco, un θος. Se carecía de la moderna superstición por el dato y las verdades prevalecían en tanto genéricas y no en cuanto fácticas. Para el desencantado coleto del profesional académico de ahora no comportan otra cosa que una tipificación, una narración orientada a dar curso a un patrón de personalidad. Hay que resignarse a aceptar que las anécdotas eran estereotípicas, modelos estandarizados o patterns que reproducían situaciones intercambiables que solían repetirse, con o sin matices, en la peripecia de uno u otro biografiado. Además es probable que aquellas biografías inaugurales se basaran en pura literatura (piezas de comediógrafos, primeras anécdotas y las obras atribuidas a Diógenes), mucho más que en una recolección de testimonios comunicados de una generación a otra a partir de testigos presenciales, a la manera en que hoy trabajan biógrafos o cronistas. Todo indica que las peripecias narradas de un filósofo no podían concebirse más que como reflejos del mensaje doctrinal anclado en sus obras o en la ulterior doxografía, que el conjunto de vida y obra debía hacer parte de un sentido uniforme en el cual conducta y carácter ilustraban con el fin de emular o rechazar y los chismes no eran gratuitos sino que estaban intricados en la trama polémica urdida entre las facciones filosóficas. Más bien los rasgos idiosincráticos o los sucesos fortuitos sin conexión carecían del menor valor biográfico y la historicidad de los hechos según el prurito actual, o las peculiaridades contingentes de los sujetos que no se ajustaran a la moraleja, quedaban cesantes de interés y perduración[16]. Una filosofía, además, era antes una forma de vida que una doctrina, dictamen que el cinismo lleva al extremo. La aventura existencial del filósofo hacía de ejemplo edificante y paradigma del ideario doctrinal, lo que no obstante está muy lejos de hacer ajusticiar a todo ese colosal y maravilloso container como si se tratara de una acumulación de meros inventos gratuitos. El penoso corolario, de todos modos, es que si la filosofía servía antes que nada para vivir, y ofrecía un abanico de opciones emblemáticas de acuerdo a cada escuela o filósofo, pero la vida de cada uno de ellos no era básicamente otra cosa que una construcción tópica, no hay por tanto modelos biobibliográficos fidedignos de los que agarrarse con probada seguridad. Ya había advertido el Perro que leer se parece a manducar higos recortados de la naturaleza muerta de un pintor.

     Sobre el carácter o estilo de Antístenes se saben algunas cosas. Por medio de Jenofonte, Sócrates señala la χαλεπτητα de Antístenes, lo trata por ende de χαλεπότης difícil, áspero, riguroso, adjetivo que el mismo Antístenes había utilizado, otra vez de acuerdo a Jenofonte, para describir a Jantipa (χαλεπωττη, la más difícil de las mujeres). Aristipo, socrático de tintes sofísticos, lo acusó de στρυφνός amargo, áspero, estricto o, en todo caso, como traduce Martín García, taciturno y Diógenes (o Dión Crisóstomo) de ser una σάλπιγξ, una corneta, por gritar demasiado. Timón de Fliunte –cínico al menos por cultivar el serioburlesco y por atacar a todo el mundo (pero nunca a los cínicos propiamente dichos que sucedieron a Antístenes)– lo acusó más bien de chicharra y latoso (ϕλέδων). Platón, a su vez, de ejercitarse en el μακρολόγος que gustaba a los sofistas, siendo que para Antístenes la virtud era más bien parca y espartana, esto es corta de palabras (βραχλογον la llamó, un discurso breve). La filosofía, dijo Antístenes, sirve para conversar con uno mismo; pero Platón y Diógenes, por lo visto, coincidían en que él mismo no se escuchaba: no distinguía, dice Platón, que la medida está en el que oye y no en el que habla. Aunque Antístenes sí escuchaba de Platón que hablaba mal de él, de ahí su frase de que es lo propio de un rey obrar bien y escuchar que hablan mal (βασιλικν καλς ποιοντα κακς κοειν). El propio Dión cuenta que Antístenes le llamó a Diógenes σφήξ, avista, lo que habría que asociar con el rasgo picante del κυνικς τρπος, que retomaba la inmediata eficacia crítica del tábano socrático. Finalmente Antístenes entró en el canon ático del arte expresivo junto a otros socráticos como Esquines y los propios Jenofonte y Platón, tal como lo exponen Focio, Longino, Frontón o Epicteto. La crítica de Platón apuntaba a vincularlo con los sofistas y la de Dión y Timón, tal vez, a señalar la pesadez de quien todavía estaba lejos del estilo agudo, ocurrente y ligero del cinismo. Pero si la filosofía sirve para conversar con uno mismo ¿cuál sería el sentido de escribir? ¿Añadir un suplemento del monólogo interior? La segunda epístola de Diógenes, que le remite a él, muestra al sinopense guardando fidelidad con la consigna del maestro: Diógenes convierte a unos jóvenes de clase alta como de refilón y con indiferencia, quienes deciden seguirlo del puerto a la ciudad escuchando las palabras que él se dirigía a sí mismo (πακρομενοι τν λγων ος πρς μαυτν διεξειν). Como dice la cláusula de Ezequiel Keki González: lo que te digo a vos, en realidad me lo digo a mí. Lo común y lo particular, lo público y lo privado vienen a ser una cinta de Moebius y el cínico es el más extrovertido de los ensimismados o al revés. Es todo exterioridad o todo interioridad: atiende sólo a su felicidad inmediata, pero vive predicando de cara al prójimo. La Epístola 3 que Diógenes envía a Hiparquia vindica el género epistolar, dice que las cartas tienen un poder no menor que las prédicas remitidas al público presente. Sirven, en este caso, de propaganda para difundir los valores de la secta, que parece que es lo que hacía Hiparquia: presentarlos como benefactores de la filosofía (εεργταις τς φιλοσοφας). La Epístola 17 en cambio amonesta a un equívoco aprendiz de cinismo llamado Antálcides que pretende convencer a los ausentes a través de la escritura –probablemente cartas– de lo que no pudo convencer en cuerpo presente. Los escritos son algo ψυχον, objetos parlantes inanimados, sin espíritu o sin vida, a los que Diógenes se fuerza a recurrir para reprender al discípulo. La escritura, como lenguaje del ausente, es válida en manos de una Hiparquia, de un cínico de probada virtud, pero se vuelve una trampa y un engaño en manos de quien no puede sostener en vivo lo que defiende en diferido y desde lejos. La virtud vive en presencia. La escritura es algo muerto y que nada puede probar –es de suyo inempírica. Antálcides quiere ser perro pero es derridiano.

     Hubo por lo visto un mayor escrúpulo en apropiarse de Diógenes que en preservar su obra, en ser su intermediario que su albacea. Hayan sido o no de él las tragedias, diálogos, cartas y anécdotas, si se cargaron a su cuenta será porque transmitían un mensaje acorde a la filosofía cínica tal como fuera entendida en el período alejandrino –así lo cree Juliano, por ejemplo, con respecto a las tragedias[17]. ¿Salieron de la mano de algunos de los sucesores conocidos o de autores ajenos a las corrientes cínicas? ¿Era la República un apócrifo estoico? ¿Los títulos un invento de biógrafos y doxógrafos? Cuestión que Diógenes confitó la hiel del amargo Antístenes y por eso Dión Crisóstomo comparó su diatriba con la miel del Ponto (Ποντικο μλιτος), una golosina acerba tan paradójica como la negra sal de Borístenes. Fue así que dijo que la gente la probaba por lo chistoso y divertido, pero la acababa escupiendo porque lo franco y lo serio la tornaban insufrible[18]. No extraña que Diógenes expresara que la verdad es amarga y odiosa para los sonsos y la mentira suave y azucarada ληθς πικρ στι κα ηδς τος νοτοις, τ δ ψεδος γλυκ κα προσηνς). Del mismo modo para ver molesta la luz a los fotofóbicos, agregó[19]. En la verba Diogenis, anexa Temistio, lo agradable está en la superficie y en las profundidades se oculta el remedio[20]. Parece que Crates escribió epístolas, tragedias, un tipo de poesía doctrinal y paródica, testamentos y su famoso diario de cuentas: Himno a la simplicidad, La isla del bolso, Elogio de la sopa de lentejas, nombres que sugieren una literatura al paso y de buen humor, a la vez que evidentemente didáctico-propagandística. Él inaugura, si no antes Diógenes, una especie de intervención llamada paradiortosis, epanortosis o diortosis: en vez de dibujarle bigotes a la Gioconda reescribía versos antiguos ahora de acuerdo a la preceptiva de la moral cínica y en clave burlona. Fue ante todo un poeta, o tal vez una parodia de poeta, ya que declaró que el discurso poético es el más grande de los ladrones por estar repleto de estrafalarias vaguedades y decorado de inventos o entimemas[21], y se dedicó a adulterar las tradiciones del género, a reevaluarlas o transvalorarlas en filosofía cínica. Se dijo que su isla parodia la Atlántida platónica y demás ínsulas inventadas entonces por los escritores que imaginaban remotos y ficticios países (como el cínico huye de la civilización internándose en ella, se aísla en público, es un náufrago del ágora, como los beats de fines de los 60: Crates no le canta a la fuga hacia el campo, como cierto rock jipi de los 70, sino al aislamiento interior en medio del ruido mundanal). Hiparquia, por los tres títulos que se le atribuyen, podría haber tenido una impronta megárica; su hermano Metrocles, en cambio, se dice que quemó lo que llevaba escrito siendo alumno de la Academia o el Liceo y por lo visto lo cambió al final por las anécdotas sobre el Perro. Si no fue Diógenes, fue él quien inició el rubro de la χρεα dentro de la tribu canina. Las primeras Παίγνια, juguetes, divertimentos o nimiedades, bromas, las escribieron Crates y Mónimo, que parece haber tenido también un costado más serio, tanto como para facturar un Protréptico y un tratado Sobre los impulsos en dos libros. Además de aprendiz del Perro fue, dice Laercio, seguidor de Crates y como a él se le atribuyen parodias de Homero, de versos elegíacos, de himnos y de la tragedia. De esta primera camada Menandro y Hegesías podrían haber sido partidarios de las letras, ya que Laercio dice de uno que admiraba a Homero y del otro que le pidió a Diógenes, sin suerte, que le pasara sus obras. De esa demanda no satisfecha podría haberse encargado Filisco de Egina al escribir las tragedias y tal vez la República a cuenta del numen, además de diálogos a título personal. De los discípulos directos, él y Crates podrían haber sido los más propensos al ejercicio literario; pero Crates mereció honores duraderos y Filisco, siendo tal vez señero en continuar la línea socrática del diálogo, no aparece más que como un terrorista cultural y usurpador de identidad. Anaxímenes, Estilpón u Onesícrito ya ejercieron fuera del género serio-cómico: las fabulaciones que se le imputan al último como historiador bien podrían conectarlo con las fantasías de Menipo. Aunque el gadareno perduró como fundador de un tipo de sátira, también se le atribuyen diálogos y textos de rosca filosófica contra epicúreos, gramáticos, matemáticos, naturalistas y religiosos. Parece haber llevado los testamentos y cartas de Crates a un exceso fantasioso –además de ser un Filisco al revés, que firmaba lo que no escribía. De los otros discípulos de Crates quizá Menedemo continúo su prosapia, ya que Laercio dice que se inclinaba al malabarismo verbal y el gusto por lo asombroso. No así Cleómenes, a lo mejor, del que sólo se tiene conocimiento de un texto pedagógico, ni Teles o Demetrio de Alejandría, probable autor de una diatriba en favor de los valerosos y contra los cobardes. Este fue el género en el que despuntó el de Borístenes, inventor del prosímetro, cínico heterodoxo o predicador ecléctico de rasgos cirenaicos acusado de prostituir o aligerar la filosofía emperifollándola con literatura. Más tarde las diatribas de la mayoría de los estoicos (Musonio, Filón, Epicteto) y las de los padres de la Iglesia, abandonaron la mordacidad y la gracia florida del σπουδογέλοιον en camino hacia la gravedad del sermón y la doctrinal sistematicidad. La línea menipea sí fue seguida por Sótades, escritor quizá prolífico, parodista dado a los descensos al Hades o evocaciones de muertos y a las burlas de tono sexual, inventor del κίναιδος (versos lascivos o maricas) y de los palíndromos. Lo continuó en la siguiente generación Cércidas, acuñador original de los versos meliambos, defensor de las usanzas cínicas, pero militar, político y hombre de cierta alcurnia inclinado a la invectiva personal del yambo. Los nombres que circulan en esta época ya son poetas o filósofos afectados por las formas cínicas, pero no registrados como partícipes de una eventual secta cínica. La vieja era se cierra con dos cultores de las artes menipeas: Meleagro y Marco Terencio Varrón. El primero dejó las gracias del perro por los versos eróticos y el otro fue un funcionario, militar y erudito polirrubro que difundió la sátira menipea entre los romanos. Meleagro, como Crates, retomó el tema de la culinaria cínica y como Menipo escribió un Banquete. La colección de epístolas cínicas existente, por otro lado, viene de épocas diversas y de autores anónimos varios a los que se considera partidarios de este modo de vida o escuela o en su defecto estudiantes de retórica encargados por algún profesor de ejercitarse en el discurso cínico. Aunque carecen de unicidad, en mensaje, estilo, propósitos, géneros, son más serias que cómicas e instructivas que literarias –lo mismo que el diálogo entre Dándamis y Alejandro y las diatribas de Teles. Falsos Diógenes y falsos Crates toman la palabra (junto a un falso Heráclito y un falso Anacarsis) quizá para disputarles el nombre de los patriarcas de la secta a estoicos, cínico-cirenaicos o poetas y literatos embanderados en las estéticas del can. Usufructuar el nombre de Diógenes para fabricar apócrifos parece haber sido una industria temprana, ya activada por los primeros discípulos, caso Filisco, sino por escritores ajenos, como el probable Pasifonte, hijo de un tal Luciano. Los textos sobrevivientes que se consideran genuinos productos de grupos cínicos, anónimos y apócrifos, no abundan demasiado en tanto serio-cómicos. Los de Enómao, por la inversa, contemporáneos a algunas de estas esquelas, sí lo son. Este cínico, al revés, firma con un nombre propio y no solamente no se oculta bajo rúbrica de los fundadores, sino que es conocido por declarar que el cinismo ni es diogenismo ni antistenismo. Los testamentos podrían haber proseguido en el segundo siglo de la nueva era con Peregrino Proteo, a juzgar por Luciano. A este se le atribuyen textos cristianos y tal vez un elogio de la pobreza, pero difícilmente haya sido un practicante del σπουδαιογέλοιον más audaz. El serio-cómico continuó en todo caso con Enómao –cínico de vena irreligiosa o antipagana interesado además por discutir las fuentes del cinismo– y también perduró en el carácter y el ejercicio moral del chipriota Demonacte, maestro socrático de Luciano no inclinado a escribir. Enómao retomó las tragedias y con el mismo carácter apabullante de las diogénicas, a juzgar por Juliano. Las letras cínicas, escritas por un cínico, renacen con él y con él perecen. La pervivencia en el siglo II del cinismo escrito hay que buscarla más bien en autores cultos que nada tenían que ver con aquellos predicadores o activistas que en tales fechas eran considerados como agentes de una forma de vida o movimiento cultural aglutinados bajo el rótulo algo difuso de cinismo: filósofos estoicos y retóricos filosóficos de la segunda sofística. Esta gente buscaba el verdadero cinismo sólo en los siglos IV y III de la vieja era. El cínico Crescente, embarullado entre los prosélitos de Cristo, quedó asociado con el ruido y no con el verbo; el cínico-pitagórico Segundo de Atenas apenas con el silencio: se resignó a escribir únicamente forzado por el monarca. Los cínicos que en el año 362 fueron a entrevistarse con Juliano evidentemente tenían ideas propias, pronunciaban discursos y difundían bibliografía, ya que el emperador dice que le obsequiaron libros. Estos penúltimos especímenes son ya hombres atravesados por la religiosidad, cristiana o egipcia, pero lejos del marco pagano tradicional sobre el cual operó el cinismo originario. Aunque el único registro escrito que queda de los cínicos del siglo IV son los grafitis o inscripciones que dejaron en su paso por Egipto, los llamados proscinemas, se sabe que Máximo de Alejandría escribió obras, pero en carácter de autor cristiano. Un último perruno, Salustio de Émesa, por el siglo V, retomó la impronta diatríbica de Diógenes y Crates, rodeado por los últimos neoplatónicos. Nada se sabe de que haya dejado escrito algo.

     No tuvo mucha fortuna Diógenes el día en que se lanzó a pronunciar una arenga grave: nadie se le arrimaba y entonces empezó a tararear, con lo que logró que el gentío se congregara alrededor[22]. El mero arte de hablar en serio (σπουδαιολογω), moraleja, es un método poco y nada conducente. Sin embargo a él también le cabe ser el portador idóneo de un tradicional apotegma que reza que a fin de evitar el acecho es mejor para el sabio guardar silencio en su beneficio que hablar en su contra: ese día tomó nota de que dándole a la sin hueso se iba a ver rodeado de una masa de impertinentes[23]. Aunque el cínico es propenso a la sinceridad y se arriesga a abrir la boca en situaciones comprometidas, no descarta las bondades del mutismo: con ser sentencioso (ποφθεγματικός) y de pocas palabras (βραχυλόγος) tenía bastante. Una filosofía sumaria, gesticular y de acción, que conjugaba afonía y ruido, laconismo y bulla, desdén hacia poetas y retóricos y descrédito de la abstracción y la jerigonza, por un lado se deshizo en literatura de entretenimiento y por el otro sobrevivió en el cautiverio de los manuales escolares.




[1] Laercio, VI 99; Estrabón, Geografía XVI 2, 29; Esteban de Bizancio 193, 5; Luciano, Doble acusación 33; Demetrio, Sobre el estilo 261.

[2] Más bien se estima que fue un rétor peripatético ubicable entre el s. I a. C. y el s. I d. C.

[3] Ibid. 170.

[4] Ibid. 259-261.

[5] Vid. J. Martín García, Los filósofos cínicos y la literatura moral serioburlesca.

[6] Lawrence Giangrande, The Use of Spoudaiogeloion in Greek and Roman Literature.

[7] Retórica III 1419b3. Cf. Campos Daroca, López Cruces, Spoudaiogéloion, cinismo y poesía moral helenística.

[8] Discursos LXXII 11.

[9] Laercio, II 84-85.

[10] Epístolas 33 7.

[11] Teón, Hermógenes, Aftonio, Ejercicios de retórica.

[12] Aunque el término προγυμνάσματα para aludir a este tipo de adiestramiento podría haberse generalizado recién en tiempos imperiales avanzados, aparece registrado por primera vez en la Retórica para Alejandro escrita por Anaxímenes de Lámpsaco, señalado como un allegado o alumno del Perro.

[13] Laercio, V 18. Al segundo intento también agarró el higo y lo lanzó por los aires como hacían los niños, exclamando ¡Grande Diógenes! mientras se lo devolvía.

[14] Cf., Denis Michael Searby, The Fossilized Meaning of Chreia as Anecdote; Julien Decker, La normalization du Cynisme dans ses usages philosophiques antiques; Hans Dieter Betz, Edward N. O'Neil, The Chreia in Ancient Rhetoric: Volume I. The Progymnasmata; Machon, The Fragments.

[15] Laercio, X 19. Vid. C. García Gual en Diógenes Laercio, Vidas y opiniones de los filósofos ilustres.

[16] Cf., Sergi Grau, Tipificación en la biografía griega antigua de filósofos.

[17] Juliano, Discursos VII 6, p. 210 c-d.

[18] Estobeo, III 13, 37; Dión de Prusa, Discursos IX [8] 6-7.

[19] Máximo Confesor, 35, 22, p. 493 Phillips; Extractos del Manuscrito Florentino de Juan Damasceno II 31, 22.

[20] Temistio, Sobre la virtud 61.

[21] «τν ποιητικν λγον μγιστον εναι λστν ρμηνείᾳ τε περισσ κα νθυμμασι πολλος κεκοσμημνον» (Gnomologium Vaticanum 743, n. 383)

[22] Laercio, VI 27.

[23] Gnomologium Monacense Latinum XXVI 3.


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