La verdad sobre Diógenes y la basura


(Antropología, teología y zoología cínicas)

 

Diógenes salía a pasear por las calles de la ciudad a plena luz del día llevando en manos un λύχνος encendido, una linterna, y cuando le preguntaron por qué hacía tal cosa, desdeñoso o bien risueño, no hizo más que decir «Busco un hombre» (ἄνθρωπον ζητῶ)[1]. Otra vez en la calle, en medio de un gentío gritó «¡Eh, hombres!» (ἰὼ ἄνθρωποι), y como todos se dieron vuelta y se le acercaron, no sin dar unos bastonazos contra el piso siguió: «¡Llamé hombres, no mierdas!» (ἀνθρώπους ἐκάλεσα, οὐ καθάρματα)[2]. El tipo, como se ve, buscaba un hombre en serio, αληθινός dice Filón, genuino; buscaba virtuosos, no un suplente compuesto de escorias, desechos o basuras (καθάρματα). Ya que «νθρωπον ζητ» –u hominem quaero en latín– puede traducirse no sólo como busco un hombre sino como «busco al hombre», la escena del farol inútil podría quizá ser otra burla más a la Idea de Hombre que alentaría Platón, cuyo método al maestro cínico debía de resultarle un disparate de esa suerte, algo así como encender las luces al mediodía (μεσημβρία). La cosa tiene aires de ser una cachetada a la solemne alegoría de la caverna, porque salvo por ese pequeño intervalo con Alejandro, nadie había más a pleno sol que Diógenes, que no tenía casa ni aula magna y vivía al aire libre. Él se solaza el día entero en la intemperie civil que el rival pintó como lóbrega y sombría cueva; no desciende del sol sino que se lo tapa desde arriba el mandamás cuando él yace recostado y distraído. Es también un amigo del astro rey y de la luz; pero más bien reptante, de operar al ras del suelo. Como se sabe, Sócrates por medio del diálogo fracasaba buscando un hombre sabio; pero el Perro, cambiando el método por la didáctica de la invectiva y la performance, fracasa buscando un hombre nomás. Uno bueno o uno que sea el Hombre. Este nuevo sondeo infructuoso debería relacionarse con la teoría lingüística de Antístenes: Diógenes encuentra palabras sin cosas, encuentra multitud de porqueriza bajo un mismo nombre falso. En vez de un hombre un cúmulo de escombros. Por lo demás, Diógenes no busca la cuadratura del círculo ni la trayectoria de un astro, y he ahí el legado socrático y sofístico: la dimensión antropológica de la pesquisa filosófica de los cínicos. También un quinqué a la luz del día podría estar señalizando que los sujetos viven en la oscuridad aun a pleno sol, hipótesis que empareja al cínico con el platónico y lo separa solamente en las tácticas y estrategias; o al contrario podría suponer una burla –incluso autopropinada– a la voluntad de verdad o al deseo natural de conocer, dada la paradoja de alumbrar donde ya la luminaria sobra, aunque sería ir demasiado lejos atribuirle una filosofía protonietzscheana o una reposición de la sofística articulada por otros medios. Además, si hay un Übermensch cínico ese superhéroe debería llamarse Dustman. Ese es Diógenes, un refuse collector, que dicho en inglés delata la prosapia socrática: un basurero. Pero no un coleccionista de inmundicias, como esos ejemplares posmodernos que padecen el llamado síndrome de Diógenes, una patología nombrada por el absurdo, porque nadie que viva en un barril puede ser aficionado a ningún tipo de acumulación de bienes muebles, así no sean bienes sino κάκα o males, porquerías y excrementos o humus artificial, detritos de la tecnología. Para estos filósofos la acumulación es despreciable incluso si es natural, por eso Crates aborrece de la felicidad del κάνθαρος, del escarabajo pelotero, que consiste en acaparar mierda en su bola, y tampoco quiere esforzarse por conquistar la abundancia o los ingresos de la hormiga (μύρμηξ), un insecto colectivista y trabajador al que se lo ve siempre arrastrando gigantescas cargas: la fama y los patrimonios que encarece Solón para él equivalen a los excrementos que amasa el escarabajo y a los bienes que resguarda la hormiga (también Enómao dio una descripción negativa del escarabajo, y Luciano bautizó con este nombre, Cántaro, a un falso cínico que en la bolsa amontonaba oro en vez de utensilios básicos, mendrugos de pan o un manojo de lupines y lentejas). Diógenes es un basurero-antropólogo, que en vez de salir por las noches, hace la recolección de residuos en el mediodía nietzscheano, como un trabajo de campo. Y ciertamente el cínico, que prende los faroles sólo si es de día, no puede más que reír ante ese modelo de la caverna como teoría protomarxista de la alienación, sustentado por quienes bajan al barro con la antorcha del φς. Para el cínico esa no puede ser más que una linterna de sombra como la que bocetaba Macedonio Fernández, puro τῦφος, humos de la vanidad, nieblas de la ceguera. El ilustrado perruno trabaja con dicha hipótesis práctica y plástica para abjurar de la cerrazón. Cuando lo pescaron en un acto tan irrisorio como pedirle limosna a una estatua, Diógenes se excusó argumentando que se ejercitaba en fracasar (μελετῶ ἀποτυγχάνειν)[3]. Esa misma lógica, la de entrenarse para fallar el golpe, practicar un despropósito estudiado, aplicaba cuando salía con la lámpara bajo el radiante febo a la caza de un hombre. El gran événement diogénico es de la misma estirpe que el de la súplica al parque escultórico (ἀποτυγχάνειν μελετᾶν o ensayar el yerro[4]) e integra la proverbial fraseología de la exitosa fracasología cínica al mejor estilo 68. De alguna manera, como los hebefrénicos del Mayo Francés, pedía lo imposible. Hay quien dice que las histéricas también buscan hombre con una linterna bajo el meridiano.

     Soyez réalistes, demandez l'impossible, garrapatea en un muro el de Sinope. Si bien para él prender la luz de día no es un desperdicio sino la manera de revelar los desperdicios (τὰ καθάρματα), el catalogado como ridiculo Diogenis facto generó la frase encender la linterna al mediodía –en griego λύχνον ἐν μεσημβρίᾳ ἅπτεις y en latín lucernam accendis in meridie– que se convirtió en un proverbio ancestral, registrado en Los adagios de Erasmo, sobre lo imposible y lo inútil y en particular sobre los que hacen las cosas fuera de tiempo, sobre lo παράκαιρον: lo inoportuno, lo intempestivo. Estas aventuras de Diógenes en el mercado de todos modos son risueñas, tenues y demasiado intelectuales si se las compara con la violencia de Jesús desparramando a mamporros las mercancías. Un Diógenes que echa luz en ese ámbito se prestaría a candidatearse para componer el panteón del liberalismo; pero tal vez nuestro hombre se adelantó unos cuantos siglos a Foucault en eso de vaticinar la muerte del hombre. Quizá quería decirnos que el nuevo gran referente emplazado por Protágoras brilla por su ausencia, o no es otra cosa que un monedero falso, hombre numismático, nomológico, y así es el animal político.

     El perro a cuatro patas, el canino literal, es un animal de ciudad, doméstico –sea esa una domesticidad hogareña o bien callejera–; pero el νθρωπος, según el criterio aristotélico, es un ζον πολιτικόν que se ubica en un rellano debajo del dios y arriba de la fiera. El νθρωπος cínico, en cambio, se presenta como κοσμοπολιτικόν, por encima y por debajo del aristotélico, más bien θεός y θηρίον, deidad y bruto a la vez. Diógenes es llamado ὁ οὐράνιος κύων, el perro de los cielos, y los cínicos en general γαθς δαίμων (dios tutelar o ángel de la guarda). Dioses y animales son esos seres completos y más bien perfectos con los que Diógenes se mide. El νθρωπος que él busca y no encuentra en la urbe es el que se despliega en esa escala, que es θεός y θηρίον y no esa forma de μέσων convencional y amanerado que reivindica el plutócrata Aristóteles. De hecho no es improbable que el ex colegial académico, mal que les pese a algunos relamidos, estuviese pensando en aquel al que llamó el Perro cuando formuló dichos criterios preventivos, e incluso –como especula Aldo Brancacci– el mismo Diógenes pudo haber conocido estas ideas del estagirita y haber operado en consecuencia por la contraria[5]. Según la visual de Goulet-Cazé, el buen cínico no contempla al humano como un híbrido que tirita entre los animales de abajo y los dioses de arriba, sino que coloca al hombre en la parte inferior, en la superior a la divinidad, y entre ambos al animal (salvo a la hormiguita y al beetle, por lo pronto). Un modelo teórico, el dios, y uno concreto, las bestias, y por debajo un ser de ansiedades y deseos al que la felicidad se le escabulle. A Diógenes no le interesa esculpir un broncíneo concepto de la naturaleza, le basta con ver que los animales, los niños y los bárbaros viven en una especie de conformidad con ella. El hombre, dotado de λóγος, no puede volver a ser un animal; apenas puede, con alterar el orden jerárquico del trípode, actuar en consonancia. Si el modelo cínico es tal como lo enuncia Goulet-Cazé, Diógenes no es un filósofo bajo, un embrión de nihilista ni un moderno adelantado en el tiempo. La bajeza es lo humano, la cultura, y la filosofía cínica al buscar la naturaleza, como toda filosofía antigua tiende hacia arriba. Los dioses no necesitan nada y los que son similares a ellos lo menos posible, reza una de las tesis capitales de los perrunos. El cínico envidia a los animales porque le resultan seres felices, ya que tienen necesidades mínimas, carecen de intuición de la divinidad y desconocen la angustia. Ergo, son superiores a los hombres. Esta idea, hay que decir, encontró rivales explícitos como los epicúreos, que se encargaron de negar enfáticamente que las bestias ofrecieran un modelo de felicidad. Filodemo, por ejemplo, afirmaba que padecían los mismos miedos que los humanos o incluso peores, porque la carencia de λóγος les impedía rechazar la angustia y los temores futuros.

     Si hay que dar fe a las raras etimologías que Platón perfila en el Cratilo, νθρωπος quiere decir el que examina lo que ha visto (ἀναθρῶν ἃ ὄπωπε), nombre que le fue otorgado rectamente, dice, ya que se distingue de los otros animales, que ni inspeccionan ni reflexionan ni examinan nada de lo que ven (ἄλλα θηρία ὧν ὁρᾷ οὐδὲν ἐπισκοπεῖ οὐδὲ ἀναλογίζεται οὐδὲ ἀναθρεῖ)[6]. Pero este hombre concreto que sí ve Diógenes, es decir el único tipo que es capaz de darse cuenta de que no hay pleonasmo en llevar un candil durante la jornada, porque bajo el sol la gente está obnubilada por el τῦφος, es un ser que no ve ni contempla ni investiga, es un ser al ras del suelo, ubicado debajo del rango animal y por lo tanto tiznado de mugre. Diógenes, que es experto en mirar para abajo, lo advierte y delata. Ese hombre platónico, ese νθρωπος, no está allí. Él los va escudriñando de uno en uno y no hay caso. Quizá homo, el relevo latino de νθρωπος, cuajaría mejor (en tanto procede de humus, de tierra o suelo) para nombrar a aquellos con los que Diógenes topa andando por las arterias de la urbe.

     En definitiva son dos las hipótesis circulantes sobre la moraleja del farol: la primera dice que no existe el hombre genérico, un concepto universal de hombre (parábola nominalista si no existencialista o empirista); la segunda se empalma con la otra anécdota: lo que Diógenes busca es un hombre bueno o virtuoso –honesto, como leían los ilustrados–, pero salvo afeitando a una gallinácea no encuentra bípedos implumes semejantes a los dioses o conformes a naturaleza sino a las convenciones, costumbres u opiniones (hipótesis moralista). Si esa era la parábola, hay que notar que no hacía otra cosa que dramatizar un aserto ya aquilatado por Pítaco, uno de los Siete Sabios, cuando uno le indicó que había que buscar un hombre de bien (νθρωπον σπουδαον) y retrucó que por mucho que lo busques no lo vas a encontrar (ζητς, οχ ερήσεις)[7]. Ahora bien: ¿un hombre malo es un pleonasmo o un oxímoron? Si hay que interpretar la teoría antisteniana de la definición al modo que parece invocarla Platón, no podría haber hombres buenos ni malos sino, en todo caso, humanos[8]. Punto en el que habría que preguntar a Antístenes qué entiende por humano. Podría haber una equivalencia entre la referencia tautológica de Antístenes y la referencia natural de Diógenes: si el humano verdadero para Diógenes es el que tiende a ser divino por la vía natural, Diógenes efectivamente no encuentra humanos sino infra-animales atados a la locura de las pasiones, las apariencias y las normas arbitrarias. No encuentra hombres sino hombres malos, viciosos, escorias. Encuentra que A es B, no A.

     Lucerna in meridie quid prodest?[9], se preguntaban a la sazón como hoy ¿de qué sirve la filosofía? Que busque a su objeto en la rúa, en medio de la concurrencia, lleva a pensar también que la crítica no tiene anchura genérica sino que está dirigida al vulgo, al común, a esos cabeza de turco que los filósofos aglomeraban bajo el patronímico de οἱ πολλοί. En otras viñetas Diógenes opone multitud, ὄχλος, a hombres, ἄνθρωποι. Le preguntan si en los Juegos vio muchos (πολύς) hombres: una multitud –contesta–, pero hombres pocos (ὁ ὄχλος, ὀλίγοι δ' οἱ ἄνθρωποι). Un ὄχλος así es más bien una masa, un populacho, un tumulto, una chusma. En los baños tampoco encuentra muchos hombres (πολλοὶ ἄνθρωποι) sino una nutrida gentuza (πολὺς ὄχλος)[10]. Estas moralejas ya son oligárquicas, no misantrópicas: hombres hay, mas son escasos.

     Ahora bien, parece que Diógenes señaló que al hombre no se lo señala con el dedo como si se tratara de una piedra o de una madera (ἄνθρωπος γὰρ δακτύλῳ οὐ δείκνυται ὡς λίθος ἢ ὡς ξύλον). A una estatua se la puede señalar porque no vale nada (μηδενὸς ἄξια) –apenas cuesta mucho[11]. ¿Quería por lo tanto indicar al hombre, sacarlo a la luz (δείκνυμι)? Al realmente existente, por lo pronto, al hombre empíricamente deíctico, él lo señala y expone (δείκνυμι) con el μέσος δάκτυλος, con el urticante y fálico dedo medio. Así procedió al menos ya no con el hombre medio sino con un sofista y con Demóstenes, el orador y demagogo de Atenas, esos lenguajeros[12]. Los griegos llamaban al δάκτυλος δεύτερος o dedo índice con el nombre λιχανός, el dedo de lamer (λείχω), y el perro que curaba a los amigos no lamiéndolos sino mordiéndolos tampoco señalaba a los hombres con este dedo lenguado, sumiso y lambeteador. Él fue señalado como un perro y marcaba a los demás con un fakiu horizontal, gesto por el cual uno se ganaba fama de loco, como bien observó, y Platón y esa mayoría que está a un dedo de la locura, según dijo, lo diagnosticaron como tal (como un mero chiflado o al menos como uno socrático)[13]. ¿Era posible con la lucerna in meridie indicar Ecce homo? La mayoría se cree cuerda señalando con el índice (λιχανός); pero como al hombre αληθινός no se lo señala, la alternativa al λύχνος prendido ἐν μεσημβρίᾳ fue cortar por la locura de usar el dedo cordial de digitus impudicus.




[1] Laercio, VI 41. Cf. Arsenio, p. 197, 22-24; Tertuliano, Contra Marción I 1; Filón de Alejandría, Sobre los Gigantes 8, 33.

[2] Laercio, VI 32. Atribuye la historia al libro primero de las Anécdotas (Χρεαι) de Hecatón.

[3] Id., VI 49.

[4] Plutarco, Sobre la falsa modestia 7, p. 531 f.

[5] Aldo Brancacci, La ragione cinica e l’arte del vivere.

[6] Cratilo 399c.

[7] Laercio, I 77.

[8] Platón, El sofista 251 c.

[9] Florilegium Hebraicum 353.

[10] Laercio, VI 60 y VI 40.

[11] Arriano, Diatribas de Epicteto III 2, 11; Laercio, VI 35.

[12] Arriano, ibid.; Laercio, VI 34. En otro momento Diógenes reemplaza el término τρισάθλιοι por τρισάνθρωποι para describir a los rétores y a todos los que parlamentan en pro de la fama: en vez de tres veces desgraciados, tres veces humanos (recontrahumanos, digamos) (Laercio, VI 47).

[13] Laercio, VI 35.


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