La naturaleza infiltrada en la ciudad y la esclavitud patas para arriba


¿Proponía esta hipotética gente, a los que se porfía en llamar los cínicos, vivir como viven las bestias o bien algo así como dar con la naturaleza de las cosas, es decir liberarse y liberar a las cosas y los seres de su atadura a las convenciones, al artificio y las costumbres, discriminando así un orden primordial de un orden contingente y falso? Hasta que un Pródico o un Hipias llegaron para proponer un vivir en conformidad con ella, por φύσις pudo entenderse en manos de los presocráticos la cualidad intrínseca y permanente de las cosas, lo que realmente son o de lo que están hechas. Hay que decir que tanto en la Antigüedad como en el presente las huestes del Perro fueron acusadas de confundir el retorno a la naturaleza con el regreso a la bestialidad, o al menos de practicar lo que suele llamarse una ética primitivista. La imputación no está agarrada de los pelos porque el mismísimo Diógenes da unos cuantos indicios en ese sentido, aunque los dé también en sentido contrario. El problema es el de siempre: querer reducir táctica y estrategia a un decálogo, a una lista de dogmas y principios. El activismo cínico se vuelve inoperante sin cierto confusionismo deliberado –que diría Macedonio Fernández. Sin ley escrita el movimiento cínico se presta a cualquier tejemaneje y es el propio cínico el que se vuelve ley en sí. Por principio, en todo caso, no puede ser más que un panfletario y agitador, de ahí que pueda derivar sin muchas vueltas –lo que proponía Varrón– en un mercenario al servicio de otras sectas dogmáticas, un brazo armado de otras filosofías. Pero en el cinismo antiguo, mal que les pese a los tarambanas posmodernos, la animalización es un tránsito hacia la divinización y el camino de la naturaleza no es el camino del deseo liberado ad libitum o de la espontaneidad emotiva, como pasaba con los pelotudos de los jipis y demás hijos bobos tardíos. Si la naturaleza no es un orden férreo tramado por la razón, como para los estoicos, es por lo menos el objeto de una experiencia razonada e inteligente. Con ser un empírico de la vida el cínico ya tiene suficiente.

     El primitivismo de los cínicos quedó fijado desde el libro que Arthur Lovejoy y George Boas escribieron en 1935, que rastrea esta tendencia en la Grecia antigua[1]. Al tomar a la φύσις como objetividad y a la vida by nature como única buena y virtuosa, o al llamar a un retorno a las condiciones precivilizadas de vida, el cinismo aparece como la campante exacerbación de este tipo de pensamiento. Sus pancartas, dice Maria Daraki, llaman a desertar de la condición humana y abrazar un modo de vida en el cual lo salvaje, lo bestial y lo divino confluyen y el primitivismo incluso avanza hacia el animalismo, cosa que también percibe en la Comedia Nueva de Menandro y Filemón, donde los hombres aparecen risueñamente descritos como lo peor y las bestias, por carecer de razón, como dichosas[2]. Pero Luis Navia observa que los cínicos operaban por el absurdo con un propósito alegórico invertido –aquello que Antístenes leía en Homero–, por lo cual es un error tomar su retórica de forma literal. La intención que tenían, apunta, era enderezar la desviación de la naturaleza que por la vía de las costumbres y convenciones emprendieron los hombres, pero no convertir a las personas en animales ni instarlas a que abandonaran la naturaleza humana por la canina. Lo único que pretende Diógenes al presentarse como un perro es exagerar la nota, escalar un semitono por sobre el coro para dejar al descubierto que los hombres vulgares se comportan como criaturas no racionales, porque cuando el humano, que fue dotado de razón en exclusiva, procede como bruto atenta contra la naturaleza. Ejemplos para abonar esta hipótesis hay varios. Navia ofrece dos tomados de las tradiciones árabes. En uno Diógenes, cuando ve a unos tipos comportándose como animales, los llama a abandonar el camino de las bestias; en otro Alejandro lo encuentra durmiendo y lo patea para despabilarlo, a lo que él le responde que si bien la conquista de las ciudades no puede negársele a los reyes, sí el patear como un burro. Los burros deben dar coces, no los humanos[3]. Ahora si esta era la idea de Diógenes, no parece haber sido la de los cínicos tardíos, si es que hay que creerle a Séneca cuando los acusaba de salirse de las casillas de la naturaleza humana, de excederla. El cordobés denuncia a la perrería de su tiempo argumentando que no vivían sucundum naturam sino contra, y eso concretamente por propasar la hominis naturam.[4]

     Pero los cínicos no eran tibios; más bien parecen devotos de las antinomias. Blanco o negro: razón o pasiones, naturaleza o convenciones, A o no-A. Se diría que a las soluciones contra la antítesis que ofrecieron Platón y Aristóteles las mandan a pasear. Habían aprendido del saber de los sofistas que los entes o son por naturaleza o por costumbre. Platón ve las sombras de la divinidad en la naturaleza, los perrunos más probablemente se mantienen en la fuente etimológica de la φύσις como dar a luz y fluir o como producción. Contra la ascesis dialéctico-matemática, la ascesis gimnástica. Menos que echar raíces en el cielo prefieren vivir desarraigados, no crecen hacia el edén como las plantas celestiales o φυτού ουράνιος de Platón, sino que como ουράνιος κύνες van para delante por el horizonte buscando atajos. Rizomáticos de carne, se parecen más a los tubérculos, raíces sin raíces. La palabra clave para entender lo que entendían por naturaleza los cínicos es, según William Desmond, simplicity. Arreglárselas con lo que haiga. Atenerse al presente contra toda esperanza y proyecto, la cosa es ya y con lo que esté a la mano, la redención del instante. No hay plan, es ahora o nunca, ya y a lo que venga[5]. Como pone Finley, la simplicidad de los razonamientos de Diógenes se asemeja a la de los niños, y eso era lo que quería: de león avanzaba a infante (ya vemos a quién plagiaba Nietzsche). Pero como bien advierte Goulet-Cazé, los cínicos no tenían una visión providencialista de la naturaleza, no la veneraban como a una deidad, sino que la reconocían como el límite real a sus libertades. Por eso tienen como rasero al animal, que dedicado a satisfacer el mínimo de necesidades guarda inexorable fidelidad para con ella mientras el humano se pervierte en la irracionalidad de las convenciones[6]. Así cuando declaran que el cinismo es la ναζήτησις de la φύσις –la investigación, exploración o inspección, o más bien la búsqueda de la naturaleza–[7] no están pensando en una teoría física. La naturaleza debe practicarse, no conocerse. La naturalidad. Se trata de tratar no de escribir tratados. Nada de investigaciones de laboratorio sobre la conducta de las aves, tal vez algún elogio del mosquito. No se la explica, se la imita. De manera que no se los pescará en escena alguna perdiendo el tiempo en admirarse del ensamble cósmico, de esa armonía celestial, de esa naturaleza inteligente y divina fuente de toda belleza. No andaban arrobándose de la cúpula celeste como si fuera la bóveda de la Capilla Sixtina, sino apuntando siempre a lo que sucede donde se tienen las patas (acá sí son pensadores bajos, abuelitos del nomadismo cuadrupeizante de Deleuze). La naturaleza se milita, al cosmos se debe observancia más que observación o que un empeño por traducirlo en interpretaciones abstrusas. ¿Cuántos días hace que bajaste del cielo, filósofo?, pregunta Diógenes a uno que disertaba sobre el poder y la naturaleza del sol[8]. Cualquier intento de asociarlo con la moderna imagen mecanicista de la naturaleza queda desbaratado con la anécdota de su desprecio por los relojes, útiles apenas para no llegar tarde a la cena[9]. Coto en el que el Perro se nos presenta como el anti-Kant hecho y derecho, el enemigo del filósofo de la vida sincronizada y la puntualidad maníaca.

     De las figuraciones de la naturaleza que circulaban entre los griegos quizá preferían –como después los epicúreos– la de aspecto más indiferente y neutral, aquella que la planteaba como átomos y vacío, no como puja a muerte ni como orden de benéfica y sublime armonía. Eran algo así como materialistas sin doctrina, que para aprender están las clases vivas de los animales del campo, lo más parecido a los dioses. Se trata de cómo arreglárselas para sobrellevar la vida sin recursos y con entereza. Curiosamente fundamentaron en buena medida ese naturalismo a base de la noticia que tenían a la mano –por fuentes de viajeros como Herodoto– de las costumbres de otras civilizaciones, llamadas bárbaras. La conciencia del multiculturalismo los inducía a relativizar y poner en el banquillo rituales y tabúes. Laercio pone al sinopense diciendo que los dioses concedieron a los hombres una vida fácil (ῥᾴδιον), son ellos mismos los que se van por la tangente con los pasteles de miel y los perfumes[10]. Las Epístolas lo muestran añorando la libertad de los tiempos de Cronos. Vemos allí la cara de ingenuo de Rousseau sin peluca y con báculo: el bípedo es bueno y feliz por naturaleza pero la civilización lo corrompe y lo arruina. Por bandera el naturalismo, pero por móvil la contracultura –entendido este término un poco a lo Jean-Jacques y otro poco a lo punk. Bien dice Sartorio que esta es una naturaleza definida de manera negativa, φύσις es todo lo que no es cultura, lo simple y equilibrado contrastado con lo arbitrario y artificial. Un pretexto, dice, del pensamiento negativo, una docta ignorancia como negación de la negación y no como inmediatez animal, ya que no hay nada menos natural en una sociedad civilizada que la vuelta a la naturaleza. Pura nostalgia[11]. Estos perros se pasan de largo el abismo humeano –demasiado humeano– entre ser y deber ser que ya dejaban a la vista los sofistas al deducir del orden natural cada uno lo que le parecía. De esta apelación cínica los estoicos harán un κόσμος: naturaleza ordenada. Pero los perritos no pierden el tiempo en metafísica y para parecerse a los dioses les basta con copiar a los animales. El hombre –pone Claudia Mársico– es un animal paradójico que para permanecer en la naturaleza necesita de la razón. A esa tabla se agarran Antístenes, Diógenes y Crates y no al instinto (que quizá haya descubierto recién Mónimo). A lo mejor habrá que decir que para los cínicos los animales son racionales: irracionales son los bípedos implumes que creen en plegarias y misterios, en el mundo de las ideas, o en ritos y costumbres que atentan contra la buena vida propia y de los otros. Las bestias son racionales no porque pronuncien discursos sino porque proceden de acuerdo a la φύσις, van por su objeto por el atajo de la rectitud, no están enceguecidos por el velo del νόμος –que en cierta forma es la caverna del cínico. El cínico omite los discursos largos, la logomaquia, pero el animal al mismo fin carece de ellos de forma innata. Se podrá decir que los perros se durmieron quizá en una imagen idealizada de la naturaleza –eran griegos después de todo–, en una especie de platonización al revés; pero sería ir demasiado lejos con esta gente que no confundía ese fervor moral que los espoleaba con aquellas otras pomposas teorías tomadas demasiado en serio. Un bien deducido de la fuente natural condujo a otros al amoralismo y a ellos a un moralismo extremo. Esa naturaleza de los cínicos no es la de los sofistas darwinianos Calicles, Critias, Glaucón o Trasímaco, la ley de la selva o del más fuerte. Dominar a los demás y satisfacer los apetitos es la justicia natural de estos sofistas puestos para la cachetada por Platón. Los cínicos mantienen la división tajante entre φύσις y νόμος de la sofística pero como trasegada por el socratismo: una natura entendida en cierta forma como bien. Tienen un precedente en Antifón, Hipias o Alcidamas, sofistas de la izquierda ácrata –al decir de Ángel Cappelletti– que defendían una φύσις como igualdad y libertad[12]. Calicles a lo Nietzsche decía que las leyes son el recurso contra-natura de los débiles para defenderse de los fuertes. Antístenes, y por derivación Diógenes, extraían de Sócrates antes que nada la fortaleza, aunque esta es una fuerza aplicada al autocontrol y no al dominio de los otros, sino en todo caso a la persuasión por el ejemplo o por el absurdo. No hacían tampoco opción por los débiles –eso se lo dejarán al cristianismo, como perversión platoniano-judaica del cinismo. Protágoras por ejemplo (como si fuera una versión zynisch del pensiero debole) vindicaba las razones débiles pero para convertirlas en fuertes por la riqueza suasoria del discurso. Los cínicos también querían convertir a los débiles en fuertes, esto es a los pobres circunstanciales o nativo-miserables en pobres por voluntad y virtud. El espavorido ojo moderno ve en la conducta de los animales la lucha por la vida, la ley del más fuerte, el pez grande comiéndose al chico o por la inversa a la manada de hienas reduciendo a un león solitario: tiene un punto de mira panorámico que le da un paisaje ante el cual el cínico, que mira de cerca al mísero roedor casero, ni se inmuta. El cínico recorta a su pieza de la hórrida cadena trófica, que no le espanta, y pone el foco en esa especie de omnisciencia automática que le permite a la humilde bestia vivir la plenitud del orden natural sin aparente angustia y sin los suplementos degradantes de la herramienta tecnológica, empezando por el control del fuego. Estos tipos llamados cínicos simplemente están empecinados en aplicar en vida una ensalada de aquello que Sócrates y sofistas bocetaron en teoría, con todo el cuerpo y hasta las últimas consecuencias. Vivir conforme a la naturaleza es lo más fácil. Pero hete aquí que el camino corto, que es el que lleva hacia ella, es el más arduo y escarpado, el camino del esfuerzo y del sufrimiento. Como los caminos del genio de William Blake, los del facilismo son más bien tortuosos. Lo simple no es tan fácil y se hace difícil. El atajo también se vuelve quilométrico si es que se trata de remontar el larguísimo camino de la técnica.

     Básicamente para todo buen cínico la πόλις concreta es παρὰ φύσιν, contra natura. El perro, como animal que es, vive en la naturaleza, pero a diferencia del lobo reside en la ciudad y entre los hombres. He allí el modelo. El cínico debe hacer lo mismo: ejemplificar una vida en la naturaleza en el centro de la ciudad y entre los hombres, con el inciso de ser hombre. Autosuficiencia citadina: es un hikikomori-homeless al que no lo protege otra muralla que la de una fortaleza ética a prueba de balas. Vive en la calle en medio de todos, pero está aislado por la filosofía. La sabiduría lo blinda contra la decadencia del resto de los paseantes y ocupados. Es un outsider de zona centro, un sintechista que no acampa sino en los edificios emblemáticos, en el carozo del tráfico del área neurálgica, y es el anti-idiota perfecto en tanto que las únicas propiedades con las que cuenta –fuera del elemental kit cínico– son al decir de Epicteto sus representaciones mentales (φαντασίαι), su ingenio, ideaciones o inventiva[13]; pero como οικος y como ἀναιδής carece de privacidad alguna. Es verdad que Diógenes no es un ciudadano de Atenas sino un residente, de manera que el activismo público que emprende es menos político que cultural, moral puntualmente, aunque el tipo sabe sacar ese as de la manga, el de la ciudadanía universal, por el cual se reincorpora como πολίτης, pero a la escala de los dioses y las fieras, la clase universal. Aunque más que al proletariado griego los cínicos representaran al desclasado universal, el Lumpenproletariat convertido a la virtud y el ascetismo.

     Mientras Platón y Aristóteles legitimaron ontológicamente el esclavismo, considerándolo justo y necesario, romanos como Cicerón o Séneca, atravesados por el legado helenístico, ya plantearon que la esclavitud espiritual es peor que la corporal[14]. Acusaban el paso por la historia del viejo cinismo. Aunque la crítica a la esclavitud ya había sido esbozada por ciertos sofistas, no es ese precisamente el paño de los cínicos que, demasiado astutos o torcidos en ciertas cosas, puede que hayan advertido la inutilidad, improcedencia o impostura retórica de una actitud de ese tipo, ya que ellos pretenden predicar con el ejemplo, demostrando en su estilo de vida que la esclavitud no solamente es innecesaria sino contraproducente. ¿Porque qué ganancia se saca de un hombre no libre? (τί γὰρ ὄφελος ἀνδρὸς μὴ ἐλευθέρου), pregunta Diógenes[15]. El que no es libre –paradójicamente– no sirve. Tal es el gran argumento de su filosofía. Los débiles necesitan de esclavos. La posesión de esclavos crea dependencia y afemina o debilita a los amos volviéndolos quisquillosos, inútiles y artificiosos.

     Esta ética individual, este eticismo o moralismo demasiado voluntarista, puede resultar un idealismo naíf, pero de una manera oblicua es una idea de punta que se adelanta a la historia. Desde luego los cínicos negaban que existiera una fundamentación de orden natural para la esclavitud, pero su enfoque retórico y pedagógico se encaminaba a mostrarles a los amos que eran esclavos de sus esclavos. Por eso Diógenes, cuando fue convertido en esclavo, no sólo pasó a mandar sobre su amo mejorándole la vida, sino que puesto a trabajar como tutor de sus hijos les enseñó a vivir prescindiendo de esclavos en ejercicio de la autosuficiencia. La peor de las esclavitudes, o mejor dicho la verdadera esclavitud, es la que opera en la propia complexión del individuo, la esclavitud espiritual. Por eso los cínicos, muchos de los cuales fueron esclavos, tenían como contraparte también una enseñanza para transmitir a los sometidos a yugo: no la de arengarlos a la rebelión, sino la de que aún bajo esa calamidad era posible ser libre en sí mismo. Como la ἐλπίς o esperanza estaba fuera de programa, no alentaban ningún tipo de expectativa; pero uno de sus puntales era la ofensiva contra el miedo (φόβος) y el temor (δεῖμα), ya que en este género filosófico no se trata solamente de aprender a argumentar o razonar sino de acostumbrarse a no tener miedo (μὴ φοβεῖσθαι ἐθιζόμενος, μὴ μόνον λογικεύεσθαι), como le dice Crates a Metrocles enseñándole a enfrentarlo[16]. Y voy a decirte dónde está la misma esclavitud –le avisa Diógenes a Dionisio de Siracusa–: en aquellos que para sobrevivir viven bajo el peso del miedo (ἔστι δέ τοι αὐτὸ τοῦτο ἡ δουλεία, οἷς μετὰ δέους ὁ βίος παρεσκεύασται)[17]. Ya lo había dejado en claro Antístenes: el que le teme a los otros es un esclavo sin darse cuenta (ὅστις δὲ ἑτέρους δέδοικε, δοῦλος ὢν λέληθεν ἑαυτόν).[18]

     En el concepto de autosuficiencia se encuentra la posición del cinismo ante la esclavitud: la naturaleza dotó a los vivos para abastecerse por sí mismos con un organismo capaz de servir a sus propias necesidades, y quien para su presunto bien ha menester de esclavos vive contrayendo males innecesarios por estar alienado de ella. He aquí expuesta, al menos, la moraleja que da el Diógenes de Dión de Prusa cuando se cruza en un camino con uno que penaba en busca del siervo que se le había escapado. Quien se sirve de esclavos –le dice– es como el ciempiés, que posee docenas de patas y sin embargo es más lento que los reptiles, o como un hombre que tuviera un dedo más en la mano, o un pie o estómago más, que en nada lo beneficiarían sino que le estorbarían[19]. La naturaleza también dotó a los vivos de una fuerza tal como para someter a otros seres vivos, pero según el cinismo ello no tendría otro fin que el de convertir a las presas en alimento para sobrevivir; de suerte que si los hombres se comieran a otros hombres a ese propósito, consumarían un acto acorde a naturaleza, pero cuando los someten a yugo violan el orden natural. Ergo la antropofagia es natural, la esclavitud no. En esta diatriba Diógenes combate contra el esclavismo presentándolo como un estorbo oneroso e inútil para los amos, que además los vuelve dependientes, esclavos de sus esclavos. De manera perversa la historia le daría la razón, aunque la decadencia del modo de producción esclavista comportaría el triunfo de la moral cristiana convertida en religión oficial del Imperio y la desintegración en la historia de la filosofía cínica. Hasta más ver. Hasta la Ilustración al menos. Quedará rondando la difusa impresión de que el cinismo, lejos de la moral del esclavo, es la del amo pobre –casi una moral pequeño-burguesa–, el amo a quien costear a esas herramientas vivas, como les llamó Aristóteles[20], le suponía más un problema extra que una solución. Pero más allá de Dión, que parece dirigirse a los amos de bolsillo flaco, la filosofía cínica aplica también a los que cayeron en esclavitud, que para los cínicos no es otra cosa que una circunstancia externa que subyuga al sujeto por fuera, ya que del otro lado del parapeto antisteniano puede y debe permanecer íntegro, e incluso acabar mandando sobre su amo, como demuestra la anécdota del Diógenes apresado y vendido por piratas, calcada del Heracles que mostraba el Sileo de Eurípides y de la historia de Esopo ante su amo Janto. Por eso al ser encarcelado, sin añorar a Atenas o a sus íntimos, Diógenes se puso a corregir a los piratas, de los que se hizo amigo, a fiarse de Epicteto[21]. A aquellos que los demás temen y admiran, los poderosos como Alejandro, Diógenes los enfrenta como si de esclavos se tratara, que eso son en realidad, y así se hace él el verdadero rey y señor[22]. Es la moral del amo instalada en el esclavo. Pero es un esclavo a la antigua, que no aspira a poner en su favor los edénicos frutos del desarrollo de las fuerzas productivas de la prometeica empresa tecno-científica. Es un Nietzsche económico, que sufre la eterna ley de la escasez. Con todo el physique du rôle del antihéroe Diógenes es, aún más que un héroe, un superhéroe. Su sistema moral sostiene unas exigencias que parecen escapar a las posibilidades humanas y su propia vida está colmada de proezas comparables a las de un ser mitológico como Heracles. Es como un Übermensch que trueca el horizonte de la Wille zur Macht por el ascetismo muscular del πόνος, un Übermensch de la yeta, en las malas, un Superhombre de la pobreza, tercermundista. Pero en serio, no para la gilada ni el consumismo infantil.

     El papel de la ἐλευθερία en el cinismo, si hay que creer a Diógenes Laercio, es primordial. Según él Diógenes antepuso la libertad a cualquier otra cosa (μηδὲν ἐλευθερίας προκρίνων) y lo hizo viviendo el mismo estilo de vida de Heracles (χαρακτῆρα τοῦ βίου)[23]. Para los cínicos, apunta Isabelle Chouinard, que hace un estudio específico sobre el asunto[24], la ἐλευθερία es una independencia total del individuo respecto del mundo exterior, e implica a la αὐτάρκεια como independencia material y a la ἀπάθεια como independencia psicológica. A esta otra libertad individual que empieza a proclamarse en el siglo IV, que es la que barajan los cínicos, Chouinard la llama libertad interior. Se sabe que Antístenes había escrito un tratado Sobre libertad y esclavitud del que nada sobrevive[25]y Plutarco dice que Diógenes recibió de Antístenes la αὐτάρκεια[26], así como Laercio refiere que de él recibió la ἀπάθεια –heredada a la vez y de segunda mano de Sócrates, cuya impasibilidad Antístenes emulaba[27]. Epicteto por su parte dejó dicho que Antístenes le transmitió a Diógenes la ἐλευθερία[28]. Dicha libertad cifrada sobre el carácter de Heracles, por lo que indica Laercio, se relaciona con la reacuñación o falsificación (παραχαράσσω) de la moneda –χαρακτήρ es sello, muesca, estampa y estilo– y con la antinomia φύσις-νόμος. Y la reacuñación de Diógenes es dar vuelta las cosas allí donde el amo y el esclavo: ¡Las aguas corren al revés! exclamó Jeníades, el comprador de Diógenes, citando el verso de la Medea de Eurípides, cuando este le indicó que hiciera lo que le ordenaba[29]. El esclavo se hace amo. Después de todo es la fortuna, dice Menipo en Necromancia, la que a unos les da el traje de rey y a otros el de esclavo[30]. Al contrario, por la ciudad del siglo V discurría un tipo de libertad positiva, o libertad para, según la cual el humano podía desarrollarse en su naturaleza sólo a través de la comunidad política. Pero contra la idea dominante de que este criterio perruno de libertad interior es por entero un emergente de la pérdida de la independencia de las ciudades griegas, Isabelle Chouinard rastrea antecedentes griegos varios: Demócrito por ejemplo, que enseñaba una libertad natural no amarrada al νομός y pre-prometeica, y el Sileo de Eurípides, donde Heracles fungía como aquel que era libre aun en cautiverio. La impregnación de la tragedia en los cínicos es bastante patente, a Diógenes y Crates se les imputa la escritura de algunas y según un albur Crates se convierte al cinismo leyendo sobre Télefo; pero más bien los cínicos están dispuestos a encarnar en sí mismos al héroe trágico (tanto como a la desbocada παρρησία de la comedia): son la novela sacada a la calle –como pedía Macedonio–, literatura hecha vida y arrojada a la vereda. El esclavo libre sale de la ficción a vivir, se hace prédica en el bramido del vagabundo-filósofo. La libertad que pregona Diógenes es κατὰ φύσιν y esa vida según la naturaleza es libre porque las pasiones no toman el control, porque domina la razón. Es así que Máximo de Tiro llegó a decir de Diógenes que era más libre que Sócrates[31]. Isabelle Chouinard asienta que en verdad Sócrates fue el primero en discutir la libertad como problema filosófico y que en él –en su versión jenofóntea– ya estaba en germen esta idea del esclavo libre. El oráculo de Delfos dictamina que Sócrates es ἐλευθέριος, adjetivo que cobra el sentido de generoso, sincero, liberal: nadie es más justo ni más sabio ni más desinteresado (µήτε ἐλευθεριώτερον)[32]que este hombre que aseguraba que los que cobran por su saber se esclavizan. Pero de ahí a que Sócrates antepusiera la libertad por encima de todo hay un largo trecho. Así como para los sofistas susodichos la libertad radicaba en no tener obstáculos para la realización de los deseos, para la tradición socrática que siguen tanto cínicos como Platón la cosa es al revés: estas gentes, al contrario, eran para ellos simplemente esclavos de sus deseos. Para Sócrates el obstáculo son las pasiones del cuerpo (σώματος ἐπιθυμίαις) y la libertad platónica existe cuando no hay óbices estorbando en el conocimiento de la virtud: es el control de los deseos corporales el que abre la tranca a dicho conocimiento. Para un buen cínico, que aparte desestima tal condicionante en la adquisición de la virtud, no basta con eso, porque es menester cargarse además la servidumbre a la ley positiva, las costumbres, convenciones. Hegel también captó que en estos menesteres se encontraba el núcleo duro del cinismo, pero los despacha al vuelo declarando que no eran más que un momento histórico necesario en la conciencia de lo general, episodio en el cual la individualidad se aferra a una independencia abstracta que no se deja llevar por el disfrute ni por el interés en la vida. La independencia de la que se jactaban, dice Hegel, era en realidad dependencia: una negatividad abstracta basada en renuncias y abstenciones, un repliegue en la subjetividad que tiene algo de inmoral[33]. Pero, razona y retruca Isabelle Chouinard, una definición positiva de la libertad, para quienes se declararon en rebelión contra la teoría, sería convertirla en un dogma (en una fe enmascarada de evidencia, que diría Sexto Empírico), en vez de seguir siendo una experimentación en tránsito perpetuo. Y añade que esa es la originalidad de los cínicos en la historia de la libertad griega: la emancipación cínica es un proceso infinito basado en un sometimiento permanente a la prueba de la realidad. La piedra de toque de la libertad es la ascesis, vale decir el trabajo.




[1] Arthur O. Lovejoy, George Boas, Primitivism and Related Ideas in Antiquity.

[2] Maria Daraki, Gilbert Romeyer-Dherbey, El mundo helenístico: cínicos, estoicos y epicúreos.

[3] Luis E. Navia, Antisthenes of Athens: Setting the World Aright; Dimitri Gutas, Greek Philosophers in the Arabic Tradition.

[4] Epístolas a Lucilio I 5; De la brevedad de la vida X 14 2.

[5] William Desmond, Cynics.

[6] Marie-Odile Goulet-Cazé, Le cynisme, une philosophie antique.

[7] Ps.-Diógenes, Epístola 42.

[8] Ps.-Diógenes, Epístola 38.

[9] Laercio, VI 104.

[10] Id., VI 44.

[11] Rafael Sartorio, Diógenes Laercio: Los cínicos.

[12] Angel J. Cappelletti, Prehistoria del anarquismo.

[13] El concepto de φαντασία que Epicteto coloca en Diógenes como bien exclusivo se suele traducir por impresiones, representaciones o imaginación; sin embargo hay otra acepción, que cuaja bastante con el personaje y con el cinismo en general, que propone relacionar el término con espectáculo, aparición, exhibición, pompa, afectación, fenómeno; es decir otra vuelta más de los antónimos que envuelven a los cínicos.

[14] Cicerón, Paradoja V; Séneca, Cartas a Lucilio 47.

[15] Ps.-Diógenes, Epístola 39.

[16] Ps.-Crates, Epístola 21.

[17] Ps.-Diógenes, Epístola 29.

[18] Estobeo, III 8, 14.

[19] Dión de Prusa, Discursos X, 10-11.

[20] Política 1253b.

[21] Arriano, Diatribas de Epicteto, III 24, 64-66.

[22] Id., ibid., III 22, 50.

[23] Laercio, VI 71.

[24] Isabelle Chouinard, La conception de la liberté chez les premiers Cyniques.

[25] Περ λευθερίας κα δουλείας (Laercio, VI 16)

[26] Plutarco, Charlas de sobremesa II 1,7, p. 632 e.

[27] Laercio, VI 15 y 2.

[28] Arriano, Diatribas de Epicteto III 24.

[29] Laercio, VI 36. Cf. Eurípides, Medea 411.

[30] Luciano, Necromancia 16.

[31] Máximo de Tiro, Disertaciones filosóficas XXXVI 6.

[32] Jenofonte, Apología de Sócrates I, 14.

[33] Hegel, Lecciones sobre la historia de la filosofía II.


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