¿En nombre del Perro o del Padre?


Está más o menos claro que los cínicos, a diferencia de los estoicos, académicos, cirenaicos, megáricos, epicúreos y largo etcétera, no recibieron el mote ni por el nombre del jerarca fundador, ni por el lugar geográfico de procedencia, ni por el sitio en el que se congregaban, sino por su forma de vidaδους τς ζως), como escriben Simplicio y Amonio, o su estilo de vida (τρπου τς ζως), como apunta Elías. Esto ya pone a la vista una diferencia con el resto de las corrientes filosóficas que dará pábulo a los intérpretes por toda la Antigüedad. Diógenes Laercio, puesto a explicar las razones por las que cada escuela recibía su nombre, dice sin más vueltas que a los cínicos se los llamó así por chiste (π σκωμμάτων), como una forma de burla[1]. Un perro para un griego antiguo no era lo que para un espíritu bonancible del siglo XXI, no había Sociedad Sarmiento ni peluquerías caninas ni una ONU o UNESCO que patrocinaran los Derechos del Animal. Calificar a alguien de perro (κύων) era lisa y llanamente un insulto entre los griegos, tal vez más denigrante de lo que puede serlo a la fecha (García Gual muestra una amplia lista de registros de esa naturaleza en la literatura griega). Llamarle a alguien κυνικός, perruno, no debía de serlo mucho menos. Se trataba, con toda probabilidad, de un apodo despectivo puesto por la gente. Los discriminaban, digamos. Perra ( κύων), igual que ahora, era una forma de aludir a la mujer pública, la prostituta cuando no a la disoluta, y en cierta forma el cínico es un hombre público más bien en ese sentido, un filósofo-puta. No extraña que Diógenes, que hacía del deshonor bandera y ansiaba monopolizar el desprecio de la élite y la chusma, lo recibiera como un blasón. Como dice Temistio, un exégeta de la Constantinopla del siglo IV, Diógenes amaba ese apodo por considerarlo congruente con sus actividades.[2]

     Una frase al pasar de la Retórica de Aristóteles dice que «el Perro llamaba a las tabernas “los comedores públicos del Ática”»[3]. Se supone que ese « Κύων» no era otro que Diógenes, que por lo visto no merecía ser llamado por su nombre y que, para variar, estaba cachando a sus prójimos, diciendo a los atenienses que para ellos los bares eran lo que para los espartanos los comedores comunitarios de los campamentos y cuarteles. Este es el registro más antiguo, aunque hipotético, que tenemos del apodo, con toda probabilidad escrito con Diógenes aún en vida. En cuanto al término κυνικός para referir a un cínico el factible primer registro se encuentra en la comedia Las mellizas de Menandro que cita Laercio y alude a su contemporáneo Crates de Tebas (Κράτητι τ κυνικ).[4]

     Como dirán después algunos padres cristianos, el cinismo es una imitación (imitatio) de la vida del perro[5]. Antístenes copiaba el ejemplo existencial de Sócrates y Diógenes en principio el de Antístenes; pero esta posta, demasiado atada a los modales del orden cívico, no era suficiente, y el patrón universal de la φύσις que fue forjándose como relevo encontraba dentro de la condición suburbana un solitario modelo en el que inspirarse, el perro. Filón de Alejandría dijo que perro era una palabra de múltiples significados[6]. García Gual hace un desarrollo, que merece ser trascripto, de lo que por perros podían entender los griegos que tuvieron que vérselas con Diógenes y adictos: «Aristóteles también calificó a la abeja, como al hombre, de zóon politikón, “animal cívico”. Disciplinadas, organizadas en comunidad, ejemplarmente laboriosas, las abejas son para algunos pensadores griegos un paradigma de civilidad. En el otro extremo, sin embargo, está el perro, pese a que no es una fiera salvaje, sino un compañero fiel del hombre, doméstico y domesticado. Pero el perro es muy poco gregario, es insolidario con los suyos, y está dispuesto a traicionar a la especie canina y pasarse del lado de los humanos, si con ello obtiene ganancias; es agresivo y fiero, o fiel y cariñoso, según sus relaciones individuales. Vive junto a los hombres, pero mantiene sus hábitos naturales con total impudor. Es natural como son los animales, aunque convive en un espacio humanizado. Participa de la civilización, pero desde el margen de su propia condición de bruto. Uno diría que comparte con el esclavo –según la versión aristotélica– la capacidad de captar algo de la razón, del lógos, en el sentido de que sabe obedecer las órdenes de su amo, pero no mucho más. Es sufrido, paciente, fiero con los extraños, y se acostumbra a vivir junto a los humanos, aceptando lo que le echen para comer. Es familiar y hasta urbano, pero no se oculta para hacer sus necesidades ni para sus tratos sexuales, roba las carnes de los altares y se mea en las estatuas de los dioses, sin miramientos. No pretende honores ni tiene ambiciones. Sencilla vida es la vida de perro»[7]. Perro es el que desecha la comunidad con su propia raza para irse a acompañar al hombre. La metáfora funciona bien todavía: perro es el universalista, el internacionalista, el anti-nacional, el que cree que ladra en pro del Hombre, como aquellos incautos que hicieron una revolución en Francia pero se colgaron de prepo la injerencia en una entelequia universal a la que llamaron Humanidad. Los perros traicionan a los otros de la especie propia y guardan fidelidad a los humanos; pero los cínicos –habrá que suponer– no se deben a los humanos sino a los dioses y a las bestias –al orden natural y cósmico. Son también, en nombre de la animalidad y la divinidad, tránsfugas de la especie a la que pertenecen (aunque estén movidos por una finalidad benefactora y puedan ser llamados φιλνθρωποι), toda vez que la cultura y la civilización no son más que corrupción, mal y decadencia, degeneración en todo caso. El perro defiende al que le da de comer; pero se verá que el cínico más bien lo amonesta y le gruñe, quizá porque el que lo costea no da lo propio sino lo que expropió a la divinidad, a quien sirve el cínico.

     Los escoliastas de Aristóteles de finales de la Antigüedad, comentando la aludida referencia al Perro, salieron a explicar cómo vino la mano. Los cínicos, dijeron, tenían en común con los perros la desvergüenza, el carácter guardián y la capacidad de discernir entre el amigo y el enemigo, porque ladraban a los ajenos a la filosofía y movían la cola a los amigos de la misma, ya que como el propio Platón tuvo que admitir «también el perro tiene algo de filósofo». Comían, bebían y demás dice uno de ellos –demás acá son las famosas escenas de sexo explícito– y consideraban que lo bueno lo era por naturaleza y no por convención. Fuera de la indiferencia (διαφορία) y la desvergüenza (ναίδεια), presentadas no como un gesto desafiante sino como un rasgo de fidelidad al orden natural, llaman la atención los otros atributos perrunos. Son defensores, cuidadores, velan y vigilan, y además parece que aplican un método de la división prefundamental: el perro propiamente dicho distingue amigos de enemigos, y el cínico entre amigos y enemigos de la filosofía. Olfato racional para diferenciar al amo del otro del amo.

     El neoplatónico Elías ofrece la explicación más desarrollada sobre este asunto ubicando cinco motivos[8]. Los primeros competen a dos categorías primordiales del cinismo, la διαφορία y la ναίδεια, y los tres restantes atañen al carácter de filósofos y al rol cínico dentro de la filosofía. A saber: el primero por la vida indiferenteὸ ἀδιφορον το ζου), practicada al igual que la de los perros (πετδευον ς ο κνες); el segundo porque practicaban la desvergüenza (πετδευον τν ναδειαν) y el perro es un animal desvergonzado (ναιδς ζον κων); el tercero porque el perro es un animal guardián (φρουρητικν ζον κων) y ellos cuidaban celosamente sus principios filosóficos dando pruebas concretas (φρορουν δ κα ατο τ δγματα τς φιλοσοφας δι τν ποδεξεων); el cuarto porque el perro es un animal discernidor (διακριτικν ζον κων) que distingue al amigo del extraño, y los cínicos consideraban amigo al que es apto para la filosofía y rechazaban a los ineptos ladrándoles como perros.

     Los cínicos, como los perros, sigue Elías, lo hacían todo en público (δημόσιος), comían, dormían y tenían sexo en la calle con indiferencia y sin vergüenza, practicando una ναίδεια superior a la αδώς y una διαφορία basada en aspirar al bien por la naturaleza (το φσει καλο ρεγμενοι), porque sostenían que si algo es bueno debe llevarse a cabo lo mismo en público que en privado (κοιν κα δίᾳ) y si no es bueno ni en público ni en privado (οτε κοιν οτε δίᾳ). El tercer ítem distingue el carácter básicamente operativo del cínico, que es φρουρός, guardián, observador. De esta manera tenemos que eran algo así como el brazo armado de la filosofía, que su papel es básicamente policial y vigilante: mano de obra, custodios, fuerza de choque o recursos humanos, ejército industrial de reserva. El cuarto punto, el ser διακριτικός, toca al carácter eminentemente racional del cínico: el λόγος cínico es como una razón natural, un instinto crítico, separativo y abstracto, un λόγος elemental pero perspicaz e incisivo gracias al cual puede actuar de escolta y cuida de la filosofía. El perro distingue al amigo del extraño porque al amigo lo conoce y al extraño no (γνσει κα γνοίᾳ τ φλον κα τ λλτριον ρζον); posee como ρίζω, como procedimiento divisorio, una γνσις, un conocer que en rigor es reconocer y que le permite distinguir lo real de lo aparente –por eso reconoce al amigo aunque lleve un garrote y al enemigo aunque venga con un señuelo. Del mismo modo que el perro, el cínico distingue a los aptos para la filosofía (πιτηδεους πρς φιλοσοφαν) como amigos y a los ineptos (νεπιτήδειοι) los expulsa a ladridos. En el quinto motivo que encuentra Elías saca a lucir al Gorgias de Platón, donde se dice que el perro posee una cierta sabiduría que es la de distinguir al amigo del enemigo (χει τιν σοφαν κων διακρνειν φλον π χθρο) y distinguir la verdad de la falsedad es aquello que solamente es propio del filósofo (κα τ διακρνειν δ λθειαν κα ψεδος μνου φιλοσφου). Tomándose a pecho a Platón, se despeja la idea de que el cínico es más bien un proto-filósofo, al que menos que concernirle la elevada distinción entre verdad y no-verdad le toca operar en el vestíbulo de la filosofía, ladrar en la puerta como los perros, llevar adelante esa razia previa para extraer al personal del montón. En definitiva para el cínico, como crítico anti-críptico que es, todo debe hacerse a la luz, nada puede quedar oculto, porque la naturaleza no esconde nada, todo lo expone. Sin embargo, a la vez que disuelve esa primordial división social y cultural entre lo común y lo propio, que correspondería al orden del νόμος, a paso seguido reelabora otra partición que atañe al λόγος y a la φύσις, entre lo familiar-amical y lo enemigo-ajeno-extraño. Repone un hogar comunal frente a un hogar propietario con una refundación filosófica, aretaica.

     Otros parafraseadores del fragmento aristotélico dan una versión similar, aunque menos abundante. Amonio mantiene un mismo esquema: el cínico recibe su nombre por ser franco e inquisitivo (παρρησιαστικς κα λεγκτικός) y ser capaz de discernir lo familiar de lo extraño ( κων χει τ διακριτικν τν οκεων π τν λλοτρων) para despejar en la filosofía al digno (ξιος) del indigno (νάξιος)[9]. Filópono mantiene esa división entre λλότριος y οκεος y agrega que los cínicos ladraban a los que vivían de acuerdo a las pasiones (λκτουν τος κατ τ πθη ζσι) y le movían la cola (προσεντο) a los que vivían de acuerdo a la virtud (τος κατ'ρετν ζντας)[10]. En Olimpiodoro la razones son dos: porque como los perros ladran a los extraños y hopean a los suyos (λακτοσιν μν πρς τος ξνους σανουσι δ πρς τος οκεους) distinguiendo άξιοι y νάξιοι y siendo παρρησιαστικς κα λεγκτικός; o bien porque rechazaban que fuera mejor lo bueno por convención que lo bueno por naturaleza (ρνομενοι κρεττον εναι τ θσει καλν το φσει καλο)[11]. El perro, dice Temistio glosando a Platón, conoce a los amigos por el hábito de verlos (cani enim per videndi consuetudinem amicos cognoscere datum est); pero al filósofo le es dado el intellectus, que es mejor que los ojos, gracias al cual una vez que discierne al amigo y al enemigo, atrae a uno y aleja al otro, no para morderlo regodeándose en la ira, sino para corregirlo amonestándolo y curándolo, porque lo muerde para arrancarle los vicios[12]. De manera que el cínico es una especie de híbrido entre perro y filósofo, si bien todo filósofo es originalmente un perro-intelectual. El cínico muerde como un perro, pero para llegar a filósofo debe a continuación usar el mordiscón de enseñanza sanadora. De lo contrario será κύων, o en todo caso κυνικός; pero no Κυνικός (perro o bien perruno, pero no filósofo cínico).

     Finalmente asoma por ahí el testimonio de Eudocia, que trata apenas de Diógenes y alega que fue llamado cínico sólo porque imitaba a los perros en lo discernidor y cuidador y así vigilaba los dogmas de la filosofía y separaba a los adecuados e inadecuados para la filosofía[13]. Acá uno se preguntaría qué δγματα custodiaban Diógenes y los cínicos, si los suyos o los de la filosofía, ya que si el cinismo no tenía dogmas propios hay que estimar que velaba o por los de otras filosofías o por los inherentes a la filosofía en general. Lo cierto es que estas conceptualizaciones evidentemente se remontan al origen del cinismo, pero no dejan de contener elementos acaso extemporáneos. Primero la idea, en auge desde la segunda sofística y mantenida por los neoplatónicos, de que la filosofía es una, casi se diría una corporación, fraccionada en segunda instancia en escuelas y particulares; y por otro lado la idea de que los cínicos son más que nada filósofos prácticos articulados sobre un estilo o forma de vida más que sobre un andamiaje de principios dogmáticos. Razones por las cuales el cínico aparece más como un vigilante de la filosofía que como adepto a un tipo de filosofía disidente y enfrentada a las otras. Dejan de algún modo al cínico como un perro con correa, aunque ese lazo sea finalmente socrático y la correa una atadura a la virtud.

     En la Ilíada Homero deja ver a los perros no solamente como desvergonzados sino como necrófagos y antropófagos, capaces de profanar un cadáver insepulto después de una batalla, despedazarlo y tragárselo. Este lado oscuro del can parece haber sido elaborado a conciencia por Diógenes en su República o algunos otros textos, a lo que se agregan varios testimonios de su desprecio por el entierro de los muertos y los ritos funerarios, sin contar que el vínculo de los perros con la muerte –cuyo ejemplo tradicional es Cerbero– queda a la vista en la figura de Menipo, aquel correo del inframundo. Por la inversa, Homero en la Odisea nos muestra a Argos, el viejo pichicho fiel de Ulises que fue el único que pudo descubrir la verdadera identidad del amo cuando regresó a Ítaca, que gracias a sus cualidades caninas fue capaz de distinguir al rey detrás del disfraz de mendigo, un perro caracterizado al contrario por la fidelidad, la amistad, la nobleza y el reconocimiento. En la tradición griega Argos es ejemplo no sólo de la lealtad sino de esa perspicacia sobrehumana a la que debería tender el filósofo, ya que no pudo ser engañado por el más astuto de todos, aun asistido por los dones sobrenaturales de la divinidad: su olfato lo hizo indemne al ocultamiento de la realidad, tal como debe permanecer el cínico ante el τφος que ofusca y ciega a los hombres. En su República Platón intenta armonizar estas dos facetas contradictorias de la naturaleza canina con la equiparación que lleva a cabo entre los perros de raza y los guardianes (φύλακες) filósofos, a los que pretende educar a imagen y semejanza del perro, trasladando de este modo la cinegética (κυνηγετικ), arte de criar y cuidar perros –además de arte de la caza–, al plano de la biopolítica, zoopolítica antropotécnica o ingeniería social. Allí Sócrates, a quien además Platón muestra una y otra vez en sus diálogos jurando por el perro[14], no duda en sostener que este animal es un filósofo, dada su capacidad de distinguir (διακρίνειν) y separar (ρίζειν) al conocido (γνώριμος) y al que frecuenta (συνήθης) del que es desconocido (γνωτος), y reconocer (καταμανθάνειν) al amigo e ignorar (γνόειν) al enemigo, es decir a lo propio, lo familiar o lo de casa (οκεον) de lo extraño (λλότριον). El perro es descrito como φιλομαθς y φιλόσοφος, amigo del aprendizaje y la sabiduría, tal como debe ser el guardián, quien puede distinguir entre lo que es y lo que parece ser.

     Efectivamente cuando Sócrates, en medio del libro II de la República, se propone determinar las cualidades y naturalezas apropiadas del guardián de la ciudad (ποαι φύσεις πιτήδειαι ες πόλεως φυλακήν), parte considerando que la naturaleza de un cachorro puro o de raza (γενναίου σκύλακος) y la de un joven guardián noble (φυλακν νεανίσκου εγενος) no difieren, pues ambos poseen cualidades físicas como agudeza perceptiva, agilidad y fuerza (ασθησιν κα λαφρν κα σχυρόν) y psíquicas como valentía (νδρεόν) para luchar bien (ε μαχεται) y temperamento o fogosidad (θυμός). Los guardianes deben tener por lo tanto determinadas características por naturaleza, es decir innatas, pero a la vez deben ser educados, adiestrados a través de una παιδεία para evitar que se vuelvan salvajes (γριοι) entre sí y frente al resto de ciudadanos, porque es menester que sean mansos (πράοι) con los propios (οκεοι) y feroces (χαλεπο) con los enemigos (πολέμιοι). Para llegar al φύλαξ γαθός, al buen guardián, se necesita así de un carácter (θος) que sea a la vez manso y feroz (προν κα μεγαλόθυμον), es decir que contenga en sí mismo dos naturalezas opuestas. Sócrates argumenta que la conciliación de ambos rasgos antitéticos no es antinatural o παρ φύσιν, ya que están a la vista en el θος o comportamiento por naturaleza de los perros de raza, que no es otro que ser mansísimos con los conocidos y lo contrario con los desconocidos, capacidad de distinción que convierte al can puro en φιλομαθς. El guardián además de temperamental o θυμοειδής deberá ser filósofo por naturaleza (φιλόσοφος τν φύσιν), y Sócrates observa que algo admirable en la naturaleza de los perros es una condición o modo de ser (πάθος) al que juzga como refinado o sutil (κομψόν) y auténticamente filosófico (ς ληθς φιλόσοφον): que se enfurecen al ver a un desconocido, aunque este no les haya hecho antes ningún daño, y se alegran al ver a un conocido, aunque no le haya hecho ningún bien jamás. Por lo tanto el perfecto guardián de la ciudad (φύλαξ πόλεως καλς κγαθός) debe ser por naturaleza amigo del conocimiento, animoso, expeditivo y fuerte (φιλόσοφος κα θυμοειδς κα ταχς κα σχυρός) y para ello la παιδεία que debe recibir es la gimnasia para el cuerpo y la música para el alma (π σώμασι γυμναστική y π ψυχ μουσική)[15], a los fines de que respete a los dioses y se aproxime a lo divino en la medida en que es posible a un hombre, dentro por cierto de un plan de reforma cultural que implicaba una considerable revisión de las tradiciones y en particular del criterio sobre lo divino. El filósofo-vigilante símil perro debe recibir un entrenamiento físico, como bien proponían los cínicos, y funcionar de alguna manera κατ φύσιν, como dirían los cínicos, ya que para realizar el oficio que lo define debe ser instruido según la naturaleza perruna, es decir la de este lobo domesticado que se diferencia del lobo salvaje cuya versión humana es Trasímaco[16]. La domesticidad del perro hace posible tal costado noble, la mansedumbre (πραότης).

     Por lo demás esto no desafina del todo con algunas expresiones al paso atribuidas a Diógenes, quien describe a la vida del perro propiamente dicho como natural y auténtica (βου φυσικο κα ληθος) y a los lobos como los animales más malos y dañosos, a los que compara con Alejandro por su ignorancia (μαθία)[17]. Pero ahí Diógenes se refiere al perro en general y el can platónico no es uno cualquiera sino un pura raza (γενναίων κυνν), el producto de una intervención eugenésica de la técnica o ingeniería humana. Tanto en los aspectos corporales, la rapidez y la fuerza, como en los anímicos, el ser φοβος o audaz y θυμοειδής, irascible, inquieto, valiente o aminado, el perro de Platón se asemeja al de Diógenes; pero el último entrena el físico no para que la ciudad sea autosuficiente sino para serlo él, además de que su carácter de φιλομαθς fue discutido al punto de que según numerosas interpretaciones el cínico sería al contrario un rotundo μαθής. Y desde luego, al configurar a este filósofo adiestrado, Platón elude tenérselas que ver con esos otros elementos nocivos del canino que remiten a la ναίδεια y la διαφορία, reseñados por los escoliastas aristotélicos para graficar a los cínicos, quienes pudieron llegar a ser mucho más tarde indultados como guardianes de la filosofía, pero que nunca serían aptos para ejercer la policía filosófica de la ciudad ideal platónica. Según cuál sea la fuente las características de sendos filósofos-perros serán más o menos parecidas o disímiles. Evidentemente la doble naturaleza no es ajena en lo más mínimo al cínico –que aparte de manso y feroz es serio y jocoso, sabio e ignorante y demás duplicidades–; pero se trata de una cualidad canina que, si bien puede destacar en el amaestrado, no está ausente en el perro callejero.

     La otra hipótesis sobre la procedencia del mote de la secta, con menos crédito hoy, fue referida antes por Diógenes Laercio y más tarde refrendada por la Suda bizantina, e indica que recibieron el nombre porque Antístenes –que para Laercio incluso ya era llamado Perro (πλοκύων)– discurría en el gimnasio del Κυνόσαργες (algo así como Rapiperro), santuario consagrado a Heracles y frecuentado por bastardos[18]. Puede que el socrático recogiera el apodo por el lugar en el que solía charlar, aunque los expertos tienden a creer que le fue endosado de manera póstuma y retroactiva. A lo largo de la Antigüedad no faltarán quienes llamen a Antístenes como el Perro e incluso el Cínico, y si bien abundan los testimonios que lo señalan como antecesor o cínico propiamente dicho, otros tantos como Aulo Gelio, Eusebio o Agustín lo mencionan como socrático –y Jerónimo y Ateneo en todo caso como socrático ex sofista. Es curioso que Jenofonte diga que cuando Antístenes se dedicaba a hacer de celestino entre los enamorados de la filosofía –conectando entre otros a Calias con los sofistas Pródico e Hipias– lograba hacer que todo el grupo socrático se comportara como los perros que se andan buscando siguiéndose el rastro: «enamorados por tus palabras andábamos correteando a lo perro (κυνοδρομέω) persiguiéndonos unos a otros» –le espeta Sócrates[19]. No sería raro que Platón, cuando fijó el rol de los guardianes, tuviera en mente el ejemplo de Antístenes, que por lo que cuenta Jenofonte era amable con los propios, y por lo que se sabe por fuentes varias bastante arisco con los extraños, y que además urdió su filosofía en esos términos, lo propio y lo ajeno, lo de casa y lo no. Fuera de esto no hay mayor información que lo vincule con los caninos propiamente dichos, salvo que escribió un libro Sobre Odiseo y Penélope y sobre el perro[20]y salvo un aserto suyo que indicaría que los πόνοι, es decir los trabajos duros o penurias que más tarde serían base del ascetismo cínico, se parecían a los perros, porque ambos muerden o corroen a los que no están acostumbrados (συνθεις)[21]. De Antístenes a Diógenes podría haber un salto metonímico: para uno los esfuerzos se parecían al perro y para el otro el mismo filósofo. Un filósofo cuya filosofía hacía del esfuerzo su eje.

     Lo cierto es que la Suda establece rotundamente que el primero en ser llamado Perro fue Diógenes[22], este sí dueño de una mentalidad animalesca (θηριωδστατα φρονεν), como dijo Eusebio de Cesarea[23], y es así de hecho como en general es mencionado y reconocido a lo largo de la Antigüedad, no menos como Diógenes el Perro (Διογένης Κων) que como Diógenes el Cínico (Διογένης Κυνικός). Las anécdotas que lo vinculan a los perros son innumerables y varias muestran cómo los vecinos intentaban burlarse de él en tanto que perro, y cómo salía airoso demostrando serlo a buena honra[24], e incluso dejando a los demás como verdaderos perros –que así procedió con Platón[25]. En efecto, no dudaba jamás en presentarse él mismo como el Perro[26]y sin ir más lejos es así como se presenta ante Alejandro (¡Yo soy Diógenes, el Perro![27]) y así se dice que lo calificó Platón despectivamente[28]–además de como loco– exigiéndole sin suerte que escuche sus profundas palabras. Políxeno el Dialéctico llegó a indignarse por cómo lo habían bautizado y el impávido Diógenes le contestó que en verdad Diógenes era su apodo (παρώνυμος) y Perro su nombre, porque él efectivamente era un perro (Διογνης γρ μο στι παρνυμον˙ εμ δ κων), aunque de raza pura y guardián de los amigos (γενναων κα φυλαττντων τος φλους)[29]. No quería parecer un perro, quería serlo. Y con esa excusa se justificó cuando le preguntaron por qué no se bañaba.[30]

     En la carta al padre, Diógenes le pide que tome coraje y no se aflija porque lo hayan declarado perro, porque ese nombre es un distintivo honorífico, un emblema glorioso (σμβολον νδοξoν) que lo distingue por no estar atado a las cosas, a los irrelevantes affaires de los homúnculos, ya que se liberó de la fama (λεθερος δ στι δξης) que esclaviza a griegos y bárbaros y es llamado perro del cielo y no de la tierra (καλομαι γρ κων ορανο, οχ γς), porque no vive según la δξα sino según la φύσις, bajo tutela de Zeus y consagrado al bien y no al vecino[31]. Esta carta, que bien vale la de Kafka y que podría figurar un envío póstumo de hijo a padre muertos, prueba además que el desprecio de la fama lo condujo a la gloria, que el rechazo de la δξα terrenal lo condujo a la δξα cerúlea y que como Perro llegó a hacerse de un nombre (νομα). Porque los cínicos convertirán al insulto y la mueca despectiva en una paradójica nombradía. Diógenes, teniendo semejante nombre propio, que significaba nacido de Dios, dio vuelta las cosas y llegó a lo divino por el apelativo degradante, ya que como le dice al padre, es el perro el que se relaciona con los diosesων στ πρς θεν), o como esgrime en otra carta sólo el perro, a fuer de virtud, puede llegar a ser hijo de Zeus –a saber, del padre de los hombres y los dioses (πατρα νδρν τε θεν)[32]. Διογνης necesitó, por la vía regia del ninguneo, ser llamado perro para ser propiamente διογενής, surgido, ordenado y sostenido por Dios.[33]

     Obviamente convertirse al cinismo no era moco de pavo, no sólo por los esfuerzos físicos y mentales que exigía o el desprendimiento de todos los bienes, sino porque era ingresar a una secta vilipendiada por todo hijo de buen vecino y tomada para el churrete desde el nombre mismo. Era un trampolín a la impopularidad y la infamia. Hay que aprender a hacer de la estigmatización social un trofeo de guerra. En vistas a semejante fortalecimiento, ser bautizado con el genérico perro era un impulso poderoso para aprender a despreciar a las palabras cuando no tocan los hechos ni son otra cosa que un vehículo de la δόξα. Así que al maestro le tocaba hacer de tónico energizante para dar coraje a los novatos. Por eso se verá a Diógenes alentando a Metrocles a seguir adelante aunque lo llamen perro por su género de vida[34], o a Crates exhortando a la muchachada cínica y pidiéndoles que no le teman al nombre (νομα)[35]. Mientras le tengas miedo al nombre de perro así voy a llamarte, le dice Crates al joven Metrocles[36]. Si uno no se enoja porque lo llamen malo siendo bueno, tampoco hay motivo para enfurecer por estas otras palabras que después de todo son sólo sombras (σκια)[37]. A nuestra filosofía, le dice a Hiparquia, la llamaron cínica no por ser indiferentes a todo, sino por aguantar con perseverancia lo que a los otros les resulta insoportable por ser blandos o por razones de fama (τ λλοις δι μαλακαν δξαν νυπομνητα)[38]. Crates, al tomar la posta de Diógenes, se hace cargo del sambenito con toda hidalguía: «Cínica es la filosofía diogénica –dice–, y perro es el que se sacrifica trabajando por ella» ( μν κυνικ φιλοσοφα στν Διογνειος, δ κων κατ τατην πονν).[39]

     Ahora, si bien la identidad de Diógenes como perro era firme, como había muchos tipos de perros con características dispares, Diógenes podía elastizar su ética y refrendarse según cada raza perruna de acuerdo a las circunstancias: hacerse πολύτροπος, es decir versátil, una condición extraída de Odiseo que Antístenes había teorizado y defendido y que sería motivo de cierta polémica en el seno de la secta[40]. Así fue que dijo que cuando estaba muerto de hambre se volvía un Μελιταος, un dulce maltés faldero, y cuando ya estaba saciado se convertía en un Μολοττικς, un mastín moloso, perro de gran musculatura y fuerte mordida al que la gente elogiaba y sin embargo no empleaba en la cacería, por ser tan infatigable como él y abrumar de tal suerte a los dueños (y de hecho consta que no eran usados como perros de caza sino como guardianes y de pastoreo)[41]. Se entiende que Platón haya querido solucionar tamaña bipolaridad o esquizofrenia de ser toy y dogo a la vez en su República, donde los perros guardianes pasan de parásitos a oficiales al servicio del Estado. Ciertamente las actividades caninas básicas del cínico, ladrar (λακτέω), hopear (σανω), morder (δάκνω), revestían interpretaciones múltiples que van de un extremo a otro. Dado que el cínico dependía de las limosnas, vemos que no simplemente se trataba de hacer una u otra cosa de acuerdo a si el destinatario era o no amigo de la filosofía. Laercio asegura que cuando le preguntaron a Diógenes qué hacía para que lo llamaran perro (τ ποιν κων καλεται), respondió que movía el rabo a los que le daban, ladraba a los que no y mordía a los pérfidos[42], de lo que podría inferirse que el morder cumplía un rol ético, pero el ladrar y el hopear estaban constreñidos por la dependencia económica. Este último Diógenes picaresco y lumpen, en vez de ser feroz con los desconocidos y manso con los conocidos, es maltés para comer y moloso una vez comido y al menos en parte un mercenario que adecúa sus afectos según pitanzas. En el otro extremo se ubica el testimonio que ofrece Estobeo, quien lo pone afirmando que los demás perros mordían a los enemigos pero él mordía a los amigos, aunque para salvarlos, curarlos o protegerlos[43], lo que es ir bastante más allá de la condición canina ora natural o platónica. Pero además de las susodichas virtudes descritas por los comentaristas aristotélicos, el perro tiene un lado oscuro. Ateneo, que reconoce la consabida parte buena, detalla este otro costado propio de quienes imitando la vida del perro (κυνικν βον μιμουμνοις) no distinguen ni sirven a los suyos y llevan un modo de vida mísero y desnudo (ταλαιπρου κα γυμνο τν βον), pero en la pereza y la displicencia (ργς κα φυλκτως ζτε), dado que no se ejercitan en la vida esforzada sino en la meramente perruna, tal como le recrimina el personaje Mírtilo a su interlocutor Teodoro, un líder cínico que como el mismo Diógenes prefería ser llamado por su apodo Perrero (Κύνουλκος) que por su nombre de pila. Se les reprocha más bien haber abandonado la σκησις en pro del καρτερικν βον por un ordinario κυνικν βον, el entrenamiento de la fortaleza por la inercia de un simple y canino dejarse estar. El perro, escribe Ateneo, es admirable por ser el más extraordinario como φυλακή y οκουρός, como custodio y casero –no sólo en el sentido de hogareño sino en el de encargado de cuidar de la casa–, tarea que desempeña al servicio de los hombres en general y en particular de los hombres de bien; pero a estos otros los describe como insolentes (λοίδοροι), voraces (παμφγοι), maledicentes (κακολγοι) y glotones (βορο)[44], más cercanos por ende a los perros homéricos de la Ilíada. Tal es la imagen negativa que en general iba a imponerse sobre los cínicos durante la etapa romana. Ateneo los describe como νοικοι κα νστιοι, es decir sin casa, cuando no sin patria o sin templo. Sin embargo los cínicos fueron siempre y desde un principio filósofos en situación de calle y en cierta forma apátridas impíos, al menos en lo tocante a la ciudad y la religión de acuerdo al derecho positivo y las costumbres (κατ νόμον). El hogar, la legalidad y los dioses de los que cuidaban eran los de la filosofía –los de la cínica al menos–; de manera que esta condena tomaba la forma de una expulsión integral de la filosofía. Convertía a estos cimarrones –por decirlo más o menos a la freudiana– en cínicos siniestros.

     Platón en su ciudad le da un cargo policíaco y subalterno al filósofo cínico –es decir, en este caso, al puntualmente perruno–, tal como parece que la filosofía cínica, al menos con Onesícrito, debía cumplir tiempo después alguna función dentro del orden panhelénico alejandrino; pero en la tradición cínico-estoica la equivalencia que se plantea no es la del perro y el guardián filosófico sino la del perro y el sabio, ya que se repite aquende y allende que es el sabio quien debe comportarse como perro. En medio de los vaivenes dialogales del libro III de la República Platón ciertamente afina el lápiz y decide angostar el término φύλακες, restringiéndolo ahora a los encargados de cuidar que los enemigos foráneos no hagan mal y los amigos internos no quieran hacerlo, con lo que convierte a los jóvenes que antes había comparado con los perritos en ayudantes y asistentes (πίκουροι κα βοηθοί). De esta manera los cachorros filosóficos de golpe pasan a ser apenas ruedas de auxilio de los δόγματα de los gobernantes o ρχοντες[45]. Ya que dichos auxiliares tienen que consagrarse por entero a ser operarios de la libertad de la ciudad, no pueden realizar otro oficio paralelo, por lo que van a recibir de parte del resto de los ciudadanos en pago por su vigilancia un salario (μισθός) que les permita cubrir la alimentación básica (σιτία) para poder vivir durante un año sin que les sobre ni falte nada. Serán por lo tanto ayudantes asalariados (πίκουροι μισθωτοί)[46], dado que Platón considera que la pobreza (πενία) es tan nociva como la riqueza (πλοτος), en la medida en que inducen por igual a las novedades, como decir a la revolución: una por servilismo y malas prácticas o mezquindad y vileza (νελευθερία κα κακοεργία) y la otra por desenfreno o molicie y pereza u ociosidad (τρυφή κα ργία)[47]. Es por eso que, lejos de lo que sucedía con los cínicos, Platón les asigna una casa, vale decir un οκος, aunque menos propio que público y abierto a todo el mundo, y una cierta οσία, un puñado de bienes personales de primera necesidad que serán sus únicas pertenencias, salvo el cuerpo, en tanto que deberán alimentarse en los comederos comunes (συσσίτια) como los soldados en campaña, consumir de manera comunitaria, y se les prohibirá hacer viajes de placer, vincularse con hetairas, adornarse con oro y plata, beber en vasos confeccionados con dichos metales, introducirse en residencias en las que pululen y ni siquiera tocarlos, todo para evitar el odio y las conspiraciones y que deriven en enemigos del resto de los ciudadanos y en déspotas (δεσπόται)[48]. Se advertirá que algunos de estos detalles evocan ciertas anécdotas cínicas y habrá que notar también que para alcanzar el objetivo de la felicidad del Estado, tanto auxiliares como guardianes serán forzados o persuadidos (ναγκαστέον ποιεν κα πειστέον) a ser los mejores en su trabajo y educados, tal como el resto de los ciudadanos, ya no con el mal mentir y los falsos mitos sino con la famosa noble mentira (γενναον ψεδος), como aquella que rezará que todos son hermanos e hijos de la tierra o la leyenda del dios que puso el alma de oro en los idóneos para gobernar, la plateada en los auxiliares y la de hierro y bronce en los campesinos y artesanos[49]. Como lo más terrible y vergonzoso para un pastor (ποιμήν), escribe Platón, sería alimentar a perros guardianes del rebaño (τρέφειν κύνας πικούρους ποιμνίων) que por desenfreno, hambre o mal comportamiento (κολασίας λιμο τινος λλου κακο θους) dañen a las ovejas y se parezcan más a lobos que a perros, menester será vigilar (φυλακτέον) a los πίκουροι a fin de que no se transformen en amos salvajes (δεσπόταις γρίοις)[50]. De este modo tenemos que el alma racional corresponde al pastor de la ciudad y la irascible al perro auxiliar, y así como a la segunda corresponde ser aliada y servidora de la primera y armarse en favor de la razón, los auxiliares deben subordinarse a los gobernantes, que no son otros que los pastores de la ciudad, ya que compete mandar (ρχειν) a la parte racional, que es la única sabia[51]. Y ciertamente no imaginaríamos un Diógenes decidido de buen grado a ascender de contrastador de plata, como era en Sinope, apenas a vigilante con alma de plata, y menos a este experto en mandar a los hombres sometido al control y pastoreo de Platón, sus doctrinas y mitos nobiliarios, en carácter de asistente remunerado, como parte de una patrulla militarizada, exonerado de su pobreza autodidacta, residiendo en un departamento compartido –e incluso imposibilitado de viajar por la Hélade y visitar a su gratuita Laide. Pero sí es claro que, de algún modo, este es un papel de secundón no muy diferente del que se intentó ofrecer a los cínicos ya no en la ciudad-Estado conceptual, pero sí en la filosofía bajo el régimen imperial realmente existente. Para Diógenes, además y como se vio, sólo el perro, y por lo tanto no el pastor, se relaciona con los dioses y puede llegar a ser a fuerza de virtud hijo de Zeus.

     Queda visto que no sólo fue el vulgo transeúnte quien motejó a Diógenes de perro; se dijo que también Platón lo llamó así y lo hizo por cierto al ver que mientras departía, Diógenes le prestaba poca atención y no escuchaba u obedecía sus palabras, comportándose por ende de una forma opuesta a la que cabría esperar de un auxiliar o pura raza ante su amo o sabio instructor[52]. Tal como para algunos la República diogénica sería una parodia de la platoniana, se ha pretendido incluso que el perro-filósofo colocado en escena por Platón podría haber sido una broma o ironía dirigida a los cínicos (lo que supondría la existencia de cínicos antistenianos o una fama temprana de Diógenes y su grupo). ¿De dónde sale la asociación del filósofo o el sabio con el perro? Las ideas que Platón pone en boca de Sócrates pueden ser platonianas, pero la cuestión debe de haber sido sugerida por Sócrates y quizá trabajada por Antístenes. Aunque Aristóteles llamó antisténicos (οἱ Ἀντισθένειοι) a los seguidores del socrático del puerto[53], no hay por qué descartar de cuajo que también fueran en su momento apodados cínicos al menos por frecuentar el Cinosargo. ¿Por qué no pensar que Diógenes, experto en reacuñar y en reconvertir las afrentas en pabellón, redefiniera un alias quizá circunstancial o secundario y le diera otro sustento más sólido y acorde a su programa extremo? No se trata de que Antístenes haya fundado el cinismo sino apenas de la verosimilitud de que Diógenes o sus voceros, como Crates y entorno, en la medida en que se reclamaban de algún modo deudores de su legado, se hayan visto precedidos por este apodo y lo hayan reconvertido en una época en la cual hay que estimar que ya no sobrevivía ningún núcleo antisteniano y Diógenes y sus afluentes ya nada tenían que hacer en un predio destinado a los atenienses bastardos de madre extranjera, cosa que no era ninguno de los líderes hoy conocidos de esos grupos. Platón teorizó –si se le puede llamar teorización– sobre la relación del perro y el filósofo posiblemente para redefinir una asociación ya existente entre ambos que podría haber provenido de Antístenes (quien de acuerdo a Laercio escribió una obra que parece haber referido a Argos, el can de Odiseo), pero seguramente no de un Diógenes todavía joven e ignoto. Cuando Diógenes habría comenzado a operar sobre el concepto de perro la República platónica y su filósofo-perro-guardián debían de estar en plena boga y hay que estimar que montado sobre esta ola le interesara mucho más definirse como perro o perruno que como antisténico. En este contexto conjetural no hay que creer en las versiones simpáticas que ubican el origen de la denominación en una burla generalizada a la forma de vida de Diógenes y adeptos, más bien hay que imaginar a Diógenes como el creador de un concepto y de un personaje conceptual que o bien habría surgido solamente al interior de su estrategia de parodización del platonismo o bien a la vez como un reclamo de linaje antisteniano reconvertido de acuerdo a las necesidades del antiplatonismo posterior a la República. Según Temistio, que emparenta a ambos perros, el filósofo canino una vez que distingue amigo de enemigo, muerde con el propósito bienhechor de corregir y sacar a la luz las faltas ocultas, y por el Diógenes de Estobeo queda claro que es el amigo a quien hay que morder, e incluso la versión del Gnomologium Vaticanum, en la que Diógenes acepta ser como el platónico un γενναίων o perro de raza, parece dar a entender que su misión está lejos de ser la custodia de los propios en defensa de las posibles agresiones externas sino propiamente el vigilar a los mismos amigos (φυλαττόντων τοὺς φίλους)[54]. El Diógenes moloso de Laercio, que era el Diógenes ya alimentado, no estaba a gusto en el papel típico de esta raza, que era el de guardián, y declaraba que la gente no podía convivir con él por miedo a las penas que les infligía en virtud de su temple esforzado e infatigable, de la misma manera que no salían de caza con un moloso por no poderle seguir el training[55]. La mansedumbre y la fiereza en Diógenes se convierten en la dualidad de ser maltés y moloso, y si las fiestas y ladridos quedan atados a la manutención, la mordida en cambio se dirige al mal encarnado en el malvado (πονηρός) de entre los amigos; de manera que él es menos un centinela que un policía o un celador, ya que ante el ataque externo, como el sufrido por los corintos de parte de Filipo, no hace otra cosa que girar inútilmente el tonel o en todo caso infiltrarse en el campamento macedonio en carácter de espía –pero de espía de la insaciabilidad de Filipo y no de espía corinto–, para acabar al final en más que buenos términos con el invasor, quien iría a visitarlo antes de preparar la campaña contra los persas. Y no es lo mismo ser un perro avizor que un espía, un φύλαξ que un κατάσκοπος, otro rol típicamente cínico con base en Antístenes[56]. Claro que Diógenes no es un vigilante de la ciudad ideal de Platón y ni siquiera ejerce en su propia ciudad de origen, ya que es un extranjero deportado o fugitivo que se arroga este papel aparentemente por propia iniciativa o en nombre de la filosofía y no autorizado por un gobernante, ni de turno ni dispuesto por los edictos literarios del mismo y divino Platón. Por eso este filósofo-perro aparecerá en escena entrando en conflicto jurisdiccional con los φύλακες o guardianes oficiales que se lo encuentran en medio del ágora echado (κατακειμένου) como un perro, es decir adoptando una postura no impropia del acecho de un perro cuidador, pero más bien propia de un bípedo vago o en estado de ebriedad. Las anécdotas muestran a Diógenes como una suerte de φύλαξ sin jornal, cuentapropista, autodidacta, pordiosero, meteco, callejero y al servicio de una filosofía sin ciudad o sin otras fronteras que el mal o la no-filosofía, aunque los teorizadores externos del cinismo parecen inclinarse por acordonar al cínico a las comisiones y encargos de un modesto ἐπίκουρος. Vemos que el Yo perro (ἐγώ, κύων) de Diógenes es la respuesta a la pregunta sobre quién era (τίς εἴη) y cuando le preguntan ποδαπός –de dónde, dónde nació o de qué tipo– él explica las distintas razas que asume según las circunstancias, con lo que de paso deja ver su carácter de extranjero –de Melite, de Molosia o de Maronea. Pero cuando en este caso los guardianes de los generales (οἱ φύλακες τῶν στρατηγῶν) en la fiesta de Pandemio lo hallaron tumbado, preguntaron ambas cosas, quién era y de dónde (τίς εἴη καὶ ποδαπός), a lo que él repuso ἐγώ, κύων Μολοττικός, que era un perro moloso, es decir guardián, y negó acto siguiente la acusación de estar despreciando la ciudad y las leyes públicas, no sin tratar a los policías de locos (μαίνεσθαι ὑπέλαβον αὐτούς)[57]. Ahora cuando Luciano en Subasta de vidas, después de aclarar que le llaman perro y está domesticado, hace que le pregunten de vuelta de dónde es (ποδαπὸς εἶ), dice esta vez παντοδαπός, de todas partes, y con esto explica a continuación que es ciudadano del cosmos (κόσμου πολίτην)[58]. Se observará que παντοδαπός además es ubicuo u omnipresente y por otro lado variopinto o multiforme, la última una característica opuesta a la divinidad que Platón describe en la República, que jamás toma formas variadas porque es quien menos puede abandonar su propia ἰδέα y de tal suerte permanece simple en su propia forma (ἁπλῶς ἐν τῇ αὑτοῦ μορφῇ), absolutamente simple y veraz en obra y en palabra (ὁ θεὸς ἁπλοῦν καὶ ἀληθὲς ἔν τε ἔργῳ καὶ λόγῳ), tal como cada ciudadano debe ser uno y no múltiple (μὴ πολλοί) ejerciendo la función que le compete como parte de su estrato y para que la ciudad sea una y no múltiple y una y suficiente[59]. He aquí, al margen de la cuestión del universalismo, un doble rasgo de divinidad y heterogeneidad. Diógenes es, efectivamente, polifacético y universal a la vez: el patrón oro y la anomalía, la ley y la excepción. Antistenes fue llamado en algún momento Ἁπλοκύων o perro simple tal vez porque con la irrupción del cachorro de Sinope la doble naturaleza del perro se convirtió en una peligrosa e indescifrable ambivalencia, en una compleja y confusa multiplicidad.




[1] Laercio, I 17.

[2] Temistio, Sobre la virtud p. 44 Sachau (p. 65 Norman).

[3] « Κύων δ τ καπηλεα τ ττικ φιδίτια» (Retórica, 1411a 24)

[4] Laercio, VI 93.

[5] Lactancio, Instituciones divinas III 15, 21; Isidoro de Sevilla, Etimologías VIII 6, 14.

[6] Filón de Alejandría, Sobre el arte de plantar 151.

[7] Carlos García Gual, La secta del perro.

[8] Elías, A las categorías de Aristóteles p. 111.

[9] Amonio, A las categorías de Aristóteles p. 1.

[10] Filópono, A las categorías de Aristóteles p. 1.

[11] Olimpiodoro, A las Categorías de Aristóteles p. 3. En otro escolio agrega: «perro es una vida inquisitiva» (κων στν λεγκτικ ζω) (A Platón, Gorgias, 521a 44, 6).

[12] Temistio, Sobre la virtud p. 44 Sachau (p. 65 Norman); cf., Platón, República II 375e.

[13] «μιμετο τ διακριτικν κα φυλακτικν, κα φλαττε μν τ τς φιλοσοφας δγματα, δικρινε δ τος πιτηδεους κα νεπιτηδεους πρς φιλοσοφαν» (Ps.-Eudocia, Violar 332, p. 239, 11-240, 9)

[14] República 399c, 567d, 592a; Apología 22a; Cármides 172e; Hippias Mayor 287c, 298b; Lisis 211e; Gorgias 461a, 466c, 482b; Crátilo 411b; Fedón 98e; Fedro 228b.

[15] República 374e, 376e.

[16] Cf. Laura Victoria Almandós Mora, Fiero y manso: la figura del perro en la República de Platón.

[17] Ps.-Diógenes, Epístolas 28 y 40.

[18] Laercio, VI 13; Suda s. v. Antístenes.

[19] Jenofonte, Banquete IV 62.

[20] Περ το δυσσέως κα Πηνελόπης κα περ το κυνός (se entendería que Περ το κυνός o Sobre el perro es una obra en sí misma) (Laercio, VI 18).

[21] Gnomologium Vaticanum 743, n. 1. Cf. Platón, República II 375e.

[22] Suda, s. v. Diógenes, n. 1144.

[23] Eusebio de Cesarea, Preparación evangélica XV 13, 8, p. 816 c.

[24] Laercio, VI 45 y VI 61; Apostolio Paremiógrafo, XII 23; Temistio, ibid.

[25] Laercio, VI 61; Gnomologium Vaticanum 743, n. 175; Eliano, Historia varia XIV 33.

[26] Papiro Vindobonense Griego 29946, col. II Gallo.

[27] Laercio, VI 60.

[28] Eliano, Historia varia XIV 33; Laercio, VI 40; Ps.-Eudocia, Violar 332, p. 242, 15-16.

[29] Gnomologium Vaticanum 743, n. 194.

[30] Papiro Vindobonense Griego 29946, col. V Gallo.

[31] «ζν ο κατ δξαν, λλ κατ φσιν λεθερος π τν Δα, ες ατν νατεθεικς τγατν κα οκ ες τν πλησον» (Ps.-Diógenes, Epístola 7)

[32] Ps.-Diógenes, Epístola 41.

[33] Cf., Henry George Liddell, Robert Scott, A Greek-English Lexicon, Oxford, Clarendon Press, 1940.

[34] Ps.-Diógenes, Epístola 44.

[35] Ps.-Crates, Epístola 16.

[36] Id., Epístola 21.

[37] Id., Epístola 16.

[38] Id. Epístola 29.

[39] Id. Epístola 16.

[40] Cf. id., Epístola 19.

[41] Laercio, VI 55. Otra versión más antigua afirma que cuando tenía hambre era un Μαρωνικός –o sea de Maronea, como la esposa y el cuñado de Crates–, cuando no un μελιταος –un no-maltés– y cuando estaba bien comido un Μολοττικς (Papiro Vindobonense Griego 29946, col. II 3a Gallo). Hay quien creyó ver en este papiro extractos de las Anécdotas de Metrocles (cf. J. L. López Cruces, “Sufrir para no sufrir”: un dicho de Diógenes en Estobeo). Martín García dice que μελιταος supone un juego con μελητέος –desinteresado, descuidado o que no se inquieta. Se estimó que en vez de marónico el original dijera lacónico (Λακωνικός) –que eran ágiles perros de caza. De hecho Dión indica que se comparaba con los perros de Laconia ( Διογένης προσεοικέναι τος κυσ τος Λάκωσι), a los que hay que relacionar con el moloso referido por Laercio, ya que dice que la gente se paraba en las ferias a acariciarlos y jugar con ellos, pero en general no los compraban por no saber cómo darles uso (Dión de Prusa, Discursos VIII 11).

[42] Laercio, VI 60.

[43] « Διογνης λεγεν, τι ο μν λλοι κνες τος χθρος δκνουσιν, γ δ τος φλους, να σσω» (Estobeo, III 13, 44)

[44] Ateneo, XIII 611b. El discernimiento entre lo familiar y lo ajeno (πρς τ οκεον κα λλτριον) es para Ateneo un sentido del olfato (ασθσει τε γρ τ κατ' σφρανσιν) (de σφρησις y σφρανομαι, olfatear, percibir el olor –aunque el verbo φράσσω, cercar, usado en los perros puede referir al acto de bajar la cola mostrando sumisión).

[45] «πικούρους τε κα βοηθος τος τν ρχόντων δόγμασιν» (414b)

[46] 395c, 416e, 419a-420a.

[47] 422a.

[48] 416e, 417a-b, 419a-420a, 464c-d.

[49] 421c, 415a.

[50] 416 a-b.

[51] «πικούρους σπερ κύνας θέμεθα πηκόους τν ρχόντων σπερ ποιμένων πόλεως» (cf. 440 d-441e)

[52] Eliano, Historia varia XIV 33.

[53] Retórica 1411 a 24; Metafísica VIII 3, p. 1043 b 4-32.

[54] Gnomologium Vaticanum 743, n. 194.

[55] Laercio, VI 55.

[56] Antístenes escribió un Περ κατασκόπου o Sobre el espía, inspirado quizá en cuestiones vinculadas a Odiseo, y un Ciro o los espías (Κύριος Κατάσκοποι) (Laercio, VI 17-18).

[57] Papiro Vindobonense Griego 29946 col. II 3ª y 4ª.

[58] Subasta de vidas 8.

[59] República, 381 b-382 e y 423 c-d.


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