Está más o menos claro que los cínicos, a
diferencia de los estoicos, académicos, cirenaicos, megáricos, epicúreos y
largo etcétera, no recibieron el mote ni por el nombre del jerarca fundador, ni
por el lugar geográfico de procedencia, ni por el sitio en el que se
congregaban, sino por su forma de vida (εἴδους τῆς ζωῆς),
como escriben Simplicio y Amonio, o su
estilo de vida (τρόπου τῆς ζωῆς), como apunta Elías. Esto ya pone a la vista
una diferencia con el resto de las corrientes filosóficas que dará pábulo a los
intérpretes por toda la Antigüedad. Diógenes Laercio, puesto a explicar las
razones por las que cada escuela recibía su nombre, dice sin más vueltas que a
los cínicos se los llamó así por chiste
(ἀπὸ σκωμμάτων), como una forma de burla[1]. Un perro para un griego antiguo no era lo que para un
espíritu bonancible del siglo XXI, no había Sociedad Sarmiento ni peluquerías
caninas ni una ONU o UNESCO que patrocinaran los Derechos del Animal. Calificar
a alguien de perro (κύων) era lisa y
llanamente un insulto entre los griegos, tal vez más denigrante de lo que puede
serlo a la fecha (García Gual muestra una amplia lista de registros de esa
naturaleza en la literatura griega). Llamarle a alguien κυνικός, perruno, no debía de serlo mucho menos.
Se trataba, con toda probabilidad, de un apodo despectivo puesto por la gente.
Los discriminaban, digamos. Perra (ἡ κύων), igual que ahora, era
una forma de aludir a la mujer pública, la prostituta cuando no a la disoluta,
y en cierta forma el cínico es un hombre público más bien en ese sentido, un
filósofo-puta. No extraña que Diógenes, que hacía del deshonor bandera y
ansiaba monopolizar el desprecio de la élite y la chusma, lo recibiera como un
blasón. Como dice Temistio, un exégeta de la Constantinopla del siglo IV, Diógenes
amaba ese apodo por considerarlo congruente con sus actividades.[2]
Una
frase al pasar de la Retórica de
Aristóteles dice que «el Perro llamaba a
las tabernas “los comedores públicos del Ática”»[3].
Se supone que ese «ὁ Κύων» no era otro que Diógenes,
que por lo visto no merecía ser llamado por su nombre y que, para variar,
estaba cachando a sus prójimos, diciendo a los atenienses que para ellos los
bares eran lo que para los espartanos los comedores comunitarios de los
campamentos y cuarteles. Este es el registro más antiguo, aunque hipotético,
que tenemos del apodo, con toda probabilidad escrito con Diógenes aún en vida. En
cuanto al término κυνικός para referir a un cínico el factible primer registro
se encuentra en la comedia Las mellizas
de Menandro que cita Laercio y alude a su contemporáneo Crates de Tebas
(Κράτητι τῷ κυνικῷ).[4]
Como
dirán después algunos padres cristianos, el cinismo es una imitación (imitatio) de la vida del perro[5].
Antístenes copiaba el ejemplo existencial de Sócrates y Diógenes en principio
el de Antístenes; pero esta posta, demasiado atada a los modales del orden
cívico, no era suficiente, y el patrón universal de la φύσις que fue forjándose
como relevo encontraba dentro de la condición suburbana un solitario modelo en
el que inspirarse, el perro. Filón de Alejandría dijo que perro era una palabra de múltiples significados[6].
García Gual hace un desarrollo, que merece ser trascripto, de lo que por perros podían entender los griegos que
tuvieron que vérselas con Diógenes y adictos: «Aristóteles también calificó a la abeja, como al hombre, de zóon politikón, “animal cívico”. Disciplinadas, organizadas
en comunidad, ejemplarmente laboriosas, las abejas son para algunos pensadores
griegos un paradigma de civilidad. En el otro extremo, sin embargo, está el
perro, pese a que no es una fiera salvaje, sino un compañero fiel del hombre,
doméstico y domesticado. Pero el perro es muy poco gregario, es insolidario con
los suyos, y está dispuesto a traicionar a la especie canina y pasarse del lado
de los humanos, si con ello obtiene ganancias; es agresivo y fiero, o fiel y
cariñoso, según sus relaciones individuales. Vive junto a los hombres, pero
mantiene sus hábitos naturales con total impudor. Es natural como son los
animales, aunque convive en un espacio humanizado. Participa de la
civilización, pero desde el margen de su propia condición de bruto. Uno diría
que comparte con el esclavo –según la versión aristotélica– la capacidad de
captar algo de la razón, del lógos,
en el sentido de que sabe
obedecer las órdenes de su amo, pero no mucho más. Es sufrido, paciente, fiero
con los extraños, y se acostumbra a vivir junto a los humanos, aceptando lo que
le echen para comer. Es familiar y hasta urbano, pero no se oculta para hacer
sus necesidades ni para sus tratos sexuales, roba las carnes de los altares y
se mea en las estatuas de los dioses, sin miramientos. No pretende honores ni
tiene ambiciones. Sencilla vida es la vida de perro»[7].
Perro es el que desecha la comunidad con su propia raza para
irse a acompañar al hombre. La metáfora funciona bien todavía: perro es el
universalista, el internacionalista, el anti-nacional, el que cree que ladra en
pro del Hombre, como aquellos incautos que hicieron una revolución en Francia
pero se colgaron de prepo la injerencia en una entelequia universal a la que
llamaron Humanidad. Los perros traicionan a los otros de la
especie propia y guardan fidelidad a los humanos; pero los cínicos –habrá que
suponer– no se deben a los humanos sino a los dioses y a las bestias –al orden
natural y cósmico. Son también, en nombre de la animalidad y la divinidad,
tránsfugas de la especie a la que pertenecen (aunque estén movidos por una
finalidad benefactora y puedan ser llamados φιλάνθρωποι),
toda vez que la cultura y la civilización no son más que corrupción, mal y
decadencia, degeneración en todo caso. El perro defiende al que le da de comer;
pero se verá que el cínico más bien lo amonesta y le gruñe, quizá porque el que
lo costea no da lo propio sino lo que expropió a la divinidad, a quien sirve el
cínico.
Los
escoliastas de Aristóteles de finales de la Antigüedad, comentando la aludida
referencia al Perro, salieron a
explicar cómo vino la mano. Los cínicos, dijeron, tenían en común con los
perros la desvergüenza, el carácter guardián y la capacidad de discernir entre
el amigo y el enemigo, porque ladraban a los ajenos a la filosofía y movían la
cola a los amigos de la misma, ya que como el propio Platón tuvo que admitir «también el perro tiene algo de filósofo».
Comían, bebían y demás dice uno de ellos –demás acá son las famosas escenas de
sexo explícito– y consideraban que lo bueno lo era por naturaleza y no por
convención. Fuera de la indiferencia
(ἀδιαφορία)
y la desvergüenza (ἀναίδεια),
presentadas no como un gesto desafiante sino como un rasgo de fidelidad al
orden natural, llaman la atención los otros atributos perrunos. Son defensores,
cuidadores, velan y vigilan, y además parece que aplican un método de la
división prefundamental: el perro propiamente dicho distingue amigos de
enemigos, y el cínico entre amigos y enemigos de la filosofía. Olfato racional
para diferenciar al amo del otro del amo.
El
neoplatónico Elías ofrece la explicación más desarrollada sobre este asunto
ubicando cinco motivos[8].
Los primeros competen a dos categorías primordiales del cinismo, la ἀδιαφορία
y la ἀναίδεια,
y los tres restantes atañen al carácter de filósofos y al rol cínico dentro de
la filosofía. A saber: el primero por la
vida indiferente (τὸ ἀδιάφορον
τοῦ ζῴου), practicada al igual que la de los perros
(ἐπετήδευον ὡς οἱ κύνες);
el segundo porque practicaban la
desvergüenza (ἐπετήδευον
τὴν ἀναίδειαν)
y el perro es un animal desvergonzado
(ἀναιδὲς ζῷον ὁ κύων);
el tercero porque el perro es un animal
guardián (φρουρητικὸν ζῷον ὁ κύων) y ellos cuidaban celosamente sus principios filosóficos dando pruebas concretas
(ἐφρούρουν δὲ καὶ αὐτοὶ τὰ δόγματα τῆς φιλοσοφίας διὰ τῶν ἀποδείξεων); el cuarto porque el perro es un animal discernidor (διακριτικὸν ζῷον ὁ κύων)
que distingue al amigo del extraño, y los cínicos consideraban amigo al que es
apto para la filosofía y rechazaban a los ineptos ladrándoles como perros.
Los
cínicos, como los perros, sigue Elías, lo hacían todo en público (δημόσιος), comían, dormían y tenían sexo en la calle
con indiferencia y sin vergüenza, practicando una ἀναίδεια
superior a la αἰδώς y
una ἀδιαφορία
basada en aspirar al bien por la
naturaleza (τοῦ φύσει
καλοῦ ὀρεγόμενοι),
porque sostenían que si algo es bueno
debe llevarse a cabo lo mismo en público que en privado (κοινῇ καὶ ἰδίᾳ) y si no es bueno ni en público ni en privado (οὔτε κοινῇ οὔτε ἰδίᾳ). El
tercer ítem distingue el carácter básicamente operativo del cínico, que es
φρουρός, guardián, observador. De esta manera tenemos que eran algo así como el
brazo armado de la filosofía, que su papel es básicamente policial y vigilante:
mano de obra, custodios, fuerza de choque o recursos humanos, ejército
industrial de reserva. El cuarto punto, el ser διακριτικός, toca al carácter
eminentemente racional del cínico: el λόγος cínico es como una razón natural,
un instinto crítico, separativo y abstracto, un λόγος elemental pero perspicaz
e incisivo gracias al cual puede actuar de escolta y cuida de la filosofía. El
perro distingue al amigo del extraño porque al amigo lo conoce y al extraño no
(γνώσει καὶ ἀγνοίᾳ τὸ φίλον καὶ τὸ ἀλλότριον ὁρίζον);
posee como ὁρίζω, como procedimiento divisorio, una γνῶσις,
un conocer que en rigor es reconocer y que le permite distinguir lo real de lo
aparente –por eso reconoce al amigo aunque lleve un garrote y al enemigo aunque
venga con un señuelo. Del mismo modo que el perro, el cínico distingue a los aptos para la filosofía (ἐπιτηδείους πρὸς
φιλοσοφίαν)
como amigos y a los ineptos (ἀνεπιτήδειοι)
los expulsa a ladridos. En el quinto motivo que encuentra Elías saca a lucir al
Gorgias de Platón, donde se dice que
el perro posee una cierta sabiduría que
es la de distinguir al amigo del enemigo (ἔχει
τινὰ σοφίαν ὁ κύων
διακρίνειν φίλον ἀπὸ ἐχθροῦ) y distinguir la verdad de la falsedad es
aquello que solamente es propio del filósofo (καὶ τὸ διακρίνειν δὲ ἀλήθειαν
καὶ ψεῦδος μόνου
φιλοσόφου).
Tomándose a pecho a Platón, se despeja la idea de que el cínico es más bien un
proto-filósofo, al que menos que concernirle la elevada distinción entre verdad
y no-verdad le toca operar en el vestíbulo de la filosofía, ladrar en la puerta
como los perros, llevar adelante esa razia previa para extraer al personal del
montón. En definitiva para el cínico, como crítico anti-críptico que es, todo
debe hacerse a la luz, nada puede quedar oculto, porque la naturaleza no
esconde nada, todo lo expone. Sin embargo, a la vez que disuelve esa primordial
división social y cultural entre lo común y lo propio, que correspondería al
orden del νόμος, a paso seguido reelabora otra partición que atañe al λόγος y a
la φύσις,
entre lo familiar-amical y lo enemigo-ajeno-extraño. Repone un hogar comunal
frente a un hogar propietario con una refundación filosófica, aretaica.
Otros
parafraseadores del fragmento aristotélico dan una versión similar, aunque
menos abundante. Amonio mantiene un mismo esquema: el cínico recibe su nombre
por ser franco e inquisitivo
(παρρησιαστικός καὶ ἐλεγκτικός)
y ser capaz de discernir lo familiar de
lo extraño (ὁ κύων ἔχει τὸ
διακριτικὸν τῶν οἰκείων ἀπὸ τῶν ἀλλοτρίων)
para despejar en la filosofía al digno
(ἄξιος)
del indigno (ἀνάξιος)[9].
Filópono mantiene esa división entre ἀλλότριος
y οἰκεῖος y
agrega que los cínicos ladraban a los que vivían de acuerdo a las pasiones (ὑλάκτουν
τοῖς κατὰ τὰ πάθη ζῶσι) y
le movían la cola (προσίεντο) a los que vivían de
acuerdo a la virtud (τοὺς κατ'ἀρετὴν ζώντας)[10].
En Olimpiodoro la razones son dos: porque
como los perros ladran a los extraños y hopean a los suyos (ὑλακτοῦσιν μὲν πρὸς τοὺς ξένους
σαίνουσι
δὲ πρὸς τοὺς οἰκείους)
distinguiendo άξιοι y ἀνάξιοι
y
siendo παρρησιαστικός καὶ ἐλεγκτικός;
o bien porque rechazaban que fuera mejor lo
bueno por convención que lo bueno por naturaleza (ἀρνούμενοι
κρεῖττον εἶναι τὸ θέσει
καλὸν τοῦ φύσει
καλοῦ)[11].
El perro, dice Temistio glosando a Platón, conoce a los amigos por el hábito de
verlos (cani enim per videndi
consuetudinem amicos cognoscere datum est); pero al filósofo le es dado el intellectus,
que es mejor que los ojos, gracias al cual una vez que discierne al amigo y al
enemigo, atrae a uno y aleja al otro, no para morderlo regodeándose en la ira,
sino para corregirlo amonestándolo y curándolo, porque lo muerde para
arrancarle los vicios[12].
De manera que el cínico es una especie de híbrido entre perro y filósofo, si
bien todo filósofo es originalmente un perro-intelectual. El cínico muerde como
un perro, pero para llegar a filósofo debe a continuación usar el mordiscón de
enseñanza sanadora. De lo contrario será κύων, o en todo caso κυνικός; pero no Κυνικός (perro o bien perruno, pero no filósofo
cínico).
Finalmente asoma por ahí el testimonio de
Eudocia, que trata apenas de Diógenes y alega que fue llamado cínico sólo
porque imitaba a los perros en lo
discernidor y cuidador y así vigilaba los dogmas de la filosofía y separaba a
los adecuados e inadecuados para la filosofía[13].
Acá uno se preguntaría qué δόγματα custodiaban Diógenes y los cínicos, si los suyos o los de la
filosofía, ya que si el cinismo no tenía dogmas propios hay que estimar que
velaba o por los de otras filosofías o por los inherentes a la filosofía en
general. Lo cierto es que estas conceptualizaciones evidentemente se
remontan al origen del cinismo, pero no dejan de contener elementos acaso extemporáneos.
Primero la idea, en auge desde la segunda sofística y mantenida por los
neoplatónicos, de que la filosofía es una, casi se diría una corporación,
fraccionada en segunda instancia en escuelas y particulares; y por otro lado la
idea de que los cínicos son más que nada filósofos prácticos articulados sobre
un estilo o forma de vida más que sobre un andamiaje de principios dogmáticos.
Razones por las cuales el cínico aparece más como un vigilante de la filosofía
que como adepto a un tipo de filosofía disidente y enfrentada a las otras.
Dejan de algún modo al cínico como un perro con correa, aunque ese lazo sea finalmente
socrático y la correa una atadura a la virtud.
En
la Ilíada Homero deja ver a los
perros no solamente como desvergonzados sino como necrófagos y antropófagos,
capaces de profanar un cadáver insepulto después de una batalla, despedazarlo y
tragárselo. Este lado oscuro del can parece haber sido elaborado a conciencia
por Diógenes en su República o
algunos otros textos, a lo que se agregan varios testimonios de su desprecio
por el entierro de los muertos y los ritos funerarios, sin contar que el
vínculo de los perros con la muerte –cuyo ejemplo tradicional es Cerbero– queda
a la vista en la figura de Menipo, aquel correo del inframundo. Por la inversa,
Homero en la Odisea nos muestra a Argos,
el viejo pichicho fiel de Ulises que fue el único que pudo descubrir la
verdadera identidad del amo cuando regresó a Ítaca, que gracias a sus
cualidades caninas fue capaz de distinguir al rey detrás del disfraz de
mendigo, un perro caracterizado al contrario por la fidelidad, la amistad, la
nobleza y el reconocimiento. En la tradición griega Argos es ejemplo no sólo de
la lealtad sino de esa perspicacia sobrehumana a la que debería tender el
filósofo, ya que no pudo ser engañado por el más astuto de todos, aun asistido
por los dones sobrenaturales de la divinidad: su olfato lo hizo indemne al
ocultamiento de la realidad, tal como debe permanecer el cínico ante el τῦφος
que ofusca y ciega a los hombres. En su República
Platón intenta armonizar estas dos facetas contradictorias de la naturaleza canina
con la equiparación que lleva a cabo entre los perros de raza y los guardianes
(φύλακες) filósofos, a los que
pretende educar a imagen y semejanza del perro, trasladando
de este modo la cinegética (κυνηγετική), arte de criar y cuidar perros –además de arte de la caza–, al plano de la biopolítica,
zoopolítica antropotécnica o ingeniería social. Allí Sócrates, a quien además Platón muestra
una y otra vez en sus diálogos jurando por
el perro[14],
no duda en sostener que este animal es un filósofo, dada su capacidad de
distinguir (διακρίνειν) y
separar (ὁρίζειν) al
conocido (γνώριμος) y al
que frecuenta (συνήθης) del que es desconocido (ἄγνωτος), y reconocer (καταμανθάνειν) al amigo e ignorar (ἀγνόειν) al enemigo, es decir a lo
propio, lo familiar o lo de casa (οἰκεῖον) de lo extraño (ἀλλότριον). El perro es descrito como φιλομαθής y φιλόσοφος,
amigo del aprendizaje y la sabiduría, tal como debe ser el guardián, quien
puede distinguir entre lo que es y lo que parece ser.
Efectivamente
cuando Sócrates, en medio del libro II de la República, se propone determinar las cualidades y naturalezas
apropiadas del guardián de la ciudad (ποῖαι φύσεις ἐπιτήδειαι εἰς πόλεως φυλακήν), parte considerando que la
naturaleza de un cachorro puro o de raza (γενναίου σκύλακος) y la de un joven guardián noble (φυλακὴν νεανίσκου εὐγενοῦς) no
difieren, pues ambos poseen cualidades físicas como agudeza perceptiva,
agilidad y fuerza (αἴσθησιν καὶ ἐλαφρὸν καὶ ἰσχυρόν) y psíquicas como valentía (ἀνδρεῖόν) para luchar bien (εὖ μαχεῖται) y temperamento o fogosidad (θυμός). Los guardianes deben tener
por lo tanto determinadas características por naturaleza, es decir innatas,
pero a la vez deben ser educados, adiestrados a través de una παιδεία para evitar que se vuelvan salvajes
(ἄγριοι) entre sí y frente al resto de ciudadanos, porque
es menester que sean mansos (πράοι) con
los propios (οἰκεῖοι) y feroces (χαλεποί) con los enemigos (πολέμιοι). Para llegar al φύλαξ ἀγαθός, al buen guardián, se
necesita así de un carácter (ἦθος) que sea a la vez manso y feroz (πρᾷον καὶ μεγαλόθυμον), es decir que contenga en sí
mismo dos naturalezas opuestas. Sócrates argumenta que la conciliación de ambos
rasgos antitéticos
no es antinatural o παρὰ φύσιν, ya que están a la vista en el
ἦθος o comportamiento por
naturaleza de los perros de raza, que no es otro que ser mansísimos con los conocidos y lo contrario con
los desconocidos, capacidad de
distinción que convierte al can puro en φιλομαθής. El guardián además de temperamental o θυμοειδής deberá ser filósofo por naturaleza (φιλόσοφος τὴν φύσιν), y
Sócrates observa que algo admirable en la naturaleza de los perros es una
condición o modo de ser (πάθος) al
que juzga como refinado o sutil (κομψόν) y
auténticamente filosófico (ὡς ἀληθῶς φιλόσοφον): que
se enfurecen al ver a un desconocido, aunque este no les haya hecho antes ningún daño, y
se alegran al ver a un conocido, aunque no le haya hecho ningún bien jamás. Por
lo tanto el perfecto guardián de
la ciudad (φύλαξ πόλεως καλὸς κἀγαθός) debe ser por naturaleza amigo
del conocimiento, animoso, expeditivo y fuerte (φιλόσοφος καὶ θυμοειδὴς καὶ ταχὺς καὶ ἰσχυρός) y para ello la παιδεία que debe recibir es la
gimnasia para el cuerpo y la música para el alma (ἐπὶ σώμασι γυμναστική y ἐπὶ ψυχῇ μουσική)[15], a
los fines de que respete a los dioses y se aproxime a lo divino en la medida en
que es posible a un hombre, dentro por cierto de un plan de reforma cultural
que implicaba una considerable revisión de las tradiciones y en particular del
criterio sobre lo divino. El filósofo-vigilante símil perro debe recibir un
entrenamiento físico, como bien proponían los cínicos, y funcionar de alguna
manera κατὰ φύσιν, como dirían los cínicos, ya
que para realizar el oficio que lo define debe ser instruido según la
naturaleza perruna, es decir la de este lobo domesticado que se diferencia del
lobo salvaje cuya versión humana es Trasímaco[16].
La domesticidad del perro hace posible tal costado noble, la mansedumbre (πραότης).
Por lo demás esto no desafina del todo con
algunas expresiones al paso atribuidas a Diógenes, quien describe a la vida del
perro propiamente dicho como natural y auténtica (βίου φυσικοῦ καὶ ἀληθοῦς) y a los lobos como los animales más
malos y dañosos, a los que compara con Alejandro por su ignorancia (ἀμαθία)[17].
Pero ahí Diógenes se refiere al perro en general y el can platónico no es uno cualquiera sino un pura
raza (γενναίων κυνῶν),
el producto de una intervención eugenésica de la técnica o ingeniería humana. Tanto
en los aspectos corporales, la rapidez y la fuerza, como en los anímicos, el
ser ἄφοβος o audaz y θυμοειδής, irascible,
inquieto, valiente o aminado, el perro de Platón se asemeja al de Diógenes; pero el último entrena el físico no para
que la ciudad sea autosuficiente sino para serlo él, además de que su carácter
de φιλομαθής fue
discutido al punto de que según numerosas interpretaciones el cínico sería al
contrario un rotundo ἀμαθής.
Y desde
luego, al configurar a este filósofo adiestrado, Platón elude tenérselas que
ver con esos otros elementos nocivos del canino que remiten a la ἀναίδεια y la ἀδιαφορία, reseñados por los
escoliastas aristotélicos para graficar a los cínicos, quienes pudieron llegar
a ser mucho más tarde indultados como guardianes de la filosofía, pero que
nunca serían aptos para ejercer la policía filosófica de la ciudad ideal
platónica. Según cuál sea la fuente las
características de sendos filósofos-perros serán más o menos parecidas o
disímiles. Evidentemente la doble naturaleza no es ajena en lo más mínimo al
cínico –que aparte de manso y feroz es serio y jocoso, sabio e ignorante y
demás duplicidades–; pero se trata de una cualidad canina que, si bien puede
destacar en el amaestrado, no está ausente en el perro callejero.
La
otra hipótesis sobre la procedencia del mote de la secta, con menos crédito
hoy, fue referida antes por Diógenes Laercio y más tarde refrendada por la Suda bizantina, e indica que recibieron el
nombre porque Antístenes –que para Laercio incluso ya era llamado Perro (Ἁπλοκύων)–
discurría en el gimnasio del Κυνόσαργες (algo así como Rapiperro), santuario consagrado a Heracles y frecuentado por
bastardos[18].
Puede que el socrático recogiera el apodo por el lugar en el que solía charlar,
aunque los expertos tienden a creer que le fue endosado de manera póstuma y
retroactiva. A lo largo de la Antigüedad no faltarán quienes llamen a
Antístenes como el Perro e incluso el Cínico, y si bien abundan los
testimonios que lo señalan como antecesor o cínico propiamente dicho, otros
tantos como Aulo Gelio, Eusebio o Agustín lo mencionan como socrático –y
Jerónimo y Ateneo en todo caso como socrático ex sofista. Es curioso que
Jenofonte diga que cuando Antístenes se dedicaba a hacer de celestino entre los
enamorados de la filosofía –conectando entre otros a Calias con los sofistas
Pródico e Hipias– lograba hacer que todo el grupo socrático se comportara como
los perros que se andan buscando siguiéndose el rastro: «enamorados por tus palabras andábamos correteando a lo perro (κυνοδρομέω) persiguiéndonos
unos a otros» –le espeta Sócrates[19].
No sería raro que Platón, cuando fijó el rol de los guardianes, tuviera en
mente el ejemplo de Antístenes, que
por lo que cuenta Jenofonte era amable con los propios, y por lo que se sabe por
fuentes varias bastante arisco con los extraños, y que además urdió su
filosofía en esos términos, lo propio y lo ajeno, lo de casa y lo no. Fuera
de esto no hay mayor información que lo vincule con los caninos propiamente
dichos, salvo que escribió un libro Sobre
Odiseo y Penélope y sobre el perro[20]y
salvo un aserto suyo que indicaría que los πόνοι, es decir los trabajos duros o
penurias que más tarde serían base del ascetismo cínico, se parecían a los
perros, porque ambos muerden o corroen a los que no están acostumbrados (ἀσυνήθεις)[21]. De Antístenes a Diógenes podría haber un salto
metonímico: para uno los esfuerzos se parecían al perro y para el otro el mismo
filósofo. Un filósofo cuya filosofía hacía del esfuerzo su eje.
Lo
cierto es que la Suda establece
rotundamente que el primero en ser llamado Perro
fue Diógenes[22],
este sí dueño de una mentalidad
animalesca (θηριωδέστατα φρονεῖν),
como dijo Eusebio de Cesarea[23],
y es así de hecho como en general es mencionado y reconocido a lo largo de la
Antigüedad, no menos como Diógenes el
Perro (Διογένης ὁ Κύων)
que como Diógenes el Cínico (Διογένης
ὁ
Κυνικός). Las anécdotas que lo vinculan a los perros son innumerables y varias
muestran cómo los vecinos intentaban burlarse de él en tanto que perro, y cómo
salía airoso demostrando serlo a buena honra[24],
e incluso dejando a los demás como verdaderos perros –que así procedió con
Platón[25].
En efecto, no dudaba jamás en presentarse él mismo como el Perro[26]y
sin ir más lejos es así como se presenta ante Alejandro (¡Yo soy Diógenes, el Perro![27])
y así se dice que lo calificó Platón despectivamente[28]–además
de como loco– exigiéndole sin suerte que escuche sus profundas palabras. Políxeno
el Dialéctico llegó a indignarse por cómo lo habían bautizado y el impávido
Diógenes le contestó que en verdad Diógenes
era su apodo (παρώνυμος) y Perro su nombre, porque él efectivamente era un
perro (Διογένης γάρ μοί ἐστι παρώνυμον˙
εἰμὶ δὲ κύων),
aunque de raza pura y guardián de los amigos (γενναίων καὶ
φυλαττόντων
τοὺς φίλους)[29].
No quería parecer un perro, quería serlo. Y con esa excusa se justificó cuando
le preguntaron por qué no se bañaba.[30]
En
la carta al padre, Diógenes le pide que tome coraje y no se aflija porque lo
hayan declarado perro, porque ese
nombre es un distintivo honorífico, un emblema glorioso (σύμβολον
ἔνδοξoν)
que lo distingue por no estar atado a las cosas, a los irrelevantes affaires de los homúnculos, ya que se
liberó de la fama (ἐλεύθερος
δέ ἐστι δόξης)
que esclaviza a griegos y bárbaros y es llamado perro del cielo y no de la tierra (καλοῦμαι γὰρ κύων ὁ οὐρανοῦ, οὐχ ὁ γῆς),
porque no vive según la δόξα sino según la φύσις, bajo tutela de Zeus y
consagrado al bien y no al vecino[31].
Esta carta, que bien vale la de Kafka y que podría figurar un envío póstumo de
hijo a padre muertos, prueba además que el desprecio de la fama lo condujo a la
gloria, que el rechazo de la δόξα terrenal lo condujo
a la δόξα
cerúlea y que como Perro llegó a
hacerse de un nombre (ὄνομα).
Porque los cínicos convertirán al insulto y la mueca despectiva en una
paradójica nombradía. Diógenes, teniendo semejante nombre propio, que
significaba nacido de Dios, dio vuelta las cosas y llegó a lo divino por el
apelativo degradante, ya que como le dice al padre, es el perro el que se relaciona con los dioses (κύων ἐστὶ πρὸς θεῶν), o
como esgrime en otra carta sólo el perro, a fuer de virtud, puede llegar a ser
hijo de Zeus –a saber, del padre de los
hombres y los dioses (πατέρα ἀνδρῶν τε
θεῶν)[32].
Διογένης
necesitó, por la vía regia del ninguneo, ser llamado perro para ser propiamente διογενής, surgido, ordenado y sostenido por Dios.[33]
Obviamente
convertirse al cinismo no era moco de pavo, no sólo por los esfuerzos físicos y
mentales que exigía o el desprendimiento de todos los bienes, sino porque era
ingresar a una secta vilipendiada por todo hijo de buen vecino y tomada para el
churrete desde el nombre mismo. Era un trampolín a la impopularidad y la
infamia. Hay que aprender a hacer de la estigmatización social un trofeo de
guerra. En vistas a semejante fortalecimiento, ser bautizado con el genérico perro era un impulso poderoso para
aprender a despreciar a las palabras cuando no tocan los hechos ni son otra
cosa que un vehículo de la δόξα. Así que al maestro le tocaba hacer de tónico
energizante para dar coraje a los novatos. Por eso se verá a Diógenes alentando
a Metrocles a seguir adelante aunque lo llamen perro por su género de vida[34],
o a Crates exhortando a la muchachada cínica y pidiéndoles que no le teman al
nombre (ὄνομα)[35].
Mientras le tengas miedo al nombre de perro
así voy a llamarte, le dice Crates al joven Metrocles[36].
Si uno no se enoja porque lo llamen malo siendo bueno, tampoco hay motivo para
enfurecer por estas otras palabras que después de todo son sólo sombras (σκιαί)[37].
A nuestra filosofía, le dice a Hiparquia, la llamaron cínica no por ser indiferentes a todo, sino por aguantar con
perseverancia lo que a los otros les resulta insoportable por ser blandos o por
razones de fama (τὰ ἄλλοις διὰ μαλακίαν ἢ δόξαν ἀνυπομόνητα)[38].
Crates, al tomar la posta de Diógenes, se hace cargo del sambenito con toda
hidalguía: «Cínica es la filosofía
diogénica –dice–, y perro es el que
se sacrifica trabajando por ella» (ἡ μὲν κυνικὴ φιλοσοφία ἐστὶν ἡ Διογένειος, ὁ δὲ κύων ὁ κατὰ ταύτην πονῶν).[39]
Ahora,
si bien la identidad de Diógenes como perro
era firme, como había muchos tipos de perros con características dispares,
Diógenes podía elastizar su ética y refrendarse según cada raza perruna de
acuerdo a las circunstancias: hacerse πολύτροπος, es
decir versátil,
una condición
extraída de Odiseo que Antístenes había
teorizado y defendido y que sería motivo de cierta polémica en el seno de la
secta[40].
Así fue que dijo que cuando estaba muerto de hambre se volvía un Μελιταῖος, un dulce maltés faldero, y
cuando ya estaba saciado se convertía en un Μολοττικός, un mastín moloso, perro de gran
musculatura y fuerte mordida al que la gente elogiaba y sin embargo no empleaba
en la cacería, por ser tan infatigable como él y abrumar de tal suerte a los
dueños (y de hecho consta que no eran usados como perros de caza sino como guardianes
y de pastoreo)[41]. Se entiende que Platón haya querido solucionar
tamaña bipolaridad o esquizofrenia de ser toy
y dogo a la vez en su República,
donde los perros guardianes pasan de parásitos a oficiales al servicio del
Estado. Ciertamente las actividades caninas básicas del cínico, ladrar (ὑλακτέω),
hopear (σαίνω), morder (δάκνω), revestían
interpretaciones múltiples que van de un extremo a otro. Dado que el cínico
dependía de las limosnas, vemos que no simplemente se trataba de hacer una u
otra cosa de acuerdo a si el destinatario era o no amigo de la filosofía.
Laercio asegura que cuando le preguntaron a Diógenes qué hacía para que lo llamaran perro (τί ποιῶν κύων καλεῖται), respondió que movía el rabo
a los que le daban, ladraba a los que no y mordía a los pérfidos[42],
de lo que podría inferirse que el morder cumplía un rol ético, pero el ladrar y
el hopear estaban constreñidos por la dependencia económica. Este último Diógenes picaresco y lumpen, en vez
de ser feroz con los desconocidos y manso con los conocidos, es maltés para
comer y moloso una vez comido y al menos en parte un mercenario que adecúa sus
afectos según pitanzas. En el otro extremo se ubica el testimonio que
ofrece Estobeo, quien lo pone afirmando que los demás perros mordían a los
enemigos pero él mordía a los amigos, aunque para salvarlos, curarlos o
protegerlos[43],
lo que es ir bastante más allá de la condición canina ora natural o platónica.
Pero además de las susodichas virtudes descritas por los comentaristas
aristotélicos, el perro tiene un lado oscuro. Ateneo, que reconoce la consabida
parte buena, detalla este otro costado propio de quienes imitando la vida del
perro (κυνικὸν βίον
μιμουμένοις)
no distinguen ni sirven a los suyos y llevan un modo de vida mísero y desnudo (ταλαιπώρου καὶ γυμνοῦ τὸν βίον), pero en la pereza y la
displicencia (ἀργῶς καὶ ἀφυλάκτως ζῆτε), dado que no se ejercitan en la vida esforzada sino en la
meramente perruna, tal como le recrimina el personaje Mírtilo a su interlocutor
Teodoro, un líder cínico que como el mismo Diógenes prefería ser llamado por su
apodo Perrero (Κύνουλκος) que por su
nombre de pila. Se les reprocha más bien haber
abandonado la ἄσκησις en pro del καρτερικὸν βίον por un ordinario κυνικὸν βίον, el entrenamiento de la fortaleza por la inercia de un
simple y canino dejarse estar. El perro, escribe Ateneo, es admirable
por ser el más extraordinario como φυλακή y οἰκουρός,
como custodio y casero –no sólo en el sentido de hogareño sino en el de
encargado de cuidar de la casa–, tarea que desempeña al servicio de los hombres
en general y en particular de los hombres de bien; pero a estos otros los
describe como insolentes (λοίδοροι), voraces (παμφάγοι),
maledicentes (κακολόγοι) y glotones (βοροί)[44],
más cercanos por ende a los perros homéricos de la Ilíada. Tal es la imagen negativa que en general iba a imponerse
sobre los cínicos durante la etapa romana. Ateneo los describe como ἄνοικοι καὶ ἀνέστιοι, es decir sin casa, cuando no sin patria o sin templo. Sin
embargo los cínicos fueron siempre y desde un principio filósofos en situación
de calle y en cierta forma apátridas impíos, al menos en lo tocante a la ciudad
y la religión de acuerdo al derecho positivo y las costumbres (κατὰ νόμον). El hogar, la legalidad y los dioses de
los que cuidaban eran los de la filosofía –los de la cínica al menos–; de
manera que esta condena tomaba la forma de una expulsión integral de la
filosofía. Convertía a estos cimarrones –por decirlo más o menos a la
freudiana– en cínicos siniestros.
Platón
en su ciudad le da un cargo policíaco y subalterno al filósofo cínico –es decir, en este caso, al
puntualmente perruno–, tal como parece
que la filosofía cínica, al menos con Onesícrito, debía cumplir tiempo después
alguna función dentro del orden panhelénico alejandrino; pero en la tradición cínico-estoica la equivalencia que
se plantea no es la del perro y el guardián filosófico sino la del perro y el
sabio, ya que se repite aquende y allende que es el sabio quien debe
comportarse como perro. En medio de los vaivenes dialogales del libro III de la
República Platón ciertamente afina el
lápiz y decide angostar el término φύλακες, restringiéndolo ahora a los
encargados de cuidar que los enemigos foráneos no hagan mal y los amigos
internos no quieran hacerlo, con lo que convierte a los jóvenes que antes había
comparado con los perritos en ayudantes
y asistentes (ἐπίκουροι καὶ βοηθοί). De esta
manera los cachorros filosóficos de golpe pasan a ser apenas ruedas de auxilio
de los δόγματα de los gobernantes o ἄρχοντες[45].
Ya que dichos auxiliares tienen que consagrarse por entero a ser operarios de
la libertad de la ciudad, no pueden realizar otro oficio paralelo, por lo que
van a recibir de parte del resto de los ciudadanos en pago por su vigilancia un
salario (μισθός) que les permita cubrir la alimentación básica (σιτία)
para poder vivir durante un año sin que les sobre ni falte nada. Serán por lo
tanto ayudantes asalariados (ἐπίκουροι μισθωτοί)[46],
dado que Platón considera que la pobreza (πενία)
es tan nociva como la riqueza (πλοῦτος), en la medida en que
inducen por igual a las novedades, como decir a la revolución: una por
servilismo y malas prácticas o mezquindad y vileza (ἀνελευθερία καὶ κακοεργία) y la otra por
desenfreno o molicie y pereza u ociosidad (τρυφή καὶ ἀργία)[47]. Es por eso que, lejos de lo que
sucedía con los cínicos, Platón les asigna una casa, vale decir un οἶκος, aunque menos propio que público
y abierto a todo el mundo, y una cierta οὐσία, un puñado de bienes personales
de primera necesidad que serán sus únicas pertenencias, salvo el cuerpo, en
tanto que deberán alimentarse en los comederos comunes (συσσίτια) como los soldados en campaña, consumir de manera comunitaria, y se
les prohibirá hacer viajes de placer, vincularse con hetairas, adornarse con
oro y plata, beber en vasos confeccionados con dichos metales, introducirse en
residencias en las que pululen y ni siquiera tocarlos, todo para evitar el odio
y las conspiraciones y que deriven en enemigos del resto de los ciudadanos y en
déspotas (δεσπόται)[48]. Se
advertirá que algunos de estos detalles evocan ciertas anécdotas cínicas y
habrá que notar también que para
alcanzar el objetivo de la felicidad del Estado, tanto auxiliares como
guardianes serán forzados o persuadidos
(ἀναγκαστέον ποιεῖν
καὶ πειστέον) a ser los mejores en su trabajo y educados, tal como el
resto de los ciudadanos, ya no con el mal mentir y los falsos mitos sino con la
famosa noble mentira (γενναῖον ψεῦδος), como aquella que rezará que todos
son hermanos e hijos de la tierra o la leyenda del dios que puso el alma de oro
en los idóneos para gobernar, la plateada en los auxiliares y la de hierro y
bronce en los campesinos y artesanos[49].
Como lo más terrible y vergonzoso para un pastor (ποιμήν), escribe Platón, sería
alimentar a perros guardianes del rebaño
(τρέφειν κύνας ἐπικούρους ποιμνίων) que por desenfreno, hambre o mal comportamiento
(ἀκολασίας ἢ λιμοῦ ἤ τινος
ἄλλου κακοῦ ἔθους) dañen a las ovejas y se parezcan más a lobos
que a perros, menester será vigilar (φυλακτέον)
a los ἐπίκουροι a fin de que no se transformen en
amos salvajes (δεσπόταις
ἀγρίοις)[50].
De
este modo tenemos que el alma racional corresponde al pastor de la ciudad y la
irascible al perro auxiliar, y así como a la segunda corresponde ser aliada y
servidora de la primera y armarse en favor de la razón, los auxiliares deben
subordinarse a los gobernantes, que no son otros que los pastores de la ciudad,
ya que compete mandar (ἄρχειν) a la
parte racional, que es la única sabia[51].
Y ciertamente no imaginaríamos un Diógenes decidido de buen grado a ascender de
contrastador de plata, como era en Sinope, apenas a vigilante con alma de
plata, y menos a este experto en mandar a
los hombres sometido al control y pastoreo de Platón, sus doctrinas y mitos
nobiliarios, en carácter de asistente remunerado, como parte de una patrulla
militarizada, exonerado de su pobreza autodidacta, residiendo en un
departamento compartido –e incluso imposibilitado de viajar por la Hélade y
visitar a su gratuita Laide. Pero sí es claro que, de algún modo, este es un
papel de secundón no muy diferente del que se intentó ofrecer a los cínicos ya
no en la ciudad-Estado conceptual, pero sí en la filosofía bajo el régimen
imperial realmente existente. Para Diógenes, además y como se vio, sólo el
perro, y por lo tanto no el pastor, se relaciona con los dioses y puede llegar
a ser a fuerza de virtud hijo de Zeus.
Queda visto que no sólo fue el vulgo transeúnte quien motejó a Diógenes
de perro; se dijo que también Platón lo llamó así y lo hizo por cierto al ver
que mientras departía, Diógenes le prestaba poca atención y no escuchaba u
obedecía sus palabras, comportándose por ende de una forma opuesta a la que
cabría esperar de un auxiliar o pura raza ante su amo o sabio instructor[52]. Tal
como para algunos la República
diogénica sería una parodia de la platoniana, se ha pretendido incluso que el
perro-filósofo colocado en escena por Platón podría haber sido una broma o
ironía dirigida a los cínicos (lo que supondría la existencia de cínicos antistenianos
o una fama temprana de Diógenes y su grupo). ¿De dónde sale la asociación del
filósofo o el sabio con el perro? Las ideas que Platón pone en boca de Sócrates
pueden ser platonianas, pero la cuestión debe de haber sido sugerida por
Sócrates y quizá trabajada por Antístenes. Aunque Aristóteles llamó antisténicos (οἱ Ἀντισθένειοι)
a los seguidores del socrático del puerto[53], no
hay por qué descartar de cuajo que también fueran en su momento apodados
cínicos al menos por frecuentar el Cinosargo. ¿Por qué no pensar que Diógenes,
experto en reacuñar y en reconvertir las afrentas en pabellón, redefiniera un
alias quizá circunstancial o secundario y le diera otro sustento más sólido y
acorde a su programa extremo? No se trata de que Antístenes haya fundado el cinismo sino apenas de la
verosimilitud de que Diógenes o sus voceros, como Crates y entorno, en la
medida en que se reclamaban de algún modo deudores de su legado, se hayan visto
precedidos por este apodo y lo hayan reconvertido en una época en la cual hay
que estimar que ya no sobrevivía ningún núcleo antisteniano y Diógenes y sus
afluentes ya nada tenían que hacer en un predio destinado a los atenienses
bastardos de madre extranjera, cosa que no era ninguno de los líderes hoy
conocidos de esos grupos. Platón teorizó –si se le puede llamar teorización–
sobre la relación del perro y el filósofo posiblemente para redefinir una
asociación ya existente entre ambos que podría haber provenido de Antístenes
(quien de acuerdo a Laercio escribió una obra que parece haber referido a
Argos, el can de Odiseo), pero seguramente no de un Diógenes todavía joven e
ignoto. Cuando Diógenes habría comenzado a operar sobre el concepto de perro la República platónica y su filósofo-perro-guardián debían de estar en
plena boga y hay que estimar que montado sobre esta ola le interesara mucho más
definirse como perro o perruno que como antisténico. En este contexto conjetural no hay que creer en las
versiones simpáticas que ubican el origen de la denominación en una burla
generalizada a la forma de vida de Diógenes y adeptos, más bien hay que
imaginar a Diógenes como el creador de un concepto y de un personaje conceptual
que o bien habría surgido solamente al interior de su estrategia de
parodización del platonismo o bien a la vez como un reclamo de linaje
antisteniano reconvertido de acuerdo a las necesidades del antiplatonismo
posterior a la República. Según
Temistio, que emparenta a ambos perros, el filósofo canino una vez que
distingue amigo de enemigo, muerde con el propósito bienhechor de corregir y
sacar a la luz las faltas ocultas, y por el Diógenes de Estobeo queda claro que
es el amigo a quien hay que morder, e incluso la versión del Gnomologium Vaticanum, en la que
Diógenes acepta ser como el platónico un γενναίων o perro de raza, parece dar a entender que su
misión está lejos de ser la custodia de los propios en defensa de las posibles
agresiones externas sino propiamente el vigilar a los mismos amigos (φυλαττόντων τοὺς
φίλους)[54]. El Diógenes moloso de Laercio, que era
el Diógenes ya alimentado, no estaba a gusto en el papel típico de esta raza,
que era el de guardián, y declaraba que la gente no podía convivir con él por
miedo a las penas que les infligía en virtud de su temple esforzado e
infatigable, de la misma manera que no salían de caza con un moloso por no
poderle seguir el training[55]. La
mansedumbre y la fiereza en Diógenes se convierten en la dualidad de ser maltés
y moloso, y si las fiestas y ladridos quedan atados a la manutención, la
mordida en cambio se dirige al mal encarnado en el malvado (πονηρός) de entre
los amigos; de manera que él es menos un centinela que un policía o un celador,
ya que ante el ataque externo, como el sufrido por los corintos de parte de
Filipo, no hace otra cosa que girar inútilmente el tonel o en todo caso
infiltrarse en el campamento macedonio en carácter de espía –pero de espía de
la insaciabilidad de Filipo y no de espía corinto–, para acabar al final en más
que buenos términos con el invasor, quien iría a visitarlo antes de preparar la
campaña contra los persas. Y no es lo mismo ser un perro avizor que un
espía, un φύλαξ que un κατάσκοπος,
otro rol típicamente cínico con base en Antístenes[56]. Claro que
Diógenes no es un vigilante de la ciudad ideal de Platón y ni siquiera ejerce
en su propia ciudad de origen, ya que es un extranjero deportado o fugitivo que
se arroga este papel aparentemente por propia iniciativa o en nombre de la
filosofía y no autorizado por un gobernante, ni de turno ni dispuesto por los
edictos literarios del mismo y divino Platón. Por eso este filósofo-perro
aparecerá en escena entrando en conflicto jurisdiccional con los φύλακες o
guardianes oficiales que se lo encuentran en medio del ágora echado (κατακειμένου) como un
perro, es decir adoptando una postura no impropia del acecho de un perro
cuidador, pero más bien propia de un bípedo vago o en estado de ebriedad. Las anécdotas muestran a Diógenes como
una suerte de φύλαξ sin jornal, cuentapropista, autodidacta, pordiosero,
meteco, callejero y al servicio de una filosofía sin ciudad o sin otras
fronteras que el mal o la no-filosofía, aunque los teorizadores externos del cinismo
parecen inclinarse por acordonar al cínico a las comisiones y encargos de un
modesto ἐπίκουρος. Vemos que
el Yo perro (ἐγώ, κύων) de
Diógenes es la respuesta a la pregunta sobre quién era (τίς εἴη) y cuando le preguntan ποδαπός –de dónde, dónde nació o de qué tipo–
él explica las distintas razas que asume según las circunstancias, con lo que
de paso deja ver su carácter de extranjero –de Melite, de Molosia o de Maronea.
Pero cuando en este caso los guardianes de los generales (οἱ φύλακες τῶν στρατηγῶν) en la
fiesta de Pandemio lo hallaron tumbado, preguntaron ambas cosas, quién era y de dónde (τίς εἴη καὶ ποδαπός), a lo que
él repuso ἐγώ, κύων Μολοττικός, que era un perro moloso, es decir guardián, y
negó acto siguiente la acusación de estar despreciando la ciudad y las leyes
públicas, no sin tratar a los policías de locos (μαίνεσθαι ὑπέλαβον αὐτούς)[57]. Ahora cuando Luciano en Subasta de vidas, después de aclarar que
le llaman perro y está domesticado,
hace que le pregunten de vuelta de dónde
es (ποδαπὸς εἶ), dice esta vez παντοδαπός, de todas partes, y con esto explica a
continuación que es ciudadano del cosmos (κόσμου πολίτην)[58]. Se
observará que παντοδαπός además es
ubicuo u omnipresente y por otro lado variopinto o multiforme, la última una
característica opuesta a la divinidad que Platón describe en la República, que jamás toma formas variadas porque es
quien menos puede abandonar su propia ἰδέα y de tal suerte permanece simple en su propia forma (ἁπλῶς
ἐν τῇ
αὑτοῦ μορφῇ),
absolutamente simple y veraz en obra y en palabra (ὁ θεὸς
ἁπλοῦν καὶ
ἀληθὲς ἔν
τε ἔργῳ
καὶ λόγῳ),
tal como cada ciudadano debe ser uno y no múltiple (μὴ πολλοί) ejerciendo la función que le compete como parte de su
estrato y para que la ciudad sea una y no múltiple y una y suficiente[59]. He aquí, al
margen de la cuestión del universalismo, un doble rasgo de divinidad y
heterogeneidad. Diógenes es, efectivamente, polifacético y universal a la vez:
el patrón oro y la anomalía, la ley y la excepción. Antistenes fue llamado en algún momento Ἁπλοκύων o perro
simple tal vez porque con la irrupción del cachorro de Sinope la doble
naturaleza del perro se convirtió en una peligrosa e indescifrable
ambivalencia, en una compleja y confusa multiplicidad.
[1] Laercio, I 17.
[2] Temistio, Sobre la virtud p. 44 Sachau (p. 65
Norman).
[3] «ὁ Κύων
δὲ τὰ καπηλεῖα τὰ Ἀττικὰ φιδίτια»
(Retórica, 1411a 24)
[4] Laercio, VI 93.
[5] Lactancio, Instituciones divinas III 15, 21;
Isidoro de Sevilla, Etimologías VIII
6, 14.
[6] Filón de Alejandría, Sobre el arte de plantar 151.
[7] Carlos García Gual, La secta del perro.
[8] Elías, A las categorías de Aristóteles p. 111.
[9] Amonio, A las categorías de Aristóteles p. 1.
[10] Filópono, A las categorías de Aristóteles p. 1.
[11] Olimpiodoro, A las Categorías de Aristóteles p. 3. En
otro escolio agrega: «perro es una vida inquisitiva»
(κύων
ἐστὶν ἡ ἐλεγκτικὴ ζωή) (A Platón, Gorgias, 521a 44, 6).
[12] Temistio, Sobre la virtud p. 44 Sachau (p. 65
Norman); cf., Platón, República II 375e.
[13] «ἐμιμεῖτο τὸ διακριτικὸν καὶ φυλακτικόν, καὶ ἐφύλαττε μὲν τὰ τῆς φιλοσοφίας δόγματα, διέκρινε δὲ τοὺς ἐπιτηδείους καὶ ἀνεπιτηδείους πρὸς φιλοσοφίαν» (Ps.-Eudocia, Violar
332, p. 239, 11-240, 9)
[14]
República 399c, 567d, 592a; Apología 22a; Cármides 172e; Hippias Mayor 287c, 298b; Lisis 211e; Gorgias 461a,
466c, 482b; Crátilo 411b; Fedón 98e; Fedro 228b.
[15]
República 374e, 376e.
[16] Cf. Laura Victoria Almandós Mora, Fiero y manso: la figura del perro en la República de Platón.
[17]
Ps.-Diógenes, Epístolas 28 y 40.
[18] Laercio, VI 13; Suda s. v. Antístenes.
[19] Jenofonte, Banquete IV 62.
[20] Περὶ τοῦ Ὀδυσσέως καὶ Πηνελόπης καὶ περὶ τοῦ κυνός (se entendería
que Περὶ τοῦ κυνός o Sobre el perro es una obra en sí misma) (Laercio,
VI 18).
[21] Gnomologium Vaticanum 743, n. 1. Cf. Platón, República II
375e.
[22] Suda, s. v. Diógenes, n. 1144.
[23] Eusebio de Cesarea, Preparación evangélica XV 13, 8, p. 816
c.
[24] Laercio, VI 45 y VI 61; Apostolio Paremiógrafo, XII 23; Temistio, ibid.
[25] Laercio, VI 61; Gnomologium
Vaticanum 743, n. 175;
Eliano, Historia varia XIV
33.
[26] Papiro Vindobonense Griego 29946, col. II Gallo.
[27] Laercio, VI 60.
[28] Eliano, Historia varia XIV 33; Laercio, VI 40; Ps.-Eudocia,
Violar 332, p. 242, 15-16.
[29] Gnomologium Vaticanum 743, n. 194.
[30] Papiro Vindobonense Griego 29946, col. V Gallo.
[31] «ζῶν οὐ κατὰ δόξαν, ἀλλὰ κατὰ φύσιν ἐλεύθερος
ὑπὸ
τὸν Δία, εἰς αὐτὸν ἀνατεθεικὼς
τἀγατὸν καὶ οὐκ εἰς τὸν πλησίον»
(Ps.-Diógenes, Epístola 7)
[32] Ps.-Diógenes, Epístola
41.
[33] Cf., Henry George Liddell, Robert Scott,
A Greek-English Lexicon, Oxford,
Clarendon Press, 1940.
[34]
Ps.-Diógenes, Epístola 44.
[35]
Ps.-Crates, Epístola 16.
[36]
Id., Epístola 21.
[37] Id., Epístola 16.
[38]
Id. Epístola 29.
[39]
Id. Epístola 16.
[40]
Cf. id., Epístola 19.
[41] Laercio, VI 55. Otra versión más antigua afirma que cuando tenía hambre era un
Μαρωνικός
–o sea de Maronea, como la esposa y el cuñado de Crates–, cuando no un Ἀμελιταῖος
–un no-maltés– y cuando estaba bien comido un Μολοττικός (Papiro Vindobonense
Griego 29946,
col. II 3a Gallo). Hay quien creyó ver en este papiro extractos
de las Anécdotas de Metrocles (cf. J. L. López Cruces, “Sufrir para no sufrir”: un dicho de
Diógenes en Estobeo). Martín García dice que Ἀμελιταῖος supone un juego con ἀμελητέος –desinteresado,
descuidado o que no se inquieta. Se estimó que en vez de marónico el original
dijera lacónico (Λακωνικός) –que eran
ágiles perros de caza. De hecho Dión indica
que se comparaba con los perros de
Laconia (ὁ Διογένης προσεοικέναι τοῖς κυσὶ τοῖς Λάκωσι), a los que hay que
relacionar con el moloso referido por Laercio, ya que dice que la gente se
paraba en las ferias a acariciarlos y jugar con ellos, pero en general no los
compraban por no saber cómo darles uso (Dión de Prusa, Discursos VIII 11).
[42]
Laercio, VI 60.
[43] «ὁ
Διογένης
ἔλεγεν, ὅτι οἱ μὲν ἄλλοι κύνες τοὺς ἐχθροὺς δάκνουσιν, ἐγὼ δὲ τοὺς φίλους,
ἵνα σώσω» (Estobeo, III 13, 44)
[44] Ateneo, XIII 611b. El
discernimiento entre lo familiar y lo ajeno (πρὸς τὸ οἰκεῖον καὶ ἀλλότριον)
es para Ateneo un sentido del olfato
(αἰσθήσει τε γὰρ τῇ κατ' ὄσφρανσιν) (de ὄσφρησις
y ὀσφραίνομαι,
olfatear, percibir el olor –aunque el verbo φράσσω, cercar, usado en los
perros puede referir al acto de bajar la cola mostrando sumisión).
[45] «ἐπικούρους τε καὶ βοηθοὺς τοῖς τῶν ἀρχόντων δόγμασιν»
(414b)
[46] 395c, 416e, 419a-420a.
[47] 422a.
[48] 416e, 417a-b, 419a-420a, 464c-d.
[49] 421c, 415a.
[50] 416 a-b.
[51] «ἐπικούρους ὥσπερ κύνας ἐθέμεθα ὑπηκόους τῶν ἀρχόντων ὥσπερ ποιμένων πόλεως»
(cf. 440 d-441e)
[52] Eliano, Historia varia XIV 33.
[53] Retórica 1411 a 24; Metafísica
VIII 3, p. 1043 b 4-32.
[54] Gnomologium Vaticanum 743, n. 194.
[55] Laercio, VI 55.
[56] Antístenes escribió un Περὶ κατασκόπου o Sobre el espía, inspirado quizá en
cuestiones vinculadas a Odiseo, y un Ciro
o los espías (Κύριος ἢ Κατάσκοποι) (Laercio,
VI 17-18).
[57] Papiro Vindobonense Griego 29946 col. II 3ª y
4ª.
[58] Subasta de vidas 8.
[59]
República, 381 b-382 e y 423
c-d.
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