Según cuenta Dión Crisóstomo, en una de
esas vueltas el Perro procedió a dar
un discurso a la muchedumbre que se agolpaba para presenciar los Juegos
Ístmicos, y una vez concluido el vehemente speech,
se acomodó en cuclillas y sin comerla ni beberla se puso a cagar de cara a la
tribuna: «utilizar cualquier lugar para
cualquier propósito», que dice Diógenes Laercio. La ἀναίδεια como oposición a la αἰδώς –«piedra
angular de la moral tradicional griega», que dice García Gual– podría
leerse como desvergüenza pero también como deshonra, impudor pero deshonor. Se
trata de una guerra declarada al decoro, a la que se suma como lugarteniente la
ἀδοξία, el repudio a la nombradía, al qué
dirán, al prestigio. Desde que Antístenes, yendo mucho más lejos que ese
refractario a la δόξα llamado Sócrates, sentenció que la ἀδοξία no
era un mal sino un bien[1],
quedó la tranquera abierta para que Diógenes y secuaces asaltaran las buenas
costumbres con la excusa de que eran tan artificiosas
como fútiles. Desde entonces los cínicos se convierten en los anónimos más
famosos, urbi et orbi, porque deben
despreciar la reputación no con mansedumbre sino con desfachatez. El ideal es
ser ignoto pero jamás incógnito, como sí pretenderán ser los epicúreos bajo la
máxima capital del vive oculto (λάθε
βιώσας) y el imperativo del no a la
política (μή πολιτεύεσθαι), de
desentenderse de los asuntos públicos. Los canes al contrario truecan fama en
mala fama, no en una clandestinidad remansada. Viven, a contramano de los
epicúreos, expuestos, no recónditos,
y armando desmanes donde pinte. Nada menos esotérico que un can filósofo, que
encuentra, como señalarían los críticos severos, la gloria en la infamia, la δόξα
en la ἀδοξία. Esa vida
en la miseria y la desvergüenza les cede la inmunidad (no) diplomática para
decir lo que sea y como sea sin ser repelido fatalmente, una autoridad rapiñada
a los dioses y a los hechos naturales para ganarse el pan de la libertad y la
sinceridad. Ser tan ridículo como para poder tirar toda la verdad al asador, a
la caripela del otro y del jefe.
Es que esta moral tradicional contra la que ladraban los cínicos
enaltecía no tanto al bueno sino al mejor, al vencedor de la competencia:
éxito, laurel, fama. La εὐδοξία del
triunfador. De ahí que a Diógenes le guste tanto hacer turismo moral por los
estadios deportivos, los certámenes y los festivales. La ἀναίδεια o
desvergüenza, como valor cínico, es un escopetazo certero dirigido a ese atávico
bien o norma de urbanidad llamada αἰδώς, a la
que habría que entender como vergüenza en el sentido de respeto, pundonor,
observancia, reverencia, decencia y pudor. A años luz de la ἀτυφία que etiqueta a la modestia cínica, la αἰδώς era un tipo de modestia cívica y religiosa
vinculada a la honra y el recato, razón por la cual el cínico será ἄτυφος y ἀναιδής, modesto-inmodesto, humilde-descarado. Sin
embargo se empeñará en ofrecer a cambio una vergüenza propia, ya que es un
sátiro catequista, un moralista irreverente pero taxativo. Y de hecho con tanta
firmeza se pararon los cánidos sobre esta nueva vergüenza antisocial que, para
risas de los platónicos, la convirtieron en una suerte de tautología. Se le
cuelga tanto a Diógenes como a Antístenes la frase «lo vergonzoso es
vergonzoso lo parezca o no lo parezca»
(αἰσχρὸν τό γ'
αἰσχρόν, κἂν
δοκῇ κἂν
μὴ δοκῇ).
No es cosa opinable. Plutarco refiere que Antístenes la habría lanzado estando
en un teatro cuando vio que todos aplaudían furiosamente un verso de Eurípides
que decía ¿Qué es lo vergonzoso si a los
que lo cometen no les parece que lo sea?[2]
Ante semejante relativismo la vergüenza cínica tiene la fuerza de un a priori; pero también la gracia de ser
una parodia literaria correctiva (una rectificación o παραδιόρθωσις). Se dice que cierta vez
que el sinopense vio a un adolescente ponerse colorado (ἐρυθριῶν) lo alentó diciéndole «Ánimo, que ese es el color de la virtud»
(θάρρει, τοιοῦτόν ἐστι τῆς
ἀρετῆς τὸ
χρῶμα)[3].
Diógenes le está indicando al párvulo que tenga valor (θάρρει), con lo que
expone que el ruborizarse es para el profano un puntapié magnífico para
iniciarse en esta ética del coraje (θάρσος),
como se va a ver en el caso del joven Metrocles, donde el coaching corre por cuenta de Crates. Porque el cinismo es la
filosofía que mejor cuaja para los humillados, saca mano de obra y clientela de
los maldecidos y denigrados y empodera a los humildes sin redención de clase
convirtiéndolos en seres asertivos, decididos, dueños de sí y aptos para
emprender un tipo de agresividad medicinal y filantrópica. El bochorno, como la
desgracia, es uno de los hitos originales que disparan la iniciación perruna, y
ahí está el maestro cínico para asistir al caído en deshonra. Es que se habrá puesto
rojo el impúber Metrocles antes de salir rajando al escapársele el sonante
flato en la facultad; pero Crates triunfó cuando logró que se avergonzara de
haber tenido vergüenza. A algo así debía de referirse Laercio cuando cita sin
más pistas a Diógenes conectando a la virtud con esto de embermejecerse. Porque
a la vez y como contragolpe avergonzar
se vuelve para el filósofo-perro una de las tareas fundamentales, y de hecho
las χρεῖαι lo
muestran muchas veces preguntando ¿No te da vergüenza? (οὐκ αἰσχύνῃ)
sobre tal o cual cosa a alguno con el que topa y toma a continuación por objeto
de represalia. Esta fórmula la aplica Antístenes amonestando a un jovencito fanfarrón
que se las daba de gran escultor, o Diógenes a un adolescente amariconado, a un
arpista insensato, a uno que rebajaba a su propio padre, a un joven presumido y
lenguaraz, o a uno que acarreaba con
mucho mobiliario y no se poseía a sí mismo[4].
En el epistolario de Diógenes, armado por las sectas tardías con un carácter
eminentemente apostólico y didáctico, también abunda esta vergüenza cínica, la αἰσχύνη. En una carta instructiva que remite a
Crates se lee que los placeres (ἡδοναί)
llevan a lo vergonzoso (τὰ αἰσχρὰ
ἄγειν) y quienes son incapaces de seguir el
arduo camino corto se esclavizan
vergonzosamente a las circunstancias (πάσῃ περιστάσει δουλεύουσιν
αἰσχρῶς)[5].
En otra Diógenes acusa recibo de una serie de amenazas por escrito de parte de
Pérdicas, diádoco y general de Alejandro, y lo insta a que se avergüence (αἰσχύνου)[6].
El Diógenes de esta colección afirma que aquello que Alejandro sintió después
del rapapolvo que él le propinó en Corinto era mucho
pudor (πολλή αἰδὼς), que
esa fue la razón por la que pronunció aquello de que sería Diógenes si ya no
fuera Alejandro[7]. Diógenes, como se ve, logra avergonzar
al rey, aunque esa vergüenza no es la cínica porque no deja de ser αἰδώς. Es así que la vergüenza del respeto
por el νόμος según la δόξα tendrá que ser depuesta por la que en
todo caso incumbe al patrón universal de la φύσις, porque si la αἰδώς era una de las columnas sobre las que
se erguía la vida común en la πόλις,
esta αἰσχύνη vendría a
ser una pilastra válida para el flamante citadino del κόσμος. Se diría que para los hijos putativos
de Diógenes el honor brilla por su ausencia, pero no así algo que habrá que
llamar la culpa, dado que esto que blanden bajo el término αἰσχρόν no es otra cosa que un cargo de
conciencia. El cínico es indecente pero experto en deschavar las faltas, yerros
y deslices dentro del nuevo estándar filosófico garantido por el autocontrol y
la autosuficiencia individual: Diógenes era el objetor de conciencia más
impúdico e indecoroso que se haya visto, el moralista más escandaloso. En
definitiva queda claro que como hay una moral cínica hay una vergüenza cínica,
montada sobre esta palabra clave que es deshonra y vergüenza, pero también
acusación, censura y reproche: el sustantivo αἶσχος o el adjetivo αἰσχρός, piedra angular de la seriedad cánida a la
que Antístenes ya había
acoplado con el vicio bajo la contundente fórmula τἀγαθὰ καλά, τὰ
κακὰ αἰσχρά (las buenas acciones son hermosas y las malas vergonzosas). Las cosas buenas están bien –podría
decirse– y las contrarias son una vergüenza[8].
La máxima del escarmiento para el que se manda algo feo, para el que hace una
cagada.
Por supuesto hubo quienes se encargaron de
mostrar el lado oscuro de la cosa, como por ejemplo el epicúreo Filodemo, que
se quejaba de que los cínicos tomaban
por justo lo injusto y lo vergonzoso (αἰσχρός)[9],
o
el mismo Luciano de Samosata, que aplicándole al cinismo las tretas que del
propio cinismo había aprendido, hace del Perro
un personaje de comedia y pone en escena a un Diógenes que enseña que se debe
ser osado, temerario e insultar a todo el mundo, y que tan campante afirma que
el cínico «tiene que abandonar
el pudor, la cortesía y la mesura y barrer de su jeta todo rubor» (αἰδὼς δὲ καὶ ἐπιείκεια καὶ μετριότης ἀπέστω, καὶ τὸ ἐρυθριᾶν ἀπόξυσον τοῦ προσώπου παντελῶς)[10].
Aunque el fin es reírse del propio Diógenes, la descripción de Luciano no es
del todo contraria a doctrina y deja en claro que el sonrojo va bien como punto
de arranque para una iniciación en la secta; pero es necesario aprender a
sortearlo una vez que uno ya es un cínico consumado.
De la masturbación de Diógenes y el coito callejero de Crates e
Hiparquia –mojones fundacionales de la ἀναίδεια
cínica– no se paró de hablar en todo el resto de la era antigua. Y tampoco
después, aunque ya eran caso cerrado. Es así que el eclesiástico Isidoro de
Sevilla escribe hacia el siglo VII, recordando el remoto affaire de la parejita, que los cínicos fueron llamados de este
modo por lo asqueroso de su desvergüenza
(ab inmunditia impudentiae), por la actitud
contraria al pudor humano (contra humanam verecundiam)[11].
Mucho antes, otro cristiano célebre, Agustín de Hipona, se negaba a creer que
estos próceres de la perrería hubiesen actuado de semejante manera practicando
un sexo público. Para él Diógenes no se masturbaba sino que fingía hacerlo
perpetrando una teatralización manual escondida bajo el manto[12].
Un titiritero genital. Sin embargo el neoplatónico Elías, un siglo después de
Agustín y ajeno a los miramientos de estos representantes de Jesucristo en la
tierra, explicó que si bien una de las razones por la que se los llamó perros es porque ponían en práctica la ἀναίδεια –y es sabido que los perros son
animales desvergonzados (ἀναιδὲς
ζῷον ὁ
κύων)–, se encargó de aclarar que existen
dos clases de desvergüenza, una inferior
(χείρων) a la αἰδώς, que
perjudica a los varones, y otra superior
(κρείττων) a la αἰδώς,
que los beneficia. Esta segunda, dice, la que es mejor que el pudor, era la
desvergüenza cínica por la cual se consagraban a ladrarles a los extraños a la
filosofía[13].
Otro cantar es la desvergüenza que
Laercio ubica en Bión, que dice que condujo a ella a varios de sus novicios,
como un tal Beción, que declaraba unirse a él por las noches[14].
En este caso Laercio utiliza el término ἀναισχυντία, no ἀναίδεια, como
si nos dijera que Bión –al que en realidad no cataloga entre los cínicos–
faltaba a la moral perruna, que en efecto era un sistema de valores bastante
renuente a la pederastia. Si
la ἀναίδεια es la ausencia de αἰδώς, la ἀναισχυντία es la ausencia de αἰσχύνη, y de hecho fueron varios los que
acusaron a los perros de combinar ambas formas de desvergüenza, aunque en general se trata de una
imputación más reciente que suele aparecer remitida al cinismo callejero, a las
pandillas que agobiaban las ciudades durante el Imperio romano. Así procede
Elio Aristides y así el susodicho Luciano cuando por boca de Zeus los describe
como bestias inmundas y sinvergüenzas
(μιαρὰ οὕτω καὶ ἀναίσχυντα θηρία), mientras que Juliano usa el término para
cargar contra un cínico leído y sutil como Enómao, al que define como un perro
carente lo mismo de αἰδώς que de αἰσχύνη (ὁ κύων ἀναιδὴς μηδὲ ἀναίσχυντος),
doblemente sinvergüenza[15].
Sin embargo uno y otro, Luciano y Juliano, vituperan a los especímenes de las
nuevas olas agarrándose a ciertos inestimables valores que hacían flamear los
de la era legendaria, disparan contra un cinismo de falsa bandera como en
nombre del original y autenticado.
Lo que hizo salir carpiendo al futuro
fundador de la Estoa Zenón en el episodio del Cerámico fue este pudor llamado αἰδώς, del
que Crates pretende curarlo sin suerte, ya que los estoicos lo bendecirán
ubicándolo dentro del campo de las εὐπαθείας, sujeto a una de las tres pasiones
buenas, la εὐλάβεια –discreción, reverencia[16].
Si la αἰδώς era un
escrúpulo ante la mirada social o la opinión ajena y prestigiosa, habrá que
discurrir que la αἰσχύνη reciclada por los filósofos perrunos
comportaría la pretensión de transferir ese tribunal al interior de uno mismo,
si es que no someterlo a la ley de Diógenes o la del cinismo. Ἄναίδεια
I era evidentemente la materia más difícil para recibirse de cínico. Pocos
pasaban el filtro. Las pruebas eran durísimas y la mayoría salían bochados. La
bolilla de Zenón fue una olla de lentejas en el barrio obrero, la de otros
pasearse con un arenque o transportando un queso barato[17].
No obstante en dichas anécdotas αἰδώς y αἰσχύνη (o αἰδέομαι y αἰσχύνομαι) aparecen como términos intercambiables:
Laercio avisa que Zenón,
aunque se entusiasmó ardorosamente por la filosofía al conocer a Crates, se
sentía avergonzado ante la ἀναισχυντία cínica (αἰδήμων δὲ ὡς πρὸς τὴν Κυνικὴν ἀναισχυντίαν)[18]. Αἰσχύνη y αἰδώς eran palabras que solían funcionar como
sinónimos, pero a la una los cínicos más bien la revierten y a la otra la
suprimen. A la αἰσχύνη mala
y flagrante oponen una buena, o más bien a la aparente u opinable la combaten
con la tautológica fuerza de lo concreto, porque a fiarse de la tajante frase de
Antístenes y Diógenes lo vergonzoso existe con la contundencia de los hechos. Pero ante
los susurros de la αἰδώς son inflexibles. Para ceder hay que hacerse
estoico y para pretender que el cinismo en realidad observaba rigurosamente el
recato hay que esperar más de cuatro siglos a que llegue Epicteto.
En realidad esta
eventual αἰσχύνη puesta en boca de los cínicos no figura en el
inventario de términos fetiche asociados a la iglesia del Perro; en cambio los estoicos, profesionales de la taxidermia
lógico-gramatical que eran, superando el traspiés inicial de Zenón ficharon el
término de manera precisa y negativa dentro del rango de las pasiones funestas,
dándole el estatuto de fobia, registrada en concreto como el miedo a la infamia o deshonra, a la ἀδοξία (αἰσχύνη δὲ φόβος ἀδοξίας)[19].
Epicteto, fiel a la nomenclatura de su escuela y a la tendencia de los que
veían a los perrunos como unos prácticos de cabotaje atados a ella, no se
contentó como el tal Elías con considerar que el verdadero cínico profesa una ἀναίδεια más valorable que la αἰδώς
convencional; al contrario decía que si el cínico, viviendo desnudo y al aire
libre y sin nada que ocultar, cumplía ese papel que le asigna de fiscal y
censor, de vigilante y espía entre los hombres y al servicio de Dios, era lisa
y llanamente merced a la αἰδώς. Lo único con lo que contaba para guarecerse. Porque es sabido que para un filósofo cínico todo
debe hacerse de manera ostensible, expuesta y patente (φανερῶς), todo es al público (δημοσία). Se diría que el cínico es cualquier cosa menos invisible (ἀϊδής).
Todo está en todo y a través de todo (πάντ' ἐν πᾶσι
καὶ διὰ πάντων εἶναι)[20]
dice Diógenes para explicar desde el nivel de la microfísica que en el fondo es
lo mismo comer pan que lechuga o un muslito humano. Y ya a escala social y
urbana es lo mismo hacerlo en casa que en la plaza, dado que se puede usar cualquier lugar para cualquier cosa
(παντὶ τόπῳ ἐχρῆτο εἰς πάντα)[21].
Siendo que subsistía en la vía pública estaba
acostumbrado a hacerlo todo en el medio (εἰώθει δὲ
πάντα ποιεῖν ἐν τῷ μέσῳ),
en el centro y en el foro (ἐν
μέσῳ y ἐν ἀγορᾷ)[22],
porque no hay nada fuera de lugar (οὐκ ἄτοπον)
y así nada es impropio, ni profano ni impío (οὐκ ἄνοσιον)[23]:
todo se hace a la vista de todos (ἐν ὄψει
πάντων)[24]
porque si algo es bueno se debe hacer en
público y en privado y si no es bueno ni en privado ni en público (εἰ ἀγαθόν
ἐστι, δεῖ
κοινῇ καὶ
ἰδίᾳ πράττεσθαι,
εἰ δὲ
οὐκ ἔστιν
ἀγαθόν, οὔτε
κοινῇ οὔτε
ἰδίᾳ αὐτὸ
διαπρακτέον)[25].
Esa era la máxima que estaba detrás de todo esto y en razón de la cual Diógenes
se caga después de despachar un discurso sobre Heracles. Caga, mea, escupe,
eyacula, pee, come, hace de todas estas funciones orgánicas, que no podrían
jamás ser malas, una especie de acto político y un ejercicio de desobediencia
civil. Para el ciudadano del cosmos todo es político porque nada lo es. La
antipolítica diciendo que la intimidad es política se llama cinismo. El
principio de la ἀναίδεια, en
cuanto rechazo al pudor, convierte al practicante del βίος κυνικός en un hombre sin
intimidad y sin vida privada, un tipo que vive en la pura extimidad, un ser arrojado a los demás las 24 horas. Como es un
meteco carece de vida pública, no puede ejercer la ciudadanía ni el gobierno, y
como cínico no sólo no quiere hacerlo, sino que además de aborrecer la esfera
pública desprecia la otra cara de la moneda: la esfera privada. Reniega de la
privacidad e incluso de la privatización de las formas de vida; rechaza las
costumbres, la tradición y la ley –la sujeción al Estado– así como rechaza la
familia y la propiedad, ya que «todo es
de los dioses» y la φύσις es más bien una dimensión unaria en la que no
cabe esa eventual división que repele. Vive en la calle, en el ágora, el
mercado, habita los sitios sagrados y públicos como un infiltrado que viene de
la naturaleza pero enviado de los dioses, sabio salvaje. Privado de
participación política, de ejercer el mando o la soberanía, y privado de
privacidad, caga, come, mea, coje, duerme, se masturba, donde los demás
departen e intercambian, comercian y opinan, gobiernan y obedecen, consumen y
producen y se someten o solazan bajo la ley y las costumbres al calor de la
ideología, vanidad de vanidades e ilusionismo decadente. Se dirá que la ἐλευθερία cínica
se parece a lo que hoy se
llama libertad negativa; pero también
–ya que estamos– esta gente cultivaba una especie de felicidad negativa, que no
requería de la πόλις, ni de
la riqueza, ni de la nobleza de cuna (una εὐδαιμονία antiaristotélica). Enarbolaban la libertad de palabra del
pobre tipo, pero decir que defendían la libertad del liberal parece una
audacia; se mearía menos fuera del hoyo conjeturando que alentaban una suerte
de conciliación a lo Marx entre el reino de la necesidad y el de la libertad, y
eso si es que eran algo más que unos performers
de la insolencia y la denuncia, y si es que fue cierto –o hay que tomarse en
serio– el costado de idealismo utópico que supuestamente alegaban[26].
Fuera de resistir al νόμος usando como rasero la φύσις, cuesta imaginar en
Diógenes la ingenuidad demasiado agustiniana del revolucionario moderno. Pedir
otra cosa que escepticismo en tal materia y en plena Antigüedad precristiana es
como salir a excavar buscando OOPARTS.
Dado que la πολιτεία es el gobierno del rebaño humano, no puede deparar otro
ideal que la dictadura, así sea del proletariado –por algo la izquierda no
avanza más allá del platonismo reformulado (igualitarismo de control
oligárquico) y no por el callejón de la κοινωνία de los αὐτάρκεις.
Que uno de los principios del cínico sea la
ἐγκράτεια, el
autodominio, quiere decir que el amo es el esclavo y el esclavo el amo, al
propio interior del sí mismo. De allí para afuera comienza a correr un juego de
reversiones. La ἐγκράτεια no los
convierte en ácratas (ἀκρατείς,
o sea incontinentes) sino en reyes; pero con un imperio incluso menor que el de
las mujeres, porque ni siquiera gobiernan en la casa sino en sí mismos. A
diferencia del epicúreo, cuya ética del retiro al country comporta un comunitarismo sectario que es la apoteosis de
la vida privada –apartamiento y abandono de la participación ciudadana–, el
cínico opera políticamente en tanto que vive metido en el corazón de la πόλις
clamando por un orden social sin amos ni esclavos, ni fronteras entre culturas
y Estados: se adelanta a las Internacionales como Aristarco de Samos a
Copérnico. Clamor es un decir porque
lo suyo es la paradoja, el sarcasmo, la carcajada y el escándalo; orden social otro decir porque va mucho
más en profundidad o en superficie. Esa revolución de la mera ética es más
profunda y más superficial que la que emerge del capitalismo, no podía contar
con estrategia política colectiva alguna para demoler el modo de producción
esclavista, pero al trabajar sobre el sujeto y no sobre la estructura social
garantizaba al menos no formar un nuevo déspota con mameluco de jornalero. A las
izquierdas les faltó Diógenes. Pero la parusía de la sociedad sin clases de
anarquistas y comunistas nunca llegó tan lejos, no digamos en la práctica sino
ni siquiera en los proyectos, en orden a la subrogación de lo público y lo
privado. Esta revolución no era tan corta de miras como la moderna y aspiraba a
abolir la división entre naturaleza y cultura. ¿Eran cómplices recónditos del
opresor o la izquierda de toda izquierda habida y por haber? Como al cínico
todo lo que no es bueno o malo le resulta indiferente, diríamos que la ἀδιαφορία rige allí donde no hay
diferencia entre lo económico y lo político, entre el hogar, el parlamento y el
mercado, entre οἶκος y ἀγορά; por eso para ser ἄπολις se debe ser ἄοικος, y
así en la cosmopolítica, donde todo y nada es
político, más bien todo es publicitario,
razón por la cual la filosofía de la indiferencia se vuelve un agitprop aretaico-eudemonista. Falta
contar la anécdota de que cuando le preguntaron a Diógenes por qué agitaba su
falo en la vía pública respondió ¡Es la
economía, estúpido!
[1] Laercio, VI 11.
[2] Plutarco, Cómo debe el joven oír a los poetas 12,
p. 33 c. La atribución a Diógenes de estas palabras se encuentra en Apostolio
Paremiógrafo XVI 6,1ª. El verso de Eurípides es «τί
δ'
αἰσχρὸν εἰ μὴ τοῖσι χρωμένοις δοκῇ» (Eurípides, frg. 19 Nauck).
[3] Laercio, VI 54.
[4] Id. VI 9; id., VI 65;
Arsenio, p. 197 8-11.
[5] Ps.-Diógenes, Epístola 12.
[6] Id., Epístola 37.
[7] Id., Epístola 45.
[8] Laercio, VI 12.
[9] Filodemo, Sobre los estoicos: Papiro Herculanense
n.° 339.
[10] Luciano, Subasta de vidas 10.
[11] Isidoro, Etimologías VIII 6, 14.
[12] San Agustín, La ciudad de Dios XIV 20.
[13] Elías, A las Categorías de Aristóteles p. 111,
1-32.
[14] Laercio, IV 54.
[15] Elio Aristides, Oración III; Luciano, Los fugitivos 13; Juliano, Contra los cínicos
incultos 199 a.
[16] Laercio, VII 116.
[17] Id., VI 36.
[18] Id., VII 3.
[19]
Id., VII 112.
[20] Id., VI 73.
[21]
Id., VI 22.
[22] Id., VI 69, 58 y 61.
[23] Id., VI 69 y 73.
[24] Eusebio, Preparación evangélica XI 3.
[25] Elías, A las Categorías de Aristóteles p. 111.
[26] En la versión abonada
por Dmitri Nikulin la misma ἀναίδεια
es la libertad negativa o libertad de,
mientras que la libertad positiva del cínico se manifiesta en la libertad de
expresión (παρρησία) y cristaliza en la buena vida (εὖ ζῆν) y la autosuficiencia (αὐτάρκεια). Acá la ἀναίδεια es un momento de liberación en el que se cuestionan y derrocan
hábitos e instituciones represivas y la παρρησία el
discurso que cuestiona y suspende normas, convenciones e instituciones comúnmente
aceptadas (cf. D. Nikulin, Diogenes the Comic, or How to Tell the Truth in the Face of a Tyrant).
Comentarios
Publicar un comentario