Diógenes denuncia la estupidez de los
atletas cuando dice que son insensibles (ἀναίσθητοί)
por estar tapiados por cadáveres de chancho y buey; ve en ellos algo fúnebre:
la insensibilidad de la muerte y no el desapasionamiento ecuánime de la ἀπάθεια[1]. Quita del medio al instructor de
gimnasia (παιδοτρίβης) de los
hijos del amo, lo manda de auxiliar y lo saca del rol de maestro, para evitar
que se formen como atletas, salvo en lo indispensable para adquirir buen estado
de salud (εὐεξία) y un sano
tono rojizo[2].
El deportista profesional es uno de sus blancos típicos: el luchador (παλαιστής), el atleta (ἀθλητής), el campeón olímpico (Ὀλυμπιονίκης)[3].
Él se proclamó campeón en καλοκαγαθία[4]–como decir
en bondad y en nobleza– e
incluso parece ser que compitió motu
proprio corriendo en la carrera de hoplitas de los Juegos para realizar su performance (lo que hoy llamaríamos un campeón moral)[5].
Demetrio da como un hecho su participación, aunque Dión expone el asunto como
un intento o más bien una parodia o escrache. Escribe
que cuando uno en los Juegos Ístmicos le preguntó si venía a verlos, respondió provocando
risa que venía a concursar por el premio
(ἀγωνιούμενος), mientras que en otra escena
lo describe proclamándose vencedor y colocándose una corona de pino, motivo por
el cual es acusado de transgredir las leyes, dado que sostienen que no venció (οὐ νενίκηκας). Él niega la transgresión y responde que venció a
unos antagonistas que no son los corredores, luchadores o lanzadores, sino una
ristra de vicios entre los que descuella el placer[6]. Como puede verse en otras
fuentes, Diógenes asocia su
vida con una carrera (δρόμος),
una especie de maratón o carrera de larga distancia (δόλιχον ἔτρεχον)
y a perpetuidad[7].
Este es un Diógenes que muestra a la vida como una lucha o competencia (ἀγωνίζομαι), aunque apenas sea un agonismo frente
a sí mismo o ante las inercias de la naturaleza. Su muerte es también presentada
como una competencia de tipo deportivo entre él y la fiebre (si febrem vicero versus si me vicerit febris), y más que morir,
dice Jerónimo, se dijo que la venció muriendo[8]:
muere luchando (μάχην) contra la
fiebre (πυρετός) mientras los
viles atletas luchan en los Juegos, y expresando a los que pasaban que su
espectáculo valía más la pena que el viaje a Olimpia[9].
Él es un atleta, pero de otra índole: un anti-atleta. Los gimnasios y los
Juegos Olímpicos le suministran el permanente parangón con el que se mide y Dión
Crisóstomo deja bien en claro que el modelo que tiene para esgrimir frente a
los deportistas es el de Heracles. Acá Diógenes observa que ante los esfuerzos
(πονέω) y lucha (ἀγωνίζομαι)
del semidiós, la gente sentía compasión y lo tomaba por el más miserable o desdichado de los hombres (ἀνθρώπων ἀθλιώτατον). Se trata de un juego de palabras con los
sentidos del término ἄθλιος,
y así asegura que a los ἔργα
de Heracles –labores, acciones o hazañas– y a los πόνοι de Heracles –trabajos,
esfuerzos, sacrificios, dolores– los llamaban ἄθλοι –luchas, conflictos, o más bien partidos, cotejos o contiendas–,
como si una vida esforzada fuera una vida de competición por el premio, o dicho
de otro modo: como si fuera una vida lamentable o infeliz (ὡς τὸν ἐπίπονον
βίον ἄθλιον ὄντα)[10].
Para el común, la vida heroica y aventurada, la vida hercúlea, es un
sufrimiento inútil y engorroso al que además confunden con la competitividad
deportiva, cuyo fin no es otro que la fama y el honor que brinda la premiación
(ἆθλον); y esto es así,
argumenta Dión, porque nunca comprendieron de qué clase de ψυχή era propietario
Heracles. De este modo la filosofía como ejercicio físico elude la sinécdoque
de los atletas, que entrenan el cuerpo por separado y con propósitos de
recompensa doxástica; al contrario aspira a la εὐψυχία, a la virtud del alma (algo así como mens sana in corpore sano, la célebre fórmula
de Juvenal). Pero la ψυχή
como sustancia que precede y sucede al cuerpo no es materia de competencia
cínica: el alma nomás es el agente activo y vivificador del cuerpo. Si el
cuerpo es su tumba, como dice Platón, el cínico banquetea en los cementerios,
festeja su residencia en las catacumbas, ilumina y se luce en el antro de la
edad de Zeus y vive en gracia y haciendo gracias aun durmiendo en nichos
abandonados o aparcando en un ánfora de esas que fungían de urnas funerarias o
sarcófagos, como la memorable tina diogénica.
En cuanto a Platón, parece
que sabía, como los científicos del día de la fecha, que además de un olfato
superlativo el perro tiene otros dones como un oído superior al humano, y
aunque una vista menos desarrollada, un mayor campo visual; de manera que dice al pasar
que los guardianes en tanto que guerreros atletas (πολεμικοῖς ἀθληταῖς) deben realizar un tipo de ἄσκησις para mantenerse alertas (ἄγρυπνοι) –despiertos,
insomnes– y aguzar ojos y oídos como los perros. Se trata de una preparación,
muy al estilo de las proezas diogénicas, destinada a que sobrelleven las
adversidades e incertidumbres climáticas y alimentarias[11].
No obstante para la educación de los guardianes, si bien como los cínicos rechaza
la gimnasia propia de los atletas, lo hace porque entiende que el fin de esta
última es la ἰσχύς, la fuerza, mientras que los πόνοι de la gimnasia platónica deben
apuntar en concreto a lo animoso de la naturaleza (πρὸς τὸ θυμοειδὲς τῆς φύσεως), ya que lejos del Diógenes que promueve un entrenamiento de tipo
físico que tiene como fin la salud y el vigor del alma, Platón descree de que
la ἀρετή del cuerpo beneficie a
la ἀρετή del alma y
cree que sí sucede al revés[12].
Sostiene que la música y la gimnasia deben ser simples, pero al final considera
que no deben aplicarse de forma aislada, una para el alma y otra para el
cuerpo, sino para que se ajusten de modo armónico, ya que ambas fueron dadas
por algún dios en simultáneo para lo animoso y el amor al saber (ἐπὶ τὸ θυμοειδὲς καὶ τὸ φιλόσοφον). El cínico como asceta atlético aborrece la μαλακία, la blandura, y promueve un tipo de
endurecimiento; pero Platón dice que si bien la música sin gimnasia produce una
domesticidad demasiado blanda (μαλακίας τε καὶ ἡμερότητος), la gimnasia sin música rigidiza
hasta el punto de la salvajez (ἀγριότητός τε καὶ σκληρότητος), y así como los que se educan en
la música sin gimnasia se tornan en exceso suaves y delicados, los que lo hacen
en la gimnasia sin música se vuelven demasiado crueles o feroces[13]. El punto de mira y el
balance son bastante diferentes, aunque no opuestos, y también el léxico, ya
que Diógenes no habla de música y gimnasia sino de un entrenamiento que
comporta una gimnasia corporal en pro de una virtud almática, y siendo que
desprecia los beneficios de la educación formal, podría llegar a decirse que su
hombre virtuoso es ἄμουσος o no musical. No se diría que, en los papeles al menos, el cínico
sea un ejemplo de la gimnasia sin música, aunque es evidente que está mucho más
cerca de esto que de lo contrario.
Ascetismo atlético versus conocimiento y saber
Hay que conocer el bien para quererlo
dice el Sócrates platónico y ese conocimiento es la ciencia. En la doctrina
socrático-platónica quien conoce el bien no puede elegir el mal. Este esquema
montado sobre las nubes vuela por sobre el horizontal de la sensibilidad
perruna, que promete contra la arquitectónica del fantasma una solución
muscular. La versión de Antístenes dice más bien que quien aprende la virtud ya
no la puede perder jamás. La virtud es enseñable (τὴν ἀρετὴν διδακτὴν εἶναι)
y es además ἀναπόβλητος,
imposible de ser desechada, razón por la cual el sabio se hace ἀναμάρτητος, infalible, sin faltas, puro,
inocente[14].
Diógenes Laercio dice extraer semejantes dictámenes de su Heracles, pero los endosa a la general de los cínicos. Sin embargo
da la impresión de que para el cinismo ya decantado se trata no tanto de
aprenderla como de aprehenderla. Parece que da igual que al bien se lo
aprehenda en un acto de intelección, lo importante es que se lo aprende con el
ejemplo y el acto. El foco no está puesto en conocerlo sino en practicarlo con
una entrega furibunda. Primero lo primero, que no es conocer el bien para
actuar bien, sino ejercer el bien para ser sabio. «Para el maestro de Platón, el problema es, fundamentalmente,
intelectual. Los cínicos invierten los términos del problema –se lee en
Rafael Sartorio. Es la virtud quien nos
hace sabios; y para quien ha llegado a la inteligencia de lo que realmente
importa, todo otro conocimiento sobra.»[15]
Qué sea el bien y demás inquietudes del ramo parece asunto ya saldado para el
ejemplar cínico. A otra cosa. A aplicarlo. No les importa trazar un mapa de la
realidad sino hacerse camino al andar. Son como Antonio Machado. El sexo de los
ángeles se lo dejan a la Academia o al Pórtico. La sabiduría no se logra
entrando a un internado platonista y tomando a continuación innumerables
lecciones de gramática, lógica, física y matemáticas. Pelotudos con posgrados y
una visión retardataria y falsificada de la realidad seguimos viendo donde
posemos el ojo, emancipadores planetarios del mal ajeno pero de vida
impresentable hacen fila india de acá a la China. El cínico va al grano y pone
a prueba a los demás y a sí mismo a ojos del público presente. Empuña una
especie de antiintelectualismo ultrarracionalista combinado con una suerte de
primitivismo antirromanticista. No ser tonto y no tener trabajo. La razón
contra los humos, el ocio contra el negocio y el esfuerzo contra la inercia de
la satisfacción. La cuestión es formar el carácter, no explicar el universo o
atesorar reliquias en doctos y repletos anaqueles. En el libro
que Marie-Odile Goulet-Cazé consagra al ascetismo de los cínicos rastrea la
relación entre ἀρετή y ἄσκησις, virtud y ejercicio, desde Sócrates y los sofistas hasta Diógenes
y Crates. A continuación una breve síntesis que permite despejar lo que
heredaban o reformulaban e incluso el brinco que Diógenes dio por arriba de los
omóplatos de Antístenes, del no tan antiplatónico.[16]
Cuando al Sócrates del Menón se le pregunta si la virtud se
puede enseñar y si es resultado del aprendizaje o el entrenamiento, insiste
siempre en que primero habría que saber qué es y no cómo se produce: reduce la
cuestión al pensamiento y el conocimiento, excluye de arranque al cuerpo y a la
praxis y le da plena hegemonía al λόγος. Uno vale por lo que sabe, pero ese
saber es remitido al autoexamen, al cuidado del alma y al conócete a ti mismo.
El Sócrates de los primeros diálogos de Platón no admite que uno pueda volverse
virtuoso acostumbrándose a practicar actos virtuosos y por lo tanto excluye a
la ascesis del autoconocimiento. Sócrates era famoso por algunas proezas
relativas al control del cuerpo, como beber en cantidad sin emborracharse
jamás, soportar sin chistarse las adversidades climáticas o caminar descalzo
sobre el hielo, y ese hombre legendario es el que cala en los cínicos; pero
tales ejercicios socráticos para Platón, al contrario, no competen a la virtud
sino que atañen a la salud e higiene del cuerpo. Ahora el Sócrates de Jenofonte
es otra cosa, no es aquel tesonero fundamentalista del intelecto y el saber que
se florea allí en los textos platonianos. Este Sócrates B asegura que no basta
con el conocimiento para adquirir la virtud y en cambio hace de la ἐγκράτεια su
fundamento. Acá el autodominio es la condición del conocimiento, pero la
ἄσκησις es la
condición del autodominio: la ἐγκράτεια entraña un ejercicio, una ascesis alimentaria,
sexual, económica. Este otro es un Sócrates menos reñido con los sofistas, que
vuelve a poner en el tapete a la τέχνη. Sin embargo el intelectualismo a
rajatablas gracias al cual Sócrates cree que el λόγος puede dominar por entero
a los placeres, deseos y pasiones de poco y nada le sirve al Platón que tiene
que construir una sociedad desde cero, y por lo tanto se ve forzado a apelar al
aprendizaje y el ejercicio en la educación basada en gimnasia y música que
propone para los guardianes subalternos, a sabiendas de que en el mundo no
todos son Sócrates y por lo tanto las pasiones y placeres tienden en las
personas normales a vencer al λόγος –de ahí que fraccione al alma en tres
partes y entienda que las tres no pueden ser gobernadas por el conocimiento
salvo en el caso de los filósofos mandantes. A los fines de dar con la virtud
política, la educación sofística no promovía el ejercicio físico ni el moral
sino una forma de ejercicio intelectual como la oratoria, y en este esquema se
empalmaban ἄσκησις, μάθησις y φύσις, una trinidad que también Platón va a terminar
explotando. En definitiva, aunque el Sócrates de los diálogos socráticos de Platón insiste en el camino de la
definición, del saber y la razón, nunca deja de ser un ejemplo de ascetismo
corporal y un modelo de vida virtuosa. La prueba está a la vista: practica la
virtud en todo momento sin saber qué es, sin haber dado con una definición
satisfactoria y evidente. El saldo de estos diálogos es más bien negativo y
frustrante con respecto a las mieses del método socrático: el camino de la
dialéctica no tiene rellanos, la discusión puede ser eterna, pero mientras
tanto a la virtud hay que vivirla. El lenguaje es deficiente, el diálogo acaba
en atolladeros, la definición fracasa y entonces el mensaje socrático que yace
implícito no es otro que vive la virtud.
Ergo, el camino está más o menos allanado para que irrumpan los perros.
Y sin embargo hete aquí que Antístenes
hace todavía un esfuerzo por salvar el intelectualismo
del maestro y asegura en un pasaje laerciano que la virtud es perpetua e
infalible, e incluso llega a vincularla más que con un hecho con el λογισμός
(proposición, argumento, raciocinio)[17].
Decir que la virtud una vez contraída no puede perderse equivale a decir que
para retenerla no se necesita de práctica o ejercicio –de ἄσκησις. El
bien y el mal todavía están determinados por el juicio, la virtud puede
enseñarse. Antístenes no descarta física y lógica (y de hecho mantiene la idea
clásica de παιδεία: mix de ejercicios
físicos e intelectuales), pero el conocimiento de la virtud va por otro lado,
es conocimiento del bien y el mal (desaprender el mal, por lo pronto, liberarse
de los falsos valores inducidos por la sociedad). La sabiduría práctica, la
φρόνησις,
hace pie en el λόγος a la vez que en los actos, la virtud es un cognoscible
pero se materializa y se vuelve eficaz en la fortaleza y la fuerza (καρτερία e ἰσχύς), que eran los valores que más admiraba en Sócrates, y así el
razonamiento y el conocimiento ceden a la voluntad. Con él Sócrates dona la
φρόνησις a Heracles y Heracles la ἰσχύς a Sócrates y confluyen pensamiento y acción,
conocimiento o saber y voluntad[18].
Pero en cuanto a los cínicos propiamente dichos Goulet conjetura que el
conocimiento se desprende de una suerte de datos objetivos resultantes del
entrenamiento (le savoir cynique est une
sorte de donnee objective). Acá la voluntad deja en un plano aún menor al λόγος
y la virtud sale de la ascesis[19].
Diógenes, además, imitaba a Antístenes por el modo de vida, por los hechos. Y
en cuanto a Crates, más allá de que unos versos suyos que evocan aquello que de
las Musas reflexionó y aprendió (μανθάνω y φροντίζω)[20],
en esta materia le caben las generales de Diógenes: una de las cartas a su nombre señala redondamente que la virtud brota del
ejercicio (ἄσκητον) y no se incrusta en el alma de manera espontánea como el vicio (de
modo que si el mal es un accidente, incluso un automatismo psíquico, la
excelencia es una tarea[21]). La frase de Diógenes es rotunda: «Absolutamente
nada en la vida puede tener éxito sin el ejercicio (ἄσκησις), que es capaz de lograrlo todo a
la fuerza».[22]
Si hay que fiar de lo que dejó sentado el
emperador Juliano, el verdadero cinismo no reniega del conocimiento como γιγνώσκω, ya que a su criterio Diógenes hacía pie
en el apolíneo conócete a ti mismo (γνῶθι σαὐτόν), la
piedra basal del socratismo. Los cínicos más bien rechazan los saberes (especulativos,
culturales y tecnocientíficos) en cuanto no contribuyen a los fines como
felicidad, virtud, libertad, imperturbabilidad, simpleza y autogobierno, y de
tal suerte la teoría y las profesiones van a parar con los trastos de los esfuerzos inútiles. Podría suponerse, como hace Sartorio,
que el rechazo cínico del conocimiento es una opción por la sabiduría. De hecho
son unos cuantos los que van a recriminar a Diógenes y secuaces vivir del
camelo de la mitología del sabio: Hegel y Sayre entre ellos y todavía antes el
propio Luciano. La descripción que Maria Daraki hace del estoico da la pauta:
el estoico –escribe– no razona, sabe; nunca se hace preguntas porque no tiende
a la sabiduría, la posee. Es sabio, no filósofo. Siendo una manifestación
personificada de la naturaleza, esgrime una ciencia infalible cuya verdad en
definitiva es revelada[23].
Y aunque el cínico raja de su glosario a la ciencia y la sustituye con la
inventiva y las ocurrencias, podría encajar de buen gusto en el cuadro. ¿Cómo
sabe el sabio cínico que eso que practica es la virtud? Algunos analistas
vieron allí sentido común, otros intuición o instinto, sentimiento íntimo, dato
objetivo, experiencia existencial. Si la virtud y la felicidad son
bicondicionales podría bastar con patenciar la felicidad para inferir la
virtud, aunque eso no sería más que trasladar el problema a otro rincón. Lo que
hay ahí es una decisión, llegado el caso: puro decisionismo. Y eso es el
cínico, un tipo decidido. En una ética del coraje y la audacia basta con ser
intrépido y bravo para ser filósofo: fortaleza, trabajo, imitación de la
conducta del maestro predecesor, aprendizaje práctico, imponerse pruebas de
destreza. No se trata de una trama de razonamientos para conocer el bien sino
de una empresa de vida y de facto. El
pragmatismo cínico se hace prajnatismo,
una suerte de iluminación pero salida del entrenamiento. El λόγος perruno es
siempre dinámico y operatorio, no argumental salvo en el mínimo indispensable (una racionalidad
instrumental y estratégica dice Aldo Brancacci[24]). La interpretación más o menos
aceptada entre los entendidos es que desde Antístenes lo que reemplaza al conocimiento
como piedra de toque de la virtud es la voluntad. Es Heracles aupando a
Sócrates y codeando fuera a Platón. Efectivamente el cínico no es dogmático,
pero tampoco pirrónico; más bien es un fundamentalista de aquello único que le
importa –léase un fanático. Los cínicos no dan vueltas sobre el nudo del fundamento
o del primer principio, eluden aquella preocupación que conduciría a la
Academia en breve hacia el escepticismo de claustro. Hay un corte por lo sano y
lo sano es el acto. Y si el horizonte es la πρᾶξις, el rasero de la práctica
es el ejercicio, la ascesis.
Aristocles de Mesina dejó escrito que los
herederos de Sócrates eran todos distintos e incluso opuestos y separó en tres
dicha oposición: primero los pro placer versus los pro impavidez, anti-humos y
pro cinismos, segundo los que se mantenían inaccesibles y no charlaban con
nadie versus los que se dejaban ver por la calle y hablaban con la gente, y
tercero los que se las daban de saberlo todo versus los que fanfarroneaban de
no saber nada (καὶ οἱ μὲν εἰδέναι πάντα ἐκόμπαζον,
οἱ
δὲ
ἁπλῶς
μηθέν)[25].
De los dos primeros ítems se puede despejar con cierta facilidad a los
precursores del cinismo (aunque hasta cierto punto que no viene al caso
discutir), pero en cuanto al tercero se puede inferir de qué lado estaba Antístenes
y no así Diógenes y sus derivados, ya que los testimonios y documentos son
variopintos y discordantes. Si Diógenes era infalible como Antístenes y sus
pollos de la Estoa, quizá lo era a lo Sócrates por la omnitud de su fatal
ignorancia. Así William Desmond elucubra que
una de las paradojas orquestadas por el cinismo como inversión de los valores
fue convertir a la sabiduría en necedad, con apenas dos limitaciones: rechazar
el conocimiento externo en favor del autoconocimiento y restringir la verdadera
sabiduría a la renuncia[26]. Goulet-Cazé
es todavía más categórica, dispara que al cinismo no le interesaba el conocimiento
en ninguna de sus formas (ni siquiera el conocimiento del bien), sino la
voluntad del individuo libre para inventar y realizar en acción sus propios
valores morales. A su criterio, incluso, el cínico no se cree sabio, dado que
la sabiduría le resulta una cosa inalcanzable. Nada sabés
y filosofás (οὐδὲν εἰδὼς
φιλοσοφεῖς) le dicen a Diógenes, que vuelve a la filosofía
simulación (προσποιοῦµαι) de la sabiduría. «Ser filósofo es pretender serlo», habría dicho: «Aunque finjo la sabiduría, eso también es
filosofar». Así lee Goulet-Cazé la frase sinopense registrada por Diógenes
Laercio[27].
El οὐκ οἶδα socrático, la docta ignorantia, se trascribe en el lenguaje del παραχαράσσω y se
hace monedero falso. El emprendimiento del cínico, reza Goulet-Cazé, se llama
falsificación de la filosofía: «Diógenes
afirma así que la filosofía no es conocimiento y que la sabiduría no está a
nuestro alcance; todo lo que podemos hacer es fingir. Una hermosa lección de
humildad lanzada a todos los que pretendían saber, a todos los constructores de
sistemas demasiado coherentes, a todos los que pretendían poseer la filosofía»[28].
Pero esto no le impide a nuestro hombre, por así decir, invertir la carga de la
prueba y despacharse con un sermón, como hace en la Epístola 28, en el que acusa al conjunto de los griegos de parecer
hombres pero tener alma de monos y de pretender
saberlo todo sin saber nada (προσποιεῖσθε
μὲν πάντα,
γινώσκετε δὲ
οὐδέν). Allí se lo ve jactándose de tener más
alegrías que aflicciones y de saber más
de lo que ignora (πλεῖον…
τὸ εἰδέναι
τοῦ ἀγνοεῖν):
haciendo gala de su carácter
atrabiliario pasa revista de todos los vicios atenienses invocando la sabiduría de Sócrates y demostrando que los
pretenciosos y sabihondos aparentes son los demás, el pelotón del común de la
gente. La fatuidad sapiencial no sólo atañe a los teóricos, le cabe a todo el
mundo. El Diógenes esclavo y pedagogo se presentaba a sí mismo no como un mono
sino como un león y aseguraba que son los domadores y amos quienes temen a las fieras
y no ellas a los susodichos; pero la visión de Luciano era distinta, ya que para
él los cínicos eran como el burro de Cumas, que al ponerse encima una piel de
león rebuznaba con voz ronca y se creía realmente un león[29],
por lo que estos degradados perros lucianescos ya más que falsificadores son
ingenuos. Para Diógenes en el campo del saber o del conocimiento no hay más que
simulacros; pero el interés del cínico no está puesto ahí sino en repudiar
aquel sustituto del fundamento del que se va a agarrar la troupe de Pirrón, el νόμος. El simulacro de Diógenes, al decir de
Goulet, no era otra cosa que rifar por los aires los dogmas y clases
magistrales y reemplazarlos por el ascetismo. Con ese método, siempre el más
simple y siempre el más arduo, repudia a la filosofía como deseo de conocer,
como investigación metafísica, como disciplina al servicio de la ciudad, como
contemplación del cosmos, o como investigación científica. En menos palabras,
se cargaba de un manotazo a Platón y Aristóteles juntos. Se desenganchaba del
elemento intelectual y se agarraba del otro aspecto socrático: la experiencia
existencial del sabio. El filósofo cínico debe ser un mártir, no un dogmático;
debe dar testimonio en vida a través de los actos. La prioridad es la voluntad.
Es una cuestión de actitud.[30]
El educador ignorante: cinismo y cultura
Juan Estobeo apuntó que Diógenes
reivindicaba un tipo de ignorancia, entendida como ἀμαθία, lo que
no era más que una exhortación a prescindir de los saberes innecesarios para llevar adelante la vida
buena y sencilla que dignifica a los seres humanos[31].
Goulet-Cazé
indica que el cinismo rechazaba la παιδεία tradicional y
cualquier forma de conocimiento, ya que el sendero en pro de la virtud que
planteaban era el ascetismo y no el estudio o la ciencia, y sugiere que la
virtud para ellos no emanaba del conocimiento. Diógenes, cuenta Laercio,
llamaba a despreocuparse de la música, la geometría o la astronomía y a atender
a lo bueno y lo malo que acaece en el hogar[32]; Antístenes proponía
a los que ya hubieran alcanzado la φρόνησις librarse de la lectura, y los cínicos en
bloque quedándose con la ética, prescindían de la lógica y la física y de los
ἐγκύκλια μαθήματα –algo así como los
estudios formales y escolares[33]. Aunque la jerga que manejaba Diógenes Laercio era estoica y
anacrónica, ya que esa tripartición del saber bajo tales denominaciones no
existía en los orígenes del cinismo, seguramente vertía una descripción
bastante acertada. El objetivo de esta filosofía, en la versión de Goulet, era
ayudar a la gente a vivir bien, por eso le dice Diógenes al que se declaraba
inepto para la filosofía que su vida no tenía gollete si no se preocupaba por
vivir bien (los cínicos celebraban
la vida, dice Goulet). Estos filósofos operaban de una manera que pudiera garantizarle
a cualquier hijo de vecino, plebeyo y sin los debidos estudios, esos bienes
conductuales o espirituales que traficaban los filósofos serios y burgueses.
Con ellos los pobres tipos podían ingresar también al saber y hacerse de una
vida filosófica y rapiñar incluso y de paso el prestigioso membrete de filósofo,
lo que sin dudas alarmaba a los bien nacidos e hijos de papá que lucían el
pendón de sabios, de entendidos o de gentes de ciencia. Eso alarmaba, como se ve en Los fugitivos, a Luciano de Samósata:
que curtidores, pescadores, zapateros, carpinteros o banqueros, vestidos con
unos mantos rústicos y provistos de báculo y bolsito, se llamaran filósofos y
la filosofía sin pedigrí se desparramara de tal suerte por las calles y el
pueblo raso.
El sabio es más un atleta que un
científico o un erudito porque a la virtud y la felicidad se llega por la
voluntad, no por el conocimiento, y a la voluntad se la opera desde el cuerpo.
Son obreros de la filosofía, la conquistan por el trabajo, el πόνος, la fatiga
muscular forja el temple y remansa y esclarece el alma. Hechos y no palabras, actos y no discursos, sin dudas los
cínicos inventaron el pragmatismo –cuya antigüedad William James conocía muy
bien–, claro que en una versión ascética, contracultural, antipolítica. Goulet dice que el cinismo es una ética
y una práctica, que tiene un método
que es la ascesis y un modelo que es Heracles, el héroe que aún bajo la
esclavitud seguía siendo libre. Estos deportistas del espíritu o filósofos
musculares rapiñaron el término ἄσκησις de la palestra –que eso significaba: educación física– para llevar las aguas al molino socrático, porque
buscaban entrenar el cuerpo para amaestrar la voluntad y velar así por la salud
mental. Pero todo indica que Diógenes y sus émulos estaban convencidos de que
para llegar a esa beatitud almática, a la serenidad, la alegría y la entereza,
eran más eficaces los ejercicios físicos que los simplemente espirituales
preferidos por los estoicos. Un fin moral –escribe Goulet– pero una modalidad corporal:
entrenar la voluntad a través del cuerpo para llegar a la virtud, porque la
escisión entre alma y cuerpo no cuaja muy bien en esta gente, no hay límites nítidos entre ambos y la
imperturbabilidad del alma depende de un tipo de entrenamiento físico, de una
educación en el sufrimiento y la virilidad basada en el control del cuerpo. Para los cínicos la filosofía se define
como ascetismo; filosofía es terapéutica y arte de curar, pero siempre por esta vía, más savoir-vivre que savoir.
Diógenes convierte a la tendencia anti-intelectual barajada por Antístenes,
pone Goulet, en un fanatismo de la ἄσκησις. El
estoicismo, en cambio, comporta una vuelta al dilema de Antístenes gambeteando
a Diógenes: tomar el camino largo, el de la μάθησις. Para dar con los actos
morales correctos no basta la gimnasia integral que proponen los perros, hay
que jugar a dos puntas: entrenamiento y conocimiento, ἄσκησις y
μάθησις,
educación física e intelectual. Para eso elaboran una ἄσκησις del λόγος,
informa Goulet-Cazé, y así Musonio Rufo, uno de los estoicos más cínicos de la
etapa imperial, propone dos formas de ejercicio: a la de Diógenes, que es la
del alma por el cuerpo, añade otra que se distingue por ser propiamente mental.
Esto
empalma con aquello que decretó Antístenes, el cual aunque fue capaz de
presentarse a sí mismo cierta vez como παλαιστικός, es decir como un luchador o
un atleta[34],
no dudaba en indicar a los que tenían la intención de volverse buenos que
debían entrenar el cuerpo en los gimnasios
y el alma con razonamientos (σῶμα γυμνασίοις ἀσκεῖν,
τὴν
δὲ
ψυχὴν λόγοις)[35].
Hasta acá, más o menos, una
glosa intervenida de lo que sostiene Goulet.
No obstante en Diógenes Laercio se lee que el de Sinope reconocía los
dos tipos de ἄσκησις, la ψυχική o mental y la σωματική o física, y que le parecía que por
separado, la una sin la otra, quedaban incompletas (ἀτελείς,
truncadas o desprovistas de τέλος).
Sin embargo, sigue Laercio, priorizaba a la segunda porque dicha ἄσκησις σωματική
es aquella que proporciona a través de una incesante gimnasia (γυμνασία) las φαντασίαι
(imágenes, sensaciones o representaciones) que destraban a los actos virtuosos
(ἀρετῆς ἔργα).
A
las evidencias de esa inmediata predisposición a la virtud que dimanaba de la
gimnasia las encontraba en la general de los oficios y profesiones, músicos y
atletas por ejemplo, que lograban la excelencia a base de un esfuerzo denodado
y continuo. Tal sacrificio debía imitarse, pero haciéndolo virar de fines,
quitándolo de esos propósitos particulares y específicos para trasplantarlo a
una virtud integral y genérica encaminada al perfeccionamiento de la unidad del
cuerpo y el alma[36].
La ascesis cínica como disciplinamiento aretaico es un ejercicio más bien
físico de objetivos más bien psíquicos, cosa
que deja bien en claro el Diógenes de Estobeo al argüir que el τέλος de los esfuerzos es εὐψυχία καὶ τόνος ψυχῆς; no es bueno, dice, ninguno cuyo fin sea somático y no
este[37]:
la tonicidad corporal es un
medio para la almática, para la εὐψυχία, que es a la vez estar de buen genio,
elevación espiritual y coraje. Pero también es patente que lo que Diógenes
propone con el nombre de ἄσκησις es una τέχνη, una técnica, un tipo de
aprendizaje práctico de base corporal pero de dimensión holística cuyo resultado
es un vigor (ἰσχύς) y una energía saludable (εὐεξία)
para dar con la ἀρετή per se, una experticia
en el buen vivir. Extraía el modelo de abajo, de los sustratos de la sociedad,
de las τέχναι del τεχνίτης, de las habilidades locales de los trabajadores
comunes, artesanos, artistas populares y deportistas. Para el cínico los
intelectuales, los eruditos, los científicos o los filósofos teóricos debían
imitar los medios laborales de la plebe, y el populacho a la vez aprender a ser
experto no en una especialidad sino en un arte del vivir en cuanto deporte pro ἀρετή. Hay que decir que la paradoja del método
está bastante a la vista, aunque podría tratarse –de acuerdo a este párrafo
laerciano– de un simple malentendido: Diógenes pregona que, a los fines de
activar la virtud, la ἄσκησις es la vía más fácil, y sin embargo la
describe como un trabajo continuo, como un sacrificio constante (πόνος
συνεχής). En todo caso es la manera de dar fácilmente
(ῥᾳδίως) con la virtud; pero no por cierto una vía asequible, hacedera,
fácil (ῥᾴδιος). Una de las
epístolas de Crates deja en evidencia que el método abreviado de filosofía que
Diógenes perfeccionó a partir de Antístenes demanda un paradójico y perpetuo ejercicio,
como salta a la vista cuando exige a los discípulos que filosofen más a menudo de lo que respiran (φιλοσοφεῖτε πολλάκις ἢ ἀναπνεῖτε), en la medida en que la respiración apenas hace posible
vivir (ζῆν), pero la
filosofía vivir bien (εὖ ζῆν)[38].
Se llega en un suspiro con una práctica de largo aliento y sin respiro. La
verdad me encontrará trabajando dirá el buen perro, arrojándome sobre la arena
ardiente o abrazando una estatua helada, o saliendo a trotar –como en el
cinismo menos aparatoso del tebano. Pareciera que para estos antifilósofos
socráticos la verdad no avanza más allá de la tautología –se parecen a
Wittgenstein–, de manera que los caminos epistemológicos y
ontológico-gnoseológicos están tapizados de pleonasmos, como si no les
preocupara tanto encontrar la verdad –como a Platón y Aristóteles–, sino decirla.
Ser francos, veraces, deícticos. Lo que certifica que dicen la verdad es su
propia forma de vida, la virtud en acto, la felicidad flagrante, mostrada, no
demostrada.
Sin embargo, basta echar el menor vistazo por
Diógenes o Crates para advertir que se la pasaban citando a Homero y los
trágicos y que no eran en lo más mínimo sujetos incultos así como así. Diógenes podía burlarse de los que
acumulaban libros o de los que se pasaban las tardes leyendo historias de nunca
acabar[39];
pero también abundan los testimonios que lo muestran saliendo en defensa de la
παιδεία de una manera
tajante. Cuando se le preguntó qué era más pesado, si el plomo o
el oro, respondió que la ignorancia (ἀπαιδευσία), es decir la
falta de παιδεία[40], porque este ἄνθρωπος ἀπαίδευτος es lo más difícil de levantar que hay sobre la
tierra[41], un peso muerto, un
elefante con dos patas, y de nada le serviría ser carilindo o millonario porque
un rico ignorante (πλούσιον ἀπαίδευτον) no es más que una oveja de oro[42]y los que tienen pinta pero son ἀπαίδευτοι parecen vasijas de alabastro llenas de vino agriado[43]. La παιδεία, decía Diógenes, es una corona de oro (χρυσῷ στεφάνῳ), que da honra y esplendor (τιμὴν ἔχει καὶ πολυτέλειαν)[44]; no sólo riqueza a los
pobres (τοῖς δὲ πένησι πλοῦτον), también σωφροσύνη a los jóvenes, a los viejos ánimo o alivio
(παραμυθία) y a los ricos los adorna (τοῖς δὲ πλουσίοις κόσμον εἶναι)[45]. Pero la pregunta es qué
clase de παιδεία era esta y la respuesta más clara que
ofrece la Antigüedad viene de Dión de Prusa cuando pone a Diógenes de cara a
Alejandro para darle una lección acerca de la verdadera realeza. Esa παιδεία no
tradicional es revestida con una terminología teológica o pararreligiosa.
El Diógenes de Dión le enseña al presumido
macedonio que hay dos tipos de παιδεία, una es un
juguetito infantil (παιδιά), una educación de mentirita, el sonajero que zarandean las manos de esos eunucos
llamados sofistas, que no aporta otra cosa que erudición baladí, una formación de
simple rango humano a la que denomina efectivamente ἀνθρωπίνη o humana. Por la inversa,
la otra es θεία o divina, propia de los
auténticos hijos de Zeus, cuyo modelo se encuentra en Heracles. Por la segunda,
a la que describe como grandiosa, vigorosa y a la vez
accesible (μεγάλη καὶ
ἰσχυρὰ καὶ
ῥᾳδία), uno se encamina hacia la valentía o
virilidad y a la grandeza de espíritu (ἀνδρεία καὶ
μεγαλοφροσύνη). La otra en cambio
es chiquitita, trivial, debilucha y delicadita (μικρὰ καὶ ἀσθενής) y por ende nos conduce en sentido
contrario; porque la humana no te hace hombruno sino tilingo[46]. Como se ve, Diógenes no aborrece a la παιδεία en cuanto
tal, más bien distingue educación de instrucción, porque la divina no necesita
del estudio (μαθεῖν) y para alcanzar sus metas puede saltarse la
ilustración libresca y la iniciación científica, que suelen hacer girar a los
alumnos como trompos por los susodichos círculos (κύκλοι) de la ἐγκύκλιος παιδεία (no extraña por eso que cuando veía a
algún escolar mandándose una, averiguara quién le daba clases y fuera a pegarle
un saque al maestro[47]).
Con la heraclea uno es iniciado pero en la guardia de la ψυχή (μεμύηται
καὶ φυλάττει
ἐν τῇ
ψυχῇ). Esta παιδεία divina va en línea recta hacia la virtud y la
felicidad, y esa línea recta no es la escolaridad sino el entrenamiento, el
ascetismo. Es la παιδεία del atajo escarpado que nos convierte en dioses, παιδεία
indestructible a la que no hacen mella ni el azar ni las engañifas de los
saltimbanquis de la sofistería, ya que tramita
aquellas cosas que se graban a perpetuidad soportando el fuego y las espadas y
que no dejan de ser δόγματα[48](de modo que si bien lo trasmundano o la
trascendencia están fuera del radio cínico, existe no obstante un elemento que
es perenne e inmarcesible en vida). La otra formación va y viene, como la guita, y
sirve poco y nada para salirle al paso a los avatares. Y el Diógenes de Dión
aclara que dicha παιδεία divina no prohíbe ni el conocimiento ni la alta cultura, sino que al
contrario los vuelve más llevaderos, lo que no contradice el testimonio que Diógenes Laercio transmite
de la Venta de Diógenes de Eubulo, donde
el Perro comprado como esclavo es
conchabado como educador de los hijos del dueño y además de enseñarles una
disciplina dietética y vestimentaria y adiestrarlos en faenas viriles como
cabalgar y manejar arco, honda y jabalina, los introduce en la lectura de
pasajes compendiados y accesibles de poetas y prosistas varios con el fin de trabajar
la memoria. Aunque acá Diógenes no está entrenando a candidatos a filósofos
cínicos sino a παῖδες, a niños o adolescentes, el programa lectivo
hace foco en la αὐτάρκεια como ideal y en la manera de afrontar la
vida diaria desde la simplicidad, la frugalidad y la austeridad. A ese
propósito restringe el entrenamiento físico propio de los atletas de la
palestra a lo indispensable para gozar de buena salud corporal y de un aspecto
rozagante (μόνον ἐρυθήματος χάριν καὶ εὐεξίας), y
a la vez limita la formación cultural libresca a epítomes llevaderos, a un
breviario prêt-à-porter (ἔφοδον
σύντομον πρὸς τὸ εὐμνημόνευτον ἐπήσκει).[49]
Finalmente en lo que toca a su hijo
pródigo, el tebano Crates, llama la atención cómo el entrenamiento que en
Diógenes en persona se despliega como un rosario de admirables proezas, tiende
a convertirse en deportivo. Personaje extemporáneo este Crates, parece venido
del presente: con él disminuye el modelo heroico y aparece un instructor
filosófico que incluye dentro a un profesor de gimnasia. Ya no se trata de
desafiar la arena ardiente y la descalza nieve sino de salir todos los días a
correr (τρέχω) y realizar ejercicios gimnásticos en la palestra (γυμνασία). Es
un runner hecho y derecho y el primer
intelectual sportsman –aunque nada
tiene de inglesito posvictoriano sino de un friki de estos días. Él se encarga
también de reacuñar el uso de los gimnasios y el sentido del entrenamiento
atlético según el objetivo de una salud (ὑγίεια) filosófica en la cual el cuerpo es el instrumento señero por el
que se llega al alma, y por eso se
burla de la ἄσκησις del ἀθλητής cuyo propósito no es la sanitas corporis sino la competencia. Además, como
corresponde, se esfuerza por el bien de sus propios órganos, pero entrena en
público para dar ejemplo y captar aspirantes –así lo muestra al menos su Epístola 20. Tanto como Diógenes, él
representa a cabalidad a esta ascesis rival del espiritualismo estoico; pero su
caso trae algunas variantes. Es un molde más bajado a tierra y ajustado para
los no beneficiados por la biología. Demuestra que el nerd también puede llegar a cínico. A diferencia del maestro, a
Crates se lo presenta con un cuerpo débil, feo y deforme; pero frente a
semejante indisposición física será continuamente resuelto y asertivo (θαρρεω),
desplegando así una de las virtudes propias del cínico. En su faz atlética el
ascetismo cratesiano tiene como mira enfrentar a la dolencia y la indolencia, a
la enfermedad (νόσος) y a la ociosidad del perezoso (ἀργία).[50]
Lo que en definitiva queda claro es que para
llegar a ser filósofo, por la vía cínica al menos, no es menester ir a la
escuela ni engordar un curriculum o
una solapa de cartulina con posdoctorados y diplomas en pergaminos. Por ende
esta secta filosófica les dará cabida incluso a los analfabetos como nosotros,
siempre que demuestren ser capaces de andar por la cornisa esa del σύντομος
οδός. A tales cosas y no a otras se refería Diógenes cuando afirmó que prefería «fracasar con los cultivados a
triunfar con los ignorantes» (μᾶλλον ἐθέλειν ἐν πεπαιδευμένοις ἀποτυγχάνειν, ἢ ἐν ἀπαιδεύτοις ἐπιτυγχάνειν).[51]
[1] Laercio, VI 49.
[2] Id., VI 30; Arriano, Diatribas
de Epicteto IV 1, 117.
[3] Laercio, VI 49 y 62.
[4]
Estobeo, III 4, 111; Laercio, VI 27.
[5]
Demetrio, Sobre la elocuencia 260.
[6] Dión de Prusa, Discursos
VIII 11 y IX 11.
[7] Gnomologium Vaticanum 743, n. 202; Laercio, VI 34 y Ps.-Eudocia, Violar 332, p. 244, 28-245, 1.
[8] Jerónimo, Contra Joviniano II 14.
[9] Arriano, Diatribas de Epicteto III 22, 58.
[10] Dión de Prusa, Discursos VIII 28.
[11] República 404 a-b.
[12] Ibid. 410 b y 403 d.
[13] Ibid. 404 e, 411 e,
410 d.
[14] Laercio, VI 105.
[15] Rafael Sartorio, Diógenes Laercio: Los cínicos.
[16] M.-O. Goulet-Cazé, L' ascese
cynique: Un commentaire de Diogene Laerce VI 70-71.
[17] Dice Antístenes: «la virtud es un arma inalienable (ἀναφαίρετον ὅπλον ἡ ἀρετή)», la φρόνησις «es el muro más firme (ἀσφαλέστατον)» o infalible y «hay que edificar muros inexpugnables o incorruptibles (ἀναλώτοις) en nuestros
razonamientos (λογισμοῖς)» (Laercio, VI 12-13).
[18] La conclusión de Brancacci no es muy distinta: dice que
la Σωκρατικῆς ἰσχύος es una fuerza de voluntad que
remite a la σοφία, por
lo cual en Antístenes existe una convergencia de conocimiento y voluntad y una
unidad de teoría y praxis (Aldo Brancacci, El
concepto de pónos en Antístenes).
[19] Suzanne Husson en La République de Diogène habla de πόνος donde Goulet habla
de ἄσκησις y de deseo donde Goulet de voluntad.
[20] Laercio, VI 86.
[21] «ἀσκητὸν γὰρ ἀρετὴ καὶ οὐκ αὐτόματος ἐμβαίνει τῇ ψυχῇ ὥσπερ κακία» (Ps.-Crates, Epístola
12)
[22] «Οὐδέν
γε
μὴν
ἔλεγε
τὸ παράπαν
ἐν
τῷ βίῳ χωρὶς
ἀσκήσεως
κατορθοῦσθαι,
δυνατὴν
δὲ ταύτην
πᾶν
ἐκνικῆσαι.»
(Laercio, VI 71)
[23] Maria Daraki, Gilbert
Romeyer-Dherbey, El mundo helenístico:
cínicos, estoicos y epicúreos.
[24] Aldo Brancacci, La ragione cinica e l’arte del vivere.
[25] Aristocles, Sobre la filosofía, frg. 1, III, 4-5, p.
206.
[26]
W. D.
Desmond, The Greek Praise of Poverty:
Origins of Ancient Cynicism.
[27] VI 64.
[28]
M.-O.
Goulet-Cazé, Le cynisme, une philosophie
antique.
[29] Los fugitivos 13.
[30] Si para Platón es
imposible conocer el bien y no obrar bien, habrá que colegir de todos modos que
el conocimiento de la virtud se desdobla ipso
facto en ejercicio –hay casi una coimplicación de conocimiento y acto.
[31] Estobeo III 86, 19 (Cf. Luis
Navia, Diogenes of Sinope: The Man in the
Tub, p. 56).
[32] Laercio VI 73; id., VI 103.
[33] Id., VI 103. La
ἐγκύκλιος παιδεία
sería la educación secundaria previa a la iniciación filosófica, que
probablemente incluyese gramática, retórica, dialéctica, geometría, aritmética
y música. Fue rechazada también por Zenón, aunque Crisipo y los estoicos
sucesivos aceptaron los estudios enciclopédicos
(τὰ
ἐγκύκλια μαθήματά) (id., VII 32 y VII 129).
[34] Id., VI 4.
[35] Estobeo, II 31, 68
[36] Laercio, VI 70.
[37] «Διογένους˙
οὐδένα καλὸν
ἔφησεν εἶναι πόνον,
οὗ μὴ τέλος
εἴη εὐψυχία
καὶ τόνος ψυχῆς,
ἀλλ' οὐχὶ
σώματος» (Estobeo, III 7, 17).
[38] Ps.-Crates, Epístola 6.
[39] Laercio, VI 38; Códice
napolitano II D 22, n. 49.
[40] Códice Vaticano griego 633, f. 121.
[41] Estobeo, II 31, 75.
[42] Códice Vaticano Griego 633, f. 115; Laercio, VI 47.
[43] Máximo Confesor, XLIV
15.
[44] Estobeo, II 31, 92.
[45] Laercio, VI 68.
[46] Dión de Prusa, Sobre la realeza IV.
[47] Plutarco, Sobre
si la virtud puede enseñarse 2, p. 439 d; Libanio, Ejercicios retóricos I, 2.
[48] Códice Vaticano 711, fol. 82 b.
[49] Laercio, VI 30-31.
[50]
Ps.-Crates, Epístola 20; Laercio, VI
91-92; Temistio, Sobre la virtud p.
41 y 59; Máximo Confesor, XXVII 30.
[51] Códice napolitano II D 22, n. 51.
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