(Linterna diurna, fuego amigo y fuego griego)
Cave canem
rezaban los cartelitos que los antiguos romanos ponían en sus casas. Esta
costumbre sigue perdurando, sólo que en la lengua de Nebrija se escribe cuidado con el perro. Lo que sigue
podría ser una advertencia para los que estén deseosos de trabar una amistad
con un cínico: ¡Cuidado con el cínico!
A quien aspire a estar cabe un cínico –pongamos que después de casi dos
milenios y medio del nacimiento de Diógenes queden algunos– que le quepa
atenerse a lo que viene.
¿Pero dónde vas a conseguirme un amigo de un
cínico?
–se preguntaba Epicteto[1].
El cinismo, aunque haya resultado en una congregación numerosa,
probablemente en la filosofía con más adeptos a lo largo al menos de los
últimos 500 años de la Antigüedad, en una plaga a juzgar por la aristocracia
intelectual romana, no se destacó, como tantas otras corrientes filosóficas,
por hacer un gran culto de la amistad. Como dijo Luciano, Diógenes se metió a
vivir noche y día en el centro de la ciudad a los efectos de estar solo[2].
Los cínicos dejaron servidos en bandeja sus herramentales a los monjes,
eremitas y anacoretas cristianos, aun cuando ellos mismos fueron unos
solipsistas embutidos en la popular, ascetas de multitudes, cenobitas del
espacio público, la impavidez y la parquedad en estado de extroversión
absoluta. En el corpus cínico la
palabra amistad sólo descuella en remisión a los dioses. Los cínicos ante todo
son amigos de los dioses, del ideal, y por ende de la independencia, de la
autonomía, de la virtud y la felicidad. Es así como se presenta el cínico para,
en principio, legitimar su libre uso de los bienes públicos y privados, que no
son más que hacienda divina. El cínico vive en una colectividad paralela, incrustada
en la sociedad real. Diogenópolis se llamaría esa ciudad tácita. Desde que
Crates se declaró ciudadano de Diógenes así fueron las cosas. Esto significa
que dejaron de haber griegos y bárbaros, mujeres y hombres, esclavos y libres,
ricos y pobres; fueron remplazados por ciudadanos de Diógenes y bárbaros y
metecos de Diógenes, es decir, cínicos y no-cínicos. A dichos alienígenas se
los reprende, se los amonesta, se les ladra. A los iniciados se los instruye y
educa con el ejemplo vivo acompañado de algunas palabras, cuanto menos
abundantes y más eficaces y deslumbrantes mejor. Cuando el cínico se casa o
empareja, cosa que no parece haber sido muy frecuente en el gremio, lo hace
únicamente con otro cínico. Así, como dejó dicho Epicteto, procedió Crates ante
su novia Hiparquia, transformada en otro
Crates. No hay lugar en el cinismo para las amistades coyunturales,
azarosas, fortuitas, hiladas al tuntún por la suerte. Cuando Diógenes vio que
un conocido suyo (es decir un γνώριμος)
andaba charlando con unos hijos de puta (μοχθηροῖς
ἀνθρώποις),
fue y le dijo que era un ridículo, que estaba fuera de lugar (ἄτοπος),
que estaba meando fuera del tarro, porque así como uno elige para navegar a los
que saben conducir una nave, para vivir de forma recta no hay que agarrar por
compañero al primer salame que se aparece o que la suerte nos puso enfrente[3].
La linterna diurna de Diógenes le ha permitido al cínico el milagro paradójico
de ver en pleno día aquello que oculta el sol de las apariencias. Descubre que
la mayoría de los hombres son desechos, deyecciones. La inautenticidad en el
cinismo es un estado-deyecto. El ser
que el cínico ve ahí es puro detrito. Diógenes, efectivamente, instalado como
un homeless de mercado, arrojado en
el centro de la metrópoli es la exacerbación del estado-de-yecto: fue arrojado
a la basura, mandado a la mierda, como el sujeto del síndrome de Diógenes vive entre porquerías mugrosas y descartes. La
salvedad es que su casa no es un dos ambientes sino el mundo mismo, que es
donde prolifera la bazofia. Allí transitan, empilchados con túnicas, clámides,
sandalias, unos bípedos lampiños que son menos que bestias. Pero el cínico,
aunque no encuentra por ningún lado a ese ἄνθρωπος que le
vendieron que era superior a los cuadrúpedos y demás irracionales, es sin
embargo φιλάνθρωπος, un amigo del humano, aunque para serlo tuvo que demostrarles a los
demás que eran más brutos que los animales, que el ἄνθρωπος
había caído por debajo de las bestias. Su misión de acá en más es volver a
convertirlos en amigos de los dioses; no en believers,
sino en aprendices, en émulos. Para dejar de ser caca, para largar el vicio,
hay que animalizarse de una vez por todas, dejar de ser restos de animales,
coprolitos vivos. Siendo que el humano al estar dotado de λόγος no puede ser
indiferente a los dioses, no puede ignorarlos, le queda el recurso de dejar de
temerles o de rendirles culto y pasar a imitar, tratando de necesitar lo menos
posible, a esos seres que viven más allá de la escasez y la falta. Quien hace
tal cosa se convierte en cínico y en tal caso puede ser amigo de otro cínico,
ya que se diría que para un cínico no hay
nada mejor que otro cínico. El amigo del cínico debe ser un κοινωνός, decía
Epicteto, un colega, un compañero, porque para pretender esa amistad hay que
merecerla (εἰ μέλλει φιλίας
ἀξιωθήσεσθαι),
tal como le pasó a Diógenes con Antístenes y a Crates con Diógenes[4].
Así es como se entiende que Diógenes haya dicho –como un tiempito después
Atahualpa Yupanqui– que un amigo es una
única pisque que yace en dos cuerpos distintos (μία
ψυχή ἐν
δυσὶ σώμασι
κειμένη)[5]. Y
lo que, para empezar, Diógenes aprendió de la lingüística de Antístenes es que
cuando uno que se dice amigo de otro lo calumnia entonces no es amigo[6],
es decir que no puede haber amigos buenos o malos. O son amigos o no lo son. De
ahí que cuando uno fue a batirle que un fulano hablaba mal de él (σε κακῶς
λέγει)
le respondió: Que no te asombre, ya que
no aprendió a hablar bien (καλῶς λέγειν
οὐχ
ἔμαθεν)[7].
No tomó clases con el palo de Antístenes. Entonces para el cínico no hay una
gradación de la amistad, porque sólo existen lo bueno y lo malo y no las medias
tintas; de manera que jamás podría afirmar como Aristóteles Amigo de Platón, pero más amigo de la verdad,
y menos aun lo que se dice que expresó a sus amigos el de Estagira en el lecho
mortuorio: Amigos, no hay amigo. Para
ser amigo del cínico se necesita ser cínico y para ser cínico ante todo coraje
y desvergüenza. Empezar por renunciar al pudor. Diógenes, cuando uno quiso
filosofar con él, le chantó en las manos un pescado y le ordenó que lo siguiera
a dar un par de vueltas por el centro. Como el tipo no soportó la prueba del
ridículo, Diógenes le espetó: Ya ves que
un pescado rompió la amistad entre vos y yo[8].
Es decir, quien no tiene la fortaleza para romper con los falsos modales, el
qué dirán y el buen nombre, quien no deja de caretearla, no puede ser un amigo
en serio de un cínico. Porque para serlo hay que estar sano y salvo de toda esa
podredumbre.
Las citas de Diógenes sobre la amistad giran por lo común en derredor
del asunto de la salvación (σωτηρία),
o por decirlo en francés, de la salud. El amigo puede ser un φάρμακον
σωτηρίας, un remedio salvífico, salutífero, para aquel
derrotado en la lucha o agobiado por los esfuerzos[9],
si bien el fármaco que Diógenes solía recetar era la vacuna canina, el tarascón
(δάκνω). Los otros perros podían morder a los enemigos (τοὺς
ἐχθρούς),
pero él prefería mordisquear a los amigos (τοὺς
φίλους), claro que para salvarlos[10]. Una
técnica invasiva, digamos. Casi cirugía mayor. Una mordida contraria a las
tantas que abundan en el zoológico urbano, como la dócil mordida del adulador
(κόλαξ) o la feroz mordida del perjuro impostor (συκοφάντης)[11].
La adulación, piensa el Perro, es la
tumba de la amistad[12].
Los aduladores son esos cuervos que, a diferencia de los cuervos alados, se
comen a los hombres buenos cuando todavía están vivos[13].
Para los que estén necesitados de σωτηρία
está bien recurrir al φίλον
σπουδαῖον,
a ese gran amigo, sabio, serio, excelso u honesto. Este σπουδαῖος
podría estar en condiciones de curarlo o ayudarlo (θεραπεύω),
o bien de enseñarle (διδάσκω) –de enseñarle incluso algo más que los dientes.
Si no hay una opción B. Si no la alternativa es buscarse un enemigo feroz (διάπυρον
ἐχθρόν),
que te refute, te cuestione, te interpele, agravie o avergüence[14].
Acá entraría a tallar el otro costado de la técnica cínica, el γέλοιος,
el chicaneo, la voluntad de joder del cínico. Curiosamente
Diógenes ve al ἔλεγχος, que era el
recurso socrático, como esta técnica inversa que tiene
por ejecutor al enemigo. Al mismo fin de escapar del mal (ἐκφεύγῃ
τὴν κακίαν),
puede ser tan bueno como agenciarse un amigo, procurarse un enemigo digno que
sea ardoroso. Usar las armas del enemigo para curarse. La victoria es doble,
porque convirtiéndose uno en καλός κἀγαθός,
en bueno o sea, merced a la detracción del impar uno se salva castigando a la
vez al enemigo. Esa es la mejor forma de vengarse (ἀμύνω)
del rival, haciéndose mejor y no devolviéndole al malo más maldad, ya que la maldad contra el malo es un arma inútil
(ἄχρηστος
ὅπλον)[15]. La
mejor forma de apenar al sorete es hacerse de esta propiedad inmortal (κτῆμα ἀθάνατον)
–la de hacerse καλός κἀγαθός– y no ir a darle una paliza o gozarlo
mostrándole peculios o pergaminos salidos de la fortuna, de los caprichitos del
azar[16].
Se trata de un castigo benefactor, ya que Diógenes, pese a sus modales
retobados y cómicos, al decir que Al
amigo hay que hacerle el bien (εὐεργετεῖν) para que sea más amigo y al enemigo lo mismo
para que se haga amigo[17], dejó
sentada las bases para que unos siglos después llegara un tal nazareno.
Aunque hay que hacer el pase de φιλία a ἀγάπη, entre
otras gambetas, no se está tan tan lejos de aquello de Amad a vuestros enemigos, bendecid a
los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os
ultrajan y os persiguen.[18]
Antístenes ya había advertido del provecho de oἱ
ἐχθροί
al decir Atenti con los enemigos, que son
los primeros en captar nuestras pifias[19].
Sin embargo, si hay que dar fe a Plutarco, no fue tan bonachón al apuntar que Hay que aspirar a que los adversarios gocen
de todos los bienes, salvo de la valentía, porque siendo así los bienes (τἀγαθὰ)
pasan a ser de quienes los conquistan[20].
En la materia que nos compete Antístenes ya había dejado puestas unas cuantas
piedras fundamentales: que el sabio es autosuficiente (αὐτάρκη
τ᾽
εἶναι
τὸν
σοφόν), que el bueno es digno de ser amado (ἀξιέραστος ὁ
ἀγαθός)
y que οἱ σπουδαῖοι, los serios,
los excelentes, digamos para el caso los cínicos, son amigos entre ellos (οἱ
σπουδαῖοι φίλοι)[21].
Los testimonios exponen al que llamaríamos último
Antístenes, ese que aflora en las anécdotas del encuentro con Diógenes,
como un tipo hosco empeñado en sacarse de encima a los malos followers, de quien Diógenes se prenda
por razones precisamente no desconectadas de esos tics ariscos. No es el
Antístenes joven y jenofónteo, que como buen socrático cree en el ocio
dialéctico y oficia de public relations
entre los allegados al maestro y a la filosofía y se muestra abierto a ofrecer
sus dones al primero que los demande. La anécdota dice que el viejo Antístenes
sacó de la filosofía el poder tratar consigo mismo, es decir lo pinta como
contrafigura de Aristipo, ese que declaraba que de la misma había extraído la
facultad de tratar con los demás, con los hombres, y al que Diógenes no va a
dudar en juzgar como caniche toy, como mascota faldera y empoderada de los
mierda que gobiernan o tienen la tarasca (perro al fin pero entregado al enemigo,
al placer que no deriva del esfuerzo, a las agachadas y a los dulces de la fama
mal habida). Este Antístenes parco y temperamental es la transición hacia el
ícono cínico, el sinopeo legendario. Ambos podrían estar de acuerdo en aquello
de que es el sabio quien merece ser amado y que un sabio es amigo de otro
sabio. Los defensores del cinismo como rama del integrismo filosófico dirían
que la principal virtud de los filósofos perros era discriminar a los amigos de
la filosofía de esos otros que no lo son. Con ese criterio un cínico podría ser
amigo de Platón pero más de la verdad (de la παρρησία
habría más bien que decir), aunque las anécdotas no muestran precisamente a un
Diógenes demasiado interesado en contemporizar con el patriarca de la Academia.
También es cierto que las mismas fuentes del principio apuntan que Antístenes,
al descubrir en Diógenes al heredero digno, cambió la actitud y se volcó por
entero a adiestrarlo, fumándose los empaques y desplantes del portento en
bruto. El resultado fue un Diógenes que, ya dueño de sí mismo y de su
filosofía, iba a afirmar que la riqueza está en la autarquía y como nuevo rico actuaría en consecuencia
ensanchando todos los límites antes trazados. Esa independencia a ultranza se
ve cuando rechaza que los allegados paguen el rescate después de ser atrapado
como esclavo, o cuando desprecia la ayuda de sus amigos y elige sobrellevar la
muerte solito a la vera de un camino. El referente del cinismo muestra que la
alternativa es autosuficiencia o muerte y se lo echa en cara al maestro
agonizante cuando en sus últimos suspiros titubeaba aferrándose a la vida. La ἀνδρεία
de la que había hablado, la hombría o valor que debería faltarle al enemigo,
a juzgar por Diógenes, le estaba fallando a él mismo. Como amigo, que diríamos,
le ofrece la única solución que considera coherente, el suicidio, porque el
verdadero amigo de Antístenes en esa instancia era el cuchillo. ¿Necesitás un amigo? Acá lo tenés.
Como
dijo Crates: hay que ser útil a los
amigos y no dulce con ellos (ὠφέλιμον
δὲ φίλοις,
μὴ
γλυκερόν) –eso es lo que pedía a las Musas. Una cosa es una cosa y otra otra.
El punto no es caerles bien sino hacerles bien. De esta manera parodiaba la
elegía en la que Solón pedía ser dulce (γλυκύν) con los amigos y con los
enemigos amargo o cortante (πικρόν). El φῖλος, pensaría
Diógenes, para ser ὠφέλιμος o beneficioso, debería
también ser filoso, además de filósofo: medio igualito a su puñal.[22]
Ante semejantes paisajes, en fin, queda claro cómo opera el cínico como
amigo y en qué lugar pone a la amistad. Si para
un cínico no hay nada (οὐδείς, léase nadie)
mejor que otro cínico, que un otro
cínico, en la flaqueza y en la agonía el amigo es el cuchillo, no otro cínico,
porque ya se dejó de ser un cínico.
La conclusión a la que llega Pedro Fuentes
González en un texto que llama ¿Necesitaban
de un amigo los cínicos antiguos? es nones: el cínico no necesita un amigo,
a lo sumo puede estar dispuesto a considerar a algunos como posibles
discípulos. Una amistad pedagógica
que le llama, que tiene sentido más que nada en el período de iniciación,
cuando el otro aún no-cínico está en trance de alcanzar la autosuficiencia.
Porque hay que decir que cuando Epicteto baraja que el amigo del cínico es el
κοινωνός, el colega, el compañero, ilustra el ejemplo con la amistad que
Antístenes le brindó a Diógenes y unas décadas después Diógenes a Crates, a
saber la amistad entre un viejo y un joven, entre el maestro y el aprendiz
consagrado y recién, en tanto que tal, un par. Nada dice del tipo de relación
que podrían haber tenido entre sí como condiscípulos, o una vez dueños de sí
mismos y cínicos hechos y derechos, un Crates con un Filisco o un Hegesías, por
citar un par de nombres de los eventuales adscriptos al sinopense de una misma
camada.
Podría concluirse que la terapéutica farmacológica del cínico se
organiza desde el mordiscón de falsa bandera. El fuego amigo. El perro cínico
tiene algo de serpiente benigna, con sus colmillos te inyecta un veneno
redentor. Con el enemigo opera en cambio de forma ambiental, externa, a través
del ladrido, que es la adaptación cínica del método inquisitorial socrático. Le
llamaríamos el fuego griego. Lo importante de Sócrates, podría haber dicho
Diógenes ampliando la observación de Antístenes, era su manera de torear a los
demás, la actitud, no la pretensión de querer curarlos por las palabras, o
pensar que a los hachazos entre la arboleda del lenguaje se podía llegar al
claro. En vez del pleonasmo, gruñir. El ladrido, no el concepto. La cosa es un
acto. El lenguaje, más allá de sus tautologías, de llamarle pan al pan, vino al
vino, es el ruido propio del ἄνθρωπος, y por la vía de la onomatopeya no se va
más allá de la cacofonía, vocear el vicio, el mal. El yudo canino también usa
la perorata agresiva del refractario para vencerlo venciéndose.
El amigo del cínico, concluye el citado González, es un alter ego, y por ende el cínico no es en
el fondo más que un amigo de sí mismo,
un φίλαυτος. No otra cosa habría sido Bión de Borístenes según Diógenes Laercio[23],
que así lo llama, aunque no lo consideraba un cínico sino más bien un egoísta,
porque al fin y al cabo el de Sinope condenó a la φιλαυτία como
un amor propio que obstaculiza el γνῶθι
σεαυτόν, el conócete a ti mismo[24].
Pero todo lo dicho, al contrario, aporta a probar que Bión sí lo era, aunque de
alguna manera filtrado por la impronta de esos contemporizadores llamados
cirenaicos, esos perros de la corte que priorizaban tratar con los demás a
tratarse a sí mismo. Porque otro cantar fue cuando llegó al cinismo la oleada
que trajo el boristenita, aquel que vino a decir, si se le debe creer al no
siempre confiable Diógenes Laercio: Hay
que mantenerse junto a los amigos sean del tipo que sean, cosa que no parezca
(μὴ
δοκοίημεν) que intimamos con los malos y
esquivamos a los buenos.[25]
Por si las moscas algunos cínicos comenzaron a juntarse con los cosos de al
lado, con los no-cínicos. Entonces, para perplejidad de Antístenes, a estos
cínicos comenzaron a llamarles cínicos.
[1]
«Ποῦ δὲ
φίλον μοι δώσεις
Κυνικοῦ» (Arriano, Diatribas de Epicteto III 22, 62).
[2] Subasta de vidas 10.
[3] «…βιοῦν δὲ ὀρθῶς προαιροῦμενοι κοινωνοὺς τοῦ βίου τοῦς τυχόντας αἱρησόμεθα» (Gnomologium
Vaticanum 743, n. 197)
[4] Arriano, ibid. III 22, 63.
[5] Estobeo, II 33, 10.
Yupanqui dijo: «Un amigo es uno mismo con
otro cuero».
[6] Anécdotas griegas I, p. 125, 5-6 Boissonade; Gnomologium Monacense Latinum XXIV 3.
[7] Gnomologium Vaticanum 743, n. 179.
[8] Laercio, VI 36.
[9] «Διογένους˙ οὐκ ἔστιν
οὐδενὶ ἀνδρὶ καταπονουμένῳ φάρμακον
σωτηρίας,
ὡς χρηστὸς φίλος.»
(Anécdotas griegas I, p. 125, 3-4
Boissonade)
[10] Estobeo, III 13, 44.
[11] Laercio, VI 51; Arsenio, p. 209, 6-8.
[12] «Sobre
la adulación, como sobre un monolito mortuorio, figura el mismo y único nombre
de la amistad como epitafio.» (Estobeo, III 14, 14)
[13] Ateneo, VI 254 c.
[14] Plutarco, Cómo percibir los propios progresos en la
virtud 11, p. 82 a. Cf., id., De
cómo distinguir al adulador del amigo 36, p. 74; Gnomologium Monacense Latinum V 2.
[15] Plutarco, Cómo debe el joven oír a los poetas 4,
p. 21 e; id., Cómo obtener provecho de los enemigos 4, p. 88 a.
[16] Coricio de Gaza, XXXIII 3.
[17] Códice Vaticano Griego 633, f. 121 r; Laercio, VI 68.
[18] Mateo, 5 38-48.
[19] «προσέχειν τοῖς ἐχθροῖς: πρῶτοι γὰρ τῶν ἁμαρτημάτων αἰσθάνονται.» (Laercio, VI 12)
[20] «πάντα
δεῖ τοῖς πολεμίοις εὔχεσθαι
τἀγαθὰ πλὴν ἀνδρείας»
(Plutarco, De la fortuna o virtud de
Alejandro Magno II 3, p. 336 A)
[21] Laercio, VI 11-12.
[22]
Juliano, Discursos VII 213 b-d y IX
199 c-200 b.
[23] IV 53-54.
[24] Máximo Confesor, LXIX
18.
[25] «τοὺς φίλους ὁποῖοι ἂν ὦσι συντηρεῖν, ἵνα μὴ δοκοίημεν πονηροῖς κεχρῆσθαι ἢ χρηστοὺς παρῃτῆσθαι» (Laercio, IV
51)
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