A Flavio Claudio Juliano, que
pasó a la historia como Juliano el
Apóstata, le tocó en suerte una vida dura y breve. Había nacido en 331 en
una recién fundada Constantinopla, descendiente de dos emperadores que
inauguraron la dinastía de los Segundos Flavios, Constancio Cloro y Constantino
I. Era un bebé cuando murió su madre, y tenía apenas 6 años cuando unos
soldados enviados por el emperador Constancio II, primo de Juliano, asesinaron
a su familia, el padre, un hermano, tíos y primos, porque un presunto
testamento del citado Constantino, hermanastro del padre y padre de este Constancio,
los señalaba como conspiradores que habían intentado envenenarlo. Él y un
hermanastro, Galo, los únicos sobrevivientes de la masacre dinástica, fueron
remitidos a un paraje en Capadocia en son de virtuales cautivos. Por ser tan
chico se le perdonó la vida, pero se lo aisló y así vivió en una suerte de
retiro, controlado desde lejos por Constancio a través de los criados. Aunque se
le impartió educación cristiana a manos de Eusebio de Nicomedia, pariente por
línea materna y luego obispo arriano de Constantinopla, Juliano logró por
propia iniciativa hacerse instruir en las escuelas retóricas de Constantinopla
y Nicomedia y con los filósofos neoplatónicos de Pérgamo y Éfeso. Fue alumno de
Edesio de Capadocia, Crisantio de Sardes y Eusebio de Mindos en Pérgamo, y en
Éfeso de Máximo y del propio Crisantio; tuvo por maestros al sofista Libanio,
al rétor Hecebolio, al gramático Nicocles y siguió al teúrgo caldeo Julián;
además fue amigo del sofista Temistio y del neoplatónico Prisco, condiscípulo
de los cristianos Basilio de Cesarea y Gregorio Nacianceno, y se formó a la
postre en política con el cuestor Salustio. El entrañable y primordial educador
de Juliano fue sin embargo el eunuco Mardonio, pedagogo de su madre, quien si
bien era cristiano profesaba un fervoroso amor, que evidentemente le
transmitió, por la cultura pagana clásica. Así Juliano ya se había hecho
apóstata secretamente cuando orillaba los 20 años de edad y profesaría de por
vida los cultos de Cibeles, Atis y Helios. Todavía muy joven, unos cuatro años
después, en 355, Constancio lo nombra César de la parte occidental del Imperio
(Galio, que había sido nombrado César de la parte oriental, había acabado
ejecutado). Las campañas que Juliano emprendió en la Galia contra las tribus
germánicas fueron un rotundo éxito que lo consagró como militar, siendo que
carecía de la menor instrucción al respecto. Entre amaños y en medio de una
revuelta instigada por sus soldados, se lo nombra Augusto en 360. El 3 de
noviembre de 361, ante la muerte de Constancio, contra quien complotaba, hereda
el Imperio, entra en Constantinopla y declara como culto oficial el pagano
tradicional.
Juliano no era un romano de pura cepa, sino un helenista orientalizado que amaba la literatura y la filosofía griegas y que veía en Roma no mucho más que grandeza militar y organizativa. Cruza de intelectual y hombre de acción, tan contemplativo como hacendoso, dedicaba buena parte de las noches a escribir apurados discursos y epístolas. Dejó así una obra abundante que incluía piezas del género serio-burlesco como El banquete o Las Saturnales (Los Césares) y la diatriba El discurso de Antioquía o El enemigo de la barba (Misopogon), en el que se defiende de los ataques de estos licenciosos lugareños que le achacaban su aspecto y forma de vida rústicos y varoniles –muy a tono con los viejos cínicos. Neoplatónico y ecléctico, inspirado en el estrambótico Jámblico, buscaba en todo la síntesis y la unidad; pero había heredado de este último, al que juzgaba tan grande como el mismísimo Platón, un neoplatonismo teúrgico, esotérico y místico, que conjugaba filosofía y religión. Aunque llamó a la restauración del paganismo tradicional, lo que tenía entre manos era una ensalada en la que el viejo orden glorificado se encontraba demasiado mezclado con elementos diversos tomados de las religiones orientales que prendieron por el Imperio en las últimas centurias. Todo cabía con tal de tener con qué sofrenar al enemigo: el cristianismo, de libre culto desde 313 y al final religión oficial desde 380 (lo que no quita que las mismas doctrinas de Juliano estuviesen también algo contaminadas por el cristianismo, sea al menos porque compartían parejas procedencias). Con una pata en el racionalismo y otra en la superstición, no extraña que haya querido hacer pasar a los antiguos perrunos por hombres de observancia piadosa. Pero Juliano era, por otro lado, un fervoroso del estudio y un dechado ético y ascético, que exigía una y otra vez coherencia entre lo que se predica y lo que se hace, vara con la que corría a cristianos y cínicos acristianados. De tal manera, este hombre que llevaba desde siempre una vida austera y sencilla, asume como Augusto luciendo el atavío de filósofo y toma como modelo de gobernante a Marco Aurelio; sin embargo los cínicos que se acercan a él en busca de apoyo, a su criterio cultivan un tipo de vida más bien contraria, son afeminados, impíos y desvergonzados: disolventes y decadentes. Mientras los cínicos enjuiciados por Juliano, imbuidos de cristianismo, repudian el rigorismo de Diógenes como una ostentación, Juliano, junto a sus camaradas Temistio y Libanio, lo defiende y elabora un relato vindicatorio del cinismo antiguo, extravagante y espiritualizado dice Dudley, que convierte a los viejos popes del movimiento, como dice William Desmond exagerando la nota, en estudiantes disciplinados de misticismo neoplatónico. Un regreso al cinismo originario o a lo que nunca tuvo lugar. Entre los eruditos hay acuerdo en una palabra para pintar esta maniobra, idealización: una leyenda dorada que contaba con precursores como Epicteto y Dión de Prusa, basada en defender la αὐτάρκεια y la παρρησία a cambio de obliterar la ἀναίδεια. Defenestrado en el Medioevo, reivindicado desde el Renacimiento a la Ilustración como virtuoso, justo, casto, pío y buen escritor y militar, sea por Montaigne o Voltaire, acusado en el Siglo de Oro por Quevedo o bajo el romanticismo por Chateaubriand, que decía que imitó al cristianismo al hacer equivaler moral y religión y al construir templos y hospitales. Vigny aseguró que fracasó como reformador religioso por ser un filósofo dulce y de corazón humilde, no un insensible como los triunfales Lutero y Voltaire. Ya en el siglo XX D’Ors dijo de él que creó el culto a la nación como divinidad, elevándolo a antítesis de san Pablo –hacedor del universalismo católico[1]. Más que un conservador era un arcaísta: aquel orden que enaltecía no podía retornar, e incluso él mismo, sus prácticas e ideario, diferían de manera evidente de aquellas glorias pretéritas. Su gesta, un último manotazo de ahogado. Juliano, que veía el universo a la manera clásica, como un proceso cíclico, no hizo más que mear contra el viento de la historia y acabó su breve reinado de 3 años como si fuese el último sobreviviente del mundo antiguo. Murió en batalla contra los persas en 363 con apenas 32 años, atravesado por una lanza disparada probablemente por el bando propio. Para rematarlo, los cristianos –apuntados como autores del crimen en su momento– le endosaron tiempo después unas célebres últimas palabras: «¡Venciste, Galileo!».
Contra el cínico Heraclio (Πρὸς Ἡράκλειον Κυνικόν) es el primero
de los dos discursos que Juliano consagra a los cínicos de entonces, como queda
claro por el subtítulo que nos llega: Sobre
cómo debe comportarse el cínico y si conviene al cínico componer mitos (περὶ τοῦ πῶς κυνιστέον καὶ εἰ πρέπει τῷ κυνὶ μύθους πλάττειν). El título sin embargo indica que es una diatriba, y como tal va
dirigida a este delirante y desfachatado perro que ladraba sin agudeza ni
nobleza, e improvisaba mitos como una niñera mientras se presentaba ante el
público como si fuera el mismo Zeus. El primer reproche que el emperador le
hace al disertante cínico es que utilice los mitos: el cínico, dice, debe
escribir λόγοι, discursos, no μύθοι[2].
Juliano hace notar que Heraclio se desvía del racionalismo cínico e infantiliza
a su público. Los mitos, refiere, existen en la vida pública a causa del placer
y la sugestión que producen (τέρψεως ἕνεκα καὶ
ψυχαγωγίας)[3], pero no
tienen otro destinatario que los niños[4]. Heraclio,
al que compara con una niñera o τίτθη, podría
haberlos utilizado, dice, como Esopo usaba la fábula, si estando bajo yugo no hubiese podido gozar de la παρρησία, de la libertad de
palabra; pero este no era su caso, ya que él mismo, incluso y según menciona
Juliano, se proclamaba como el único hombre libre (μόνος
εἶναί
φησιν ἐλεύθερος)[5]. Por eso le
aconseja que abandone los mitos, deje de cantarle a la mentira y se proponga
llamar a las cosas por su nombre tal como hacían Diógenes y Crates, que se
consagraban a la palabra simple y verdadera, no a los mitos e imágenes, y
vivían en conformidad con lo que predicaban. En Diógenes y Crates, dice
Juliano, las obras iban por delante de sus palabras (τῶν λόγων
ἡγεῖτο τὰ
ἔργα).[6]
Desde
luego Juliano no se opone a los mitos, sino a este uso espurio e irreverente por
el cual Heraclio comete una doble falta contra el verdadero cinismo y contra la
tradición religiosa. Con el usufructo de los mitos no sólo infantiliza a la
gente sino que ofende a los dioses y a los hombres[7], cuando el
verdadero cínico no era enemigo ni de los hombres ni de los dioses[8]. He aquí el
segundo punto de la crítica: el cínico debe tener respeto a los dioses (θεοὺς εὐλαβείας)[9], ya que ni
Diógenes ni Crates eran impíos[10]. Para el
caso de Crates Juliano demuestra esta tesis desde los textos y asegura que en
la rectificación de la Elegía a las Musas
de Solón, Crates respetaba y veneraba a los dioses (θεοὺς ὁσιότητός τε καὶ εὐλαβείας)[11]; pero no
puede hacer lo mismo con Diógenes, ya que por lo visto los textos de él que
circulaban entonces eran las tragedias, que Juliano imputa a Filisco. Diógenes,
dice, no obraba en concordancia con los escritos de Filisco o los de Enómao y
por ende debía ser justipreciado por las acciones que acometió y por las
palabras que decía, unas y otras piadosas, y no por esa engañosa literatura.[12]
A
continuación Juliano repasa la biografía del sinopense, que a sus ojos y contra
lo que puede conjeturar al paso cualquier lector presente, es la vida de un
devoto: viajaba a Olimpia para rendir culto al dios, frecuentaba los
santuarios, trataba con Alejandro y le escribía cartas, fue llevado a Corinto
por los dioses para curar a una ciudad depravada, y jamás se negó a ser
iniciado en los misterios. Sobre esto último, dice que lo que hizo Diógenes apenas
fue rechazar la ciudadanía ateniense –que era condición indispensable para
iniciarse–, dado que al considerarse ciudadano del mundo (de igual manera que
los dioses, que gobiernan todo el universo y no una de sus partes) no aceptó
ser esclavo de las leyes de una sola ciudad[13]. En
definitiva, señala, Diógenes jamás se comportó como un desterrado (φυγάδος)
sino que obedeció al Apolo Pítico, porque tanto él como Crates, al seguir el Γνῶθι σαυτόν y el παραχαράττειν τὸ νόμισμα, no hacían otra cosa que acatar el
mandato délfico y jamás trasgredieron la legalidad, dado que alterar la moneda
no implicaba para ellos alterar la verdad (παραχαράττειν
οὐ τὴν ἀλήθειαν, ἀλλὰτὸ
νόμισμα)[14]. Por respeto
a los dioses, arguye el emperador, Diógenes no trasgredió la legalidad, aunque reacuñó
y pisoteó todo lo demás[15]. Juliano
concluye que el cínico debe desestimar de igual modo tanto las costumbres y
opiniones (τῶν
νομισμάτων καὶ
τῶν
ἀνθρωπίνων δοξῶν) como el cuerpo y volverse hacía sí mismo y
hacia los dioses (εἰς
ἑαυτὸν καὶ
τὸν
θεὸν
ἐπέστραπται πρότερον)[16], puesto que
el principio (ἀρχή) de la
filosofía es conocerse a sí mismo y el fin (τέλος) hacerse
semejante a los dioses (γνῶναί
τε ἑαυτὸν καὶ ἀφομοιωθῆναι τοῖς θεοῖς).[17]
Finalmente acusa a Heraclio de maleducado e inculto, lo describe como un sujeto que se la pasaba regañando a todos sin hacer nada digno, o bien elogiando de manera burda y con penoso vocabulario, y le recrimina no haber hecho méritos para procurarse los buenos maestros que él, Juliano, como hombre de acción sí tuvo, y gracias a los cuales pudo al menos hacerse de un lugar en la antesala de la filosofía (πρόθυρα τῆς φιλοσοφίας)[18]. Metáfora ingeniosa, porque como quedó dicho, estos perros okupas habían montado carpa en la antesala del palacio (βασιλείων τὰ πρόθυρα) –tomándola por una Academia, un Liceo o un Pórtico[19]– y sin embargo no estaban en condiciones de ubicarse ni siquiera en los bordes de la filosofía, área modesta que sí le correspondía a él. «Por los dioses, por el propio mito y sobre todo por Helios, soberano común de todos, ¿qué cosa has hecho tú, grande o pequeña? ¿A quién has ayudado en su lucha por la justicia? ¿A quién has consolado en su dolor, enseñándole con tus palabras que la muerte no es un mal ni para quien la sufre ni para sus parientes? ¿Qué jovencito te hará responsable de su propia prudencia, porque le convertiste de miserable en prudente, y mostró la belleza no sólo de su cuerpo, sino sobre todo de su alma? ¿Qué tipo de vida has practicado? ¿De qué te vale el bastón de Diógenes, por Zeus, o su libertad de palabra? ¿Crees que es una gran acción tomar un bastón o dejarse crecer el pelo, dar vueltas por las ciudades y los campamentos injuriando a los mejores y consolando a los peores? Dime, por Zeus y por estos oyentes aquí presentes que por vuestra causa se alejan de la filosofía, ¿por qué fuiste a Italia junto a Constancio, de feliz memoria, y sin embargo no te acercaste hasta la Galia? Si hubieras llegado hasta nosotros, si no otra cosa, al menos te hubieras acercado a un hombre capaz de comprender tu lengua. ¿Por qué ese vagar por doquier fatigando vuestras mulas? Aunque también he oído que creáis problemas a los muleros, que tiemblan ante vosotros más que ante los soldados, pues he oído que algunos de vosotros los tratáis con vuestros palos más cruelmente que aquéllos con sus espadas, de forma que es lógico que les inspiréis más temor.»[20]
Esta sospechosa vida que emprendían aquellos cínicos del siglo IV, que dejaban la patria para vagabundear y perturbar los campamentos, lleva a Juliano a compararlos con la secta cristiana de los apotactitas, a los que describe como unos hipócritas que renunciaban a menudencias, pero por detrás acumulaban honores y riquezas gracias a las limosnas (ἐλεημοσύνη), un impuesto que cobraban a los tontos, dice Juliano. Los cínicos, siendo no obstante de la misma calaña, resultan inoperantes porque en vez de recibir limosnas son echados de todas partes, y porque nosotros –dice Juliano– no somos como esos tontos.[21]
Unos meses después el emperador vuelve a la carga contra los perros del vestíbulo. Despacha otro discurso, conocido como Contra los cínicos incultos (Εἰς τοὺς ἀπαιδεύτους κύνας). Si bien este título alude a un conjunto, Juliano se dirige a un cínico en particular. Este cínico, cuyo nombre jamás es mencionado, afirmaba de acuerdo a Juliano que Diógenes era un vanidoso (ἀνὴρ Κυνικὸς Διογένη φησὶ κενόδοξον), le imputaba locura y vanidad (ἀνοίας καὶ κενοδοξίας) por haberse comido el pulpo crudo –una cicuta auto-inferida, a criterio de este hombre[22]– y lo acusaba inclusive de ser miserable (ἄθλιος) y repugnante (βδελυρός)[23]. Sin embargo, según Juliano, dicho perro no se privaba de manducar salazones de a miles, peces, aves o cuanto cayera en sus manos[24], y junto a su grupo de allegados condimentaba con sales y variedad de especias animales incluso con sangre, no como los pulpos, haciendo todo esto por placer y contra la naturaleza[25]. Diógenes en cambio, refiere, consideraba que los alimentos se debían engullir de manera simple y natural (ἁπλῶς ταῦτα καὶ κατὰ φύσιν), porque tanto él como Crates promovían el camino de la simplicidad (ὁδὸν εὐτελείας), razón por la que Crates escribió el Himno a la Simplicidad y Diógenes dijo que «los tiranos no salen de los que comen tortas, sino de los que comen fastuosamente»[26]. Por si fuera poco, este cínico además de alimentarse a piacere y pese a ser joven y vigoroso, se negaba a darse baños fríos[27]y aun así pretendía ser más reverenciado (σεμνός) que los viejos maestros, e incluso desconfiaba de Diógenes creyéndolo digno de compasión (ἐλεεινός)[28]. Era pues un claro ejemplo del carácter de los cínicos de la época, quienes a criterio de Juliano escogían de la corriente lo más fácil y lo más vacío (ῥᾷστον καὶ κουφότατον ἑλόμενοι) y no veían lo mejor (κρεῖττον).[29]
Como
se ve, acusa al cínico de incoherente o hipócrita, o más bien de no guardar
fidelidad al esquema de vida cínico tradicional, en parte al menos por carecer
de la suficiente lectura de las fuentes del movimiento, o rotundamente por
ignorarlas[30]. Juliano
hace gala de conocerlas al dedillo y así ofrece unas cuantas citas textuales de
Crates y remite al mal perro a la biografía –hoy perdida– que escribió Plutarco[31]; en cambio
sobre Diógenes –al que pone no obstante en el papel central– teoriza y relata
las clásicas anécdotas, ya que estima que las tragedias que se le imputan eran
de Filisco, o en todo caso formaban parte del gran programa bromista de la
literatura perruna, de la actitud jocosa y satírica de los cínicos al tomar la
pluma. Juliano dice que los cínicos escribían sus obras en broma, y aun
aceptando que Diógenes haya sido el autor de las que venían a su nombre, cree
que lo más probable es que en ellas no hiciera otra cosa que bromear (παίζειν),
ya que no era extraño que los sabios lo hicieran, que así lo hicieron muchos
filósofos[32]como
Demócrito, que reía (ἐγέλα) al ver la
seriedad de los hombres (σπουδάζοντας
τοὺς
ἀνθρώπους)[33]. De tal
manera Juliano propone dejar de lado esas obras-chasco –aunque tengan algo
provechoso, dice–, porque el cinismo es otra cosa (ὁ
Κυνισμὸς
δέ ἐστιν
ἕτερον)[34]. A paso
seguido se encarga de demostrar qué es el verdadero cinismo.
Dirá en principio que el τέλος del cinismo es la ἀπάθεια, que a su criterio equivale a convertirse en un dios (τῷ θεὸν γενέσθαι). Con esto, curiosamente, explica por qué Diógenes se dio en lastrar al pulpo crudo: porque permanecía impasible ante todo, menos ante la generalizada opinión de que la carne no debía comerse sin cocinar[35]. De modo que la prueba final y fatal que emprendió el líder cínico no fue una bravata sino un último desafío de la virtud cardinal que profesaba. A renglón siguiente Juliano, virando un poco, agrega que el objetivo (σκοπός) y el fin (τέλος) de la filosofía cínica es el mismo que el de las demás filosofías, la felicidad, que consiste en vivir conforme a la naturaleza y no a las opiniones de la multitud (τὸ δὲ εὐδαιμονεῖν ἐν τῷ ζῆν κατὰ φύσιν, ἀλλὰ μὴ πρὸς τὰς τῶν πολλῶν δόξας)[36]. Juliano ubica bien en lo alto al cinismo, declara que es «una forma de filosofía que rivaliza con las mejores»[37], y añade que si bien la filosofía, como la misma verdad, es una sola, a ella se llega por distintos caminos[38]. Con avales variados –el dios de Delfos, Heráclito, Pitágoras, Teofrasto, Platón o Aristóteles[39]– lanza al tuntún tres posibles definiciones de la filosofía, todas interrelacionadas: la filosofía o es el arte de las artes y la ciencia de las ciencias (τέχνην τεχνῶν καὶ ἐπιστήμην ἐπιστημῶν), o bien asemejarse a los dioses en la medida de lo posible (ὁμοίωσιν θεῷ κατὰ τὸ δυνατόν), o en su defecto el Γνῶθι σαυτὸν del Apolo Pitio.[40]
Siendo una y sólo una la filosofía, es evidente que tanto Platón como Diógenes tuvieron una misma ocupación (ἐπιτηδεύω)[41]; pero con la salvedad de que el primero filosofaba a través de las palabras (διὰ τῶν λόγων) –aunque las atribuyera a Sócrates– y el segundo lo hacía por las obras o acciones (τὰ ἔργα). Por esta razón, arguye, hay que examinar (σκοπέω) al cinismo en sus actos[42] (no por ende en su literatura, dada a las chacotas). Juliano sostiene que también los cínicos, tal como Platón y Aristóteles, consideraban a la filosofía como dual (διμερής), con una parte teorética y otra práctica (θεωρηματικήν τε καὶ πρακτικήν), ya que entendían que el hombre por naturaleza se orienta a la acción y a la ciencia (πράξει καὶ ἐπιστήμῃ)[43]; por eso mientras Sócrates abrazó una vida dada al diálogo y la refutación (ἐξετάζειν τὸν ἐλεγκτικὸν ἠσπάσατο βίον), Diógenes consideró que debía probar todo con los hechos y no dar crédito a las opiniones ajenas[44], aunque fueran las del mismo Pitágoras (con lo que también se explica por qué tuvo que poner a prueba la tesis sobre lo crudo y lo cocido embocándose al octópodo con su propio estómago como conejillo de Indias). Esto era así porque para el Perro el creador de la filosofía (ἀρχηγὸν ἐπεποίητο) era el dios y no algún hombre. Diógenes, escribe Juliano sin despeinarse, fue «el más diligente servidor y ministro del dios pítico» (σπουδαιοτάτῳ θεράποντι καὶ ὑπηρέτῃ τοῦ Πυθίου)[45]y siempre lo obedeció (ἐπείσθη); si no rendía culto ni se acercaba a templos, estatuas y altares no fue por impío, sino porque carecía de dinero para el incienso y las libaciones. Se contentaba con que su pensamiento sobre los dioses fuese correcto (ἐνόει περὶ θεῶν ὀρθῶς), porque les rendía culto con su propia alma, ofreciéndoles lo más digno de sí mismo (τὰ τιμιώτατα τῶν ἑαυτοῦ): la santificación de su alma a través de sus pensamientos (τὸ καθοσιῶσαι τὴν ἑαυτοῦ ψυχὴν διὰ τῶν ἐννοιῶν)[46]. Juliano concluye que Diógenes no hizo nada irracional, ni nada contra la ley ni contra las costumbres (οὔτι ἄλογον οὐδὲ παράνομον οὐδὲ ἀσύνηθες)[47], simplemente jamás se fio de las opiniones y se remitió por las obras a los hechos.
Dicho esto, Juliano pasa a considerar lo que no deben ser y lo que deben hacer los cínicos. No deben ser en principio como Enómao, «un impúdico y un desvergonzado que desprecia a la vez todo lo divino y lo humano»[48]; deben seguir a la razón y domesticar la parte pasional del alma (ἑπόμενος τῷ λόγῳ πρότερον μὲν αὑτῷ χειρόηθες καταστησάτω τὸ παθηματικὸν τῆς ψυχῆς μόριον), y gobernar los placeres (κρατεῖ τῶν ἡδονῶν) a través del ejercicio (γύμνασις)[49]. Por lo tanto, a quien quiera ejercer el cinismo Juliano le señala que no debe conformarse con calzar la indumentaria, sino que debe empuñar la razón y el modo de vida, λόγος y ἔνστασις, dejar de ser sucio e ignorante (ἄκαρτος καὶ ἀγράμματος) y hacer uso de la παρρησία sólo en caso de ser un ejemplar digno (ἄξιος ἐπιδειξαμένῳ) a lo Crates y Diógenes, en cuyas consabidas proezas y virtudes abunda passim[50]. Estos dos antiguos próceres tenían a la felicidad propia como horizonte final (προηγούμενον αὐτοῖς τέλος) y sin embargo aun así se ocupaban de los demás, dado que estimaban que el hombre es por naturaleza un animal comunitario y social (φύσει κοινωνικὸν καὶ πολιτικὸν ζῷον), razón por la que fueron útiles a sus conciudadanos también con las palabras, con el λόγος, no solamente con el ejemplo (παράδειγμα)[51]. Y así fue como el buen Crates iba a la casa de los vecinos a asistirlos no con acritud sino con gracia.
El cínico ideal construido por Juliano equivale al σπουδαῖος ἀνήρ (hombre serio, hacendoso, u hombre de bien). Para llegar a ser tal uno debe primero cuidar de sí mismo (αὑτοῦ πρότερον ἐπιμεληθείς), debe expulsar de su alma todas las pasiones (ἐξελαυνέτω μὲν τῆς ψυχῆς ἅπαντα ἐκ πάσης τὰ πάθη), orientarse hacia la recta razón y dirigirse por ella (ὀρθῷ δὲ ἐπιτρέψας τὰ καθ̓ ἑαυτὸν λόγῳ καὶ νῷ κυβερνάσθω)[52]. Que este cínico oficial y de laboratorio edificado por él sea un σπουδαῖος ἀνήρ no implica que tuviese que ser un sujeto grave: el emperador se encarga de recordarle al cínico vil que Diógenes chanceaba (ἔπαιζεν) aun en la mayor desgracia –como cuando fue capturado por los piratas– y que Crates sin mosquearse se chasqueaba (ἔσκωπτεν) de sus propias renguera y joroba[53]. Pero evidentemente hay que distinguir en la tradición cínica aquello que es serio, la ἄσκησις, de aquello que no lo es, como cierta parte de su literatura.
Lo que Enómao quiso decir cuando indicó, según cuenta Juliano, que el cinismo no es ni antistenismo ni diogenismo, es materia de eterna conjetura. En este caso Juliano lo toma de referencia para sostener que el modelo ético de base para la corriente no era ni el uno ni el otro sino Heracles, ya que los cínicos más nobles (οἱ γενναιότεροι τῶν κυνῶν) sentenciaron que él, Heracles, delegó a los hombres su modo de vida (τοῦ βίου παράδειγμα τὸ μέγιστον κατέλιπεν ἀνθρώποις)[54]. Por eso ya existía el cinismo antes de ser nombrado como tal y antes de que despuntaran en el mundo Antístenes y Diógenes, ejercido por una buena cantidad de griegos y bárbaros, porque «parece ser la filosofía más común y natural»[55], y eso porque no demanda la lectura de millares de libros y se concentra en escoger lo bueno, evitar lo malo y desear la virtud[56], logrando así que no se tenga que soportar (παθεῖν) lo que soportan quienes siguen otras escuelas. A esta filosofía le alcanza con escuchar los dos preceptos del dios Pítico: τὸ Γνῶθι σαυτὸν καὶ Παραχάραξον τὸ νόμισμα, conocerse a sí mismo y reacuñar la moneda.[57]
Este, el dios de Delfos, concluye Juliano, es el fundador de la filosofía (τὸν ἀρχηγέτην τῆς φιλοσοφίας), responsable incluso de todos los bienes para los griegos, el guía, legislador y rey común de Grecia (ὁ τῆς Ἑλλάδος κοινὸς ἡγεμὼν καὶ νομοθέτης καὶ βασιλεύς). Diríamos que es el filósofo-rey pero en ejercicio flagrante, que la filosofía tiene por ende un origen divino, y que lo particular de los cínicos dentro de ese orden es haber recibido de él no solamente el mandato del conócete a ti mismo sino el de reacuña tu moneda. Sobre el mensaje y la orden que dirigió al conjunto de los hombres, a los cínicos les confirió este otro. El rol que les tocó en suerte a Antístenes, Diógenes y Crates es el de ser los corifeos (κορυφαῖοι) del dios. Lo que significa, dice ahora Juliano, que el objeto y fin de sus vidas, σκοπός y τέλος nuevamente, es conocerse a sí mismos, deplorar las vacuas opiniones, y consagrarse con inteligencia a comprender la verdad que está en el origen de todos los bienes para los dioses y los hombres[58], objetivo y meta que comparten –dice– con Platón, Pitágoras, Sócrates, Zenón y los peripatéticos, por así decir con los verdaderos filósofos.[59]
Juliano
da vuelta la torta y acusa de vanidoso a su contrincante, volviendo a usar como
recurso al τῦφος, empleado históricamente por los perros en su favor y por los
enemigos de los perros en su contra. Impreca al vil e innominado perro
exigiéndole que pisotee su orgullo (πατείτω
τῦφον),
tal como hacía el propio sinopense cuando se ponía a cagar o a soltar un pedo
en público para denunciar los actos violentos y contra-natura que los hombres
realizaban a la vista de todos, como robar, calumniar, acusar injustamente y
demás perversiones[60]. Con estos
argumentos Juliano le da una vuelta a la ἀναίδεια cínica convirtiendo a esta
virtud aparentemente disruptiva en piadosa y en una virtud conforme con la
moral tradicional. Ante la disgregación inminente de la moral pagana, como en
un último manotazo de ahogado, oficializa a Diógenes y lo pone del lado de la
tradición. En
definitiva, fuera de un puñado de rasgos, casi secundarios, como cierto
énfasis en la simplicidad, la impasibilidad, la vida heraclea, la revaluación
de la moneda y la asunción de ese modo más común y natural, el cinismo
auténtico integra la unidad de la filosofía como organizadora de la vida y la
civilización tradicional. Y son estos nuevos y falsos cínicos los que se han
salido de ella al romper con ese orden teórico-ético y pretender ubicar al
cinismo en comunión con el cristianismo. Con dudoso optimismo Juliano sostiene
que Diógenes era admirado (ἐθαύμασαν)
en épocas de Platón y Aristóteles por todos los griegos a la par de Sócrates y
Pitágoras[61]. Para
Juliano la filosofía de Diógenes gozaba de un repertorio clásico de virtudes: a
las más consabidas como ἐλευθερία, αὐτάρκεια, καρτερία,
βασιλικῆς,
φιλοπονία,
añade la σωφροσύνη (moderación
o autocontrol), δικαιοσύνη (rectitud, cumplimiento de la ley), εὐλάβεια (reverencia,
piedad, precaución), χάρις (gratitud, gracia, elegancia), προσοχή (cuidado), ἀγχίνοια (ingenio, sagacidad), μεγαλοψυχία
(magnanimidad) y εὐμάθεια
(disposición para aprender, docilidad)[62]. Pero
este cínico de cuerpo presente en vez de admirar, como hizo Alejandro, la μεγαλοψυχία, grandeza
o magnanimidad de Diógenes, prefería admirar «la vida mortificada de ciertas desdichadas mujeres»[63], con lo que
Juliano parece aludir a ciertas congregaciones de monjas que existían por entonces
particularmente en Alejandría[64]. De manera
que puede conjeturarse que este infausto cínico era, sino un cínico-cristiano,
sí al menos uno con ciertas afinidades o vínculos con el cristianismo. Tanto
este discurso, como el anterior también dedicado a los cínicos, más el Misopogón y la Carta 83 al tal Nilo, podrían ser respuestas de Juliano a una general
oposición cínico-cristiana, sita en Constantinopla en los dos primeros casos,
en Antioquía en el segundo y en Roma en la Carta
83. Eunapio de Sardes supuso, con nula probabilidad, que el destinatario de
esta oración era otra vez Heraclio; también se supuso que podía ser Nilo; pero
más verosímil es la hipótesis de que haya sido Máximo Herón de Alejandría.[65]
Las
teorizaciones de Juliano, escritas a vuelapluma, parecen pensadas un tanto a las
apuradas. Peor, los argumentos con los que defiende al viejo cinismo, además de
brotar calamo currente y saltearse la
otra mitad de la bibliografía clásica, tienen a veces el aspecto irrisorio e
intempestivo de un deus ex machina.
He aquí la curiosa exposición de una especie de cinismo de Estado y la singular
maniobra de un emperador que da clases abiertas de filosofía cínica a los
mismos cínicos. Con esto no es difícil pensar que el gran cambio de bando, eso
descrito por Sloterdijk, no fue articulado en el siglo II por Luciano sino dos
centurias más tarde a manos del mandamás del Imperio, el escritor y filósofo
aficionado Juliano, que pareciera estar a la busca de crear un disenso
controlado, una izquierda oficial, una contracultura vuelta al mainstream, nada en definitiva que pueda
asombrar al público presente, acostumbrado a contemplar un mundo en el que la
élite global financiera y los jerarcas de los partidos políticos del
Estado-Imperio corren por izquierda a cuanto pobre diablo camina en dos patas.
En el cinismo juliánico la vida κατὰ
φύσιν
no choca contra los cultos colectivos, contra los dioses públicos ni
contra las filosofías
teoréticas;
más
bien su cínico perfecto parece ser un gendarme del orden, un policía moral que
por una vía
oblicua se consagra a denunciar las faltas de las masas e individuos para
devolver a los hombres a la comunión con lo divino, la verdad y el bien.
Después de todo ese armisticio entre Diógenes y Platón no parece tan descabellado
si es que hay que tomar por cierto que para el último el can de Sinope no era
más que un Sócrates enloquecido, pero un Sócrates al fin. He allí un rol social
para los cínicos: la locura al servicio de los hombres y los dioses. El cínico
guerrea contra el νόμος
a condición
de que este sea contrario a la ἀλήθεια. La φύσις cínica, de
acuerdo a Juliano, ya no es una referencia absoluta que hace al cínico enfrentarse
contra todo ordenamiento político
y social, sino un rasero conductual que el cínico utiliza en su práctica de crítico moral
para que la comunidad y los particulares sean devueltos al bien, a la verdad y
a la belleza. La obediencia a la naturaleza lleva al hombre a la obediencia a
la divinidad. El cínico se consagra a reacuñar la moneda, a reajustar las convenciones
y costumbres, la ideología, los hábitos y las prácticas pervertidos. Es el rol
particular que le toca como fuerza de choque de la filosofía, desligado de la
especulación, de las ciencias, las técnicas y las matemáticas, y orientado a la
moneda: reajustar los valores de uso y de cambio a la objetividad absoluta del
valor. De acuerdo a Juliano la filosofía gira en derredor del dios de Delfos y
con ella unas de sus ramas, el cinismo, cuya diferencia con las otras consiste en
la prioridad de la acción ante las palabras y en el emprendimiento de un modo
de vida más bien universal basado en el modelo de Heracles y ejercido incluso
por los bárbaros desde los tiempos más remotos: una ética eudemonista del
individuo pero en comunidad, una moral radical encargada de sanear las
perversiones ideológicas de la mayoría como terapéutica personal y
sociopolítica. El papel que reclama a los cínicos Juliano, curiosamente va a ser
ocupado por los monjes y órdenes ascéticas bajo el dominio de la Iglesia.
Juliano combatía por una reorganización del mundo pagano en el cual el cinismo
sobrellevase ese rol que en todo caso sólo había puesto en práctica de una
manera difusa, parcial, inorgánica. Por eso intenta subsumir al cinismo originario
a la religión; pero el neocinismo del Bajo Imperio ya había perpetrado esa
maniobra aunque en sentido contrario, plegándose al cristianismo y otras formas
de religiosidad oriental. Los ríos fluyeron al revés. Diógenes fue codeado fuera
por Jesucristo; pero los arrestos del saber cínico pasaron al flanco de los
fieles del galileo. Cristo vence.
[1] Vid. José García Blanco en Juliano, Discursos I-V.
[2] 205 b.
[3] 296 a.
[4] 207 a y 223 a.
[5] 207 d.
[6] 214 a-b.
[7] 226 d.
[8] 214 d- 215 a.
[9] 205 b.
[10] 238 b-c.
[11] 213 b.
[12] 212 d.
[13] 212 a-213 a y
238 c.
[14] 211 b-d.
[15] «τό
τε νόμιμον οὐ παρέβη αἰδοῖ
τῶν
θεῶν,
καίτοι τἆλλα πατῶν καὶ παραχαράττων» (238 c)
[16] 225 d y 226
c.
[17] 225 d.
[18]
235 a-d, 236 a-c. Juliano hace una crítica a la idea del atajo (σύντομος); propone
al contrario un rodeo (κύκλος),
moverse en círculos
(235 d). Es decir que sale en defensa de la instrucción general,
de los εγκύκλια
μαθήματα; pero a
fiar de Jean Bouffartige, aunque prefiere la ruta circular del programa
enciclopédico,
no rechaza de plano la vía
del atajo, porque por ambas vías
es posible ir por la filosofía
del principio al fin, del autoconocimiento al ser como un dios –si bien para
Juliano los cínicos decadentes no parten del principio. (Cf. Jean Bouffartige, Le
cynisme dans le cursus philosophique au IV siècle: Le témoignage de l’Empereur
Julien)
[19] 225 a.
[20] 223 b-224 a.
[21] 224 a-d.
[22]180 d-181 a.
[23] 193 a.
[24] 192 d.
[25] 193 b.
[26] «οὐ γὰρ ἐκ τῶν μαζοφάγων, φησὶν ὁ Διογένης, οἱ τύραννοι, ἀλλ̓ ἐκ τῶν δειπνούντων πολυτελῶς» (198 d-199
a)
[27] 181 a. Cf.
203 b.
[28] 202 c-d.
[29] 202 c-d.
[30] 203 a-c.
[31] Juliano dice que va a presentar al público cuanto aprendió de sus maestros sobre los cínicos (181 d). Según Jean Bouffartige, parece haber estudiado el cinismo dentro de un plan escolar y con la base de textos manuales –de algún o algunos Περί κυνισμού que probablemente existían entonces. El estudio del cinismo habría formado parte de la instrucción enciclopédica y neoplatónica que recibió. (Cf. Jean Bouffartige op. cit.)
[32]
«οὐδὲν ἄτοπόν ἐστι τὸν σοφὸν παίζειν,
ἐπεὶ
καὶ τοῦτο πολλοὶ φαίνονται
τῶν
φιλοσόφων ποιήσαντες»
[33]
186 b-c.
[34]
187 b.
[35] 192 a.
[36] 193 d.
[37] 182 c.
[38]«ὥσπερ
γὰρ
ἀλήθεια μία,
οὕτω
δὲ καὶ φιλοσοφία μία:
θαυμαστὸν
δὲ οὐδέν, εἰ κατ̓ ἄλλας καὶ
ἄλλας ὁδοὺς
ἐπ̓ αὐτὴν
πορευόμεθα» (184 c) Cf. 186 a-b.
[39] 185 b.
[40] 183 a.
[41] 188 c.
[42] 189 a-b.
[43] 190 a.
[44]«τοῦτο καὶ Διογένης οἶμαι συνειδὼς ἑαυτῷ, πυθόχρηστον
οὖσαν
τὴν
φιλοσοφίαν, ἔργοις
ᾤετο δεῖν ἐξελέγχειν πάντα
καὶ μὴ δόξαις ἄλλων, τυχὸν μὲν ἀληθέσι,
τυχὸν
δὲ ψευδέσι
προσπεπονθέναι» (191 a-b)
[45] 192 d.
[46] 199 b.
[47] 193 b
[48] «ἀναιδὴς
μηδὲ ἀναίσχυντος μηδὲ
ὑπερόπτης πάντων
ὁμοῦ
θείων τε καὶ ἀνθρωπίνων» (199 a.)
[49] 199 c.
[50] 200 d-201 a.
[51] «καὶ τοὺς συμπολιτευομένους ὠφέλησαν
οὐ τοῖς παραδείγμασι μόνον, ἀλλὰ καὶ τοῖς λόγοις» (201 c) Tal
fue la felicidad de Diógenes, que sin tener nada era más feliz que el rey persa,
y eso gracias a la manera en que ordenó su alma (διετέθη τὴν ψυχήν) y a la ἄσκησις
en virtud de la cual entregó el cuerpo a los πόνοι para
hacerlo más fuerte de lo que era por naturaleza, y así logró hacerlo más
varonil (ἀνδρεῖος)
que el de los atletas que competían por la corona (194 d-195 b).
[52] 201 d.
[53] 201 b.
[54] 187 c-d.
[55] «αὕτη γὰρ ἡ
φιλοσοφία κοινή πως ἔοικεν
εἶναι
καὶ φυσικωτάτη
καὶ δεῖσθαι οὐδ̓ ἡστινοσοῦν
πραγματείας»
[56]«ἀλλὰ ἀπόχρη
μόνον ἑλέσθαι
τὰ σπουδαῖα ἀρετῆς ἐπιθυμίᾳ καὶ
φυγῇ κακίας,
καὶ οὔτε βίβλους
ἀνελίξαι δεῖ μυρίας»
[57] 187 d.
[58]«οἷς τοῦ βίου σκοπὸς
ἦν καὶ τέλος αὑτοὺς οἶμαι γνῶναι καὶ
τῶν
κενῶν
ὑπεριδεῖν δοξῶν, ἀληθείας
δέ, ἣ πάντων
μὲν
ἀγαθῶν θεοῖς, πάντων
δὲ ἀνθρώποις»
[59] 188 a-c.
[60]
202 b-c.
[61]
202 d.
[62] 202 a y
203 a.
[63] «γυναικῶν ἀθλίων τεθαύμακας φιλονεικῶν βίον» (203 b-c)
[64] Sobre esto
Goulet-Cazé remite a la Historia Lausiaca
de Paladio de Galacia, escrita entre 418 y 420 (Cf. Goulet-Cazé, Le cynisme,
une philosophie antique).
[65]
Cf. Goulet-Cazé ibid.
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