El Ruido contra el Verbo

Crescente o el cinismo como filopsofía anticristiana


Con el cínico Crescente (o Crescencio) se registra el primer conflicto evidente entre cínicos y cristianos, ocurrido en la ciudad de Roma. Fue acusado de instigar el martirio de Justino, que tuvo lugar en el mismo año de la muerte de Peregrino, el 165, bajo el reinado de Marco Aurelio.

Lo único que hay sobre este cínico son los testimonios de los autores cristianos, Jerónimo a fines del siglo IV, Eusebio a principios de ese siglo, Taciano y el mismo Justino en el siglo II. Dudley especula que a juzgar por el nombre latino podría haber sido romano (lo que comportaría una rareza mayor). Pero de él nada más se sabe, salvo que según Eusebio era famoso (agnoscitur) unos años después del 150[1], reinando Antonino Pío, y salvo las miserables peculiaridades de su persona, enumeradas por los citados enemigos.

Pero el adversario sí está bastante bien documentado. Justino, uno de los primeros apologistas griegos del cristianismo, que había sido un filósofo pagano y nunca había abandonado el pallium gremial, defendía la idea de que Cristo era la encarnación del Λόγος y el cristianismo una superación de la filosofía, no su negación. Su criterio acerca de Dios no desentonaba con lo que era común entre los filósofos griegos, una inabordable trascendencia, con la salvedad de que era Cristo el nexo entre él, los hombres y el mundo terreno. Había transitado por las escuelas estoica, peripatética, pitagórica y platónica, hasta que un anciano lo convirtió en las playas de Éfeso revelándole que solamente los profetas habían anunciado la verdad[2]. De ahí en más se volvió un predicador ambulante, hasta que un día instaló una escuela en Roma, el Didascáleo romano, hacia el año 150. Desde su conversión en adelante fue un heraldo del cristianismo encargado de hacerlo comulgar con la tradición filosófica y de tornarlo inteligible y digerible para la intelectualidad pagana.

En la minúscula biografía que le dedica Jerónimo a Justino en De viri illustribus, escrita en 392 e inspirada en Eusebio, se cuenta que llegó a Roma a impartir diatribas. Allí topó con Crescente, que se consagraba a blasfemar contra los cristianos (Crescentem Cynicum, qui multa adversum Christianos blasphemabat)[3]. De acuerdo a Eusebio, discutió con el cínico y lo vapuleó[4], y según infiere Goulet-Cazé esas disputas se sucedieron por unos doce años[5]. De acuerdo a la propia Apología de Justino, escrita –al menos la primera– alrededor del 155, Crescente acusó a los cristianos de ateos e impíos (θέων κα σεβν)[6] –lo que por entonces era bastante común. Justino sugiere que el cínico quería evitar ser tomado por un cristiano, de lo que Dudley infiere que estaba en contacto estrecho con ellos. Pero otro especialista, Stephen Benko, va más allá: arroja la hipótesis de que fuera un ex cristiano convertido en cínico que quería verse librado de los fatales desenlaces que esta gente solía sufrir[7]. Eusebio escribe que incitó a la persecución de Justino, quien lo acusaba de glotón y prevaricador de la filosofía (gulosum et praevaricatorem philosophiae)[8]. Agrega Jerónimo: glotón o codicioso (λαίμαργος), temeroso de la muerte (θάνατον φοβούμενων) y dispendioso y libertino (ἀσωθόντε καὶ ἀκόλαστον).[9]

Taciano, alumno de Justino, hacia el año 171 dice sentirse amenazado por Crescente y lo acusa de pederastia αιδεραστία), de amor al dinero (φιλαργυρία) y de temeroso de la muerte: «Crescente, que llegó a anidar en la gran ciudad, los superó a todos en pederastia y su avaricia fue grande. El que aconsejaba el desprecio por la muerte, la temía tanto que no tuvo descanso antes de desatarla sobre Justino como la más espantosa desgracia, porque, predicando la verdad, este había probado que los filósofos son codiciosos y charlatanes.[10]» Este Taciano, que fustigó bastante a los cínicos, dijo de Crescente que se rebajaba para imitar a un animal irracional, al perro, porque no conocía a Dios[11]. El propio Justino arguye que no merecía llamarse φιλόσοφος sino φιλόδοξος y φιλοκόµπος, vale decir amante no de la sabiduría sino de la fama y de la jactancia[12]. O según otra versión del texto φιλοκόµπος y φιλόψοφος, amigo de alardear y de hacer alharaca, amigo del ruido –que Goulet traduce como amante de las bravatas («lover of bravado»)[13]. Lo acusa de no honrar lo socrático ni saber nada, e ignorar qué son los cristianos: «Es imposible que un cínico –escribe–, que propone como meta la indiferencia, conozca el bien con excepción de la indiferencia[14]

Vemos que los cristianos no se ahorraron epítetos; le imputaron todos los vicios de rutina que cabían en el sayo de los cínicos: la exacta inversión del grueso de los valores que los propios perrunos hacían alarde de defender. Justino pone al cristianismo del lado de la filosofía y al cínico como antifilósofo (ἀφιλοσόφου καὶ φιλοκόμπου).[15] De un lado el Verbo, el Λόγος, y del otro el Ψοφος, el sonido inarticulado del ladrido. Del lado de Cristo la filosofía y del de Diógenes la filopsofía. Una filosofía low-fi, lofisofía o noise-philosophy.

La citada Apología de Justino fue una defensa integral de la secta de Cristo, entonces ilegal y vista como impiadosa, disolvente e incluso caníbal, dirigida al emperador Antonino Pío, a sus hijos, al Senado y al pueblo romano, escrita con el fin de demostrar su superioridad sobre la religiosidad pagana y de llamar al cese de la persecución oficial. La segunda parte fue probablemente añadida por motivo de la condena a muerte de tres fieles. Allí escribió Iustinus: «Yo también espero ser objeto de trampas y ser echado en el cepo, gracias a uno de los que llevan el nombre de filósofo, quizás gracias a Crescente que ama no la sabiduría, sino el ruido. No, no es digno de ser llamado amigo de la sabiduría el hombre que, hablando de los que no conoce, acusa públicamente a los cristianos de ateísmo e impiedad, y lo hace para agradar a la turba equivocada. Si nunca ha leído las enseñanzas de Cristo y nos ataca, es un hombre de absoluta maldad, y mucho peor que los ignorantes, que a menudo tienen cuidado de no discutir y calumniar sobre lo que no saben. Si las ha leído sin captar su grandeza, o si, habiéndolas entendido, se comporta de tal manera que no se sospecha que es cristiano, es mucho más cobarde y perverso, ya que no se eleva por encima de un tonto e irrazonable que se ve superado por el miedo. Le hice cuestiones y le pregunté sobre algunos de estos temas. Quiero que sepas que he encontrado de forma convincente que realmente no sabe nada. Para demostrar que estoy diciendo la verdad, si estas discusiones no fueran conocidas por ustedes, estoy dispuesto a repetirles mis preguntas: eso sería digno de la majestad imperial. Si has aprendido cuáles fueron mis preguntas y sus respuestas, es obvio para ti que ignora por completo lo que nos concierne, o, si sabe algo, no se atreve a decirlo. Ante quienes lo escuchan, como dije antes, se muestra amigo no de la sabiduría, sino de lo que se dirá al respecto y presta poca atención a las excelentes palabras de Sócrates: “La verdad debe anteponerse al hombre”».[16]

Como consta en las Actas del martirio, Justino, negándose a hacer sacrificios a los dioses paganos, fue llevado a suplicio y luego mandado a decapitar junto a otros seis cristianos por el prefecto Quinto Junio Rústico. Hoy es Justino Mártir o san Justino. Tanto en las Actas como en la Apología se ve a Justino defender al cristianismo al precio de su pescuezo, ejerciendo aquel coraje ante el rey que era propio de los cínicos y que todavía se vio en Segundo. En esta historia, bien que contada por el circunstancial enemigo, el cínico (Crescente en este caso) queda del otro lado. Como un sicofanta, como un buchón del poderoso. Los fieles a Cristo perdieron como más tarde ganarían. En este encontronazo ya se percibe la feroz eficacia de los cristianos para comenzar a reducir a los cínicos. Con la transmutación de muchas de las armas del propio enemigo. Los últimos fueron los primeros.

Crescente no fue el único cínico que por entonces se vio implicado en el martirio de un cristiano. Bajo el reinado de Cómodo, entre los años 180 y 185, fue ajusticiado Apolos Sakkeas –llamado Apolonio por Eusebio–, tal vez también filósofo. En su juicio participaron varios sabios, entre ellos un cínico. El condenado le disparó a quien lo juzgaba, el prefecto de la Guardia Pretoriana, que ignoraba las bellezas de la gracia o los dones del perdón, porque «la palabra del Señor pertenece al corazón que ve, así como la luz pertenece a los ojos que ven». El cínico le contestó que debería reprocharse a sí mismo, ya que a pesar de toda su sutileza para hablar, él era el que se había descarriado. Y este le replicó al cínico que debería haber aprendido a rezar en lugar de insultar, y que su hipocresía estaba de acuerdo con la ceguera de su corazón.[17]




[1] Eusebio de Cesarea, La crónica de Jerónimo 203, 13-18 h.

[2] Justino, Diálogo con Trifón.

[3] Jerónimo, Sobre hombres ilustres 23.

[4] Eusebio de Cesarea, Historia eclesiástica IV 16-1.

[5] Goulet-Cazé, Cynicism and Christianity in Antiquity.

[6] Justino, Apología segunda 3-1.

[7] Stephen Benko, Pagan Rome and the Early Christians, pp. 46-47.

[8] Eusebio de Cesarea, La crónica de Jerónimo 203, 13-18 h.

[9] «gulosum, et mortis timidum, luxuriaeque et libidinum sectatorem» (Jerónimo, Sobre hombres ilustres 23).

[10] «Κρήσκης γοῦν ὁ ἐννεοττεύσας τῇ μεγάλῃ πόλει παιδεραστίᾳ μὲνπάνταςπερήνεγκεν, φιλαργυρίᾳ δὲ πάνυ προσεχὴς ἦν· θανάτου δὲκαταφρονεῖν συμβουλεύων οὕτως αὐτὸς ἐδεδίει τὸν θάνατον, ὡς καὶ Ἰουστῖνον, καθάπερ μεγάλῳ κακῷ, τῷ θανάτῳ περιβαλεῖν πραγματεύσασθαι, διότι κηρύττων τὴν ἀλήθειαν λίχνους τοὺς φιλοσόφους καὶπατεῶνας συνήλεγχεν.» (Taciano, A los griegos 19)

[11] Id., ibid. 25-1.

[12] Eusebio de Cesarea, Historia eclesiástica IV, 16-3 y 6.

[13] Justino, Apología segunda 3, 1 y 6.

[14] «Ἀδύνατον δὲ Κυνικῷ. ἀδιάφορον τὸ τέλος προθεμένῳ, τὸ ἀγαθὸν εἰδέναι πλὴν ἀδιαφορίας.» (Id., ibid. 3, 7)

[15] Eusebio de Cesarea, ibid. IV, 16-3.

[16] Id., ibid. IV 16, 3-6; Justino, Apología segunda 3, 1-6.

[17] Id., ibid. V 21, 1-40; Hechos de los mártires cristianos 7, 32-34.


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