Demónax de Chipre: el otro de Proteo

(O el cinismo rectificado)


Demonacte o Demónax, que de las dos formas se lo conoce en español y de las dos formas lo vamos a llamar, es el otro lado del espejo de Peregrino y en cierta forma la encarnación de un cinismo depurado de sus males, purgado de taras y ajustado a un mundo de 500 años después. Esa, por lo menos, es la tesis que se puede destilar del relato construido por el único que se encargó de rescatarlo del olvido: su alumno Luciano de Samosata. A él se adeuda una Vita Demonactis, biografía, loor y fuente cuasi solitaria. Demónax es «el mejor de los filósofos que conocí», dice Luciano[1]. Y hete aquí que era algo así como un cínico, aunque bastante heterodoxo. Claro que el biógrafo, que no le esconde los rasgos perrunos, lo presenta más bien como un filósofo libre y autónomo.

Demónax era un niño bien, nacido alrededor del año 70, que llegó a Atenas proveniente de Chipre, de una familia de la clase dirigente y de alta posición económica. Hombre de firme educación, nos cuenta Luciano, que memorizaba extensos pasajes de los poetas, dominaba la retórica, y que conociendo las distintas escuelas filosóficas no de oídas, se desinteresó de todo ese capital ostentoso para vivir como un filósofo y no para impartir como un dogmático: predicar con el ejemplo, regañar con alegría, y por sobre todo tomarse en solfa los estragos de la vida, sin melodramas y sin claudicar.

Si bien estudió con varios maestros, Agatobulo y Demetrio entre los cínicos, Epicteto entre los estoicos y Timócrates de Heraclea, médico y sofista, Luciano deja entrever que no fue seguidor de ninguno –y de hecho, a diferencia de los casos modelo de Antístenes o Diógenes, huelga escena en que se lo vea como deslumbrado discípulo[2]. Las grandes referencias de este filósofo práctico estaban ubicadas en el pasado glorioso: Sócrates, Diógenes y Aristipo. Y si bien Luciano no cuenta cómo se sufragaba la existencia, asegura que vivió sin pedir nada ni molestar a nadie[3], e indica que despreció las riquezas para entregarse a la filosofía, en particular a la libertad y la sinceridad (λευθερί κα παρρησί), un despojamiento que no emprendió a instancias de los maestros sino por un afecto íntimo dirigido al saber.[4]

Demónax es un espíritu independiente, jovial, cairológico, renuente al sectarismo, abierto a la improvisación y al eclecticismo y más bien de vocación autodidacta, como Enómao o como en fin debía ser todo cínico. «No se restringió a una forma de filosofía –escribe Luciano–; combinó muchas aunque no declaró cuál prefería nunca.[5]» Digamos que este punzante y simpático personaje rebozaba de liberalidad y era indiferente a las peloteras de capilla. Cuando le preguntaron qué filósofos le gustaban dijo: «Son todos admirables, pero yo venero a Sócrates, admiro a Diógenes y amo a Aristipo» (γ δ Σωκράτη μν σέβω, θαυμάζω δ Διογένη κα φιλ ρίστιππον). A Sócrates la reverencia, la adoración, a Aristipo el cariño, y a Diógenes la admiración, el asombro. A cada uno lo suyo. Frase curiosa de la que se puede despejar que de los tres es Diógenes el que se diferencia, porque comparte lo común al resto de los filósofos, que también son admirables (θαυμαστοί) –aunque no dignos de fervor o afición[6]. De admirar hay que admirarlos a todos; pero nadie podría ser más admirable que Diógenes.

Sin embargo el biógrafo sabe darle una astuta vuelta a ese rasgo saliente del Perro. Luciano, para quien Diógenes siempre es una eminencia relativamente dudosa, deja correr que Demonacte no caía en las arterías y extremismos que podían imputarse al sinopense: no exageraba la nota ni se iba en alardes de exhibicionismo, vivía como un hombre común y corriente y no tratando de sorprender, de asombrar al primer desprevenido. Tal era el modo que tenía el chipriota de sortear el τφος. Se parecía a Diógenes por la apariencia externa y por la forma desprejuiciada y ligera de encarar las cosas de esta vida, dice Luciano[7]. Por lo demás Demonacte no había estafado al Estado, no se masturbaba en el ágora, no terminaba a las trompadas con cualquier viandante, no fornicaba con su hembra al pie de un templo, no dormitaba en un barril, no era hijo de una prostituta ni hay noticias de que se acostara con efebos y alumnos, y si es verdad que amaba a Aristipo debemos entender que cuando marchó a estudiar con Agatobulo no se consagró a ofrendar con morboso gusto las nalgas a los fustazos[8], aunque Luciano deja en claro que sometía el cuerpo a entrenamientos de resistencia a la manera cínica[9]. He aquí pues un cínico más políticamente correcto o en todo caso un socrático extemporáneo y ecléctico.

Y Luciano al narrar la vida de este filósofo se va a encargar de dibujar el retrato de un hombre en el que efectivamente se adivinan rasgos tanto de Sócrates como de Diógenes y Aristipo. Pero de haber un modelo que se le asemeje dentro de la tradición cínica, por temperamento y actitudes, aunque Luciano nada diga y eluda mencionarlo, a todas luces no es otro que Crates de Tebas. Como decir, la φιλανθρωπία y el cinismo atenuado. Porque el estilo de la filosofía de Demónax, cuenta Luciano, era προς κα μερος κα φαιδρός; esto es: una filosofía suave, amable, templada, apacible, mansa, doméstica, chispeante y alegre[10]. He aquí el regreso de la σωφροσύνη sin perder la actitud; es el θάρσος, la audacia de Diógenes, pero con las uñas limadas; la crítica risueña pero sin sarcasmo, la mordacidad de buen humor y los golpes de efecto con guantes de algodón. Luciano lo ejemplifica bien cuando se refiere a la consideración que hacía Demonacte de la μαρτα (error, pifia, falta, fracaso, culpa o pecado). Dice que tal como los médicos curan las enfermedades sin enojarse con los enfermos, de igual modo Demonacte reprimía los pecados perdonando a los pecadores, porque consideraba humano errar pero divino reparar el yerro[11]. No exigía a las personas alcanzar una excelencia divina como la del sabio –cínico o no. Era al contrario un moderado y sensato terapeuta que eludía el grito y la irritación. Con estas maneras aligeradas, Demónax recordaba a los prósperos lo transitorio y fortuito de su suerte y a los abatidos por la enfermedad o la vejez, el destierro o la pobreza, los consolaba con gesto risueño recordándoles que en breve soslayarían los males, fuera con la muerte o con esa otra forma de la muerte, el olvido, el olvido de los bienes y los males (λήθη δέ τις γαθν κα κακν).[12]

Cuando se le preguntó por la felicidad Demonacte respondió que el hombre feliz, el εδαμων, era el hombre libre, el λεύθερος, es decir aquel que nada esperaba y nada temía (οτε λπίδος οτε φόβου). «Sin duda, si observas las empresas humanas –dijo–, hallarás que no son dignas ni de esperanza (λπίς) ni de temor (φβος), pues penas y alegrías han de cesar por completo»[13]. Las coincidencias con el guasón infernal, con el Menipo lucianesco, al que lo único que le preocupaba era lo que tenía enfrente, la parusía del día de la fecha o pasar el momento, no son casuales aunque este venga a ser el reverso amable o apolíneo de aquel viejecito picante. Y Demónax, que al decir de Dudley combinó la φιλανθρωπία con el escepticismo nihilista, o a Crates con Menipo, se dedicaba como el Abrepuertas a visitar los hogares para reconciliar esposos y aplacar la discordia entre hermanos, y en el ágora se consagraba a calmar las aguas entre las muchedumbres agitadas, o bien, como podría haber hecho Sócrates (que no era un κοσμοπολίτης), llamaba a la gente a servir a la patria con entereza[14]. Casi diríamos que era un Sócrates que cambió de método, que tomó prestada de Crates y del Perro la eficaz didáctica del cinismo. Porque, como bien reza Luciano[15], Demonacte no ejerció la ironía, es decir el método socrático (como tampoco lo ejercieron Antístenes ni Aristipo); pero a diferencia de Diógenes, hombre más bien indiferente en este punto, el chipriota a la vieja usanza filosófica y socrática hacía de la amistad el mayor de los bienes[16]y podía ser amigo de todo el mundo, porque a todos trataba con familiaridad por el hecho de ser humanos, aunque le agradara más la compañía de los buenos que la de los descarriados. Y como Meleagro, por si fuera poco, hacía conciliar a las Gracias con Afrodita (Χαρίτων κα φροδίτης)[17]. Pero si el cuidado de la amistad que le atribuye es más bien socrático, el método de enseñanza práctica era el cínico. Porque de Diógenes, más que el atuendo, heredó el recurso del humor, la réplica súbita y una inclinación al chiste aleccionador que por lo visto no temía a la grosería ni al mal gusto. Algunas de las anécdotas que da Luciano prueban esto claramente. Cuando Favorino de Arlés, aquel filósofo y sofista eunuco, lo increpó preguntándole qué títulos tenía para burlarse de él, le contestó que «los testículos». También se carcajeaba de Rufino de Chipre, un peripatérico que era cojo y por lo tanto los paseos de rutina que proponía esta escuela los daba de una manera «indecorosa». Cuando Epicteto le aconsejó que se casara y procrease, porque un filósofo debía dejar quien lo reemplazara en la naturaleza, le dijo «Bueno, entonces dame a una de tus hijas»[18]. Una vez se encontró un anillo y puso un cartel para que lo retirara el dueño, pero se le apareció un efebo que lo reclamaba sin dar ninguna descripción correcta que dejara ver que había sido suyo, y entonces Demónax lo despidió diciéndole «Márchate jovencito pero cuídate mejor de no perder el otro anillo»…[19] Queda claro que el chiste parenético para ser eficaz debe ser tan espontáneo y agudo como brusco y burdo, cosa que a Demonacte no lo arredraba.

Luciano deja de regalo más de 50 anécdotas, entre cómicas y edificantes, en las que su filósofo cabecera reprende y se burla de los sofistas, de los jóvenes presuntuosos y afeminados, de los atletas, de los magos (Apolonio entre ellos), de las tonterías rituales, de los filósofos chapuceros y petulantes, de aristotélicos varios, de funcionarios insensatos, de los malos oradores, de un mal poeta, de un físico, de las brusquedades de los espartanos, de la exclusión de los bárbaros en los ritos, de un aristócrata que presumía de andar con una toga purpurada y de ciertos aparatosos cínicos como Proteo y Honorato –ese que predicaba vestido con una piel de oso– o de otro que había cambiado el bastón por un garrote. Para satisfacción de Luciano, como se ve, los cínicos también caían en la volteada, aunque esto no le impedía a Demónax salir en defensa de alguno si era menester. Cierta vez un cínico había injuriado brutalmente a un procónsul, al que acusaba de afeminado porque se depilaba todo el cuerpo, y entonces el funcionario impulsado por la ira prometió estacarlo o condenarlo al destierro. Entonces Demónax imploró clemencia y le explicó que así era la tradición parresiástica de los cínicos. El procónsul se echó atrás y aceptó, pero le preguntó qué castigo creía conveniente en caso de que reincidiera, y el sabio chipriota le contestó sin más vueltas que lo hiciera depilar. Una medida conciliatoria, como se ve. Es que así era Demónax: conciliaba al cinismo con la sociedad[20]. Por eso se permitía brindar consejo a un general del emperador que le preguntó cómo mandar, o a los atenienses sobre si debían realizarse o no los combates de gladiadores[21]. Servía a la patria y a la humanidad con una sabiduría matizada por un cinismo alivianado. Un cinismo que hacía juego con cierto escepticismo entre ácrata y liberal, ya que como bien afirma Luciano, Demónax consideraba que las leyes eran inútiles tanto si se escribían para los buenos como para los malos, porque unos no las necesitan y los otros no se hacen mejores con ellas[22]. La antología de anécdotas armada por Luciano compite en bulto y gracia con la antología coral que existe sobre Diógenes, con el detalle de que es un muestrario de cinismo rectificado, purgado del implacable radicalismo ascético de Diógenes y demasiado inclinado a vapulear las bajas cualidades de los malos profesionales. La revolución ética se convierte en un reformismo estético-moral: un cinismo de lo posible y dentro de las instituciones culturales. Sócrates filtrado por Diógenes. Pero ambos por Luciano.

Demonacte y Peregrino fueron en algún momento vecinos en aquella Atenas empalidecida. Por supuesto se conocieron y Luciano se encargó de narrar el encontronazo. Peregrino le reprochó: «Demonacte, haces bien el perro», aludiendo a las frecuentes chacotas que dirigía a los hombres; a lo que el otro recusó: «Peregrino, no haces bien el hombre»[23]. El pario lo acusaba de reírse de la personas y jugar con ellos y con esto quizá de representar un cinismo ficticio; Demónax responde tal vez que lo importante no es la fidelidad al cinismo, más cercano al dios y al animal que a la escala humana (he aquí otra vez la φιλανθρωπία). Esta escena, que parece dejar a uno dentro de la secta y al otro afuera, mereció algunas interpretaciones. Según Inger Kuin, que se dedicó a separar la risa de Diógenes de la risa de Demonacte, Diógenes y el resto de los cínicos –con Proteo adentro– no reían de sí mismos ni de todo el mundo: al exponerse al ridículo a través del escándalo tenían como fin didáctico la ναίδεια, volverse imperturbables ante las burlas de los demás para evidenciar el rechazo a las normas sociales o a la moral convencional. Pero nada de eso encuentra en este Demónax, en cuyo blanco no solamente se ubican los cínicos sino todo el mundo con él mismo a bordo, además de que jamás se lo ve intervenir con el cuerpo sino como un mero e ingenioso hablante. Para esta autora la risa filosófica de Diógenes y los cínicos era premeditada y autoinmune y no estaba destinada a todos; en cambio la de Demonacte era espontánea, autorreflexiva e imparcial, es decir aplicada también a sí mismo y a cualquiera sin distinción, dado que no buscaba separar de una manera tajante a los virtuosos de los no-virtuosos o reformar a su víctima de acuerdo a una utopía sociopolítica[24]. Es evidente que la risa de Demonacte está recortada a imagen y semejanza de Luciano, quien ocupa más de la mitad del texto con esta simpática colección de χρεαι.

Esta Vida de Demonacte, queda visto, es el único testimonio amplio sobre un cínico del Imperio romano con unas cuantas de las características de las Vidas de Diógenes Laercio, salvo que contado de primera mano por un discípulo, que eso declara haber sido Luciano por un período considerable[25]. Y el biógrafo-encomiasta se pronuncia explicando cuál es el propósito que abriga: relatar la vida de Demonacte para que lo recuerden los hombres cultos (ρίστοις) y para que los jóvenes nobles (γενναιότατοι τν νέων) que pretendan filosofar no tengan ejemplos solamente del pasado[26]. Y así como la segunda de las consignas sugiere una maniobra de rescate, hacer el panegírico de un personaje menor que caso contrario se extraviaría en el olvido, la primera de las consignas ubica desde el vamos a este cínico como antípoda de Peregrino, al que defenestró precisamente porque orientó su vida hacia la fama indiscriminada, a ser glorificado por el vulgo. Y el pareo está a la vista: Demónax «le hacía la guerra a todos los que filosofaban no por la verdad sino por exhibirse y declamar» (πολέμει τος ο πρς λήθειαν λλ πρς πίδειξιν φιλοσοφοσιν), en cambio Proteo «nunca enfocaba a la verdad sino que hablaba y actuaba para la fama y el aplauso del populacho»[27]Uno anhelaba la popularidad y el otro amaba la filosofía. Casi que diríamos que le venía de cuna, porque Demónax, escribe Luciano, tenía una inclinación innata hacia lo bello o las cosas nobles (οκείας πρς τ καλ ρμς) y desde la más tierna edad amor a la filosofía (φιλοσοφίαν ρωτος κ παίδων)[28]. ¿Qué podía en cambio traer Proteo de la infancia siendo un parricida? No amor seguramente. Y este Demonacte, dechado de cordura, paradigma de una ατρκεια que se traduce como independencia de criterio y antigregarismo, no es otra cosa que el anti-Peregrino, la inversión casi exacta, la contracara, el otro: un cinismo sin artimañas, sin truculencias místicas, ligero, audaz pero simpático, escéptico pero humanitario, ascético pero no miserabilista. Un cinismo sin bajezas, por no decir de clase, emprendido por alguien que no hablaba una lengua cuasi bárbara –como el Peregrino de Filóstrato–, sino que conversaba, como bien expresa Luciano, con gracia ática, tanto como para reírse del estilo vulgar de las conferencias de Favorino[29]. De manera que a Demonacte nadie lo despreció por γεννής, por plebeyo, y por eso encontró la gloria no en las manos de los griegos ignorantes sino en la de los ριστοι.[30]

Peregrino soñaba convertirse en estatua, Demonacte en cambio frenó a los eleos cuando quisieron erigirle una diciéndoles que ofenderían a los antepasados, ya que no le habían construido ninguna a Sócrates o Diógenes[31]. Demonacte también atacó a Herodes Ático, pero no en tanto que benefactor social sino en cuanto pederasta que derrochaba la fortuna que tenía homenajeando a su querido muerto, o por el fasto con el que homenajeaba a la difunta esposa Regila[32]. El suyo es también un cinismo menos contaminado, de religiosidad y misticismo al menos, más helénico tal vez y en ese sentido conservador. Lo cual tiene el detalle paradójico de atentar contra las propias bases de un movimiento caracterizado justamente por la trasmutación, por la alteración de todos los valores, e incluso por la autotransformación. Y es allí donde Proteo, el hombre de las mil caras, fue en realidad el más fiel, el que podría haber hecho del παραχαράττειν τ νόμισμα la divisa fundamental.

Pero el cinismo debía ser saneado, y no exclusivamente la malversación articulada por Proteo, sino remontándose a los errores de base: Demonacte es la corrección viva de los traspiés y agachadas de Antístenes, Diógenes y Crates. Y el socratismo, a la vez, debía ser reajustado, reacondicionado a las circunstancias y mejorado con un poco de la impronta hedonista y con mucho de la metodología que aquellos otros tres habían sabido desplegar de cara a toda la comunidad sino a todo el mundo (porque en Demonacte pareciera que πλις y φιλανθρωπία comulgan de alguna forma). Esa superación, que parece ser el ideal lucianesco, cristaliza en esta figura de filósofo serio-cómico, como le llama Branham («especialista en las técnicas de deflación cómica»), que gambetea de igual forma la payasada escabrosa de Diógenes como la altivez de la ironía socrática, que es demasiado cauteloso como para comprometerse con la doctrina de una secta, que en vez de predicar por la subversión del cuerpo se atiene al distante ingenio verbal y que en vez de hacer preguntas da súbitas respuestas desconcertantes. Un filósofo que además de tomarse en solfa el papel de los cínicos y demás filósofos, renuncia a tomarse en serio su propio papel de filósofo[33]. Es así que cuando el obstinado Favorino le pregunta qué filosofía prefiere, de manera inquietante responde «¿Quién te dijo que yo era filósofo?» y se echa a reír a panza suelta porque el otro cree que es prudente juzgar a alguien como filósofo por portar barba –máxime cuando Favorino, que lo era, estaba rasurado o más bien era lampiño[34]. Que Luciano, un genio del desprecio, tenga de héroe a este filántropo y asistente social podría parecer extraño; pero hay que suponer que detrás de la general empresa burlesca del sirio hay un ideal ilustrado, un escepticismo lejanamente redentor, y ahí se emparda con este otro, que tampoco le iba en zaga en espíritu chacotero. De hecho las tantas anécdotas graciosas que encaja Luciano, y que son el carozo de la narración, hacen casi desbarrancar el fin presunto de mostrar en la figura de Demonacte a un dechado ético, porque a veces el tipo parece nomás un bromista inteligente en estado puro. ¿Este sujeto era un filósofo o una especie de humorista culto y refinado? Era a lo mejor el σπουδογέλοιον encarnado –no por escrito. O tal vez no sea más que un Luciano vestido de filósofo, un autorretrato caracterizado: Luciano mismo escapado del rol de satírico, trazando por interpósita persona una autobiografía potencial, la vida del filósofo que hubiese sido. Porque los más de 40 apotegmas y máximas de Demonacte ajenos a Luciano que sobreviven en otras colecciones dan otra imagen: la de un moralista más clásico y más del montón, sin las volteretas ambivalentes y juguetonas que le imprime el biógrafo, serio y de muy menor originalidad[35]. Allí es solamente un adalid de la filosofía y la educación, un campeón del autoconocimiento y del cuidado de sí, en cualquier caso un socrático hedónico-cínico y punto.

Sin embargo Luciano, fuera de solazarse con ese montón de anécdotas, se vuelve en algún momento insospechadamente serio, tanto como para dejar a la posteridad el ejemplo de lo que debe ser un filósofo, de cómo se deben ajustar las piezas de la tradición ética y racional para afrontar ese nuevo mundo. Porque queda claro que este filósofo hijo de la mezcla afinó su instrumento para responder a una sociedad distinta y buscó, en todo caso, no salvar al cinismo sino al racionalismo moral helénico, no para encerrarlo en una escuela esotérica sino para ponerlo a servicio de la comunidad sin volverse siervo del vulgo decadente, aunque sin darle la espalda. Y es por eso que fue querido, como indica el samosatense, tanto por el pueblo como por las autoridades, por plebeyos y patricios.[36]

En esta escueta semblanza, un recuerdo y un homenaje a quien fue su maestro, Luciano deja por un momento la irrefrenable guasa para trazar por el ejemplo biográfico los probables esbozos de su propia ética y de su idea antidogmática de la filosofía. Pero así como con Sócrates Demonacte mantenía un tipo de relación de aspecto devocional, así la comunidad pagó a este relevo a escala con la misma moneda, con las honras que se le ofrecen a un hombre divino, al θεος νρ, aunque fuera un dios de la ilustración y de la prudencia, y aunque esa veneración popular se manifestara de una manera irracional. Porque Luciano no oculta que Demonacte terminó, al fin y al cabo como Peregrino Proteo, convertido entre las gentes en un fetiche de santería o en un beato. Pero quizá como la deidad de un culto tenue y no morboso, inofensivo, ligero, levemente distante. Sano.

Demónax era una eminencia local a la que no se le ocurrió ni por las tapas ir a hacer campaña promocional a Roma en calidad de francotirador, porque estaba ocupado en oficiar de ingenioso ombudsman y educador civil versión serioburlesca; un filósofo abocado a la resolución de intríngulis hogareños y municipales, pero un Sócrates adaptado al universalismo. Fue así que obtuvo carta de ciudadanía y de alguna forma participó en política –sea o no con un cargo como dudosamente infiere Dudley. Pero como su modelo de santidad, el mismísimo Sócrates, Demónax fue acusado de impío, de no hacer sacrificios ni iniciarse en los misterios de Eleusis. Y también fue juzgado e hizo su apología ante la Asamblea, en la que declaró no participar de los ritos eleusinos porque si los misterios fueran malos no guardaría jamás el secreto y habría apartado de ellos a los no iniciados, y si fueran buenos lo mismo: los habría revelado a todo el mundo para beneficio común. Un ejemplo de φιλανθρωπία y παρρησία que es presentado como una rectificación de Sócrates, quien había negado la acusación de no reconocer a los dioses públicos y de acuerdo a Platón y Jenofonte era un hombre de prácticas piadosas. Este argumento lo deja mucho más próximo a los cínicos, ya que según Laercio, Diógenes sí había rechazado la iniciación[37]. Y en este caso el imputado salió triunfal del juicio, haciendo que la gente soltara las piedras que tenía entre las manos para darle por la cabeza. Descubrieron que lo que tenían a mano era al contrario un modesto Sócrates redivivo. Y desde entonces Demonacte se convirtió en una suerte de héroe filosófico del pago, un Sócrates de cabotaje para una Hélade colonial y para una Atenas provinciana de nostálgico prestigio. Y así vivó Demonacte casi 100 años «sin enfermar ni entristecer jamás, sin molestar a nadie ni pedir nada, provechoso para los amigos, sin haber tenido nunca un enemigo»[38]. Y tanto respeto se le tuvo de ahí en más que apenas con presentarse en una asamblea enderezaba el litigio sin verter una palabra, por su sola presencia. Y los magistrados ante él guardaban silencio y le cedían el asiento, las panaderas le daban el pan porque traía buena suerte, los niños le llevaban fruta y lo llamaban padre, la gente lo invitaba a sus casas a comer y dormir, porque ante ellos tenían una presencia divina y consideraban que un γαθς δαίμων había entrado en casa.[39]

Luciano, como se ve, no explica cuál fue el sustento económico de su héroe, que puede que haya renunciado a los bienes familiares de forma apenas parcial. Deja ver que no recurría a la mendicidad, si bien acabó alimentado y cobijado por los atenienses, aunque no porque pidiera sino por una decisión de la comunidad que retribuía el elevamiento y la cura públicos que brindó. Y es así que este Sócrates codeado fuera por la Historia tuvo sin embargo un final feliz. Un final feliz, que es un final valeroso y cínico. Emuló a Diógenes permitiéndose incluso, ya que no se ahorcó ni se arrojó aparatosamente de un puente, una modesta innovación. O en todo caso, rectificó de manera certera a ese Diógenes que encontró con cierta terquedad la muerte desafiando los límites atragantado por un pulpo. Cuando comprendió que ya no podía bastarse a sí mismo, Demonacte al contrario decidió poner fin a su vida por inanición. Se dejó morir de hambre y ya. Una forma de muerte sin precedentes entre los cínicos, pero sí entre otros filósofos (Anaxágoras, Demócrito, Zenón de Citio, Hegesías, Cleantes y Dionisio de Heraclea procedieron de esta manera según algunas fuentes). Schopenhauer evaluó dicha clase de suicidio como el grado más alto del ascetismo; claro que si se lo compara con la suspensión voluntaria de la respiración, queda como un recurso más a escala humana. Un suicidio corajudo pero más creíble.

Un paso antes, cuando se le preguntó qué disponía para su entierro, encomendó que lo dejaran a la intemperie para ser útil a las aves y los perros. Los atenienses, de todos modos, lo honraron con pompas fúnebres en una ceremonia a la que acudió todo el mundo, pero en especial los filósofos, quienes cargaron el cuerpo, y los griegos lo lloraron mucho tiempo y consideraron sagrado el banco de piedra en el que acostumbraba sentarse. Y colorín colorado.[40]

Hay quien concluye que esta Vida de Demonacte no es más que una autobiografía, es decir la vida de Luciano[41]. Otros menos audaces consideran a esta pieza como una ficción filosófica[42]. Tampoco faltaron los eruditos que negaron que viniera de su puño y letra –parecer que al final no tuvo quorum. Más factible es que la haya escrito poco después de asistir al funeral del maestro, poco antes de partir de Atenas, alrededor del año 175. Otros tantos, inclusive, llegaron a poner en duda la misma existencia histórica del propio Demónax. Hoy lleva su nombre un cráter de la Luna.




[1] Vida de Demonacte 2.

[2] Dudley baraja que estudió primero con Demetrio, luego con Epicteto, después con Timócrates y al final con Agatobulo. Estima la llegada a Atenas cerca del año 120.

[3] Ibid. 64.

[4] Ibid. 3.

[5] «φιλοσοφίας δ εδος οχ ν ποτεμόμενος, λλ πολλς ς τατ καταμίξας ο πάνυ τι ξέφαινε τίνι ατν χαιρεν» (Ibid. 5)

[6] Ibid. 63.

[7] «τ το βίου ῥᾳστώνῃ» (Ibid. 5) Queda la impresión de que a Luciano, que parece darse dique de haber sido alumno del más grande de los filósofos que conoció, no le termina de cerrar del todo la actitud plausiva del maestro hacia Diógenes.

[8] Cuando vio que un espartano azotaba a su esclavo, y sabido de que los espartanos incluían los azotes en la educación militar que recibían, le dijo: «Deja de tratar a tu esclavo como a tu igual». (Ibid. 47)

[9] Ibid. 4.

[10] Ibid. 9.

[11] Ibid. 7.

[12] Ibid. 8.

[13] Ibid. 19-20.

[14] Ibid. 9.

[15] Ibid. 6.

[16] «ς ν κα τ μέγιστον τν ν νθρώποις γαθν τν φιλίαν γούμενον» (Ibid. 10)

[17] Ibid. 10.

[18] Siendo que Epicteto no tuvo familia ni hijos, la respuesta se interpreta menos como una bajeza que como una denuncia simpática de la incoherencia o doble vara de un filósofo que prescribe un régimen de vida para los profanos que él no cumple. Y Demónax vivía como el común de la gente y ponía en tela de juicio su propio carácter de filósofo (Cf. ibid. 5 y 13).

[19] Ibid. 21, 55, 56, 17.

[20] Ibid. 51.

[21] Ibid. 52 y 58.

[22] Ibid. 60. Queda claro que para Demónax el νόμος, al menos en cuanto ordo legal, es poco relevante y se combate con παρρησία y ἐλευθερία.

[23] Ibid. 18.

[24] Inger Kuin, Diogenes vs. Demonax: Laughter as Philosophy in Lucian, en P. Destrée y F. Trivigno eds., Laughter, Humor, and Comedy in Ancient Philosophy. Una hipótesis algo categórica que queda lejos del esquema de Branham, que hacía de Diógenes poco menos que un saltimbanqui apenas programático.

[25] Ibid. 1.

[26] «ριστον ν οδα γ φιλοσόφων γενόμενον». (Ibid. 2)

[27] Ibid. 39; Sobre la muerte de Peregrino 42.

[28] Vida de Demonacte 3.

[29] Ibid. 6; ibid. 12. También se reía de los afectados que pululaban en arcaísmos o barbarismos de moda. A la pregunta que le hizo uno de estos respondió: «Amigo, te hice la pregunta ahora pero me la contestaste en tiempos de Agamenón». (Ibid. 26)

[30] Ibid. 4.

[31] Ibid. 59.

[32] Ibid. 24 y 33.

[33] R. Bracht Branham, Authorizing humor: Lucian's Demonax and cynic rhetoric.

[34] Luciano, ibid. 13.

[35] Vid. Denis M. Searby, Non-Lucian Sources for Demonax with a new collection of “fragments”. «Mientras que en el eclecticismo y el hedonismo moderado Demónax suena como una proyección de Luciano, un rasgo, el apego de Demónax a sus amigos, es confirmado por las citas medievales» (C. P. Jones, Culture and Society in Lucian).

[36]«τοιγαρον κα θηναίων τε σύμπας δμος κα ο ν τέλει περφυς θαύμαζον ατν κα διετέλουν ς τινα τν κρειττόνων προσβλέποντες.» (Ibid. 11)

[37] Cf. Laercio, VI 39.

[38]«βίου δ τη λίγου δέοντα τν κατν νοσος, λυπος, οδένα νοχλήσας τι ατήσας, φίλοις χρήσιμος, χθρν οδένα οδεπώποτε σχηκώς» (Ibid. 64)

[39] Ibid. 64-66.

[40] Ibid. 67.

[41] C. P. Jones, op. cit.

[42] Diskin Clay, Lucian of Samosata: Four Philosophical Lives Una ficción filosófica de corte biográfico, a la manera de la Ciropedia de Jenofonte y a imitación de textos filosóficos canónicos.


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