(O el cinismo rectificado)
Demonacte o Demónax, que de las dos formas se lo conoce en español y de las dos formas lo vamos a llamar, es el otro lado del espejo de Peregrino y en cierta forma la encarnación de un cinismo depurado de sus males, purgado de taras y ajustado a un mundo de 500 años después. Esa, por lo menos, es la tesis que se puede destilar del relato construido por el único que se encargó de rescatarlo del olvido: su alumno Luciano de Samosata. A él se adeuda una Vita Demonactis, biografía, loor y fuente cuasi solitaria. Demónax es «el mejor de los filósofos que conocí», dice Luciano[1]. Y hete aquí que era algo así como un cínico, aunque bastante heterodoxo. Claro que el biógrafo, que no le esconde los rasgos perrunos, lo presenta más bien como un filósofo libre y autónomo.
Demónax
era un niño bien, nacido alrededor del año 70, que llegó a Atenas proveniente de
Chipre, de una familia de la clase dirigente y de alta posición económica.
Hombre de firme educación, nos cuenta Luciano, que memorizaba extensos pasajes
de los poetas, dominaba la retórica, y que conociendo las distintas escuelas
filosóficas no de oídas, se desinteresó de todo ese capital ostentoso para vivir
como un filósofo y no para impartir como un dogmático: predicar con el ejemplo,
regañar con alegría, y por sobre todo tomarse en solfa los estragos de la vida,
sin melodramas y sin claudicar.
Si
bien estudió con varios maestros, Agatobulo y Demetrio entre los cínicos,
Epicteto entre los estoicos y Timócrates de Heraclea, médico y sofista, Luciano
deja entrever que no fue seguidor de ninguno –y de hecho, a diferencia de los
casos modelo de Antístenes o Diógenes, huelga escena en que se lo vea como deslumbrado
discípulo[2]. Las
grandes referencias de este filósofo práctico estaban ubicadas en el pasado
glorioso: Sócrates, Diógenes y Aristipo. Y si bien Luciano no cuenta cómo se sufragaba
la existencia, asegura que vivió sin pedir nada ni molestar a nadie[3], e indica
que despreció las riquezas para entregarse a la filosofía, en particular a la
libertad y la sinceridad (ἐλευθερίᾳ καὶ
παρρησίᾳ), un despojamiento
que no emprendió a instancias de los maestros sino por un afecto íntimo dirigido
al saber.[4]
Demónax
es un espíritu independiente, jovial, cairológico, renuente al sectarismo, abierto
a la improvisación y al eclecticismo y más bien de vocación autodidacta, como
Enómao o como en fin debía ser todo cínico. «No se restringió a una forma de filosofía –escribe Luciano–; combinó muchas aunque no declaró cuál
prefería nunca.[5]»
Digamos que este punzante y simpático personaje rebozaba de liberalidad y era indiferente
a las peloteras de capilla. Cuando le preguntaron qué filósofos le gustaban
dijo: «Son todos admirables, pero yo
venero a Sócrates, admiro a Diógenes y amo a Aristipo» (ἐγὼ δὲ Σωκράτη μὲν σέβω,
θαυμάζω δὲ
Διογένη καὶ
φιλῶ Ἀρίστιππον). A Sócrates la reverencia, la adoración, a Aristipo el cariño, y a
Diógenes la admiración, el asombro. A cada uno lo suyo. Frase
curiosa de la que se puede despejar que de los tres es Diógenes el que se
diferencia, porque comparte lo común al resto de los filósofos, que también son
admirables (θαυμαστοί) –aunque no dignos de fervor o
afición[6]. De
admirar hay que admirarlos a todos; pero nadie podría ser más admirable que Diógenes.
Sin
embargo el biógrafo sabe darle una astuta vuelta a ese rasgo saliente del Perro. Luciano, para quien Diógenes
siempre es una eminencia relativamente dudosa, deja correr que Demonacte no
caía en las arterías y extremismos que podían imputarse al sinopense: no
exageraba la nota ni se iba en alardes de exhibicionismo, vivía como un hombre
común y corriente y no tratando de sorprender, de asombrar al primer
desprevenido. Tal era el modo que tenía el chipriota de sortear el τῦφος. Se
parecía a Diógenes por la apariencia externa y por la forma desprejuiciada y
ligera de encarar las cosas de esta vida, dice Luciano[7].
Por
lo demás Demonacte no había estafado al Estado, no se masturbaba en el ágora,
no terminaba a las trompadas con cualquier viandante, no fornicaba con su
hembra al pie de un templo, no dormitaba en un barril, no era hijo de una
prostituta ni hay noticias de que se acostara con efebos y alumnos, y si es
verdad que amaba a Aristipo debemos entender que cuando marchó a estudiar con
Agatobulo no se consagró a ofrendar con morboso gusto las nalgas a los fustazos[8], aunque
Luciano deja en claro que sometía el cuerpo a entrenamientos de resistencia a
la manera cínica[9].
He aquí pues un cínico más políticamente correcto o en todo caso un socrático
extemporáneo y ecléctico.
Y
Luciano al narrar la vida de este filósofo se va a encargar de dibujar el
retrato de un hombre en el que efectivamente se adivinan rasgos tanto de Sócrates
como de Diógenes y Aristipo. Pero de haber un modelo que se le asemeje dentro
de la tradición cínica, por temperamento y actitudes, aunque Luciano nada diga
y eluda mencionarlo, a todas luces no es otro que Crates de Tebas. Como decir,
la φιλανθρωπία
y el cinismo atenuado. Porque el estilo de la filosofía de Demónax, cuenta
Luciano, era πρᾶος
καὶ ἥμερος καὶ
φαιδρός; esto es: una filosofía suave,
amable, templada, apacible, mansa, doméstica, chispeante y alegre[10]. He
aquí el regreso de la σωφροσύνη sin perder la actitud; es el θάρσος,
la audacia de Diógenes, pero con las uñas limadas; la crítica risueña pero sin
sarcasmo, la mordacidad de buen humor y los golpes de efecto con guantes de
algodón. Luciano lo ejemplifica bien cuando se refiere a la consideración que
hacía Demonacte de la ἁμαρτία (error, pifia, falta, fracaso, culpa o pecado). Dice que tal como los
médicos curan las enfermedades sin enojarse con los enfermos, de igual modo
Demonacte reprimía los pecados perdonando a los pecadores, porque consideraba
humano errar pero divino reparar el yerro[11]. No exigía
a las personas alcanzar una excelencia divina como la del sabio –cínico o no.
Era al contrario un moderado y sensato terapeuta que eludía el grito y la
irritación. Con estas maneras aligeradas, Demónax recordaba a los prósperos lo
transitorio y fortuito de su suerte y a los abatidos por la enfermedad o la
vejez, el destierro o la pobreza, los consolaba con gesto risueño recordándoles
que en breve soslayarían los males, fuera con la muerte o con esa otra forma de
la muerte, el olvido, el olvido de los bienes y los males (λήθη
δέ τις ἀγαθῶν
καὶ κακῶν).[12]
Cuando
se le preguntó por la felicidad Demonacte respondió que el hombre feliz, el εὐδαίμων, era el hombre libre, el ἐλεύθερος, es decir
aquel que nada esperaba y nada temía (οὔτε ἐλπίδος
οὔτε φόβου). «Sin duda, si observas las empresas humanas –dijo–, hallarás que no son dignas ni de esperanza
(ἐλπίς) ni de temor (φόβος), pues penas y alegrías han de cesar por
completo»[13].
Las coincidencias con el guasón infernal, con el Menipo lucianesco, al que lo
único que le preocupaba era lo que tenía enfrente, la parusía del día de la
fecha o pasar el momento, no son casuales aunque este venga a ser el reverso
amable o apolíneo de aquel viejecito picante. Y Demónax, que al decir de Dudley
combinó la φιλανθρωπία
con el escepticismo nihilista, o a Crates con Menipo, se dedicaba como el Abrepuertas
a visitar los hogares para reconciliar esposos y aplacar la discordia entre hermanos,
y en el ágora se consagraba a calmar las aguas entre las muchedumbres agitadas,
o bien, como podría haber hecho Sócrates (que no era un κοσμοπολίτης), llamaba a
la gente a servir a la patria con entereza[14]. Casi
diríamos que era un Sócrates que cambió de método, que tomó prestada de Crates
y del Perro la eficaz didáctica del
cinismo. Porque, como bien reza Luciano[15], Demonacte
no ejerció la ironía, es decir el método socrático (como tampoco lo ejercieron
Antístenes ni Aristipo); pero a diferencia de Diógenes, hombre más bien
indiferente en este punto, el chipriota a la vieja usanza filosófica y
socrática hacía de la amistad el mayor de los bienes[16]y podía
ser amigo de todo el mundo, porque a todos trataba con familiaridad por el
hecho de ser humanos, aunque le agradara más la compañía de los buenos que la de
los descarriados. Y como Meleagro, por si fuera poco, hacía conciliar a las
Gracias con Afrodita (Χαρίτων καὶ
Ἀφροδίτης)[17]. Pero
si el cuidado de la amistad que le atribuye es más bien socrático, el método de
enseñanza práctica era el cínico. Porque de Diógenes, más que el atuendo,
heredó el recurso del humor, la réplica súbita y una inclinación al chiste
aleccionador que por lo visto no temía a la grosería ni al mal gusto. Algunas
de las anécdotas que da Luciano prueban esto claramente. Cuando Favorino de
Arlés, aquel filósofo y sofista eunuco, lo increpó preguntándole qué títulos
tenía para burlarse de él, le contestó que «los
testículos». También se carcajeaba de Rufino de Chipre, un peripatérico que
era cojo y por lo tanto los paseos de rutina que proponía esta escuela los daba de
una manera «indecorosa». Cuando
Epicteto le aconsejó que se casara y procrease, porque un filósofo debía dejar
quien lo reemplazara en la naturaleza, le dijo «Bueno, entonces dame a una de tus hijas»[18]. Una
vez se encontró un anillo y puso un cartel para que lo retirara el dueño, pero
se le apareció un efebo que lo reclamaba sin dar ninguna descripción correcta
que dejara ver que había sido suyo, y entonces Demónax lo despidió diciéndole «Márchate jovencito pero cuídate mejor de no
perder el otro anillo»…[19] Queda
claro que el chiste parenético para ser eficaz debe ser tan espontáneo y agudo como
brusco y burdo, cosa que a Demonacte no lo arredraba.
Luciano
deja de regalo más de 50 anécdotas, entre cómicas y edificantes, en las que su filósofo cabecera reprende y se burla de los sofistas,
de los jóvenes presuntuosos y afeminados, de los atletas, de los magos
(Apolonio entre ellos), de las tonterías rituales, de los filósofos chapuceros
y petulantes, de aristotélicos varios, de funcionarios insensatos, de los malos
oradores, de un mal poeta, de un físico, de las brusquedades de los espartanos,
de la exclusión de los bárbaros en los ritos, de un aristócrata que presumía de
andar con una toga purpurada y de ciertos aparatosos cínicos como Proteo y
Honorato –ese que predicaba vestido con una piel de oso– o de otro que había
cambiado el bastón por un garrote. Para satisfacción de Luciano, como se ve, los
cínicos también caían en la volteada, aunque esto no le impedía a Demónax salir
en defensa de alguno si era menester. Cierta vez un cínico había injuriado
brutalmente a un procónsul, al que acusaba de afeminado porque se depilaba todo
el cuerpo, y entonces el funcionario impulsado por la ira prometió estacarlo o
condenarlo al destierro. Entonces Demónax imploró clemencia y le explicó que
así era la tradición parresiástica de los cínicos. El procónsul se echó atrás y
aceptó, pero le preguntó qué castigo creía conveniente en caso de que
reincidiera, y el sabio chipriota le contestó sin más vueltas que lo hiciera
depilar. Una medida conciliatoria, como se ve. Es que así era Demónax:
conciliaba al cinismo con la sociedad[20]. Por
eso se permitía brindar consejo a un general del emperador que le preguntó cómo
mandar, o a los atenienses sobre si debían realizarse o no los combates de
gladiadores[21].
Servía a la patria y a la humanidad con una sabiduría matizada por un cinismo alivianado.
Un cinismo que hacía juego con cierto escepticismo entre ácrata y liberal, ya
que como bien afirma Luciano, Demónax consideraba que las leyes eran inútiles
tanto si se escribían para los buenos como para los malos, porque unos no las
necesitan y los otros no se hacen mejores con ellas[22]. La
antología de anécdotas armada por Luciano compite en bulto y gracia con la
antología coral que existe sobre Diógenes, con el detalle de que es un muestrario
de cinismo rectificado, purgado del implacable radicalismo ascético de Diógenes
y demasiado inclinado a vapulear las bajas cualidades de los malos
profesionales. La revolución ética se convierte en un reformismo
estético-moral: un cinismo de lo posible y dentro de las instituciones culturales.
Sócrates filtrado por Diógenes. Pero ambos por Luciano.
Demonacte y
Peregrino fueron en algún momento vecinos en aquella Atenas empalidecida. Por
supuesto se conocieron y Luciano se encargó de narrar el encontronazo. Peregrino
le reprochó: «Demonacte, haces bien el
perro», aludiendo a las frecuentes chacotas que dirigía a los hombres; a lo
que el otro recusó: «Peregrino, no haces
bien el hombre»[23]. El
pario lo acusaba de reírse de la personas y jugar con ellos y con esto quizá de
representar un cinismo ficticio; Demónax responde tal vez que lo importante no
es la fidelidad al cinismo, más cercano al dios y al animal que a la escala
humana (he aquí otra vez la φιλανθρωπία). Esta
escena, que parece dejar a uno dentro de la secta y al otro afuera, mereció
algunas interpretaciones. Según Inger Kuin, que se dedicó a separar la risa de
Diógenes de la risa de Demonacte, Diógenes y el resto de los cínicos –con
Proteo adentro– no reían de sí mismos ni de todo el mundo: al exponerse al
ridículo a través del escándalo tenían como fin didáctico la
ἀναίδεια,
volverse imperturbables ante las burlas de los demás para evidenciar el rechazo
a las normas sociales o a la moral convencional. Pero nada de eso encuentra en
este Demónax, en cuyo blanco no solamente se ubican los cínicos sino todo el
mundo con él mismo a bordo, además de que jamás se lo ve intervenir con el
cuerpo sino como un mero e ingenioso hablante. Para esta autora la risa
filosófica de Diógenes y los cínicos era premeditada y autoinmune y no estaba destinada
a todos; en cambio la de Demonacte era espontánea, autorreflexiva e imparcial,
es decir aplicada también a sí mismo y a cualquiera sin distinción, dado que no
buscaba separar de una manera tajante a los virtuosos de los no-virtuosos o
reformar a su víctima de acuerdo a una utopía sociopolítica[24]. Es evidente que la risa de Demonacte está recortada a imagen y
semejanza de Luciano, quien ocupa más de la mitad del texto con esta simpática
colección de χρεῖαι.
Esta Vida de Demonacte, queda visto, es el único testimonio amplio sobre un cínico del Imperio romano con unas cuantas de las características de las Vidas de Diógenes Laercio, salvo que contado de primera mano por un discípulo, que eso declara haber sido Luciano por un período considerable[25]. Y el biógrafo-encomiasta se pronuncia explicando cuál es el propósito que abriga: relatar la vida de Demonacte para que lo recuerden los hombres cultos (ἀρίστοις) y para que los jóvenes nobles (γενναιότατοι τῶν νέων) que pretendan filosofar no tengan ejemplos solamente del pasado[26]. Y así como la segunda de las consignas sugiere una maniobra de rescate, hacer el panegírico de un personaje menor que caso contrario se extraviaría en el olvido, la primera de las consignas ubica desde el vamos a este cínico como antípoda de Peregrino, al que defenestró precisamente porque orientó su vida hacia la fama indiscriminada, a ser glorificado por el vulgo. Y el pareo está a la vista: Demónax «le hacía la guerra a todos los que filosofaban no por la verdad sino por exhibirse y declamar» (ἐπολέμει τοῖς οὐ πρὸς ἀλήθειαν ἀλλὰ πρὸς ἐπίδειξιν φιλοσοφοῦσιν), en cambio Proteo «nunca enfocaba a la verdad sino que hablaba y actuaba para la fama y el aplauso del populacho»[27]. Uno anhelaba la popularidad y el otro amaba la filosofía. Casi que diríamos que le venía de cuna, porque Demónax, escribe Luciano, tenía una inclinación innata hacia lo bello o las cosas nobles (οἰκείας πρὸς τὰ καλὰ ὁρμῆς) y desde la más tierna edad amor a la filosofía (φιλοσοφίαν ἔρωτος ἐκ παίδων)[28]. ¿Qué podía en cambio traer Proteo de la infancia siendo un parricida? No amor seguramente. Y este Demonacte, dechado de cordura, paradigma de una αὐτάρκεια que se traduce como independencia de criterio y antigregarismo, no es otra cosa que el anti-Peregrino, la inversión casi exacta, la contracara, el otro: un cinismo sin artimañas, sin truculencias místicas, ligero, audaz pero simpático, escéptico pero humanitario, ascético pero no miserabilista. Un cinismo sin bajezas, por no decir de clase, emprendido por alguien que no hablaba una lengua cuasi bárbara –como el Peregrino de Filóstrato–, sino que conversaba, como bien expresa Luciano, con gracia ática, tanto como para reírse del estilo vulgar de las conferencias de Favorino[29]. De manera que a Demonacte nadie lo despreció por ἀγεννής, por plebeyo, y por eso encontró la gloria no en las manos de los griegos ignorantes sino en la de los ἄριστοι.[30]
Peregrino
soñaba convertirse en estatua, Demonacte en cambio frenó a los eleos cuando
quisieron erigirle una diciéndoles que ofenderían a los antepasados, ya que no
le habían construido ninguna a Sócrates o Diógenes[31]. Demonacte
también atacó a Herodes Ático, pero no en tanto que benefactor social sino en
cuanto pederasta que derrochaba la fortuna que tenía homenajeando a su querido
muerto, o por el fasto con el que homenajeaba a la difunta esposa Regila[32]. El
suyo es también un cinismo menos contaminado, de religiosidad y misticismo al
menos, más helénico tal vez y en ese sentido conservador. Lo cual tiene el
detalle paradójico de atentar contra las propias bases de un movimiento
caracterizado justamente por la trasmutación, por la alteración de todos los
valores, e incluso por la autotransformación. Y es allí donde Proteo, el hombre
de las mil caras, fue en realidad el más fiel, el que podría haber hecho del παραχαράττειν
τὸ νόμισμα
la divisa fundamental.
Pero el cinismo debía ser saneado, y no
exclusivamente la malversación articulada por Proteo, sino remontándose a los
errores de base: Demonacte es la corrección viva de los traspiés y agachadas de
Antístenes, Diógenes y Crates. Y el socratismo, a la vez, debía ser reajustado,
reacondicionado a las circunstancias y mejorado con un poco de la impronta
hedonista y con mucho de la metodología que aquellos otros tres habían sabido
desplegar de cara a toda la comunidad sino a todo el mundo (porque en Demonacte
pareciera que πόλις
y φιλανθρωπία
comulgan de alguna forma). Esa superación, que
parece ser el ideal lucianesco, cristaliza en esta figura de filósofo
serio-cómico, como le llama Branham («especialista
en las técnicas de deflación cómica»), que gambetea de igual forma la
payasada escabrosa de Diógenes como la altivez de la ironía socrática, que es
demasiado cauteloso
como para comprometerse con la doctrina de una secta, que en vez de predicar
por la subversión del cuerpo se atiene al distante ingenio verbal y que en vez
de hacer preguntas da súbitas respuestas desconcertantes. Un filósofo que
además de tomarse en solfa el papel de los cínicos y demás filósofos, renuncia
a tomarse en serio su propio papel de filósofo[33]. Es así
que cuando el obstinado Favorino le pregunta qué filosofía prefiere, de manera
inquietante responde «¿Quién te dijo que
yo era filósofo?» y se echa a reír a panza suelta porque el otro cree que
es prudente juzgar a alguien como filósofo por portar barba –máxime cuando
Favorino, que lo era, estaba rasurado o más bien era lampiño[34]. Que
Luciano, un genio del desprecio, tenga de héroe a este filántropo y asistente
social podría parecer extraño; pero hay que suponer que detrás de la general
empresa burlesca del sirio hay un ideal ilustrado, un escepticismo lejanamente
redentor, y ahí se emparda con este otro, que tampoco le iba en zaga en
espíritu chacotero. De hecho las tantas anécdotas graciosas que encaja Luciano,
y que son el carozo de la narración, hacen casi desbarrancar el fin presunto de
mostrar en la figura de Demonacte a un dechado ético, porque a veces el tipo
parece nomás un bromista inteligente en estado puro. ¿Este sujeto era un
filósofo o una especie de humorista culto y refinado? Era a lo mejor el σπουδογέλοιον
encarnado
–no por escrito. O tal vez no sea más que un Luciano vestido de filósofo, un
autorretrato caracterizado: Luciano mismo escapado del rol de satírico,
trazando por interpósita persona una autobiografía potencial, la vida del filósofo que hubiese sido. Porque los
más de 40 apotegmas y máximas de Demonacte ajenos a Luciano que sobreviven en
otras colecciones dan otra imagen: la de un moralista más clásico y más del
montón, sin las volteretas ambivalentes y juguetonas que le imprime el
biógrafo, serio y de muy menor originalidad[35]. Allí
es solamente un adalid de la filosofía y la educación, un campeón del
autoconocimiento y del cuidado de sí, en cualquier caso un socrático
hedónico-cínico y punto.
Sin embargo Luciano, fuera de solazarse con ese
montón de anécdotas, se vuelve en algún momento insospechadamente serio, tanto
como para dejar a la posteridad el ejemplo de lo que debe ser un filósofo, de
cómo se deben ajustar las piezas de la tradición ética y racional para afrontar
ese nuevo mundo. Porque queda claro que este filósofo hijo de la mezcla afinó su
instrumento para responder a una sociedad distinta y buscó, en todo caso, no
salvar al cinismo sino al racionalismo moral helénico, no para encerrarlo en
una escuela esotérica sino para ponerlo a servicio de la comunidad sin volverse
siervo del vulgo decadente, aunque sin darle la espalda. Y es por eso que fue
querido, como indica el samosatense, tanto por el pueblo como por las
autoridades, por plebeyos y patricios.[36]
En esta escueta semblanza, un recuerdo y un
homenaje a quien fue su maestro, Luciano deja por un momento la irrefrenable
guasa para trazar por el ejemplo biográfico los probables esbozos de su propia ética
y de su idea antidogmática de la filosofía. Pero así como con Sócrates
Demonacte mantenía un tipo de relación de aspecto devocional, así la comunidad
pagó a este relevo a escala con la misma moneda, con las honras que se le
ofrecen a un hombre divino, al θεῖος
ἀνήρ, aunque fuera un dios de la ilustración y de la
prudencia, y aunque esa veneración popular se manifestara de una manera
irracional. Porque Luciano no oculta que Demonacte terminó, al fin y al cabo
como Peregrino Proteo, convertido entre las gentes en un fetiche de santería o
en un beato. Pero quizá como la deidad de un culto tenue y no morboso,
inofensivo, ligero, levemente distante. Sano.
Demónax era una eminencia local a la que no se le
ocurrió ni por las tapas ir a hacer campaña promocional a Roma en calidad de
francotirador, porque estaba ocupado en oficiar de ingenioso ombudsman y educador civil versión serioburlesca;
un filósofo abocado a la resolución de intríngulis hogareños y municipales,
pero un Sócrates adaptado al universalismo. Fue así que obtuvo carta de
ciudadanía y
de alguna forma participó en política –sea o no con un cargo como dudosamente infiere
Dudley. Pero como su modelo de santidad, el mismísimo Sócrates, Demónax fue
acusado de impío, de no hacer sacrificios ni iniciarse en los misterios de
Eleusis. Y también fue juzgado e hizo su apología ante la Asamblea, en la que
declaró no participar de los ritos eleusinos porque si los misterios fueran
malos no guardaría jamás el secreto y habría apartado de ellos a los no
iniciados, y si fueran buenos lo mismo: los habría revelado a todo el mundo
para beneficio común. Un ejemplo de φιλανθρωπία y παρρησία que es
presentado como una rectificación de Sócrates, quien había negado la acusación
de no reconocer a los dioses públicos y de acuerdo a Platón y Jenofonte era un
hombre de prácticas piadosas. Este argumento lo deja mucho más próximo a los
cínicos, ya que según Laercio, Diógenes sí había rechazado la iniciación[37]. Y en este caso el imputado salió triunfal del juicio, haciendo que la
gente soltara las piedras que tenía entre las manos para darle por la cabeza. Descubrieron
que lo que tenían a mano era al contrario un modesto Sócrates redivivo. Y desde
entonces Demonacte se convirtió en una suerte de héroe filosófico del pago, un
Sócrates de cabotaje para una Hélade colonial y para una Atenas provinciana de
nostálgico prestigio.
Y así vivó Demonacte casi 100 años «sin enfermar ni entristecer jamás, sin molestar
a nadie ni pedir nada, provechoso para los amigos, sin haber tenido nunca un
enemigo»[38].
Y tanto respeto se le tuvo de ahí en más que apenas con presentarse en una
asamblea enderezaba el litigio sin verter una palabra, por su sola presencia. Y
los magistrados ante él guardaban silencio y le cedían el asiento, las panaderas
le daban el pan porque traía buena suerte, los niños le llevaban fruta y lo
llamaban padre, la gente lo invitaba
a sus casas a comer y dormir, porque ante ellos tenían una presencia divina y
consideraban que un ἀγαθὸς δαίμων había entrado en casa.[39]
Luciano,
como se ve, no explica cuál fue el sustento económico de su héroe, que puede
que haya renunciado a los bienes familiares de forma apenas parcial. Deja ver
que no recurría a la mendicidad, si bien acabó alimentado y cobijado por los
atenienses, aunque no porque pidiera sino por una decisión de la comunidad que retribuía
el elevamiento y la cura públicos que brindó. Y
es así que este Sócrates codeado fuera por la Historia tuvo sin embargo un
final feliz. Un final feliz, que es un final valeroso y cínico. Emuló a
Diógenes permitiéndose incluso, ya que no se ahorcó ni se arrojó aparatosamente
de un puente, una modesta innovación. O en todo caso, rectificó de manera
certera a ese Diógenes que encontró con cierta terquedad la muerte desafiando
los límites atragantado por un pulpo. Cuando comprendió que ya no podía
bastarse a sí mismo, Demonacte al contrario decidió poner fin a su vida por inanición.
Se dejó morir de hambre y ya. Una forma de muerte sin precedentes entre los
cínicos, pero sí entre otros filósofos (Anaxágoras, Demócrito, Zenón de
Citio, Hegesías, Cleantes y Dionisio de Heraclea procedieron de esta manera según
algunas fuentes). Schopenhauer evaluó dicha clase de suicidio como el grado más alto del ascetismo; claro
que si se lo compara con la suspensión voluntaria de la respiración, queda como
un recurso más a escala humana. Un suicidio corajudo pero más creíble.
Un paso antes, cuando se le preguntó qué disponía
para su entierro, encomendó que lo dejaran a la intemperie para ser útil a las
aves y los perros. Los atenienses, de todos modos, lo honraron con pompas
fúnebres en una ceremonia a la que acudió todo el mundo, pero en especial los
filósofos, quienes cargaron el cuerpo, y los griegos lo lloraron mucho tiempo y
consideraron sagrado el banco de piedra en el que acostumbraba sentarse. Y colorín
colorado.[40]
Hay quien
concluye que esta Vida de Demonacte
no es más que una autobiografía, es decir la vida de Luciano[41]. Otros menos
audaces consideran a esta pieza como una ficción filosófica[42]. Tampoco
faltaron los eruditos que negaron que viniera de su puño y letra –parecer que al
final no tuvo quorum. Más factible es
que la haya escrito poco después de asistir al funeral del maestro, poco antes
de partir de Atenas, alrededor del año 175. Otros tantos, inclusive, llegaron a
poner en duda la misma existencia histórica del propio Demónax. Hoy lleva su
nombre un cráter de la Luna.
[1]
Vida de Demonacte 2.
[2] Dudley baraja que estudió primero con Demetrio,
luego con Epicteto, después con Timócrates y al final con Agatobulo. Estima la
llegada a Atenas cerca del año 120.
[3]
Ibid. 64.
[4] Ibid. 3.
[5] «φιλοσοφίας
δὲ εἶδος οὐχ ἓν ἀποτεμόμενος,
ἀλλὰ
πολλὰς
ἐς ταὐτὸ
καταμίξας οὐ
πάνυ τι ἐξέφαινε τίνι αὐτῶν ἔχαιρεν» (Ibid. 5)
[6] Ibid. 63.
[7] «τῇ τοῦ
βίου ῥᾳστώνῃ» (Ibid. 5) Queda la impresión de que a Luciano, que parece darse dique de haber
sido alumno del más grande de los filósofos que conoció, no le termina de
cerrar del todo la actitud plausiva del maestro hacia Diógenes.
[8] Cuando vio
que un espartano azotaba a su esclavo, y sabido de que los espartanos incluían
los azotes en la educación militar que recibían, le dijo: «Deja de tratar a tu esclavo como a tu igual». (Ibid. 47)
[9]
Ibid. 4.
[10]
Ibid. 9.
[11]
Ibid. 7.
[12]
Ibid. 8.
[13]
Ibid. 19-20.
[14]
Ibid. 9.
[15]
Ibid. 6.
[16]
«ὡς ἂν καὶ
τὸ
μέγιστον τῶν ἐν ἀνθρώποις ἀγαθῶν τὴν φιλίαν ἡγούμενον» (Ibid. 10)
[17]
Ibid. 10.
[18]
Siendo
que Epicteto no tuvo familia ni hijos, la respuesta se interpreta menos como
una bajeza que como una denuncia simpática de la incoherencia o doble vara de
un filósofo que prescribe un régimen de vida para los profanos que él no
cumple. Y Demónax vivía como el común de la gente y ponía en tela de juicio su
propio carácter de filósofo (Cf. ibid. 5 y 13).
[19] Ibid. 21, 55, 56, 17.
[20]
Ibid. 51.
[21]
Ibid. 52 y 58.
[22]
Ibid. 60.
Queda claro que para Demónax el νόμος, al menos en cuanto
ordo legal, es poco relevante y se
combate con παρρησία y ἐλευθερία.
[23] Ibid. 18.
[24] Inger Kuin, Diogenes vs. Demonax: Laughter as Philosophy in Lucian, en P.
Destrée y F. Trivigno eds., Laughter,
Humor, and Comedy in Ancient Philosophy. Una
hipótesis algo categórica que queda lejos del esquema de Branham, que hacía de
Diógenes poco menos que un saltimbanqui apenas programático.
[25] Ibid. 1.
[26] «ἄριστον ὧν οἶδα ἐγὼ φιλοσόφων γενόμενον». (Ibid.
2)
[27]
Ibid. 39; Sobre la muerte de Peregrino 42.
[28] Vida de Demonacte 3.
[29] Ibid.
6; ibid. 12. También se
reía de los afectados que pululaban en arcaísmos o barbarismos de moda. A la
pregunta que le hizo uno de estos respondió: «Amigo, te hice la pregunta ahora pero me la contestaste en tiempos de
Agamenón». (Ibid. 26)
[30] Ibid. 4.
[31] Ibid. 59.
[32] Ibid. 24 y 33.
[33] R. Bracht Branham, Authorizing humor: Lucian's Demonax and cynic rhetoric.
[34] Luciano, ibid.
13.
[35] Vid. Denis M. Searby, Non-Lucian
Sources for Demonax with a new collection of “fragments”. «Mientras que en el eclecticismo y el
hedonismo moderado Demónax suena como una proyección de Luciano, un rasgo, el
apego de Demónax a sus amigos, es confirmado por las citas medievales» (C.
P. Jones, Culture and Society in Lucian).
[36]«τοιγαροῦν καὶ Ἀθηναίων
ὅ τε σύμπας δῆμος καὶ οἱ
ἐν τέλει
ὑπερφυῶς ἐθαύμαζον
αὐτὸν καὶ διετέλουν ὥς τινα τῶν κρειττόνων
προσβλέποντες.» (Ibid. 11)
[37] Cf. Laercio, VI 39.
[38]«Ἐβίου δὲ
ἔτη ὀλίγου δέοντα τῶν ἑκατὸν
ἄνοσος, ἄλυπος,
οὐδένα
ἐνοχλήσας τι
ἢ αἰτήσας, φίλοις χρήσιμος,
ἐχθρὸν οὐδένα οὐδεπώποτε ἐσχηκώς» (Ibid. 64)
[39]
Ibid. 64-66.
[40] Ibid. 67.
[41] C. P. Jones, op. cit.
[42] Diskin Clay, Lucian
of Samosata: Four Philosophical Lives… Una ficción filosófica de
corte biográfico, a la manera de la Ciropedia
de Jenofonte y a imitación de textos filosóficos canónicos.
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