(Vida y sentencias del perro de Roma)
Después de un vacío de casi dos
siglos sin noticias sobre cínico alguno emerge a la historia el firme Demetrio.
Dudley explica esta cesura con meridiana claridad: lo más probable no es que no
haya habido practicantes de la vida cínica por Grecia o el Asia Menor, sino que
no los hubo hasta entonces donde estaba puesto el foco del mundo. A esos probables
mártires de la periferia les faltó quien relatara sus hechos, un admirador
romano de peso y celebridad. Demetrio nació entre los años 7 y 10 en Corinto,
allí donde Diógenes tenía su monolito e hizo los mayores estragos, y sin
embargo es menos conocido como Demetrio de Corinto que como Demetrio de Roma o
Demetrio el Cínico, porque en efecto
era un cínico que trabajaba de tal en la Roma de los emperadores. Y Demetrio es
un cínico del tipo serio y adusto, e incluso respetable. Un cínico a la romana que
no mendigaba, genio de la austeridad y la parquedad y del ladrido al poder, el
cual ejerció con empeño bajo los gobiernos de Calígula, Claudio, Nerón y
Vespasiano, si no los de Tito y Domiciano. Le faltó un Diógenes Laercio para
revestirlo de piruetas y giros simpáticos, y en su reemplazo tenemos por la
contra a un Séneca, a quien quizá debamos la exageración de los citados rasgos.
Con él ingresamos a un territorio de sobriedad donde lo legendario está ya algo
más infiltrado por lo histórico. Su fama póstuma y mucho de su sobrevivencia
vigente se adeudan a Séneca y Filóstrato. En la Vida de Apolonio de Tiana este último presenta unas cuantas
conversas entre el taumaturgo pitagórico y el juicioso cínico, a las que hay
que tomar como de quien vienen y por ende con pinzas y cautela. Los datos que
aporta Séneca gozan de la confianza de los historiadores; los de Filóstrato
planean sobre nimbos de fábulas.
Nada hay de la temprana vida
griega de Demetrio, la primera noticia que nos llega ya lo ubica en la Ciudad
Eterna. Séneca dice que Calígula intentó corromperlo ofreciéndole unos magros 200
sestercios. José Martín García dice que eran unos 1000 euros. Como para zafar
un mes. Por supuesto el cínico resistió la prueba afirmando entre risas que «le costaría todo su Imperio inducirme a
cambiar mi forma de vida»[1]. Y que
además no era una cifra digna de un soberano ni de jactarse de haberla rechazado.
Se hacía cotizar el hombre, que en esta χρεία sale mejor parado que aquel ignoto Trásilo que
reclamó un talento.
A Demetrio le tocó una época
en la cual los filósofos no caían bajo esclavitud, y como extranjeros que eran
no les tocaba el destierro; el estilo romano propiciaba otra salida: las expulsiones,
cuando no los azotes y en los peores casos, las decapitaciones. Y el primer
raje le llegó en el año 62 por intermedio de Tigelino, prefecto pretoriano de
Nerón, como represalia por sus invectivas. El año anterior Nerón había
inaugurado sus afamadas Termas con su gimnasio en el Campo de Marte, el más
admirable de los entonces existentes al decir de Filóstrato. Un buen día Demetrio
cayó al balneario vestido con un simple taparrabos y se hizo de cuerpo presente
donde los bañistas con el vivo propósito de fustigarlos. Se despachó a
continuación con un encendido discurso en el que alegaba que se debilitaban y
contaminaban unos a otros y que esas presuntuosas Termas eran artificiales y
antihigiénicas, a más de un gasto rotundamente superfluo. Eligió un momento
oportuno para proceder, ya que en el interín el ofuscado Nerón se hallaba en
una taberna lindera dando un concierto de canto acompañado de su cítara y cubierto
apenas por un minúsculo ceñidor. Parece ser que lo encontró de buen humor, porque el emperador ese día había logrado afinar dignamente, y quizá de
resultas de esta buena performance la
sacó barata[2].
Lo cierto es que ya entrado el año siguiente, el 62, el gimnasio fue destruido
por un rayo y la reprimenda de Demetrio fue imputada de mal augurio. Ergo fue
echado. Nerón barajó la idea de mandarlo a finiquitar, a lo que él le contestó con
la impavidez correspondiente al gremio: «Tú
me amenazas a mí con la muerte y la naturaleza a ti»[3]. La
frase no sabemos si aludía al rayo o a la finitud del déspota, y tal vez fuera
una cita velada de Anaxágoras, que respondió algo parecido al enterarse de su
sentencia a muerte por impiedad[4]. Nerón,
refiere Filóstrato, optó por no ejecutarlo porque entendió que sus
provocaciones al poder escondían un deseo de morir propio de los que no
disfrutan de ninguna de las ventajas de la existencia y decidió por lo tanto no
darle el gusto.[5]
La proscripción parece haber
durado no demasiado tiempo. En el 66, cuatro años más tarde, es condenado
Trásea Peto, un senador patricio y estoico íntimo de Demetrio a quien asistía
como consejero: Trásea procede a cortarse las venas y allí estuvo el cínico
acompañándolo en la desgracia, charlando sobre Sócrates y acerca de la
naturaleza del alma y la separación del cuerpo y el espíritu[6] –algo más
bien fuera de foco para un cínico. Pero si efectivamente fue discípulo o amigo
de Apolonio, no extrañaría que este hombre, que se aplicaba a sí mismo y a los
mandamases los rigores del cinismo, profesara en otro orden de las cosas tales
inclinaciones místicas. El revoltijo entre pitagorismo y estoicismo con
condimentos cínicos, además, no era una extravagancia en aquel entonces: la
escuela de los sextios, erigida a mediados del siglo anterior por Quinto
Sextio, practicaba ese tipo de combinaciones y el propio Séneca se había
formado con varios maestros salidos de ella, como Papirio Fabiano, Soción y el
mentado fundador. En semejante situación Demetrio abandona Roma, si es que no
fue expulsado, y marcha a Grecia, donde a fiar de Tácito alterna como Diógenes
entre Atenas y su cuna Corinto, dedicándose tal vez a enseñar. Puede que en
esta tourné haya entrado en contacto
con Apolonio. Filóstrato cuenta que a Demetrio le sucedió con el de Tiana lo
que a Antístenes con Sócrates, un impacto emocional e intelectual que lo
condujo asimismo a derivar hacia él a sus propios alumnos, uno de ellos el
agraciado Menipo de Licia.[7]
Los baluartes más distinguidos
de la oposición estoica habían sido expulsados o bien ejecutados por Nerón. Muchos
de los que sobrevivieron retornaron una vez que murió. Lo cierto es que el
cínico ya estaba de vuelta en Roma antes del 69[8]. En esta
nueva estadía romana, pasado el tiempo de Nerón, asumirá el fugaz rol de
abogado, papel inédito hasta entonces para un fiel a la secta. En el abril sucesivo,
en efecto, toma la defensa del estoico Publio Egnacio Céler, delator
del patricio Barea Sorano, fungiendo
como abogado de la otra parte Musonio Rufo, un estoico que repudiaba al cinismo
callejero pero alentaba la idealización del cinismo clásico. Tácito nos asegura
que entonces Demetrio se hizo de una muy mala fama por defender a un culpable
manifiesto que gozaba del desprecio popular, y entiende que obró con más
ambición que honestidad (ambitiosius quam
honestius)[9]. Quizá
nuestro cínico quería poner en práctica a su manera el legado de la ἀδοξία y maniobrar a contracorriente de la
turba. Tenía al poder y al pueblo en contra –un estado paradisíaco para un
perro cabal como él. Ciertamente era una causa perdida y Musonio se haría con
la victoria. Pero Demetrio no duraría mucho en Roma, porque un año después, en
el año 71, vuelve a sufrir expulsión junto a varios más. Dión Casio indica que
Vespasiano lo deportó a las Islas junto a un tal Hostiliano: relegatio in insulam que le llamaban
–casi una reminiscencia de Crates. Estos dos eran «los indeseables más prominentes» al decir de Dudley, porque a los
demás apenas se los echó de la ciudad. El otro se retiró, pero todo indica que
el can siguió impoluto allí perseverando en su ser. El emperador y nuestro
hombre después de la condena se encontraron cara a cara. La escena es similar a
la de Nerón. Demetrio, dice Suetonio, no se dignó ni a levantarse ni a
saludarlo y le ladró una crítica. Como respuesta a Vespasiano le bastó con
llamarlo perro[10]. Le
dijo a Demetrio: «Tú lo haces todo para
que te mate, pero yo no mato a un perro ladrador» (κύνα ὑλακτοῦντα)[11].
No quería honrarlo con el martirio y al final Demetrio partió tal vez para
nunca más volver. Y desde entonces se licúan las noticias sobre él, desaparece
de la historia salvo por los relatos, generalmente sospechados de fantasía en
abundancia, de la biografía maravillosa de Apolonio.
Cínicos y estoicos, por lo visto, se confundían al menos a los ojos de los poderosos. Del siguiente modo cuenta Dión Casio la exposición que Muciano –el instigador de la extradición– hizo de ellos a Vespasiano. «Así pues, Muciano expuso a Vespasiano las más extrañas críticas contra los estoicos, como que estaban llenos de vana presunción, que alguno se dejaba crecer una larga barba, arqueaba las cejas, se vestía con el mantillo echado sobre el hombro, andaba descalzo, proclamaba en seguida que era sabio, valiente y justo y se daba grandes aires, aunque, como decía el proverbio, “ni supiera letras, ni tampoco nadar”. Y desdeñaban a todos y llamaban malcriado al de buena cuna, al de baja cuna corto de entendederas, al guapo vicioso, al feo inocentón, al rico codicioso y al pobre servil. Vespasiano de inmediato expulsó de Roma a todos los filósofos, con la excepción de Musonio. Y a Demetrio y Hostiliano los deportó a las Islas.[12]» Musonio Rufo, quizá por efectos de aquella exitosa acción como leguleyo, quedó a salvo; pero no había gozado de la misma suerte con el cantante Nerón hacia el 66, cuando tuvo lugar la conspiración de Pisón que condujo a Séneca al muere. Filóstrato coloca a Demetrio conversando con Apolonio sobre el castigo que le había tocado entonces al susodicho. Allí le cuenta que lo vio encadenado y forzado a excavar en el Istmo de Corinto. «¿Te afliges por mí, Demetrio, porque excavo el Istmo para Grecia? ¿Qué habrías sufrido entonces, si me hubieras visto tocar la cítara como Nerón?» –le habría dicho con recelosa ironía el viejo rival.[13]
Aunque la siguiente crónica sea menos que dudosa, tenemos que mientras el cínico andaba de nuevo por Corinto, en torno al año 79, Apolonio lo recomendaría para la educación de Tito, hijo de Vespasiano. «¿Qué clase de sabiduría es la de este hombre?», le preguntó el venidero César al mago pitagórico con desconfianza. «La franqueza de expresión, decir la verdad y no asustarse de nada, porque posee la fortaleza del cínico.[14]» Como Tito no quedó muy contento, continuó: le explicó que Telémaco, de acuerdo a Homero, era seguido por dos perros, seres irracionales, camino a Ítaca; pero que a él lo seguiría uno en su beneficio y en contra de otros e incluso de sí mismo, porque le ladraría sabiamente al advertir que cometiera faltas. «Dadme ese perro de escolta y consentiré que me muerda si advierte que cometo alguna injusticia», contestó Tito. Y de tal suerte el taumaturgo le dirigió una misiva al cínico: «Apolonio, el filósofo, a Demetrio, el perro. Saludos. Te encomiendo al emperador Tito como su maestro, para el comportamiento de la realeza. Tú procura no dejarme por mentiroso ante él, y selo todo para él, salvo la ira. Adiós.»[15]
Luciano también lo recuerda en Corinto con una anécdota pedagógica. Asegura que al oír a un ayuno ignaro recitar Las Bacantes de Eurípides, le quitó el libro y se lo rompió: «Es mejor para Penteo ser descuartizado una sola vez por mí que muchas por ti», bramó entonces[16]. No sabemos si se tiraba contra la educación o contra la ignorancia o más bien contra las dos cosas. Filóstrato lo presenta finalmente, en tiempos de Domiciano, conversando con Apolonio en el sur de Italia, cerca de la villa en la que había morado Cicerón en su edad provecta y sentados a la vera de un plátano, mientras las cigarras canturreaban bendecidas por la brisa. El Demetrio que nos pinta no es ya el anterior, sino uno más bien apesadumbrado por sus peripecias. «En cambio nosotros –dice amargamente comparándose con dichos insectos– no tenemos permiso ni para murmurar y la sabiduría constituye un cargo contra uno… Pero morir por falsas razones sutilmente inventadas y ofrecerle al tirano la posibilidad de parecer sabio, es mucho más penoso que si uno, como cuentan de Ixión, sufriera tortura por el aire sobre una rueda.[17]» Se ve que por estas fechas ya no estaba tan a gusto con inmolarse, si es que hay que dar crédito a Filóstrato, que lo único que buscaba era glorificar a Apolonio, resuelto entonces a marchar hacia Roma. Efectivamente Domiciano no les iba en zaga a los predecesores y continuó dándole curso a las deportaciones de filósofos –una de las cuales incluía, para peligro de Apolonio, a astrólogos y matemáticos. Llegarían mejores tiempos para la colectividad cuando el emperador Antonino dictaminara que «nadie con el atuendo de un filósofo debía ser castigado», y mucho mejores con el arribo de Marco Aurelio, que consumaría el antiguo anhelo del filósofo-rey dentro del seno mismo de la escuela de la Estoa. Pero por entonces ya hacía medio siglo que el azote perruno de los tiranos había estirado la pata. Demetrio había muerto en torno al año 90.
Constará
acá que la historiografía no se toma muy a pecho la anécdota de las Thermae neronianas, probablemente
verídica pero no como factor determinante de una condena[18]. Jan
Kindstrand observa que Filóstrato, a quien debemos el relato, no tenía mayor
empeño en dar una imagen muy positiva del cínico. Que presentara aquella
incursión por el balneario como la gran hazaña que lo coronó en vida, escondía
acaso una intención de ponerlo un tanto en ridículo. Filóstrato escribió, además, un siglo y medio después de los hechos y sacando la data de Favorino de Arlés. Como
queda dicho, las noticias menos especiosas y de primera mano sobre este caso,
narradas incluso en tiempo presente, vienen por cuenta del tutor de Nerón. Demetrio
y Séneca parece que cultivaron una amistad íntima, al menos en los últimos
tres lustros de la vida del cordobés, desde la década del 50 al 65. Séneca no
se cansa de evocar y de elogiar a Demetrius
noster, «nuestro Demetrio» –que
así lo llama una y otra vez. Sus relatos son remembranzas de un trato amical
entre sabios: cita conversaciones, no escritos; vibran en sus oídos las
palabras íntegras y edificantes que le dejó este hombre. Para él es un tipo ejemplar.
Lo representa como un virorum optimum, el mejor de los varones; caballero
excelentísimo: egregium virum, vir magnum
y más. «Hombre de una rigurosa
sabiduría, aunque él lo niegue, sólida firmeza, elocuencia adecuada a los
asuntos más importantes, no refinada ni preocupada por la expresión, sino
siguiendo la materia de sus temas con una fortaleza de espíritu acorde con el
ímpetu que lo lleva.»[19]
Ya notamos de entrada una modestia algo aburguesada y un aire de solemnidad del que Diógenes rajaría espantado, aunque no se deje de trazar el busto de un cínico congruente cuyo ascetismo era proverbial. En efecto, en los únicos retratos físicos que deja de él, en las epistolae a Lucilio, en uno lo recuerda desnudo y «echado sobre algo peor que la paja» y en el otro ya no nudo sino seminudo. Cuenta Séneca que él abandonaba la compañía de los purpurados para ir a dialogar con este ser envuelto en harapos al que admiraba porque no necesitaba nada, porque ponía en pie de igualdad la vida ornamentada y la vida atormentada. «Debo acusar a la naturaleza –habría dicho Demetrio– de no haber escondido más profundamente el oro y la plata, sueños de la fatua avaricia (inanis avaritiae somnia)». Y en ese tren Séneca lo expone atacando al detalle los trofeos del lujo: caparazones de tortugas labrados, copas de cristal, vestidos de seda, aros y pendientes que el comercio a precios desorbitados trajo para insuflar locura en las mujeres que los lucen ante sus adúlteros amantes. Títulos, obligaciones, escrituras de garantías, el rédito, el libro de cuentas, la usura, pasaportes y fianzas, el interés del doce por ciento, los latifundios, «nombres buscados por la codicia humana fuera de la naturaleza» (humanae cupiditatis extra naturam quaesita nomina). Son, dice el Demetrio senequista, «las cosas que relumbran en las pupilas de los reyes y los pueblos, cosas que ni siquiera recibiría para dar, porque no valen ni para ser regaladas»[20]. Todos estos seres hinchados por avaritia et cupiditas, dirá, son pobres si se compara lo que poseen con lo que desean. «El reino que yo conozco –declara en cambio el perro con sentencioso ademán– es el más grande y seguro, el reino de la sabiduría; tengo todas las cosas porque son de todos.[21]» Y Séneca mientras lo defiende pasa a glosarlo: «Un hombre –pone– puede despreciar todas las cosas; pero nadie puede tener todas las cosas. El camino más breve para alcanzar la riqueza es por medio de su desprecio. Nuestro Demetrio vive de este modo, no como si despreciara todos los bienes, sino como quien ha dejado a los demás la posesión de todo.[22]» Porque el desprendimiento que acometía Demetrio, parece apuntar Séneca, no incluía el ataque frontal al resto del mundo, como si se cuidara de ladrarle nomás al poderoso y fuera indulgente con el resto de los no-cínicos, los pobres tipos. Como si no perdiera el tiempo en despotricar contra cualquier pelafustán que se le parara enfrente.
Como buen testigo (testis o μάρτυς, que así lo
va a llamar Séneca) nuestro perro sabrá ceñirse menos al
discurso y las doctrinas que a la cruda facticidad. En él el desinterés por lógica y física se
cumple, aunque ligeramente atenuado. Demetrio aconsejaba, cuenta Séneca, tener
pocos praecepta sapientiae pero a la mano –ad
manum– y no muchos pero en vilo y sin
uso. Y lo ilustraba con un símil viril y pugilístico, diciendo que no vence el
luchador que conoce más tomas sino el que sabe hacer valer las pocas que
contribuyen a la victoria. Aunque el resto de los conocimientos le resultaban
entretenimientos ociosos que no aportaban a la fortaleza, no asumía la
jactanciosa posición del viejo cínico heleno que aullaba un desprecio terminal.
Para Demetrio, una vez instalada en el alma la virtud, uno podría hacer uso de estas
cerebrales distracciones si le sobra tiempo y es curioso[23]. Era un
atleta de la vida dura, pero con tolerancia al freetime. Condescendiente con los profanos. Cínico en modo
filántropo.
Demetrio mantiene la idea del
murallón psíquico de Antístenes, pero también el arrojo o intrepidez de
Diógenes, el θάρσος.
Filóstrato lo describe con chapa de ser el más audaz de los filósofos (θαρσαλεώτατος τῶν φιλοσόφων)[24]
y Séneca lo pinta como un hombre valiente y
resuelto en lucha contra todos los deseos naturales: Virum acerrimum et contra omnia naturae desideria pugnantem. Cuenta que había bautizado a
la vida reposada, ajena a los embates de la fortuna, como un mare mortuum (vitam securam et sine ullis fortunae incursionibus mare mortuum vocat).
Sin los sacudones de la suerte, que ponen a prueba la firmeza, uno se abandona
a un ocio que no es tranquilidad sino flojera o desidia (sed in otio inconcusso iacere non est tranquillitas; malacia est)[25]. Porque
nadie, rezaba Demetrio, es más desgraciado que aquel que no sufrió jamás alguna
contrariedad[26].
Pero si bien Séneca lo rotula como cínico, lo pinta demasiado contaminado de
estoicismo, como el Demetrio de Filóstrato parece estarlo de misticismo. Nada
más opuesto a Diógenes, el adversario feroz de la Τύχη como
pura contingencia, facticidad y casualidad, que este cínico rendido a ella,
para quien el Destino como Providencia componía el orden racional del universo
y a él se entregaba con la resignación de un cristiano ante la voluntad de
Dios. El fortissimi uiri, esforzadísimo
varón de enérgica voz, que dice Séneca, era un dechado de valentía y renuncia.
Es así como se dirigía a los dioses, que pretendían arrebatarle lo que él
estaba de todos modos dispuesto a entregar: «¿Queréis tomar mis hijos? Para vosotros los crie. ¿Queréis alguna parte
de mi cuerpo? Tomadla: no os prometo gran cosa, en seguida lo abandonaré por
entero. ¿Queréis mi vida? ¿Cómo voy a pretender aplazar que recuperéis lo que
me disteis? De buena gana os llevaréis de mí cuanto pidáis. ¿Qué hay, entonces?
Habría preferido ofrecer a entregar. ¿Por qué era preciso arrebatármelo?
Pudisteis recibirlo; pero ni siquiera ahora me lo arrebataréis, porque no se
quita nada sino al que pretende conservarlo» (quia nihil eripitur nisi retinenti)[27]. Se
advertirá que no era especialmente un cínico impío, más allá de que estos
dioses no constituyeran otra cosa que una prosopopeya del Destino.
De dar por fidedigno a Séneca uno concluye que Demetrio era un cínico enfático, un perro sin humor. Aunque atendiendo al temor a la muerte o a la opinión de los demás, Séneca recuerda que para él no había mayor insensatez que la de un hombre que le teme a las palabras, y que a su criterio el griterío de los ignorantes valía lo mismo que los ruidos del vientre: «¿Qué me importa que suenen por arriba o por abajo?», decía reflotando el metrócleo tema de los pedorreos, caro al cinismo[28]. Algo de barriobajero chusco conservaba. Sin embargo el hecho de que Demetrio no mendigara parece haber sido visto como una falta al cinismo por algunos, que señalaban con el dedo acusador que no era lo suficientemente pobre. Séneca da vuelta la torta y argumenta que en realidad lo era más que el resto de los cínicos, porque además de prohibirse tener nada, se prohibía pedir[29]. Pero Séneca, ya que hablamos del vientre, no explica de qué vivía, probablemente de alguna cuota alimentaria salida del peculio de los allegados nobles. Y de hecho Filóstrato lo presenta viviendo en una casa y no tirado en un pajonal[30]. Queda claro que las virtudes de este campeón de la austeridad eran virtudes contempladas por los ojos y el monedero de estos señoritos que lo apoyaron. Es grande, dice el opulento Séneca, el que es pobre en medio de riquezas (Magnus ille, qui indivitiis pauper est), un principio que está un tanto lejos del rechazo visceral al patrimonio que practica y debe cumplir el cínico[31]. Séneca parece ponerse a relativa distancia de este prohombre al que tanto ensalza, pero que a su criterio no profesó la ciencia de la virtud sino la de la indigencia (non uirtutis scientiam sed egestatis professus est). Por eso, quizá, lo retrata menos como un maestro de la verdad que como un testigo, ya que no se dedicaba a enseñarla sino a dar testimonio de ella (non praeceptor veri, sed testis est) [32]. «Demetrio no puede ser corrompido por nosotros –melancólicamente escribe– ni nosotros corregidos por él.[33]» Así pone en evidencia, en cierta manera, la inaplicabilidad del cinismo fuera del limitado radio autorreferencial de este tipo de mártires excepcionales.
Pero Demetrio cumple en Séneca
por lo menos el papel de cínico ideal, una especie de encarnación del modelo
que más tarde traza Epicteto cuando dibuja en el aire a un cínico delegado y
correveidile de Zeus. Es la enseña de un cinismo políticamente correcto al que
ofrece como antítesis de aquel otro cinismo descarado y reo al que deplora. Séneca
describe este lado B de las huestes del Perro. Esboza el retrato anónimo de un cínico
vulgar de muecas misantrópicas que pleno de autosuficiencia desdeña la amistad
y desprecia entre aspavientos ruidosos los bienes de la vida común, que es tan
duro que ni siquiera es capaz de percibir la desgracia, y que repudia el dinero
al mismo tiempo que lo reclama mendigando. Este otro es el arquetipo del perro
malo, cínico mal habido o falso sin la más mínima chance de impregnar en el
corazón de sociedad romana, porque la desfachatez de Diógenes y compañía pudo
ser soportada en Corinto y Atenas, pero en la Roma imperial no había mayor cabida
para tal clase de personajes. Uno supone que para sortear dicho filtro, Demetrio
debió mimetizarse entre los círculos estoicos y convertirse en un operador
político al servicio de la moralidad filosófica, única manera de sobrevivir en
ese hábitat y de darle curso a las formas cínicas, a riesgo también de perder
la cabeza. De los rasgos del Demetrio de Séneca sale dibujado un cínico relativamente
ortodoxo, pero que reenvía hacia Antístenes, a un Antístenes de después de
Diógenes que se sabe de cabo a rabo las consignas de la vida cínica: «Si el alma desprecia lo fortuito, si se
sobrepone al miedo y no abraza lo infinito con ávida esperanza, sino que
aprende a buscar por sí misma las riquezas; si aleja de sí el temor a los
dioses y a los hombres y sabe que debe temerse poco al hombre y nada al dios;
si, como hombre, desprecio todo aquello por lo que la vida resulta atormentada,
a la vez que ornamentada, he llegado al punto en que queda claro que la muerte
no es causa de ningún mal y sí fin de muchos; si el hombre consagra el alma a
la virtud y si considera una llanura cualquier lugar por el que ella le invite
a ir; si como animal sociable y engendrado para la comunidad del mundo advierte
que este solo es la única casa de todos y abre su conciencia a los dioses y
vive en todo momento como si se hallara en un lugar público, con mayor recelo
de sí mismo que de los demás; ese hombre ha salido de las tempestades y se ha
situado en una firme y despejada posición, ha alcanzado plenamente la sabiduría
útil y necesaria…»[34]. Podrá
notarse que el ladrador a la romana sabía deletrear el programa cínico sin grandes
veleidades de innovador.
Con Demetrio el cinismo entra en
escena en el Imperio romano. Lo hace sin coqueteos con las corrientes
hedonistas ni devaneos por la literatura. No hay rastros de escritos a su
nombre salvo una diatriba referida por Estobeo que presenta alegorías de la
Valentía y la Cobardía[35](Ανδρεία y Δειλία), pero que más bien se atribuye a la mano
de un tocayo –aquel antiguo pupilo de los alumnos
de Crates que venía de Alejandría. El tipo, como pone Dudley, era un intérprete
recto del evangelio de Diógenes, aunque su severa austeridad rozara las maneras
de los estoicos y poco quedara en él del grotesco descaro que era impronta en el
de Sinope, el cual pasó a manos de aquellos ignotos cínicos sin educación a los
que unos siglos después va a aludir Juliano. Un intérprete quizá demasiado
recto, porque en el cinismo no hay ortodoxia posible. Pero son los ilustres romanos
y no los pícaros griegos quienes contaron su historia. Y aunque se lo viera
semidesnudo sobre el heno o disertando a los gritos en taparrabos, era algo así
como un cínico apolíneo. Ecuánime y adusto en todo caso, sin gestos de tahúr.
Uno que asumía los mandatos diogénicos sin necesidad de limosnear por las
calles, que arriesgaba el pellejo ante el poder con un coraje que lo exponía a
peligros incluso mayores que aquellos que afrontaron los pares de la vieja
Atenas. Pero eso no le impedía acercarse a la política y oficiar de oreja y
consejero de nobles y senadores republicanos, cosa que no parece que hayan
hecho Diógenes o Crates –salvo por dudosas fuentes. No era un perro de la corte
sino de la clase senatorial. Demetrio formó fila junto a la llamada oposición
filosófica a la monarquía, encabezada por la escuela estoica, una oposición
política en lo contingente que no era sino una oposición moral en lo
doctrinario. Una cosa eran los aristócratas romanos y otra secundaria los
filósofos formados en escuelas helénicas, intelectuales al servicio del
republicanismo, asesores que solían pagar con la deportación lo que pagaban con
la ejecución sus clientes. Había una diferencia de escala en torno al peligro político
que entrañaban unos y otros, porque una cosa era la nobleza republicana romana
y otra la tradición cínico-estoica en la que el σοφός ejercía la
βασιλεία
y alentaba un ideal de filósofo-rey, aunque realizara el mandato en las nubes. Pero
a tenor de la fórmula de Varrón, gracias a que el cinismo sería un modo de vida
que podía congeniar y adosarse a la profesión de fe de las escuelas dogmáticas,
un cínico-estoico o un cínico-neopitagórico no constituían traición a la causa.
Tal sería el caso de nuestro Demetrio,
probable partidario de la inmortalidad del alma y –al decir de Michel Foucault[36]–
consejero de conciencia y consejero político de la casta. Un cinismo tolerado por
el mainstream, en paz con la alta
cultura pero en guerra fatal contra el poder despótico. La frase que vierte a
Calígula no deja de estar contaminada por el estoicismo y la escena le da como
una vuelta completa a la del Perro y
Alejandro. Hay una diferencia entre el decirle al emperador que se quite del
sol y el decirle que la profesión del cinismo tiene un precio equivalente a la
posesión de todo su imperio. Pedirle al mandante algo más que una dracma, unas
monedas para pasar la jornada, era para Diógenes algo indigno de un perro. Y ciertamente
no serían los caninos los que alcanzarían el trono mundano sino los camaradas
de la Estoa, para los cuales hacerse del poder real no significaba
desembarazarse de su filosofía. Demetrio el κύων ὑλακτῶν. Demetrio
o el perro que le ladraba al poder más que al mundo. El canis de la política que prefería la recámara del patriciado a
mordisquear al vulgo que trajina por las calzadas.
[1] «“Si temptare,” inquit, “me constituerat,
toto illi fui experiendus imperio.”» (De
los beneficios VII 11)
[2] Tácito, Anales XVI 34-35; Filóstrato, Vida de Apolonio de Tiana IV 42.
[3] «ἀπειλεῖς μοι θάνατον, σοὶ δ' ἡ φύσις» (Arriano, Diatribas de Epicteto I 25, 21-23)
[4] Laercio, II 12-13. Margarethe Billerbeck nota en esta escena un «apotegma errante», puesto en uso sea por Demetrio o por Epicteto. También a Sócrates le dijeron «Te han condenado a muerte los atenienses» y contestó «Y a ellos la φύσις» (Laercio, II 35).
[5] Vida de Apolonio de Tiana VII 16.
[6] «natura animae et dissociatione spiritus
corporisque» (Tácito, Anales XVI
34-35)
[7] Vida de Apolonio de Tiana IV 42.
[8] Tácito, Anales XVI 34.
[11] Dión Casio, Historia de Roma LXV 12 ss.
[12] Id., ibid.
[13] Vida de Apolonio de Tiana V 19.
[14] «‘παρρησία’ εἶπε
‘καὶ
τὸ ἀληθεύειν ἐκπλήττεσθαί τε
ὐπὸ μηδενός,
ἐστὶ
γὰρ
τοῦ Κυνικοῦ κράτους.’»
(Filóstrato, Vida de Apolonio de Tiana
VI 31)
[15]
Id., ibid. 33.
[16] Luciano, Contra el ignorante 19. También lo
muestra en otro lado como reactivo a los bailarines (Sobre la danza, 63).
[17] Vida de Apolonio de Tiana VII 10.
[18] Jan F. Kindstrand, Demetrius the Cynic; Margarethe Billerbeck, Der Kyniker Demetrius; Donald Dudley, A History of Cynicism.
[19] …«virum
exactae, licet neget ipse, sapientiae firmaeque in iis, quae proposuit,
constantiae, eloquentiae vero eius, quae res fortissimas deceat, non
concinnatae nec in verba sollicitae, sed ingenti animo, prout impetus tulit,
res suas prosequentis.» (Sobre los
beneficios VII, 8) La versión española es la que ofrece José A. Martín
García.
[20]
Sobre los beneficios VII 9-10.
[21] «Ego regnum sapientiae novi, magnum, securum;
ego sic omnia habeo, ut omnium sint.» (Sobre
los beneficios VII 10)
[22] «Contemnere aliquis omnia potest, omnia
habere nemo potest. Brevissima ad divitias per contemptum divitiarum via est.
Demetrius autem noster sic vivit, non tamquam contempserit omnia, sed tamquam
alii habenda permiserit.» (Epístolas
a Lucilio 62, 3)
[23] Sobre los beneficios VII 1, 3-7.
[24]
Vida de Apolonio de Tiana VII 10.
[25] Epístolas a Lucilio 67, 14.
[26] «“nihil”
inquit “mihi uidetur infelicius eo cui nihil umquam euenit aduersi”» (Séneca, Sobre la providencia 3, 3)
[27] Sobre la providencia 5, 5-8.
[28] «Sic mortem times quomodo famam. Quid autem
stultius homine verba metuente? Eleganter Demetrius noster solet dicere eodem
loco sibi esse voces inperitorum, quo ventre redditos crepitus. “Quid enim,”
inquit, “mea susum isti an deosum sonent?”» (Epístolas a Lucilio 91, 19)
[29] «hoc pauperiorem quam ceteros Cynicos quod,
cum sibi interdixerit habere, interdixit et poscere» (Sobre la vida feliz 18,
3)
[30] Vida de Apolonio de Tiana VIII 13.
[31] Epístolas a Lucilio 20, 9.
[32] Epístolas
a Lucilio
20, 9.
[33] Sobre los beneficios VII, 8.
[34]
Sobre los beneficios VII 1, 7.
[35] Estobeo, III
8, 20.
[36] Michel Foucault, El coraje de la verdad.
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