Sobre el cinismo biónico o la filosofía vestida de puta

(Vida, opiniones y sentencias de Bión de Borístenes)

 

[Cabeza de bronce encontrada en 1901 en Anticitera que podría representar a Bión]

Bión era un ecléctico y ese espíritu misceláneo puede percibirse en los restos que quedaron: fue tan cínico como peripatético, académico, cirenaico o sofista. Wikipedia lo ficha como cínico hedonista y escéptico y es probable que no le pifie. Quizá inconstante o quizá curioso; tal vez una especie de erudito trotamundos. Y en efecto era un viajero, un viajado, cosmopolita más bien en un sentido moderno y actual, que andaba dando conferencias por donde lo llamaran y le daba a la pluma con gusto y gracia. Era como un escritor, un operador cultural o un especialista en variedades. Con él ya entramos de lleno en la literatura, podrá decirse así, en el satirismo puro y duro, en el cinismo como forma escritural, y a tal punto que Teofrasto y Eratóstenes dijeron con más sorna que admiración que fue el primero en adornar con flores la filosofía (φιλοσοφίαν νθιν νέδυσεν). Eratóstenes llegó más lejos incluso y comparaba el estilo bióneo con los vestidos de las putas –que eso es lo que quería decir[1]. Se sospechará que aquellos eran tiempos en que epicureísmo y estoicismo, que en cierta forma habían absorbido y amoldado los valores de la corriente cínica, empezaban a imponerse en el mercado filosófico o campo intelectual (pongamos que esto existía) haciendo que los perrunos fueran expulsados a la literatura unos y a la itinerancia mendicante y testimonial otros. La bifurcación ya estaba en proceso y se aquilata en este hábil declarante de múltiple aventura. Ya estamos a un paso de Luciano, el cinismo va saliendo de la filosofía y adentrándose en las letras. A los que siguieron el camino inverso se los tragó la historia aún con mayor voracidad. Bión se nos presenta como un campeón del κυνικς τρόπος, que no del κυνικς βίος –aunque supo practicar este último en su hora, no sin ostentar por hábito el pertinente harapo. Pero la vestimenta más significativa de este caso es la que adquirió con él la filosofía, que se disfrazó de puta. De letras.

     La biografía de Bión destila la singular agitación que caracterizó la vida de muchos cínicos: era de baja estofa, hijo en efecto de una prostituta y de un liberto que trabajaba de vendedor ambulante de pescado. Nació alrededor del año 335 a. C. en Olbia, Escitia, a orillas del Mar Negro. Borístenes era el río que pasaba por Olbia y una localidad aledaña. Su padre había logrado emanciparse de la esclavitud pero cometió un desliz, fraude al fisco al parecer o un percance con banqueros (fiel a la tradición diogénica) y volvió a caer en servidumbre con prole y mujer. En tal desgracia, siendo apenas un párvulo, Bión fue vendido a un rétor que quizá lo educó y más tarde liberó y al cual heredó cuando ya era un veinteañero[2]. Nuestro filósofo era un lindo pibe (un joven agraciado pone Laercio), lo que explica para qué lo quería en su casa el viejo orador: for obvious enough purposes, anota Dudley. Digamos que al módico precio de ceder el rosquete dio un salto de clase y pudo formarse tempranamente en la alta cultura. Sin embargo parece que abjuró pronto de la retórica, quemó los apuntes del difunto, hizo plata la biblioteca y demás bienes del buen tutor y partió a la Meca, léase Atenas, en busca de las cosas mismas, de filosofía y no palabras. Tendría 20 o 30 años. Estando allí, además de ser por un tiempo probable secuaz del tebano Crates, se formó con Jenócrates o el otro Crates en la Academia, quizá también en el mismo Liceo, y por si fuera poco comentan que se vinculó con el originalmente cirenaico y en breve tiempo deportado Teodoro, alias el Ateo. Tocó con todos. Diógenes Laercio asegura que primero fue académico, después cínico, luego se pasó a Teodoro y al final recaló con los peripatéticos bajo la égida de Teofrasto[3]. Iba y venía de la derecha a la izquierda. Pero si bien el doxógrafo en su enorme colección lo listó entre los académicos[4]y no en la tropa de los cínicos, no aparecen registros que dejen ver rasgos que lo emparenten con esa gente decorosa y otrora matematizante, ya que como bien dice consideraba a la música y la geometría como esparcimientos de críos. Claro que su compinche según algunos habría sido Arcesilao, quien introdujo el escepticismo en la escuela platónica, que era lo que por entonces predominaba en ella. De hecho este ofrendó su vida a la suspensión del juicio, como conjeturó Diceocles, para escapar de Bión y de los teodoreos, que no hesitaban en atacar a los filósofos y refutarles cualquier punto de vista, razón por la cual se cuidaba de mantener opiniones explícitas[5]. Arcesilao es famoso por la vuelta completa que le dio a la máxima socrática, decía que ni siquiera sabía si no sabía nada. Con él los muros de la Academia se contaminan de una especie de pirronismo abstracto, de claustro, lo que no dejaba de comportar cierto retroceso desde Platón hacia la originalidad de Sócrates. No es algo muy ajeno a lo que Bión habría hecho con la herencia cínica –relativizarla un poco.[6]

     Bión, uno diría, participaba del juego cultural. El cínico engarza en el sofista. En él presumimos a la censura moral acercándose al entretenimiento y al desdén del intelectual por los pobres tipos y los malos actores del medio social, y podemos conjeturar ya los primeros escarceos del cinismo en el quinismo –para decirlo a la Sloterdijk. Vemos al hombre que ataca desde arriba a los de abajo cuando pinta la ocasión, y a los de arriba desde abajo cuando la situación se invierte. Objeto de sus diatribas mordaces fueron lo mismo los poetas que el pueblo raso y necio. Ironía, sarcasmo, chiste, ingenio, el boristenita ya parece un Diógenes de salón, el art pour l’art de la provocación y la agudeza y el programático épater le bourgeois estetizado. Vivía del cuento, iba de ciudad en ciudad con sus discursos y retruécanos vendiendo su saber y su arte palabrero; eso era: un profesor y un conferencista; pero de los buenos, de los que no duermen al estrado. Dice Diógenes Laercio que era un sofista habilidoso y versátil que dio infinitos motivos a los enemigos y difamadores de la filosofía, y que tuvo muchísimos alumnos pero ninguno quería reconocer haberlo sido. Laercio utiliza aquel epíteto de añeja prosapia cínica, πολύτροπος, que casi traduciríamos como vueltero. Concretamente lo llama πολύτροπος κα σοφιστς ποικίλος, es decir «polifacético y sofista multicolor»[7], por lo que William Desmond sospecha que se identificaba con el andariego Odiseo[8]. Le gustaba asustar a los solemnes con ese lenguaje chusco y procaz que había aprendido en la pescadería del padre, ejercer la crítica sarcástica y cómica y hacer teatro. Hombre dado a la risa y a las palabras pesadas y soeces[9]. Era un payaso ilustrado, inteligente, lúcido. Se presentaba como un paquete de remedios, cosa que recordaba cuando le señalaban que él mismo no se curaba con la propia medicina que portaba encima (mal iba a aplicarse pastillas en el buche siendo un frasquito, un coso)[10]. Autoirónico el hombre. El traía la pócima nomás –otro asunto es que se la engullera o no. Dudley lo describe como un vagrant preacher, un predicador vagabundo, por lo que no seríamos justos si lo asociáramos con esas celebridades posmodernas que vienen de Francia a dar notas a Clarín; aunque el geógrafo Estrabón sugiere que era un disfrazado de mendigo, es decir un cínico sin ascesis, un chantún[11]Laercio lo describe como fanfarrón y cizañero, fabulador y embaucador, egoísta y vividor de los amigos, aunque a veces agradable y capaz de divertirse con su vanidad (τϕος). Un tipo aparatoso (πολυτελής) al que le encantaba urdir inventos fantásticos. Cuenta que cuando llegó a Rodas para dedicarse al negocio sofístico pagó a unos marineros para que se disfrazaran de estudiantes y lo siguieran. «Y al entrar con ellos en el gimnasio se hizo famoso», pone el chimentero[12]. El quía deambulaba, impartía clases y cobraba el saber, no formaba escolares sectarios sino que operaba como los viejos sofistas; de ahí que varios lo llamaran así y no porque fuera un falseador, ya que Laercio admite a despecho que sus textos contenían verdaderas enseñanzas[13]. La diferencia está en que aquello que vendía era una filosofía ética con carozo y ademanes de innegable cuño cínico. Y si esa era la mercadería imaginaremos que el precio era módico y la clientela abundante, aunque no siempre de abultada billetera. Casi diríamos que concilió lo que Antístenes, impresionado por el dechado vocacional de Sócrates, no había podido aunar en la práctica: comercializó el cinismo, lo prostituyó y alimentó a los difamadores. A propósito de su oficio de maestro, el neoplatónico Estobeo y el teólogo Juan Damasceno refieren que distinguía entre los estudiantes los de raza de oro –a saber los que pagan y aprenden–, aquellos de estirpe de plata –quienes pagando no aprenden– y los broncíneos –que aprenden sin pagar[14]. Un chistoso que ya nada debía a Sócrates, o mejor un binorma filósofo-sofista que educaba por ambas vías, con cachet o sin, a pudientes y menesterosos. Bión se mofa varias veces del amor por los muchachos («una hermosa tiranía que se acaba por un pelo»[15]), mas no se privaba de ejercitarlo y según Laercio condujo a varios de ellos a la desvergüenza: dice que adoptaba a algunos como hijos o alumnos para abusarlos y sacarles provecho económico usufructuando el viejo apotegma cínico de que «entre los amigos todas las cosas deben ser comunes»[16]. Cuando alguien se rio de él por haber fracasado en seducir a un joven dijo: «No es posible tirar del queso blando con un anzuelo»[17]. Y en cuanto a la consejería celestina se le imputa la rima clásica de Antístenes: si te casás con la fea penarás, si con la bella la compartirás. Una suerte, en fin, de Diógenes bufarrón y libidinoso, pícaro y hábil para las respuestas despampanantes, moralista implacable pero de proceder dudoso y, de tal palo tal astilla, propenso a juntarse con gente del hampa –lo que lo llevó a caer en manos de piratas, sufriendo la misma fatalidad que el maestro[18]. Pero no deberíamos exagerar tampoco, porque si fue etiquetado como filósofo cínico habrá que creer que fue cínico y filósofo. Y en las pocas reliquias que quedan lo vemos atacando a la opinión, la envidia, la riqueza viciosa, la adulación y demás clisés del can hecho y derecho, al calor de metáforas y comparaciones varias; o bien despreciando la música, la filología y la geometría en defensa de la simple filosofía[19]. Decía que los astrónomos eran unos ridículos, porque sin ver los peses de las orillas que había a sus pies, expresaban conocer los cuerpos celestes; y que los gramáticos investigaban las divagaciones de Odiseo sin advertir las propias, ya que marraban esforzándose en pacotillas, porque al carecer de filosofía hacían como los pretendientes de Penélope, que al no poder acercarse a ella se consolaban con sus criadas (y así acababan, como algunos de ahora, anquilosados cual momias al servicio de la bagatela escolar interdisciplinaria)[20]. Como le reprocharon que enseñara filosofía en Rodas, allí donde se estudiaba retórica, dijo: «¿Es que traje trigo y voy a vender cebada?»[21]. Notamos que el hombre pretendía defender la camiseta de los filósofos. Sin embargo en su concepción de la τύχη, extraída de un fragmento de Teles, se podrá apreciar cómo trocó en versatilidad el rigorismo inflexible de los maestros en ese menester. O como enuncia Roca Ferrer, dejó de recomendar las privaciones para limitarse a la doctrina de la adaptación a las circunstancias utilizando la técnica del marinero, que cuando el viento es favorable iza las velas y cuando no lo es las retrae[22]. Dice allí nuestro «maestro del símil» (que así lo llama el chileno Juan Rivano) que la fortuna distribuye los roles entre los hombres como los poetas reparten el papel a los actores, y el buen actor es el que sabe interpretar de mejor manera el que le toca, de suerte que si es el de rey procede a mandar y si el de mendigo a que le manden[23]. Como quieren ver algunos, se trata de una moraleja pragmática de un conservadurismo darwinista ajeno a los esquemas de Diógenes o Crates, que despreciaban los corcoveos de la diosa con agresiva impasibilidad y la chacoteaban. Al contrario Diógenes era un esclavo que sólo sabía mandar. Bión propone, al menos en algunos puntos, una doctrina más bien acomodaticia y algo oportunista, como cuando prescribe, de acuerdo a Laercio, que hay que conservar a los amigos de la índole que fueren, para no parecer que anduvimos rodeados de malvados o que rechazamos hombres buenos[24]. El qué dirán vence a la δοξία.

     El macedonio Antígono Gonatas, un rey-mecenas que inauguró la moda de los filósofos consejeros y estudió con Zenón, lo encaró un día prepeándolo: «¿Quién eres, de qué hombres provienes, y cuál es tu ciudad?». Sabiendo de qué iba la cosa, porque venía con su difamación de lumpen al hombro, contestó orondo: «Mi padre era un liberto que se sonaba los mocos con el codo y que por cara no tenía sino las marcas de la crueldad de su amo, y mi madre, la clase de mujer con la que puede casarse un hombre de tal suerte, provenía de un burdel. De tal sangre y linaje me glorío de ser. Así que entérate por mí y di a esos estoicos de Perseo y Filónides que depongan el cuchicheo»[25] (estos colegas fifí no lo querían en la corte junto a ellos). Y a paso seguido añadió que cuando se tiene necesidad de arqueros no se pregunta por su linaje, sino que se los prueba poniéndolos ante un blanco, y que a los amigos no se los toma por de donde vienen sino por lo que son[26]. Vemos la misma respuesta de Antístenes y un coraje similar al de Diógenes o Crates para encarar al mandamás, aunque un propósito y desenlace opuestos: el de ponerse a servicio o ganar su concurso y amistad. Y fue así que, cínico hedonista como era, tornose cual el viejo Aristipo en perro de la corte y se acercó al fogón de la política mucho más de lo que el moderado Antístenes hubiese aconsejado. Se hizo pues consejero de Antígono.

     Bión tematizó el asunto de su origen de clase, denotando una cierta preocupación no muy propia de un cínico sino de un esclavo proletario como fue, porque no era un nene de papá como Crates, Metrocles o el mismo sinopense. La pobreza y la plebeyez (δυσγένεια), parece que sentenció, son malas vecinas de la παρρησία porque, si bien comparten la misma jerga, tienen la lengua atada[27]. Tal vez con esto justificaba ese ascenso al poder y reconvertía a la franqueza en un don del bufón imperial.

     El desdén que muestra Diógenes Laercio, que lo llama necio y sabio en vano, probablemente tenga que ver con que lo asocia al ateo Teodoro, cuyas anécdotas junto con las de Diágoras, otro irreligioso, se confunden en la tradición muchas veces con las del propio Diógenes, mal que le pese al cronista. Pero simplemente con leer el biopic de Laercio se advierte que los temas y los modales bióneos no caben en otro carril que el cínico. Buena parte del refranero que nos queda no desentona en nada con la ortodoxia canina. Así nos dice que el más angustiado de los hombres es el que quiere pasarse los días entretenido alegremente, o que el más grande de los males es no tener aguante para sobrellevar el mal[28]; o bien que los que escuchan a los aduladores son como las ánforas, porque se los agarra por las orejas; o cuando se burla de la cremación, porque los deudos incineraban a los difuntos como insensibles, mientras los lloraban como sensibles[29]. Sobre las riquezas, a las que llamaba los nervios o los penes de las cosas (τν πλοτον νερα πραγμάτων), dijo que eran dadas a los ricos no como un regalo, sino en préstamo a interés, y que convertían a los mezquinos en esclavos de sus propiedades.[30]

     Javier Roca Ferrer señala que Bión «sentó las bases del estilo cínico en la prosa» y el consenso le atribuye la invención del prosímetro, mezcla de verso y parrafeo. Laercio nos asegura que era un «dotado para la parodia»[31]. Con respecto a la llamada diatriba (διατριβή) se le imputa menos la invención que el haberla ultimado, pulido, canonizado o haberle conferido rasgos bien distintivos, como adornar las escenas dialógicas de tintes o salidas populares. Diríamos que Bión se volvió un profesional del estilismo cínico y otorgó su sello al género y lo hizo famoso. El término que da nombre a este género remite a Sócrates y los suyos, con el significado de un tipo de exposición filosófica escolar, de forma oral y conversada. Diatriba significaba, dice Dudley, algo así como un modo de pasar el tiempo, que más tarde pasó a entenderse como conversación y más tarde aún como conversación filosófica. Es probable que los primeros cínicos la hayan adaptado dándole circulación e intenciones literarias, o visto al revés, introduciendo en sus obras y alocuciones o lecturas públicas elementos cotidianos propios de la espontaneidad del habla. No queda claro si el contenido básicamente oral de la diatriba biónica debe evocarnos un tipo de conferencia hablada o más bien una variación del característico diálogo socrático con personalidades en escena[32]. Más probable es que se tratara de un monólogo con interlocutores imaginarios sometidos a querella, a manera de un sermón moral polémico saturado de yeites efectistas. Como sea popularizó la cosa en ambos sentidos, la hizo respetable entre entendidos y atractiva a las masas. Tenemos razones para sospecharlo de cínico-populista a este divertido perro ávido de grandes audiencias. Bión ciertamente fue un tipo popular, en las soirées y en la gente, reconocido, un cínico aplaudido, un best seller de la época, de esos escritores a los que los culturosos citan y los cagatintas frustrados imitan con fervor. Fue plagiado por unos cuantos y otros tantos compararon la mordacidad de su estilo con Aristófanes[33]. Cuando Jenócrates el Académico recibió de él una burla se negó a recoger el guante argumentando que tampoco la Tragedia, cuando recibe las mofas de la Comedia, se digna a responderle[34]. Notamos acá el desprecio comedido de los serios ante las bufonadas del animador cultural de la plebe. Bión podría ser de estos híbridos que nos gustan, que apedrean a los filósofos con literatura y les bajan el precio a los literatos empuñando filosofía. Tan refinado como procaz y obsceno, aplicaba la σέβεια al campo intelectual y al campo literario, no respetaba a los endiosados, a los ídolos totémicos de los intelectuales, ni se privaba de bajar del pedestal al mismo Homero ni al mismísimo Sócrates, rasgo que según Laercio podría haber heredado del retobado Teodoro, el impío[35]. De Sócrates decía que si tenía necesidad de Alcibíades y lo rechazaba era un tarado, y si no la tenía no hacía nada extraño o admirable resistiéndolo (lo trataba de histérico mucho antes de que Lacan naciera). De Alcibíades, de paso, decía que de adolescente apartaba a los maridos de sus mujeres y de joven a las mujeres de sus maridos[36]. La impiedad no se quedaba en los famosos, en las estrellas del saber y la lengua: «en realidad los dioses no son nada» (θεος ς οδέν εσιν ντως) afirmaba este volteriano avant la lettre y ateo civil del helenismo[37]. Y acá hay que admitir que corría por izquierda a sus mismos predecesores cánidos. Ahí sí que fue más allá de Diógenes, si es que eso es posible. Para él todos los hombres eran sacrílegos o bien ninguno. Este argumento lo evoca Séneca. Según Bión, quien para uso propio toma lo que es de los dioses es sacrílego; pero como todo es de los dioses todos lo son, ya que todo lo que usufructúan lo extraen de la hacienda divina. Pero al mismo tiempo nadie lo es, ya que por el mismo motivo, porque todo es de los dioses, el que sacó algo de un sitio y lo trasladó a otro lo depositó por ende en propiedad divina. Dicho esto, refiere Séneca, «ordenó destruir los templos y saquear impunemente el Capitolio»[38]. No se andaba con chiquitas.

     Sin embargo Diógenes Laercio no lo pinta tan radical: cuando uno le preguntó si existían los dioses contestó: «¿No irás a dispersar a la multitud de mi lado, desventurado anciano?» (Crates también había protagonizado esta escena, pero exactamente en el papel contrario: le preguntó a Estilpón en plena vía pública si los dioses se alegraban de las reverencias y plegarias y el megárico le contestó: «¡Idiota, no me preguntes sobre eso en medio de la gente!»[39].) No eran cosas para andar ventilando en la calle ante cualquier peregrino, autoridades y populacho estaban siempre a la orden para despachar al ostracismo o hacer escanciar el amargo néctar de la cicuta. Adivinación, misterios, amuletos, plegarias, castigo divino post mortem, de todo eso rio este hombre siguiendo al pie el programa cínico contra los dioses cívicos y las deidades antropomorfas, sin que ello haya insumido de manera probada un ateísmo ontológico (aunque para Séneca dijo que «todos los negocios de los hombres son similares y sus vidas no son más santas que su concepción: nacer de la nada para caer en la nada»[40]). El punto es que tanta irreverencia hacia la divinidad hinchó de bronca a los intelectuales biempensantes y muchos se relamieron con el bulo que algunos largaron sobre el final de sus días. «Atemorizado por la muerte al caer en larga enfermedad –reza un epigrama puesto por Laercio–, el que decía que no había dioses, el que no visitó ni un templo, el que se burlaba de los mortales que hacían sacrificios no sólo sobre el lar, los altares y la mesa, ofrendó a las narices de los dioses con incienso, grasas y aromáticos, e incluso dijo ¡Pequé, perdonadme lo pasado!”, y cedió el cuello a una vieja para un conjuro mientras devotamente ataba sus brazos con unas cuerdas. Y colocó sobre su puerta espina blanca y un ramo de laurel dispuesto a cualquier cosa con tal de no morir.[41]» Digamos que colgó los guantes y se entregó a las supercherías y depuso ante la muerte los valores impasibles y corajudos de los perros de ley. Esto siempre según el chisme, diferido y dilatado por los siglos, que esparcieron quienes por lo visto no lo querían mucho, como Diógenes Laercio y los patronos eclesiásticos dados a este tipo de moralejas biográficas aleccionadoras. Aunque nada tenían para sacar de Bión los teóricos que no gustaban de la filosofía con floripondios ni de la moral cínico-licenciosa, la comitiva de los satíricos de Roma encontró en él las arcas libres para el saqueo. Herederos de su chispa dicen que fueron Lucilio, Horacio y Juvenal. Otros incluyen a Luciano y Persio, y a gente más rígida como Séneca, Epicteto, Plutarco, Musonio, Dión, Filón, o cristianos como Sinesio de Cirene y Gregorio Nacianceno, todos beneficiarios de la estilística biónica, que por lo visto dejó larga y variada estela. Pero en materia de pensamiento Dudley sostiene que Bión como buen ecléctico no innovó, e incluso que sus famosos símiles no eran más que recauchutajes. Se ve que la enfermedad no lo encontró en una posición económica muy honrosa y debió tranzar con las curanderas y supersticiosos de la plebe bruta de la que otrora se riera. Murió con unos largos 90 años en Calcis de Eubea, finalmente asistido por unos criados de Antígono que llegaron más tarde que temprano y lo llevaron en litera[42]. Érase acaso el año 245 antes de la venida del Señor a Tierra.

     La producción biónica fue recopilada por Teles, compilador de diatribas cínico-estoicas. Un tal Teodoro hizo un epítome de las obras de Teles que llegó a manos de Estobeo, y de esas manos a nosotros llegan los mínimos restos del boristenita con que contamos. Bión había dejado unos Apotegmas y unas Hypomnémata (guiones mnemotécnicos o notebooks), acaso compaginados y publicados  por los alumnos después de estirar la pata. De modo que puede haber muerto inédito. Sólo se conocen los títulos de dos diatribas suyas: Sobre la esclavitud y Sobre la ira[43]. El enemigo epicúreo Filodemo de Gadara enfatizó que en la última exponía las consecuencias de la rabia sin ofertar el remedio[44]. Despejamos de todo esto, de las anécdotas varias que lo relacionan con los disfraces y atavíos fuera de lugar, que el de Borístenes fue un sujeto sospechoso del que recelaron los partidarios y propagandistas de todas las corrientes contrarias, pero que cautivó al público y a varios intelectuales y escritores deseosos de inspiración y gracias. Gustaba de la fama popular, pero también de hacerse mala fama entre los señoritos sabelotodo de recta conducta institucional. Reblandeció la doctrina e hizo acaso de la ambivalencia arte verbal. Así como a Hiparquia la llamaban puta, vemos que de él se dijo (traduciendo rápido) que era un hijo de puta, que era puto, e incluso que emputeció a la filosofía travistiéndola como literatura. En cierta forma una avanzada más del cinismo escapándose ahora de las virtuosas manos de Diógenes y Sócrates, un nuevo giro imprevisto de ese ejercicio feroz de reacuñar la moneda.

     Si las historias de Onesícrito dieron pie a un cinismo inflexible y naturalista hasta la caricatura, los ardides biónicos lo rumbearon para el otro lado –lo hicieron más sensato y practicable dice Kindstrand, que defiende a nuestro hombre de la imagen fijada por Laercio. Objetando el matrimonio, los delirios metafísicos y la instrucción formal o desentendiéndose de los asuntos de leyes y gobiernos, Bión se comportó como todo un perro. Y aunque en materia de religión parece que fue más extremista, haciendo que brillen por su ausencia el monoteísmo abstracto de Antístenes o los ribetes divinos del sabio a lo Diógenes, en materia de ascetismo trajo una versión aligerada que ponderaba la pobreza sin condenar de plano la riqueza, aunque él viviera más bien a lo Aristipo, cobrando tarifa y asesorando gobernantes. Sin embargo no hacía base en los placeres –cosa que ya habían abandonado los cirenaicos de la fecha– sino en la φρόνησις. Estar a gusto con lo que se tiene –sea poco o no– era el mensaje que llevaba entre manos, lo que no lo alejaba tanto de Crates. Uno es la máscara que le fue asignada por la fortuna, dijo. El problema con él es que su máscara, diría Borges, estaba debajo del rostro: detrás del retórico y sofista yacía el filósofo y detrás del filósofo el cínico. El tipo cultivó un nuevo estilo de alto impacto que era una provocación en sí mismo, por eso se lo fustigó bajo el argumento de que quería divertir y no instruir. Fue señalado como proxeneta de la filosofía porque mezclaba todo tipo de discurso (παντ εδει κεκρσθαι λόγου)[45], un menjunje escandaloso entre registros elevados y pedestres, términos cotidianos y groseros y figuras retóricas variopintas, conjugación de tropos y ejemplos callejeros, un picadillo actualizado de Sócrates, Gorgias y Aristófanes: citas, parodias, anáforas, paronomasias, aliteraciones, rimas en prosa, antítesis, asíndeton, prosopopeyas, efectos sonoros y semánticos, fuegos de artificio y golpes bajos, chistes amargos y bromas que se iban de mambo. Con todo esto emperejilaba un mensaje filosófico muy sencillito y ético que aspiraba a llegar también a los profanos. No le interesaba convertirte en sabio sino que te dieras cuenta de que tus problemas residían en tu carácter (τρόπος). En tu estilo. La retórica y la lengua vulgar eran para él, parece, los ornatos y el cebo para capturar audiencias múltiples, ilustradas y bajas. Vendía autoayuda disfrazada de letras.[46]

Digamos como coda que para montar la vida de este filósofo, como en casi todos los casos, no quedó otra que recurrir a Diógenes Laercio. Habría que advertir, para cerrar, la evidente maniobra que tejió el biógrafo: desmentirlo y darlo vuelta. Muestra una de las diatribas de Teles que Bión condenó una serie de vicios entre los que se encontraban la desesperación (δυσελπιστία), la impostura (λαζονεία), la sed de renombre (δοξοκοπία), la ostentación (πολυτέλεια) y la superstición (δεισιδαιμονία)[47]. Reivindicaba además el suicidio autárquico de los cínicos y había escrito un ingenioso sermón contra los ϕιλοψύχει, los pusilánimes o apegados a la vida, diciendo que así como el dueño, cuando no pagamos el alquiler nos desaloja de la casa quitando la puerta, el tejado o el aljibe, así también cuando la naturaleza que nos alquiló el cuerpo nos va despojando del buen usufructo de los órganos, hay que tener el coraje de deshacerse de la vida, retirándose de ella sin problemas como quien se va de un banquete[48]. Sostenía que el buen hombre es un buen actor que interpreta adecuadamente el papel asignado por la suerte, y tanto como el actor se destaca por representar bien el personaje durante toda la trama hasta el desenlace, en la vida hay que seguir el guion como corresponde incluso en el final (τελευτή). Bión abordó la cuestión entre actuación y desenlace en el teatro de la vida, o para decirlo más literalmente entre hipocresía y catástrofe. El término que usaba, καταστροφή, es a la vez el final del drama y una catástrofe, mientras que el humano para él era un ποκριτής, expresión que se lee como actor, pero también como fingidor o hipócrita. Tal es lo que quiso poner en escena Laercio operando un deslizamiento semántico, la hipocresía de Bión, que vivió su muerte como una catástrofe y su vida como una impostura o un acting.




[1] Laercio, IV 52; Estrabón, I 2, 2; Demetrio el Laconio, Papiro Herculanense 1055, col. 18, 1-5.

[2] Laercio, IV 46-47. El padre podría haber llegado a ser, al momento del desfalco, recaudador de impuestos a pequeña escala (Cf., J. F. Kindstrand, Bion of Borythenes).

[3] Laercio, IV 51-52; id. IV 23; Anónimo, Papiro Herculanense 1021, col. 16, 30-38. Que siguió al perro Crates se desprende de las fechas y porque parece citarlo en las diatribas de Teles, ya que el biógrafo sólo apunta que «ingresó al modo de vida cínico, calzándose el manto y la alforja» (πανείλετο τν κυνικν γωγήν, λαβν τρίβωνα κα πήραν).

[4] Otros sin embargo lo señalaron como peripatético (Favorino, Florilegio. Códice Parisino Griego 1168, n. 6, p. 412 f.; Estobeo, IV 41, 56; Gnomologium Vaticanum 161; Arsenio, p. 150 Walz).

[5] Numenio a Eusebio, Preparación evangélica 14, 6, 6.

[6] Arcesilao y Bión para Laercio fueron alumnos de Teofrasto y del académico Crates. Kindstrand observa que este era un platónico más inclinado a la ética que a la matemática. Agrega que el costado de Teofrasto que debe de haber interesado a Bión es el del autor de los Caracteres, no el científico naturalista.

[7] Laercio, IV 47; Eudocia, Violarium 235, p. 162 Flach; La Suda, s. v. kathippázesthai, 112.

[8] William Desmond, Cynics. En general en las fuentes se lo da por sofista. Así lo llaman además Plutarco, Estobeo, Numenio, Eudocia, Teón el Retórico, Arsenio, la Suda, el Gnomologium Parisinum y el Vaticanum.

[9] Laercio, IV 52.

[10] Gnomologium Vaticanum 157.

[11] Estrabón, I 2, 2.

[12] Laercio, IV 53.

[13] Id., IV 47.

[14] Estobeo, II 31, 97; Juan Damasceno, Selecciones Florentinas 2, 13.

[15] Estobeo, IV 21 b 23; Plutarco, Tratado de amor 24, 770 b.

[16] Laercio, IV 53-54.

[17] Id., IV 47.

[18] Laercio, IV 48; Códice Parisino Griego 1168, n. 14, p. 413 Freudenthal; Laercio, IV 50.

[19] Laercio, IV 53; Estobeo, III 10, 37; id., IV 31 c 87; Teón el Rétor, Ejercicios retóricos 5, p. 99, 17-19 Spengel II; Arsenio, p. 149 Walz; Máximo Confesor, Lugares comunes 12.

[20] Estobeo, II 1, 20; Gnomologium Parisinum 320; Pseudo-Plutarco, Sobre la educación de los hijos 10, 7 c-d.

[21] Laercio, IV 49.

[22] Javier Roca Ferrer, El cinismo, problemas generales.

[23] Estobeo, III 1, 98, pp. 37-49 Hense.

[24] Laercio, IV 51.

[25] Id., IV 46-47; La Suda, s. v. agkón, 249; id., s. v. symbolon, 1377; Ateneo, XIII 591 f-592 a.

[26] Estobeo, IV 29 a 13.

[27] Laercio, IV 51; Plutarco, Cómo debe el joven oír a los poetas 4, 22; Arsenio, p. 149 Walz.

[28] «Μέγα κακν τ μ δύνασθαι φέρειν κακόν» (Laercio, IV 48)

[29] Laercio, IV 48; Plutarco, Sobre la falsa modestia 18, 536 a.

[30] Laercio, IV 48; Favorino, Florilegio, Códice Parisino Griego 1168, n. 6, p. 412 f.; Laercio, VI 50.

[31] «Εφυς γρ ν κα παρδσαι» (Laercio, IV 52)

[32] Kindstrand sugiere que lo suyo no era el διάλογος, como los de la tradición filosófica, sino más bien διάλεξiς, algo así como conferencias. Bión tenía según este autor dos ascendentes capitales: uno retórico y otro filosófico. Un híbrido.

[33] Porfirio, Comentario a Horacio, Epístolas 2, 2, 60; Escolios parisinos a Horacio, Epístolas 2, 2, 60.

[34] Laercio, IV 10.

[35] Pseudo-Acrón, Escolios a Horacio, Epístolas 2, 2, 60; Laercio, IV 54.

[36] Laercio, IV 49.

[37] Id., IV 55. Cf. Hesiquio de Mileto, Sobre hombres ilustres 13, pp. 12-13 Flach.

[38] Sobre los beneficios 7, 7, 1.

[39] Laercio, II 117.

[40] Sobre la tranquilidad del espíritu 15, 4.

[41] Id., IV 55-57. Una cita de Plutarco prueba que Bión hablaba, seguramente burlándose, de estas viejas curanderas que llevaban raros colgajos (Cf., Plutarco, Sobre la superstición 7, 168 d).

[42] Id., IV 54. Dudley entiende que el propio Antígono se presentó en el funeral.

[43] Περί δουλείας y Περὶ τῆς ὀργῆς (Laercio, IV 47; Eudocia, Violarium 235, p. 162 Flach; Estobeo, III 2, 38; id., IV 19, 42). Sus apotegmas quizá eran extractos de sus clases o apuntes y las diatribas desarrollos de sus croquis hechos por discípulos, o notas de oyentes pulidas a posteriori.

[44] Filodemo, Sobre la ira, Papiro Herculanense 182, col. 1, 12-20.

[45] Laercio, IV 52.

[46] Cf. Kindstrand op. cit.

[47] Teles, Sobre la riqueza y la pobreza 4 a H.

[48] Id., Sobre la autosuficiencia.


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