Los últimos cínicos helenísticos

 [Diógenes por Jacob Jordaens, 1642] 

La sucesión extrafamiliar de Crates

(Teómbroto, Cleómenes, Demetrio, Equecles, Timarco y Menedemo)

Si bien por la manera en que Metrocles es evocado por el cuasi coetáneo Teles[1] se puede estimar que era un tipo ilustre en su tiempo, para la posteridad la imagen de los hermanos maronitas quedó fijada más en su rol de aprendices que de filósofos hechos. Así lo prueban los epistolarios cínicos, que reservan a Diógenes y Crates el sempiterno papel de guías ejemplares. La historia heroica del cinismo original, el anecdotario fundante, se corta para siempre en ese momento egregio y los inmortaliza como tales. Las cartas son pura pedagogía con toquecitos de gracia y varían sobre las leyendas consabidas, no se puede esperar de ellas garantía de fidelidad histórica sino incluso una eventual distorsión del mensaje inicial por parte del acartonado cinismo proletario rehabilitado en torno al Imperio romano. Dan por sentado que conocieron al último Diógenes y que fue también su monitor, ya que le dirige una carta a ella y dos a él. De Crates hay siete a la mujer y cuatro al cuñado. En una le informa a Metrocles del rapto de Diógenes a manos de los piratas, explicándole por qué no hay que ir al rescate, y en otra anoticia a Hiparquía de que el maestro está a punto de morir, pidiéndole que vuelva a darle un abrazo y sea testigo del poder de la filosofía ante lo más aterrador. Por su parte Diógenes la felicita por aspirar a la filosofía pese a ser mujer y por hacerse miembro de una secta cuya dureza derrumba a los varones más pintados. Le pide que siga firme junto al marido. A Metrocles lo induce en una a tener valor para sobrellevar la vida perruna, el apodo ofensivo, los harapos y el ejercicio del pedigüeño filosófico que reclama lo que es suyo a cambio de salvar a todos, y en otra le dice que no olvide la mano del pastor, o sea que se masturbe cuando la cosa urja donde le venga bien y no pierda el tiempo en flirteos inocuos con mujercitas casquivanas. Que la prudencia y la fortaleza son hijas también del atajo propiciado por el bucólico dios Pan. Crates lo instruye sobre la mendicación, lo insta a soportar el miedo al qué dirán o bien salir a correr y hacer gimnasia no en soledad sino donde haya jóvenes a los que servir de ejemplo. Las perras no son inferiores a los perros y las mujeres no son nacen inferiores a los hombres le explica a la dama, y lo demuestran las proezas de las Amazonas. De modo que nada de eso del sexo débil. Las misivas a la esposa-alumna exponen la tensión entre la hilandera y la filósofa; las cartas de ambos maestros a Metrocles no dejan de girar en torno a la superioridad del aprendizaje por los hechos sobre el aprendizaje discursivo, o sea que enfatizan la lección del flato.

     Del Metrocles maduro apenas conocemos lo que dijo sobre la παιδεία: que no se obtiene con dinero, como si fuera una casa, sino con πιμελεία más tiempo (cuidado, práctica, atención y el plus de la constancia). Las viviendas, después de todo, son bienes fortuitos que usurpan los okupas imperiales. Más allá de la vida pobre que transmiten Plutarco y Teles o de la mendicidad arrogada por los cínicos futuros, se infiere por un adagio dejado por Diógenes Laercio que no condenó de plano a la riqueza, sólo dijo que era dañina si no se hacía un uso digno[2]. Como escritor perduró por su libro de Anécdotas, como inventor del género al menos entre los cínicos, y como preceptor se confunde un poco con el mismo Crates, ya que los sucesores del mando cínico que hoy se atribuyen al tebano podrían haber sido también sus herederos, dado que Diógenes Laercio es confuso al respecto y a primera vista se los estaría imputando a él[3]. Es el estoico medio Hecatón, un colega autor de Anécdotas, el que dice que tiró al fuego sus propios textos, otros que Laercio no precisa aseguraban que fueron las lecciones teofrásticas. Había allí, evidentemente, una querella acerca de cuán rebelde podía ser un cínico de buena cuna con respecto al establishment escolástico, o sobre la relación que debían mantener ambas corrientes.

     En cuanto a la gloria de la hermana, si hay que fiarse de una de las epístolas diogénicas deberíamos aceptar que Maronea cambió su nombre por el de esta mujer pero filósofo –como la llama el Perro– y pasó a llamarse Hiparquia. La ciudad, famosa por sus viñedos y sus vinos –con los que Odiseo emborrachó a Polifemo– llevaba el nombre por ser fundada, de acuerdo al mito, por un hijo de Dionisos que perfeccionó la vitivinicultura, un mero comerciante de vinos según Diógenes, de nombre Marón. Se trata de un chiste abstemio y moralizador, aunque uno podría imaginarse el trasfondo posible de algún acción art o piquete urdido por el cinicato a las puertas de dicha urbe.

     Si la filosofía llamada cínica –haya sido una escuela, un género de vida, un movimiento o un puro rótulo ulterior para algo que en sí mismo no existió– tuvo algún tipo de organicidad y continuidad, todo indica que se debió a Crates de Tebas y su círculo. Es lo que deben de haber asentado, al menos, algunos autores de sucesiones de la etapa alejandrina en los que hace pie Diógenes Laercio. Los demás seguidores de Diógenes, que no parecen haber formado parte de dicho grupo, unos no fueron filósofos y otros son personajes más oscuros sin herederos conocidos –descontado Estilpón, que presidió la corriente megárica. Si el cinismo nació con Antístenes, con Diógenes, con Crates, con los cesionarios de él o bien mucho después o ya con Sócrates, es materia incierta. Del tebano se desprende una lechigada de hasta tres o cuatro generaciones. Lo que le sigue es una literatura que contiene un cinismo difuso cultivado por nuevos autores del yambo u otras formas poéticas, o la línea diatríbico-satírica que sale de dos probables escuchas de Crates que fueron Bión y Menipo. Hasta llegar más tarde al cinismo en vivo y en directo que registran las fuentes del mundo romano, masivo y estereotipado con algunas vagas excepciones, o muy mezclado con otras filosofías y cultos.

     Allende el núcleo familiar Crates dio a luz a una panda variada: por un lado a los primeros estoicos, que hay que estimar que en principio fueron cínicos, Zenón de Citio y su sucesor Cleantes de Cos, apodado el Segundo Heracles, alumno suyo y más tarde de Zenón; por otro al gran iniciador e inspirador de la literatura satírica Menipo; y finalmente a otros menos conocidos, pero quizá sí más fieles: Teómbroto y Cleómenes, el que escribió un Pedagógico (Παιδαγωγικός) del que se conserva una anécdota sobre Diógenes como esclavo-león.

     Discípulos de Teómbroto fueron Demetrio de Alejandría –del que quedaría un fragmento de diatriba citado por Estobeo– y Equecles de Éfeso. De Cleómenes, el mismo Equecles y Timarco de Alejandría.

     Menedemo de Lámpsaco, al que Erasmo evoca en uno de los Coloquios, fue discípulo de Equecles y quizá de Teómbroto. Este Menedemo había sido antes alumno de su paisano Colotes, un epicúreo con el que sostuvo una polémica sobre ética y poesía conservada en los papiros de Herculano. Con él cierra Diógenes Laercio el libro sobre los cínicos de la inmortal Vidas de filósofos, contando que –según narró Hipóboto– se vestía de Erinia o Furia «por su gusto por los relatos de prodigios y maravillas» (τερατείας). Dice que declaraba provenir del Hades como ἐπίσκοπος o inspector de las faltas que haría notificar a su regreso. Es la misma anécdota que se cuenta por otras fuentes acerca de Menipo, por lo que se estima que Laercio lo confunde o que fue una invención del mismo Menipo.

     A Teómbroto y Cleómenes, con acmé en el 300 a. C., hay que ubicarlos en la generación de los hermanitos de Maronea, o quizá en la siguiente, como filósofos a caballo entre dos siglos. Demetrio, Equecles y Timarco serían de la misma generación que Menipo, Sótades y Cércidas, con floruit alrededor del 275 a. C. Menedemo, floruit en 250 a. C. y Teles, idem 250-235 a. C., serían los últimos cínicos conocidos del tercer siglo precristiano.

     Las razones por las cuales no tenemos hablillas, citas ni textos de esta gente, Teómbroto, Cleómenes y adeptos, pueden imaginarse. Seguramente se mantuvieron dentro de los cánones, cumpliendo con la vida cínica sin innovar. Quizá les faltó genio o no hicieron más que repetir preceptos, hábitos y consignas que ya no configuraban novedad alguna ni escándalo mayor. Tampoco aportaron como escritores, ya porque no escribieron nada o nada muy memorable o distinto, como sí lo hicieron los otros perros heteróclitos e infieles para los que el cinismo fue más una ética literaria. O quizá en definitiva no fueron beneficiarios de la suerte histórica.[4]

Sótades de Maronea, los maricas y la fatalidad del tonel

Unos diez años más joven que Menipo, nacido cerca del 325 a. C., era Sótades de Maronea, alias el Poseso (Daimonestheís), vinculado a Crates y Metrocles. Ejercía la sátira en versos jónicos con métrica de propia invención, llamados κίναιδος –provocadores de pudor – o maricas según Martín García, y a la postre sotadeos, que ridiculizaban a los voluptuosos y feminoides con jerga de pederasta, lasciva y coprológica. Se reía de los señoritos gays, y a juzgar por los títulos que deja, era adicto a la burla sobre cuestiones erótico-sexuales. Escribió un Príapo sobre la deidad fálica, una Nékyia o Katábasis en línea menipea, un Amazonas, un Adonis y una parodia de la Ilíada. Sobreviven sólo diez fragmentos y algunos otros inciertos. Pese a que fue acusado de κακοζέλια o mal gusto, tuvo una buena acogida entre los latinos (los críticos quizá no advertían que las formas hacían parte de la burla paródica). Se estima que fue el primer aficionado de la historia a los palíndromos (versos capicúas llamados por entonces retrógrados), el LUCA de los Filloy, los Cortázar o los OuLIPO (last universal common ancestor). Como era amigo de tirarse contra los soberanos, la pasó mal: se dice que acabó en la cárcel o bien que fue metido por Patroclo, general de Ptolomeo, en una tinaja sellada con plomo y arrojado a altamar. Un campeón de la παρρησία y la ναίδεια que así lo pagó. Parece que en Alejandría criticaba a Lisímaco, oficial de Alejandro devenido en βασιλεύς, y cuando estuvo con él cambió el objetivo por el citado Ptolomeo Filadelfo, al que atacó porque el muy incestuoso monarca había decidido casarse con la hermana, una tal Arsínoe («No en lícito orificio introduces el aguijón», espetole). Vemos que el malogrado Sótades era un crítico del poder del subgénero de alcoba. Y no ingrato con el maquiavelismo veleta. Nuestro yambógrafo tracio es uno de los últimos nombres célebres del cinismo helenístico, después de él hay un vacío de personalidades hasta el siglo I después de Cristo, ya en fase romana. Habida cuenta del desenlace se puede sospechar por qué. También porque las virtudes cínicas, ya en una versión menos radical y con una inserción social menos problemática, eran sostenidas con las debidas alteraciones por epicureísmo y estoicismo, y muertos Diógenes y Crates no había un maestro férreo sino el proceso de mescolanza y autocrítica (autoburla más bien) emprendido por gente como Bión y Menipo. Sindicado de loco, igual que el Perro, el tonel también fue su morada; pero forzada, fatal y póstuma.[5]

Teles, el perro docente o el Bión trucho

Teles era algo menor. Se ignoran fecha de nacimiento y procedencia (quizá Megara, tal vez Atenas). Floruit estimado entre 250 y 235 a. C. Aunque no se entera tuvo bastante suerte, porque conservamos unas cuantas páginas de su cuño merced a un compendio que hacia el siglo IV cristiano Juan Estobeo hizo de un tal Teodoro, un perfecto desconocido que había realizado extractos varios de las diatribas suyas. De no ser por esta recopilación aislada él también hubiese sido un perfecto desconocido, ya que no hay ningún otro rastro de su existencia o escritura en el resto de los documentos antiguos. Allí versa sobre temática cínica cuasi ortodoxa, algo atemperada por la transigencia cirenaica que infiltró el boristenita en el movimiento. No hay en el templado e ignoto cuadrúpedo nada de las fantasías y eventuales colmos de Menipo. Se trata, como asegura Edward O’Neil, encargado de traducirlo para la corporación universitaria norteamericana, de un cínico sin glamour y más bien naïve. Estos textos, dice el comentarista, escritos en un griego un poco torpe y tortuoso, son pastiches de antiguos escritos cínicos, repletos de alusiones y referencias de autoridad matizadas con pequeñas apostillas propias[6]. De él se dice que fue un catequista errante, o más factiblemente un modesto profesor de filosofía que puso una escuelita en Atenas o Megara. Tipo de cínico institucional y amansado. O’Neil apunta que encarna al hombre común y que su tono cordial sugiere una conversación de la calle adaptada a un aula de párvulos principiantes. Estas diatribas en las que campea el ejercicio del símil son sermones luminosos (nada hay en ellos de invectiva como tarascón ad hominem) que giran en torno al ser y el aparecer, pobreza y riqueza, ventajas de la pobreza, sobre autarquía y aplomo, sobre las circunstancias y acerca de que el placer no es el objeto de la vida. Los entendidos suelen acordar en que el autor era menos un creador que un colector, un maestro de ética o un difusor de la enseñanza de Diógenes y Crates salpicada de otras corrientes socráticas. Recorta estrofas del sinopense para acabar convirtiéndolo en un héroe del acomodamiento a las circunstancias: si no la fortaleza y la fuerza de voluntad, sí se diluye la audacia de corte temerario ante la resignación frente a los hechos y el asumirse como un actor que lleva la máscara que la fortuna le adjudicó. Persona es personaje, digamos, y ser un hombre bueno –un buen hombre habría que decir– es aprenderse bien el papel. El cinismo actoral es, literalmente, el cinismo hipócrita. Un cinismo de adaptación pasiva, pero sin dudas modesto. Teles es el abogado del cínico manso y humilde, sin pena ni gloria, del que es mendigo y vagabundo como Diógenes, pero ya no rey y gobernante de los hombres. Del can secundón o deuteragonista. Los papeles repartidos por la casualidad que brinda como ejemplo no son otros que los del náufrago, el mendigo, el desterrado, el anónimo y el notable (ναυαγός, πτωχός, φυγάδος, δοξος y νδοξος), todos adjudicados a Diógenes; pero la enseñanza que transmite va dirigida en especial a los excluidos del último. Si se asocia el κυνικς βίος a calzarse el burdo manto, el báculo y la alforja, Teles dirá que eso no es lo importante –en todo momento lo que le interesa es el τρόπος, que en este caso no es el estilo literario sino el carácter de cada quien. Los epistolarios endilgados a Diógenes y Crates tendrán por destinatario a jóvenes iniciados en la filosofía y la vida cínicas, el de los discursos telesianos es una estudiantina genérica, un público cualunque. Nuestro educador no era un cínico de camarilla e incluso no era un propiamente un cínico: nada hay del sectarismo que destilan aquellas cartas posteriores, de estilo similar, y parece bascular entre la compostura y resignación de los estoicos y la deriva ecléctico-cirenaica del bionismo. Prueba habida en que además de Diógenes y Crates, o el mismo Bión o Sócrates, cita dos veces a Estilpón y una a Aristipo, a Jenofonte y a Zenón de Citio –sin contar las continuas referencias a Homero y Eurípides, o bien a Sófocles, Teognis, el cómico Filemón, o a ejemplares de la moralidad política como Arístides. Zeller lo dio por estoico casi cínico y otros por megárico de simpatía estoica, y hasta que llegó Wilamowitz y lo fichó entre los perros se lo creyó un pitagórico. Así fue catalogado en el siglo XVIII, y de hecho en el registro de personalidades nombradas por Estobeo –urdido por el bizantino Focio– tampoco aporta entre los cínicos. Roca Ferrer lo convierte en un recopilador de diatribas cínico-estoicas, Wilamowitz en el antecedente más antiguo del sermón cristiano del que hay noticia. Apenas leyéndolo se advierte que no hay una congruencia necesaria entre un texto y otro: defiende una impasibilidad extrema agarrado de Estilpón, o con Bión relativiza la pobreza para después reivindicarla, etcétera.

     A Teles se deben la pervivencia de Bión en escuetos fragmentos y las muestras más antiguas de la llamada diatriba cínica, que acá debe entenderse como una especie de lección-apólogo, más un apunte estenográfico de clase oral en forma de homilía que un ejercicio de elocuencia. Se lo estudió por dichos dos motivos. Pero si son diatribas y son cínicas, o simple predicación moral-popular, en realidad está por verse. Aunque hay quien dice que la diatriba es más una invención de la filología alemana de fines del XIX que un género tipificado en la antigüedad griega, se supone que existió, fraguado o perfeccionado por Bión, y que los textos arrogados a Teles pertenecen al mismo. Al mismo género o al mismo Bión. O más bien, que son una especie de manualización o collage, una adaptación para adolescentes de secundaria facturada por un imitador sin luces o sucesor mimético. Cuanto tienen de donoso fue atribuido al boristenita y cuanto de torpe al epitomista, acusado de fabricar mamarrachos ajenos al talento y la originalidad. Se dijo que lo copia incluso cuando cita a otros y hasta se llegó a suponer que el tipo se presentaba ante los espectadores haciéndose pasar por Bión. A falta de un Laercio, la modernidad le inventa historias (la situación es curiosa: adentro de la mamushka de Estobeo está la de Teodoro y adentro la de Teles y adentro la de Bión). Se lo rebaja como espécimen poco significativo por sí mismo y no brillante escritor, aunque lo recibimos, como se vio, a través de un doble filtro de citas y en calidad más bien de παιδαγωγός, como se llama a sí mismo un par de veces («preceptor de unos pocos imberbes»). No dejó anécdota alguna este perro gris, esquivo al glam punk marca Diógenes. Digamos en su favor, o el de su modelo, que destella la gracia didáctica en la simpleza clara de sus restos.[7]

Cércidas, pederastas estoicos o Afroditas de mercado

Cércidas de Magalópolis, nacido circa 290 a. C., fue poeta, filósofo, político y militar –no se privó de nada. Era un joven de familia acaudalada cuyo enemigo era el tirano Lidíades de Megalópolis. Cuando en el año 235 el citado déspota fue derrocado, Cércidas se hizo legislador de la ciudad. En 226 fue enviado de Arato de Sición –jefe de la Liga Aquea– ante el rey macedonio Antígono Dosón, para pedirle ayuda para enfrentar al rey espartano Cleómenes III. Combate a continuación como general de los megapolitanos en la batalla de Selasia del 222, donde guiados por Dosón vencen y acaban con la monarquía en Esparta. Nuestro honorable can condujo allí un ejército de 1000 hombres[8]. Influido por Bión y Crates, Cércidas vindicó a Diógenes y a la jauría toda (a él se adeuda la noticia de que el perro celestial feneció a voluntad propia conteniendo la respiración). Su enemigo en el rubro filosófico era el estoico Esfero del Bósforo, ex consejero de Cleómenes y defensor de la pederastia o «amantedehombreshembras». En un poema advierte al joven Calimedonte de las intenciones aviesas de este secuaz de Zenón (fundador de la escuela de la Estoa y poco amigo de acostarse con mujeres). Cércidas, que mechaba la crudeza de los cínicos con el patetismo acendrado y el dominio plástico de los recursos retóricos propios de un poeta aristocrático, fue especialista en meliambos, yambos melódicos que probablemente se recitaran con acompañamiento musical en los banquetes. Era un fabricante serial de neologismos que daban especial sazón a esas embestidas de satírico, un recurso vinculado tanto a la comedia como a los cínicos, que nos deja una sensación de estar ante una cruza de Girondo y el Padre Castañeda. Esta traducción de José Martín García nos dará una vaga idea: «insaciable sacoderriqueza voraz e incontinentón / hizo al hijodepobrete Jenón, mandó nuestro dinero a estériles corrientes. / ¿Y qué impediría, si se le pidiera, / pues fácil es al dios cumplir cualquier / cosa que a su mente acuda, al usurerodesuciafalsamoneda / y matacalderilla o al adiarioderrochador / de todo un pletro de hacienda, vaciarle / su porcinorriqueza y devolver al comelopreciso / y bebevinodecratera el gastillo perdido?»… En los versos que quedan (varios descubiertos recién en el siglo XX) se lo ve como crítico social reclamando prorrateo de tierras y atención médica gratuita para la gente, reivindicando contra los viejos decadentes una edad provecta sin temor a la muerte y aplicada al estudio y la poesía, atacando la molicie de la música oriental en favor de la serena tradición helénica o defendiendo la opción por la Afrodita de ágora[9]. En este último ítem aconseja mantener el timón con firmeza contra esa «maníadehembragratis» que produce «granperjuicioeconómico y arrepentimiento». («La Afrodita del ágora, en cambio, es no inquietarse por nada: “Cuando digas y donde quieras”. Sin temor, sin turbación por un óbolo te acuestas.») «Con Cércidas –escribe el García citado–, un poeta de pulido estilo y profundo y crítico pensamiento, remata brillantemente la época fructífera y dorada de la poesía del género serioburlesco, pues es la única que sabemos que alcanzó la cúspide literaria.» Muere entre 217 y 220 a. C., diciéndole a sus familiares, como consuelo, que lo hacía con gusto porque esperaba reunirse allá con Pitágoras el sabio, Hecateo el historiador, el músico Olimpo y el poeta Homero[10]. Focio agrega que pidió ser enterrado con los dos primeros cantos de la Ilíada[11]Como se ve, era un cínico high culture al que conmovían las solemnidades clásicas, religioso incluso. Aunque deberá notarse que no se le reconoce discipulado alguno en la cadena transferencial del sinopense, por lo que habría que conjeturarlo como un believer o dog friendly, más que como un iniciado de hetería canina; y menos que como un πολις de aspecto jipi, el megalopolita se presenta a nuestros ojos como un refinado diplomático de izquierdas o intelectual de preferencias populistas o socialistas. Hay quien sostiene que es recién con Bión que el cinismo se expande del perímetro de Atenas al conjunto del mundo griego y se ensancha con nuestro hombre de la agitación individual a la dimensión política[12]Pero es patente que general, embajador y legislador –en el sentido estricto y concreto de los términos– no son actividades propias de un filósofo cínico. Cércidas convierte en realidad lo que en el celeste Diógenes –como lo bautizó para siempre– era metáfora: un perro que manda de veras y de veras es plenipotenciario, legisla, combate y gobierna. Baja los cielos a la tierra y consuma pedestremente los oximorónicos oficios que el cínico se atribuía. Este perro, o quizá filoperro, parece haber tenido dos vidas paralelas, si damos fe al ensamble de datos que nos llegan de él: una especie de Jekyll and Hyde. De ahí que se haya especulado que, en realidad, estamos ante dos y hasta tres Cércidas distintos confundidos en uno. 

     Se merece el final la historia referida por Ateneo de estas dos célebres doncellas siracusanas que, aplicando el método de pegatina, el filosofopoetaperro y estadistacastrense apodó las Culihermosas o Calipigias: «Había una vez un campesino que tenía dos hijas muy agraciadas. Estas muchachas discutiendo entre ellas en una ocasión salieron a la calle con el propósito de determinar por referendo vecinal cuál de las dos tenía el mejor culo, cuál de ellas era la καλλίπυγοτέρα. Se toparon rápidamente con dos jóvenes también hermanos que oficiaron de testigos tan gustosamente que uno acabó casado con la menor y el otro con la mayor, pese a los esfuerzos del padre de ellos porque contrajeran enlace con damas de conducta y condición más elevada. Y como la cosa había quedado en tablas fueron llamadas por los ciudadanos las Culihermosas, como refiere en sus yambos Cércidas diciendo «Había un par de culihermosas en Siracusa». Habiendo conseguido una espléndida hacienda las triunfales hermanas edificaron un templo a Afrodita poniéndole el nombre de diosa Culihermosa según también refiere Arquelao…[13]». La Fontaine hizo famosa en el siglo XVII la historia de las mentoras de la Aphrodite Kallipygos, con el siguiente remate: «Je ne sais pas à quelle intention; mais c'eût été le temple de la Grèce pour qui j'eusse eu plus de dévotion»[14] (No sé qué es lo que pretendían, pero habría sido el templo de Grecia por el que hubiese tenido más devoción)…

Los poetas de vena cínica o Leónidas contra Socares

Por ese entonces y según refieren los entendidos, del βίος κυνικός se desdibujan los rastros. Del otro lado, el las letras cínicas, el κυνικὸς τρόπος parece haber dejado de ser un patrimonio exclusivo de los perros y haberse filtrado en personalidades diversas que se ejercitaron en la crítica propia del serioburlesco, como los poetas estoicos Zenón, Oleante, Aristón de Quíos o el escéptico Timón –probable imitador de Crates o de las tragedias de Diógenes. José Martín García asocia con Sótades, por cronología y afinidades literarias, a Timón de Fliunte, alias el Silógrafo, feroz poeta satírico y filósofo escéptico alumno de Pirrón y de Estilpón de Megara. También a un tal Parmenón de Bizancio (o Pármeno), yambógrafo, y al poeta Fénice (o Fénix) de Colofón[15]. Según Javier Roca Ferrer este último practicaba un moralismo suavizado, alejado del sarcasmo diogénico, que cargaba contra la vanidad y los excesos, contraponiéndolos al encanto de lo popular y de la vida pastoril y laborante. Dice que era un poeta moralizante y menos imaginativo que Crates, que iba por el orbe amenizando la vida de los hombres humildes y haciéndolos partícipes de su sabiduría. «Fénix esgrime la poesía del mendigo –escribe el erudito–, la vida elemental del vagabundo. El radicalismo de la utopía de Crates pasó pronto y quedó el amor hacia lo sencillo.[16]» También estuvieron impregnados de cinismo una serie epigramáticos del s. III a. C. que tomaron algunos elementos de ellos recortando otros, como Leónidas de Tarento, Teodóridas de Siracusa, Hédilo, Posidipo de Pela, Ánite de Tégea (poetisa autora de epigramas y epitafios) y un tal Teeteto, deudores todos de las letras del perro, aunque herederos eclécticos sin compromiso doctrinario ni práctica sectaria conocida. Leónidas fue un poeta pobre que, en la misma línea de Fénice, escribía sobre los modestos trabajadores, vindicando la frugalidad y el contacto con la naturaleza. Llama la atención, sin embargo, verlo en dos de sus epigramas defenestrar a un cínico desarrapado y de baja ralea de nombre Socares, de esos que pulularon sin pena ni gloria póstuma (lo que parece probar la mentada disyunción entre τρόπος y βίος, cuando no la dilución del cinismo como secta de activistas-escritores). Leónidas presenta a este Socares como un típico cínico que lleva una agujereada πήρα, bastón (σκήπων), sandalias (βλαυτία) y un recipiente de cuero con aceite (λπη). Pero hete aquí que el anciano tan sabio (πάνσοφον le llama) cejó y se desplomó rendido por los encantos de un joven, que le sustrajo sus falsos bienes para ofrecerlos a Cipris, es decir a Afrodita:

Acá están el bastón y las sandalias, venerable Cipris,

el botín arrebatado del cínico Socares,

la mugrienta bota de aceite, y de su agujereada alforja,

inflada de sabiduría arcaica, las reliquias.

El bello Rodón, cuando atrapó al muy sapiente viejo,

los ofrendó a tus puertas orladas de guirnaldas.[17]

     En el siguiente epigrama detalla algunos otros ex adminículos del veterano, pero ahora rapiñados por la fuerza alternativa que mueve al mundo, el Hambre (Λιμός), que parece haber vuelto a desnudarlo ya de manera definitiva:

La alforja y el áspero pellejo de cabra

sin curtir, el bastón de trotamundos,

la pringosa ampolla de aceite, el monedero sin un duro

y el gorro que cubría la impía testuz.

He aquí los despojos de Socares que el Hambre

colgó de un arbusto de tamariscos cuando crepó.[18]

El antisatonismo continúa: Aristón o el estoico perruno

Sobre el ocaso del libro consagrado a los caninos por Diógenes Laercio, cuando trata el ideario gremial del grupo o los puntos en común, después de haber pasado revista por los adscriptos de uno en uno, de golpe y porrazo entra en acción nuestro hombre y toma la lanza: lo convoca dos veces para dejar en claro que los cínicos se aferraban a la ética sacándose de encima lógica y física (τν λογικν κα τν φυσικν τόπον περιαιρεν), agregado dos párrafos más tarde que tachaban de indiferente lo intermedio entre virtud y vicio (μεταξ ρετς κα κακίας διάφορα). De igual forma que Aristón de Quíos hacían lo segundo –expresa– y de manera similar a Aristón de Quíos lo primero[19]. En efecto el mentado Aristón, parido por el año 300 a. C., fue un estoico crítico o renegado que formuló una especie de regreso al cinismo al rebatir la utilidad de lógica y física, esos aditivos que sobreañadió Zenón. Apuntaba con contundencia: la lógica «no tiene nada que ver con nosotros» y la física «está más allá de nuestro alcance». Para él los razonamientos dialécticos (εγκύκλια μαθήματα) eran telas de araña, asombrosos e inútiles artificios, y quienes los emprendían una suerte de agrónomos de la paja y el excremento, o pretendientes de Penélope que no avanzan de seducir doncellas (confer Bión, a quien se dice que imitaba)[20]. Era más bien ateo o agnóstico y se tiró también contra la doctrina estoica de los indiferentes o διάφορα: en todo aquello que está entre el vicio y la virtud no hay preferibles (προηγμένα) naturales y racionales, bramaba[21]. Empardado de vuelta con Bión, mantenía más bien que el sabio, en ese segmento indeciso de las cosas, debe ser como un actor al que le toca asumir roles. Todo lo que está entre lo bueno y lo malo queda a criterio de cada quien en cada caso (περίστασιν)[22]. Queda claro el radicalismo del tipo, en tendencia regresiva hacia los perros (aunque no faltan los especialistas que insisten en que el concepto de διαφορία que destaca en el repertorio cínico es un invento suyo colgado retroactivamente al sinopense y compañía). Había tomado clases en Atenas con Zenón y en la Academia con Polemón y más tarde se abrió su instituto en el Cinosargo. Menos arisco que Antístenes, allí aceptaba a todo el mundo, y cuando se lo reprocharon contestó que era una lástima no poder sumar al resto de los animales a la clase (a los animales propiamente dichos se refería)[23]. La tradición lo relegó, pero parece que por entonces era victorioso y afamado. En él destacaban dos cosas: la elocuencia (lo llamaban la Sirena) y la calvicie, en ejercicio de la cual murió por insolación[24]. Como Diógenes a Platón, tuvo a Arcesilao de punto y enemigo, el rector de la Academia cuya «cabeza era Platón, Pirrón su cola y Diodoro el resto», según declaró con gracia[25]. Un ecléctico mutante que de platonista puro tenía el cargo nomás. Ambos, Aristón y Arcesilao, eran los mayores filósofos del momento, de acuerdo a Eratóstenes, que fue alumno del pelado de Quíos[26]. Merece que le hagamos un lugarcito como aliado.

Meleagro de Gadara, el menipeo erótico

Damos un salto en largo y llegamos al año 135 a. C., y volvemos a Gadara, la tierra de Menipo. Allí, en la Atenas de Siria como le llamó, dan a luz en esa fecha a Meleagro, conciudadano y continuador del susodicho genio de las perras letras. Con un hueco de más de siglo y medio es el último ejemplar de la ralea de los canes helenísticos. Luego de él habrá otro bache similar para encontrarnos a continuación con una nueva jauría, la del orbe romano. Meleagro es el primer imitador conocido del perro del submundo, léase Menipo, hasta que un día decide dar un timonazo y se cambia de bando. Como si fuera la versión elegante y airosa del pobre Socares, traiciona al perro por el amor y se convierte en un cultor de la poética erótica. De su etapa menipea, como último campeón del σπουδαιογέλοιον del mundo helenístico, tenemos al menos tres títulos: Las Gracias (Χάριτες), El Banquete (Συμπόσιον) y El cotejo entre el puré de arvejas y la sopa de lentejas (Δεκίθου καὶ φακῆς σύγκρισιν). A estos tres opúsculos les cabe el bonete que le pone a Meleagro Diógenes Laercio, cuando equipara a Menipo con él, diciendo que ni uno ni otro escribieron nada serio[27]. Sin embargo parece que también confeccionó en cinco libros un estudio acerca de las opiniones de los filósofos (Περ δοξν). No ha quedado nada de este lapso de rebelde neto, en cambio sobreviven unos 130 epigramas posteriores a la relativa y literaria conversión. Entre los años 100 y 70 Meleagro se convierte en editor de la Guirnalda (Στέφανος), una antología de poesías líricas de los autores más destacados de los siglos VI al II, en la que cada uno es comparado a una flor determinada (a él debemos de hecho la palabra antología, y de ahí florilegio, de la derivación latina, que eso significan literalmente: un ramillete de flores). Vemos que el hombre se había consagrado a las maneras de la cultura de buena cuna, aunque sin abandonar del todo las viejas posiciones de trinchera, razón por la cual excluyó del diván al epicúreo Filodemo, gadarense pero adversario filosófico. En esos epigramas de tintes autobiográficos él mismo se encarga de discriminar los dos períodos de su vida, un primero guiado por las Gracias –esto es por la sátira moral cínica– y un segundo presidido por Eros: «De Leto posees el galardón de doble filo, uno el de la risa y lo serio unidos y el otro el verso que trata de amores. ¡Ah, sí! Es Meleagro, del hijo de Eneo tocayo, el simbolizado por esta cacería. Te saludo también entre los muertos, porque con Eros a la Musa y las Gracias armonizaste en una única sabiduría»[28]. Meleagro profesó la vidurria licenciosa y se entrega madurito a la vena erótica, aunque mantiene algunos motivos cínicos y no abandona cierta distancia propia del humor. Son versos que varían en torno a las noches de amor con unas tales Zenófila y Heliodora, encantadoras hetairas, no sin algunas concesiones al flirteo con efebos como un tal Miísco. Prólogo y epílogo van dedicados a Diocles de Magnesia, aquel promotor de los cínicos que sirvió de superlativa fuente a Diógenes Laercio en pro de sus ínclitas Vidas de filósofos –en particular en las secciones sobre caninos y estoicos. «Gran poeta Meleagro, capaz de caer en embarullado preciosismo o chato pedestrismo cuando su Musa le abandona, pero también de escribir con inspiración bellísimos versos» –así lo epitafia su traductor Manuel Fernández Galiano en la versión de Gredos de la Antología Palatina. En Meleagro se cruzan el cosmopolita desapegado y el hombre orgulloso de su pertenencia a la Hélade. Parece que partió de niño o joven de la siria Gadara hacia Tiro, ciudad fenicia de origen púnico o cartaginés, y finalmente recaló en la isla griega de Cos, donde murió muy viejo entre el 60 y 50 a. C. En Tiro frecuentó a las dos citadas hetairas y en Cos tuvo de querida a una tal Fanio entre otras. «La isla de Tiro me crio, fue mi tierra materna el Ática de Asiria, Gadara, y nací de Éucrates yo, Meleagro, a quien dieron antaño las Musas el poder cultivar las Gracias menipeas. Sirio soy. ¿Qué te asombra, extranjero, si el mundo es la patria en que todos vivimos, paridos por el Caos?»[29] Pareciera que Meleagro nos está diciendo que ser cosmopolita es ser multifacético, que como se cambia de ciudad se cambia de tradición o género literario. Da la sensación en esos versos epigráficos de que el curtido libídine (alias el Ovidio griego) ríe bastante de sí mismo entre los zarandeos que le inflige la pasión carnal, nota que por cierto no desagradaría al predecesor y paisano.




[1] Lo llama «Μητροκλῆς δὲ ἐκενος», que Martín García traduce por el famoso Metrocles.

[2] Laercio, VI 95.

[3] Id., ibid. Goulet-Cazé demostró por qué hay que imputárselos más bien a Crates (vid. Le cynisme, une philosophie Antique).

[4] Laercio, VI 95; id., VI 75; id., VI 102; Antología Palatina VII 520; Estobeo, III 8, 20; Colotes a Platón, Lisis [Papiro de Herculano 208] VI, p. 12 a 1-c 16; id., ibid., 1032 VII, p. 11 d 1-8.

[5] La Suda, s. v, Sótades, IV, p. 409 Adler 23 ss; Ateneo, XIV 620 e-621b; Pseudo-Plutarco, Sobre la educación de los hijos 11 a; Escolio a Hefestión, 108, 14 Consbruch; Marcial, Epigramas II 86; Demetrio, Sobre la elocuencia, frg. 189; Nonno a Gregorio de Nizancio, Discurso primero Contra Juliano, 36, 1000 Migne; Plinio, Epístolas V 8, 6.

[6] Edward N. O’Neil, Teles: The Cynic Teacher.

[7] Estobeo, II 15, 47, pp. 194-196 Waschmuth; id., III 1, 98, pp. 37-49 Hense; id., ibid. 40, 8, pp. 738-748 Hense; id., IV 33, 31, pp. 808-817 Hense; id., ibid. 32, 21, pp. 785-788 Hense; id., ibid. 34, 72, pp. 848-849 Hense; id., ibid. 44, 82, pp. 984-986 Hense; id., ibid. 44, 83, pp. 986-991 Hense. Cf., P. P. Fuentes González, El lugar de Teles en la filología; Teles y la biomania; Magisterio y literatura en la diatriba del cínico Teles; A. Gonzales, Télès ou la philosophie populaire de l’esclavage par temps de crise.

[8] Polibio, II 48; id., II 65.

[9] Papiro de Oxirrionco n.° 1082.

[10] Eliano, Historia varia XIII 20.

[11] Biblioteca 190.

[12] Léonce Paquet, Les cyniques grecs.

[13] Ateneo, XII 554 c.

[14] Jean de La Fontaine, Contes libertins.

[15] José A. Martín García, Los filósofos cínicos y la literatura moral serioburlesca, vol. I.

[16] Javier Roca Ferrer, El cinismo, problemas generales.

[17] Antología griega VI 293.

[18] Ibid. VI 298.

[19] Laercio, VI 103 y 105.

[20] Id., VII 160-161; Estobeo, II 22.

[21] Laercio, VII 161; Cicerón, De la naturaleza de Dios I, 14; Sexto Empírico, Contra los Profesores, XI 64-67.

[22] Laercio, VII 160.

[23] Plutarco, Sobre la necesidad de que el filósofo converse especialmente con los gobernantes I c.

[24] Laercio, VII 160; id., VII 164.

[25] Id., IV 32; Sexto Empírico, Comentarios al Pirronismo I 33.

[26] Estrabón, I 2, 2.

[27] Laercio, VI 99.

[28] Antología Palatina VII 421, vv. 7 ss.

[29] «μίαν, ξένε, πατρίδα κόσμον ναίομεν, εν θνατούς πάντας έτικτε Χάος» (Ibid. VII 417)


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