La sucesión extrafamiliar de Crates
(Teómbroto, Cleómenes, Demetrio, Equecles, Timarco y Menedemo)
Si bien por la manera en que
Metrocles es evocado por el cuasi coetáneo Teles[1] se puede
estimar que era un tipo ilustre en su tiempo, para la posteridad la imagen de los hermanos maronitas quedó fijada más
en su rol de aprendices que de filósofos hechos. Así lo prueban los
epistolarios cínicos, que reservan a Diógenes y Crates el sempiterno papel de
guías ejemplares. La historia heroica del cinismo original, el anecdotario
fundante, se corta para siempre en ese momento egregio y los inmortaliza como
tales. Las cartas son pura pedagogía con toquecitos de gracia y varían sobre
las leyendas consabidas, no se puede esperar de ellas garantía de fidelidad
histórica sino incluso una eventual distorsión del mensaje inicial por parte
del acartonado cinismo proletario rehabilitado en torno al Imperio romano. Dan
por sentado que conocieron al último Diógenes y que fue también su monitor, ya
que le dirige una carta a ella y dos a él. De Crates hay siete a la mujer y
cuatro al cuñado. En una le informa a Metrocles del rapto de Diógenes a manos
de los piratas, explicándole por qué no hay que ir al rescate, y en otra
anoticia a Hiparquía de que el maestro está a punto de morir, pidiéndole que
vuelva a darle un abrazo y sea testigo del poder de la filosofía ante lo más
aterrador. Por su parte Diógenes la felicita por aspirar a la filosofía pese a
ser mujer y por hacerse miembro de una secta cuya dureza derrumba a los varones
más pintados. Le pide que siga firme junto al marido. A Metrocles lo induce en
una a tener valor para sobrellevar la vida perruna, el apodo ofensivo, los
harapos y el ejercicio del pedigüeño filosófico que reclama lo que es suyo a
cambio de salvar a todos, y en otra le dice que no olvide la mano del pastor, o sea que se masturbe cuando la cosa urja donde
le venga bien y no pierda el tiempo en flirteos inocuos con mujercitas
casquivanas. Que la prudencia y la fortaleza son hijas también del atajo propiciado por el bucólico dios
Pan. Crates lo instruye sobre la mendicación, lo insta a soportar el miedo al
qué dirán o bien salir a correr y hacer gimnasia no en soledad sino donde haya
jóvenes a los que servir de ejemplo. Las perras no son inferiores a los perros
y las mujeres no son nacen inferiores a los hombres le explica a la dama, y lo
demuestran las proezas de las Amazonas. De modo que nada de eso del sexo débil.
Las misivas a la esposa-alumna exponen la tensión entre la hilandera y la
filósofa; las cartas de ambos maestros a Metrocles no dejan de girar en torno a
la superioridad del aprendizaje por los hechos sobre el aprendizaje discursivo,
o sea que enfatizan la lección del flato.
Del Metrocles maduro apenas conocemos lo
que dijo sobre la παιδεία:
que no se obtiene con dinero, como si fuera una casa, sino con ἐπιμελεία más tiempo (cuidado, práctica, atención y el plus de la
constancia). Las viviendas, después de todo, son bienes fortuitos que usurpan
los okupas imperiales. Más allá de la
vida pobre que transmiten Plutarco y Teles o de la mendicidad arrogada por los
cínicos futuros, se infiere por un adagio dejado por Diógenes Laercio que no
condenó de plano a la riqueza, sólo dijo que era dañina si no se hacía un uso
digno[2].
Como
escritor perduró por su libro de Anécdotas,
como inventor del género al menos entre los cínicos, y como preceptor se
confunde un poco con el mismo Crates, ya que los sucesores del mando cínico que
hoy se atribuyen al tebano podrían haber sido también sus herederos, dado que
Diógenes Laercio es confuso al respecto y a primera vista se los estaría
imputando a él[3].
Es el estoico medio Hecatón, un colega autor de Anécdotas, el que dice que tiró al fuego sus propios textos, otros
que Laercio no precisa aseguraban que fueron las lecciones teofrásticas. Había
allí, evidentemente, una querella acerca de cuán rebelde podía ser un cínico de
buena cuna con respecto al establishment
escolástico, o sobre la relación que debían mantener ambas corrientes.
En cuanto a la gloria de la hermana, si
hay que fiarse de una de las epístolas diogénicas deberíamos aceptar que
Maronea cambió su nombre por el de esta mujer
pero filósofo –como la llama el Perro–
y pasó a llamarse Hiparquia. La ciudad, famosa por sus viñedos y sus vinos –con
los que Odiseo emborrachó a Polifemo– llevaba el nombre por ser fundada, de
acuerdo al mito, por un hijo de Dionisos que perfeccionó la vitivinicultura, un
mero comerciante de vinos según
Diógenes, de nombre Marón. Se trata de un chiste abstemio y moralizador, aunque
uno podría imaginarse el trasfondo posible de algún acción art o piquete urdido por el cinicato a las puertas de dicha
urbe.
Si la filosofía llamada cínica –haya sido
una escuela, un género de vida, un movimiento o un puro rótulo ulterior para
algo que en sí mismo no existió– tuvo algún tipo de organicidad y continuidad,
todo indica que se debió a Crates de Tebas y su círculo. Es lo que deben de
haber asentado, al menos, algunos autores de sucesiones de la etapa alejandrina
en los que hace pie Diógenes Laercio. Los demás seguidores de Diógenes, que no
parecen haber formado parte de dicho grupo, unos no fueron filósofos y otros
son personajes más oscuros sin herederos conocidos –descontado Estilpón, que
presidió la corriente megárica. Si el cinismo nació con Antístenes, con
Diógenes, con Crates, con los cesionarios de él o bien mucho después o ya con
Sócrates, es materia incierta. Del tebano se desprende una lechigada de hasta
tres o cuatro generaciones. Lo que le sigue es una literatura que contiene un
cinismo difuso cultivado por nuevos autores del yambo u otras formas poéticas,
o la línea diatríbico-satírica que sale de dos probables escuchas de Crates que
fueron Bión y Menipo. Hasta llegar más tarde al cinismo en vivo y en directo
que registran las fuentes del mundo romano, masivo y estereotipado con algunas
vagas excepciones, o muy mezclado con otras filosofías y cultos.
Allende el núcleo familiar Crates dio a
luz a una panda variada: por un lado a los primeros estoicos, que hay que
estimar que en principio fueron cínicos, Zenón de Citio y su sucesor Cleantes
de Cos, apodado el Segundo Heracles, alumno
suyo y más tarde de Zenón; por otro al gran iniciador e inspirador de la
literatura satírica Menipo; y finalmente a otros menos conocidos, pero quizá sí
más fieles: Teómbroto y Cleómenes, el que escribió un Pedagógico (Παιδαγωγικός) del que se
conserva una anécdota sobre Diógenes como esclavo-león.
Discípulos de Teómbroto fueron Demetrio de
Alejandría –del que quedaría un fragmento de diatriba citado por Estobeo– y
Equecles de Éfeso. De Cleómenes, el mismo Equecles y Timarco de Alejandría.
Menedemo de Lámpsaco, al que Erasmo evoca
en uno de los Coloquios, fue
discípulo de Equecles y quizá de Teómbroto. Este Menedemo había sido antes
alumno de su paisano Colotes, un epicúreo con el que sostuvo una polémica sobre
ética y poesía conservada en los papiros de Herculano. Con él cierra Diógenes
Laercio el libro sobre los cínicos de la inmortal Vidas de filósofos, contando que –según narró Hipóboto– se vestía
de Erinia o Furia «por su gusto por los relatos de prodigios y
maravillas» (τερατείας). Dice que declaraba provenir del Hades como ἐπίσκοπος
o inspector
de las faltas que haría notificar a su regreso. Es la misma anécdota que se
cuenta por otras fuentes acerca de Menipo, por lo que se estima que Laercio lo
confunde o que fue una invención del mismo Menipo.
A Teómbroto y Cleómenes, con acmé en el
300 a. C., hay que ubicarlos en la generación de los hermanitos de Maronea, o
quizá en la siguiente, como filósofos a caballo entre dos siglos. Demetrio,
Equecles y Timarco serían de la misma generación que Menipo, Sótades y Cércidas,
con floruit alrededor del 275 a. C. Menedemo,
floruit en 250 a. C. y Teles, idem 250-235 a. C., serían los últimos
cínicos conocidos del tercer siglo precristiano.
Las razones por las cuales no tenemos hablillas, citas ni textos de esta gente, Teómbroto, Cleómenes y adeptos, pueden imaginarse. Seguramente se mantuvieron dentro de los cánones, cumpliendo con la vida cínica sin innovar. Quizá les faltó genio o no hicieron más que repetir preceptos, hábitos y consignas que ya no configuraban novedad alguna ni escándalo mayor. Tampoco aportaron como escritores, ya porque no escribieron nada o nada muy memorable o distinto, como sí lo hicieron los otros perros heteróclitos e infieles para los que el cinismo fue más una ética literaria. O quizá en definitiva no fueron beneficiarios de la suerte histórica.[4]
Sótades de Maronea, los maricas y la fatalidad del tonel
Unos diez
años más joven que Menipo, nacido cerca del 325 a. C., era Sótades de Maronea,
alias el Poseso (Daimonestheís), vinculado a Crates y Metrocles. Ejercía la sátira en versos jónicos con
métrica de propia invención, llamados κίναιδος –provocadores de pudor – o maricas
según Martín García, y a la postre sotadeos, que ridiculizaban a
los voluptuosos y feminoides con jerga de pederasta, lasciva y coprológica.
Se reía de los señoritos gays, y a juzgar
por los títulos que deja, era adicto a la burla sobre cuestiones
erótico-sexuales. Escribió un Príapo
sobre la deidad fálica, una Nékyia o Katábasis en línea menipea, un Amazonas, un Adonis y una parodia de la
Ilíada. Sobreviven sólo diez fragmentos y algunos otros inciertos. Pese a
que fue acusado de κακοζέλια o mal gusto,
tuvo una buena acogida entre los latinos (los críticos quizá no advertían que
las formas hacían parte de la burla paródica). Se estima que fue el primer
aficionado de la historia a los palíndromos (versos capicúas llamados por
entonces retrógrados), el LUCA de los Filloy, los Cortázar o
los OuLIPO (last universal common
ancestor). Como era amigo de
tirarse contra los soberanos, la pasó mal: se dice que acabó en la cárcel o
bien que fue metido por Patroclo, general de Ptolomeo, en una tinaja sellada
con plomo y arrojado a altamar. Un campeón de la παρρησία y
la ἀναίδεια que así lo pagó. Parece que en Alejandría
criticaba a Lisímaco, oficial de Alejandro devenido en βασιλεύς, y cuando estuvo con él cambió el objetivo por
el citado Ptolomeo Filadelfo, al que atacó porque el muy incestuoso monarca
había decidido casarse con la hermana, una tal Arsínoe («No en lícito orificio introduces el aguijón», espetole). Vemos que
el malogrado Sótades era un crítico del poder del subgénero de alcoba. Y no
ingrato con el maquiavelismo veleta. Nuestro yambógrafo tracio es uno de los
últimos nombres célebres del cinismo helenístico, después de él hay un vacío de
personalidades hasta el siglo I después de Cristo, ya en fase romana. Habida
cuenta del desenlace se puede sospechar por qué. También porque las virtudes
cínicas, ya en una versión menos radical y con una inserción social menos
problemática, eran sostenidas con las debidas alteraciones por epicureísmo y
estoicismo, y muertos Diógenes y Crates no había un maestro férreo sino el
proceso de mescolanza y autocrítica (autoburla más bien) emprendido por gente
como Bión y Menipo. Sindicado de loco, igual que el Perro, el tonel también fue su morada; pero forzada, fatal y
póstuma.[5]
Teles, el
perro docente o el Bión trucho
Teles era algo menor. Se ignoran fecha de nacimiento y
procedencia (quizá Megara, tal vez Atenas). Floruit estimado
entre 250 y 235 a. C. Aunque no se entera tuvo bastante suerte, porque
conservamos unas cuantas páginas de su cuño merced a un compendio que hacia el siglo IV
cristiano Juan Estobeo hizo de un tal Teodoro, un perfecto desconocido que
había realizado extractos varios de las diatribas suyas. De no ser por esta recopilación aislada él
también hubiese sido un perfecto desconocido, ya que no hay ningún otro rastro
de su existencia o escritura en el resto de los documentos antiguos. Allí versa sobre temática
cínica cuasi ortodoxa, algo atemperada por la transigencia cirenaica que
infiltró el boristenita en el movimiento. No hay en el templado e ignoto cuadrúpedo nada de las
fantasías y eventuales colmos de Menipo. Se trata, como asegura Edward O’Neil,
encargado de traducirlo para la corporación universitaria norteamericana, de un
cínico sin glamour y más bien naïve. Estos textos, dice el comentarista, escritos en
un griego un poco torpe y tortuoso, son pastiches de antiguos escritos cínicos,
repletos de alusiones y referencias de autoridad matizadas con pequeñas
apostillas propias[6].
De él se dice que fue un catequista
errante, o más factiblemente un modesto profesor de filosofía que puso una
escuelita en Atenas o Megara. Tipo de cínico institucional y amansado. O’Neil
apunta que encarna al hombre común y que su tono cordial sugiere una
conversación de la calle adaptada a un aula de párvulos principiantes. Estas diatribas en las que campea el
ejercicio del símil son sermones luminosos (nada hay en ellos de invectiva como
tarascón ad hominem) que giran en torno al ser y el aparecer,
pobreza y riqueza, ventajas de la pobreza, sobre autarquía y aplomo, sobre las
circunstancias y acerca de que el placer no es el objeto de la vida. Los
entendidos suelen acordar en que el autor era menos un creador que un colector,
un maestro de ética o un difusor de la enseñanza de Diógenes y Crates salpicada
de otras corrientes socráticas. Recorta estrofas del sinopense para acabar
convirtiéndolo en un héroe del acomodamiento a las circunstancias: si no la
fortaleza y la fuerza de voluntad, sí se diluye la audacia de corte temerario
ante la resignación frente a los hechos y el asumirse como un actor que lleva
la máscara que la fortuna le adjudicó. Persona es personaje, digamos, y ser un
hombre bueno –un buen hombre habría que decir– es aprenderse bien el papel. El
cinismo actoral es, literalmente, el cinismo hipócrita. Un cinismo de
adaptación pasiva, pero sin dudas modesto. Teles es el abogado del cínico manso
y humilde, sin pena ni gloria, del que es mendigo y vagabundo como Diógenes,
pero ya no rey y gobernante de los hombres. Del can secundón o deuteragonista.
Los papeles repartidos por la casualidad que brinda como ejemplo no son otros
que los del náufrago, el mendigo, el desterrado, el anónimo y el notable
(ναυαγός, πτωχός, φυγάδος, ἄδοξος y ἔνδοξος), todos adjudicados a Diógenes; pero la enseñanza que
transmite va dirigida en especial a los excluidos del último. Si se asocia el
κυνικὸς βίος a calzarse el burdo manto, el báculo y la alforja,
Teles dirá que eso no es lo importante –en todo momento lo que le interesa es
el τρόπος, que en este caso no es el estilo literario sino el carácter de cada
quien. Los epistolarios
endilgados a Diógenes y Crates tendrán por destinatario a jóvenes iniciados en
la filosofía y la vida cínicas, el de los discursos telesianos es una
estudiantina genérica, un público cualunque. Nuestro educador no era un cínico
de camarilla e incluso no era un propiamente un cínico: nada hay del sectarismo que destilan aquellas cartas
posteriores, de estilo similar, y parece bascular entre la compostura y
resignación de los estoicos y la deriva ecléctico-cirenaica del bionismo.
Prueba habida en que además de Diógenes y Crates, o el mismo Bión o Sócrates,
cita dos veces a Estilpón y una a Aristipo, a Jenofonte y a Zenón de Citio –sin
contar las continuas referencias a Homero y Eurípides, o bien a Sófocles,
Teognis, el cómico Filemón, o a ejemplares de la moralidad política como
Arístides. Zeller lo dio por estoico casi cínico y otros por megárico de
simpatía estoica, y hasta que llegó Wilamowitz y lo fichó entre los perros se
lo creyó un pitagórico. Así fue catalogado en el siglo XVIII, y de hecho en el
registro de personalidades nombradas por Estobeo –urdido por el bizantino
Focio– tampoco aporta entre los cínicos. Roca Ferrer lo convierte en un
recopilador de diatribas cínico-estoicas, Wilamowitz en el antecedente más
antiguo del sermón cristiano del que hay noticia. Apenas leyéndolo se advierte
que no hay una congruencia necesaria entre un texto y otro: defiende una
impasibilidad extrema agarrado de Estilpón, o con Bión relativiza la pobreza
para después reivindicarla, etcétera.
A Teles se deben
la pervivencia de Bión en escuetos fragmentos y las muestras más antiguas de la
llamada diatriba cínica, que acá debe entenderse como una especie de
lección-apólogo, más un apunte estenográfico de clase oral en forma de homilía
que un ejercicio de elocuencia. Se lo estudió por dichos dos motivos. Pero si
son diatribas y son cínicas, o simple predicación moral-popular, en realidad
está por verse. Aunque hay quien dice que la diatriba es más una invención de
la filología alemana de fines del XIX que un género tipificado en la antigüedad
griega, se supone que existió, fraguado o perfeccionado por Bión, y que los
textos arrogados a Teles pertenecen al mismo. Al mismo género o al mismo Bión.
O más bien, que son una especie de manualización o collage, una adaptación para adolescentes de secundaria facturada
por un imitador sin luces o sucesor mimético. Cuanto tienen de donoso fue
atribuido al boristenita y cuanto de torpe al epitomista, acusado de fabricar
mamarrachos ajenos al talento y la originalidad. Se dijo que lo copia incluso cuando
cita a otros y hasta se llegó a suponer que el tipo se presentaba ante los
espectadores haciéndose pasar por Bión. A falta de un Laercio, la modernidad le
inventa historias (la situación es curiosa: adentro de la mamushka de Estobeo está la de Teodoro y adentro la de Teles y
adentro la de Bión). Se lo rebaja como espécimen poco significativo por sí
mismo y no brillante escritor, aunque lo recibimos, como se vio, a través de un
doble filtro de citas y en calidad más bien de παιδαγωγός, como se llama a sí mismo un par de veces («preceptor de unos pocos imberbes»). No
dejó anécdota alguna este perro gris, esquivo al glam punk marca Diógenes. Digamos en su favor, o el de su modelo,
que destella la gracia didáctica en la simpleza clara de sus restos.[7]
Cércidas, pederastas
estoicos o Afroditas de mercado
Cércidas de Magalópolis, nacido circa 290 a. C., fue poeta, filósofo, político y militar –no se privó de nada. Era un joven de familia acaudalada cuyo enemigo era el tirano Lidíades de Megalópolis. Cuando en el año 235 el citado déspota fue derrocado, Cércidas se hizo legislador de la ciudad. En 226 fue enviado de Arato de Sición –jefe de la Liga Aquea– ante el rey macedonio Antígono Dosón, para pedirle ayuda para enfrentar al rey espartano Cleómenes III. Combate a continuación como general de los megapolitanos en la batalla de Selasia del 222, donde guiados por Dosón vencen y acaban con la monarquía en Esparta. Nuestro honorable can condujo allí un ejército de 1000 hombres[8]. Influido por Bión y Crates, Cércidas vindicó a Diógenes y a la jauría toda (a él se adeuda la noticia de que el perro celestial feneció a voluntad propia conteniendo la respiración). Su enemigo en el rubro filosófico era el estoico Esfero del Bósforo, ex consejero de Cleómenes y defensor de la pederastia o «amantedehombreshembras». En un poema advierte al joven Calimedonte de las intenciones aviesas de este secuaz de Zenón (fundador de la escuela de la Estoa y poco amigo de acostarse con mujeres). Cércidas, que mechaba la crudeza de los cínicos con el patetismo acendrado y el dominio plástico de los recursos retóricos propios de un poeta aristocrático, fue especialista en meliambos, yambos melódicos que probablemente se recitaran con acompañamiento musical en los banquetes. Era un fabricante serial de neologismos que daban especial sazón a esas embestidas de satírico, un recurso vinculado tanto a la comedia como a los cínicos, que nos deja una sensación de estar ante una cruza de Girondo y el Padre Castañeda. Esta traducción de José Martín García nos dará una vaga idea: «insaciable sacoderriqueza voraz e incontinentón / hizo al hijodepobrete Jenón, mandó nuestro dinero a estériles corrientes. / ¿Y qué impediría, si se le pidiera, / pues fácil es al dios cumplir cualquier / cosa que a su mente acuda, al usurerodesuciafalsamoneda / y matacalderilla o al adiarioderrochador / de todo un pletro de hacienda, vaciarle / su porcinorriqueza y devolver al comelopreciso / y bebevinodecratera el gastillo perdido?»… En los versos que quedan (varios descubiertos recién en el siglo XX) se lo ve como crítico social reclamando prorrateo de tierras y atención médica gratuita para la gente, reivindicando contra los viejos decadentes una edad provecta sin temor a la muerte y aplicada al estudio y la poesía, atacando la molicie de la música oriental en favor de la serena tradición helénica o defendiendo la opción por la Afrodita de ágora[9]. En este último ítem aconseja mantener el timón con firmeza contra esa «maníadehembragratis» que produce «granperjuicioeconómico y arrepentimiento». («La Afrodita del ágora, en cambio, es no inquietarse por nada: “Cuando digas y donde quieras”. Sin temor, sin turbación por un óbolo te acuestas.») «Con Cércidas –escribe el García citado–, un poeta de pulido estilo y profundo y crítico pensamiento, remata brillantemente la época fructífera y dorada de la poesía del género serioburlesco, pues es la única que sabemos que alcanzó la cúspide literaria.» Muere entre 217 y 220 a. C., diciéndole a sus familiares, como consuelo, que lo hacía con gusto porque esperaba reunirse allá con Pitágoras el sabio, Hecateo el historiador, el músico Olimpo y el poeta Homero[10]. Focio agrega que pidió ser enterrado con los dos primeros cantos de la Ilíada[11]. Como se ve, era un cínico high culture al que conmovían las solemnidades clásicas, religioso incluso. Aunque deberá notarse que no se le reconoce discipulado alguno en la cadena transferencial del sinopense, por lo que habría que conjeturarlo como un believer o dog friendly, más que como un iniciado de hetería canina; y menos que como un ἄπολις de aspecto jipi, el megalopolita se presenta a nuestros ojos como un refinado diplomático de izquierdas o intelectual de preferencias populistas o socialistas. Hay quien sostiene que es recién con Bión que el cinismo se expande del perímetro de Atenas al conjunto del mundo griego y se ensancha con nuestro hombre de la agitación individual a la dimensión política[12]. Pero es patente que general, embajador y legislador –en el sentido estricto y concreto de los términos– no son actividades propias de un filósofo cínico. Cércidas convierte en realidad lo que en el celeste Diógenes –como lo bautizó para siempre– era metáfora: un perro que manda de veras y de veras es plenipotenciario, legisla, combate y gobierna. Baja los cielos a la tierra y consuma pedestremente los oximorónicos oficios que el cínico se atribuía. Este perro, o quizá filoperro, parece haber tenido dos vidas paralelas, si damos fe al ensamble de datos que nos llegan de él: una especie de Jekyll and Hyde. De ahí que se haya especulado que, en realidad, estamos ante dos y hasta tres Cércidas distintos confundidos en uno.
Se merece el final la historia referida por Ateneo de estas dos célebres doncellas siracusanas que, aplicando el método de pegatina, el filosofopoetaperro y estadistacastrense apodó las Culihermosas o Calipigias: «Había una vez un campesino que tenía dos hijas muy agraciadas. Estas muchachas discutiendo entre ellas en una ocasión salieron a la calle con el propósito de determinar por referendo vecinal cuál de las dos tenía el mejor culo, cuál de ellas era la καλλίπυγοτέρα. Se toparon rápidamente con dos jóvenes también hermanos que oficiaron de testigos tan gustosamente que uno acabó casado con la menor y el otro con la mayor, pese a los esfuerzos del padre de ellos porque contrajeran enlace con damas de conducta y condición más elevada. Y como la cosa había quedado en tablas fueron llamadas por los ciudadanos las Culihermosas, como refiere en sus yambos Cércidas diciendo «Había un par de culihermosas en Siracusa». Habiendo conseguido una espléndida hacienda las triunfales hermanas edificaron un templo a Afrodita poniéndole el nombre de diosa Culihermosa según también refiere Arquelao…[13]». La Fontaine hizo famosa en el siglo XVII la historia de las mentoras de la Aphrodite Kallipygos, con el siguiente remate: «Je ne sais pas à quelle intention; mais c'eût été le temple de la Grèce pour qui j'eusse eu plus de dévotion»[14] (No sé qué es lo que pretendían, pero habría sido el templo de Grecia por el que hubiese tenido más devoción)…
Los poetas de
vena cínica o Leónidas contra Socares
Por ese entonces y
según refieren los entendidos, del βίος
κυνικός se desdibujan los
rastros. Del otro lado, el las letras cínicas, el κυνικὸς τρόπος parece haber dejado de ser un patrimonio exclusivo
de los perros y haberse filtrado en personalidades diversas que se ejercitaron
en la crítica propia del serioburlesco, como los poetas estoicos Zenón, Oleante, Aristón
de Quíos o el escéptico Timón –probable imitador de
Crates o de las tragedias de Diógenes. José Martín García asocia con Sótades,
por cronología y afinidades literarias, a Timón de Fliunte, alias el Silógrafo, feroz poeta satírico y
filósofo escéptico alumno de Pirrón y de Estilpón de Megara. También a un tal
Parmenón de Bizancio (o Pármeno), yambógrafo, y al poeta Fénice (o Fénix) de
Colofón[15]. Según
Javier Roca Ferrer este último practicaba un moralismo suavizado, alejado del
sarcasmo diogénico, que cargaba contra la vanidad y los excesos,
contraponiéndolos al encanto de lo popular y de la vida pastoril y laborante.
Dice que era un poeta moralizante y menos imaginativo que Crates, que iba por
el orbe amenizando la vida de los hombres humildes y haciéndolos partícipes de
su sabiduría. «Fénix esgrime la poesía
del mendigo –escribe el erudito–, la
vida elemental del vagabundo. El radicalismo de la utopía de Crates pasó pronto
y quedó el amor hacia lo sencillo.[16]»
También estuvieron impregnados de cinismo una serie epigramáticos del s. III a.
C. que tomaron algunos elementos de ellos recortando otros, como Leónidas de
Tarento, Teodóridas de Siracusa, Hédilo, Posidipo de Pela, Ánite de Tégea (poetisa
autora de epigramas y epitafios) y un tal Teeteto, deudores todos de las letras
del perro, aunque herederos eclécticos sin compromiso doctrinario ni práctica
sectaria conocida. Leónidas fue un poeta pobre que, en la misma línea de
Fénice, escribía sobre los modestos trabajadores, vindicando la frugalidad y el
contacto con la naturaleza. Llama la atención, sin embargo, verlo en dos de sus
epigramas defenestrar a un cínico desarrapado y de baja ralea de nombre Socares,
de esos que pulularon sin pena ni gloria póstuma (lo que parece probar la
mentada disyunción entre τρόπος y βίος,
cuando no la dilución del cinismo como secta de activistas-escritores). Leónidas
presenta a este Socares como un típico cínico que lleva una agujereada πήρα, bastón
(σκήπων), sandalias (βλαυτία)
y un recipiente de cuero con aceite (ὄλπη). Pero hete aquí
que el anciano tan sabio (πάνσοφον le llama) cejó y se desplomó rendido por los encantos de un joven, que le
sustrajo sus falsos bienes para ofrecerlos a Cipris, es decir a Afrodita:
Acá
están el bastón y las sandalias, venerable Cipris,
el botín arrebatado del cínico Socares,
la mugrienta bota de aceite, y de su agujereada
alforja,
inflada de sabiduría arcaica, las reliquias.
El bello Rodón, cuando atrapó al muy sapiente
viejo,
los
ofrendó a tus puertas orladas de guirnaldas.[17]
En el siguiente epigrama detalla algunos
otros ex adminículos del veterano, pero ahora rapiñados por la fuerza
alternativa que mueve al mundo, el Hambre (Λιμός),
que parece haber vuelto a desnudarlo ya de manera definitiva:
La
alforja y el áspero pellejo de cabra
sin curtir, el bastón de trotamundos,
la pringosa ampolla de aceite, el monedero sin un
duro
y el gorro que cubría la impía testuz.
He aquí los despojos de Socares que el Hambre
colgó de un arbusto de tamariscos cuando crepó.[18]
El
antisatonismo continúa: Aristón o el estoico perruno
Sobre el ocaso
del libro consagrado a los caninos por
Diógenes Laercio, cuando trata el ideario gremial del grupo o los puntos en
común, después de haber pasado revista por los adscriptos de uno en uno, de
golpe y porrazo entra en acción nuestro hombre y toma la lanza: lo convoca dos
veces para dejar en claro que los cínicos se aferraban a la ética sacándose de
encima lógica y física (τὸν λογικὸν καὶ τὸν φυσικὸν τόπον περιαιρεῖν), agregado dos
párrafos más tarde que tachaban de indiferente lo intermedio entre virtud y
vicio (μεταξὺ ἀρετῆς καὶ κακίας ἀδιάφορα). De igual forma que Aristón de
Quíos
hacían lo segundo –expresa– y de manera similar a Aristón de Quíos lo primero[19]. En efecto el mentado Aristón, parido por el año
300 a. C., fue un estoico crítico o renegado que formuló una especie de regreso
al cinismo al rebatir la utilidad de lógica y física, esos aditivos que
sobreañadió Zenón. Apuntaba con contundencia: la lógica «no tiene nada que ver con nosotros» y la física «está más allá de nuestro alcance». Para
él los razonamientos dialécticos (εγκύκλια μαθήματα) eran telas de araña, asombrosos e inútiles
artificios, y quienes los emprendían una suerte de agrónomos de la paja y el
excremento, o pretendientes de Penélope que no avanzan de seducir doncellas (confer Bión, a quien se dice que
imitaba)[20].
Era más bien ateo o agnóstico y se tiró también contra la doctrina estoica de
los indiferentes o ἀδιάφορα: en todo aquello que está entre el vicio y la
virtud no hay preferibles (προηγμένα) naturales y
racionales, bramaba[21].
Empardado de vuelta con Bión, mantenía más bien que el sabio, en ese segmento
indeciso de las cosas, debe ser como un actor al que le toca asumir roles. Todo
lo que está entre lo bueno y lo malo queda a criterio de cada quien en cada
caso (περίστασιν)[22]. Queda
claro el radicalismo del tipo, en tendencia regresiva hacia los perros (aunque
no faltan los especialistas que insisten en que el concepto de ἀδιαφορία que destaca en el repertorio cínico es un
invento suyo colgado retroactivamente al sinopense y compañía). Había tomado
clases en Atenas con Zenón y en la Academia con Polemón y más tarde se abrió su
instituto en el Cinosargo. Menos arisco que Antístenes, allí aceptaba a todo el
mundo, y cuando se lo reprocharon contestó que era una lástima no poder sumar
al resto de los animales a la clase (a los animales propiamente dichos se
refería)[23].
La tradición lo relegó, pero parece que por entonces era victorioso y afamado.
En él destacaban dos cosas: la elocuencia (lo llamaban la Sirena) y la calvicie, en ejercicio de la cual murió por
insolación[24].
Como Diógenes a Platón, tuvo a Arcesilao de punto y enemigo, el rector de la
Academia cuya «cabeza era Platón, Pirrón
su cola y Diodoro el resto», según declaró con gracia[25]. Un
ecléctico mutante que de platonista puro tenía el cargo nomás. Ambos, Aristón y
Arcesilao, eran los mayores filósofos del momento, de acuerdo a Eratóstenes,
que fue alumno del pelado de Quíos[26]. Merece
que le hagamos un lugarcito como aliado.
Meleagro de
Gadara, el menipeo erótico
Damos un
salto en largo y llegamos al año 135 a. C., y volvemos a Gadara, la tierra de
Menipo. Allí, en la Atenas de Siria
como le llamó, dan a luz en esa fecha a Meleagro, conciudadano y continuador
del susodicho genio de las perras letras. Con un hueco de más de siglo y medio
es el último ejemplar de la ralea de los canes helenísticos. Luego de él habrá
otro bache similar para encontrarnos a continuación con una nueva jauría, la
del orbe romano. Meleagro es el primer imitador conocido del perro del submundo,
léase Menipo, hasta que un día decide dar un timonazo y se cambia de bando. Como
si fuera la versión elegante y airosa del pobre Socares, traiciona al perro por
el amor y se convierte en un cultor de la poética erótica. De su etapa menipea,
como último campeón del σπουδαιογέλοιον del mundo helenístico, tenemos al menos tres
títulos: Las Gracias (Χάριτες), El
Banquete (Συμπόσιον)
y El cotejo entre el puré de arvejas y la
sopa de lentejas (Δεκίθου καὶ φακῆς σύγκρισιν).
A estos tres opúsculos les cabe el bonete que le pone a Meleagro Diógenes
Laercio, cuando equipara a Menipo con él, diciendo que ni uno ni otro
escribieron nada serio[27]. Sin
embargo parece que también confeccionó en cinco libros un estudio acerca de las
opiniones de los filósofos (Περὶ δοξῶν). No ha quedado nada de este lapso de rebelde
neto, en cambio sobreviven unos 130 epigramas posteriores a la relativa y
literaria conversión. Entre los años 100 y 70 Meleagro se convierte en editor
de la Guirnalda (Στέφανος), una antología de poesías líricas de los
autores más destacados de los siglos VI al II, en la que cada uno es comparado
a una flor determinada (a él debemos de hecho la palabra antología, y de ahí florilegio,
de la derivación latina, que eso significan literalmente: un ramillete de
flores). Vemos que el hombre se había consagrado a las maneras de la cultura de
buena cuna, aunque sin abandonar del todo las viejas posiciones de trinchera,
razón por la cual excluyó del diván al epicúreo Filodemo, gadarense pero
adversario filosófico. En esos epigramas de tintes autobiográficos él mismo se
encarga de discriminar los dos períodos de su vida, un primero guiado por las
Gracias –esto es por la sátira moral cínica– y un segundo presidido por Eros: «De Leto posees el galardón de doble filo,
uno el de la risa y lo serio unidos y el otro el verso que trata de amores.
¡Ah, sí! Es Meleagro, del hijo de Eneo tocayo, el simbolizado por esta cacería.
Te saludo también entre los muertos, porque con Eros a la Musa y las Gracias
armonizaste en una única sabiduría»[28]. Meleagro
profesó la vidurria licenciosa y se entrega madurito a la vena erótica, aunque
mantiene algunos motivos cínicos y no abandona cierta distancia propia del
humor. Son versos que varían en torno a las noches de amor con unas tales
Zenófila y Heliodora, encantadoras hetairas, no sin algunas concesiones al
flirteo con efebos como un tal Miísco. Prólogo y epílogo van dedicados a
Diocles de Magnesia, aquel promotor de los cínicos que sirvió de superlativa
fuente a Diógenes Laercio en pro de sus ínclitas Vidas de filósofos –en
particular en las secciones sobre caninos y estoicos. «Gran poeta Meleagro, capaz de caer en embarullado preciosismo o chato
pedestrismo cuando su Musa le abandona, pero también de escribir con
inspiración bellísimos versos» –así lo epitafia su traductor Manuel
Fernández Galiano en la versión de Gredos de la Antología Palatina. En Meleagro se cruzan el cosmopolita desapegado
y el hombre orgulloso de su pertenencia a la Hélade. Parece que partió de niño
o joven de la siria Gadara hacia Tiro, ciudad fenicia de origen púnico o
cartaginés, y finalmente recaló en la isla griega de Cos, donde murió muy viejo
entre el 60 y 50 a. C. En Tiro frecuentó a las dos citadas hetairas y en Cos
tuvo de querida a una tal Fanio entre otras. «La isla de Tiro me crio, fue mi tierra materna el Ática de Asiria, Gadara,
y nací de Éucrates yo, Meleagro, a quien dieron antaño las Musas el poder
cultivar las Gracias menipeas. Sirio soy. ¿Qué te asombra, extranjero, si el
mundo es la patria en que todos vivimos, paridos por el Caos?»[29] Pareciera
que Meleagro nos está diciendo que ser cosmopolita es ser multifacético, que
como se cambia de ciudad se cambia de tradición o género literario. Da la
sensación en esos versos epigráficos de que el curtido libídine (alias el Ovidio griego) ríe bastante de sí
mismo entre los zarandeos que le inflige la pasión carnal, nota que por cierto
no desagradaría al predecesor y paisano.
[1] Lo llama «Μητροκλῆς
δὲ ἐκεῖνος», que Martín García traduce por el famoso Metrocles.
[2] Laercio, VI
95.
[3] Id., ibid.
Goulet-Cazé demostró
por qué hay que imputárselos más bien a Crates (vid. Le cynisme, une
philosophie Antique).
[4] Laercio, VI
95; id., VI 75; id., VI 102; Antología
Palatina VII 520; Estobeo, III 8, 20; Colotes a Platón, Lisis [Papiro de Herculano 208] VI, p. 12 a 1-c 16; id., ibid., 1032 VII, p.
11 d 1-8.
[5] La Suda, s. v, Sótades, IV, p. 409 Adler
23 ss; Ateneo, XIV 620 e-621b; Pseudo-Plutarco, Sobre la educación de los hijos 11 a; Escolio a Hefestión, 108, 14
Consbruch; Marcial, Epigramas II 86;
Demetrio, Sobre la elocuencia, frg.
189; Nonno a Gregorio de Nizancio, Discurso
primero Contra Juliano, 36, 1000 Migne; Plinio, Epístolas V 8, 6.
[6] Edward N. O’Neil, Teles:
The Cynic Teacher.
[7] Estobeo, II 15, 47, pp. 194-196 Waschmuth; id., III 1, 98, pp. 37-49 Hense; id., ibid.
40, 8, pp. 738-748 Hense; id., IV 33,
31, pp. 808-817 Hense; id., ibid. 32, 21, pp. 785-788 Hense; id., ibid.
34, 72, pp. 848-849 Hense; id., ibid. 44, 82, pp. 984-986 Hense; id., ibid.
44, 83, pp. 986-991 Hense. Cf., P.
P. Fuentes González, El lugar de Teles en
la filología; Teles y la
biomania; Magisterio y literatura en la
diatriba del cínico Teles; A. Gonzales, Télès ou la philosophie populaire de l’esclavage par temps de crise.
[8] Polibio, II
48; id., II 65.
[9] Papiro de Oxirrionco n.° 1082.
[10] Eliano, Historia varia XIII 20.
[11] Biblioteca 190.
[12] Léonce
Paquet, Les cyniques grecs.
[13] Ateneo, XII
554 c.
[14] Jean de La
Fontaine, Contes libertins.
[15] José A. Martín García, Los filósofos cínicos y la literatura moral serioburlesca,
vol. I.
[16] Javier Roca
Ferrer, El cinismo, problemas generales.
[17] Antología griega VI 293.
[18] Ibid. VI 298.
[19]
Laercio, VI 103 y 105.
[20] Id., VII 160-161; Estobeo, II 22.
[21] Laercio, VII
161; Cicerón, De la naturaleza de Dios
I, 14; Sexto Empírico, Contra los Profesores, XI 64-67.
[22] Laercio, VII
160.
[23] Plutarco, Sobre la necesidad de que el filósofo
converse especialmente con los gobernantes I c.
[24] Laercio, VII
160; id., VII 164.
[25] Id., IV 32; Sexto Empírico, Comentarios al Pirronismo I 33.
[26] Estrabón, I
2, 2.
[27] Laercio, VI
99.
[28] Antología Palatina VII 421, vv. 7 ss.
[29] «μίαν, ξένε, πατρίδα κόσμον ναίομεν, εν θνατούς πάντας έτικτε Χάος» (Ibid. VII 417)
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