(Sobre el Ciudadano de Diógenes, su mujer y su cuñado)
«Se debe filosofar hasta el punto en que los generales parezcan arrieros»
Crates de Tebas
Escribía Donald Dudley en
su Historia del Cinismo que la influencia
de Diógenes en su propio tiempo tal vez fue escasa y que la actitud que se tuvo
hacia él por ese entonces fue más bien de divertida tolerancia (amused tolerance); que recién en el
siglo siguiente impregnaría y alcanzaría celebridad de mito. Por la misma época
una cosa parecida anotaba Farrand Sayre: que se le dio relevancia una vez
muerto y muy poca atención en vida. En cambio sobre Crates, Dudley asegura que
fue un tipo de peso desde el principio y ofrece como prueba que se lo menciona
en las comedias de Menandro y Filemón, que Antífanes lo convirtió en personaje,
que Zenón publicó sus apotegmas y que es invocado una y otra vez por Teles. Que
Plutarco lo incluyera en sus Vidas
entre gente noble romana y griega como Pericles, César y Alejandro es todo un
índice, y se comenta que esta biografía era usada en la época romana tardía
como una especie de manual para algún tipo de cursos sobre cinismo. En fase
romana hubo otra del sofista Sópatro, y sobre él han versado Séneca, Epicteto,
Ateneo, Marco Aurelio, Demetrio, Gregorio Nacianceno, Orígenes, Enómao y tutti quanti, a lo que se añade la
biografía que le dedica Diógenes Laercio en la que se sirve de Menandro,
Eratóstenes, Diocles, Filemón, Demetrio de Magnesia, Antístenes de Rodas, Zenón,
Hipóboto y Favorino. Para más gloria agregaba el erudito que Crates desempeñó
un papel más importante que Diógenes en el desarrollo de los géneros literarios
cínicos, y que los fragmentos de su obra que sobreviven dan la impresión de un
gran talento, particularmente en el uso de la parodia. He aquí la vida ejemplar
de este tercer mosquetero en envase familiar.
Crates o el Abrepuertas
Como en el caso de
Antístenes ante Sócrates, o de Diógenes con Antístenes, todo arranca con una
escena gloriosa de maravillada conversión y alegre y valiente renuncia. Crates
era un aristócrata millonario procedente de la patria de Heracles, Tebas,
nacido entre 368 y 365 a. C. e hijo de un tal Ascondas, que un día luminoso
conoció a Diógenes y largó todo, se libró del peculio repartiéndolo entre la
gente y marchó a Atenas con el maestro a vivir como mendigo-filósofo. Hay
quienes cuentan que, embarcado y aconsejado por el Perro, lanzó las
monedas de oro al mar exclamando a los gritos que se hundieran en el fondo para
no hacerlo él con ellas[1]. Clemente
de Alejandría, un cristiano que analizaba qué ricos llegarían al cielo, señaló
a la grey del albañil de Galilea que Crates lo hizo simplemente por vacua fama
y vanagloria, y Apolonio de Tiana, el filósofo de los milagros, símil profano de
Jesucristo, lo acusó según Filóstrato de no aportar nada con tal
desprendimiento náutico, comparándolo con Anaxágoras, que había dejado su finca
al rebaño haciendo así un bien a hombres y animales[2]. No
obstante son muchos más los que aseguran que nuestro nuevo perro declaró
pública su hacienda al tomarse las de Villadiego, o que repartió el dinero
entre la gente, y que una vez abandonados sus terrenos para el pastoreo,
incluso, el cínico a estrenar se elevó sobre un altar y expectoró con solar
aliento: «Crates libera a Crates» y
se las tomó. Notaremos de paso que Crates
(Κράτης) significaba algo así como el poseedor o pudiente, que
con tal actitud se auto-desposeía y de paso libraba un retruécano cínico a la
historia[3]. Con
esto obraba la gran iniciación a la filosofía perruna y rechazaba querencia y
localismo volviéndose cosmopolita; de acá en más, como bien dice Diógenes
Laercio, Crates declararía tener por nuevas patrias, estas sí inexpugnables
ante la suerte o τύχη, a la infamia (ἀδοξία) y la pobreza (πενία), transformándose,
a fin de inmunizarse contra la envidia, en «ciudadano
de Diógenes» (Διογένους πολίτης)[4]. Así se
llamaba a sí mismo.
Si bien Plutarco afirma que lo hizo para
liberarse de los desvelos e incordios de administrar las finanzas, o según
Agustín porque llevaba en el corazón a la cofradía de los cínicos[5], otra
hipótesis más pragmática quita a Diógenes y la voluntad y pone a la desgracia
como agente de la metamorfosis espiritual, haciendo que el contacto con el
maestro ocurriese a posteriori, una
vez llegado a Atenas emancipado de las riquezas. Se presume que ello sobrevino
entre el 340 y el 335, año el último en el cual Alejandro destruyó Tebas, por
lo que tampoco faltará quien estime que fue menos el Can que el emperador
macedonio quien provocó el abandono de los bienes, de manera que al igual que
Diógenes habría sido forzado por las cosas al empobrecimiento. Como sea, la
anécdota recoge que el magnánimo rey, una vez que arrasó con todo, decidió
comunicarse con él y prometerle que reconstruiría la ciudad; a lo que por
cierto Crates respondió para la foto: «No
necesito una patria similar, que otro Alejandro arrasará»[6]… Algunos
ubican la conversión unos años antes y tampoco falta quien niegue el contacto
personal con el sinopense. De hecho Hipóboto afirmaba, según Diógenes Laercio, que
no fue alumno presencial del gran perro sino de Brisón de Acaya, un filósofo
ágrafo que podría haber sido maestro también de Pirrón y del ateo Teodoro[7]. Otros sostienen
que fue alumno de Estilpón, megárico que habría enseñado al tal Brisón[8]. Todo
puede ser. El mismo Laercio expone otra historia sobre la conversión: sostiene
que Crates se volvió cínico después de asistir a la representación de una
tragedia sobre Télefo, rey pordiosero. Télefo, vástago de Heracles y soberano
de Misia, fue herido por Aquiles cuando defendió a su patria de los griegos que,
marchando rumbo a Troya, cayeron de casualidad en su pago y atacaron a los
lugareños. Como un oráculo le reveló que solamente podría curarlo quien le
provocó la herida, que en ocho años no había cerrado, partió a la busca del
agresor disimulado bajo los andrajos de un mendigo. Aquiles lo curó y Télefo le
indicó cómo llegar a Troya. Una buena moraleja que permitiría tal vez hacer las
paces entre el imperialismo de Alejandro y el cinismo del tebano.
En
definitiva Diógenes Laercio, la fuente más tupida y con data más antigua y
menos vaga, entrega las dos versiones: la de las Sucesiones de Antístenes de Rodas culpa a la tragedia susodicha,
argumentando que trocó en dinero su hacienda de 200 talentos y repartió el
monto entre los ciudadanos, mientras que la de Diocles de Magnesia indica que
Diógenes lo persuadió para que la dejara como pasto de rebaños y tirara al mar
la plata[9].
Los demás relatores de la inmarcesible anécdota traquetean entre las dos
hipótesis: la Suda y Favorino dicen
que la vendió, Orígenes que la vendió y donó todo al pueblo tebano, Juliano que
la declaró pública, Clemente que benefició a los pobres y a sus patrias, un
escoliasta de Luciano que la dejó como pasto del rebaño ajeno, Eudocia y
Apostolio Paremiógrafo que la arrojó al pueblo, Gregorio y Apolonio que la
abandonó para pasto del rebaño y arrojó el patrimonio al mar, Proclo que tiró
sus caudales, y Jerónimo, Lactancio y Polícrates que echó el capital al ponto. La Epístola 9, que los cínicos tardíos le hicieron firmar, nos muestra
a Diógenes felicitándolo por haber proclamado su flamante liberación en medio
de todos y, convertido el patrimonio en vil metal, cediéndolo como ofrenda a
los alegres compatriotas, tan chochos con el maestro, por ser el creador del
donante, que pretendieron hacerlo viajar a Tebas. Si la
riqueza es mala ¿es un bien o es un mal repartirla? A lo mejor eso discutían
los innúmeros postores.
En Crates se percibirá una suerte de
inversión del diogenismo. Es un temperamento casi opuesto al de Diógenes, pero
aplicado a los mismos principios. El cinismo filosófico se ensancha así y se
demuestra que no depende de unos rasgos personales. Si un mismo movimiento
podía estar presidido por dos tipos de un talante tan disímil, se hacía
evidente que era un ánfora generosa, una corriente plástica y hospitalaria,
pese a lo escueta y monolítica que era en los preceptos. Es el Diógenes amable,
cordial, sereno, «el perro alegre y
domesticado» dice García Gual, que «censuraba
no con acritud sino con gracia» según Juliano[10]. Era un
humorista de buen humor que suavizó al diogenismo aportándole unos modales más
benevolentes y no así algún tipo de vuelco doctrinario. Hay algo en él que
adelanta la dulzura franciscana cuando no la mansa alegría de los jipis, rasgos
para su suerte aminorados por la firmeza y el chasco sardónico del imprevisible
maestro. Dice Plutarco: «Crates, con un
zurrón y un tosco mantillo, pasó su vida bromeando y riendo, como si estuviera
en medio de una fiesta»[11]. Un
tipo alegre, simpático, tranquilo y bien llevado, al que llamaban el Abrepuertas (Θυρεπανοίκτης)[12], porque
tenía visa para entrar como Pedro por la suya en la casa de los
demás para chequear el estado de cosas doméstico y hacer su trabajo social de Solón de la vida
privada, terapista a domicilio de pareja o de familia, coach ontológico o mediador vecinal. «Crates –afirma Temistio– visitaba
las casas que habían sido perturbadas por la discordia o la ira y no las
abandonaba hasta que restablecía la concordia en ellas»[13]. Donde
cundía la ἔρις traía la paz (εἰρήνη).
A diferencia de Diógenes o con más empeño
y vocación, Crates intervenía en el οἶκος, salía de la calle y se internaba en el escenario familiar
y privado, en el terreno de los idiotas, para restaurar en ellos la armonía con el cosmos y la naturaleza. Este ingreso al territorio
de lo privado comportaba un itinerario trazado no de lo propio privado a lo
privado de los demás, sino que más bien era un trayecto que partía siempre
desde lo común: era lo común, lo natural y lo relativo al orden cósmico aquello
que entraba con Crates cuando atravesaba las puertas de las familias y los
individuos, porque valiéndole la redundancia decía que «el cosmos es lo que pone orden» (κόσμος ἐστιν τὸ κοσμοῦν)[14].
Su función tiene la pinta de asemejarse
más a la de un cura, diácono o asistente social, algo más difícil de atribuir a
Diógenes, quien luce mejor como una cruza de performer de vanguardia y profeta o de satírico y asceta. Es sabido
que los sacerdotes paganos, encargados de administrar los sacrificios, no
cumplían esos roles que los cínicos de algún modo y con este ejemplo encarnado
en el tebano darían en herencia a la cristiandad (y menos podía esperarse que
hicieran algo similar los eruditos selectos de la Academia y el Liceo). Apuleyo
le otorga en tal sentido la investidura de lar, que eran las deidades de la
casa y el hogar entre los romanos. Escribió: «Crates fue aquel seguidor de Diógenes que obtuvo culto de lar
familiaris en Atenas entre los hombres de
su época. Nunca le fue cerrada ninguna casa, ni hubo ningún secreto del padre
de familia tan oculto que no permitiera a Crates intervenir oportunamente,
convirtiéndose en el juez y árbitro de todos los litigios y altercados entre
parientes. Pues lo que rememoran los poetas de Hércules en otro tiempo, que
sometió con su valor a aquellos monstruos portentosos de hombres y fieras y
purificó todo el orbe de la tierra, lo fue de modo similar este filósofo: un
Hércules contra la ira, la envidia, la avaricia, el placer y los demás
monstruos e infamias del alma humana. Expulsó todas esas pestes de las mentes y
purificó a las familias»[15].
Juliano asegura que los griegos grababan en los vestíbulos de sus casas «Libre acceso a Crates, el buen Demon»[16]. El
hombre hacía, en definitiva, para la comunidad y motu proprio, y por cierto con modales mucho más atemperados,
aquello que Diógenes realizó bajo yugo y sólo en el seno de la familia del amo.
No obstante Laercio nos dice que aun así
era un muchacho bravo que no escatimaba los bastonazos a los bobos; por ejemplo
el día en que, según Quintiliano, viendo a un estudiante ignorante fue y le dio
un saque al profesor, o cuando sus familiares alarmados le dijeron que no debía
abandonarlo todo y los sacó carpiendo a palazos[17]. Y
también recibía lo suyo: en circunstancias no precisadas fue fajado por cierto patovica
o profe de gimnasio que lo arrastró agarrándolo de un pie[18];
y otra vez, como el citarista Nicódromo, enojado por alguna reprimenda venida de
su parte, le puso un ojo en compota, él se colocó un emplasto en la frente y en
la misma línea de Antístenes escribió encima: «Obra de Nicódromo»[19]…
La policía lo arrestó otro día por andar por ahí muy ligero de ropas sólo con
un paño. Desentendido Crates los increpó: «¡Pero
si hasta Teofrasto anda así vestido!». Como los agentes del orden no le
creyeran les pidió que lo acompañasen hasta una peluquería y allí se
encontraron al correcto peripatético cortándose el pelo con similar poncho de
muselina[20].
Como vemos el quía tenía lo suyo, le llamaban el filántropo pero era al fin y al cabo un perro más, no exento por
ende de provocaciones y actos inusitados. El comediógrafo Filemón decía que, a
los fines de ejercitarse, en verano Crates andaba con un palio afelpado y en
invierno, a la inversa, con ligeros harapos, y Zenón contó que se mostraba lo
más pancho ante los transeúntes luciendo una estrafalaria piel de cordero
cosida sobre el sayal[21].
Tan doméstico no era, por lo visto.
Crates introduce una gran novedad en el
movimiento: fue un filósofo casado, fue el perro conyugal, el pichicho de
familia, y al parecer el único consorte y desposado de la tribu del cuadrúpedo.
Contrajo enlace (bien que fue un conyugio de mutuo acuerdo sin ninguna
intervención cívico-religiosa) y dio dos hijos; hizo vida de pareja pero no
vida de hogar, ya que la yunta amorosa vivía en la calle, dormían en los
pórticos de los templos y en las puertas de las viviendas[22].
Diremos que cohabitaban pero a cielo abierto: del espacio público hacia el
cosmos mismo. Crates e Hiparquia, la compañera mentada, dejaron una historia de
amor y compromiso, una de las más conocidas de la Antigüedad y una rareza
dentro del campo quínico. Según
Dudley «uno de los
pocos encuentros amorosos exitosos conocidos en la literatura griega».
Si se da fe a lo que explica por ahí Jean-Pierre
Vernant, la mujer para los griegos promedio era un ser salvaje que debía ser
amaestrado con el casamiento. En cambio se dice de esta coyunda que fue «un matrimonio esencialmente pedagógico»[23], una
suerte de inversión del clásico ἔρως formativo de los griegos pero con un παίς femenino; y así Epicteto dice de Hiparquia que era «otro Crates» (ἄλλον Κράτητα)[24], lo que
sugeriría la meta de una relación de doble especular, el desenlace final de un
amor inter pares. Ciertamente
la concepción de una virtud igual para hombres y mujeres se remontaba a
Sócrates y fue asumida lo mismo por Platón en la República que por
Antístenes y Diógenes; pero con Hiparquia la ética del unisex se ponía
rigurosamente en práctica. Todo un detalle. Con Crates, en el plano
más bien personal, había otra vuelta a Sócrates pero con respecto a Diógenes (así
como Diógenes había hecho la suya mas con respecto a Antístenes): una vuelta a
la sociabilidad y al buen genio (ἀγαθὸς δαίμων) por un lado, y una vuelta a la vida matrimonial, en este
caso con mejor suerte, corregida, porque Jantipa era una neurasténica e
Hiparquia una filósofa. Evidentemente
sopesó la objeción de Antístenes a Sócrates sobre la esposa y cumplió la
prescripción que el filósofo del puerto formuló y tampoco pudo concretar: que
el sabio deberá emparejarse con una mujer de buena naturaleza para procrear, ya
que es el único que sabe de quién enamorarse. Crates aparecería
conciliando esa freudiana duplicidad entre la hetaira y la de su casa que aún pervivía en Sócrates. Por seguir usando una
categoría demasiado moderna como para aplicarla al aparato anímico de un griego
(y menos al de un cínico), diremos que Hiparquia sintetizaba las demandas de
ternura y de erotismo, una avanzada sobre el estadio sexual socrático y sobre
el diogénico, basado el último en el mix
de onanismo y putanerismo. Crates sorteaba a la matrona histerizada, el modelo
de partenaire socrático, y a la mujer
pública, el modelo diogénico. Su modelo era el de la parejita filosófica y al
interior de la misma escuela: la mujer-alumno. Habrá que esperar casi dos
milenios y medio para volver a verlo realizado en Sartre y Simone de Beauvoir. No
hay noticias, en el caso griego, de que fueran una pareja abierta (no pintan como cuestiones muy tematizables por
entonces) y la historia que nos llega de ellos se nos presenta como una
cuestión resuelta de entrada y de una vez sin más pormenores. Fueron felices y
comieron lentejas, FIN. Hubo sin embargo algunas módicas desavenencias primerizas
que registran los pedagogos tardíos de la secta, como ser la vez que Hiparquia
le tejió una túnica de una manga para invierno y Crates se la devolvió
diciéndole que se dedicara a la filosofía que no a tejer, que además los
cínicos tenían prohibidas estas vestiduras de
luxe y que los servicios de hilandería eran para las demás mujeres
reactivas a la virtud[25]. Y si
bien el tebano fue un hábil cultor del κυνικὸς τρόπος, a saber un escritor
picante, como predicador amortiguó la práctica del escándalo agresivo. Su cuota
mayor de escándalo estaba las andanzas con la chica; he allí su segunda
novedad: ejercía el sexo público pero con la esposa, no en solitario o con
putas como el maestro. Los tórtolos filosóficos hacían sus cosas por todos
lados sin que nadie los molestara, cojían en los edificios públicos a la vista
del viandante y no pasaba nada[26]. Nos quedaría
en la cabeza la idea de una Atenas open
mind que toleraba sin sobresaltos mayores el escandalete, y no deja de
resultarnos extraña esa combinación de rasgos de párroco jovial y
desprejuiciado amante free lover.
Pero como buen antigalán cínico Crates repudió con firmeza los desarreglos del
amor-pasión: «Del amor libera el hambre
–dijo–, y si no el tiempo; y si no te
bastara con eso, entonces la soga»[27]. Volvemos
a ver acá a la cuerda antisteniana como alternativa para el que falla en la
moral.
Hay que decir que Crates no tenía a la Venus vulgivaga (como las llamaría mucho
después Lucrecio) en muy buen valor: Laercio asegura que «insultaba deliberadamente a las prostitutas para ejercitarse en las
blasfemias»[28].
Testimonian Ateneo y Plutarco que cuando los vecinos de Delfos colocaron una
estatua de oro de la hetera Friné esculpida por Praxíteles, el nuevo perro
exclamó vehemente y sin pruritos de plagiar ahora a Diógenes: «Este es un trofeo erigido a la incontinencia
de los griegos»[29].
Tanto la refinada ἑταίρα como la vulgar
πόρνη, cada una recibía su palo.
La heroína perra de esta historia,
Hiparquia de Maronea, era hermana de un seguidor de Crates, Metrocles, y fue
que oyendo los relatos admirados del hermano quedó prendada por la oreja. Ella
era una linda piba de acuerdo a Simplicio, a la que le sobraban pretendientes
nobles y platudos o candidatos agraciados y núbiles; en cambio Él era petiso,
cojo y jorobado, y para colmo se burlaba de sí mismo por tal carencia de dones
físicos –no iba un cínico a andar disimulando. Era incluso un tipo enclenque, pese
a que tenía el hábito gremial de salir a correr a diario y hacer ejercicios
(relatan que provocaba risas verlo hacer gimnasia)[30]. Diógenes
Laercio llega a decir que Él era todo para Ella, aunque aclara por las dudas
que se había enamorado de Crates, sus doctrinas y su modo de vida (ἤρα τοῦ Κράτητος καὶ τῶν λόγων καὶ τοῦ βίου) –porque siendo
un hombre feo como lo pinta, ese todo
no podía depender de otra cosa más carnal. Lo que se llama un amor socrático
(ya que no platónico), aunque ahora hétero. La historia cuenta que Hiparquia tan
enamorada estaba al punto de haber amenazado con suicidarse, y los espavoridos padres
de la damisela mandaron a llamar al mismo Crates para que la disuadiera. Este se
presentó en la casa familiar con toda la hacienda encima, bastón, mochila y manto,
y como ella no daba el brazo a torcer procedió a quedarse como los dioses lo
trajeron al mundo, ostentando en bolas la pobreza y fealdad que lo
caracterizaban y diciendo «He aquí el novio
y sus inmuebles»; pero la muchacha estaba resuelta y no hubo nadie que la indujera
a desistir[31].
«Y hasta tal punto estaba enamorada de él
la noble virgen –narra Apuleyo– que
lo eligió por su propia voluntad, después de haber rechazado a pretendientes
más jóvenes y ricos. Y aunque Crates le hubiera descubierto su espalda, que
tenía una notable joroba, puesto el zurrón con el báculo y el manto en el suelo
y le confesara a la chica que ese era su mobiliario y su figura la que veía:
que lo pensara, por lo tanto, detenidamente, para que no tuviera luego motivos
de queja, Hiparquia aceptó sin dudar la proposición. Y le respondió que hacía
ya tiempo que lo había suficientemente previsto y suficientemente meditado y
que en ningún linaje podría hallar un marido ni más rico ni más bello y que la
llevara, por lo tanto, a donde él quisiera. El cínico la llevó al Pórtico. Y
allí mismo, en un lugar concurrido, públicamente, bajo una luz clarísima, se
acostó con ella y públicamente hubiera desflorado a la virgen, que estaba
dispuesta con igual firmeza, si Zenón no hubiera protegido en secreto a su
maestro de las miradas del círculo de gente que los rodeaba, con un mantillo que
tenía preparado»[32]… San Agustín al contrario dice que fue
ella y no el joven Zenón quien quiso colocar el púdico visillo, malogrando el
intento Crates con este speech: «Es evidente que estás aún poco formada en
tus opiniones, al no atreverte a practicar lo que sabes que haces correctamente
por haber otros presentes»… y mandó lona a la mierda[33].
Notemos que poco tiempo después en ese lugar sagrado establecería el mismo
Zenón la sede de la escuela estoica, dándole a las instalaciones un uso más
decoroso.
Crates impuso como condición para
desposarla que se convirtiera a la vida cínica e Hiparquia lo realizó de manera
ejemplar, calzándose incluso el uniforme sin distinción de género. Así lo
relata Antípatro en un epigrama: «Yo,
Hiparquia, prefiero a la muelle labor femenina la vida viril que los cínicos
llevan; no me agrada la túnica sujeta con fíbulas; odio las sandalias de suela
gruesa y las redecillas brillantes. Me gustan la alforja y el bastón de viajero
y la manta que en tierra por la noche me cubre. No me aventaja en verdad la
menalia Atalanta, que el saber a la vida montaraz sobrepuja»[34]. Se
produjo lo que bautizaron la «canigamia» (κυνογαμία)[35], las
nupcias perrunas, y con el andar del tiempo tuvieron dos hijos, niña y niño.
Una de las epístolas de las llamadas pseudoepigráficas muestra al tebano
felicitando a la chica por el buen parto que tuvo en virtud del entrenamiento atlético
que mantenía, y lo vemos dando consejos de crianza. Allí indica a Hiparquia que
los trate con la misma firmeza que a sí misma, les de baños fríos, use pañales
de rústico tejido, leche sin hartarlos y los acune en el caparazón de una
tortuga, y que cuando ya hablen y anden que los adorne no con espada sino con
bastón, manto tosco y alforja[36]. De la
hija se cuenta que en hora de merecer Crates la dio en matrimonio, pero con la
concesión de un mes de convivencia a prueba de fallos. Al pibe, Pasicles, en
circunstancia similar lo condujo al habitáculo de una chica (acaso una esclava virga
o una puta sin pedigrí) diciéndole «esta
es la boda que te organiza tu padre». Acto continuo lo previno explicándole
que los casamientos de los adúlteros son trágicos, ya que acaban en el
asesinato y el destierro, y los de los putañeros de onerosas hetairas cómicos, porque
por libertinaje derivan en la demencia[37]. Queda
a la vista que Crates izaba otro tipo de ejemplaridad doctrinal y le daba un
giro comportamental significativo al movimiento en lo relativo a las formas de
la predicación y en lo atinente a las prácticas sexuales: era posible seguir
siendo cínico sin el carácter vitriólico del prócer y sin la insociabilidad de
su conducta genital. Crates se nos aparece en estas escenas casi como un padre
progresista, al que sin embargo no podemos imputar ningún aburguesamiento, como
queda claro: en él los principios siguen firmes y las prácticas los cumplen,
aun cuando las maneras son abemoladas. Si así fueron las cosas, no llama la
atención que haya sido el eslabón entre Diógenes y el estoicismo. Abundan las
anécdotas que muestran a un joven y vergonzoso Zenón de Citio, su alumno y a la
postre el primer estoico, incapaz de asumir el impudor cínico, moralejas de los
comentaristas que permitirían dar razones a la fundación zenoniana de la
corriente estoica, reacia a la desfachatez. Así una vez a fin de curar al
tímido, Crates lo envió a que paseara con una olla de lentejas por el populoso
barrio del Cerámico, y al verlo rojo de rubor de un bastonazo se la tiró encima
y el tipo salió rajando despavorido. «¿Por
qué huyes, pequeño fenicio, si nada terrible te sucedió?» –le endosaba
sonriente. «No son más que lentejas»…[38]
Diógenes Laercio cuenta cómo fue la
iniciación de Zenón, quien andando por los treinta años de edad viajaba como
comerciante de púrpura desde Fenicia y naufragó, perdiendo todo el cargamento,
cerca del Pireo. Subió entonces a Atenas y se metió en la tienda de un librero,
dando allí con el libro segundo de las Memorables
de Sócrates de Jenofonte. Tanto se entusiasmó con la lectura que preguntó
al librero dónde estaban esos sujetos geniales e increíbles que brillaban en
dicha obra. El librero al ver que justo pasaba Crates caminando por la calle le
dijo «Seguí a ese»… Y así hizo y se
volvió discípulo de Crates y le agradeció a la fortuna el haberlo hecho
naufragar en la felicidad y la filosofía.[39]
Deberá decirse que en el ítem del
desprendimiento voluntario de las riquezas Crates se convirtió en el modelo
máximo; al lado de él el portuario Antístenes y el fugado Diógenes, del que
puede suponerse que dejó ciencias económicas a la fuerza, quedan chiquititos. Y
en ello pusieron el énfasis, o así contaron la historia, los seguidores y
allegados. Vemos varias anécdotas del ramo. Cuando Demetrio de Falero, rétor
que había gobernado Atenas, cayó en desgracia hacia el año 307, expulsado de su
patria deambulaba por Tebas empobrecido y deshonrado y se le acercó el amable
Crates para darle ánimos y una lección gratuita de cinismo, explicándole que
con el destierro se había liberado de tantos asuntos inciertos e inestables[40]. Demetrio
había estudiado en el Liceo con Aristóteles y Teofrasto, era amigo de Menandro
el comediógrafo y estuvo implicado en el asesinato de Foción, un político que
vindicaba a Diógenes, todos indicios de que formaba parte de un bando
contrario. Otro Demetrio, Demetrio I, alias Πολιορκητής o «el asediador de
ciudades», sitió Atenas en el 287 y Plutarco refiere que enviaron al «varón de grande crédito y autoridad» Crates a negociar, cosa que hizo con éxito. Foucault y
Navia (que lo confunden con el de Falero) creen que ese varón fue nuestro
Crates y no el de Triasio, el académico, lo que sonaría más verosímil. De ser
cierto, aunque esta leyenda no encaja para nada, tendríamos ante nos su único
acercamiento a la política, que probaría la celebridad y reconocimiento que
había alcanzado en los últimos días de su vida.[41]
Más viable es el relato que cuenta que Crates
a poco de morir cedió treinta talentos a los tebanos argumentando que si su
hijo era digno de él no los necesitaría y si fuera indigno no los merecería[42]. Otra
fuente dice que al confiarle una plata a un banquero, le encomendó que si un
día su hijo se convertía en un tipo común y silvestre, o literalmente en un
idiota, le regresara al chico el dinero; pero que si en cambio se volvía
filósofo, que lo donara al pueblo porque entonces no lo precisaría para nada[43]. Estas
versiones muestran que no era tan pobre, e incluso darían pie a sospechar que
no se despojó de todo el patrimonio, sino que lo puso a plazo fijo sin hacer uso.
Como no hay noticias de que el pibe se volcara a la filosofía, podríamos
presumir que recuperó a la muerte de su padre la condición de clase de la
familia. Dudley observa que Crates relajó hasta cierto punto la austeridad de
Diógenes y que ninguna anécdota lo retrata como mendigo, aunque en una
referencia de Antonio Mónaco lo vemos indicar más bien que no se debe pedir a
todo el mundo sino apenas a los virtuosos[44]. Tal
vez lo que hizo fue nomás restringir la clientela. Las cartas apócrifas de
hecho no se cansan de ubicarlo impartiendo instrucciones sobre cómo administrar
la mendicidad filosófica.
Son muchas las anécdotas que quedaron del
ingenio de Crates y unas cuantas graciosas. Viendo en el ágora a unos
vendedores y unos compradores comerciando dijo: «Estos se felicitan unos a otros por el hecho contrario». Y agregó
después que él se felicitaba a sí mismo por ser distinto de ambos y no vender
ni comprar nada[45].
Viendo a un atleta joven que estaba desarrollando un cuerpo apabullante, porque
engrosaba el ejercicio con el vino y el asado, le espetó: «Oh, divino, cesa ya de convertirte en una sólida prisión»[46]. El
efebo al parecer se fortalecía por afuera y no como el amurallado por adentro
que sirvió de maestro a Diógenes; por eso no era un parapeto como Antístenes,
sino una cárcel (δεσμωτήριον).
Crates, a fiar de los testimonios de
Estobeo y Laercio, percibía a los que gustaban rodearse de lameculos como unos
necios que no hacían otra cosa que aislarse tanto más cuanto más incrementaran
la cohorte, haciendo un enfoque de la cosa más bien ajeno al impávido espíritu
del antisocial de Sinope, quien los visualizaba como a presas engullidas por
fieras amaestradas. Los bautizó como los «comeasentimiento»[47]. Los
aduladores, decía Crates, acompañan como los lobos acompañan a los corderos:
acechando[48].
Pero el elogio lobuno de la claque convertía a estas ovejitas en seres
insulares. Así a un joven rico que arrastraba tras de sí a una caterva de adulones
lanzó lo siguiente: «Jovencito, te
compadezco por tu soledad»[49]. Una de
las mejores frases del repertorio crateano, para cerrar, reza que «Hay que filosofar hasta el punto de hacer
que los generales nos parezcan conductores de asnos»[50]. Nótese
que ὀνηλάτης es
traducible también como arriero.
Ambas posibilidades sugieren una imagen eficaz pero diferente. La primera, que
impactará como gorila en el oído
argentino, es más feroz; pero la segunda (aunque pueda no ser históricamente
justa) es más inquietante: que el ejercicio consumado de la filosofía nos lleve
tan lejos como para llegar a percibir en un conductor de ejércitos menos a un
manipulador de sonsos que a un insignificante boyero es lo que se llama un
logro plástico.
Al parecer Crates escribió bastante y
bastante bien. Era un tipo con chispa. Elegías, epístolas, himnos y
testamentos, parodias y al decir de Laercio «tragedias de elevado carácter filosófico» de las que sin embargo hay
pocas huellas y ningún nombre. El hipotético listado es menor que el del
incierto Diógenes pero más factible, creíble. Lo prueba el hecho de que
perduren muchas más citas directas, como las muchas que usufructúa el citado
biógrafo para componer la semblanza. «No
tengo patria ni torre ni un solo techo, pero la urbe y la morada de toda la
tierra están disponibles para que las habitemos», habría escrito en una de
esas eventuales tragedias sentando los principios del cosmopolitismo[51]. Se
dice de él que inauguró el σπουδαιογέλοιον, el género serio-cómico, o al menos que elevó el nivel
literario de la escuela parodiando todos los géneros existentes de poesía. Tal
hizo con la Elegía a las Musas de
Solón, procediendo a invalidar la moneda del texto de aquel antiguo estadista
que reclamaba justicia y felicidad en medio de honores y riqueza, a los que
Crates comparaba con las enormes bolas de mierda que empuja el escarabajo
pelotero y con el trabajo alienado de las hormigas, insecto tan laborioso cuan previsor
y amarrocador. Ejerciendo la epanortosis
o rectificación cínica él en cambio pedía apenas forraje para su vientre y un patrimonio
minúsculo y más llevadero[52]. Fueron
famosas sus Παίγνια (Juegos o Juguetes y de
donde sale la citada elegía), La Isla de
la Mochila (una utopía anárquica y pacifista), el Himno a Ευτέλεια (la simplicidad o frugalidad,
«diosa soberana y amor de los hombres
sabios», que forma parte de la Antología
Palatina), el Panegírico de las
Lentejas o Φακῆς ἐγκώμιον (vindicación de la magra alacena cínica), sus Ἐπιστολαί o Cartas (de excelente
filosofía y un estilo parecido al de Platón, dice Laercio), y el Libro Diario o Ἐφημερίς (que fue un
éxito, a fe del mismo Laercio)[53]. Otra rectificación que ha perdurado es la que hizo del
epitafio de Sardanápalo. Este rezaba Tengo
todo lo que engullí, bebí, arrebaté y gocé en placeres de apasionado amor, y
mis muchas riquezas me abandonaron. Crates alteró el grafiti así: «Tengo cuanto aprendí y medité y en santas
lecciones me dieron las Musas; otras muchas riquezas tragolas el humo» (τῦφος)[54]. Se conservan
una serie de 36 cartas de las llamadas pseudoepigráficas: a Hiparquia, a los
compañeros de secta, a jóvenes, a un rico, etcétera. Allí un Crates
improbablemente histórico y a lo mejor doctrinalmente veraz nos regala unas
cuantas lecciones de κυνικὸς βίος. El Diario de Crates no es otra cosa que un
simulacro de libro de cuentas, libreta diaria o asiento contable: «Reservar diez minas para el cocinero, para
el médico una dracma. Cinco talentos para el adulador, humo para el consejero.
Un talento para la prostituta, tres óbolos para un filósofo»[55]. Se sabe que seis óbolos hacían una
dracma, cien dracmas una mina y sesenta minas un talento. Habida cuenta de que
se precisaban 6 óbolos para una dracma, 600 para una mina y 36.000 para un
talento, obtenemos que un adulador tenía el precio de 60.000 filósofos, una
puta el de 12.000, un cocinero el de 2.000, y un médico el de 2. El consejero
podía contentarse con el τῦφος.
Urdida en estilo épico, La isla de Péra (Πήρη) era una cita
paródica de la pobre Creta homérica, allí donde Platón ubicaría la Magnesia de las
Leyes. El maestro tebano nos habla de
una ciudad erigida en una ínsula separada del resto del mundo por un mar
envuelto en una niebla tinta o en una purpúrea ilusión (οἴνοπι τύφῳ) –el τῦφος en definitiva–, hacia la que
no navega ningún ἀνὴρ μωρὸς παράσιτος o estúpido
parásito humano y en la que los hombres no guerrean (πολεμοῦσι) ni por monedas ni por la fama (περὶ κέρματος, οὐ περὶ δόξης). El mundo ideal de una comunidad cínica o una
metáfora geográfica del foro interno de un Κυνικός. Que la
tierra prometida de un cínico lleve el nombre de un bolso de viaje es un buen
gesto irónico para reivindicar la ética del vagabundo sin querencia e incluso
su carácter de no-lugar.
Esta
ciudad, Péra, en medio de una neblina
vinosa,
espléndida y
fértil, no muy limpia y sin la menor hacienda,
en la que no
amarra necio parásito alguno,
ni disoluto que
con el tujes de una puta se alboroce [56],
pues allí sólo
crecen tomillo[57], ajos, higos y panes,
por los cuales
los hombres no pugnan entre sí,
ni toman las armas por la biyuya o
por figurar en la gloria.[58]
Este
perro vivió también largamente, ochenta abriles por lo menos. Estaba cada vez
más encorvado y se seguía cagando de risa. «El
tiempo me encorvó, sabio constructor que todo va haciendo cada vez más débil».
Viéndose morir tarareaba: «Ya te vas,
querido giboso, desciendes a las moradas del Hades vencido por la vejez». Dicen
que fue enterrado en Beocia[59]. Corría
el año 288 o tal vez el 285 a. C. El viejo Antístenes acabó diciendo que de la
filosofía había aprendido a tratar consigo mismo; en cambio Crates, sociable
hasta el final y menos propenso al monólogo, al ver por ahí a un adolescente
que andaba hablando solo, le advirtió «Tené cuidado, que estás hablando con un hombre malo»[60].
Cuando le preguntaron a él qué había sacado
de la filosofía se contentó con decir «una
medida de lupines y el no hacerme problema de nada».[61]
Hiparquia o la dama y vagabunda
A Hiparquia se le
atribuyen también otros maestros: Pirrón de Elis, Euclides, Anaxarcos, el
antedicho Brisón y el mismísimo Diógenes en persona. La Suda apenas confirma al penúltimo como firme y al Perro como probable, quien en el epistolario
apócrifo le dirige una carta y dos al hermano.
Había nacido en Maronea, Tracia, y cuando la conquista Filipo pudo haberse
trasladado a Atenas, donde acaso entró en contacto con Teofrasto. Diocles dijo
que Filipo una vez establecido ocupó la casa de Hiparquia, que era una muchacha
de familia pudiente y noble, así como Alejandro hizo lo propio en su momento
con la de Crates[62].
Esta noticia sin embargo resulta un poco desencajada, ya que se estima que la
mentada invasión de Filipo tuvo lugar alrededor del año 355, dos décadas antes
que la de Alejandro a Tebas, esto es cuando Hiparquia ni asomaba aún por la
panza de la madre. Salvo que haya sido no bastante más joven que el amado, sino
por el contrario algunos años más vieja, lo que nos aguaría penosamente aquella
anécdota romántica. De tal modo lo refleja la aludida enciclopedia, que ubica
su floruit en la Olimpíada 111 –entre
los años 336 y 333. Le llevaría casi una
década a don Crates. Como sea, se advertirá que estos dos componían una
parejita de menesterosos de clase alta. La buena cónyuge fue una disidente en
un punto, pues se dedicó también a la lógica; aunque podremos barruntar que fue
un vicio intelectualista previo a la conversión. Habría dejado tres libros: Epiqueremas, Hipótesis Filosóficas, y Cuestiones
para Teodoro[63].
Plutarco sugiere que los epicúreos, que repartían insultos a diestra y
siniestra entre los rivales, la injuriaban como prostituta[64]. Callejera,
perra, mujer pública, no aportaban mayor concepto salvo el insulto, porque es
patente que Hiparquia oficiaba de antítesis de la mujer de su casa, de la típica
γυνὴ οἰκονόμος, sino que amancebada
en la vida sin vergüenza practicaba el atajo de la economía libidinal impúdica
de las no-ecónomas, de los ἄοικοι. Según Onfray «no
vacilaba en exhibir su sexualidad como si se tratara de un happening destinado a los caminantes»[65], aunque
este testimonio nos suena a relleno del francés para captar tribuneros
imberbes. Sí parece que tenía el tupé de acompañar a Crates a todo banquete y
así fue que un buen día topó en uno brindado nada menos que por el diádoco
Lisímaco, rey de Tracia, con el Teodoro susomentado, que contra lo que sugiere
su nombre era llamado el Ateo, un
compañerito discípulo de Brisón y del nieto de Aristipo, a quien agitó con un
picante sofisma de salón parecido a los que vocean las feministas del día de la
fecha. Le dijo muy suelta: «Lo que no
sería considerado un delito si lo hiciera Teodoro, tampoco será considerado
delito si lo hace Hiparquia. (Hasta ahí bien.) Teodoro no comete delito si se golpea a sí mismo, luego tampoco lo
comete Hiparquia si golpea a Teodoro». El tipo, impiadoso al fin, respondió
en el acto empero no con verborrea: la cazó del vestido y con el factible
propósito de dejar en evidencia que debajo había una hembra se lo arrancó de un
saque (hoy tendría perpetua). Así procedían los ateos de entonces, y no
olvidemos que Teodoro era un eféctico que cultivaba la omisión de juicio, y por
lo visto los sustituía con acciones improcedentes (claro que lo realmente
improcedente en aquellos tiempos era lo de ella). El hecho es que la dama
respondió con la imperturbabilidad de una conciudadana de Perrolandia y sin el
menor atisbo de rubor, a lo que el despreciativo Teodoro, que era ateo pero no
muy progre, sacando chapa y citando una frase de Eurípides tiró a los
contertulios como para rebajarla: «¿Esta
es la que dejó el telar por el manto?».
HIPARQUIA.-
Yo soy aquella, Teo… ¿Algún problema?...
¿Hice mal en dejar la Singer por la παιδεία?[66]
(Versión libre.)
Teodoro estaba evocando a la Ágave de Las Bacantes,
la que creyendo haber realizado la gran hazaña masculina de cazar fieras, había
sin embargo matado a su hijo Penteo. Una escena de candente actualidad que parece la discusión entre un
izquierdista de vieja escuela estaliniana y una novata revolucionaria de Soros.
Pero no contamos con data para evaluar las cualidades maternales de la gran
filósofa cánida. No deja de ser curioso que el
Ateo había sido seguidor de Aristipo el Joven, aquel llamado el Metrodidacta precisamente porque fue educado
por su madre Arete (o Areta), una de las grandes lumbreras femeninas de la
filosofía de la Antigüedad. Como se sabe, no estaba bien visto que una mujer, a
no ser que fuera hetera o bailarina, frecuentara aquellos festivos simposios en
los que se debatían asuntos políticos e intelectuales en medio de ingestas
etílicas, y menos todavía que interviniera de forma airosa en querellas
dialécticas, todo lo cual escenifica una provocación de primer orden a los usos
y costumbres de cuando el patriarcado era más en serio. Diógenes ya había
prescrito que había que hacer cosas fuera de lugar y tocaba el turno de que lo
cumpliera con rigor un femenino.
Crates también
tuvo un hermano dedicado a filosofar, y si bien la Suda informa que hacía acto de presencia en sus conferencias, no
entró en el clan porque formaba fila entre los megáricos –esos amigos de las
disputas intelectuales– como aprendiz de Euclides y maestro de Estilpón. Mal no
se llevarían porque Crates bautizó a su hijo con el nombre de este hermano,
Pasicles. La proximidad del círculo de Crates con los megáricos (y en menor
medida con los cirenaicos) es evidente. Y sin embargo, siguiendo al pie la
línea de Diógenes, se daban con toda. En un día muy frío de invierno, como
Estilpón viera al astroso Crates acurrucado, haciéndose el vivo le recriminó
que necesitaba «un manto nuevo» (ἱματίου καινοῦ),
lo que se prestaba a entenderse como «un
manto y juicio» (ἱματίου καὶ νοῦ).
Crates le devolvió la cachetada con unos versos en los que ridiculizaba las
discusiones del megárico, al que describía «en
los lechos de Tifón» y gastando a la virtud de tanto perseguirla con
disputas. También hay registro de unos palos que le tiró al pomposo Menedemo, «el toro eretrio», lindo tipo de muchacho
del que hacía burlas porque intimaba con Asclepíades de Fliunte, otro corifeo
de esa secta. Palmeándole alguna zona comprometida le dijo: «Asclepíades estuvo acá adentro».
Menedemo se enfureció y, como el gimnasta de marras, lo cazó y arrastró por los
suelos. Finalmente Estilpón, devoto como era de los cuestionamientos
dialécticos, uno de esos días se acercó a Crates y le lanzó una de sus
interrogaciones. Pero el sabio perro esta vez optó por no contestar por la boca
sino rajándose un pedo. «Sabía que
emitirías cualquier respuesta menos la que debías» –retrucó Estilpón[67]. Sobre
este recurso cínico versaremos a continuación.
Metrocles y el cuesco
Todo queda en familia. Alguien podría
haber acusado a Crates de nepotismo, pero esta gente no cobraba un cobre por su
sabiduría, vivía de las donaciones de los atenienses con conciencia de culpa o
con criterio elevado como para aprender de ellos o aceptar que la ciudad en
cierta forma se beneficiaba dándoles cobijo. Ya con Filisco, Onesícrito y
Andróstenes teníamos el primer esbozo de familia
cínica, aunque sin el elemento femenino y la progenie a posteriori. Con Crates lo que era una cofradía tornó en
parentela, el home sweet home del homeless, con esposo, cuñado, madre y
vástagos del mismo palo. El contraste con el modus vivendi diogénico se incrementa y sin embargo el programa
filosófico se cumple a pie juntillas. El Abrepuertas
abrió las puertas de otra socialidad para la corriente, que ya no tenía por qué
restringirse al papel autorreferencial y terminante del francotirador de las
aceras. Metrocles de Maronea, hermano de Hiparquia, fue uno de los destacados
educandos de Crates y quizá el primero en coleccionar y publicar las χρεῖαι cínicas (compuso una obra con ese
título). Se dice de él que un buen día quemó todos sus antiguos escritos
juveniles: «imágenes soñadas todo esto,
puras niñerías», pronunció solemnemente y las encomendó a Vulcano (o de
acuerdo a otra versión: «estos son
fantasmas de los sueños de los muertos»…)[68]. Más
probable es que aquello que arrojara a la pira fuese el conjunto de lecciones
que había recibido del predicho Teofrasto, de quien había sido discípulo hasta
dar con Crates. Cultivaba la alta filosofía el muchacho, que iba a las mejores
escuelas, el Liceo a manos de Teofrasto e incluso la Academia regenteada por
Jenócrates de Calcedón. Flor de carrera estaba haciendo el pibe. Pero hete aquí
que una aciaga tarde en plena clase, mientras el circunspecto profesor del
peripato dictaba su saber, a Metrocles se le escapó un soberano pedo, y tal fue
la vergüenza que lo inundó que largando los cuadernos por los aires salió
rajando a refugiarse en su cuarto. Tan mal había quedado que los familiares
temieron un suicidio porque el tipo se entregó a la inanición. Era terrible la
depre (ἀθυμία). Avisado el Abrepuertas
de tal desgracia ideó un plan maestro: se preparó un abundante plato de porotos,
lo engulló y marchó a donde el quía. Llegó a la casa, golpeó la puerta, entró y
comenzó a hablar. Arrancó con las palabras explicándole que lo monstruoso y
contrario a la naturaleza sería no despedir ventosidades por el orto, y a paso
seguido y viendo que no terminaba de convencerlo, en el momento en que las
legumbres empezaron a surtir el exclusivo efecto pasó a cagarlo a pedos
literalmente y con olor. Y misión cumplida, el aristotelismo perdió un follower y la secta del Can ganó otro. Metrocles se unió a las
filas con el fervor de quien ha testeado un milagro para siempre. Como el
chiste es inevitable no diremos que entró de pedo en la historia toda vez que
fue un destacado cuadro de la secta perruna.[69]
Como observaba Dudley, corresponde hacer
de Teofrasto el archienemigo de Crates y ver en esta dupla el
relevo más factiblemente histórico del tándem Platón-Diógenes: el profesor
universitario contra el filósofo popular, el que se ocupaba de las cosas
elevadas versus el consejero de las cosas mínimas y cotidianas, el acopiador de
curiosidades del intelecto enfrascado en su gabinete y el que ayudaba a la
gente a salir a flote. A pesar de haber estado abundosamente financiado
por los papis para estudiar en esas high
schools, a los fines de socializar en tal ambiente prestigioso, Metrocles había
menester de sandalias, elegante manto, séquito de criados, casa bien amueblada,
aportar con pan de fino trigo, golosinas exquisitas y vino dulce y organizar
celebraciones opulentas, por lo que andaba siempre a los saltos por un
bizcocho. Con el método Crates pasó a bastarse con un abrigo
tosco, pan de cebada y verduritas y sanseacabó con los inútiles apremios[70]. Se sabe por Plutarco que Metrocles dormiría de acá en más
con el ganado en invierno y durante el estío a pata suelta en los umbrales de
los templos. Haría esto con la clara intención de desafiar a un debate sobre la
felicidad al ostentoso rey persa, que invernaba en Babilonia y veraneaba en
Media. Plutarco también nos refiere unas cuantas pullas de él con Estilpón,
quien parece que escribió un diálogo con su nombre[71]. Como
cínico consecuente Metrocles murió suicidado por asfixia, cuando las papas del
achaque quemaron en pleno «invierno de la
vida», como llamaba a la tercera edad plagiando a Diógenes[72]. Otros
cotizan en alza y aseguran que más que ahogarse decidió contener la respiración,
y cumplió en sobrehumana muestra de autocontrol. Fue ejemplo de una gran
enseñanza cínica: que hay suicidios malos y otros buenos. A unos prematuramente
los consuman los pelotudos o hebefrénicos acongojados por las ridiculeces de la
reputación y a otros los ancianos impertérritos cuando ya el cuero no es más
que un óbice insalvable entre uno y la ἀρετή.
El alegre jorobado, así le llama Dudley al querido Crates, «fue para la vida del
ateniense medio de su época quizás más importante que Teofrasto o los
profesores eruditos de la Academia»[73].
El Abrepuertas. Aquel que dijo «Es preferible resbalar con el pie que con la
lengua». Aquel que supo decir «No he
alcanzado gran renombre por mi riqueza sino por mi pobreza».[74]
[1]
Jerónimo, Contra Joviniano II 9.
[2]
Clemente de Alejandría, ¿Qué rico se
salvará? 11, 3-4; Filóstrato, Vida de
Apolonio I 13, 2.
[3] «Κράτης Κράτητα ἐλευθεροῖ» o «Κράτης Κράτητα Θηβαῖον ἐλευθεροῖ» (Juliano,
Discursos IX 18, p. 201 b.; Procopio
Rétor, Cartas XLV; Gregorio
Nacianceno, Discursos XLIII 60;
Orígenes, Comentarios a Mateo XV 15;
Proclo, Sobre diez dudas acerca de la
Providencia, 36, 15-16; Escolio al Códice
Ottoboniano griego 388 f. 6r; La Suda,
s. v. bomós; Apostolio Paremiógrafo,
X 5; Gregorio Nacianceno, Poemas 12,
10, vv. 228-243; Eudocia, Violarium
591, p. 448, 14-449, 2) Anécdota por lo visto exitosa que se expandió como
reguero de pólvora.
[4] Laercio, VI
93; T. Kock, Comicorum Atticorum
Fragmenta, Adespota 1212.
[5] Plutarco, Sobre que hay que evitar los préstamos
8, p. 831 e.; Agustín, Contra la segunda
respuesta de Juliano IV 43.
[6]
Gnomologium Vaticanum 743, n. 385. Cf., Filóstrato, Vida de Apolonio VII 2, 3; Laercio, VI 93; Eliano, Historia varia III 6.
[7]
Laercio, VI 85; La Suda, s. v.
Crates.
[8]
Séneca, Epístolas a Lucillo I 10;
Laercio, II 114.
[9] Laercio, VI
87. Plutarco habla de una cifra muy menor: 8 talentos.
[10]
Dos
elementos típicos del estilo cínico: πικρία y χάρις, el sabor amargo o el
gratuito encanto (Discursos
IX 18, p. 201 b).
[11]
Sobre la paz del espíritu 4, p. 466
e.
[12]
Plutarco, Charlas de sobremesa II 1,
6-7, p. 632 e; Laercio, VI 86; La Suda,
s. v. Crates.
[13]
Sobre la virtud, p. 45. Cf., Antonio Monaco, I, XXVI 70;
Alcifrón, Epístolas III 44.
[14] Plutarco, Preceptos matrimoniales 26, p. 141 e.
[15]
Floridas 22.
[16]
«Εἴσοδος Κράτητι, Ἀγαθῷ
Δαίμονι» (Juliano, Discursos IX 17, p. 200 b) Dice tomarlo
de la Vida de Crates de Plutarco.
[17]
Laercio, VI 88; Quintiliano, Instituciones
Oratorias I 9, 5.
[18] Laercio, VI
90.
[19] «Νικόδρομος
ἐποίει.»
(Laercio, VI 89) Más precisamente Nicódromo lo hizo. Aunque de la
otra forma, que es como traduce García Gual, gusta
más porque hace acordar a los
vanguardistas como Duchamp o Greco. Una especie de ready-made o señalamiento
cínico.
[20]
Id., VI 90.
[21]
Id., VI 88; id. VI 91.
[22]
Musonio, 15, p. 70, 11-17, 5 Hense. Simplicio en cambio les asigna como
vivienda un tonel (Comentario al Manual
de Epicteto 32).
[23]
José María Zamora Calvo, Viviendo en co-herencia
con la filosofía cínica: Hiparquia de Maronea.
[24]
Arriano, Diatribas de Epicteto III
22, 76.
[25]
Pseudo-Crates, Epístolas 30 y 32.
[26]
Sexto Empírico, Bosquejos pirrónicos
I 14, 153; id., ibid. III 24, 200.
[27] «Ἔρωτα παύει λιμός. Εἰ δὲ μή, χρόνος· / ἐὰν δὲ τούτοις μὴ δύνῃ χρῆσθαι, βρόχος.» (Laercio, VI 87; cf. Juliano, Discursos IX 198 d, 2 1; Clemente de
Alejandría,
Misceláneas II 20, 121, 1, 2; Antología Palatina IX
497)
[28] VI 90.
[29]
Incontinencia, es decir ἀκρασία (Plutarco,
De la fortuna o virtud de Alejandro Magno
II 3, p. 336 c-d; id., Sobre los oráculos de la Pitia 15, p.
401 a; Ateneo, XIII 591 b; Siriano, Sópatro, Marcelo, Escolios a Hermógenes IV p. 118, 12 Waltz).
[30]
Simplicio, ibid.; Juliano,
Discursos IX [VI] 18, p. 201 b; Temistio,
Sobre la virtud p. 41 y 59; Laercio,
VI 91; Pseudo-Crates,
Epístola 20.
«Corro por mi bazo, por mi hígado y por
mi vientre», decía según Temistio.
[31]
Laercio, VI 96.
[32]
Floridas 14.
[33]
Contra la segunda respuesta de Juliano
IV 43.
[34]
Antología Palatina VII 413.
[35]
La Suda, s. v. Crates; Taciano, Discurso a los griegos 3, 3; Teodoreto, Curación de las afecciones de los griegos XII
49; Clemente de Alejandría, Misceláneas IV,
XIX 121, 6.
[36]
Epístola 33.
[37]
Laercio, VI 93; id., VI 88-89.
Traducimos
por chica παιδίσκη, ramera o sierva
joven, o bien doncella o virgen.
[38] Id., VII 3; Gnomologium Vaticanum 743, n. 384.
[39]
Laercio, VII 2-4; La Suda, s. vv. «He tenido una feliz travesía...».
[40]
Plutarco, De cómo distinguir al adulador
del amigo 27, p. 69 c-d.
[41] Id., Vidas
paralelas (IV, Demetrio); Michel Foucault, Discurso y verdad: Conferencias sobre el coraje de
decirlo todo; Luis E. Navia, Classical Cynicism.
[42]
Gnomologium Vaticanum 743, n. 387.
[43]
Laercio, VI 88. Imputa la anécdota a Demetrio de Magnesia. Cf. La Suda, s. v.
Crates.
[44]
«No se debe aceptar de todos lo que den.
Pues no es lícito que la virtud sea sustentada por el vicio» (Antonio
Mónaco, I, XXX 39)
[45]
Estobeo, III 5, 52.
[46]
Máximo Confesor, XXVII 30.
[47]
«Συγκατανευσιφάγους», manyabeneplácitos,
tragaconsentimientos o anuenciófagos
(Estobeo, III 14, 16).
[48]
Laercio, VI 92.
[49]
«ἐλεῶ
σου τὴν ἐρημίαν» (Estobeo,
III 14, 20). Soledad o bien desierto.
[50]«Ἔλεγε δὲ μέχρι τούτου δεῖν φιλοσοφεῖν, μέχρι ἂν δόξωσιν οἱ στρατηγοὶ εἶναι ὀνηλάται.» (Laercio, VI, 92)
[51]
Laercio, VI 98.
[52]
Juliano, Discursos VII 213 b-d; id., ibid.
IX 199 c-200 b. Aunque
los traductores suelen poner que Crates pide la dicha del escarabajo y el botín de la hormiga, Olimar
Flores-Júnior explica con suficientes razones que estos bichos están haciendo
las veces de ejemplo negativo (vid. Cratès, la fourmi et l’escarbot : les
cyniques et l’exemple animal).
[53] Juliano, Discursos IX [VI] 17, p. 200 b; id. IX 198 d, 2 1; Antología Palatina X 104; Demetrio, Sobre la elocuencia 170; Laercio, VI 98.
[54]
Laercio, VI 86; Plutarco, Sobre el elogio
de sí mismo, 17.
[55]
Laercio, ibid.
[56] Hay una
sospechosa versión en el Pedagógico
de Clemente de Alejandría que enumera al insensato parásito, a «un goloso prostituto que se ufana de sus
nalgas», y una «ramera falaz» y «cualquier otra bestia semejante de placer».
[57] Θύμον es tomillo,
pero con un ligero cambio de acentuación también coraje
(θυμόν).
[58]
Laercio, VI 85.
[59]
Estobeo, IV 50, 66; Laercio, VI 91; id.,
VI 98.
[60] Séneca, Epístolas a Lucilio I 10.
[61] «θέρμων τε χοῖνιξ καὶ τὸ μηδενὸς μέλειν.» (Laercio,
VI 86; cf. Estobeo, IV 33, 31)
[62]
Laercio, VI 88.
[63]
«φιλοσόφους
ὑποθέσεις καί
τινα ἐπιχειρήματα καὶ
προτάσεις πρὸς Θεόδωρον»
(La Suda,
s. v. Hiparquia).
[64]
Sobre la imposibilidad de vivir
gratamente de acuerdo con Epicuro 1986 e.
[65] Michel
Onfray, Cinismos: retrato de los filósofos llamados
perros.
[66]
Laercio, VI 97-98; La Suda, s. v.
era: epethymei; ibid., s. v. Teodoro; ibid.
s. v. Sócrates.
[67]
Laercio, II 118; id., II 126.
[68]
«Τάδ᾽ ἔστ᾽
ὀνείρων νερτέρων φαντάσματα, / [οἷον λῆρος]» (Laercio,
VI 95)
[69]
Laercio, VI 94-95. La obvia moraleja es que fallando igual que Teofrasto por la
vía del λόγος, lo convenció por el ἔργον,
la acción, quedando Metrocles ahora sí como «un tipo idóneo para la filosofía»(ἀνὴρ ἱκανὸς ἐν φιλοσοφίᾳ).
[70]
Teles, Sobre la riqueza y la pobreza
(Estobeo, IV 33, 31).
[71]
Sobre si el vicio basta para la
infelicidad 3, p. 499 a-b.; id., Sobre la paz del espíritu 6, p. 468 a; cf. Léxico
Patmio, s. v. enebrímei.
[72] Estobeo, IV 50, 84.
[73] «the cheerful
hunchback» (Donald R. Dudley, A
History of Cynicism)
[74] Estobeo, IV 33, 27; Gnomologium Vaticanum 743, n. 382.
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