Sobre la muerte de Teágenes de Patras

 

Apenas Luciano llega a Élide topa en el gimnasio con un cínico que diatribaba a grito pelado disparando contra todo el mundo. Todo el mundo salvo Proteo, a quien a renglón siguiente pasa a ofrendarle un panegírico desmedido y ensordecedor: «¿Hay quien se atreva a afirmar que Proteo es un fatuo (κενόδοξον), ¡oh tierra, oh sol, oh ríos, oh mar, oh antepasado Heracles! Proteo, que fue detenido en Siria, que entregó a su patria 5000 talentos, que fue expulsado de la ciudad de Roma, él, que es más famoso que el Sol y que puede competir con el mismísimo Olímpico? Y porque decidió abandonar la vida por medio del fuego, algunos lo atribuyeron a vanagloria (κενοδοξία). Porque ¿no hizo Heracles lo mismo? ¿No lo hicieron también Asclepios y Dionisos con el rayo? ¿No fue, en último término lo que hizo Empédocles en un volcán?». Enardecido como estaba continúa su discurso elevando al maestro por encima de Diógenes, Antístenes y Sócrates y agrega: «La vida humana ha contemplado únicamente dos obras perfectas, el Zeus de Olimpia y Proteo; sus autores y modeladores han sido, del primero Fidias y, del segundo, la naturaleza. Pero ahora esta maravilla se marchará de los hombres a los dioses sobre el fuego y nos dejará huérfanos».

Concluyendo el acting y empapado de sudores se larga a llorar, y mientras los correligionarios intentan consolarlo, se agarra furiosamente de las crenchas, aunque según Luciano no con el suficiente vigor, previendo no arrancárselas. Inmediatamente después, sube a la tribuna un segundo sujeto que matándose de risa declara: «Puesto que el maldito Teágenes puso fin a su desvergonzadísimo discurso con las lágrimas de Heráclito, yo, por el contrario empezaré con la risa de Demócrito». Este caballero no es otro que el alter ego de Luciano que cuenta a continuación el detalle de la biografía de Proteo que conocemos, refuta las tesis del cínico exaltado y sugiere que podría imitarlo y prenderse fuego él también, ya que emularlo sólo en la vestimenta, alforja, bastón y manto, es bastante fácil. Porque Heracles, alega, no se cremó por avidez de fama, y entre los brahmanes, con quienes el perro arrebatado comparaba también a su maestro, los había por demás insensatos. Como Teágenes, no saciado con la arenga, hizo correr la bola de que un oráculo sibilino mandaba a honrarlo como al más grande de los cínicos que compartía el trono con Hefesto y Heracles, el refutador lucianesco le responde con otro oráculo paródico que atribuye a Baquis: «Cuando el cínico de mil nombres haya saltado a la enorme pira estimulado por un deseo frenético de gloria, en ese momento todas las zorras que siguen sus huellas deben tener el mismo destino que el lobo desaparecido» –es decir, pronosticaba que Teágenes y los otros perros debían calcinarse con él. Los presentes se entusiasmaron y empezaron a clamar que los lanzaran a la hoguera, lo que hizo que Teágenes se enfureciera y evacuara puteadas a mansalva.[1]

Habida cuenta del papel infelizmente relevante que desempeña el de Patras en Sobre la muerte de Peregrino, se sugirió que el panfleto de Luciano fuera en sí mismo una respuesta a una apología publicada por Teágenes[2]. Luciano hace de él una especie de fanático de boquilla, el segundo de Proteo, mano derecha o jefe de trabajos prácticos. De esa troupe que circundaba a este santón con visos taumatúrgicos, el discípulo más destacado y el propagandista más cerril y estridente.

Se ubica el floruit de Teágenes más o menos por entonces, hacia el 160, cuando esta gente estaba en plenos preparativos del anuncio de la inmolación. Sin embargo, no viviría mucho más: una dolencia hepática acabaría con él, o caso contrario un suicidio amoroso por culpa de una ramera; pero no el fuego.

Después de la imponente muerte de Peregrino, quizá en pleno auge del culto, en ignoradas circunstancias partió a hacer su agosto en Roma, donde se dedicó a perorar en público diariamente en el gimnasio de Trajano, tal como notifica Galeno. Allí residía en una modesta vivienda y al parecer hacía buenas migas con los del palo, filósofos cínicos y no cínicos. Le iba bastante bien porque el doctor, a la sazón médico oficial del emperador, informa que era hombre célebre. Lo cierto es que enfermó del hígado, órgano del alma concupiscible (el deseo o ἐπιθυμία), cuya virtud según Platón era la templanza o σωφροσύνη, y fue tratado por Átalo el Tesalio, discípulo del metódico Sorano de Éfeso; pero con mala fortuna o mala praxis. El médico desoyó los consejos de Galeno y no dejaba de comunicar que estaba mejorando a los filósofos amigos del paciente, quienes lo asistían a falta de criado, esposa o hijos (que como corresponde no tenía), cuando el perro, sin embargo, de repente estiró la pata y cayó muerto.

Lejos del bochinche que rodeaba a Proteo, los actos funerarios fueron sencillos y sin ninguna manifestación de sensiblería. Galeno documenta esta defunción irrelevante, tan distinta a la del maestro, en los Methodus medendi, su opus magnum escrito en 193, y es sabido que estaba de vuelta en Roma desde 169. De manera que Teágenes sobrevivió a Peregrino como mucho por un par de décadas largas, como poco por unos míseros años, y sucumbió factiblemente bajo reinado de Marco Aurelio. Galeno acusa al galeno fallido, el tal Sorano, practicante de una escuela rival, de jactancioso y burro, puesto que desestimó su recomendación de limpiar y desobstruir el órgano y la advertencia que le remitió, en la que vaticinaba el fatal desenlace si porfiaba con el tratamiento a base de cataplasmas, puré de legumbres y aceite hirviendo.[3]

Casi todos los cínicos conocidos fueron notablemente longevos, pero este no fue el caso. Óbito poco glorioso para quienes preferían el suicidio a la prolongación de los achaques, y la autosuficiencia y la fidelidad a la naturaleza a los saberes técnicos. También un cínico podía morir de una simple y prematura inflamación. Pero Luciano fue de otro parecer y no le perdonó ni siquiera la expiración: ajeno a esta historia lo hace morir irrisoriamente degollado por los fuegos de la pasión, víctima del amorío con una puta de Mégara[4]. Luciano, que escribió que la de Proteo era una muerte infame (κακς ποθάνοι), no le reservó una mucho mejor.




[1] Luciano, Sobre la muerte de Peregrino 3, 4, 5, 6, 24, 25, 29, 30 y 31.

[2] R. Reitzenstein, Hellenistische Wundererziihlungen, Leipzig, 1906.

[3] Tratamientos médicos X 909-915.

[4] La travesía o el tirano 6. No falta quien dude de que el Teágenes que se nombra acá sea el de Patras, ya que se considera a esta obra escrita alrededor del año 160.


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