Los cínicos de los años de Juliano

  (Cleómenes, Ificles, Asclepíades, Sereniano, Quitrón, Heraclio y más)

 

De los tiempos de Juliano el Apóstata se sabe de un manojo de cínicos. En torno al año 355 encontramos en Constantinopla a Cleómenes. Hay noticias de él por las Epístolas del retórico Libanio amigo de Juliano, pero en buenas relaciones con varios cristianos– dirigidas a un amigo de este cínico, un tal Andrónico, quizá también cercano al movimiento. Parece ser que Cleómenes pretendía que Andrónico utilizara a Libanio como medio para llegar al tío del último, un funcionario de nombre Nebridio. Pero no tuvo suerte: Libanio le dice en las cartas a Andrónico que abandone el asunto y que deje de relacionarse con ese perro al que todos los proyectos le funcionan mal. Aunque ignoramos todo de él, es otro cínico más que no queda muy bien parado ante la historia.[1] El resto de los perros de los que se tiene data son nombrados por nuestro emperador.

Ificles de Epiro fue compañero de estudios de Juliano en épocas de juventud. Ambos tomaban clases con Mardonio, un eunuco cristiano pero admirador de la cultura clásica. Juliano recuerda cómo lucía este cínico en aquel lejano entonces y en medio del más crudo invierno: una cabellera sucia, el pecho al descubierto y un simple manto hecho jirones[2]. Su ayo le pregunta: «¿Qué demon lo ha reducido a tan gran desgracia que lo hace digno de piedad (ἐλεεινός) y más dignos de piedad aún a sus padres, que lo habrán criado con todo esmero y educado lo más seriamente que han podido, para que él lo haya abandonado todo y ande ahora tan míseramente que no se diferencia de un mendigo?». Escribe Juliano como devolución: «No recuerdo exactamente con qué broma le respondí entonces, pero sé bien, desde luego, que eso mismo es lo que piensa el común de la gente de los verdaderos cínicos (τν ληθς κυνν τος πολλος διανοουμένους[3]. Se conoce otra anécdota, gracias al historiador y militar Amiano Marcelino, que remite a un Ificles que ha de ser el mismo. Ya muerto Juliano este Ificles asume en 375, contra su propia voluntad y a instancias de Probo, prefecto del pretorio, la representación de Epiro ante el emperador Valentiano, que se encontraba en Carnunto. Debía defender ante el mandamás los méritos de Probo como gobernador en la región. Pero él, como debió haber advertido el despistado Probo, hizo todo lo contrario: reveló las quejas de la gente y deschavó los crímenes del dirigente[4]. Un cínico en sus cabales cumpliendo bien el papel. Ya que hablábamos de su pecho, Marcelino lo llama, más bien al contrario, «spectatum robore pectoris hominem» –«un hombre respetado por la fuerza espiritual», que traduce Martín García.

Corría el año 362 y Asclepíades, recién llegado, visitaba en Antioquía junto a un grupo de cínicos al emperador Juliano con vistas a regalarle libros y establecer relaciones, cuando en un aparente descuido prendió fuego el templo de Apolo de Dafne. Llevaba consigo ese día, y parece que siempre, una pequeña imagen de plata de la Dea Caelestis, versión romanizada de Tanit, diosa principal de la mitología cartaginense. Presentándose a dicho templo, procedió a colocarla delante de los pies de la estatua de Zeus y encendió unas velas. Después de la medianoche las chispas prendieron en maderos muy antiguos y se desató el incendio, del que se culpó en un principio a los cristianos, a punto tal que Juliano ordenó en represalia la clausura de la Iglesia de Antioquía que había mandado a erigir Constancio II unos años antes[5]. Queda visto que Asclepíades era un cínico religioso, aunque probablemente no cristiano ni tampoco pagano tradicional. Sin embargo Símaco, papa entre los años 498 y 514, le llama «sancti Asclepiadis philosophi». Parece ser que vivía aún hacia el año 390.[6]

Juliano, en la oración que consagra al cínico Heraclio, da unos ligeros detalles del inoportuno arribo de esta comitiva perruna compuesta de una decena de ejemplares. «Llegó Asclepíades y después Sereniano, después Quitrón, después no sé qué muchachito rubio y alto, después tú y, con vosotros, otros tantos que hacían el doble. ¿Qué bien ha traído vuestra llegada, excelentes amigos? ¿Qué ciudad o qué individuo se ha dado cuenta de vuestra libertad de palabra? ¿No es insensato que, para empezar, hayáis preferido dirigir vuestros pasos hacia un emperador que no quería ni veros y, al llegar, no os habéis comportado con demasiada insensatez, ignorancia y locura, adulando y ladrando a un tiempo, repartiendo libros e insistiendo para que llegaran a nuestras manos? Creo que ninguno de vosotros ha visitado a un filósofo tantas veces como a mi secretario, de forma que el vestíbulo de palacio se convirtió para vosotros en Academia y Liceo que hacía las veces de Pórtico.[7]» La imputación es rotunda: φροσύνη, μάθεια y μανία, insensatez, ignorancia y locura, sumadas a una incoherencia raigal, ya que alaban al mismo tiempo que ladran (κολακεύσαντες μα κα λακτήσαντες), y una evidente impertinencia que los llevó a instalarse en el vestíbulo del palacio real, haciendo de él un Pórtico con aires de Academia o Liceo. Una impertinencia que redobla la incoherencia, habida cuenta de que el cinismo se supone que se definía como anti-escolástico, itinerante, resistente al poder y renuente a las sedes y subsidios oficiales.

Sobre el tal Sereniano que nombra el emperador no hay nada. Acerca del mentado Quitrón se han hecho algunas especulaciones. Se sabe que Quitras –por χύτρα, olla o marmita– era el sobrenombre que se aplicaba al contemporáneo Demetrio de Alejandría. Amiano Marcelino describe a este Demetrius Chytras como un hombre fuerte de cuerpo y espíritu (corpore durus et animo), pese a la avanzada edad que tenía ya en ese entonces y a que había recibido castigos estando en Escitópolis en el año 359 por sacrificar en nombre de la deidad egipcia Besa[8]. Se lo sometió al potro de tortura durante un largo tiempo, pero en vez de rectificarse confesó que ofrecía los sacrificios desde joven. El tal Demetrio, si no es otro que aquel Quitrón, después de ser declarado inocente y liberado pudo haberse dirigido a Antioquía en 362 a ver a Juliano. Ya que la tortura tuvo lugar bajo el reinado de Constancio II, emperador cristiano, algunos sugieren que con él podría haberse dado el caso de un cínico sometido a suplicio por las fuerzas de Cristo.

Juliano finalmente nombra a Nilo, al que le remite una carta desde Antioquía. José Martín García entiende que debió de ser un cínico, aunque no figura en el célebre elenco montado por Goulet-Cazé. Parece que este Nilo, alias Dioniso, se presentaba como filósofo, y Juliano le reprocha su franqueza comparándolo con el homérico Tersites. Los males que le imputa no son otros que los que cabían en el sayo perruno: osadía, incultura, insensatez y tales. Sin embargo Nilo, de probable origen egipcio, era un senador romano que había rechazado la oferta de un cargo enviada por Juliano, retractándose después (a lo que el emperador responde en la carta reprochándole descaro y presunción); por lo que es difícil figurárselo como un cínico al ras de los antedichos: un can en el senado romano no parece un hecho probable[9]. En otra carta Juliano hace una difusa referencia a otro cínico, que llevaba bastón y barba, al que vio venir cuando estaba en Besanzón y al que confunde con su maestro, el neoplatónico Máximo de Éfeso, que por lo visto vestía más o menos de tal guisa. Pero nada más agrega sobre este anónimo perro.[10]

A fines de marzo del año 362, cuando tuvo lugar esa especie de invasión canina al palacio real, o poco antes o poco después, el aludido Heraclio de Antioquía dio una conferencia pública en Constantinopla. Allí estaba presente el emperador Juliano, encaramado en el trono recién unos meses atrás, en noviembre del año inmediato, quien según Eunapio de Sardes había sido invitado por el cínico, ya que escucharlo, le dijo, iba a redundar en un beneficio para su monarquía[11]. Pero Juliano resultó escandalizado por la impiedad y osadía de aquel discurso en el cual él aparecía bajo la forma del dios Pan y el propio Heraclio bajo la de Zeus. La respuesta del emperador, que había guardado silencio al escucharlo por respeto a los presentes[12], fue una luenga diatriba que no se hizo esperar más que unos días y escribió apenas en una noche. «Fuimos invitados a escuchar a un perro que ladraba sin claridad y sin nobleza (κυνς οτι τορν οδ γενναον λακτοντος) y que como las niñeras entonaba mitos que ni siquiera sabía organizar como es debido.[13]» «¿Tú Zeus y yo Pan? –le responde–. ¡Qué ridículo pseudo-Pan, y mucho más ridículo todavía, por Asclepio, un hombre que es cualquier cosa menos Zeus! ¿No es esto realmente la locura de una boca enloquecida, no inspirada, sino delirante?[14]» Cuando Procopio, un pariente de Juliano, se sublevó en torno al año 365 con intenciones de usurpar el título imperial, Heraclio marchó a su lado. Golpeando fuertemente el bastón en el suelo dijo a Procopio: «Sé esforzado para que la posteridad hable bien de ti»[15]. El historiador Sócrates describe sus largos cabellos e indumentaria cínica.[16]

Sobrevivieron también los nombres de seis cínicos de este mismo siglo que visitaron en Egipto las tumbas de los faraones del Valle de los Reyes de Tebas: Besas, Demetrio, Diocles, Domicio, Panisco, y otro que firma Uranio Cínico (Οράνιος Κυνικός) en alusión al apodo del maestro fundador. Grafiteros, que les llamaríamos, aunque en plan piadoso; módicas reliquias o muescas del turismo cínico ya descrito por Luciano al narrar las peripecias de Demetrio de Sunio. No son más que rúbricas de esas inscripciones llamadas proscinemas, que se fijaban en los monumentos para dejar constancia del paso de los peregrinos y de su admiración o prosternación (προσκύνημα deriva del verbo προσκυνέω, adorar o reverenciar). Uranio y Besa firman como κυνικός; Demetrio, Panisco y Diocles como κύων (con el nombre del último hay cuatro carteles, uno suscrito por «Diocles, el cínico de Pisa»). Uranio, Besa y Demetrio conmemoran la visita con versos: «A las siringas de Tebas y al venerable Memnón / yo, el cínico Uranio, admiré por su arte». Mientras este los dedica a Memnón y a las siringas, tumbas de los faraones del Valle de los Muertos, Demetrio (sea o no el de Juliano o el de Amiano Marcelino) los dirige en honor a las Ninfas Orestíades. Besa escribe su epígrafe debajo de una inscripción que loa el admirable prodigio de los sabios egipcios, firmada por el gobernador de la Tebaida Flavio Eutolmio Taciano: «Besa, el cínico, las admiró, aunque en un mal día». El probable gesto rebelde mereció una rectificación de otro filósofo –seguramente no cínico– que firma como Besarión.[17]




[1] Libanio, Epístolas 399, 432 y 446.

[2] «αχμηρν χοντα τν κόμην κα κατερρωγότα τ στέρνα μάτιόν τε παντάπασι φαλον ν δειν χειμνι»

[3] Discursos IX [VI], 16, 198 a-b (Contra los cínicos incultos). En una carta a Temistio enviada entre 356 y 357 Libanio menciona a un Ificles (Epístolas 508).

[4] Amiano Marcelino, XXX 5, 7-10.

[5] Juliano, Discursos VII 224 d; Amiano Marcelino, XXII 13, 1-3. Amiano Marcelino lo nombraba en otra parte de su obra que no sobrevive.

[6] Símaco, Epístolas V 31.

[7] Discursos VII, 224 d-225 a.

[8] «grandaevus quidem sed corpore durus et animo» (Amiano Marcelino, XIX 12, 12)

[9] Juliano, Epístolas 82. Libanio alude a él en Discursos XVIII, 198, y Epístolas 758.

[10] Epístolas 26, 414 d.

[11] Eunapio, Crónica, frg. 18, 3 (Müller).

[12] Juliano, Discursos VII 212 c.

[13] «λλ̓ σπερ α τίτθαι μύθους δοντος κα οδ τούτους γις διατιθεμένου» (Juliano, ibid. 204 a)

[14] Ibid. 234 d.

[15] Eunapio, Crónicas, frg. 31 (Códice, p. 173).

[16] Sócrates, Historia Eclesiástica III 23, 34.

[17] Jules Baillet, Inscriptions grecques et latines des tombeaux des rois ou Syringes 172, 319, 562, 1381, 1542, 1611, 1721, 1735, 1825.


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