Los
restos de este perro son mínimos: le faltó un Laercio, un Séneca, un
Filóstrato, un Luciano. No quedó uno que nos cuente algún dicho o lance
chistoso de este señor. Si perdura alguna huella del paso por el mundo de este
filósofo se debe a la gresca religiosa entre cristianos y paganos durante el
siglo IV. Entre los primeros gracias a Eusebio de Cesarea, entre los segundos a
Juliano el Apóstata. Al revés del
caso Demetrio, de Enómao no se conoce casi nada de su vida y sí de su obra. Se
escribió al pasar que era un famoso e ilustre filósofo en los últimos años de
vida de Plutarco, junto a Sexto de Queronea y Agatóbulo de Alejandría[1]; sabemos
que nació en una Gadara que entonces era rica y próspera, y que se lo asoció en
fecha reciente con un filósofo llamado Abnimos ha-Gardi mencionado en el
Talmud. Y fuera de eso nada, salvo que se estima que el floruit ocurrió bajo el reinado de Adriano, alrededor del año 119. Es
decir que era un hombre afincado en los albores del siglo segundo post
Christum,
parido poco antes de que Demetrio sucumbiera, en torno al año 70. Pero tenemos,
en cambio, un listado verdaderamente prometedor. Lo que nos queda de este perro
es una ristra de nombres de obras publicadas enteramente perdidas y un largo
fragmento de una de ellas que lo deja ver como un feroz y simpático impugnador
de las supersticiones de la religión tradicional griega.
Este filósofo de vida incógnita
debe de haber sido básicamente un activista del κυνικὸς
τρόπος, a medias
un literato y un ideólogo
o teórico,
uno de los eslabones destacados de una rama singular del movimiento cínico, algo
así
como la tradición gadarena, iniciada por Menipo, seguida por un primer Meleagro
y heredada al final por Luciano de Samosata. Pero Luciano, medio siglo
posterior, jamás lo nombra ni alude, lo mismo que el conjunto de filósofos
estoicos y no estoicos, ora de retóricos o literatos romanos. Son,
curiosamente, los padres cristianos quienes rescataron a este cínico
autodidacta, gracioso e irreverente, que parece haber estado alentado por una
sed transformadora y haber querido patear el tablero del movimiento cínico al
poner en aparente tela de juicio el papel fundacional de los primeros perros.
Sin embargo no hay nada que indique que Enómao albergase algún elemento en
común con el cristianismo, salvo la crítica evidente a los basamentos de la
religión pagana. Al contrario el neocinismo
de Enómao emprende algo así como una vuelta al racionalismo impío, a esa
ilustración burlesca y escéptico-agnóstica del principio, sacándose de encima
los pegotes estoicos y los achaques neoplatónicos o místicos que infestaban y
seguirían intoxicando a la secta y arrasando de paso con las especulaciones
metafísicas de las filosofías enemigas de la autodeterminación del individuo.
De manera que el gran innovador podría más bien haber sido una especie de
purista que aspiraba a volver a los orígenes. Plan paradójico dentro del
paradójico campo cínico.
Los
títulos que lo sobrevivieron permiten de entrada conjeturar dos cosas: gozaba
del espíritu jovial del gremio y tenía, por decirlo así, perspectiva histórica.
Parece haber sido un cínico interesado en el discurso, en enfilar temáticas y
en abordar a su propia secta como objeto, como si hiciera de ella no solamente
una profesión de fe y un ejercicio de práctica; un cínico capaz de objetivar a
su corriente, capaz de historiarla, una especie de cínico profesional. Al menos
eso se puede especular habida cuenta de dos o tres de los títulos: Sobre el
Cinismo (Περὶ Κυνισμοῦ), Sobre Crates, Diógenes y el resto (Περὶ Κράτητος καὶ Διογένους καὶ τῶν
λοιπῶν), y La autorrevelación
del perro (Τοῦ κυνός αὐτοφωνία). A esto
hay que añadir, para armar el sugestivo pero liliputiense catálogo, las
siguientes obras: una Πολιτεία, tal como Diógenes, Sobre la filosofía de
acuerdo a Homero (Περὶ τῆς καθ' Ὅμηρον φιλοσοφίας),
eventuales muecas lanzadas a las historias de héroes y dioses, y El desenmascaramiento de los Magos (Γοήτων Φωρά o Detectio Praestigiatorum), la que
podría también haberse llamado Contra el
Oráculo (Κατὰ Χρηστηρίων
o Κατὰ τῶν Χρηστηρίων), tomando de referencia la mención que de ella hace
Juliano. Esta grata solapa podrá acrecentarse con unas cuantas tragedias, según
da fe el susodicho emperador-filósofo.[2]
Hete
aquí a un cínico que estudiaba o pensaba al cinismo. Y a tal hipótesis aporta
la cita de Juliano que reza que según el gadareno «el cinismo no es ni diogenismo ni antistenismo»[3]. Esta
frase que pone a ambos, Diógenes y Antístenes, a igual distancia del cinismo, choca
con el título de uno de los opus aludidos, Περὶ Κράτητος καὶ Διογένους,
en el que no aparece el ateniense. De lo que se destila que el lugar de
Antístenes en la secta podría haber sido ya por entonces problemático, o mejor
todavía que el cinismo para Enómao no era una escuela a la usanza ortodoxa,
encabezada por uno u otro jerarca, sino más bien una entidad de otro tipo,
flotante, electiva, al portador. Lo último es coherente con otro dato probable acerca
de este hombre desagregado del collar de sucesiones que gustaba a los viejos
doxógrafos: que se dice que fue un filósofo sin maestros, verdadera rareza en
la Antigüedad. A self-made Cynic.[4]
Enómao
fue la bête noire de Juliano, el
ejemplo literario que encontró a mano de perro impío, de ladino y malvado agente
de la secular perversión del cinismo. Mientras Diógenes y los demás originarios
encarnaban para él la versión divina del movimiento, en este esquema poco sostenible
Enómao representaba la contraparte bestial: era un desvergonzado e impúdico (ἀναιδὴς μηδὲ ἀναίσχυντος),
desdeñoso de todo lo humano y lo divino por igual, y Diógenes, por extraño que
parezca, un hombre respetuoso con los dioses[5]. Juliano
dispara que el cinismo del de Gadara era «una
locura, una forma de vida inhumana, una inclinación bestial del alma que no
considera nada noble ni valioso ni bueno»[6], porque
profesaba una irreverencia a los dioses que ultrajaba νόμοι y φρόνησις
humanas, lo mismo que a las leyes divinas grabadas en nuestra alma. Pasado
Demetrio, he aquí la vuelta de la ἀναίδεια, aquello que en Roma no tenía lugar.
Parece evidente que la posición del emperador no resistiría mayor contrastación con la realidad histórica. Pero Juliano tenía un objetivo rotundo en la mira: mantener a flote y sacar adelante la cultura grecolatina y la religiosidad pagana ante la amenaza de bárbaros y cristianos; y este tipo, que era algo así como el burlador programático de los rituales y supercherías de los cultos gentiles, estaba ahí como una piedra escorchando en su zapato. Y lo peor del legado atroz de este desvergonzado no fue el escrito sobre los oráculos –lo único que sobrevive de Enómao– sino las desaparecidas tragedias, «más innombrables que lo innombrable y más que perversas», escribe Juliano. «Y ni siquiera sé cómo hablar de ellas del modo que se merecen –agrega–, aunque aludiera a los males de los magnesios o al mal termerio satírico, la comedia y el mimo. ¡Hasta tal punto el hombre ha expuesto de modo literario en ellas toda clase de desvergüenzas y desatinos hasta la exageración! Y si alguien considera digno mostrarnos mediante ellas cómo es el cinismo, blasfemando contra los dioses, ladrando contra todos los hombres, como dije al comienzo, ¡adiós, que se vaya entonces de país en país hasta donde le apetezca ir![7]» Gente así, dice Juliano, merece el destierro, el Báratro o la lapidación. Porque la solución que proponía el buen Flavius Claudius Iulianus contra la decadencia del mundo clásico acarreaba una desinfección general de la tradición cínica, borrar del mapa el aventurerismo impúdico de Diógenes y convertirlo en un santón, en un filósofo popular-celestial. Para eso hace depender al cinismo del Apolo Pítico y promociona la leyenda rosa de un Diógenes que sigue las pronunciaciones del dios como un destino del que hace causa. Enómao, como un pichón del artero y apócrifo Filisco, es por supuesto el disolvente que consagra sus afanes a estropear semejante idealización piadosa y que convierte a Apolo en un dios sofista, charlatán y embaucador.
Sin embargo Juliano y Enómao podrían haber coincidido en algo, en vislumbrar al cinismo como una forma universal o despersonalizada cuyo eje no radicaba en los susodichos fundadores. Juliano ubica ese eje en la vida ejemplar de Heracles, el verdadero patrón oro. Así lo consideraban, dice, «los cínicos más ilustres»[8]. Y tomando en cuenta el pésimo concepto que tenía de Enómao, no es tan probable que el de Gadara integrase esa lista de bendecidos. ¿Qué querría decir entonces Enómao con eso de que el Κυνισμός no era ni diogenismo ni antistenismo? A lo mejor pretendía señalar que cada cínico, en vez de copiarse de Diógenes o Antístenes, debía interpretar la forma de vida cínica a su manera, o tal vez que debía practicar el aprendizaje directo de la naturaleza en la experiencia. Claro que la desaparición de su obra, salvo en lo que beneficiaba a los cristianos, y el hecho de no aparecer como referencia en ningún filósofo, demuestran que sus ideas no estaban muy a tono con las tradiciones estoicas o neoplatónicas y lo que esta gente tenía para decir sobre la cuestión cínica. De ahí que Goulet insiste en que encarnó «una concepción renovada del cinismo», lo que a fiarse de los títulos es bastante verosímil. Pero la renovación permanente es una probable condición ínsita en el principio de la transvaloración numismática, que podría haber abarcado no solamente a los valores dominantes de la sociedad sino a todos los existentes o por existir, incluidos los del propio bando –cuando no los de uno mismo. Es evidente que al escribir sobre el cinismo a Enómao no lo animaba un propósito doxográfico, y que si escribió una Politeia no sería a los efectos de replicar sin innovar a la de Diógenes o Filisco –que aún por esos tiempos estaba disponible–, aunque el espanto con que Juliano describe sus textos se parece mucho al de Filodemo ante los del mismísimo Diógenes. Y es notable que Enómao es el único cínico que se tomó el trabajo de escribir, como se decía que había hecho Diógenes, una Politeia y unas cuantas tragedias, que por lo visto no eran menos impiadosas que aquellas y que a juzgar por sus eventuales fines revolucionarios debían traer algún tipo de novedad o de confrontación con el canon perruno.
Si
el buen cínico carece de un modelo humano a seguir y se debe a la misma φύσις,
tampoco Diógenes podrá ser su profeta y tendrá que hablar con una voz que será
la suya propia. He ahí, a lo mejor, el secreto de uno de los títulos, Τοῦ κυνός αὐτοφωνία,
literalmente La autofonía del perro,
o más verazmente La propia voz del Perro
–que se conjeturó que podía ser un rótulo alternativo de Περὶ Κυνισμοῦ
o Sobre el Cinismo[9]. Ciertamente
los χρησμοί αυτοφώνου
eran los oráculos que el dios emitía sin la asistencia del sacerdote o vidente.
Ese nombre habían recibido los que orquestaba Alejandro de Abonutico, famoso
taumaturgo chanta del siglo II, satirizado por Luciano, que había creado el
culto de Glycon, un dios-serpiente con cabeza humana, y que alegaba ser el
destinatario privado de los mensajes del dios de la medicina Asclepio[10].
El
libro de Enómao, quizá montado como una parodia en verso a lo Crates, podría
haber representado los oráculos caricaturescos proferidos por el mismo perro,
un ser que para comunicarse con los dioses prescindía de esa caterva de irrisorios
intercesores, adivinos, pitonisas o sacerdotes de los templos. El cínico, que
no debía seguir a ningún hombre, tendría que moldearse a sí mismo entablando un
tuteo con lo que excede a la forma humana, y ese tal vez fuera el paradigma
ético que este perro creativo ofrendara al mundo.
En
cuanto Γοήτων Φωρά,
que Goulet-Cazé
traduce como Los Charlatanes
desenmascarados (Les Charlatans
démasqués), Dudley como The
Charlatans Exposed, Desmond como Detection
of Impostors, Navia como The
Sorcerers Detected y José Martín García como El desenmascaramiento de los Magos, es el único texto suyo que
perdura, e incluso con bastante abundancia, gracias a la Praeparatio evangelica de Eusebio de Cesarea, que cita copiosos
fragmentos tomados más tarde por Teodoreto.[11] El
maestro español apunta que hay que entender tal desenmascaramiento como un
pescar in fraganti, deschavar, calar con las manos en la masa. Enómao
escribía en plan escrache. Y como se estima que fue moneda corriente en las
diatribas cínicas, esta pieza de divulgación serio-burlesca y satirismo
pedagógico transmitida por Eusebio está escrita como una querella dirigida a un
enemigo imaginario presentado en segunda persona, como un monólogo dialógico. Y
en ella habrá que sospechar la impronta de Menipo, porque así como el Menipo de
Luciano será presentado como un neófito que acaba decepcionado por los
filósofos, Enómao se presenta como un bisoño que se desilusiona de los
oráculos, que despierta de la demencia general y del sueño de los
supersticiosos[12].
La principal escena que nos llega de su libro pone en acto la iniciación del
perro en el desengaño (lo que tal vez constituya un aporte original del ala
siria al canon cínico heleno).
La
historia es la que sigue. Enómao cuenta que cierta vez fue a consultar al Apolo
de Claros y recibió de él el siguiente anuncio: «En la tierra de Traquine hay un huerto heracleo, / que todo floreciente
tiene. Y todos recogiendo todo / el día, no disminuye, sino que rebosa siempre
por las aguas». Dichoso y exultante se imagina a continuación el muy
ingenuo que el dios le estaba pronosticando la bienaventuranza dentro de los
esquemas cínicos de la vida heraclea. Pero al rato se entera por uno que andaba
por ahí que el mismo oráculo le había sido proporcionado a un comerciante
llamado Calístrato del Ponto. Va entonces en busca del sujeto. Da con el tipo y
el mercader al escucharlo se siente también desilusionado al ver que él, que lo
único que perseguía era una vida placentera por medio del lucro, había recibido
el mismo pronóstico que quien deseaba vivir en conformidad con Heracles. «En realidad –comenta el Enómao narrador–
nadie quedaba excluido de ese oráculo, ni
el bandido, ni el soldado, ni el hombre y la mujer enamorados, ni el adulador,
ni el orador, ni el delator.» El augurio prefabricado calzaba en cualquier
sayo[13]. Es así
que en afán de dar con un sabio que lo guíe, insiste y realiza un par de
consultas más; pero las respuestas que recoge son cada vez más impenetrables: «El hombre que con honda de prolongado
alcance piedras lanza / ocas herbívoras inexpresables mata con sus proyectiles».
Harto del bluff, después del tercer
viaje al templo, Enómao acaba por convencerse de que los brujos no sabían ni
medio y ocultaban la ignorancia en las anfibologías sin ton ni son. «¡Ojalá que te estrangules con tu honda!», brama el cínico y abandona los santuarios para siempre jamás.[14]
A partir de ahí y una vez esclarecido, el Enómao narrador se dedica a disparar mofas a troche y moche contra los videntes: les propone que endiosen también a los asnos y, dado que el burdo pugilismo era también materia de incumbencia divina, que se conviertan en profesores de gimnasia y hagan del oráculo délfico una palestra. Enómao se consagra a parodiar oráculos famosos, aplicándoles la epanortosis cínica practicada por Crates. Estas chapuzas no serán para él en adelante otra cosa que imposturas y sofismas maquinados por los médiums para embaucar al común de la gente, como escribe Eusebio[15]. Triviales u obvios, ininteligibles o engañosos y dañinos, en definitiva criminales instituciones humanas hijas de la estupidez y la codicia, que prometen la inmortalidad a atletas tontos y a poetas degenerados o contemporizan con los tiranos. El Apolo que para Juliano será el dador de las dos máximas fundamentales de los cínicos, conócete a ti mismo y altera la moneda, se convierte para Enómao en un adivino sinvergüenza (ἀναίσχυντε μάντι) que causa muertes con la ambigüedad de sus anuncios, manda a inmolar jóvenes atenienses y acogota a la gente por dinero. Los oráculos, dice, en vez de ser árbitros de la paz y la amistad, provocan la guerra entre aquellos que los consultan. Y así Enómao enfrenta a Sabiduría (Σοφία) contra esa bocona que habla al azar llamada Adivinación (Μαντική), y ubica a Sócrates, verdadero sabio, como contraejemplo del nefasto Apolo, como un hacedor de consejos útiles y razonables.
Pero
su gran tesis es que los oráculos no son más que fraudes, porque la πρόνοια o predicción no tiene ningún fundamento. Por lo cual erige un
alegato en favor de la βούλησις y contra la necesidad o ἀνάγκη, y del libre albedrío y de la propia voluntad como ἀρχή, como causa
primera. Razona que si todo en el universo está determinado, no queda ningún
mérito para colgar de gallardete a los virtuosos, ni tiene sentido que Zeus
castigue a quienes por
consiguiente no son responsables de nada. Y por
idénticos motivos los oráculos son inútiles en la medida en que, si existe el
destino, es imposible desviar el curso de las cosas. Pero Enómao
no se sofrena en ese punto, ni se conforta con desmontar la burda trampera
ideológica colocada a los pies del vulgo, y a paso seguido arroja los dardos contra
aquellas filosofías que con una pareja fe en lo prescrito esclavizan al bípedo
implume. Para ello da muestras de estar al corriente de las teorías de
atomistas, estoicos, académicos y epicúreos, a las que refuta un poco a la que
te criaste, con el debido espíritu de un escéptico campechano y chancero[16]. Lo cierto es
que bajo la idea de que es imposible pronosticar el futuro, se carga a toda
teoría determinista, incluida en particular la doctrina estoica de la
predestinación o Ἑιμαρμένη, el ilustre fatum stoicum, y de cara al diseño fatalista de esta gente sale a defender el
voluntarismo pragmático y la ἐλευθερία del
gremio cínico –un gesto bastante contrario a la eventual resignación que Séneca
puso en labios de Demetrius noster. «Ha desaparecido de la vida humana
–escribe Enómao–, al menos entre los
sabios, la facultad autocrática que es el soporte, plataforma y timón de nuestra
vida.» Demócrito, dice, se encargó de
convertir a los hombres en esclavos y Crisipo en medio-esclavos (ἡμίδούλοι). Pero para articular juicios
sensatos sobre las cosas y circunstancias, dirá en una suerte de apelación al common sense, al intelecto le basta con la percepción
(ἀντίληψις) y con las sensaciones o autoconciencia (συναίσθησίς), porque si no
fuera por ellas no sabríamos ni que somos seres animados, ni que uno es mago y
el otro refutador de magos (γόητος ἀπελέγκτης), ni que
estamos conversando. «Yo –le dice el
can al enemigo imaginario–, una vez que
reciba el argumento que tú quieras, romperé vuestro fatídico encadenamiento y
demostraré su imposibilidad.» Y al carajo con los augures, los sacerdotes y
los metafísicos.
El
desmantelamiento que realiza Enómao toma motivos propios de la mitología y de
la historia, de la Grecia arcaica y clásica, por lo que enfoca a los cimientos
de la religiosidad pagana. A diferencia del viejo Meleagro, que acabó rendido
ante las tradiciones griegas, es un demoledor cultural hecho y derecho; de ahí
el aborrecimiento de Juliano y de ahí el aprovechamiento que hizo de él un
propagandista cristiano como Eusebio, quien no lo describe como un desfachatado ateo sino como un valeroso
ejemplo de la πικρία (mordacidad, acrimonia o aspereza) distintiva de la παρρησία
cínica[17].
Este Enómao,
en fin, parece haber sido un perro independiente en el que ya fermentaba el
espíritu de la Ilustración –más en la línea Voltaire que en la línea Rousseau–,
un francotirador intelectual más que un vagabundo indigente y sectario y más
afín al espíritu cáustico de Luciano que a la modesta didáctica de los anónimos
autores de las esquelas cínicas. Salvando las distancias, porque en los tropos
de este can no se ve nada que vaya en contra del κυνικὸς βίος. Si lo que este buen hombre decía es que
él mismo, si no cualquier practicante de la vida cínica, podía comunicarse con
los dioses, sin parafernalia sacerdotal e incluso sin necesidad del Papa de los
perros –léase Diógenes, o Crates o Antístenes–, hete aquí un espíritu que antes
que a Voltaire adelantaba a Lutero. Enómao de hecho no parece haber negado la
existencia de los dioses, ni incluso quizá la puntual relación del cínico con
ellos. En definitiva no hay nada en el texto de este canino que se corta solo
que trasgreda a la vista el probable ideario cínico original. Como un sartreano de la Antigüedad, este señor decía que estamos
condamnés a être libres. Sartre le apuntaba a
Freud cuando intentó salir al paso con un psicoanálisis existencial redimido
del sino edípico, y Enómao por entonces ya estaba en eso, tirándose contra
aquella historia de Layo, Yocasta y Edipo, aquel terceto de penados en familia:
«El que predijo a Layo que lo mataría el
hijo fue un desvergonzado», clamaba el gadareno, y podemos imaginarnos lo que
pensaría sobre esos agüeros de consultorio que aún sobreviven entre los
inteligentes del día de la fecha. Claro que esta autodeterminación cínica es
una suerte de espontaneidad que aplica a todo ser animado y no un patrimonio
exclusivo del chimpancé cartesiano con mesa fija en el Café de Flore. Vale también para el asno, el perro o la pulga –dice Enómao con ese
gusto esópico que tenían los cínicos por empardar con los animalitos–, seres
también dotados de una ὁρμή o impulso propio. Así como es diferente elegir a
ser forzado a actuar, también es diferente caminar a ser conducido o empujado.
[1]
G. Sincello, Extracto cronográfico,
p. 426, 22-24 m; Eusebio de Cesarea, Crónica
de Jerónimo, p. 198, 1-3 Helm. La
Suda dice que no era mucho más viejo que Porfirio; pero parece haberlo sido
por lo menos por un siglo.
[2]
En la escueta entrada sobre Enómao la Suda, que ofrece el único listado
integral de obras –aunque no sean más que tres–, no se menciona La autorrevelación del Perro ni El desenmascaramiento de los Magos,
referidos por Juliano (La Suda s. v. Enómao de Gadara; Juliano, VII 209 a-b).
Goulet-Cazé dice que dos versos de la Antología
Griega (IX 749) podrían ser de este Enómao: «¿Por qué poner a Eros en una taza? El vino es suficiente para encender
el corazón. ¡No le eches fuego al fuego!».
[3]
«ὁ
Κυνισμὸς
οὔτε Ἀντισθενισμός ἐστιν οὔτε Διογενισμός» (Juliano,
IX [VI] 187 b-c)
[4] A menos
que haya que conjeturar, al contrario, que si el cinismo no reportaba ni a
Diógenes ni a Antístenes, fuera sí cratesiano. Que siendo Enómao
un espíritu tan desmitificador, haya sido el precursor más remoto de la
tesis-Sayre que ubica a Crates como el verdadero fundador de la corriente.
[5] «Οἰνόμαον ὁ
κύων ἀναιδὴς μηδὲ ἀναίσχυντος
μηδὲ ὑπερόπτης πάντων ὁμοῦ θείων τε
καὶ ἀνθρωπίνων,
ἀλλὰ
εὐλαβὴς μὲν τὰ πρὸς τὸ
θεῖον,
ὥσπερ Διογένης» (Juliano, ibid. 199 a)
[6] «ἀπόνοιά
τίς ἐστι
καὶ βίος
οὐκ
ἀνθρώπινος, ἀλλὰ θηριώδης ψυχῆς διάθεσις
οὐδὲν καλόν,
οὐδὲν σπουδαῖον οὐδὲ ἀγαθὸν
νομιζούσης» (Id.,
VII 209 a-b)
[7]
Id., ibid. 210 d-211 b.
[8]
«γενναιότεροι
τῶν κυνῶν»
(Id., IX
[VI] 187 c)
[9] Paul Vellete,
De Oenomao
Cynico, París, 1908.
[10]
Luciano de Samosata, Alejandro o el falso
profeta.
[11] Parece ser que Enómao fue leído por unos cuantos cristianos más:
Clemente de Alejandría, Orígenes, Juan Crisóstomo y Cirilo de Alejandría.
Goulet dice que el escrito contra los oráculos fue la obra cínica de la era
romana con mayor impacto entre los padres de la Iglesia (Cf. Goulet-Cazé, Cynicism and
Christianity in Antiquity). Tenían en común al enemigo; pero no hay índices
que sugieran algún contacto o sensibilidad cristiana en un espíritu como el
suyo. Por lo demás las hipótesis de una relación con el judaísmo son demasiado
especulativas.
[12] Jürgen Hammerstaedt sugiere que Enómao podría haber sido un
nexo entre Menipo y Luciano, el que le allanó el camino al samosatense dentro
de la tradición cínica gadariana (Jürgen
Hammerstaedt, Le cynisme littéraire a l' époque impériale).
[13] Eusebio, Preparación evangélica
V
21, 6-22, 6.
[14]
Id., ibid. V 23.
[15]
«γοήτων δὲ
ἀνδρῶν πλάνας καὶ
σοφίσματα
ἐπὶ ἀπάτῃ
τῶν πολλῶν ἐσκευωρημένα» (Id., ibid.
V 20, 10-21, 5)
[16] De
ahí que Dudley, no sin declarar como contraprestación que estamos ante una de
las piezas más interesantes de la supérstite literatura cínica, le impute
deficiencias varias en la lógica, un tono retórico y carencia de pensamiento
original. Pero el hombre era un satírico, no un tratadista, y no dan peras los
olmos.
[17] Eusebio, ibid. V 18, 6; ibid. V 21, 6.
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