(Dos “Introducciones”: Alain Badiou por Leandro García Ponzo, Richard Rorty por Tomás Abraham)
A propósito de Rorty y de
Badiou, dos filósofos de magro interés y escaso provecho para el amante del
saber que uno fue de joven (porque para ser filósofo, por lo menos en ese
preciso sentido, hay que ser joven y sólo joven), uno demasiado blando y soso,
el otro duro en demasía e innecesario como un ladrillazo inicuo, y ya que
estamos de pasada por ahí, voy a referirme a dos libros recientes de la
colección Pensamientos Locales, esos de tapa negra que se llaman “Una
Introducción”, publicados por Quadrata y
Sócrates fue malentendido de todas las maneras
posibles, nos pasa a todos, incluso a los que le dejamos una obra al mundo, que
no era su caso (: estaba loco). Para los rortyanos puede ser el primer gran
conversador; para los esquizo-filósofos el primer monologuista, el que era más
amigo del concepto –un autoerotismo al fin y al cabo– que de sus amigos, que
como se lee en Qu’est-ce que la philosophie? “nunca dejó de hacer que cualquier discusión se volviera
imposible”.
ABRAHAM
(p. 19): “Si nos
despojamos de ciertos prejuicios originados en el espíritu de sospecha y en la
postura militante del intelectual comprometido conversación no quiere decir
necesariamente una causerie de
domingo a la hora del té.” Cito a cambio como retruque perfecto una frase
que tengo de aquel libro deleuzien:
DELEUZE: “Es la concepción popular y
democrática de la filosofía, en la que ésta se propone proporcionar temas de
conversación agradables o agresivos para las cenas en la casa del señor Rorty”.
Abraham agrega que la conversación es lo que se opone a las corporaciones de
expertos que se sirven de “una lengua
misteriosa y amurallada contra el lenguaje ordinario” y de “un cientificismo arrogante” para
humillar a la plebe ajena a la secta. Deleuze escribía allí mismo que la
filosofía nació con el gesto de objetar la doxa
con una episteme, Deleuze escribía
allí mismo que el concepto no es discursivo sino vagabundo. Los estetas de la
dureza de la existencia anónima miramos a estos deleuzianos convertidos unos en
comentaristas de TN, otros en neoplatónicos que viajan subsidiados por el mundo
como predicadores del nuevo platonismo sin clases para un público selecto, como
capo-cómicos de un espectáculo too much,
con la vergüenza irrisoria que da ser humano e intervenir en la cultura.
Rorty
y Badiou son lo blando y lo duro, se lee en la p. 22, la molicie sofística
contra el macho ontológico. “Lo que se
denomina machismo metafísico es uno de los enemigos de Rorty. Sin embargo,
detrás de cada macho hay un camarín que lo espera con sus ungüentos y sus
pomadas” (p. 75). El cristianismo de Rorty no es
el morbo mental de Wittgenstein ni de Nietzsche el Crucificado –los
antifilósofos recios a la Badiou–, es su proyecto piadoso de ablandar el
corazón de los ricos y poderosos, la “causa” del sofista de buen corazón. Lo
que él llama su antifilosofía, Badiou le llama sofística. La distinción de
Badiou entre antifilósofo y sofista es bastante más sofisticada –valga la
redundancia– que la que daba Cioran, pero hay que ver si va mucho más allá.
Cioran, sin hacer referencia a la verdad ni a la indiferencia o no con los
sufrientes del mundo, distinguía entre los que pensaban desde el “suplicio
interior” y los que pensaban “por el placer de pensar”; claro que este otro rumano
no versaba en términos de dispositivos discursivos, protocolos o regímenes del
acto, sino de afecciones de simples subjetividades psíquicas, inspirado por una
suerte de sentido común del desencanto occidental de época. Porque a
la vista de Rorty la filosofía no es una rama fantástica de la literatura sino
una rama anacrónica inventada por Platón y agotada hace rato. En ese sentido
los franceses siempre fueron más borgeanos, el constructivismo conceptual no
sólo inventó nuevos vocabularios, sino que no confundió literatura con habla,
obra con panfleto. Para Badiou la filosofía sigue siendo “posible”, aunque como
platonismo; para sus enemigos –como delata en su nuevo manifiesto– lo sigue
siendo como cualquier cosa: cocktail
empresarial, programa radial de trasnoche o autoayuda al dandy afterpop. La postura de Rorty es tradicional en ese sentido y
esa tradición es el pragmatismo. Tomar muy poco en serio las tradiciones
europeas y la norteamericana es bien propio de la tradición argentina, esta
forma de sospecha sin tragedia tiene dos variantes también tradicionales: la
parodia de los literatos –sea un Borges o un Viñole–, que se desesperan de
forma siempre más o menos aparente y para la hinchada, o el pastiche oficial de
los académicos, de un ludismo bastante apático sojuzgado por la competencia
curricular. Entre apartarse a levantar un nuevo sistema brillante lleno de
neologismos estertóreos, y ofrecerse como árbitro socrático de las masas
parlantes, hay un tercer lugar en el mundo que consiste en meterse en medio
haciendo interferencia. Un ruido. Hacer el punk pero sin vestuario.
El autor había sido generoso con
Badiou en un libro de autoría compartida llamado Batallas Éticas. Observado como corrector de Deleuze –me acuerdo–
más tarde fue denunciado como agente de la pornopolítica. En esta vuelta el
anciano profesor francés es tenido por un escolástico que prefiere adoctrinar a
pensar. A la velocidad de la diatriba reseña un libro del especialista local D.
Scavino, donde según parece el monitor norteamericano es presentado sin más
matices como un agente de marketing y
vitalicio de la sociedad de consumo, que cambia el ídolo de la verdad universal
por el de la hermenéutica nihilista. El liberal burgués posmoderno –como se
define a sí mismo– es presentando como un liberal burgués posmoderno; pero
vestido de enemigo desde el punto de vista de la consabida izquierda radical,
revolucionaria e inofensiva, que se apoltrona a sueldo en la universidad
nacional. En el ghetto filosófico no
pasa algo muy distinto a lo que ocurre en el literario: unos aparecen como
campeones de la academia, otros como personeros del mercado, como si esos dos
focos de poder, del inerme poder simbólico del prestigio cultural, fueran
verdaderamente polos opuestos organizados por logísticas muy diferentes y
sostenidos por intereses antagónicos y procedencias de clase encontradas. Allá
ellos. Nuestro mediático en defensa de la posición del mercachifle de la
conversación democrática como ultima
ratio, escupe a la impracticable politología de lo inexistente
revolucionario-teorética que opera por algoritmos, topología y teoría de los
conjuntos para bautizar “acontecimientos” (p. 106 y ss.).
Los
editores se molestaron con la travesura histriónica de un autor que garantiza
algo más de venta que sus colegas, por su propio nombre, y mucho menos de
simpatía y aquiescencia por los pasillos del claustro oficial. Temieron acaso
el bochorno. De ello se da cuenta en el jugoso epílogo. Contra la proposición y
el concepto, contra el argumento post-positivista y contra el frangollo
pragmático-deconstructivo, Abraham apela –para
defender a Rorty señores…– a la
lengua de los “ubuescos” que denuncian el chantaje de la forma humana desde un
mimetismo bufo del discurso; convierte a Jarry, Witoldo y Rabelais en
profesores outsiders devenidos freelancers del show de la indignación. “Los
escritores mencionados mediante la parodia, el grotesco, la burla, desnudan al
rey, muestran su carácter ‘ubuesco’. Si no lo hacen argumentando no es por
falta de méritos, sino por hartazgo de la digresión infinita. Se autorizan a sí
mismos a practicar el pecado de ‘no saber’, y ante la insistencia de explicarse
a sí mismos, se van y dejan el tablado. Dejan las cosas claras por desplante.
Dice Foucault: ‘el grotesco es uno de los procedimientos esenciales de la
soberanía arbitraria’. Y, agregamos, una estrategia eficaz de los discípulos de
Diógenes frente a las autoridades consagradas” (p. 152). Por un lado la
parodia a un campo filosófico donde los lobos castrados se confunden con ovejas
sementales. Pero por el otro el pastiche sienta bien para tratar de configurar
un proyecto de mezcla en el cual el prestigio viene de la apelación fundamental
al aparato teórico de la rama fantástica de la gauche nietzschéenne; pero el ejercicio, a la manera de los llamados maestros pensadores
actuales, parece un socratismo del espectáculo medido por el disenso
histérico-actoral.
***
Dice Abraham allí que Rorty
describió un dilema inoperante entre los escribidores de filosofía: ser un
aficionado a los juegos de palabras o un macho metafísico. Derrida o Badiou (p.
88). El macho es el que cree ser viril porque enuncia proposiciones e
inferencias de un modo directo (ibidem), un señor
que se odia a sí mismo proyectado en sus contra-modelos: los mercaderes de
bazar que quieren plata y los estetas frívolos que quieren felicidad. Pero
mientras Rorty los acusa de sacerdotes ascetas manoteando al de Sils-María, otros
–si amor es un pensamiento– enuncian
su enamoramiento, el amor platónico –que le llaman.
Contra la “pereza intelectual” que arenga contra toda filosofía sistemática, esta rehabilitación de una filosofía que no es condición de sí misma sino de sus condiciones –amor, política, poema… y que son también su “deseo”–, viene a mostrarse como un renacimiento de la filosofía por lo menos como filosofía de Badiou. ¿Cómo será “posible” la nueva antigua filosofía, el platonismo, fuera de la glosa explícita o no del estilo epigonal, es decir escapando a un nuevo escolasticismo, badiuísmo pongámosle? ¿Será sólo operante en obediencia clara o encubierta a un nuevo gran sistema que todo lo acoge sin trastabillar y que apenas puede propiciar pastores evangelistas, comentaristas ortodoxos o reformistas y heresiarcas? Son preguntas que puedo hacer como que saco de la boca del idiota cuando deja de reír impunemente. Lanzándolas a la pluma del sofista. No sé por qué me pregunto si no habrá “sofistas” que a la manera de Pierre Menard se dediquen a cultivar en su jardín, o peor a comerciar y expandir, aquellas ideas que son las opuestas a las que secretamente profesan, también a la manera, quién sabe, de aquellos que en algún momento se pasaban a la dominación-opresión con las excusas de exacerbar las contradicciones que acelerarían la historia.
14/9/12
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